El doble tiranicidio de Trujillo,

en La Fiesta del Chivo de Vargas Llosa

 

Claudia Macías Rodríguez

Universidad Nacional de Seúl

 

En los primeros meses del nuevo milenio, Mario Vargas Llosa presenta su novela La Fiesta del Chivo (2000) que toma un tema ya tratado con anterioridad: la dictadura.(1) Treinta y un años más una larga lista de diferencias marcan la distancia que hay entre Conversación en la Catedral (1969) y La Fiesta del Chivo. Sin embargo, cabe preguntarse ¿por qué Vargas Llosa escribe una novela más sobre dictadura? La Fiesta del Chivo es el resultado de la ficcionalización de la historia del asesinato de uno de los dictadores más crueles de América Latina, Rafael L. Trujillo de la República Dominicana, quien instauró una época de terror denominada oficialmente como la Era de Trujillo. En esta novela, Vargas Llosa asume una postura particular (¿política?), en tanto que le interesa desmitificar y anular toda proyección del ‘mito del tirano’, y ver desde la historia el alcance del mal que representa la dictadura, lo cual implicaría que el miedo –y con él la ideología– se proyectan como lo hace el sistema y las prácticas instituidas más allá del dictador, aunque en él se hayan originado en buena medida.

El corte histórico de la novela ha dado lugar a estudios que contrastan el contenido de la novela con el referente histórico y a estudios desde la propuesta de la novela histórica. En términos del manejo simbólico, sin embargo, los análisis se han limitado a los elementos explícitos en la novela y a su referencia en la tradición grecolatina más conocida. Por ello, en el estudio que yo presento me remito a fuentes más antiguas de dicha tradición, en las que el nombre de Urania adquiere una significación muy especial en torno al epíteto del dictador, el Chivo. Para ello, he considerado la revisión de los elementos de carácter simbólico que hay en la novela en lo que se refiere a la conformación de la figura del dictador, ya que de ellos depende la fuerza del personaje para ´sobrevivir´ (si se considera el orden del discurso) aún después de haber sido asesinado en la mitad de la novela.

Los conceptos de mito y símbolo que asumo son los que considera Paul Ricoeur en el sentido ya conocido que se les da en la historia de las religiones (1960: 168-169).(2) Ahora bien, en los tiempos modernos señala Ricoeur, el mito ha perdido su valor explicativo, pero precisamente al perder esas pretensiones explicativas es cuando el mito "nos revela su alcance y su valor de exploración y de comprensión"; esto es, su función simbólica, la cual se define como el poder que posee para descubrirnos y manifestarnos el lazo que une al hombre con lo sagrado. De esta manera, el mito se convierte en una dimensión del pensamiento moderno (169). Así pues, considero dos niveles en la definición del mito. Uno que se refiere a hechos que ocurrieron en el principio de los tiempos y que permiten comprender el por qué de la realidad, y que en el caso de La Fiesta del Chivo pueden provenir de la mitología preclásica o de la tradición cristiana o vuduista. Y otro que considera los mitos que podrían llamarse modernos, los cuales surgen como resultado de un proceso de simbolización particular, como sería el caso del mito del Estado y el mito del tirano, que pretenden asimismo iniciar un nuevo tiempo, una nueva ‘explicación’ del mundo y, en ese sentido, un nuevo mito del origen.

He escogido la obra de Paul Ricoeur (1913-2005) para iluminar teóricamente este trabajo. Filósofo y teórico literario, deriva sus estudios de la filosofía de la voluntad hacia la reflexión sobre los orígenes del mal desde una perspectiva del estudio de las religiones, y revisa los símbolos que comparten y la función que desempeñan. De ahí el título de su libro La simbólica del mal (1960),(3) en el cual utiliza el método hermenéutico aplicado al mundo de los símbolos que permiten la aproximación a la comprensión del mal. Ricoeur no pretende explicar el mal sino comprender la relación de éste con el hombre, en el mundo. Por ello, el símbolo no es un instrumento de demostración sino un vehículo de comprensión. Tiempo y narración (1983-1985) es una continuación del anterior en el sentido en que reflexiona sobre el problema de la recuperación de la historia de las víctimas de la violencia –víctimas del mal de los mitos modernos, como el Nacionalsocialismo–.(4) Reflexión que se extiende hasta sus últimas obras: el problema de la culpa y el perdón en La memoria, la historia, el olvido (2000), y el problema de la violencia en Le Juste II (2001). (5)

Un poco de historia. La Era de Trujillo es el periodo de treinta y un años que sigue al horacismo a partir de 1930. Se caracteriza por el militarismo, el unipersonalismo y el despotismo de su máximo caudillo y exponente: Rafael Leonidas Trujillo Molina. El símbolo del Partido dominicano era una palma y su lema "Rectitud, Libertad, Trabajo y Moralidad" estaba formado con las iniciales de su nombre. Por un lado se promovió lo que la historia registra como ‘el culto al Jefe’, que conllevó el hecho significativo de cambiarle en 1935 el nombre a la ciudad de Santo Domingo por el de Ciudad Trujillo. En todo edicto y ley que se firmaba, por ejemplo la Ley 1832 que instituye la Dirección General de Bienes Nacionales, la rúbrica era la siguiente:

 

DADA en Ciudad Trujillo, distrito de Santo Domingo, Capital de la República Dominicana, a los tres días del mes de noviembre del año mil novecientos cuarenta y ocho; años 105.° de la Independencia, 86.° de la Restauración y 19.° de la Era de Trujillo.

Rafael Leonidas Trujillo Molina
Presidente de la República Dominicana

El culto a Trujillo y la exaltación de su persona creó una competencia entre sus servidores más connotados, los cuales luchaban entre sí por alabar y alimentar su vanidad y deseo de gloria. Diferentes decretos cambiaron el nombre de las ciudades, parques, calles, carreteras y edificios por el nombre de Trujillo, o por uno de los innumerables títulos que se le otorgaron, o por el nombre de algún miembro de su familia. La política interna del país bajo el mando de Trujillo se fortaleció con la política internacional trazada por los Estados Unidos para combatir el comunismo y apoyar las dictaduras latinoamericanas. Al amparo de esta política, Trujillo fue proclamado el Primer Anticomunista de América, título que sirvió para perfeccionar los métodos de represión que aumentaron el despotismo y la crueldad de la Era. Para la década de 1950, Trujillo era considerado el más poderoso de los dictadores de la América Latina bajo el amparo y patrocinio de los Estados Unidos. (6) La tiranía dominicana acogió a grandes dictadores derrocados: al argentino Juan Domingo Perón en 1959, a los cubanos Gerardo Machado en 1933, y a Fulgencio Batista en 1959; al venezolano Marcos Pérez Jiménez en 1960, y al colombiano Gustavo Rojas Pinilla en 1958.

Hacia 1960, las cárceles dominicanas estaban saturadas y los asesinatos políticos llegaban a su límite con el asesinato de las tres hermanas Mirabal, cuyos esposos estaban encarcelados por conspirar contra el régimen. La muerte de las Mirabal provocó un resentimiento antitrujillista en todos los sectores sociales. Por otra parte, en el mismo año el país sufrió un bloqueo económico. Trujillo había provocado un atentado contra el presidente venezolano Rómulo Betancourt, el cual originó las sanciones de San José de Costa Rica. Todos los miembros de la OEA estuvieron de acuerdo en romper relaciones diplomáticas con la República Dominicana. Se estableció un embargo de armas y se suspendieron las relaciones comerciales. Y finalmente, los Estados Unidos coparticiparon, a través de la CIA, en una conspiración tramada con allegados a la dictadura. El asesinato de Trujillo, ocurrió el 30 de mayo de 1961.

Los diversos relatos que estos hechos históricos han motivado, especialmente los que se refieren a la conjura, al asesinato y a las consecuencias del mismo, sirvieron de fermento para la imaginación creadora de Mario Vargas Llosa, quien durante más de tres años, según declara el autor, trabajó en la redacción del texto que dio vida a La Fiesta del Chivo. La dictadura de Trujillo pertenece a una estirpe latinoamericana de tiranías en el siglo XX. Caudillos autoritarios, en la mayoría de los casos militares aunque también a veces algunos civiles, se hacían del poder y gobernaban despóticamente durante años y décadas. Poco después de la publicación de La Fiesta del Chivo, Héctor Aguilar Camín (2000) entrevista en México a Vargas Llosa:

Aguilar Camín: ¿Por qué fascina a los pueblos la figura del dictador y por qué nos fascina a los escritores?

Vargas Llosa: En América Latina creo que hay dos razones: una es porque hemos vivido bajo la sombra de las dictaduras, prácticamente no hay país latinoamericano que no haya pasado por esa experiencia ominosa y algunos la siguen pasando; y, por otra parte, porque la dictadura representa el mal y el mal es mucho más fértil como incitación literaria que el bien, eso es algo que tenemos que reconocer.

En La Fiesta del Chivo, el asesinato de Trujillo no parece ser suficiente en el texto para acabar con la dictadura. Es necesaria la intervención de otros elementos de carácter simbólico para que el final sea decisivo. Dichos elementos los revisaremos en dos direcciones: Urania víctima de Trujillo y Urania verdugo de Trujillo.

En la Casa de Caoba –ubicada simbólicamente en la ‘Hacienda Fundación’, con todo lo que significa el segundo término y en mayúscula– está Trujillo, vivo todavía y deseoso de superar una prueba más de su resistencia. Ahí se encuentra también Urania: "con su vestidito de organdí rosado para fiestas de presentación en sociedad, el collarcito de plata con una esmeralda, y los aretes bañados en oro, que habían sido de mamá y que, excepcionalmente, papá le permitió ponerse para la fiesta de Trujillo" (500-501). Urania y Trujillo formando una pareja "muy dispar":

–Él tenía setenta y yo catorce –precisa Urania, por quinta o décima vez–. Lucíamos una pareja muy dispar, subiendo esa escalera con pasamanos de metal y barrotes de madera. De las manos, como novios. El abuelo y la nieta, rumbo a la cámara nupcial. (505)

La novela insiste en hablar de Urania como una niña a medida que se acerca el momento de su encuentro con Trujillo. Urania vive en su mundo la representación de la tiranía en pequeño. Agustín Cabral que funge como padre y madre: "Tu padre había sido tu padre y tu madre aquellos años. Por eso lo habías querido tanto. Por eso te había dolido tanto, Urania." (22), es su única familia. Su madre no aparece viva nunca en la novela y no tiene hermanos. Su mundo se encierra en él y es su mayor orgullo. Su mundo se reduce a la figura paterna. De igual manera, los dominicanos sólo tenían en mente la figura del Jefe. Trujillo lo comprendía y lo llenaba todo. Y Agustín Cabral no duda en ofrecer a su hija, motivo por el cual Urania nunca lo perdona. Cabral acepta la idea de Manuel Alfonso de ofrecer su hija, a Trujillo.

La lascivia del tirano y la sumisión de sus colaboradores llegaba a estos casos extremos. Agustín Cabral ama profundamente a su hija pero la ofrece a Trujillo. Dispone de su ser como si fuera un objeto que se puede regalar al Jefe para conseguir un favor. De igual manera, Trujillo dispone de la gente, de su voluntad, de su libertad. La novela incluye dos casos más semejantes al de Urania. Un caso es el de Moni: "Era una linda y cariñosa muchacha, que nunca lo había defraudado, desde aquella vez, en Quinigua, cuando su padre en persona se la llevó a la fiesta que daban los americanos de La Yuquera: <<Mire la sorpresa que le traigo, Jefe>>." (383). En el extremo del sometimiento, los padres entregan sus hijas a Trujillo.

El acto parece natural, "un gesto simpático", como si el hecho fuera del todo normal. Esta Moni es la misma que Trujillo visita pocas horas antes de su muerte: "La casita donde vivía, en la nueva urbanización, al final de la avenida México, se la regaló él, el día de su boda con un muchacho de buena familia" (383). El otro caso es Rosalía Perdomo, una niña compañera del colegio, víctima de Ramfis y sus amigos, cuya violación ocurre en un marco de diversión y fiesta:

¿Borrachos ya? ¿O se emborrachan mientras hacen lo que hacen con la dorada, la nívea Rosalía Perdomo? Sin duda, no se esperan que la niña se desangre. Entonces, se portan como caballeros. Antes, la violan. A Ramfis, siendo quien es, le correspondería desflorar el delicioso manjar. Después, los otros. […] Y, en pleno cargamontón, los sorprende la hemorragia. (135).

Ambas son unas niñas que pierden su virginidad en manos de los Trujillo. El tercer caso es Urania. Trujillo está listo para ir a la Casa de Caoba. La descripción incluye elementos que se comprenderían dentro de la dimensión de lo mítico: un adivino, superstición por los signos favorables y el ritual que significa la ida a la Casa de Caoba. Ciertamente, los encuentros en la Casa de Caoba tienen un carácter especial, de misterio. En el texto se habla de ello: "la casa donde el Generalísimo se retiraba un par de días por semana, a celebrar citas secretas, realizar trabajos sucios o negocios audaces, en total discreción." (499). Por su parte, también se prepara a Urania como víctima: "como las novias de Moloch, a las que mimaban y vestían de princesas antes de tirarlas a la hoguera, por la boca del monstruo." (496). Los signos se cierran en círculo. Todo parece preparado para la última fiesta:

–¿A quiénes más han invitado a esta fiesta? […] –A nadie más. Es una fiesta para ti. ¡Para ti solita! ¿Te imaginas? ¿Te das cuenta? ¿No te decía que era algo único? Trujillo te ofrece una fiesta. Eso es sacarse la lotería, Uranita. (497).

Tres veces la palabra ‘fiesta’ y Urania es la única invitada a la Fiesta del Chivo. Y en la fiesta de Trujillo, el tiempo se presenta de manera especial. Urania dice: "su incredulidad irrealizaba lo que le estaba ocurriendo. Le parecía no ser ella misma esa chiquilla parada sobre un asta del escudo patrio, en ese extravagante recinto." (501). Antes de ir a la cita a la Casa de Caoba, Trujillo lleva a Pupo Román para reprenderlo con dureza por la falla que encontrara por la mañana: "a pocos metros del retén de guardia, bajo la bandera y el escudo de la República, una cañería regurgitaba agua negruzca que había formado un lodazal a orillas de la carretera. Hizo detenerse el automóvil. Bajó y se acercó. Era un caño de desagüe, espeso y pestilente" (168). La imagen que simboliza la podredumbre de la Era de Trujillo aparece de nuevo ahora. Una gran bandera formada con el escudo nacional y con Urania como asta. Urania está esperando a Trujillo. Y en Urania los dominicanos sufrirán la afrenta, la última afrenta del tirano.

La fiesta comienza en lo alto. La simbólica escalera se recorre en sentido inverso. No se trata del descenso al abismo, lugar de la ‘Bestia’ y del ‘Maligno’ desde donde asciende la carcajada que cierra el capítulo XII, el central en la estructura de la novela. Se trata de una subida simbólica que redundará en favor de la víctima, luego de sufrir el rito iniciático que le corresponde.

Urania permanecerá inmutable y como espectadora. Trujillo promete el gozo máximo: "–Subamos, belleza –dijo, con voz ligeramente pastosa–. Estaremos más cómodos. Vas a descubrir una cosa maravillosa. El amor. El placer. Vas a gozar. Yo te enseñaré. No me tengas miedo. No soy la bestia de Petán, yo no gozo tratando a las muchachas con brutalidad. A mí me gusta que gocen, también. Te haré feliz, belleza." (505). Comienza la seducción con delicadeza, "con precauciones, como si la niña pudiera trizarse con un movimiento brusco de los dedos" (506). Pero la promesa se rompe. Y aparece Trujillo con toda su rabia y crueldad:

Cogiéndola de un brazo la tumbó a su lado. Ayudándose con movimientos de las piernas y la cintura, se montó sobre ella. Esa masa de carne la aplastaba, la hundía en el colchón; el aliento a coñac y a rabia la mareaba. Sentía sus músculos y huesos triturados, pulverizados. Pero la asfixia no evitó que advirtiera la rudeza de esa mano, de esos dedos que exploraban, escarbaban y entraban en ella a la fuerza. Se sintió rajada, acuchillada; un relámpago corrió de su cerebro a los pies.

Gimió, sintiendo que se moría. (508-509) (7)

Durante todo el encuentro, Urania ha estado en silencio y al margen: "Ella se dejaba hacer, sin ofrecer resistencia, el cuerpo muerto." (506-507). Urania siente morirse dos veces. Trujillo ha satisfecho su rabia y se ha ensañado con la niña. Es la única tortura que se narra de manera directa en el texto en la que Trujillo es el verdugo. Pero Urania no ha muerto. Y la fiesta de Trujillo aún no termina. Hasta el momento anterior, los símbolos míticos parecen estar a favor de Trujillo configurando lo que se podría llamar el mito del tirano que le permite ‘resucitar’ y seguir disfrutando del ejercicio de su poder castrante en el resto de la novela. Paul Ricoeur (1960, 316-317) habla de tres elementos característicos de la simbólica del mal, los cuales aparecen representados en la novela:

1) La universalidad que confieren a la experiencia humana los personajes al representar a la humanidad en una historia ejemplar. La historia de Urania es la historia del pueblo dominicano y hablar de la Era de Trujillo es hablar de todas las dictaduras.

2) La tensión de una historia ejemplar trazada desde su comienzo hasta su fin, en el caso de la novela, la historia de Urania.

3) La discrepancia que hay entre la realidad fundamental –un estado de inocencia esencial– y las condiciones reales en que se debate el hombre bajo la influencia del mal –el hombre culpable–. Urania pasa de un estado de inocencia hacia un estado de culpabilidad, como consecuencia del mal.

Urania aparece como el centro de la novela que abre y cierra el discurso, y los elementos simbólicos que giran en torno al personaje le confieren una ‘misión’ frente a Trujillo, frente al ‘mal’ que el tirano representa. A medida que avanza la lectura se cuestionan las posibles razones del regreso de Urania y que justifican su entrada a la novela:

¿Has hecho bien en volver? Te arrepentirás, Urania. [...] ¿Síntoma de decadencia? ¿Sentimentalismo otoñal? Curiosidad, nada más. Probarte que puedes caminar por las calles de esta ciudad que ya no es tuya, recorrer este país ajeno, sin que ello te provoque tristeza, nostalgia, odio, amargura, rabia. ¿O has venido a enfrentar a la ruina que es tu padre?" (12).

Dos razones a primera vista. El regreso a la patria y el reencuentro con su padre: nostalgia y amargura, más odio y rabia en contra de un país y de un padre. Urania representa al pueblo dominicano en la Casa de Caoba y ha sufrido la última afrenta de Trujillo que narra la novela; el peso de la experiencia marca todos sus recuerdos con la amargura de treinta y cinco años. En el regreso se percibe la necesidad de enfrentarse de nuevo a los hechos que marcaron su vida. El problema de Urania es el olvido: "Pasó y no tiene remedio. Otra, lo hubiera superado, quizás. Yo no quise ni pude." (512). No ha querido ni ha podido superar la experiencia y en cambio se ha convertido "en una experta en Trujillo" (66). Paul Ricoeur (2000) habla del problema del olvido desde dos ángulos. Como la destrucción de las huellas –"olvido de destrucción"– frente al problema de la persistencia de cierto tipo de huellas en la memoria –"olvido de reserva"–. Sobre el segundo tipo dice que cuando un acontecimiento afecta y causa gran impresión se convierte en una ‘inscripción’ que se diferencia de las huellas documentales o de las marcas exteriores, porque se trata de una marca afectiva que permanece en nuestro espíritu, la cual recupera la memoria mediante el reconocimiento. Se trata entonces de enfrentarse al problema del olvido con ese recurso que Ricoeur define como "experiencia clave" y "pequeño milagro de múltiples caras": la experiencia del reconocimiento.(8)

Urania es una abogada exitosa que vive en Manhattan, pero en la República Dominicana es ‘la hija de Agustín Cabral’. La cuestión del reconocimiento se repite en cada uno de los encuentros de Urania: al llegar a su antigua casa, al estar de nuevo frente su padre, y en el encuentro con su prima Lucinda y con el resto de la familia. El narrador personaje no para de autocuestionarse desde las primeras páginas y hasta la mitad de la novela: "¿Qué haces aquí? ¿Qué has venido a buscar a Santo Domingo, en esta casa? ¿Irás a cenar con Lucinda, Manolita y la tía Adelina? La pobre será un fósil, igual que tu padre." (208). Y ciertamente, al ver a su tía dice: "Nunca la hubiera reconocido. […] Tampoco a Lucinda, y menos a Manolita, a quien vio por última vez cuando tendría once o doce años y es ahora una señorona avejentada, con arrugas en la cara y el cuello, y unos cabellos mal teñidos de un negro azulado bastante cursi. Marianita, su hija, debe tener unos veinte años: delgada, muy pálida, el cabello cortado casi al rape y unos ojitos tristes." (252). Mediante el proceso de reconocimiento en el seno de su familia que se anuncia desde ahora en el físico de su sobrina, muy semejante a su propia descripción cuando era adolescente, Urania podrá rescatar de su memoria la imagen que solamente ella conoce y que la novela ha estado reservando para el capítulo final.

La experiencia con Trujillo ha dejado en Urania una huella de odio contra los hombres. Odio por la atracción sexual que le parece un acto propio de los animales (18). Y asco hacia los hombres en quienes despierta deseo (211).(9) A su regreso, con excepción de su padre –que no habla ni hay certeza de que se comunique realmente con él–, sólo habla con mujeres: la enfermera, con quien abre el diálogo, y las mujeres de su familia durante la cena que le ofrecen. Y ante ellas narrará el testimonio de su encuentro con Trujillo en la mítica Casa de Caoba.

La Casa de Caoba es el espacio privado de Trujillo por excelencia. Según he destacado con anterioridad, era el lugar en donde realizaba citas y acuerdos que deseaba mantener en secreto. Las idas a la Casa de Caoba significaban todo un ritual que comprendía desde un día específico hasta el uniforme ‘verde oliva’ y el auto Chevrolet Bel Air azul celeste que lo llevaba hasta allá. Y es precisamente en ese lugar en donde Trujillo vive su derrota, su segunda muerte. En lo que toca a la narración de Trujillo, el motivador del recuerdo es uno: la huella de la experiencia sexual fracasada con Urania. Desde que despierta en el primer capítulo dedicado al tirano, esa idea lo acompaña y lo atormenta durante todo el día: "Los huesos le dolían y sentía resentidos los músculos de las piernas y la espalda, como hacía unos días, en la Casa de Caoba, la maldita noche de la muchachita desabrida. El disgusto le hizo rechinar los dientes." (26). La ‘mala’ experiencia acentúa los rasgos de su decrepitud. Pero lejos de reconocer sus propias limitaciones, Urania aparece como culpable de ella: "la muchachita esqueleto", "la flaquita" (28), "la muchachita asustadiza" (163), "la figurita odiosa, estúpida y pasmada" (223). Trujillo vive y sufre una lucha contra su memoria. Tantos sucesos, tantas muertes que ha olvidado y este hecho no puede borrarlo porque ya no está tan seguro de su capacidad, de su control del poder:

Se impuso pensar en la chiquilla de la pancarta y las flores. <<Dios mío, hazme esa gracia. Necesito tirarme como es debido, esta noche, a Yolanda Esterel. Para saber que no estoy muerto. Que no estoy viejo. Que puedo seguir reemplazándote en la tarea de sacar adelante este endemoniado país de pendejos. No me importan los curas, los gringos, los conspiradores, los exiliados. Yo me basto para barrer esa mierda. Pero, para tirarme a esa muchacha, necesito tu ayuda. No seas mezquino, no seas avaro. Dámela, dámela.>> Suspiró, con la desagradable sospecha de que aquel a quien imploraba, si existía, estaría observándolo divertido desde ese fondo azul oscuro en el que asomaban las primeras estrellas. (372)

En términos del orden lógico de la narración, Trujillo estaría muerto en este capítulo. Y es importante destacar también la relación que se establece entre la capacidad viril y la capacidad del poder. Trujillo se resiste a perder su capacidad viril, a envejecer. Su afán de controlar el tiempo va no sólo en dirección del dominio de la historia del país, sino del control de su propia historia, del tiempo de su propia vida. La solución que encuentra es vivir nuevamente la prueba para demostrarse que todavía es dueño cabal de todas sus capacidades: "y de este modo borraría el mal recuerdo de ese esqueletito estúpido." (305). Una joven virgen será la nueva víctima "para sentirse mañana sano y joven." (374). Aunque esta decisión signifique romper con su ‘sagrada’ rutina y se exponga por ello a caer víctima de sus propias supersticiones: "Esta decisión –se tocó la bragueta en una suerte de conjuro– le levantó el espíritu y lo alentó a seguir con la agenda del día." (170).

El nombre de la protagonista, Urania, encierra un enigma a descifrar. A propósito de enigmas, Trujillo habla de ella como "esfinge" cuando permanece en silencio durante su encuentro en el capítulo final, y también la llama "diosa indiferente" (504). Urania es un personaje forjado desde el sincretismo de mitos de culturas que alimentan a la dominicana, que tendrá en sus manos la función desmitificadora de la novela.

Desde la primera página de la novela, se establece una relación entre la ciudad y el personaje en términos de la afrenta y del análisis de los nombres: "¡Urania! Tan absurdo como afrentar a la antigua Santo Domingo de Guzmán llamándola Ciudad Trujillo. ¿Sería también su padre el de la idea?" (11). Urania es una de las nueve Musas, hijas de Zeus y Menmosine (la Memoria), las cuales fueron adoradas en unión de Dionisos, Apolo y el cantor Orfeo, representante de la poesía dionisíaca. Urania, la celestial, la astronómica y protectora de la poesía didáctica en general, lleva una bóveda celeste en sus manos (Steuding 34). Es la referencia mítica más comúnmente conocida. Pero el nombre de Urania se relaciona también con otras imágenes. A la musa Urania se atribuye la maternidad de Orfeo, cuyo padre habría sido Apolo. Orfeo recibe la lira que toca como regalo de su padre y le añade dos cuerdas más a las siete ya existentes en honor de las Musas (Falcón 477, 620). Cabe señalar que el número total de capítulos de la novela –veinticuatro, las horas de un día– es igual al número de cantos que integran los escritos sagrados atribuidos al clásico cantor: "Les Discours sacrés en vingt-quatre rhapsodies, auraient été composés aux alentours de 100 av. J.C." (West 410). El nombre de Urania está relacionado con la imagen de la castración.(10) En la Teogonía de Hesíodo, las Moiras son tres diosas de la luna. Robert Graves señala: "Moera means ‘a share’ or ‘a phase’, and the moon has three phases and three persons" (48-49). Pero agrega que el número de tres no era general. En Delfos se veneraban solamente dos, la del nacimiento y la de la muerte, y en Atenas sólo una: "The Athenians called Aphrodite Urania ‘the eldest of the Fates’ because she was the Nymph-goddess, to whom the sacred king had, in ancient times, been sacrificed at the summer solstice. ‘Urania’ means ‘queen of the mountains’ "(49).(11)

Al hablar de Uranos hay que señalar que su nombre griego es una forma masculina de ‘Ur-Ana’, reina de las montañas, y además reina del verano, reina de los vientos y reina de los bueyes salvajes. Así pues, además de ser una musa y de la relación que se establece con Uranos por el nombre, Urania es una de las denominaciones de Afrodita. En el mito más conocido, el de Hesíodo, se dice que Afrodita nació de los órganos genitales de Uranos. Cuando Cronos tras mutilar a su padre lanzó los despojos viriles de Uranos al mar, en torno a ellos se concentró una gran cantidad de espuma blanca en cuyo centro nació Afrodita (vv. 188-200, 353). Y en su identificación con el nombre de esta diosa venerada por los atenienses y por los frigios, se destaca un relato mítico que incluye el dato de un rey sacrificado:

Aphrodite Urania (‘queen of the mountain’) or Erycina (‘of the heather’) was the nymph-goddess of midsummer. She destroyed the sacred king, who mated with her on a mountain top. As a queen-bee destroys the drone: by tearing out his sexual organs. [...] Hence also the worship of Cybele, the Phrygian Aphrodite of Mount Ida, as a queen-bee, and the ecstatic self-castration of her priests in memory of her lover Attis. (Graves 71)

El mito es muy parecido al del dios del cielo. La castración de Uranos permite la separación del cielo y de la tierra, y pone fin a la procreación sin límites de Uranos. La castración arriba citada trae como consecuencia la separación entre el rey y la montaña, y pone fin al dominio del rey sobre ésta. En ambos casos, la figura femenina se distingue y sale vencedora. Gaia construye el arma e incita a su hijo Cronos para que luche y castre a su padre. Afrodita Urania se impone sobre el rey y, a semejanza de las abejas, no sólo lo castra sino que lo mata constituyéndose en reina de las montañas.

La relación que se establece con Cibeles –la Afrodita frigia– reafirma el carácter místico de la castración por ser práctica usual entre los sacerdotes a su servicio, en recuerdo de la autoemasculación de Attis. (12) La tradicional fiesta de La Cruz, celebrada en diversas comunidades hispánicas el 3 de mayo, tiene como antecedente preclásico la celebración en honor de Attis (Moreno 37). Y paradójicamente el asesinato de Trujillo ocurre en el mes de mayo.

Por otra parte, es importante señalar que entre las divinidades del vudú se encuentra Ezili. Una deidad reconocida como la más poderosa y arbitraria entre los dioses del vudú. Ezili es también la más contradictoria: un espíritu de amor que prohíbe el amor, que puede ser generosa o implacable y cruel. Lo interesante es que se aparece de noche a sus devotos en forma de una virgen pálida, por lo que se ha establecido una analogía con la Virgen María y con otras divinidades clásicas: "In writing about Ezili, most ethnographers, Haitian and foreign, have had recourse to analogy. She is Venus. […] She is Ishtar or Aphrodite" (Dayan 59).

Así pues, el nombre de Urania remite a una serie de referencias mitológicas de tradiciones de la cultura dominicana que tienen en común el hecho de la castración y el papel decisivo en manos de las mujeres. Y en medio de mujeres y en el ambiente propicio de una cena se decidirá la suerte final del dictador. La invitación de Lucinda para ir a cenar a casa de su tía se encuentra en el capítulo X, y en el capítulo siguiente se desarrolla el almuerzo/homenaje a Simon Gittleman, en el cual se habla con detalle sobre la histórica y terrible matanza de haitianos. Once capítulos adelante, en la misma mesa del Palacio "donde hacía unas horas habían sido agasajados Simon y Dorothy Gittleman" (454), se extiende el cadáver de Trujillo "cosido a balazos" y a los ojos de todos los presentes comienza a ser "desvestido y lavado".

El capítulo final, el XXIV, ocurre al igual que el XI, en torno a la mesa. El narrador y Urania comparten la palabra para presentar los hechos tan anunciados a lo largo de la novela. El tiempo oscila entre el presente de la cena y el pasado de la rememoración. Y la imagen que hasta ahora ha vivido sólo en la memoria de Urania se transforma en relato gracias al reconocimiento que Urania experimenta finalmente, después de las primeras horas difíciles del encuentro con su familia, en una cita que ya antes he consignado: "–Me molesta, me da vómitos –replica Urania–. Me llena de odio y de asco. Nunca hablé de esto con nadie. Quizá me haga bien sacármelo de encima, de una vez. Y con quién mejor que con la familia." (339).

Urania recuerda todos los detalles del encuentro en la ‘fiesta’, los cuales se narran en tiempo presente. Alrededor de la mesa, en un ambiente familiar en donde se encuentran reunidas solamente mujeres, cinco mujeres de tres generaciones –el género que sin duda sufrió más vejaciones durante la Era de Trujillo– Urania cuenta su tragedia de adolescente, razón del odio a su padre. El relato en este capítulo sigue un esquema particular. El viaje de Urania hacia la Casa de Caoba inicia con una alusión a los orígenes del país:

La memoria de Urania conservaría muy vivo, un espectáculo tal vez desaparecido o extinguiéndose en el Santo Domingo de hoy, o que existiría, tal vez, sólo en ese cuadrilátero de manzanas donde siglos atrás un grupo de aventureros venidos de Europa fundaron la primera ciudad cristiana del nuevo mundo, con el eufónico nombre de Santo Domingo de Guzmán. (495-496)

Urania, una jovencita de catorce años, durante el trayecto se da cuenta de lo que le espera y se prepara para lo peor. Demuestra con ello una fuerza interior que sólo se explica por la esmerada educación en los valores religiosos que recibe en el Colegio Santo Domingo –que luego le servirá de refugio– y por los cuidados que le prodiga su padre. Esta formación de su infancia le permite mantenerse dueña de sí misma. Pero hay también otra fuerza que la defiende y que le permite mantenerse en un estado de inocencia durante el encuentro con Trujillo, ya que nunca reacciona como mujer. A pesar del ultraje se mantiene virgen en su espíritu. No se entrega aunque la violan. Y su impasibilidad le permite convertirse en la única testigo de la tragedia del tirano. Y aquí, la importancia del testimonio ya que los hechos no ocurren en el presente del relato. Se actualizan gracias al monólogo de Trujillo –lo llamo monólogo porque ella permanece siempre en silencio–. Urania ha descubierto el secreto y lo comparte con las mujeres de su familia:

Su Excelencia volvió a tenderse de espaldas, a cubrirse los ojos. Se quedó quieto, quietecito. No estaba dormido. Se le escapó un sollozo. Empezó a llorar.

–¿A llorar? –exclama Lucindita. [...]

–No por mí –afirma Urania-. Por su próstata hinchada, por su güevo muerto, por tener que tirarse a las doncellitas con los dedos. [...]

Le hablaba a Dios. A los santos. A Nuestra Señora. O al diablo, tal vez. Rugía y rogaba. […] Parecía medio loco, de desesperación. Ahora sé por qué. Porque ese güevo que había roto tantos coñitos, ya no se paraba. Eso hacía llorar al titán. ¿Para reírse, verdad? (509-510)

Trujillo queda exhibido, igual que ocurriera con su cadáver, queda expuesto sobre la mesa a la vista de todas. El ‘titán’ cae por sus propias lágrimas. El encuentro con Urania constituye su derrota. Trujillo deja de ser el Chivo por la decadencia de su sexo y la debilidad –hasta las lágrimas– que le deviene de la pérdida del poder. La novela funge como juez del tirano y lo condena a una ‘segunda muerte’ de la manera más humillante, exhibiéndolo como un hombre en decadencia sexual.

Testigo de la última imagen de Trujillo que aparece en la novela, Urania se convierte en la ejecutora final del dictador. Con la fuerza simbólica que representa su nombre, adquiere una personalidad capaz de realizar un tipo de castración singular. El poder de la mirada de Trujillo se revierte en su contra y, como Orfeo ante cuya mirada Eurídice se desvanece porque en su caso mirar es quebrantar el tabú de la prohibición, Urania contempla el cuerpo desnudo de Trujillo, el cuerpo de un hombre envejecido que ha perdido su vigor sexual, un derrotado. La mirada de Urania se convierte de esta manera en desacralizadora y pone fin al mito de Trujillo como el Chivo, como el tirano inflexible dueño de vidas y de destinos. Urania descubre ante las mujeres que la oyen la imagen final del dictador:

Procuraba no mirar su cuerpo, pero, a veces, sus ojos corrían sobre el vientre algo fofo, el pubis emblanquecido, el pequeño sexo muerto y las piernas lampiñas. Éste era el Generalísimo, el Benefactor de la Patria, el Padre de la Patria Nueva, el Restaurador de la Independencia Financiera. Éste, el Jefe al que papá había servido treinta años con devoción y lealtad, al que había hecho el más delicado presente: su hija de catorce añitos. (511)

En el encuentro final Trujillo no puede olvidar esa imagen: "El recuerdo de aquella carita estúpida contemplándolo sufrir, le llegaba al alma." (163); "volvió a infiltrarse de contrabando la figurita odiosa, estúpida y pasmada, de esa muchacha contemplando su humillación. Se sintió vejado." (223-224). La humillación es su peor castigo al igual que la incertidumbre de su virilidad. Y en este estado y a causa de él encontrará la muerte, sin oportunidad ya porque la Parca, Urania Afrodita, corta el hilo de la vida del tirano y haciéndolo romper su rutina lo hace ir de nuevo a la Casa de Caoba en cuyo camino encontrará la muerte. El círculo se cierra y las dos ejecuciones del tirano se unen de manera definitiva y contundente.

La llegada de Urania convoca "todos los sonidos de la vida, motores de automóviles, casetes, discos, radios, bocinas, ladridos, gruñidos, voces humanas, parecen a todo volumen, manifestándose al máximo de su capacidad de ruido vocal, mecánico, digital o animal (los perros ladran más fuerte y los pájaros pían con más ganas)". (15). Ahora, "el silencio ha caído sobre Santo Domingo: ni una bocina, ni un motor, ni una radio, ni una risa de borracho, ni ladridos de canes vagabundos." (499). Urania ha permanecido en silencio durante toda su estancia en la Casa de Caoba. Y ahora ante el silencio que se abre para escuchar su testimonio, ha dejado oír su voz, como en recuerdo de los versos que citara Ovidio de la Musa en Fastos (115):

53-finierat voces Polyhymnia: dicta probarunt

54-Clioque et curvae scita Thalia lyrae.

55-excipit Uranie: fecere silentia cunctae,

56-et vox audriri nulla, nisi illa, potest.

57-'magna fuit quondam capitis reverentia cani,

58-inque suo pretio ruga senilis erat.

Polyhymnia había terminado sus palabras. Aprueban sus dichos Clío y Talía, la hábil con la curva lira.

Empezó Urania: todas guardaron silencio y no se podía oír ninguna voz sino la suya:

‘En otros tiempos fue grande la reverencia a la cabeza canosa y las arrugas de la vejez se apreciaban.

Las canas de Trujillo no infunden respeto. La mirada de Urania se limita a contemplar y a lo sumo a compadecer. Sobre la mesa se ha exhibido, por segunda vez, el cuerpo desnudo y muerto de Trujillo. En torno a la mesa se ha vivido la experiencia de compartir lo que la tía Adelina sabía de la historia. Urania ha aportado también su testimonio. Y todas ellas, Urania y Marianita especialmente, se quedan con una versión más acabada que explica el pasado de su familia y el por qué de su pasado.

 

Notas

(1). La novela se presentó con un despliegue publicitario por todo el mundo, y en 2005 fue llevada a la pantalla por Lolafilms, en España, bajo la dirección de Luis Llosa.

(2). La definición es semejante a la que Mircea Eliade incluye en Mito y realidad: "Myth narrates a sacred history; it relates an event that took place in promordial Time, the fabled time of the ‘beginnings’. […] Myth is always an account of a ‘creation’; it relates how something was produced, began to be." (5-6, 8).

(3). La simbólica del mal originalmente se publicó de manera independiente (Aubier, París, 1960). Actualmente se encuentra publicado como el segundo libro de Finitud y culpabilidad.

(4). Existe El mito del Estado de Cassirer (publicada póstumamente en 1946), en donde se presenta una explicación filosófica del nazismo, la cual se extiende a la aparición de regímenes totalitarios en Europa en el periodo de entreguerras. Paul Ricoeur revisa el problema también desde una visión ontológica de las víctimas del mal.

(5). El problema de la violencia aparece desde el primer volumen de Le Juste (1995). Ricoeur afirma: "La violencia es inherente a la condición humana, con raíces biológicas, psíquicas e históricas. […] Pero no podemos ocultar que el propio estado, detentor de la única legítima violencia según Max Weber, se ve inserto en la paradoja de no poder prescindir de aquello que pretende erradicar: la violencia. […] En un orden más profundo de consideraciones, violencia y palabra aparecen como los contrarios más fundamentales de la experiencia humana. La violencia rehusa hablar y niega la palabra, por eso no tiene nunca razón." (Maceiras 1997)

(6). Carlos Fuentes (1992: 57) señala: "Las dictaduras son invención nuestra, pero el respaldo y la posibilidad de perpetuarse en gran medida es una responsabilidad también de los Estados Unidos".

(7). La descripción de la escena es semejante a las torturas que se incluyen cuando las víctimas están en el Trono (Trono-Trujillo). A Salvador Estrella: "la descarga eléctrica lo levantó y aplastó contra las ligaduras y anillos que lo sujetaban. Sintió agujas en los poros, la cabeza le estalló en pequeños bólidos ardientes" (430). Y con Pupo Román: "el sacudón pareció machacarle todos los nervios, del cerebro a los pies. Correas y anillos le cercenaban los músculos, veía bolas de fuego, agujas filudas le hurgaban los poros." (424).

(8). Se trataría aquí del reconocimiento de los hechos pasados que no se pueden o no se quieren olvidar. La diferencia que habría entre recuerdo (algo que se ha ido) e imagen (algo que permanece), ambos en la memoria. El reconocimiento de la imagen sería un recurso para ayudar a la memoria a convertir dicha imagen en recuerdo y dar paso al olvido. (Ricoeur 2000: 556, 559-572)

(9). "Mi único hombre fue Trujillo." (513). Los hombres de Urania son seres de alguna manera ‘mutilados’ físicamente y viejos. Tanto Trujillo –con su incontinencia urinaria– como el "parapléjico millonario de origen polaco, Mr. Melvin Makovsky" que le propone matrimonio, tienen setenta años de edad (203).

(10). Una de las torturas que se narran con mayor detalle en la novela incluye la castración del prisionero con unas tijeras (425).

(11). Robert Graves toma el último dato de Pausanias, X. 24. 4, y I. 19. 2.

(12). Según Ovidio, Attis era un hermoso joven que vivía en los bosques de Frigia. La diosa Cibeles lo eligió como guardián de su templo con la condición de que se mantuviera siempre virgen. Attis cedió al amor de la ninfa Sagaritis y entonces Cibeles hizo que ésta muriera, derribando el árbol del que dependía su vida. El joven enloqueció y se castró, tras lo cual la diosa lo volvió a admitir en su templo. Anualmente se celebraba una fiesta rememorando su muerte y resurrección (Ovid X, 104).

 

Bibliografía

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