Reflexiones sobre Babel

M. Ana Diz

City University of New York

 

Aun sin la distancia que permite construir los perfiles de una época, todos podemos estar de acuerdo en que el nuestro es un tiempo marcado por el tráfico incesante de personas, objetos, lenguajes y valores. Frente a la fragmentación, el mundo oficial responde invariablemente, en todas las épocas, con el modelo imperial o el sueño singular de la nación, una, indivisible. El exacerbado plural de nuestro tiempo, donde la unidad se divide y subdivide casi al infinito, viene con sus inevitables deslizamientos, en un piso que se mueve incesantemente, que marea los valores y las lenguas. No es fácil hacer pie, instalados como estamos, en este paradójico reino absoluto de lo múltiple, en el que cada astilla reclama su derecho y entona su propio canto. Si no en voz alta, secretamente soñamos con un lugar de descanso en el que el tráfico no construya sólo conflictos o mala música. Sueños ambiciosos o aun modestos, como el de guardar unos pocos valores duraderos, si no permanentes o universales. Somos los hijos de Babel después de que Jehová dispersó a aquel pueblo de arquitectos por toda la faz de la tierra. Las veinte líneas del Génesis que narran el episodio, que han dado lugar a que haya entre 5 y 8 versiones diferentes de cada versículo, todas ellas posteriores a 1950, es hecho justificado por la dificultad de traducir el texto y también porque el mito parece especialmente pertinente a nuestros tiempos. (Zumthor, 50)

Babel es el relato de una imposibilidad comprendida de antemano. ¿Qué hacen los relatores del texto bíblico? ¿Qué hacemos nosotros con los deseos imposibles? Creo que en la mayoría de los casos, los incluimos en un relato que proporcione alguna clase de explicación y nos ayude a aceptar la imposibilidad de cumplirlos. Explicamos la imposibilidad en virtud de un Otro a quien endiosamos o demonizamos. Acaso prefiramos juzgarlo errado antes que imposible, y equipararlo entonces con una transgresión y su castigo. El relato atribuye a Jehová la imposibilidad de levantar la torre. Es Jehová, el que impidió a Adán y Eva comer del fruto de la Vida, quien ahora descalabra el proyecto de la ciudad y la torre. La historia explica el fracaso de Babel en virtud de la voluntad de Dios, y lo hace narrativizando el paso del poder y su imposible triunfo a la impotencia y su fracaso certero; de la igualdad a la diferencia, del eje vertical (la torre) al horizontal (la dispersión por la faz de la tierra). El Génesis insiste en esta disposición de espacios. "Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres." Y se dijo: "Ahora pues, descendamos, y confundamos allí sus lenguas..." (2)

En la memoria popular el relato de Babel se entreteje sin dificultad con sentencias como "la unión hace la fuerza," "soberbia que ofende al cielo," o "el hombre propone y Dios dispone," a las que podríamos añadir "Todo ascenso engendra abismos," frase feliz que Murena escribe en su comentario de este episodio bíblico.(3) La torre es ícono de soberbia castigada. Jehová confunde la lengua de aquel pueblo de arquitectos para impedir el edificio cuya cúspide querría tocar los cielos. Los pone en su lugar. Con todo, si nos atenemos al nivel literal del texto del Génesis, tenía razón Murena (p. 454) cuando no veía en Babel ningún deseo de rebelión titánica, a diferencia del episodio de la serpiente, donde comer la manzana pondría a Adán y Eva a la altura de Dios. A primera vista, el deseo de construir la torre aparece como empresa inocente, racional, pacífica y valiosa:

Génesis 11, 1-4: Era entonces toda la tierra de una lengua y unas mismas palabras. Y aconteció que, como se partieron de Oriente, hallaron una vega en la tierra de Shinar, y asentaron allí. Y dijeron los unos a los otros: "Vaya, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego." Y fuéles el ladrillo en lugar de piedra y el betún en lugar de mezcla. Y dijeron: "Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra".

El proyecto expresa el irresistible impulso humano de construir, levantar y asegurarse un nombre. (1)

Con todo, esas gentes que, en su marcha desde Oriente (des-orientadas), se establecen en la llanura de Senaar y emprenden la construcción de este axis mundi que es la Torre, desobedecen el mandato que Dios le da a Noé, que es el de dispersarse y poblar la tierra. Jehová ve en esa Torre una pesadilla y corta abruptamente los sueños de grandeza de los constructores de Babel.

Génesis 11: 5-9: Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres. Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno, y todos estos tienen un lenguaje; y han comenzado a obrar, y nada los retraerá ahora de lo que han pensado hacer. Ahora pues, descendamos, y confundamos allí sus lenguas, para que ninguno entienda el habla de su compañero. Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí confundió Jehová el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra.

En el carácter secular del plan, en la ausencia de todo espíritu de reverencia a un ser superior, en la confianza en la técnica, en el proyecto de alcanzar los cielos y en el deseo de fama, en esta ciudad del hombre, la tradición lee soberbia pura. El Génesis narra en diez capítulos la historia universal en una sucesión de vaivenes que testimonian dos pulsiones opuestas y de fuerza pareja: fusión y confusión, unidad y separación, vida sedentaria y errante. A la inocencia perdida del Edén sigue la expulsión; a la violencia de Caín, el Diluvio. El nuevo orden, centrado en la figura de Noé, primer hombre nacido después de la muerte de Adán, también fracasa. Después del Diluvio, la humanidad se divide a partir de los tres hijos de Noé. Al linaje de Ham, hijo irreverente de Noé, pertenece Nimrod, cuyo nombre significa ‘rebeldía’, fundador de un imperio de ciudades en la llanura de Senaar, que comenzó precisamente con Babel (10: 8-10). De ahí surgen las tierras y las lenguas, la dispersión y la multiplicación, la formación de naciones, cada una con su propia tierra y su propia lengua. El relato de Babel termina abruptamente con la dispersión de las gentes en la tierra. Babel es el final de los principios, el último de los diez episodios de la historia universal; a partir de ese fracaso, se inicia la historia de una sola nación, la de Israel, con el llamado de Abraham. Pero acaso lo que importa es el hecho de que Dios empiece por desarraigar a Abraham para llevarlo como extranjero a la Tierra Prometida, a la cual tiene derecho no por haber nacido allí ni por línea genealógica sino por voluntad providencial. Jehová rechaza el modelo totalizante que pretende vincular lengua, tierra y nación:

Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres. Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno, y todos estos tienen un lenguaje; y han comenzado a obrar, y nada los retraerá ahora de lo que han pensado hacer. Ahora pues, descendamos, y confundamos allí sus lenguas...

"Nada los retraerá ahora de lo que han pensado hacer," se dice Yavé, gracias a esa lengua sola y a esa comunidad perfectamente unida en palabra y en acto. Porque la lengua de Babel parece cumplir el sueño de una lengua científica, como la del propio Dios, unívoca y transparente, perfectamente cerrada al malentendido y al error.

Murena considera el proyecto de Babel como un monumento a la lógica: la torre se levanta, ladrillo sobre ladrillo, en orden impecable. Pero si el proyecto responde a un orden riguroso, el relato del proyecto despliega una sintaxis peculiar. "Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra". ¿Por qué contemplar la posibilidad de tener que dispersarse? La repetición de las mismas palabras, al final de la historia, muestra a las claras que el narrador tiene el final de su historia, y lo anticipa aquí, contra toda verosimilitud. De hecho, tal disposición convierte el final del cuento (el fracaso del proyecto, la dispersión) en el motivo que justifica el proyecto. Murena piensa que se trata de una excusa narrativa pobre que oculta el designio de Yavé amenazado. Porque Yavé no confunde la lengua original para castigar a su pueblo sino para impedir que la cúspide de la torre de Babel toque los cielos. Entonces, sí es posible pensar que el descalabro del proyecto es el acto de un Dios celoso de su poder supremo, cuidadoso de mantenerse como el único que detenta el árbol de la Vida y esa lengua perfecta.

El episodio de Babel es enigmático. Es de veras notable, por ejemplo, que el primer objetivo explícito sea hacer ladrillos:

Y dijeron los unos a los otros: "Vaya, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego." Y fuéles el ladrillo en lugar de piedra y el betún en lugar de mezcla. Y dijeron: "Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre…"

¿Por qué no subordinar la acción preparatoria al proyecto de edificar la ciudad y la torre? ¿Por qué empezar por el principio literal –hacer ladrillos–, obedeciendo a la pura cronología de los actos sin tejer causas y efectos, con esta linealidad que un buen narrador jamás respetaría? Con todo, si aceptamos en toda su literalidad este orden narrativo, vemos que los constructores de Babel proceden exactamente como los tecnólogos. Conciben modos y medios ("...hagamos ladrillo...") y recién entonces piensan posibles objetivos que podrían fundarse en tales avances ("Vamos, edifiquémones una ciudad y una torre..."). El medio es la actividad central, el corazón de la empresa tecnológica, éticamente neutral. Entonces, pensar en Babel como ícono de nuestros tiempos no sólo se explica por la multiplicidad de lenguas con las que Jehová confunde a los constructores de la torre, sino también por el hecho de que el episodio bíblico privilegia a la tecnología.

... the project of Babel has been making a comeback. Ever since the beginning of the seventeenth century, when men like Bacon and Descartes called mankind to the conquest of nature for the relief of man’s estate, the cosmopolitan dream of the city of man has guided the best minds and hearts throughout the world. Science and technology are again in the ascendancy, defying political boundaries en route to a projected human imperium over nature.

... Whether we think of ... the imposing building of the United Nations...; whether we look at the World Wide Web and its Wordperfect, or the globalized economy or the bio-medical project to recreate human nature without its imperfections, whether we confront the spread of the post-modern claim that all truth is of human creation - we see everywhere evidence of the revived Babylonian vision. (Kass, 243)

Pero claro que no fueron el siglo XVII ni el pobre Descartes los únicos que aspiraron al proyecto de Babel, fundado en la ilusión de soluciones imperiales y totalizantes. Cada época certifica que todos llevamos el impulso de Babel adentro, acaso porque, como decía Hegel, a diferencia de los animales, no tenemos el cuerpo paralelo a la tierra. Se trata de la antigua guerra entre el uno y los muchos, atestiguada en debates filosóficos, en proyectos políticos nacionales, en utopías sociales, en las ilusiones de una lengua única, de máquinas instantáneas y perfectas de traducción. Este sueño de domesticar lo múltiple y lo diferente en un orden Uno, nítido, transparente, anima asimismo la singularización de los orígenes y de los poderes. Pensemos en que hasta el siglo XVIII prevalece la idea de que todas las lenguas descienden de una lengua original, hasta el momento de Babel. O en la Iglesia, o en tantos otros imperios antiguos, modernos y contemporáneos. Cada época crea su propia variante de lo que Murena llamaba "la locura del discurso único." Cada época aprende que tal modelo no puede funcionar. Y cada época articula esta comprensión con sus propias, diversas objeciones.

La Babel de nuestros tiempos, en plena construcción, es objeto de ataque. Leemos, por ejemplo, en el comentario del Génesis de Leon Kass:

The city is back, and so too, is Sodom, babbling and dissipating away. Perhaps we ought to see the dream of Babel today, once again, from God́s point of view. Perhaps we should pay attention to the plan He adopted as the alternative of Babel. We are ready to take a walk with Abram. (Kass, 243)

Si el camino imperial de Babel es pernicioso, entonces hay que tomar el rumbo de la unidad de una nación, al amparo de Jehová. La crítica de Kass, que propone remplazar lo uno por lo uno, parece del todo insuficiente. Desde el otro extremo del espectro ideológico, Susan Sontag enuncia con voz precisa las objeciones de muchos:

A leading feature of our ideology of a unitary, transnational capitalist world culture is the practice of translation. I quote: "Translation today is one of the communicational lifelines of our global village." In this perspective, translation becomes not merely a useful, desirable practice but an imperative one: linguistic barriers are obstacles to the freest circulation of commodities ("communication" is a euphemism for trade) and therefore must be overcome. Underpinning the ideology of universalism is the ideology of unlimited business. One always wants to reach more people with one’s product. Besides the universalist claims implicit in this goal of unlimited translation, there is another implicit claim: namely, that anything can be translated, if we knew how... ...

The inevitable instrumentation of this idea of the necessity of translation, the "translation machine," shows us how the ancient dream of a universal language is alive and well. (345)

En el mundo de la máquina de escribir de los años veinte, Victoria Ocampo publicó en La Nación su primer artículo (en francés), un ensayo en el que levantaba su voz en defensa de las diferencias y contra la noción de igualdad, esa "amputadora," la llamaba Ocampo, enemiga de la justicia. El ensayito se titula "Babel" y es curioso en más de un sentido. Dice Ocampo:

No puedo oír esa palabra [igualdad] ... sin que se alce terrible, dentro de mí, el antepasado de Babel de quien desciendo, y cuya visión prevalece en mí, a pesar de las mezclas posteriores. Y cada vez que hablo de igualdad, es indudablemente, y a pesar mío, a través de un jirón de su barba patriarcal. (7)

Con la insolente humildad típica de quien se piensa como desobediente, Ocampo corrige el Génesis, y explica la confusión de las lenguas a su modo:

...El Eterno, para deslizar entre aquellas buenas gentes el inmutable malentendido que conocemos, no tuvo necesidad de inspirarles distintas lenguas. Es muy probable que el castigo por Él infligido fue más refinado, más cruel. El castigo debió ser como sigue: Jehová no alteró las palabras de que los hijos de Noé se servían, pero modificó la percepción que cada uno de sus cerebros tenía de esas mismas palabras. Las palabras continuaron, pues, siendo exteriormente lo que hasta entonces habían sido; pero, internamente, se diferenciaron para cada hombre. Las palabras continuaron, pues, sonando como ellas habían sonado siempre; pero su resonancia fue distinta en cada oído.

... Quizás el mismo Jehová no tuvo conciencia de la pavorosa resonancia que su severidad iba a tener en las futuras generaciones. Pero, en fin, más vale abstenerse de emitir sobre ello juicios que pudieran creerse temerarios (p. 34).

Acaso lo más curioso de esta versión corregida de Babel sea el hecho de que, indeliberadamente, opere en la memoria de Ocampo el recuerdo de otro episodio bíblico, paralelo y complementario de la Torre. Porque al corregir Babel, Ocampo atribuye al Jehová del Antiguo Testamento un papel paralelo y opuesto al que cumple el Espíritu Santo en el episodio de Pentecostés y las lenguas de fuego. La asociación indeliberada que Ocampo establece entre los dos episodios es acaso lo más importante del ensayo. Porque de hecho, en el episodio de las lenguas de fuego, el Nuevo Testamento ofrece las condiciones de posibilidad de lo que el Antiguo Testamento considera imposible. (2) Unos cuarenta años después del ensayo de Ocampo, Murena vio, en los años sesenta, el paralelo y la complementariedad de las dos historias.

Leemos el episodio de Pentecostés en los Hechos de los Apóstoles:

Y como se cumplieron los días de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos; y de repente vino un estruendo del cielo como de un viento recio que corría, el cual hinchó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, [de las] que se asentó [cada una] sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, como el Espíritu les daba que hablasen. (2, 1-4)

Notemos, para empezar, que el fuego que habían usado los constructores de Babel para hacer sus ladrillos, ícono de las artes y la civilización, signado por la lógica, es del todo opuesto a las lenguas de fuego, símbolos del lenguaje literalmente inspirado del Espíritu Santo, que se posa sobre los apóstoles y logra lo imposible. Sigue el texto:

Moraban entonces en Jerusalem Judíos, varones religiosos, de todas las naciones debajo del cielo. Y hecho este estruendo, juntóse la multitud; y estaban confusos porque cada uno les oía hablar su propia lengua. Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: He aquí ¿no son Galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, los oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en que somos nacidos? Partos y Medos, y Elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea y en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Phrygia y Pamphylia, en Egipto y en las partes de África que están de la otra parte de Cirene, y Romanos extranjeros, tanto Judíos como convertidos, Cretenses y Árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios." (Hechos de los Apóstoles 2, 5-11)

En Babel, Jehová confunde la lengua y provoca la dispersión que, como dice Murena, tiene por fin indicarnos que nuestra naturaleza y nuestro destino es la diversidad y el reino de las diferencias. En Pentecostés, en cambio, el Espíritu Santo hace lo opuesto. No es que produzca una fusión de lenguas diferentes en una sola. No se trata siquiera de una máquina divina de traducción, porque no traduce nada. Hablan los galileos en su lengua y cada uno los oye en su propia lengua materna. Asistimos aquí a la epifanía de una comunión en la diversidad, hecha a base de pura fe.

En tanto relatos, Babel y Pentecostés comparten desenlaces dictados desde arriba: Jehová baja a confundir la lengua de los albañiles; el Espíritu Santo se posa sobre los apóstoles. Los dos relatos, con sus finales de signos opuestos, privilegian la presencia de un poder sobrenatural, universal, todopoderoso. En los dos relatos también, ese poder divino y uno se impone sobre los muchos. Los dos episodios presentan dos modelos de posible unión de muchos. La escena de los constructores de Babel, que trabajan hombro con hombro, ofrece el sueño de una unión. El episodio de Pentecostés, centrado en la simultánea comprensión de muchos diferentes, no privilegia tanto una unión como una comunión, gracias al poder del lenguaje. El predicado único y sobresaliente de la unidad de los arquitectos de Babel es tener, dice el Génesis, "una misma lengua y unas mismas palabras." El progreso de la torre, que hasta Jehová considera posible porque es un pueblo uno, se basa en una lengua destinada a un hacer. De las lenguas de Pentecostés, destinadas a un decir, el predicado único y sobresaliente es que son muchas. Las lenguas de fuego ofrecen el milagro de una concordia de muchos gracias al poder de un lenguaje inspirado. (3)

En el discurso de nuestro mundo globalizado laten, como en Pentecostés, las ansias de comunicar. Tan pronto digo esto, me siento tentada a pensar que lo que llamamos la aldea global es espacio en el que se vende todo y se comunica poco o nada. Pero el imperio comunica, y bien, lo que le interesa comunicar, si pensamos en que, como dice Sontag, la palabra ha adquirido el valor eufemístico de "mercado" o "libre empresa". De hecho, a la luz del imperio de nuestro tiempo, todos los anteriores parecen hermanos pobres, notablemente torpes.

Pero los sueños imperiales y universalistas se apoyan en la idea de "unidad," esa amputadora de la que hablaba Victoria Ocampo, esa aplanadora, podríamos añadir, que empareja e iguala, que desfigura y subsume las diferencias en una sola lengua todopoderosa. Contra esa empresa que llaman libre y global, la comunicación experimentada en Pentecostés no es global, no se funda en una sola lengua sino en la comunión de muchas. Comunión, y no comunicación, porque comunicar, decía Adorno, siempre implica adaptar el espíritu a la utilidad y por eso el arte no comunica nada. (174) Me importa subrayar aquí la distancia entre la dudosa unión de lo que de antemano se igualiza, y la comunión de diversidades que describe el Nuevo Testamento, y recuperar de Pentecostés la noción de lenguaje inspirado. Porque esas dos nociones, comunión de diferentes y lenguaje inspirado, son los predicados del arte, ese encuentro de diferentes en el eje horizontal de lo humano. Si en Babel la verticalidad de un poder uno y perfectamente concorde termina en una horizontalidad que se concibe como fracaso (la dispersión por toda la tierra), Pentecostés atiende a esa horizontalidad múltiple y encuentra en ella la posibilidad de una comunión milagrosa.

En el caso de Babel se subraya el poder de ese pueblo uno, que tiene una sola lengua y unas mismas palabras. Dije al principio que la lengua de Babel parece casi una lengua científica, unívoca y transparente, perfectamente cerrada al malentendido y al error. Pero es preciso no confundir la unidad de ese pueblo de Babel, constituido por muchos unidos, con la unidad predicada de Dios, el Uno, que por no saber de otros números, no es un número. Porque a pesar de la perfecta armonía de palabras y de actos, la lengua de Babel no es la lengua divina donde la palabra es la cosa, donde Dios dice "Que haya luz" y se hace la luz. Es cierto que los albañiles de Babel (así prefiere llamarlos Ocampo) usan el imperativo: "Hagamos ladrillos...," etc. Pero entre palabra y acto median los trabajos y los días. Una diferencia comparable es la que distingue el lenguaje del Espíritu Santo y los lenguajes del arte que, como la Torre, también son producto del trabajo y el tiempo. Trabajo y tiempo, las marcas de lo humano múltiple frente a los predicados de Dios, singular, eterno, todopoderoso. Salvadas esas diferencias fundamentales, y trasladado de la esfera religiosa a la secular, el milagro de Pentecostés, esa comprensión simultánea entre gentes de lenguas diversas, ofrece una metáfora de la comunión que hace su epifanía en el arte, encuentro de diferentes, nunca predicado en la unidad.

Una distancia imposible separa la lengua única, universal y todopoderosa del Uno, de la lengua humana, nunca salvada de la necesidad de traducción, que opera en el eje horizontal y siempre lleva consigo las manchas de la traición, el malentendido, el error. "¿Qué escritor del mundo, decía Dürrenmatt, vive allí donde se habla la lengua que él escribe?" (11) Escribir es siempre escribir en lengua extranjera. La lengua humana, base de las lenguas del arte, opaca, está animada por el deseo imposible de una unidad entre la palabra y la cosa y al mismo tiempo bendecida por todas las maldiciones de lo múltiple. La trayectoria de este deseo de enteridad, sea en el fragmento o en la totalidad, no es simple; se resiste, avanza, ahonda las posibilidades de los múltiple, hasta volverlas fuente proteica y poderosa. El arte no funda imperios ni naciones, pero tiene el poder de crear comunidades genuinas, profundas comuniones. Ahí está precisamente el corazón de las imperfectas bellezas humanas. En todas esas maldiciones se funda el lenguaje del arte, que une porque distancia, que comunica de modo universal porque es ferozmente particular, que ofrece la única posible comunión de diferentes, y que para Dios, el Uno, el in-diferente, está vedado.

Notas

(1) Observa Zumthor que en el Génesis encontramos nombres propios hasta el episodio de Babel, protagonizado por gentes anónimas.

(2) Desde luego, la asociación entre Babel y Pentecostés es antigua y de larga y rica historia. Aquí me limito a iluminar la visión de dos argentinos, por cierto, alejados de las especulaciones eruditas que suele acompañar la tipología en los estudios medievales.

(3) Es claro que si respetáramos el contexto de Pentecostés, no podríamos dejar de pensar que el episodio es directamente previo a la creación de la Iglesia, ́congregación de gentes,́ fundada en una piedra (y no ladrillos), y que responde a un modelo imperial. Pero no es ésa la dirección a la que se dirigen estas notas.

Bibliografía

Adorno, Theodor W. Aesthetic Theory. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1997.

Dürrenmatt, Friedrich. Literatura y arte. Ensayos, poemas y discursos, Madrid: Síntesis, 2000.

Kass, Leon R. The Beginning of Wisdom: Reading Genesis. New York: Free Press, 2003.

Murena, Héctor A. Visiones de Babel. México: Fondo de Cultura Económica, 2002.

Ocampo, Victoria. "Babel," en Testimonios. Primera serie: 1920-1934. Buenos Aires: Sur, 1981.

La Santa Biblia. Ed. de Casiodoro de Reina et alii, Londres: Sociedades Bíblicas Unidas, 1959.

Sontag, Susan. Where the Stress Falls. New York, Farrar Straus and Giroux, 2001.

Zumthor, Paul. Babel ou l’inachèvement, colección "La couleur des idées," Paris: Éditions du Seuil, 1997.