Encuentros y desencuentros con Borges.
Entrevista a Jorge Santiago Perednik.

Edit Beatriz Tendlarz

 

¿Cuándo conociste a Borges?

En 1981, gracias a una gentil intermediación de María Kodama. En esa época a uno lo podían llamar con cierto grado de justicia un escritor joven, y ahora pienso qué situación incómoda sería para él; un escritor en cierto momento, cuando está entrado en años, siente que las generaciones que lo suceden se vuelven difíciles de aprehender o conocer, algo próximo en el espacio pero irreconciliablemente ajeno; desde la literatura el presente de semejante escritor es en realidad el pasado; podrá ser un pasado reciente, aunque no lo nuevo, lo estrictamente contemporáneo. Así que la situación era, por un lado, que Borges desconocía las nuevas tendencias literarias de aquel momento, y por el otro que parecía interesado en los jóvenes, en conocerlos, en intercambiar opiniones.

¿Qué pensabas mientras estabas con él?

Tenía conciencia a cada momento de estar con la mente literaria más lúcida de la Argentina. Tenía conciencia de estar con alguien excepcional, un pedazo de historia viva, pero al mismo tiempo sentía que estaba con un hombre común, dispuesto a recibir los mismos males y bienes que todos los demás mortales, incluyéndome: lo afectaban las enfermedades –era ciego–, el frío –estaba vestido–, el hambre –almorzaba o tomaba té con galletitas–, y por otro lado disfrutaba de ciertos placeres, entre ellos del placer de estar con otros, conversar, abordar ciertos temas. Dijo algo, seguramente con otras palabras, que, me parece, tiene relación con esto: así como en cada uno de los humanos la grandeza convive con la bajeza o la gloria con la miseria, entre humanos la diferencia convive con la semejanza. Quiero decir: nos parecemos tanto a quienes nos sentimos más lejanos y somos tan diferentes de quienes nos sentimos más próximos... El dio el ejemplo de George Bernard Shaw y Juan Domingo Perón: a pocos seres humanos los sintió tan lejos, tan en la vereda opuesta, como en su momento a Perón, y al mismo tiempo de pocos se sintió tan próximo como de Shaw; no obstante si se hablaba de dulce de leche o de Manuel Belgrano o de tango, el mismo Borges decía que evidentemente estaba mucho más cerca de Perón que de Shaw. Algo parecido podría argumentar uno de varios gobernantes que padeció. Fueron personajes nefastos, infligieron enormes males a la gente en cuestiones muy importantes de sus vidas, y no obstante en muchos aspectos fueron excesivamente parecidos a quienes nos sentimos sus víctimas; para empezar unos y otros compartimos las dos cosas históricamente más importantes en la vida de una persona: pertenecimos al mismo lugar y al mismo tiempo.

¿Qué opinaba Borges de los militares?

Por un lado están sus escritos, que enfatizan una tradición elogiosa de ciertos atributos típicamente atribuidos a los militares –el coraje, la valentía, el heroísmo–, y de personajes guerreros, sus antepasados militares entre ellos, e incluso pendencieros, como el compadrito o algún gaucho. Puede haber muchos valores en el guerrero, lo que me parece complicada es la operación de disociarlos de su cometido; no son valores abstractos, que empiezan y terminan en el individuo, sino que forman parte de una empresa; están al servicio del asesinato en masa. En cuanto a la relación personal de Borges con los militares, la supongo absolutamente infrecuente. Hay que recordar sin embargo que a principios de la dictadura militar fue noticia una famosa entrevista suya con el gobernante Videla, a la que también asistió otro escritor, Ernesto Sábato, y que en los hechos implicó una suerte de difuso apoyo al régimen. En este apoyo de los primeros tiempos quiero suponer que pesó la valoración del guerrero antes descripta, llamémosla literaria o intelectual, sumada al desastre político del gobierno peronista depuesto y, por qué no, a ciertas lecturas por las que Borges reiteradamente confesó admiración, como el ensayo de Carlyle sobre "Los héroes". Cuando digo esto trato de comprender tratando de no excusar. Jamás, me parece por su obra, Borges pudo haber apoyado una política de genocidio. Cuando yo lo conocí era un opositor decidido a la dictadura. Su descripción del gobierno militar que por entonces ocupaba el poder era durísima, porque incluía una crítica de la violación de los derechos humanos, pero también una denuncia de la corrupción reinante en muchos ámbitos, de la que después se habló poco. El horror de los actos cometidos fue tan grande que casi no dejó lugar a otras consideraciones... Borges por ejemplo contó detalles de un viaje oficial al exterior: cómo partió una multitudinaria comitiva, totalmente innecesaria en cuanto al número, y cómo regresó con una cantidad enorme de valijas y bultos que eludieron rigurosamente el paso por la aduana. Parece que estuviéramos hablando de lo que pasa hoy, y esto confirma una vez más que en la humanidad no hay progreso ético.

¿Hablaron de algún tema personal?

Sí, de unos pocos; supongo que hablar de estas cuestiones personales fue su manera de decirle a su interlocutor, que lo admiraba, que estaba hablando con una persona, que él quería ser considerado un ser humano, no un mito, y ser tratado sin ninguna distancia reverencial.

Conversaron por supuesto de literatura.

Sí. Mi idea es que cuando se encuentran dos "personas de letras" en el mejor de los casos casi todo lo que conversan está atravesado por una perspectiva literaria, en el peor todo. Recuerdo en este momento que hablamos mucho sobre traducción. Sobre Dante. La traducción de La Divina Comedia hecha por el prócer Bartolomé Mitre le parecía execrable. Había otra traducción argentina, publicada un par de años antes, hecha por Angel Battistessa, un profesor que era entonces nada menos que el presidente de la Academia Argentina de Letras, coincidentemente también integrada por Borges. La comentamos. Para mi sorpresa Borges recitó de memoria la primera estrofa de la traducción: "En medio del camino de la vida \ yo me encontré en una selva oscura, \ porque la recta vía había perdido." Sin duda es poco afortunada, para hablar con eufemismos, y Borges sentía cierto placer en enfatizar su aversión por el tercer verso, que en italiano dice "ché la diritta via era smarrita." Es difícil que un traductor con un poco de oído para la literatura, cuando recién empieza su tarea –y no se puede esgrimir que esté cansado- , cometa la torpeza de esta repetición "vía-había", tan desagradable. Habla de una incapacidad. Pues bien, para Borges esta marca, ya al inicio de los versos, era una especie de advertencia al lector, una indicación del desastre que podía esperarse.

- Era muy estricto

Siempre mantuvo hacia sus contemporáneos una actitud ligeramente despectiva, excepto ante quienes le parecían persona de genio, como era el caso de sus coterráneos Macedonio Fernández y Xul Solar. En cualquier época, todo el tiempo, a los escritores talentosos les toca estar rodeado por centenares de escritores mediocres, más de uno incluso con ínfulas de genio. ¿Qué decir de ellos? Son dignos en el mejor de los casos de una trivialidad, pero me parece que a Borges se le hacía difícil mantenerse en ese lugar, la palabra trivial, y entonces superaba el obstáculo yéndose hacia la palabra irónica y levemente injuriosa. Recuerdo una oportunidad en que estabamos armando un número de la Revista XUL sobre el poeta Oliverio Girondo y ya que habían sido compañeros en su juventud, incluso de la revista Martín Fierro, y Borges había hecho algún comentario bibliográfico sobre sus libros de poemas, decidimos pedirle una colaboración, una suerte de testimonio. Y lo que dijo es un ejemplo elocuente de esta actitud hacia sus contemporáneos. Sería interesante leerlo. Por aquí debo tener algún ejemplar. [Va hacia los estantes de su biblioteca, saca una publicación con un dibujo de Girondo en la tapa, revisa las páginas y finalmente lee:] "Oliverio simulaba libros que consistían sobre todo en páginas en blanco, carátulas. Si le publicaran las obras completas, bueno, no llegarían a una página. ¿Si hay un posible paralelismo conmigo? ˇPero no! Yo alguna página rescatable creo haber escrito. Oliverio era un infeliz, Xul Solar en cambio era un hombre de genio. El se reía de Xul Solar y después lo plagió tardíamente en un libro que se llama En la masmédula. Una vez recuerdo que nos reunimos los miembros de la Revista Martín Fierro y dijimos ¿cuál es el más flojo? Algunos pensaban en un escritor, Piñero, que murió, pero en general dijimos que el más flojo era Oliverio Girondo. El estaba muy interesado en la venta de los libros, fue uno de los precursores de la promoción, que se ignoraba entonces. Yo publiqué mi primer libro, Fervor de Buenos Aires, en el año 23, y no se me ocurrió mandar un solo ejemplar a las librerías, o a los diarios, o a otros escritores; yo lo distribuí entre mis amigos. Pero él no; claro, el vino de París y trajo consigo ese concepto comercial de la literatura. Las cartas de Oliverio Girondo no se entendían, eran como el Finnegans Wake. Un día me dijo que había conseguido un español macanudo que le corregía los ejemplares, porque cuando se los corregía Ricardo Güiraldes se los llenaba de paréntesis, comas, cremas diéresis, etc. Y al pobre Oliverio, caramba, eso no le gustaba."

Es realmente muy fuerte. ¿Hubo algún problema personal entre ellos?

No lo sé, se podrían hacer algunas especulaciones, pero desde mi perspectiva lo que interesa no es eso, sino cierta posición de escritor. Qué hacer en el momento de tener que hablar de los demás escritores que a uno lo rodean. Cómo reaccionar ante esa fatalidad. Yo veo dos cosas positivas en la actitud de Borges, más allá de que a mí no me parezca interesante hablar de las personas. La primera es que al contar algunas pequeñas miserias ajenas da cuenta de la miseria generalizada que reina en la sociedad de los escritores - que es irremediablemente una sociedad de no-escritores, porque actuar en ella implica no estar escribiendo, y hasta dónde alguien es escritor mientras no está ocupado en su escritura. Sucede lo mismo con cualquier otro artista o profesional o artesano. Su momento de gloria es aquél en el que está haciendo lo que sabe hacer, más allá... Por otro lado los momentos de gloria del escritor son pocos, y para peor son íntimos, imposibles de compartir, y no veo que de ningún modo conviertan a los escritores en mejores personas. Después está la gente, que tiene necesidad de glorificar todos los momentos de sus ídolos, de tener santos o héroes a quienes reverenciar... Pero además hay otra cuestión sobre la cual él tuvo mucha lucidez y es el tema de la injuria a los escritores y sus usos perversos, y que dejó escrito en un maravilloso ensayo titulado "Arte de injuriar".

¿Defiende a la injuria como un arte?

No, definitivamente no la defiende. Por el contrario, subraya que considerada como una manera de argumentar, de refutar opiniones ajenas, la injuria es la expresión de cierta insuficiencia o carencia de ideas; atacar lo que alguien dice por la forma de su nariz o por la supuesta condición sexual de su madre no agrega ni quita nada a la discusión; en todo caso distrae de ella. Borges califica la injuria llamándola "esa miseria", de modo que si es un arte, es un arte despreciable y practicarlo, en todo caso, es una suerte de exceso, una descarga, un ejercicio purgativo.

¿Conversaron también sobre cuestiones de filosofía?

Sí, también. Personalmente me interesan mucho y a él también le interesaban. Para mí la filosofía, que es uno de los patrimonios más importantes de la humanidad, es una rama de la literatura, y sospecho que Borges tenía una idea parecida. Dicho de nuevo, no son, para el que quiere verlas así, materias separables. En una ocasión tuvimos una amigable discusión sobre el tiempo. Dijo que le era posible concebir una realidad sin espacio, pero no sin tiempo. Por mi parte dije que a mí me pasaba precisamente lo contrario; me era posible concebir un universo de espacio sin tiempo, y me animé a hacerle una sintética descripción de cómo funcionaría. Le hablé de una suerte de escenografía de estatuas lumínicas con conciencia de su exterior, en el que había otros innumerables objetos estatuarios de características similares, sin nada que se moviera. El argumentó que el hombre podía suprimir todos sus sentidos menos el del oído, con lo cual mi mundo sería imperceptible, y dio varios ejemplos. Luego trajo a colación la música, que enlaza la necesidad del oído con la del tiempo, y que para él constituye en sí un lenguaje muy complejo, mediante el cual es factible la comunicación humana. A partir de estos datos se puede concebir un universo que sólo conste de conciencias individuales y música, agregando que para que haya música no se requieren instrumentos musicales, así como no los requiere la confección de una partitura. Ahí, me acuerdo, lo interrumpí y le dije que un violoncello tiene volumen y ocupa un lugar, y su ejecución exige movimientos, por ejemplo de los dedos y de las cuerdas, desplazamientos en el espacio. Y que por lo tanto me parecía que borrar el asunto de la ejecución de la música, o sea borrar los instrumentos musicales, jugaba a favor de su tesis. Pero que, en cambio, al introducir la idea de partitura, volvía a recurrir a la noción de espacio, ya que cualquier forma de notación o de escritura requiere necesariamente de una superficie. Por lo demás la música en sí misma es una cuestión física, ondas sonoras que desplazan por el espacio. Pero aun si la partitura fuera sólo mental, de modo que no hubiera hoja, ni pentagrama, ni notaciones, y la ejecución de la música fuera mental, como le puede suceder a un compositor, incluso en ese caso se estaría introduciendo, aunque más no sea figuradamente, una imagen de espacio. Por otro lado le dije que había más que una cuestión figurada, porque su mención del oído como único sentido necesario, una vez más, introducía la cuestión de la música sonora, que era de carácter físico, espacial.

¿Y él que te contestó?

Lo último que comentó es que no estaba de acuerdo con lo que yo decía, y cambiamos de tema, pero esto fue después de un intercambio que duró muchos minutos, una suerte de discusión, aunque muy cordial y respetuosa. Me pareció que de algún modo él estaba contento con la diferencia de opiniones, ese agregado de un poco de emoción o de picante al diálogo. Con respecto a mí, apenas me había ido y ya roto el encanto, si se lo puede llamar así, de su presencia, me empezó a ganar una sensación desagradable, porque tomé conciencia de que más allá de la validez o no de mis opiniones, había defendido un mundo de sólo-espacio y sólo-vista ante alguien que, notoriamente, carecía del sentido de la vista, ante un ciego.

Cada uno de los dos pensaba de acuerdo a su condición, las ideas que defendían estaban determinadas por las respectivas posibilidades de sus cuerpos.

Al día siguiente Borges fue a dar una conferencia sobre Baruch Spinoza a una asociación de psicoanalistas, él, que no simpatizaba intelectualmente con el psicoanálisis, y, ˇsorpresa!, hizo mención del incidente que habíamos tenido durante la reunión, aunque sin nombrarme. Y reiteró que su interlocutor, o sea yo, estaba equivocado. Y años después, ˇsegunda sorpresa!, alguien me pasó una revista francesa de psicoanálisis, creo que fundada por Jacques Lacan, y encontré una transcripción de esa conferencia.

¿Conservaste el ejemplar de la revista?

Por algún lado debo tenerlo... tendría que estar por aquí... acá está. [El fragmento, tomado de la revista L’Ane, que la publica como "une conférence faite en 1981 à l’École freudienne de Buenos Aires", dice: "He conversado ayer con un amigo mío y le dije que yo podía concebir el universo sin espacio, pero no podía concebirlo sin tiempo, sin sucesión. El me dijo que le pasaba lo contrario, que él podía imaginar por ejemplo, el universo tal como existe, con galaxias, con átomos. Todo eso podrá existir, y como no habría tiempo, en el sentido de que no habría ninguna conciencia de ello, existiría solamente el espacio. Creo que esto es un error, porque nuestro concepto del espacio depende de nuestros sentidos, depende sobre todo del tacto, depende del gusto, depende del olfato, quizá parcialmente de la vista. Pero, en cuanto a mí, yo me creo capaz de imaginar un mundo sin espacio. No sé si ustedes pueden hacerlo. Un mundo en el que hubiera un número por qué no infinito de individuos, conciencias, y esas conciencias podrían expresarse por medio de la música, por medio de las palabras. Todo eso podría existir y no tendría por qué haber espacio. Yo estoy escribiendo un cuento sobre ese tema, es solamente una idea literaria."] En la conferencia me llama su amigo. Hubiera sido un gran honor ser su amigo; por supuesto, decir que lo fui es excesivo; la manera en que Borges me llama es un formulismo, una cortesía, quizás un gesto o una propuesta de amistad que no supe contestar.