Relecturas de la cultura hispana:

Artes y Letras (1933-1939), por “el buen nombre y prestigio de nuestra raza

 

María Teresa Vera-Rojas

Universitat de Barcelona

 

El 24 de agosto de 1931, el periódico La Prensa (1913-1963) de la ciudad de Nueva York publicó una detallada reseña de un recital ofrecido por Gabriela Mistral en una de sus visitas a esta ciudad. Bajo el título “Gabriela Mistral deleitó al auditorio con la lectura de sus bellos poemas” (4), la reseña describía los últimos e inéditos poemas recitados por la poeta chilena ante el auditorio del Roerich Museum y destacaba la presencia de otros escritores, artistas y personajes públicos, tanto de América Latina y el Caribe como de la colonia puertorriqueña de la ciudad, que habían asistido a dicha velada. Entre los presentes resaltaban los nombres de Rómulo Gallegos, Pedro Juan Labarthe, Isabel Andreu de Aguilar, Rosita Silva de Quiñones y José Camprubí. Pero este evento no era un acontecimiento excepcional. La Prensa y otros periódicos en español, entre los que se encontraba la revista cultural Artes y Letras (1933-1945), publicados en la ciudad de Nueva York durante los años veinte y treinta del siglo XX, registraron la continua presencia e intercambio cultural de escritores, artistas y educadores provenientes de América Latina, el Caribe hispano y España, y los sectores educativos, artísticos y profesionales de la colonia puertorriqueña e hispana de Nueva York. (1) De hecho, nombres como los de Salvador Dalí, Margot Arce, Margarita Robles de Mendoza, Ángel del Río, Max Ríos Ríos, Clemente Pereda, María de Maeztu y Jorge Mañach eran frecuentes en los eventos promovidos por instituciones como el Roerich Museum, el Instituto de las Españas de Columbia University, el Ateneo Hispano de Nueva York, el Instituto Cívico Literario de Nueva York, y agrupaciones como el Círculo Cultural Cervantes, la Unión de Mujeres Americanas, la Pan American Women’s Association y el Grupo Inter-Americano de la Sociedad Roerich.

Estos intercambios y relaciones culturales se producían por la importancia que había adquirido esta metrópoli como “capital del mundo hispánico” (Díaz Quiñones 145-147), y también por el hecho de que las propuestas culturales que emergían en la colonia hispana dialogaban con los nacionalismos culturales y las vanguardias artísticas de Hispanoamérica. Estas características explican el contexto en el que se inscribía gran parte de los espectáculos y actividades culturales que diariamente eran reseñados y publicitados en estos medios. Constituyen además, el punto de partida de la formación y del desarrollo de asociaciones, instituciones, publicaciones e iniciativas culturales lideradas por miembros de la numerosa y heterogénea colonia puertorriqueña establecida en diferentes áreas de esta ciudad.

Entre estas iniciativas destacaba muy especialmente la revista cultural Artes y Letras, fundada y dirigida en Nueva York por la feminista Josefina Silva de Cintrón (1895-1986), escritora y educadora puertorriqueña. (2) Concebida por y para los sectores artísticos, culturales y profesionales de la colonia hispana de la metrópoli, esta revista se convirtió en uno de los estímulos que contribuía con la exaltación de la cultura hispana como vínculo de reconocimiento y orgullo identitarios, mediante la colaboración de representantes hispanoamericanos de renombre y, muy especialmente, de figuras que emergían de la colonia neoyorquina. (3) En este sentido, y a diferencia de publicaciones académicas contemporáneas como la Revista Hispánica Moderna (1934), en la que el hispanismo era concebido principalmente a partir de la herencia y la tradición cultural españolas, en Artes y Letras la configuración del hispanismo otorgaba un mayor peso a la cultura latinoamericana, caribeña y local. De allí que su prestigio estuviera indisociablemente ligado a la popularidad y reconocimiento de escritoras y escritores puertorriqueños residentes en la metrópoli, entre cuyos nombres destacaban los de Clotilde Betances Jaeger, María Mas Pozo, Isabel Cuchí Coll, Pedro Caballero y Pedro Juan Labarthe.

Mi objetivo es demostrar cómo la difusión de la cultura hispana que promovía Artes y Letras resignificaba las tendencias que habían acompañado la emergencia del hispanismo académico en Estados Unidos y que habían hecho de España el soporte cultural que justificaba el aprendizaje del español y la aproximación a América Latina, región que se había convertido en el punto de mira y fin último de los intereses económicos y políticos de Estados Unidos (Fernández). Para ello prestaré especial atención a dos aspectos estrechamente vinculados que orientaron los objetivos de esta revista y que definieron las prácticas culturales y sociales compartidas por un sector de la migración puertorriqueña en Nueva York durante la década del treinta. (4) Por un lado, estudiaré las estrategias a partir de las cuales Artes y Letras supo valerse del impulso con el que las instituciones académicas y la iniciativa privada habían estimulado el interés por hispanismo en Estados Unidos (Fernández), para promover la exaltación de la “raza” o cultura hispana como propuesta de identificación étnica de la mayoritaria colonia puertorriqueña en Nueva York. En este sentido, exploraré la trayectoria literaria de algunos de los escritores puertorriqueños, que emergieron en torno a esta revista, e indagaré en sus trabajos las expresiones que articulan hispanismo y “puertorriqueñidad” como un modo de exaltación cultural y étnica de la colonia puertorriqueña en la metrópoli. (5) Por otro lado, demostraré cómo esta revista logró la difícil tarea de conjugar hispanismo, feminismo y ciudadanía en un mismo proyecto que, a la vez que se erigía en representante de la cultura hispana, defendía la igualdad de derechos para las mujeres y otorgaba un significado positivo y estratégico a la liberación e identidad de la mujer moderna. En tanto una de las más importantes estrategias para la politización de las mujeres en América Latina (Rojas y Saporta 187), prestaré especial atención a la redefinición del ensayo escrito por las mujeres para explorar cómo el feminismo, en tanto saber acerca de la mujer, lograba inscribirse como parte del proyecto de identificación étnica de la cultura hispana en la metrópoli.

Por “el buen nombre y prestigio de nuestra raza”

Motivada por el deseo de destacar “el buen nombre y prestigio de nuestra raza” (“Círculo Cultural Cervantes”, octubre 1933: 1), Josefina Silva de Cintrón inició la publicación de Artes y Letras y la fundación del Círculo Cultural Cervantes (6) desde la conciencia de concebir a la comunidad puertorriqueña como a una minoría étnica que era política y económicamente significativa para la ciudad. (7) De ahí sus lineamientos: procurar la unión de la colonia hispana en Nueva York, mantener informada a la colonia de las actividades culturales hispanas que se realizaban en la ciudad, y propiciar el liderazgo de las mujeres en diferentes ámbitos de la producción cultural y comunitaria. Al poco tiempo de fundada, Artes y Letras modificó su pequeño formato para crecer en lectores, distribución y páginas y convertirse en una revista con proyección internacional que gozaba de suscripciones e intercambios en Estados Unidos, América Latina y España. Pero sin duda, el gran mérito de Artes y Letras fue el de propiciar la circulación en la colonia hispana ―y en un ámbito que no era estrictamente académico― de la literatura y de los discursos identitarios producidos en Hispanoamérica y, a su vez, de impulsar el desarrollo y producción de escritores, escritoras y artistas locales tanto de origen puertorriqueño como de otras nacionalidades hispanoparlantes. La conjunción de estos objetivos permitía el reconocimiento de una tradición compartida, pero además ensayaba la posibilidad de la “unión de las razas” en el ámbito de la cultura, lo cual constituyen indicios que dan cuenta de que en la constitución de las comunidades hispanas en los Estados Unidos, incluso antes de la década de los sesenta, se establecieron “political alliances, cultural interactions, and exchanges, that although rooted in the US Latino communities, achieved a broad national or continental dimension”, que dan cuenta de la larga tradición de la llamada “Latino panethnic consciousness” (Edna Acosta-Belén y Carlos E. Santiago 32).

Algunas de las prácticas que favorecían la circulación del hispanismo como discurso consensual eran las conferencias, lecturas y charlas en torno a figuras históricas, fechas patrias, movimientos sociales, libros, escritores o tendencias artísticas de relevancia en Hispanoamérica. Un ejemplo de esto último fue la conferencia dictada por la puertorriqueña Dra. Margot Arce acerca de la poesía de Luis Palés Matos, evento organizado por Pedro Juan Labarthe y Frances Grant, auspiciado por la Pan American Women’s Association y reseñado por Artes y Letras en la edición de septiembre de 1933 (“Interesante conferencia” 4). A partir de dicha reseña es posible dar cuenta no solo del reconocimiento con el cual la colonia puertorriqueña de Nueva York homenajeaba el trabajo de Arce y de Palés, sino también de los prejuicios raciales que intervenían en la concepción de la cultura de parte de los grupos artísticos y literarios en la colonia hispana y que se reproducían en la cotidianidad “racializada” de los puertorriqueños en la metrópoli. Estas posiciones racistas se inscribían en las corrientes intelectuales hispanoamericanas, que definían la identidad y sus discursos nacionales a partir de soluciones jerárquicas cuando no homogeneizantes ante las diferencias raciales. En el caso del nacionalismo cultural ideado por los intelectuales criollos en Puerto Rico durante la década del treinta, se excluía a la población afroantillana de su proyecto, solo para hacerla presente en la atribución de responsabilidades respecto de la docilidad en el “ser” puertorriqueño. (8)

En efecto, algunos de los registros de dicha conferencia resaltaban que no era una exaltación de “la negritud” lo que pretendía Palés con su poesía, sino la creación de un lenguaje poético propio, y que la suya no era una expresión popular, sino “culta”, que buscaba “interpretar al negro” en su poesía. Sin profundizar en su vanguardismo ni discutir la apuesta racial de Palés Matos, quiero destacar que la conferencia de Arce subrayaba la distinción entre lo culto y lo popular, privilegiando lo primero sobre la herencia y la tradición cultural de la “raza” negra puertorriqueña que, en los Estados Unidos era víctima del mismo racismo con el que se discriminaba a la comunidad afroamericana. (9) De ahí una de las características que motivaron la publicación de Artes y Letras como revista “[d]edicada a fomentar y presentar la Cultura Hispana”, entendida esta última como la expresión de la alta cultura, de las letras y las bellas artes, es decir, de los productos y tradiciones que resaltaban el sentimiento hispanófilo.

La exaltación de la herencia española debe comprenderse como un recurso que permitía enaltecer el sentimiento de orgullo de la raza hispana —en la que la presencia afroantillana era subordinada a la “supremacía” blanca— al tiempo que promovía el prestigio de la cultura de América Latina y el Caribe hispano. La conjunción de los valores compartidos por España y América Latina hacía de la “hispanidad” una reacción contra el imperialismo norteamericano (Fernández 133); y además permitía discutir los argumentos colonialistas que estereotipaban a los puertorriqueños como delincuentes y carentes de educación y “cultura”.  Sin embargo, y a pesar de su posicionamiento en contra del colonialismo norteamericano y a favor del nacionalismo cultural puertorriqueño, en Artes y Letras los prejuicios y el determinismo raciales confluían en una concepción elitista y racializada de la hispanidad y favorecían un proyecto homogeneizador de unidad cultural hispana en la metrópoli, en el que era posible reconocer las políticas de blanqueamiento que han definido buena parte de las relaciones de los hispanos entre sí y con la sociedad norteamericana en los Estados Unidos.  

Sin embargo, incluso esta respuesta se inscribía como parte de las dinámicas de negociación cultural con las cuales las y los intelectuales y artistas puertorriqueños en la metrópoli, al silenciar la identidad racial afroantillana a favor de la tradición cultural hispana, conseguían una salida que enfrentaba la discriminación y les permitía ingresar en el imaginario público como líderes culturales y sujetos políticos ejemplares. Este argumento es reforzado por Stacey Schlau quien, en su lectura de Artes y Letras y del entorno cultural promovido por Josefina Silva de Cintrón, afirma que “Revista de Artes y Letras . . . represents one example of how cultural work may support social change. In a time of rapid evolution of demographic, political, and social traits, it offered a means of rooting readers’ lives in lo hispano, and even more, lo puertorriqueño, while they struggled to make their way in a new and often difficult set of circumstances” (89).

Esta es quizás una de las contradicciones más importantes que presenta esta revista, pero que a su vez responde a las estrategias que permitían que el feminismo y el hispanismo tuvieran reconocimiento y valor públicos ante la colonia puertorriqueña y ante los norteamericanos. En este sentido, la inscripción de las mujeres en el imaginario del hispanismo fue favorecida por el respaldo que tuvieron en Artes y Letras algunas de las organizaciones y asociaciones civiles lideradas por mujeres hispanas en la metrópoli. Estas agrupaciones ―entre las que destacaban la Unión de Mujeres Americanas (UMA), formada en 1934 y dirigida en sus comienzos por la feminista mexicana Margarita Robles de Mendoza, y la Pan American Women’s Association (PAWA), organización liderada por la norteamericana Frances R. Grant― encontraron en esta revista un medio de difusión de sus actividades, además de un espacio de reunión e intercambio intelectual y político, en particular debido a la participación en dichas asociaciones de figuras como Josefina Silva de Cintrón y Clotilde Betances Jaeger.

Al propiciar el reconocimiento de las mujeres hispanas en distintas áreas y espacios de la cultura, estas asociaciones y la difusión que Artes y Letras impulsaba de sus actividades culturales, sus contribuciones a la comunidad y su crecimiento y proyección internacionales favorecían una mayor presencia de las mujeres y de sus reclamos de igualdad en el espacio público y en el imaginario hispano en la metrópoli. (10) En este sentido, la difusión de sus actividades por parte de revistas como Artes y Letras respondía a un ejercicio de ciudadanía ejercido por las y los diferentes editores y colaboradores de las muchas publicaciones en español que circularon en la durante las primeras décadas del siglo XX. No en vano, muchos editoriales y artículos publicados en esta revista desde su fundación giraron en torno a estos temas, para proyectar, en su mayoría, soluciones que pasaban por concebir la unidad de la colonia a través de la cultura. Así lo constata, entre otros, el editorial del ejemplar de enero de 1938 de Artes y Letras. Titulado “A nuestro jóvenes artistas”, este editorial enfatizaba, en un recuadro al centro de la página: “Colonia hispana, esta revista te representa. Ella será lo que tú la dejes ser. Nuestros pasados 5 años han sido dedicados a laborar por el acercamiento y mejoramiento de nuestra colonia” (3) y, en el cuerpo del mismo, más que ofrecer una reflexión, brindaba una advertencia dirigida a las ingenuas aspiraciones de los jóvenes artistas que pensaban encontrar éxito seguro y solidaridad inmediata en la metrópoli.

En efecto, tanto Artes y Letras como las asociaciones culturales y cívicas que emergieron en estos años encauzaban los reclamos y las necesidades de una sociedad civil, desprovista de representatividad política y legitimidad ante el sistema de justicia. Por otra parte, era objeto de las crecientes discriminaciones y violencias por parte de la sociedad norteamericana y de los inmigrantes europeos en Nueva York y, sobre todo, vivía carente de derechos ciudadanos ―más allá del título de ciudadanía norteamericana impuesto a los puertorriqueños en 1917. De allí la importancia de considerar el enaltecimiento de la cultura hispana y la creación de una identidad étnica reconocida en el hispanismo como un proyecto inseparable de la representación, denuncia y contestación a los asuntos de carácter social, político y económico que afectaban la cotidianidad de la colonia puertorriqueña en la metrópoli. Por ejemplo, la columna “Círculo Cultural Cervantes” de noviembre de 1933, la cual ahondaba en la importancia de la unión de la raza hispana en la colonia, afirmaba: “si en el campo de la política o de la religión fuere la unión imposible no lo es en el de la cultura y ahí es donde debemos empezar a unirnos, con la ventaja de que en él veremos florecer ideas de concordia, al irse anulando viejos prejuicios, que seguramente se irán desvaneciendo al tratarnos y conocernos más íntimamente” (1, 4).

Esto explica en gran medida el porqué, aunque en Artes y Letras la concepción de la cultura ―alta cultura― careciera de una mirada “popular”, su dirección y líneas editoriales no hicieron ojos ciegos ante las experiencias de racismo sufridas por los puertorriqueños en Nueva York. De hecho, los actos discriminatorios con los que el sistema educativo norteamericano estereotipaba y menospreciaba las capacidades intelectuales de los niños puertorriqueños fueron duramente censurados por esta revista, para la cual la educación y la importancia del español fueron temas de constante reflexión. Un ejemplo significativo lo constituye el editorial “Vindicándolos” (febrero 1936: 5), en el que Pedro Caballero (Caguas, 1894-?), uno de sus colaboradores más importantes, criticaba severamente los métodos de enseñanza y evaluación que buscaban denostar intelectual y subjetivamente a los niños puertorriqueños en las escuelas del Spanish Harlem. El idioma inglés era en este caso el obstáculo que debían enfrentar los niños y lo que causaba que se les atribuyera una mentalidad inferior, ante lo que opinaba esta revista: “Estamos de acuerdo en que se prepare un curso de estudio especial que venza la dificultad creada por el idioma siempre que esto no resulte en menoscabo de los derechos de nuestros educandos y que vaya luego a obstaculizar el ingreso de los mismos en los centros de enseñanza superior” (5). Pedro Caballero fue uno de los colaboradores de esta revista, que dedicó gran parte de sus escritos a registrar las transformaciones, resistencias y negociaciones culturales que definían la experiencia de la migración puertorriqueña en la moderna e individualista sociedad norteamericana. Además de colaborar en diferentes publicaciones periódicas de Puerto Rico y Estados Unidos, Caballero fue editor de Artes y Letras desde 1934 hasta 1936 y ejerció una gran influencia en la orientación que tuvo la revista durante esos años. Dedicó gran parte de sus editoriales a desautorizar los estereotipos con los que la sociedad norteamericana desacreditaba la tradición, cultura y educación de los puertorriqueños; y esto lo hizo a partir de la exaltación de la identidad cultural panhispana y, sobre todo, a partir de sus registros de las contribuciones culturales de la colonia puertorriqueña a Nueva York. Así lo confirma, entre otros, el editorial “El Harlem arrabalero”, donde salía en defensa de los habitantes que conformaban el Spanish Harlem y afirmaba:

Por sobre todo lo malo que se dice campea en Harlem, lucen las estrellas del bien, del trabajo, del arte y de la buena voluntad. Academias de música que se encargan de la educación filarmónica de nuestros niños, escuelas dominicales que les enseñan las reglas de la urbanidad y los sanos principios de la moral, bibliotecas desbordantes de obras buenas, un comercio naciente que nos trae al norte aquellos productos de nuestra tierra…, imprentas de la raza donde se imprimen periódicos y revistas que presentan y fomentan nuestra cultura ante los extranjeros que la desconocen casi totalmente (enero 1936: 3).

 

Asimismo, asuntos como la conservación del español, los menoscabos de la enseñanza bilingüe, la exaltación de la identidad, la literatura y los valores puertorriqueños e hispanos también ocuparon la atención de Caballero, y fueron expuestos la mayoría de las veces con un tono pedagógico, cuando no nostálgico. Estos intereses, enmarcados en una narrativa de experiencias autobiográficas que subrayaban las posibilidades de superación para los puertorriqueños en los Estados Unidos, fueron articulados también en su primera novela, Paca Antillana. Novela Pedagógica Puertorriqueña (1931). Publicada en Nueva York, esta novela relata, a modo de bildungsroman, las experiencias de dos puertorriqueños, Paca y Rozafel, que consiguen triunfar en tierras extranjeras: Paca se convierte en una suerte de Josephine Baker antillana (Aponte Alsina 19) ―“La Estrella Negra” le llamaban en París―, y Rozafel Mirabela llega a ser maestro en Nueva York, ambos caminos representativos del esfuerzo y trabajo de la “cultura puertorriqueña” que Caballero buscaba destacar en su actividad como docente y en su carrera como escritor. En esta encrucijada entre la defensa de la tradición y los orígenes hispanos y la admiración por la modernidad y el progreso norteamericanos, Caballero exponía las posibilidades de superación para los puertorriqueños que proporcionaba el contexto norteamericano, sin por ello renunciar a los valores de la hispanidad ni tampoco implicar la asimilación a la cultura anglosajona.

Por otra parte, su dedicación como docente (11) motivó la escritura de su segunda novela: Enfermeras de Amor. Una Novela de las Antillas (Nueva York, 1935). Esta novela fue concebida como texto de lectura y comprensión sencillas para los alumnos norteamericanos de Caballero, lo cual puede llegar a justificar el poco desarrollo de los personajes y la elección de una historia de amor protagonizada por norteamericanos y enmarcada en una yuxtaposición arbitraria de escenas, personajes y cuadros de costumbres que tienen como único objetivo presentar los valores culturales de la raza hispana. Dejando de lado las críticas que pueden merecer sus dudosos logros estéticos y literarios, ambas novelas deben ser consideradas por su carácter documental, en tanto crónicas que registraron la presencia de actividades y formaciones culturales que contribuyeron con el desarrollo, asentamiento e identidad de la colonia puertorriqueña de Nueva York.

Otra de las características que definía a este grupo de escritores era su vínculo con las universidades norteamericanas, en las que muchos de ellos estudiaron y enseñaban y que resaltaba su prestigio y formación intelectual como promotores culturales. Uno de los responsables de este vínculo fue Pedro Juan Labarthe (1906-1966) quien, además de ser escritor y colaborador de Artes y Letras, fue profesor en diferentes colegios y universidades de Estados Unidos y mantuvo estrecha relación con su profesor y mentor, Federico de Onís, y con el Instituto de las Españas de Columbia University, institución en la que estudió y cuyas experiencias formativas reconstruye en sus textos de corte autobiográfico. De los escritores puertorriqueños asentados en Nueva York durante estas décadas, quizás sea Labarthe uno de los más conocidos y controvertidos, en particular por su confianza en el panamericanismo como fuerza política que permitiría el reconocimiento y cooperación mutuos entre las culturas norteamericanas y las de la América hispana. En Artes y Letras sus contribuciones versaron sobre las características de esta ideología política ―“Puerto Rico y la Liga de Naciones Americana. El triunfo del panamericanismo”, publicado en abril de 1937, es un claro ejemplo―, la cual a su vez le llevó a conformar asociaciones como el Grupo Inter-Americano de la Sociedad Roerich y la Sociedad de Artistas Hispanoamericanos en Nueva York, y a conseguir el reconocimiento de la música puertorriqueña por parte de la Unión Panamericana. Su prolífica producción literaria abarcaba géneros como el ensayo, la poesía, la narrativa y la crítica literaria en títulos como Estrías de Sueño (1936), Claustro Verde. Poemas (1937), Pueblo, Gólgota del Espíritu (1938), Antología de Poetas Contemporáneos de Puerto Rico (1946), Mary Smith (1958), De Mi Yo. Poemario (1958), entre otros. Pero sin duda ha sido The Son of Two Nations: The Private Life of a Columbia Student (1931) el texto que le ha merecido más comentarios, tanto negativos como laudatorios.

Escrita en inglés y dirigida a una audiencia norteamericana, esta autobiografía relata la formación intelectual y el crecimiento del personaje, Pedro Juan Labarthe, desde su juventud en Puerto Rico, hasta la obtención de su licenciatura en Columbia University, destacando durante todo el relato la importancia de la educación para la formación espiritual y el progreso de las sociedades. Su excesivo individualismo y asimilación a la sociedad norteamericana han sido cuestionados por la crítica que censuró este texto y a su autor (Mohr; Aparicio). Sin embargo, aproximaciones más recientes (Irizarry) han entendido el ánimo moderno con el cual Labarthe, de forma similar a Pedro Caballero, concebía la relación de los puertorriqueños con los Estados Unidos. A favor de esta modernidad, el protagonista de The Son of Two Nations legitima su biografía y su posición política en el tópico de la escena de lectura, práctica que le permite reconocer su identidad y justificar su respeto por Estados Unidos y su confianza en el panamericanismo. Desde el punto de vista literario, el mérito de su narración está en elaborar una autobiografía que nos remite al relato como origen de la vida (Molloy 16, 32), y sobre todo, en concienzudamente apropiarse de los libros y de la educación para exaltar los valores universales del saber, construir su yo, erigirse como autoridad ejemplarizante y justificar su propuesta de una comunidad puertorriqueña global y de un concepto de “puertorriqueñidad” dinámico, inclusivo y transcultural (Irizarry 34).

De ensayistas y feministas: otra lectura del hispanismo en Nueva York

Otra de las lecturas desde las cuales deben concebirse las experiencias de modernidad de escritores, intelectuales y artistas hispanos en Nueva York durante las décadas del veinte y treinta, se producía a partir de las transformaciones que tenían lugar en las representaciones de la feminidad. En este sentido, los discursos producidos en Artes y Letras contribuían con la resignificación de la identidad de género de las mujeres hispanas ¾dentro de los límites que suponía la oposición masculino/femenino¾  y constituían un desafío del control social y cultural ejercido sobre las mujeres y de los discursos que justificaban el modelo de la feminidad entendida como domesticidad; igualmente, redefinían estratégicamente el ingreso, participación e igualdad de las mujeres en los pactos de ciudadanía, derecho tradicionalmente concedido a las mujeres a partir del pacto matrimonial, en su calidad de “contrato sexual” (Pateman).

En Artes y Letras el ensayo, en tanto que práctica textual orientada hacia la formalización del saber universal y objetivo, fue problematizado al convertirse en una herramienta menos normativa en su forma y en su contenido de manos de las mujeres, quienes ensayaban estrategias simbólicas para evidenciar las jerarquías de género que regían la producción de la cultura y, desde esta posición, subvertían sus exclusiones y propiciaban el desarrollo de la identidad propia y de las capacidades intelectuales de las mujeres. (12) A su vez, el reconocimiento de pertenecer a un colectivo vinculado por sus intereses políticos y experiencias comunes favorecía que estas escritoras se presentaran como sujetos autorizados para exponer sus opiniones respecto de asuntos concernientes a la vida de la colonia y la identidad de la raza hispana, así como de temas desatendidos por la universalidad del saber patriarcal. En este sentido, estos ensayos propiciaban una triple transformación: por un lado, la autorización de las mujeres como sujetos intelectuales; por otro, la incorporación del feminismo y de los asuntos de las mujeres en el discurso de identidad panhispánico; finalmente, la desarticulación de un género literario en cuyos límites se desdibujaban igualmente las diferencias de los géneros sexuales en la cultura.

De acuerdo con Pratt, el gender essay, al igual que el criollo identity essay, se relaciona con el intelectual como figura pública quien, además de escribir ficción y poesía, participa activamente en el periodismo y en asuntos de interés político y social (16). Sin duda, en el caso de Artes y Letras, el contexto de la migración y la agrupación de los sujetos letrados en asociaciones culturales favorecieron la emergencia de colaboradoras como Clotilde Betances Jaeger, Josefina Silva de Cintrón o María Mas Pozo como “intelectuales públicos”. Ante la ausencia de las tradicionales elites intelectuales (masculinas) latinoamericanas, el acceso de nuevos grupos letrados integrados por mujeres era quizás un poco menos restringido. Sin embargo, los registros que conservan las crónicas de la migración puertorriqueña prestan poca atención a la participación de las mujeres en las dinámicas comunitarias y culturales de la colonia puertorriqueña en Nueva York, así como a los esfuerzos editoriales por exaltar ejemplos de ciudadanía en figuras y referentes contemporáneos para los lectores y lectoras de estas publicaciones. Por eso es importante reconsiderar en la actualidad los ensayos que en Artes y Letras registraron las biografías de mujeres puertorriqueñas e hispanas profesionales tanto en la colonia neoyorquina, como en Puerto Rico, América Latina y otras ciudades de Estados Unidos. Uno de los muchos ejemplos que podemos encontrar en esta revista es el ensayo titulado “Modelo de mujer moderna”, en el cual se reconstruía la vida y la formación intelectual de la puertorriqueña Isabel Andreu de Aguilar, y se destacaban sus logros profesionales y su labor como feminista, activista y líder sufragista. Moralidad y modernidad se conjugaban en este ensayo para representar en Isabel Andreu el modelo de mujer ideal que construía Artes y Letras, el cual, acompañado de un retrato de Isabel Andreu portando toga y birrete, era una muestra más de las muchas imágenes que integraban la galería de mujeres y hombres excepcionales con las que se ilustraban los logros de la colonia hispana, y el progreso y la modernidad de la cultura hispana en general:

Figura prominente en la historia de las actividades de la mujer puertorriqueña, al reclamar sus derechos cívicos y políticos, ha sido la Sra. Andreu de Aguilar un prestigio para la causa, por su entereza de carácter, serenidad en la lucha y dignidad en la victoria.

Es con justa satisfacción que dedicamos esta página a tan digna puertorriqueña, con motivo de haber sido incluido su nombre en la nominación de candidatos enviada al Presidente Roosevelt para ocupar el cargo de Comisionado de Instrucción de Puerto Rico. Es este un acto de justicia y reconocimiento a la preparación y valor intelectual de la mujer, que pone una nota de optimismo en el electorado femenino de aquella isla, al cual se le va reconociendo capacidad para el desempeño de las funciones de alto gobierno. (Febrero 1937: 7)

 

Si, como señalan Lourdes Rojas y Nancy Saporta, “women’s essays became one of the most important avenues for women’s politicization in Latin America” (187), doblemente político es entonces el carácter de este ensayo, porque en este, como en otros textos promovidos y apoyados por la directora de esta revista, las lectoras de Artes y Letras podían reconocerse y (auto)representarse en un modelo de feminidad definido a partir de su inscripción y actuación en el espacio público, estrategia a partir de la cual eran ensayadas otras áreas del saber en las que la mujer era el sujeto y no solo el objeto del discurso. Las estrategias de reconocimiento eran aún más significativas cuando las mismas colaboradoras de la revista emergían como modelos de feminidad, porque también ocuparon la atención de Artes y Letras los ensayos que reflexionaban en torno a la vida y obra de escritoras como Isabel Cuchí Coll (“Heraldos de gloria”, julio 1936).

Fueron muchas las contribuciones que Isabel Cuchí Coll (1904-1993) hizo a la literatura y a la crítica literaria puertorriqueñas e hispanoamericanas durante su larga carrera como escritora. Nacida en Arecibo y nieta del historiador puertorriqueño Cayetano Coll y Toste, Cuchí Coll mantuvo un estrecho vínculo con la intelectualidad puertorriqueña de la isla y de la metrópoli neoyorquina; también supo ingresar en el campo cultural español a través de su contacto con figuras literarias, artísticas y de la vida pública de España durante la década del treinta. Ilustran este constante intercambio sus libros de biografías, entrevistas y ensayos titulados Del Madrid Literario (1935) y Oro Nativo (1936). En el primero, escrito mientras estudiaba en la Universidad Central de Madrid, Cuchí Coll registró su contacto con personalidades como Ramón del Valle Inclán, Pío Baroja, Victoria Kent y María de Maeztu, y además escribió sobre Federico García Lorca y Juan Ramón Jiménez, pero además, tanto en sus entrevistas como en sus ensayos, hablaba también de sí misma y de su conocimiento de la literatura, política y sociedad españolas.

En Isabel Cuchí Coll media lo que Altamirano y Sarlo (1983) entienden como el proceso de transición —no sustitución— sufrido por la crítica literaria, al pasar de práctica periodística a un saber objetivo y académico. Sus textos, libros y artículos publicados en revistas culturales como Artes y Letras y Puerto Rico Ilustrado, señalan la formación de un saber institucionalizado acerca de la literatura hispanoamericana y la existencia de un público lector cada vez más especializado para el que la figura del crítico se convertía en la autoridad del campo cultural. Así, en tanto que “guía cultural”, con los ensayos, las biografías y las entrevistas que componen su segundo libro —junto al que podríamos considerar, además, otros de sus textos: Arras de Cristal y Clara Lair, publicado en 1938— Cuchí Coll conseguía construir un concepto propio de identidad cultural puertorriqueña al incluir en un mismo texto las trayectorias de figuras contemporáneas como Ana María O’Neill, Samuel R. Quiñones, Margot Arce, Antonio S. Pedreira, Concha Meléndez, Luis Palés Matos y Luis Muñoz Marín, entre otros, y, al hacerlo, se inscribía estratégicamente —en tanto que intelectual y mujer— como parte del proyecto cultural en el que se fundaban las bases de una “puertorriqueñidad” con la que se identificaban además las y los lectores y colaboradores de Artes y Letras.

Una de estas colaboradoras, la escritora puertorriqueña Clotilde Betances Jaeger, no solo contó con un destacado reconocimiento por parte de los miembros de la comunidad intelectual de la colonia hispana de Nueva York, sino que además contribuyó como escritora, periodista y conferencista al feminismo hispano y al enaltecimiento de la cultura hispana fuera de la metrópoli. Nacida en San Sebastián del Pepino hacia finales del siglo XIX, Clotilde Betances fue una feminista liberal, educada en Cornell University y con una vida profesional ya activa en Puerto Rico durante la década de 1920. En 1929, comenzó a colaborar en el semanario Gráfico de Nueva York, para posteriormente extender sus contribuciones, hasta por lo menos la década del cincuenta, a publicaciones como Artes y Letras, Pueblos Hispanos y Nueva York al Día. Defensora de la independencia de Puerto Rico, Clotilde Betances respaldó también la causa republicana en España y allí publicó durante la década del treinta en periódicos y revistas de tendencias anarquista y naturalista como Estudios: Revista Ecléctica (Valencia), Iniciales (Barcelona) y Al Margen (Barcelona).

Fueron innumerables las conferencias que dictó en Nueva York y Puerto Rico sobre diferentes aspectos de las literaturas puertorriqueñas e hispanoamericanas, líneas que también motivaron el grueso de sus reseñas publicadas en la prensa hispana de Nueva York. En Artes y Letras, Betances Jaeger publicó varios ensayos cortos en los que celebraba la escritura y el liderazgo social de las mujeres. Uno de ellos, titulado “Anne Lindbergh”, destacaba cómo la valentía de la aviadora norteamericana contribuía al progreso de la aviación y al avance de las ciencias, pero además al registrar el ejemplo de esta aviadora, predicaba no el servilismo sino la necesaria superación de la mujer hispana en el contexto de las posibilidades que propiciaba la sociedad moderna: “Son mujeres del calibre moral, espiritual, intelectual y físico de Anne Lindbergh las que abren paso a la mujer integral, grandes en lo espiritual y moral. Son mujeres como esta las que deben imitarse y superarse, porque únicamente excediéndolas, deja la imitación de ser servil” (abril 1936: 4). Durante su larga trayectoria como escritora y periodista, tanto en Puerto Rico como en Nueva York, Clotilde Betances respaldó el feminismo, la liberación de las mujeres hispanas, su independencia económica y la igualdad de derechos sin distinción de sexos, y demandó de estas una mayor participación en el espacio y opinión públicos. Además de sus ensayos acerca de la mujer y de sus muchas reseñas literarias y de eventos culturales, sus contribuciones en esta revista también ensayaron reflexiones sociológicas e históricas que formaban parte de los intereses que caracterizaban a esta publicación, esto es, la inmigración, el hispanismo, la educación, el idioma español y el feminismo.

Para la directora, colaboradoras y colaboradores de Artes y Letras apoyar y promover la cultura hispana era una labor indisociable de la promoción de los logros obtenidos por las mujeres hispanas, porque la cultura hispana no podía ser concebida si no era desde el trabajo intelectual y social de hombres y mujeres por igual. En este sentido, la consideración del ensayo como gesto de apropiación simbólica del espacio público y del saber cultural y político adquiría incluso una mayor importancia cuando en sus argumentos el feminismo era respaldado a partir de la celebración de la labor de mujeres y, sobre todo, cuando era expuesto como tema de debate. Es precisamente por esta pretensión de hacer del feminismo una parte integral y pública de la cultura hispana que vemos ensayos dedicados al feminismo en casi todo el cuerpo de la revista, pero muy especialmente en la sección titulada “Página femenina”. Publicada durante el año 1934 y dirigida por la puertorriqueña Carmen Betances de Córdova, (13) esta sección redefinía la representación de una feminidad pasiva y doméstica, con la que típicamente se interpelaba a las mujeres en estas secciones, para proponer, en su lugar, la politización de la mujer y su “experiencia de historicidad” (Felski 147) como parte de los intereses femeninos. De la mano de escritoras de la colonia hispana y de América Latina, los ensayos que integraron esta sección exponían, desde posiciones heterogéneas, las diferentes aproximaciones al feminismo y a la identidad de la mujer moderna. Porque, en efecto, escritoras que no se identificaban a sí mismas como feministas, tales como María Mas Pozo (1893-1981), tuvieron también protagonismo en esta revista.

Originaria de Bayamón, María Mas Pozo respaldó activamente la causa independentista de Puerto Rico y condenó el colonialismo norteamericano, y fue además una de las colaboradoras más asiduas de Artes y Letras y de otros medios impresos publicados en la colonia hispana desde finales de la década de 1920 hasta por lo menos la década de 1940, en los que también contribuyó con la práctica de la crítica literaria y con la difusión de la literatura producida en la colonia hispana. Sin embargo, a diferencia de Clotilde Betances, Mas Pozo fue muy crítica con las luchas a favor de los derechos de igualdad de las mujeres, entre otras razones, porque no veía en el voto de la mujer la solución de los problemas morales de los que se valía el feminismo como fuerza política. (14) Por eso promulgó la autonomía de las mujeres hispanas en conjunción con sus roles como madres, esposas y hermanas, y en relación con la conservación de los valores morales, la familia y el progreso de la sociedad.

Un ejemplo de este posicionamiento lo constituye su ensayo “Recogiendo firmas contra la Guerra”, publicado en Artes y Letras, en el que demandaba de las mujeres “acción” y no “una palabrería escrita” para evitar la guerra. Desde un lugar que exploraba formas de organización política, social y económica asociadas al socialismo y al comunismo, “naturalizaba” su agencia en la resolución de los acontecimientos históricos, aunque esto lo hiciera desde las representaciones “tradicionales” de los roles de las mujeres: “Necesitamos hechos, y nadie por cierto mejor que la mujer en calidad de esposa, novia, madre, podría tener en sus manos las riendas de una sociedad mejor. . . Niéguese la mujer a cooperar en forma alguna para la guerra y veráse [sic.] como el resultado es satisfactorio” (marzo 1936: 12). A partir de este texto de Mas Pozo se creó un debate entre esta y Carmen Betances de Córdova, quien se valió de la carta como modelo de escritura para otorgarle un nuevo significado al intimismo y a la subjetividad,  y hacer públicas sus opiniones respecto del feminismo. Las “Cartas abiertas a María Mas Pozo” (abril 1936) llevaron al terreno público el debate acerca de la identidad de la mujer y las posibilidades sociales del feminismo y expusieron los términos de una discusión que dejaba de ser de interés exclusivo de las mujeres para convertirse en un asunto de interés político y cultural. Con todo, y a pesar de sus réplicas a Carmen Betances, la defensa de la autonomía de la mujer hecha por Mas Pozo no estuvo condicionada por su cuestionamiento del feminismo; de hecho, la celebración de la fortaleza y la capacidad de las mujeres fueron constantes en los textos en los que el feminismo y la mujer eran el motivo de reflexión (“La mujer y el feminismo”, junio 1935 y “Sensibilidad femenina”, agosto 1935), e incluso en textos en los que reflexionaba acerca del humanismo como “Quijotismo y Sanchismo” (febrero 1937).

Además de los ya mencionados, en Artes y Letras figuraron numerosas textos de escritores reconocidos en Hispanoamérica como José Santos Chocano, Miguel de Unamuno, José Ingenieros o Santiago Argüello quienes, a partir de la discusión de asuntos como la identidad de la raza, el panamericanismo y el feminismo, también se valieron del ensayo para, junto a las colaboradoras de esta publicación, construir una idea cultural más inclusiva, en la que pudieran reconocerse hombres y mujeres por igual. Con todo, tan significativo como hacer del feminismo una expresión indisociable de la cultura hispana, y fomentar una tradición cultural compartida entre los puertorriqueños y los miembros la colonia hispana en Nueva York, fue el papel de esta revista en el diálogo y difusión en Hispanoamérica del trabajo de escritores y escritoras de la colonia puertorriqueña de Nueva York. Estos esfuerzos tenían como fin último estimular un sentido de pertenencia colectiva entre los miembros de la colonia puertorriqueña en la metrópoli, a partir de las referencias a las culturas del Caribe hispano, España y América Latina, al tiempo que lo redefinían con la inscripción del feminismo y de las experiencias de la migración en el imaginario cultural del hispanismo. En este marco, Artes y Letras y otras publicaciones relativamente poco conocidas nos invitan a revisar las nociones maniqueas con las cuales se han concebido los discursos acerca de “la puertorriqueñidad” en la metrópoli, y sobre todo, nos obligan a problematizar las aproximaciones académicas e hispanófilas a partir de las cuales se ha orientado el estudio del hispanismo y de la cultura hispana en Nueva York de las primeras décadas del siglo XX.

 

Notas

(1). La importancia de La Prensa para la comunidad puertorriqueña e hispana durante las primeras décadas del siglo XX fue reconocida en la literatura en español producida y publicada en la metrópoli durante los años treinta por escritores poco conocidos hasta ahora (Véase, Caballero (1931), Paca Antillana; y Labarthe (1938), Pueblo, Gólgota del Espíritu); pero también ocupó la atención de figuras reconocidas hoy en día como Bernardo Vega (1988).  Asimismo, hay que añadir que la importancia del periódico como medio de comunicación no se limitó a La Prensa: para el momento de publicación de la revista Artes y Letras, y desde comienzos de la década de 1910, ya había circulando en Nueva York casi medio centenar de publicaciones periódicas hispanas. Para una documentación detallada, cfr., Nicolás Kanellos y Helvetia Martell (2000).

 

(2). Una aproximación más detallada acerca de la formación intelectual y el activismo feminista y cultural de Josefina Silva de Cintrón puede consultarse en Schlau y en la entrada dedicada a esta escritora en la Encyclopedia of Latino Literature editada por Nicolás Kanellos (2008). A su vez, algunos de los datos correspondientes a la información biográfica y literaria de Clotilde Betances Jaeger, María Mas Pozo, Isabel Cuchí Coll, Pedro Juan Labarthe y Pedro Caballero que se mencionan en el presente artículo provienen de las referencias dedicadas a dichos autores en la misma enciclopedia.

 

(3). Con Artes y Letras no solo accedemos a las diversas formaciones culturales que tuvieron lugar entre los miembros de la colonia puertorriqueña en Nueva York, sino que además participamos de un público lector integrado por hispanos e hispanas de diferentes orígenes nacionales, quienes para la década del treinta continuaban llegando a la ciudad de Nueva York y a cuya integración apuntaban los objetivos de esta publicación (Sánchez Korrol, 2006, 355).

 

(4). Artes y Letras fue publicada hasta 1945, pero los ejemplares conservados abarcan desde sus inicios en 1933 hasta 1939, año el que fue lanzada una edición especial dedicada a la Feria Internacional de Nueva York. En este artículo estudio todos los ejemplares conservados, pero he excluido los publicados en junio y octubre de 1939, porque dichas ediciones determinan un punto de inflexión en las líneas editoriales de la revista alejado del desarrollado hasta entonces.

 

(5). Vale la pena recordar que, a finales de la década de 1920, el semanario Gráfico (1927-1931) tuvo también entre sus objetivos fomentar la formación de una conciencia de unidad panhispana entre los miembros de la colonia puertorriqueña en Nueva York y lo hizo, en gran parte, a través de la relación con las compañías teatrales y las organizaciones sindicales hispanas de la colonia, de ahí sin duda el lema con el cual era definido por sus editores: “Semanario defensor de la raza hispana”. De la misma forma, La Prensa respaldaba la unión de la raza hispana, no solo en la presentación de noticias dirigidas a lectores de diferentes orígenes hispanoamericanos, sino a través de sus editoriales y secciones dedicadas a las actividades, literatura y tradiciones de la “cultura hispana”, tanto en Nueva York como en el resto de los países de habla hispana. Similar función ejercieron el Boletín Oficial de la Liga Puertorriqueña e Hispana (1928-1933) durante la década del veinte, y Pueblos Hispanos (1943-1944) a mediados de los años cuarenta, y ha sido estudiada, entre otros, por Marta Aponte Alsina, 1994; Nicolás Kanellos y Helvetia Martell, 2000; Virgina Sánchez Korrol, 1994; y Lorrin Thomas, 2010.  

 

(6). Definida como una asociación “sencillamente cultural, recreativa y benéfica” (“Círculo Cultural Cervantes”, octubre 1933: 1), el Círculo Cultural Cervantes contó con la membresía  y “cooperación intelectual de profesores, literatos, artistas, es decir de personas ilustradas en los diferentes ramos [sic] del saber humano, quienes deseosas de hacer partícipe de sus conocimientos a la comunidad, están dispuestas a tomar parte activa en tan beneficiosa obra, pues su fin es el progresivo perfeccionamiento de la colonia” (“Círculo Cultural Cervantes”, noviembre 1933: 1).

 

(7). Algunos de los editoriales de los primeros ejemplares de Artes y Letras reconocían la importancia que “el conglomerado puertorriqueño” tenía políticamente para las autoridades de Nueva York y alertaban acerca de la proliferación de grupos y organizaciones políticas, cívicas y culturales en la naciente colonia puertorriqueña porque aunque estos propiciaban la unión de personas pertenecientes a clases y “colores” diferentes, también llegaban a acentuar las divisiones características de la sociedad norteamericana, y con ello a contribuir con la creación de estereotipos y prejuicios que pendían sobre la colonia. Véase, “A la unión I” (agosto 1933) y “A la unión II” (septiembre 1933).

 

(8). Magali Roy-Féquière (2004) sintetiza el trasfondo racializado en el que se sostenía el discurso de la intelectualidad criolla puertorriqueña durante la década del treinta. Véase, Roy-Féquière, especialmente el capítulo “Negrismo, Literary Criticism, and the Discourse of White Supremacy”.

 

(9). Para una mayor comprensión de las controversias, significados y experiencias que trajo para los puertorriqueños en Nueva York la confrontación con el racismo norteamericano, veáse Lorrin Thomas (2010), en particular el capítulo  titulado “Confronting Race in the Metropole”.

 

(10). Para un análisis más detallado de la relación de Artes y Letras con la formaciones culturales y asociaciones feministas en la colonia hispana de Nueva York durante la década de 1930, véase Vera-Rojas (2011-2012) “Alianzas transgresoras: hispanismo, feminismo y cultura en Artes y Letras”.

 

(11). Pedro Caballero completó su educación entre la Universidad de Puerto Rico y Columbia University y ejerció su carrera como maestro en Puerto Rico y en colegios y universidades de Nueva York.

 

(12). En lo que respecta a la producción literaria, muchos poemas y cuentos formaron parte de las páginas de esta revista, la cual respaldó en especial la publicación de escritoras puertorriqueñas como Amelia Ceide, Martha Lomar, Carmen Alicia Cadilla, Carmelina Vizcarrondo, Ana María O’Neill y Trina Padilla de Sanz (“La Hija del Caribe”), y escritoras latinoamericanas reconocidas como Alfonsina Storni, Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou. A pesar de la importancia que tienen estas contribuciones, me interesa destacar la resignificación del ensayo hecha por las escritoras de la colonia puertorriqueña en Nueva York, sobre todo por la repercusión que ha tenido este género para la construcción del discurso cultural e identitario latinoamericanos.

 

(13). Poco se sabe respecto de Carmen Betances de Córodova. Con la excepción de algunas contribuciones más o menos regulares en publicaciones como Artes y Letras, y la alusión que a sus esfuerzos personales al llegar a Nueva York hace Pedro Juan Labarthe en Pueblo, Gólgota del Espíritu (1938), ha sido poco lo que se ha recuperado de su vida, textos y activismo feminista.

 

(14). Los pormenores de la formación intelectual de estas escritoras, así como los debates y reflexiones que desarrollaron acerca del feminismo y de la identidad de la mujer hispana moderna son expuestos en detalle por Vera-Rojas (2010) en “Polémicas, feministas y puertorriqueñas…”.

 

 

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