Políticas del recuerdo y memorias de la política

en El secreto de sus ojos de Juan José Campanella 

 

Hugo Hortiguera

Griffith University



 

 

1. Introducción

La adaptación de La pregunta de sus ojos, la primera novela del argentino Eduardo Sacheri, publicada originalmente por Editorial Galerna en 2005 y llevada al cine por Juan José Campanella en 2009, se convertiría en el acontecimiento cinematográfico más comentado y exitoso del cine nacional de los últimos tiempos. Semejante éxito de público y crítica la llevó a ser elegida y seleccionada por el Instituto del Cine de Argentina para representar al país en la categoría “Mejor película en lengua extranjera”, en la 82ª edición de los Premios Óscar, organizados por la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de los Estados Unidos en marzo de 2010.(1)

La historia cuenta las peripecias de Benjamín Chaparro, prosecretario de un juzgado de instrucción federal que, habiéndose jubilado en los 90, decide escribir una novela para entretener sus días de aburrimiento. La narración de Chaparro evoca una investigación judicial en la que le había tocado participar en el año 68 y que trataba sobre una brutal violación y posterior asesinato de una mujer en la ciudad de Buenos Aires. Con el material que este personaje recuerda del procedimiento y con los datos que recupera del archivo del Palacio de Tribunales va armando así –como el propio Sacheri- su primera novela. En ella se describen las insospechadas derivaciones del sumario, que se cruzan además con la propia historia del narrador ficcional. (2) El texto se estructura a partir de una serie de capítulos intercalados y de una compleja red de voces narrativas. Éstas oscilan entre los episodios de la novela en cuestión que escribe Chaparro sobre el caso criminal (en primera persona); sus momentos de reflexión metatextual, ya en los 90, sobre la cuestión novelística que tiene entre manos y los inconvenientes que enfrenta para hacer avanzar su historia en el papel (también en primera persona); y una meditación sobre su presente (en tercera persona, pero desde una marcada perspectiva del personaje). La historia en sí no era totalmente original, por cuanto el propio Sacheri ya había intentado un primer acercamiento a ella con el cuento “El hombre”, en su libro Te conozco, Mendizábal, de 2001, en donde relataba un día cualquiera en la vida del marido de la mujer asesinada.(3)

Al poco tiempo de ser publicada la novela en 2005, la ficción de Sacheri despertó el interés del director cinematográfico Juan José Campanella, quien decidió adaptarla para su versión fílmica, en una coproducción argentino-española. Para 2007 ambos -autor y director- redactaron el guión y al año siguiente se inició el rodaje en la ciudad de Buenos Aires. Mientras tanto, la editorial Aguilar-Altea-Taurus-Alfaguara compraba los derechos del libro original editado por Galerna y, con unas pocas correcciones y modificaciones, lo reeditaba, muy oportunamente, unos meses antes del estreno de la película, con una faja que anunciaba: “La historia que inspiró la película de Juan José Campanella”.(4)

El estreno del filme en los cines argentinos se producía el 13 de agosto de 2009 con el título de El secreto de sus ojos. En España ocurría el 25 de septiembre. De inmediato la película se convirtió en un enorme éxito de taquilla, y produjo entre los dos países, tan sólo en los primeros meses de exhibición, más de 17 millones de dólares, cifra absolutamente récord en el mercado cinematográfico argentino para un filme nacional. (5) El 7 de marzo de 2010, la producción de Campanella obtenía el Óscar a la mejor película en lengua extranjera de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de los Estados Unidos. En el elenco se destacaban Soledad Villamil y Pablo Rago, quienes ya habían trabajado en otras producciones del director; Guillermo Francella, un comediante, humorista y actor televisivo y de películas menores; Ricardo Darín, actor fetiche de Campanella y protagonista de dos de sus películas anteriores; y la participación del actor español Rafael Godino, en el papel de Isidoro Gómez, el violador y asesino.

Al conocido elenco y sus buenas actuaciones se le sumaban además algunos efectos especiales e inusuales que despertaron la admiración de la audiencia y de los críticos. Entre estos ejemplos se puede recordar el alarde técnico de una larga toma aérea que abarcaba una panorámica de todo el campo de juego de un estadio de fútbol porteño, en donde se desarrollaba un encuentro deportivo. Con llamativo virtuosismo, la cámara planeaba por sobre la topografía del lugar hasta bajar al nivel de los jugadores y enfocar el rostro del protagonista en la tribuna, mientras éste buscaba al asesino entre la multitud. Esta escena y la de la persecución del criminal que, acto seguido, se desarrolla por las gradas y vericuetos del estadio, muy comentadas por la crítica y los espectadores, requirieron doscientos extras, dos años de pre-producción, tres días de grabación y nueve meses de edición.

Sin embargo, no es esta grandilocuencia cinematográfica, quizás infrecuente en el cine argentino, la que me interesa analizar en este ensayo. En todo este proceso de transposición del libro al guión y de éste al lenguaje visual se fueron produciendo en la historia original algunas modificaciones que agregaron nuevas capas de significados y quizás dieron -a mi juicio- un rumbo bastante diferente que el texto novelístico de Sacheri se había propuesto en un principio. (6)

Ha sido ya muy señalado por la crítica que un fracaso individual recurrente cruzado por un pasado nostálgico puede ser considerado el punto temático nodal en la filmografía de Campanella. Recuérdense, por ejemplo, la frustración del protagonista del Hijo de la novia ante la pérdida irremediable de su negocio y la enfermedad irrecuperable de su madre; la desaparición de un club de barrio en Luna de Avellaneda; o la miseria y el exilio eterno al que quedan atados los personajes inmigrantes de la serie televisiva Vientos de agua (véanse los comentarios de Walger, D’Espósito y Bazán al respecto).

Si como señala Acosta Larroca en entrevista con el director, en sus primeras películas (El mismo amor, la misma lluvia, El hijo de la novia y Luna de Avellaneda) puede percibirse un recorrido que describe al argentino medio en tres etapas: individuo, familia y sociedad respectivamente, este nuevo intento no parece sustraerse a esta tendencia y subraya, quizás como ninguno de sus productos anteriores, “algo en torno al déficit de la polis”  (Fariña, edición electrónica). Y este déficit revela una política particular del recuerdo, en donde se manifiestan disputas y pactos ideológicos diferentes de los que se sustentaron en los primeros años de la transición democrática argentina, cuya teoría de los dos demonios clausuró en cierta medida la posibilidad de narrar las vicisitudes de los acontecimientos sociales y políticos de los primeros años de los 70 (Sondereguer  3-4).

Como se recordará, a partir de los decretos 157 y 158 del gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989) y del informe de la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (CONADEP), publicado con el título Nunca Más, se impuso en el país una particular lectura sobre los hechos que llevaron al golpe de estado de 1976. Esta explicación se sostenía en tres componentes básicos. En primer lugar, planteaba la existencia de un primer demonio de izquierda que había trastornado a la sociedad argentina con su violencia. Esta conducta, como contrapartida, había despertado una reacción iracunda de un segundo demonio, esta vez de derecha, que había abierto las puertas a una violencia infinitamente peor. En medio de esta disputa, había quedado, “como testigo inocente”, una sociedad ajena a todo ese enfrentamiento. Si bien esta teoría cuestionaba los métodos llevados a cabo por el terrorismo de Estado, el diagnóstico presentado reconocía la necesidad de poner en su lugar los desmanes del primer demonio (Para más detalles ver Bietti y Sondereguer).

Aunque no voy a extenderme en este punto histórico, sin embargo, hay que tener en mente estos hechos tantas veces debatidos y nos permitirá entender “la falla” que la película retrata. En efecto, el fracaso del que nos habla parece haberse extendido a y apropiado de un sistema social que coloca a la comunidad descripta en la historia más allá de las fronteras civilizadoras de la razón, por fuera de la ley, regido por un impulso amnésico y  monstruoso del que ya no es posible sustraerse. En este sentido, una visión política pesimista parece hacerse cargo del discurso fílmico. El final elegido por Campanella –que modifica en parte el final de Sacheri, y ya veremos a qué extremos- nos habla de bancarrotas y deterioro moral y legal en que habría entrado la comunidad toda (volveremos sobre esto más adelante).

El guión así se fue constituyendo en esta intersección de los universos recurrentes del director y del escritor y erigiendo además una nueva resonancia que tendría ecos muy particulares con el entramado social y político inmediato de la Argentina del tercer milenio. Sobre esta base, no me propongo entonces aquí enumerar los episodios del texto eliminados o modificados en el filme, los cambios de nombres de los personajes o las diferencias de desenlace. Mi interés pasa, siguiendo a Sergio Wolf (22), en realidad, por interrogarme sobre los motivos y persistencias de estos cambios y los efectos ideológicos de “fascinación perversa” que el filme -a diferencia del libro en que se basó- provocó en su audiencia (Acosta Larroca), y la relación con un lenguaje marcado por una torsión y una tensión particular con “la memoria”, que termina por escenificar un lado oscuro e indecible de la sociedad argentina. Cabría preguntarse entonces cuáles serían las formas materiales del discurso cinematográfico de Campanella mediante las cuales se hace evidente la huella de esta formación ideológica. ¿Cómo el filme difunde, fija y transmite determinados imaginarios sociales que parecen contradecir u oponerse a un imaginario sobre la memoria que, a partir de los gobiernos de los Kirchner, pretende transformarse en hegemónico en el momento en que la película se filma y estrena? Éste será el interrogante que dirigirá mi estudio.



2. Sociedad de excepción

El contexto en el que se desarrolla la novela de Sacheri coincide con una serie de momentos fundamentales del último tercio de la Argentina del siglo XX. La violación y el descubrimiento del cadáver de la mujer se dan en medio del onganiato (fines de los 60). En tanto, la captura del asesino se produce en plena dictadura del General Alejandro Lanusse y su liberación está enmarcada por la breve administración del Presidente Héctor J. Cámpora y la amnistía decretada por éste para liberar a todos los presos políticos de entonces (comienzos de los turbulentos 70). Por otro lado, bajo el régimen del General Rafael Videla transcurre el exilio de Benjamín en la provincia de Jujuy, refugiado allí ante la posibilidad de un intento de asesinato contra su persona a manos de un grupo paramilitar de la capital (mediados de los 70). Finalmente, el desenlace sorpresivo sobre el destino del marido de la víctima y el asesino se produce a fines del gobierno del Dr. Menem (finales de los años 90).

La filmación de Campanella, sin embargo, provoca un corrimiento temporal significativo y concentra todo el accionar en dos períodos democráticos que transcurren entre 1974-1975 (tercer gobierno del General Perón y luego el de su sucesora y viuda, Estela Martínez de Perón) y fines de 1990 (postrimerías del gobierno Justicialista del Dr. Menem). Vale decir, descentra la mirada que tradicionalmente se ha venido dando sobre la dictadura en la filmografía argentina reciente para orientarse hacia una época poco debatida hasta ahora en el cine de ese país. Es ese breve intervalo democrático entre 1973 y 1976, caracterizado por una radicalización del pensamiento político, el afianzamiento de grupos armados terroristas y por la aparición de escuadrones paramilitares organizados desde el Ministerio de Bienestar Social por el entonces ministro José López Rega. Éste, como se recordará, apuntaba a perseguir a todos aquellos que no comulgaban con un peronismo más ortodoxo (Mira Delli-Zotti 53). En suma, gran parte del marco temporal de la película se da en la protohistoria del Estado terrorista. (7)

Más allá de la dificultad de tener que ambientar la historia en cinco períodos y la simplificación técnica que significaba reducirla a dos, el propio director ha declarado en algunas entrevistas otras razones de este cambio (ver Sendrós). Entre ellas señalaba su interés por analizar la forma en que un gobierno democrático comienza a transgredir los límites legales, momento crucial en donde entran en conflicto las configuraciones de ciertos imaginarios sociales. (8) El objetivo de estas transformaciones sería entonces, para Campanella, detenerse en ese instante paradójico y excepcional en el que un estado de derecho se vacía de derecho y comienza a vulnerar la ley para garantizar su continuidad e inclusive su propia existencia. Su idea apuntaba así a revisitar las instancias que se fueron dando en la creación de un no-espacio de derecho, una zona de anomia, o de incongruencia de normas, dentro de la cual se violentaron y abandonaron todos los valores jurídicos (Agamben 99).

Es esa necesidad por narrar “el huevo de la serpiente” que llevará al director a efectuar, desde una perspectiva transpositiva, algunas modificaciones sustanciales respecto de las coordenadas temporales y algunos sucesos relevantes de la historia, sin dejar de lado, como veremos, referencias muy concretas al presente inmediato de su filmación. Gracias a estos juegos, la película así filmada terminará desplegando una mirada muy particular no sólo sobre la obra original de Sacheri y sobre las épocas a la que éste alude y las circunstancias políticas de los 70, sino sobre aspectos muy particulares de una contemporaneidad argentina cruzada por lo que parece ser un peronismo incorregible, que sitúa al estado al margen de la ley y lo sume en una transgresión perpetua. 

En este sentido, que el marco temporal de la historia en la película y su momento de filmación y estreno coincidan precisamente con tres etapas peronistas (el gobierno de Estela Martínez, la administración de Carlos Menem y la presidencia de la Dra. Cristina Fernández de Kirchner) no es una coincidencia fortuita menor ni producto de una economía técnica. (9) Y en efecto, la estructura ideológica que sostiene al filme se consolida quizás con fuerza en esa escena precisa en la que el asesino -ya liberado gracias a una maniobra espuria de grupos paramilitares enquistados en el Ministerio de Bienestar Social- aparece en la televisión como guardaespaldas de la entonces presidenta Martínez. La imagen así retratada marca el momento exacto del “reconocimiento” del inicio del terror en la sociedad argentina contemporánea, esto es, el instante en que se reconoce a la comunidad cruzada por una estructura política dominante que proyecta, desde lo más alto del poder y bajo un régimen democrático, un estado incompatible con ciertos principios de nación. (10)  

La evocación de ese momento crucial en que Benjamín registra ese cambio -y con él la audiencia- inaugura un espacio de terror que transforma la trama aparentemente policial que hasta allí se venía contando. Se pasa así a un thriller político que busca atar los cabos sueltos interpretativos de la historia nacional reciente para poder entender y desentrañar su presente, en una suerte de “memoria ejemplar” que sirva como “un modelo para entender situaciones nuevas, con agentes diferentes” (Todorov 30).

Se establece así un complejo enfoque de enunciación y punto de vista fílmico en donde la cuestión de la desintegración social y decadencia de determinados valores de la comunidad que se percibe en el hoy del espectador se retrotrae 30 años y se recorta en el horizonte discursivo como una letanía que atraviesa tres gobiernos justicialistas absolutamente diferentes. Es así que la sintaxis narrativa va adquiriendo cada vez más un orden anómalo y pendular, de continua alternancia, en el que siempre entran en juego dos elementos como mínimo: dos tiempos, dos términos, dos tonos y texturas, dos escenas que (sintagmática y paradigmáticamente) se contraponen.

Así, la alternancia y el número dos constituyen el discurso en todos sus niveles, en un diálogo de ida y vuelta entre voces emparentadas que no logran encontrar una síntesis o unidad. Por un lado, Benjamín reconoce su error de interpretación de lo sucedido y relee los acontecimientos en que está sumergido con ojos políticos a partir de esa imagen televisiva (episodio ausente, por otra parte, de la versión literaria de Sacheri). Y préstese atención a este detalle: la visión de “espectador” de Benjamín hasta este momento. Por otro, la audiencia –identificada con el personaje- percibe la mirada política de Campanella, esa “otra cosa” del presente que el director está tratando de agregar, como un plus, al relato de Sacheri, en el contexto neoperonista de los Kirchner.

 

3. Un nuevo discurso sobre la memoria

Pero ¿en qué consiste ese plus? De acuerdo con Montero (siguiendo a Barros, en “Memorias discursivas”), al comienzo del nuevo milenio en Argentina se producen las condiciones para clausurar ciertos discursos acerca de la memoria y desplegar otros. En efecto, desde el inicio del gobierno de Néstor Kirchner en 2003, al decir de Altamirano (32), se ha observado una reivindicación elemental del pasado setentista, obviándole toda posible contradicción, “estiliza[ndo] la militancia [de esos años] y borra[ndo], por medio de esa estilización, no sólo a los partidos armados de la época, sino la guerra intestina del peronismo, la Triple A, en fin, todo aquello que fue degradando la vida pública nacional antes del golpe de Estado”, hasta desembocar en una de las represiones más sangrientas de la historia nacional. Desde el momento en que los Kirchner hicieron explícita esa voluntad política de la memoria y establecieron “memorias de la política” particulares se fue construyendo en el universo del nuevo discurso nacional una nueva narración polémica (a la que Montero identifica como “el discurso kirchnerista” -DK- [“véase Puesta en escena”] ) , a partir de la cual algunos sucesos del pasado fueron idealizados y reformulados. (11)

Es así que en el centro de la discursividad kirchnerista podríamos decir que está la cuestión de la memoria y la recuperación de una tradición reivindicada, siempre desde la enunciación presidencial, como un modo distintivo de practicar, ejercer la política y entender una justicia basada en valores y convicciones particulares inspirados en aquellos de los movimientos militantes de los 70, pero con aspiraciones de convertirlos en valores universales. Campanella, en tanto, retomará ese gesto, pero con una vuelta de tuerca emocional que aprovechará para escenificar un diseño bárbaro, deforme o incompleto de esa concepción. Esta mirada extratextual satura la diégesis en varios momentos de la película y provoca un tipo de recepción pragmática, en la cual la imagen se convertirá en movilizadora de estereotipos de la imaginación y la emoción, con el fin de llevar la atención de su audiencia “a otro lado” (extra)textual, a construir un exemplum y extraer una lección. (12) En la conciencia intencional de lector, el campo de referencia interno del filme se proyecta en el campo de referencia externo e inmediato de su audiencia.

Así, la huella de las conexiones y afinidades ideológicas que los dos presidentes Kirchner venían reivindicando en sus discursos, reconociéndose e identificándose como militantes de aquel período histórico y herederos de su legado, permanece presente como un sustrato sobre el que se apoyan y contraponen las imágenes de Campanella, con toda su violencia. A diferencia de aquellas figuras políticas, para quienes las asociaciones con aquel pasado idealizado se alinean en directa contigüidad y permiten establecer recurrencias discursivas positivas (tanto en el plano de lo dicho como en el de lo mostrado) con su presente inmediato, El secreto parece polemizar con esa representación. Y así somete a debate y cuestiona las formas en que se abordan desde el nuevo discurso político hegemónico las nociones de justicia y memoria. Se reformula entonces una trama que reinterpreta genealógicamente las relaciones de poder, remembranza y violencia en la sociedad argentina, con marcas en el cuerpo, pero también en el lenguaje. (13)

4. Las marcas en el lenguaje y en el cuerpo
¿Cómo narrar, entonces, esas circunstancias? ¿Qué palabras usar? ¿Por dónde empezar? La historia terrible de la violación y del asesinato de la joven (nótese el valor simbólico que implica este hecho) y la investigación que cuenta la novela se transforman en actos atroces imposibles de narrar. Esto se refleja en la historia concreta que nos ocupa en los varios intentos del Benjamín de Sacheri por iniciar su narración, por encontrar una voz narrativa (en qué persona gramatical contar), por decidirse a usar un léxico popular, lleno de matices, con expresiones soeces y flexiones orales, y por contar los “hechos reales” de los que se “pueden dar fe” por haber estado allí, pero también aquellos que supone o imagina que pueden haber ocurrido (“Y será mejor contar lo que sé y también lo que supongo, porque de lo contrario nadie va a entender un carajo.” [21]). Sin duda, esta imposibilidad de encontrar una única forma para contar el espanto se refleja en la multiplicidad de voces que se precipitan en las páginas y se intercalan en los diferentes capítulos a lo largo de la novela.
Frente a esta disyuntiva del personaje de Sacheri, Campanella elije, en tanto, una apertura similar, y expone esa misma frustración con imágenes múltiples y ambiguas. (14) Así, el inicio del filme se desarticula entre comienzos varios que el personaje de Benjamín Chaparro -bautizado ahora por Campanella como Benjamín Espósito (apellido significativo y simbólico también)- rememora desde un presente ubicado a fines de los 90. (15) Un primer intento naufraga con el cliché de una típica despedida romántica de una pareja -fondo musical sentimental mediante- en un andén, en los años 70. En un segundo ensayo, se exponen unos párrafos del comienzo de una novela que se descartan de inmediato por su autor -a quien vemos ahora con la cara de Darín-. (16) Una tercera tentativa de inicio se resuelve con una voz en off -la del mismo actor- que relata en tercera persona el desayuno de Liliana Colotto, siguiendo la visión de un marido al que no vemos. Pero la versión termina pronto convertida en un bollo de papel que arroja al suelo, en medio de un grito, suma de decepción y frustración. Imagen, letra escrita y voz no logran conciliarse con el espanto de la historia. Sin embargo, pareciera ser la cuarta versión, la más atroz -el momento de la violación de la mujer que el autor ficcional se imagina (nótese bien este detalle)- la que termina eligiendo, aunque luego remueva la página de la libreta en donde llevaba sus anotaciones (tan terrible es el recuerdo), la doble con cuidado y la deje a un lado, sobre su escritorio, pero sin destruirla. (17)
Aunque breve, la escena es, sin duda, impresionante. Colocada como está, después de un par de intentos edulcorados (la despedida melodramática en el andén, la frase romántica, la evocación de una supuesta aurea aetas de la pareja), la imagen de la violación con los gritos de la víctima irrumpe esos momentos cuasi idílicos y colisiona de manera imprevista y brutal, superando todo lo decible. No hay forma de aceptar una violencia puesta, como está, en primer plano. Pero tampoco se la puede olvidar. Doblar y guardar esas palabras casi amorosamente hasta quizás encontrar el momento justo para sacarlas a luz parece ser la única reacción posible. Con esa imagen grabada, el espectador continuará viendo la película, conminado ahora, junto con Benjamín, a buscar al culpable y restituir el orden perdido con la imposición de una justicia que, lo confirmaremos al final, no sólo no ha existido en los 70, cuando se produce la terrible violación, sino tampoco en los más cercanos 90, cuando se descubre el destino del violador y asesino.
Así, lo justo y lo injusto, y las nociones de crueldad y compasión no terminan de tener un cierre en el -valga la redundancia- “cierre” de la película y permanecen abiertos hasta después de los créditos finales. Por el contrario, las últimas escenas plantean una visión turbadora de la memoria, de las nociones de justicia de la sociedad argentina y entran en conflicto con los conceptos que el libro original planteaba. En efecto, en aquél Morales se suicida por padecer una seria enfermedad pero, se sugiere, envenena antes al violador que había mantenido encarcelado por 25 años en el fondo de su casa, al tiempo que le pide por carta a Benjamín que preserve su honor y esconda los rastros de su venganza. Benjamín accede, sepulta el cuerpo del violador, oculta las pruebas de la cárcel clandestina y da parte a la policía sólo del suicidio de Morales, sin decir nada de aquello otro que descubre. El olvido se presenta así como la única opción válida. O mejor aún: la memoria de aquel momento trágico sólo es reconocida en la ficción que Benjamín escribe, mientras que el olvido del pasado aparece como la única opción viable en  los registros oficiales.
La película, en tanto, se distancia de esta versión y repone en cambio un silencio siniestro ante el horror del presente. El Benjamín de Campanella descubre la cárcel clandestina en una visita casual a Morales, ve al violador detrás de las rejas y elije callar, al igual que lo ha venido haciendo el carcelero todos estos años. Toda la escena transcurre en ese cruce de miradas en silencio de los tres personajes: la consternación en los ojos de Benjamín, la mirada cómplice de Morales y el aturdimiento de Gómez que sólo acierta a pedir: “Dígale que al menos me hable”. Entremetido en esa relación siniestra, Benjamín, convertido ahora en encubridor del horror permanente, tampoco pronuncia palabra. Pero ya no es un inocente “virtuoso” entre dos demonios, entre dos espectros del pasado, sino un partícipe más de ese pequeño cosmos alegórico del país en que se ha transmutado la cárcel.  
Y hasta aquí llega la película. La verbosidad del inicio ha quedado clausurada ante la presencia del silencio absoluto y la perturbación en la que queda sumido y enredado Benjamín y con él, el espectador. Lo nefasto que descubre es algo que va mucho más allá del castigo ilegal al que ha quedado sujeto Gómez. Es el descubrimiento de una fascinación perversa por lo atroz que atraviesa la sociedad argentina y de la que él no escapa. Eso que ve en ese pequeño espacio de la prisión levantada por Morales es su propia perversión secreta.
Así, mientras la narración de Sacheri encapsulaba el pasado, siguiendo una lectura que la acercaba mucho más a un modelo causal de la violencia estatal basada en la teoría de los dos demonios, que se contraponía casi caprichosamente a la visión estilizada del contexto de estreno de la película, el discurso fílmico de Campanella reconoce quizás una marca interpretativa distinta. Ya no es la estilizada imagen de un pasado idealizado kirchnerista ni la certeza confortable de dos demonios atrapados mortalmente y para siempre en una relación nefasta. (18) Es, en cambio, reconocerse con perversa fascinación en esas dos sombras envejecidas y descifrar en el secreto de sus ojos la respuesta atroz de lo que somos y no quisiéramos escuchar, porque, parafraseando a García Márquez, “las estirpes condenadas a doscientos años de soledad y desencuentro no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”. 

Notas

(1). Nacido en Buenos Aires en 1967, Sacheri es profesor y licenciado en Historia en el nivel universitario y secundario. Sus primeros cuentos se remontan a mediados de la década del noventa. Entre sus publicaciones se encuentran los relatos de Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol (2000, Galerna) —editado en España como Los traidores y otros cuentos —, Te conozco, Mendizábal y otros cuentos (Galerna, 2001), Lo raro empezó después, cuentos de fútbol y otros relatos (Galerna, 2004), Un viejo que se pone de pie y otros cuentos (Galerna, 2007), y las novelas La pregunta de sus ojos (publicada originalmente en Galerna, 2005 y reeditada por Aguilar-Taurus-Alfaguara en 2009) y Aráoz y la verdad (Aguilar-Taurus-Alfaguara, 2008). Algunas de sus narraciones han sido publicadas en medios gráficos de la Argentina, Colombia y España, e incluidas por el Ministerio de Educación de la Nación de Argentina en sus campañas de estímulo de la lectura.

(2). El propio Sacheri ha señalado, en una nota al final de su novela, el detonante de su historia. Según lo confiesa allí, en 1987 había entrado a trabajar en un juzgado nacional de primera instancia en lo criminal en la Capital Federal. Unos compañeros le contaron un día detalles sobre un viejo caso que todos recordaban y en el que un preso común, detenido en la cárcel de Devoto, se había beneficiado con la amnistía para presos políticos dictada por  el entonces presidente Héctor Cámpora en 1973. Un tiempo más tarde, mientras intentaba escribir su primera novela, recordó la anécdota. A ella le sumó una serie de hechos y situaciones ficticias que le sirvieron para explicar la puesta en libertad del criminal y darle impulso a su texto.

 

(3). “Esa manera de escribir la historia básicamente en primera persona, contada por Chaparro, pero de vez en cuando salir del personaje y contarlo a él, me permitió poner en Chaparro parte de lo que me sucedía. Yo venía de escribir tres libros de cuentos, me movía con comodidad en el género, pero sentía que me debía poder escribir una novela. Esta historia estaba hace años dando vueltas por mi cabeza. De hecho hay un cuento en Te conozco, Mendizábal que se llama “El hombre”, que narra un día en la vida del viudo y el asesino. En el cuento, Morales se levanta y extraña a su mujer, se prepara el desayuno, sale al campo en un día de lluvia, va al galpón, lo abre y de repente dentro de una jaula hay un tipo. Y ahí termina el cuento. La historia ya estaba en mi cabeza más o menos completa, pero para poder hacerla primero escribí ese cuento. Para la novela necesité ponerle a Chaparro mis propias dudas: tiempos verbales, personas, cómo narrar lo que no vio, dónde terminar la historia, hasta dónde contarla. Fue muy liberador para mí tener esa posibilidad de que mis problemas fueran los problemas de Chaparro” (Sacheri en Friera).

 

(4). Cabe destacar aquí la relación directa que ha existido en los últimos años entre Editorial Aguilar y el poderoso conglomerado mediático del grupo Clarín. Para un acercamiento al mecanismo de “asociaciones” de muchas de estas empresas, ver los trabajos de Hortiguera y en especial el muy interesante estudio de Ruiz.

 

(5). Nótese que dos días antes de su estreno español, la editorial Alfaguara española publicaba la novela de Sacheri con el mismo título de la película de Campanella.

(6). Por “transposición” entenderé aquí, siguiendo a Steimberg (16) el cambio de soporte o lenguaje de un género o un producto textual. El ejemplo más evidente se da en el pasaje de una novela o grupo de novelas al lenguaje cinematográfico. Como agrega Wolf (16) por su parte, este concepto implica “la idea de traslado pero también la de transplante, de poner algo en otro sitio, de extirpar ciertos modelos, pero pensando en otro registro o sistema”.

 

(7). La lista de grupos responsables por actos de violencia durante esos años es larga y resulta difícil de comprender, dadas las sutiles diferencias ideológicas entre ellos: los Montoneros (con una considerable influencia dentro de la Juventud Peronista); las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP); las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en su origen una organización marxista-leninista que más tarde giraría hacia el peronismo; las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL), también marxista-leninista; el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), originalmente un desgajamiento de un pequeño partido trotskista y opuesto al peronismo. En medio de todos estos grupos, surge hacia mediados de los 70 la agrupación paramilitar Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), que, dirigida secretamente por López Rega desde su puesto del Ministerio de Bienestar Social, se propuso enfrentar a miembros de esas guerrillas, a sus simpatizantes, y al mismo tiempo a jueces, jefes de policía y activistas sociales y miembros de la cultura que cuestionaban la ortodoxia peronista. Para más detalles, ver Page.

 

(8). Por imaginario, sigo a Castoriadis (10), cuando lo define como una “creación incesante y esencialmente indeterminada (social-histórico y psíquico) de figuras/formas/imágenes, a partir de las cuales solamente puede tratarse de ‘alguna cosa’: lo que llamamos ‘realidad’ y ‘racionalidad’ son obras de ello”. En palabras de Wortman (61) en su exégesis de este autor, “es el magma de significaciones que hace que las cosas tengan sentido para el sujeto y lo ubiquen en un universo social.” En concreto, según esta autora, nuestra tarea debería ser dilucidar esas estructuras significantes que “constituyen nociones que organizan el mundo de las personas, en términos intersubjetivos”.

 

(9). Para Horowicz (quien escribe su análisis en 1985), el peronismo puede periodizarse en cuatro etapas. El primer peronismo está delimitado por los acontecimientos del 17 de octubre de 1945 y el 16 de septiembre de 1955. El segundo se identifica con las luchas de resistencia mientras que Perón se encontraba en el exilio y culmina con su regreso el 17 de noviembre de 1972. El tercero se enmarca en las elecciones de 1973, con la presidencia Héctor J. Cámpora y termina con la muerte del propio Perón el primero de julio de 1974. El cuarto se identifica con el gobierno de su viuda, Estela Martínez, y se continúa hasta fines de las década del 80. Por mi parte, considero que podemos agregar dos etapas más: una quinta fase, que se extiende a toda la década del 90, bajo el gobierno de Menem, marcada por una fuerte impronta neoliberal, y un sexto período con los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner (desde 2003 en adelante).

 

(10). Utilizo aquí el concepto de “reconocimiento” en su sentido aristotélico como “el cambio de ignorancia en conocimiento, para provecho o para daño de los que están destinados a la felicidad o la desgracia” (Aristóteles 65).

 

(11). Para el concepto “memorias de la política”, no pierdo de vista a Rabotnikof (260) cuando lo define como “las formas y las narraciones a través de las cuales los que fueron contemporáneos de un período construyeron el  recuerdo de ese pasado político, narran sus experiencias y articulan de manera polémica, pasado, presente y futuro”.

 

(12). Los ejemplos son varios y exceden las posibilidades de este artículo. Para citar sólo un par, recordemos, por ejemplo, que la escena del crimen, tal como aparecía en pantalla, parecía evocar otra, no tan lejana, que algunos canales porteños de televisión, en contra de todo respeto y mesura, habían emitido en ocasión del asesinato de la empresaria Nora Dalmasso en noviembre de 2006. En aquella ocasión, algunas estaciones televisivas sensacionalistas, empujadas por la obtención de un rating esquivo y en complicidad con personal policial, habían decidido difundir en horario central imágenes del cadáver tal cual se había encontrado en la escena del crimen: desnuda sobre una cama y con un lazo en el cuello. Urgida por encontrar un culpable y resolver el caso rápidamente, la policía había detenido y acusado sin pruebas a un obrero que había estado haciendo refacciones en la casa de los Dalmasso (considerado por todos los medios, para entonces, como un “perejil” –término que en el español rioplatense significa “protagonista accidental”, y por extensión “tonto”-.). Sin embargo, de inmediato se desarrollaron varias manifestaciones populares de apoyo al trabajador, con fuertes críticas contra las autoridades, por creer ver en esta decisión la intención de querer culpar a un inocente para cubrir a alguien muy allegado al gobierno provincial. Mientras tanto, la prensa evocaba la reacción de la gente como una verdadera Fuenteovejuna vernácula que se rebelaba contra la corrupción política provincial cuando ésta cerraba filas para proteger a uno de los suyos. Si bien el libro de Sacheri contaba una historia similar (dos obreros que trabajaban en una casa vecina eran acusados del crimen de Colotto), Campanella se permitió incluir un guiño muy significativo. Los obreros de Sacheri pasaron a ser rotulados en el filme también como “perejiles”, aun cuando la expresión no aparecía en el libro original. Así, para la audiencia argentina, la reacción de indignación de Benjamín en la película con alguno de sus colegas corruptos evocaba las manifestaciones populares que entre los pobladores vecinos a Dalmasso se habían dado en contra de la acusación policial y de apoyo al trabajador injustamente encarcelado. Al fin de cuentas, los hechos del caso Dalmasso estaban muy frescos en el archivo mental de los espectadores como para evitar esa conexión.

 

(13). Así, no se podría obviar una lectura simbólica de la violación de la mujer al inicio de la película. La violación trasciende a Liliana y se convierte en una violación de aquello que ella representa: la Argentina toda.

 

(14). El valor simbólico y la evocación cultural de muchas de sus escenas no puede desestimarse. Como ejemplo, piénsese en la famosa escena del estadio. Toda la imagen recuerda el comienzo de uno de los textos más emblemáticos de la tradición cultural argentina: “El matadero” (1838) de Esteban Echeverría. Compárese todo el inicio visual y aéreo del relato de Echeverría con esas imágenes de la ciudad vista desde el aire; la persecución del asesino por los corredores del estadio (nuevo matadero)  y su captura, tal como ocurre con el toro en el relato decimonónico;  la exhibición obscena de los genitales del  asesino-“animal”; o el interrogatorio en la oficina del juez.

 

(15). Como se sabe “expósito” tiene como significado el de “recién nacido abandonado o expuesto”. La elección de este apellido para subrayar esta idea de “inocencia” de Benjamín plantea una paradoja, por cuanto, lo vamos viendo a lo largo de la película, este personaje –que representa la justicia- no sólo viola en varias oportunidades los procedimientos legales sino que, y esto quedará en claro en la última escena, terminará siendo cómplice con su silencio de un acto de represalia.

 

(16). El párrafo eliminado dice: “El también corrió veloz hasta el final del tren, y vio cómo ella, toda su figura que hasta ayer era gigantesca, se achicaba en el andén hasta quedar pequeña a sus ojos, pero cada vez más grande en su corazón”.

 

(17). Fariña cree percibir que en esa escena la mujer violada parece gritar “Mi amor… basta mi amor”. Y agrega que este comienzo, que toma al espectador por sorpresa, bien podría entenderse como la fantasía de Benjamín sobre cómo se sucedieron los hechos. Pero también afirma que podría ser una pista falsa deslizada por Campanella “como background casi subliminal para contribuir al enigma policial”. El dato podría ser interesante. Sin embargo, si prestamos atención al episodio, en la escena sólo se oye a la mujer suplicar: “Por favor…te lo pido por favor”.

 

(18). Imagen ésta que, por cierto, reitera Sacheri en su cuento “El hombre”, antecedente literario de su novela, como mencionaba más arriba. Recordemos, como ejemplo, las últimas líneas (45): “[El hombre (esposo de Liliana)] avanzó por el camino de ripio hasta la ruta; abrumado, como cada mañana, en la evidencia inquebrantable de que, al fin y al cabo, estaba tan preso como Gómez; desgarrado en la sensación de que ambos rodaban abrazados, mordiéndose recíprocamente las entrañas, por la misma pendiente insondable de sus vidas deshechas (…).”

 

 

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