Dos aproximaciones a la figura histórica de Ines Suárez:

Jorge Guzmán e Isabel Allende

 

 

Silvia Lorente-Murphy

Purdue University North Central

 

 

En la actualidad, existen dos novelas que se ocupan de la figura histórica de Inés Suárez: Ay Mama Inés (1997) de Jorge Guzmán e Inés del Alma Mía (2006) de Isabel Allende. Ambas muestran fascinación por la compañera de Pedro de Valdivia en la conquista y fundación de Chile y coinciden en muchos aspectos de su vida. Cada autor, sin embargo, y como es de esperar, se apropia de la protagonista histórica de una manera personal y caracteriza a la misma con matices diferentes. Seguramente, también la actitud de cada autor frente a la figura histórica es diferente. Las dos obras insisten en su carácter testimonial: la novela de Guzmán se subtitula Crónica testimonial y la de Allende comienza con un preámbulo “Crónicas de Doña Inés Suárez, entregadas a la iglesia de los Dominicos, para su conservación y resguardo, por su hija, doña Isabel de Quiroga, en el mes de diciembre de 1580 de Nuestro Señor, Santiago de la Nueva Extremadura, Reino de Chile”. En ambas novelas se incluye igualmente el óleo sobre tela pintado en 1897 por Manuel Ortega, Inés Suárez en defensa de Santiago (1) en el que aparece en primera plana Inés Suárez empuñando una espada en plena lucha contra los indígenas para ilustrar el evento que la hizo más memorable.

Comparando ambas novelas, noto que Jorge Guzmán utiliza cierta perspectiva para referirse a la heroína y mantiene una actitud que, si no es distante, es, o pretende ser, lo más objetiva posible. Guzmán describe una conducta vista desde fuera y entrega a los lectores el diseño desapasionado de la vida novelada de Inés Suárez. Isabel Allende, en cambio, tiene una actitud mucho más afectiva con la protagonista; una postura  intimista y de apoyo que, en muchas ocasiones muestra una transferencia de la personalidad de la autora a la heroína, una especie de identificación, y la narrativa, así, pierde bastante en objetividad aunque gana en vitalidad.

Inés Suárez era una costurera de la ciudad extremeña de Plascencia, quien viajó a  América siguiendo los pasos de su marido y así llegó hasta el Perú, donde descubrió que era viuda. En vez de regresar a España, se quedó en el Nuevo Mundo y más tarde se enamoró de  Pedro de Valdivia, un hidalgo cuyo sueño era « dejar fama y gloria de mí » como aseguraba en sus cartas al rey de España. Pedro de Valdivia y ciento diez hombres más conquistaron Chile en 1540 tras una larga y penosísima marcha por el desierto de Atacama, el más árido del mundo y bajo la constante amenaza de los ataques indígenas. Con ellos iba Inés Suárez quien peleó como un aguerrido soldado contra los mapuche, los guerreros más bravos de América, fundó ciudades y murió ya anciana, casada con otro conquistador.
 

Esta es mi historia [anticipa Inés Suárez en Inés del alma mía] y la de un hombre, don Pedro de Valdivia, cuyas heroicas proezas han sido anotadas con rigor por los cronistas y perdurarán en sus páginas hasta el fin de los tiempos; sin embargo, yo sé de él lo que la Historia jamás podrá averiguar: qué temía y cómo amó (2)

 

La narración de Guzmán se hace en tercera persona y la primera mencion de Inés Suárez ya ubica a la protagonista ofreciéndose para acompañar a Valdivia en su expedición desde el Cuzco hasta Chile; es decir que la historia comienza después que la relación entre ambos ha comenzado.

La narración de Allende se hace en primera persona, o sea, es la protagonista misma la que nos cuenta su historia y el relato comienza mucho antes de su llegada al Perú; específicamente en su niñez en Plascencia. Inés suárez, protagonista de Isabel Allende, es una mujer práctica, apasionada, irreverente y dotada de un sano sentido del humor:


Un viernes Santo mi hermana Asunción, quien entonces tenía once años, amaneció con los estigmas de Cristo, horribles llagas abiertas en las palmas de las manos, y los ojos en blanco volteados hacia el cielo. Mi madre la trajo de regreso al mundo con un par de cachetadas y la curó con aplicaciones de telaraña en las manos y un régimen severo de tisanas de manzanilla (pp.18-19)

 

Muy diferente es la actitud de Inés en Ay Mamá Inés en que una mujer más bien puritana reacciona escandalizada ante la admiración de Valdivia por el pensador Erasmo:

 

No pudo soportar Inés oirle enorgullecerse de haber conservado suficiente del pensamiento de ese Erasmo para sentir un contínuo desapego de las formalidades rituales, una nostalgia de practicar alguna religión buena y sencilla, sin curas ignorantes y poderosos, bárbaramente odiadores de toda libertad del alma o del cuerpo y de toda profundidad verdadera. Inés soltó por su pensamiento una avalancha contínua y frenética de “Padrenuestros que no la dejaron entender lo que Valdivia estaba diciendo (3)

 

En Inés del Alma Mía, sin embargo, reconocemos a una protagonista muy apreciada por su autora y de frecuente aparición en sus novelas:

 

[….] En casi todos mis libros hay mujeres desafiantes, que nacen pobres o vulnerables, destinadas a ser sometidas, pero se rebelan, dispuestas a pagar el precio de la libertad a cualquier costo. Inés Suárez es una de ellas. Siempre son apasionadas en sus amores y solidarias con otras mujeres. No las mueve la ambición sino el amor; se lanzan a la aventura sin medir los riesgos ni mirar hacia atrás, porque quedarse paralizadas en el sitio que la sociedad les designa es mucho peor. Tal vez por eso no me interesan las reinas o las herederas, que vienen al mundo en cuna de oro ni las mujeres demasiado bellas, que tienen la ruta pavimentada por el deseo de los hombres [….] No es raro, por lo tanto, que cuando leí sobre Inés Suárez entre líneas en un libro de historia –rara vez hay más que un par de líneas cuando se trata de mujeres- me picara la curiosidad. Era el tipo de personaje que normalmente debo inventar. Al hacer la investigación comprendí que nada que yo imaginara podría superar la realidad de esa vida. Lo poco que se sabe de ella es espectacular, casi mágico.” (La suma de los días, P.323)

 

Ay Mamá Inés, de Jorge Guzmán, aborda la relación entre Pedro de Valdivia e Inés Suárez cuando la misma ya está establecida, es decir que  se omiten los datos del encuentro de ambos y las circunstancias que lo precedieron. Valdivia visita a Inés en su casa de Lima, como lo hace rutinariamente, le habla de su proyecto de viajar a Chile y le pide su consejo. Inés, quien en ambas novelas aparecerá teniendo una fuerte influencia sobre el conquistador pero sin que parezca obvio, responde astutamente: “-No lo sé. Tú tienes que saber-“(p.16) a lo que agrega casi inmediatamente:

 

-¿Y no quisieras llevarme? Yo te puedo servir mucho. Y hacerte manjar blanco. Y tejerte jubones de lana. Y no hablemos de otras cosas. Y agarrar una espada, si hace falta. Mira que no es poco. En serio te digo: te conviene mucho llevarme. (p. 17)

 

Ambos autores hacen hincapié en las habilidades de Inés como enfermera apareciendo en los dos libros en varias escenas donde se curan heridos, se hacen cauterizaciones y hasta amputaciones. También, tanto Guzmán como Allende hablan de la pericia de Inés para encontrar agua, aún en la tierra más árida, valiéndose de una varilla de madera, pero sobre todo, ambos autores manifiestan una fascinación especial en lo que se refiere a la relación amorosa con Valdivia. En cuanto a esta relación, Guzmán, al tratarla desde afuera, como un observador, la describe de forma más distante que Isabel Allende quien la describe desde el punto de vista de Inés. Así, en Inés del alma mía, Pedro de Valdivia aparece como un héroe romántico, agigantado y embellecido por la perspectiva de una mujer vulnerable. Pedro, en efecto, salva a Inés de la lascivia de un individuo indeseable que quiere aprovecharse de ella, entrando de noche a su casa. Valdivia, que estaba al tanto de los planes del malhechor, entra al patio de la casa de Inés y acorrala a los indígenas que el mal hombre había mandado a que lo precedieran:

 

-Estos infelices no volverán a molestaros, señora –dijo, galante

-No son ellos los que me preocupan, caballero, sino quien los mandó

-Tampoco ése volverá a sus bellaquerías, porque mañana habrá de vérselas conmigo (p.114)

 

Esa noche, según lo recuerda Inés, la vida de Valdivia y ella, se definió. Agradecida, lo invita a entrar en la casa y tomar un vaso de vino. Inés lo observa y describe al conquistador como fornido, de buen porte, sin cicatrices, de dedos largos y elegantes, y la descripción del deslumbramiento de ambos, que se omite en Ay Mamá Inés, se describe ampliamente en la mente de Inés Suárez recreada por Isabel Allende:

 

Mudos, nos miramos durante una eternidad sin poder apartar los ojos. Aunque la noche estaba fría, la piel me quemaba y un hilo de sudor me corría por la espalda. Sé que a él lo sacudía la misma tormenta, porque el aire de la habitación se volvió denso [….] esa misma noche nos amamos y desde el primer abrazo nos consumió el mismo amor (pp.116-117)

 

En cuanto a la salida de Cuzco y la travesía por el desierto de Atacama, hay muchas similitudes entre las dos novelas. Las dos se refieren al viaje como increíblemente peligroso por el terreno, el clima, la falta de un ejército numeroso y los frecuentes ataques de los indios. Inés Suárez, además de atender personalmente a Valdivia, auxiliaba a los enfermos, curaba a los heridos, encontró agua en el desierto en el momento en que el grupo entero desfallecía de sed y salvó la vida de Valdivia cuando uno de sus rivales, Sancho de la Hoz, trató de asesinarlo con un pequeño grupo de seguidores. Los nativos, habiendo experimentado antes la invasión de los españoles (Diego de Almagro, 1535-1536) quemaron sus cosechas y escondieron su ganado dejando al grupo de Valdivia y sus animales sin comida ni líquidos.

En diciembre de 1540, once meses después de la salida de Cuzco, Valdivia y su grupo llegan al valle del río Mapocho, donde el conquistador decide establecer la capital del territorio. El valle del Mapocho era extenso y bien poblado de nativos. La tierra era muy fértil y el agua fresca, abundante. Muy poco después de arribar, Valdivia trata de convencer a los nativos de sus buenas intenciones enviándoles regalos. Los indígenas, unidos bajo el liderazgo de Michimalonco, atacan a los españoles y están a punto de ultimarlos cuando, una luz muy intensa ciega a los dos bandos y los indios se retiran. Los españoles aseguraron ver la aparición del apóstol Santiago y en agradecimiento, llaman a la capital Santiago de la Nueva Extremadura el doce de febrero de 1541. Así habla Inés Suárez de Inés del alma mía adjudicándose el verdadero papel de fundadora:

 

Asumí con porfía el trabajo de fundar, que en el Nuevo Mundo corresponde a las mujeres. Los hombres sólo construyen pueblos provisorios para dejarnos allí con los hijos, mientras ellos continúan sin cesar la guerra contra los indígenas del lugar. Han debido transcurrir cuatro décadas de muertos, sacrificios, tesón y trabajo para que Santiago tenga la pujanza de la que hoy goza. (p.194)

 

Ya establecidos en Santiago, Jorge Guzmán, en Ay Mamá Inés, adjudica a Inés un embarazo que no llega a término y establece, así la potencialidad de un hijo de Valdivia nacido en Chile que propagara su apellido en América:

 

Se puso ambas manos en el vientre y se dobló en la cama hasta casi tocar las rodillas con el pecho. Estaba así, encogida, esperando a ver si se repetía el  calambre, cuando se dio cuenta, con sobresalto, de  que no había tenido las familiares bascas matutinas [Más tarde] María, a su lado, mirándole los zapatos, le dijo, sin alarma:

-Señoray, habías sabido, pues estar sangrando (pp.93-94, 95)

 

En Inés del alma mía, sin embargo, Inés no sólo se reconoce estéril sino que niega la posibilidad de Valdivia de engendrar herederos:

 

Soy estéril [….] pero creo que Pedro también lo era porque no los tuvo [los hijos] con Marina ni con otras mujeres. “Dejar fama y memoria de mí”, fue su razón para conquistar Chile. Tal vez así reemplazó a la dinastía que no pudo fundar. Dejó su apellido en la Historia, ya que no pudo legarlo a sus descendientes. (p.178)

 

Otra diferencia notable entre las dos novelas es el tratamiento de Marina Ortiz de Gaete, la esposa legítima de Pedro de Valdivia. En Ay Mamá Inés se omite la relación de Valdivia con ella en España y se la menciona sólo cuando se habla de la insistencia del Consejo de Indias en que los españoles casados debían mandar a traer a sus mujeres a América. A la pregunta de Inés acerca de si pensaba traerla pronto, la respuesta de Valdivia es cortante: “-No, en este momento creo que me serviría más de estorbo que de ayuda” (p.149) y esto es lo último que se menciona de ella. Así es que en Ay Mamá Inés, la esposa legítima de Valdivia es una idea abstracta, un nombre que forma parte de una convención. En Inés del alma mía, Marina aparece como una mujer mucho más real, un personaje desagradable, lleno de prejuicios y complejos pero, por ello mismo, más auténtica, más presente aún cuando está ausente durante toda la estadía de Valdivia en América. Isabel Allende describe a Marina desde su adolescencia en España, época en que Valdivia se enamoró de ella: “Tenía el rostro de un ángel, el cabello rubio y luminoso, el andar vacilante de quien carga con demasiadas enaguas, y tal aire de inocencia que [….] la belleza y la virtud de la joven lo sedujeron al punto” (p.36). Allende concluye con el arribo de Marina a Chile, irónicamente cuando ya era viuda y cuando, con la edad, los rasgos negativos de la personalidad se le habían acentuado:

 

Las arrugas y melindres de Marina me producen cierta satisfacción, pero lucho contra este cicatero sentimiento porque no deseo pasar más días de los necesarios en el purgatorio [….] Marina vive en Chile desde hace veinticinco años. Llegó alrededor de 1554, dispuesta a asumir su papel de esposa del gobernador [….] pero Marina se encontró con la sorpresa de que era viuda [….] Tuve que comprarle una casa y correr con sus gastos, para evitar que el fantasma de Pedro me halase las orejas (pp.264-5)

 

Así, en Inés del alma mía la esposa legítima  es una presencia real por su  patetismo, por su vida vacía. Marina no sólo no representa una competencia para Inés sino que la comparación entre ambas favorece ampliamente a la amante y Marina sirve, en efecto, para acentuar aún más la personalidad magnánima y espléndida de Inés Suárez.

Volviendo a la vida de Valdivia e Inés en Chile, en sus comienzos, en 1541, Valdivia invita a siete caciques para arreglar el envío de víveres. Cuando los caciques llegan, Valdivia los hace prisioneros. El 9 de septiembre, Valdivia deja la ciudad con cuarenta hombres para sofocar un levantamiento indígena cerca de Aconcagua.  En la mañana del 10 de septiembre de 1541 un joven yanacona le avisa al capitán Alonso de Monroy, quien había quedado a cargo de la ciudad, que en los bosques alrededor de la misma se escondían decenas de miles de indígenas con la intención de atacar. Considerando la estrategia a seguir, se piensa que tal vez, lo más acertado sea liberar a los siete caciques cautivos como señal de paz. Inés Suárez se muestra en desacuerdo con la idea y cree, por el contrario, que los siete caciques deben ser utilizados no sólo como rehenes sino también como escarmiento.

La guerra comenzó en la madrugada del 11 de septiembre de 1541. Los indios, encabezados por Michimalonco, resultaron ser unos veinte mil quienes asediaron la ciudad con flechas encendidas provocando un incendio general. De acuerdo con las crónicas (4),  Inés Suárez pasó todo el día acarreando comida y agua a los soldados, curando a los heridos y dándoles palabras de consuelo y apoyo. Mientras tanto, los siete caciques prisioneros gritaban palabras de estímulo a los indígenas y los incitaban a mayor destrucción. Inés Suárez se dio cuenta de la desmoralización de los españoles y del peligro de la situación y propuso decapitar a los siete caciques y arrojar sus cabezas afuera de la fortaleza entre los indios agresores con el propósito de que escarmentaran. Hubieron algunas objeciones a su plan ya que muchos consideraban la ciudad perdida pero Inés insistió en su estrategia y ella misma se dirigió al lugar donde estaban presos los caciques y los decapitó. Sus cabezas, en efecto, fueron tiradas afuera de las murallas y rodaron entre los combatientes. Los indígenas, aterrorizados, abandonaron el campo de batalla.

Tanto en Ay Mamá Inés como en Inés del alma mía aparece detallada la proeza (que hoy llamaríamos masacre). Las narraciones no difieren mucho en los detalles pero sí en la actitud y experiencia de Inés. Jorge Guzmán presenta una mujer emocionalmente fría, que ha calculado muy bien sus acciones, temeraria y, a pesar de su repugnancia, en control de la situación:

 

Sin furor, solamente pensando en triunfar, en que la muerte de sus caciques podia desalentar a los atacantes, en cambiar el apocamiento de los guardias, Inés sacó de súbito la espada y la clavó en el pecho del más robusto de los prisioneros; tuvo que intentarlo dos veces; la segunda tan desesperadamente que la hoja pasó el cuerpo de claro y se detuvo solamente en la empuñadura; jamás había pensado que la piel humana pudiera ser tan resistente. Hizo traer hachas y ella misma ayudó en la decapitación de los siete cuerpos. Después que se llevaron las cabezas y cuerpos, y que hubieran salido todos los soldados, vomitó llorando sobre la sangre que cubría el suelo (p.201)

 

En el libro de Isabel Allende, el hecho aparece más cargado de emoción, un arrebato que Inés prácticamente lleva a cabo mientras experimenta un trance. El acto de salvajismo se humaniza de forma que el lector percibe la ansiedad, el horror y la locura por la que atraviesa la mujer que está a punto de perder su vida y la de sus compatriotas:

 

Y entonces enarbolé la espada a dos manos y la descargué con la fuerza del odio sobre el cacique que tenía más cerca, cercenándole el cuello de un solo tajo. El impulso del golpe me lanzó de rodillas al suelo, donde un chorro de sangre me saltó a la cara, mientras la cabeza rodaba a mis pies. El resto no lo recuerdo bien. Uno de los guardias aseguró después que decapité de igual forma a los otros seis prisioneros, pero el segundo dijo que no fue así, que ellos terminaron la tarea. No importa. El hecho es que en cuestión de minutos había siete cabezas por tierra (Pp. 234-5)

 

Lo que sí se reconoce con certeza es que Inés salvó lo que quedaba de Santiago y a los españoles de una muerte segura. En 1542, Valdivia recompensó a Inés por su coraje y valor con una encomienda muy valiosa, premio tradicionalmente reservado para hombres heroicos.

Otro aspecto de la vida de Inés Suárez que es abordada por ambos novelistas es la relación de Inés con Lautaro, el líder Mapuche que finalmente tenderá una trampa a Valdivia y ordenará una muerte cruel para el conquistador. Los dos autores coinciden en que Lautaro llegó a Santiago siendo niño y apareció desaliñado y hambriento y siguiendo al capellán González de Marmolejo y terminó convirtiéndose en un excelente caballerizo para Valdivia. Lautaro fue cristianizado con el nombre de Felipe, observó muy bien las costumbres españolas, sus armas, aprendió su lengua y finalmente los abandonó cuando ya era casi un hombre para encabezar una rebelión en contra de Valdivia. De acuerdo con Jorge Guzmán, sin embargo, a Lautaro, el clérigo lo llevó a la casa parroquial pero dado que el niño era muy excéntrico e indomable, y aprovechando la ocasión de que el sacerdote se encontraba enfermo y de que María, la criada de Inés, lo visitaba diriamente y le llevaba comida, el cura le ofrece al niño para que lo crie. María acepta encantada y lo lleva a vivir con ella a lo de Valdivia haciendo de madre substituta:

 

Estuvo dichosa María varios días luego de que se trajo al indiecito. Le hizo una cama de ramas junto a la suya, se consiguió una rueca de peonza, quizá de alguna india peruana, y empezó a fabricarse, con unas varillas, un telar para hacerle géneros y a conseguir copos de lana para hilarla (p.144)

             

En este texto, no hay duda, Maria, la empleada de Isabel es la que corre con toda la responsabilidad del niño. Cuando vuelve Valdivia y descubre al indiecito, Inés explica que el niño es un hijo adoptivo de María, que “es la pierna de Judas” (p.149) A Inés, por supuesto, le ocultan casi todas las rarezas del niño por miedo que lo mande de nuevo a su comarca y allí se muera de hambre. Inés no desarrolla ningún afecto por Lautaro y siempre mantiene hacia él una profunda desconfianza.

Muy diferente es la relación entre Inés y Lautaro relatada por Isabel Allende. En primer lugar, González de Marmolejo lleva al niño directamente a la casa de Inés y lo pone a su cargo. Inés, aunque renuente al principio, se encariña con el muchacho, le enseña español, y, a cambio, aprende de él mapudungo. Así, Inés aprende mucho acerca de los Mapuche: « Felipe resultó buen maestro y yo una alumna aventajada; así es como gracias a él me convertí en la única huinca capaz de entenderse directamente con los mapuche. » (p.212)

En la versión de Isabel Allende, Inés se comporta con el indio como una mujer caritativa y de instinto maternal que no encontramos en Guzmán. Es posible que Isabel Allende perciba a Inés Suárez con una mentalidad más cercana a la contemporánea que a la que verdaderamente tuvo la heroína, pero lo cierto es que una vez más, la mujer se nos presenta con rasgos espirituales grandiosos y una mentalidad de avanzada. Rasgos que, repito, Isabel Allende tiende a atribuir a sus personajes preferidos.

En ambas novelas está registrado el hecho de que Valdivia termina su relación amorosa con Inés adjudicándole un esposo, ofreciéndole alguno de los hombres más leales del conquistador y uno de esos hombres era Rodrigo de Quiroga quien terminó siendo Gobernador de Chile después de la muerte de Valdivia. El casamiento de Inés le permitiría a la misma retener los bienes y las tierras que había obtenido ayudando a Valdivia pero que una mujer soltera no podría mantener. Se trataba de un casamiento por conveniencia. Es en Inés del alma mía, sin embargo, que  esta postrera relación de Inés es descrita en detalle; y digo “relación” porque Inés y Rodrigo, en la novela de Allende, ya se amaban de forma platónica antes de ser adjudicados uno al otro. De acuerdo con Allende, Inés reconoce que, antes de la separación definitiva con Valdivia “Rodrigo y yo nos amamos como novios castos, con un sentimiento profundo y desesperanzado, que nunca pusimos en palabras, sólo en miradas y gestos” (p.281). Esta diferencia en los textos hace que en Inés del alma mía, el abandono de Inés por Valdivia y su orden, mas que sugerencia, de que se case con otro hombre, sean mucho menos degradantes para Inés. De hecho, en la novela de Allende, el acontecimiento aparece como una ironía triunfal de Inés. Valdivia se sentía envejecido y trataba vanamente de recobrar su energía juvenil por medio de la concuspisencia; era un hombre venido a menos, desencantado y proclive a los accesos de furia; era, en fin, un hombre amargado y rencoroso. Frente a él, Rodrigo de Quiroga, menor que Inés, bondadoso y atractivo, está muy lejos de representar un castigo. Rodrigo era viudo con una hija, Isabel, quien ya había sido confiada a Inés cuando murió su madre un año antes, de manera que los lazos afectivos ya existían mucho antes de la decisión de Valdivia y la conveniencia económica del casamiento pasó a segundo plano. Cuando el clérigo González de Marmolejo le explica a Inés que “No faltarán hombres dichosos de desposar a una mujer con tus méritos y con una dote como la tuya”, (p. 292) Inés responde: “Decidle a Pedro que acepto el trato y que yo misma escogeré a mi futuro esposo, porque pretendo casarme por amor y ser muy feliz” (p.293). De hecho, es el amor de Rodrigo de Quiroga y no el de Pedro de Valdivia  por el que Inés Suárez siente nostalgia al fin de su vida:


Echo de menos sus manos, su olor, sus anchas espaldas, su cabello suave en la nuca, el roce de su barba, el soplo de su aliento en mis orejas cuando estábamos juntos en la oscuridad. Es tanta la necesidad de estrecharlo, de yacer con él, que a veces no puedo contener un grito ahogado…  
(pp. 263-4)

 

En síntesis, en lo que se refiere a Inés Suárez, Jorge Guzmán provee un bosquejo, el primero, en la novelística latinoamericana y, por lo tanto, no solamente es este diseño invaluable sino indispensable. En efecto, el diseño de Guzmán es el que nos anticipa a la vital e inolvidable protagonista de Isabel Allende. Allende desarrolla el bosquejo de Inés Suárez y, al hacerlo, le da una voz, le otorga vida y pasión y la coloca en el plano histórico que le corresponde como fundadora desde un punto de vista no sólo afectivo sino también intimista al identificarse con ella. Este acercamiento de empatía e identificación explica en gran medida que Inés Suárez, en Inés del alma mía sea también reivindicada como amante de Valdivia y en su posición de mujer dependiente primero y abandonada después por él. En efecto, en Inés del alma mía, Inés no le da un hijo a Valdivia pero adopta a la hija de Quiroga y también, de cierta manera, adopta a Lautaro; en sus últimos años mantiene económicamente a la esposa legítima de Valdivia revirtiendo los roles ya que ella es al final la “señora principal” y la viuda de Valdivia es la “mantenida”. Y finalmente, se casa por amor y no por arrebato juvenil ni deseos de aventuras y sus nostalgias postreras no invocan a Pedro de Valdivia como era de esperar sino a Rodrigo de Quiroga, su último esposo, el gran amor de su vida: « ¿Dónde estás, Rodrigo? ¡Qué falta me haces! »(p. 264)

 

 

Notas

           

(1). Ortega, Manuel, Inés Suárez en defensa de Santiago (1897, Colección Museo Nacional.

 

(2). Allende, Isabel. Inés del Alma Mía. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2006,  pp.120. Todas las citas que se hagan de aquí en adelante pertenecen a la misma edición.

 

(3). Guzmán, Jorge. Ay Mamá Inés. Santiago, Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 27.

Todas las citas que se hagan de aquí en adelante pertenecen a la misma edición.

 

(4). Mariño de Lobera, Crónicas del reino de Chile, El Ferrocarril, 1865. Edición digital. Madrid, Atlas, 1960, pp.227-562, Cap. XV.

 

 

 

Obras consultadas

 

Allende, Isabel. Inés del Alma Mía. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2006

 

____________. La suma de los días. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2007

 

Guzmán, Jorge. Ay Mama Inés. Santiago, Fondo de Cultura Económica, 1997

 

Mariño de Lobera, Crónicas del reino de Chile, Santiago: El Ferrocarril, 1865. Edición digital. Madrid, Atlas, 1960, pp.227-562.