La soledad era esto de Juan José Millas:

La reconstrucción de un yo fragmentado

 

Camila Segura

Columbia University

 

El paratexto (1) de La soledad era esto, una cita de La metamorfosis de Kafka, se presenta como una clave de lectura puesto que la protagonista de la novela, Elena Rincón, no sólo experimentará una transformación sino que ésta consistirá, precisamente, en cambiarse de aquella habitación "confortable y dispuesta con muebles de familia" para así no olvidar "rápida y completamente" su "pasada condición humana". Elena está llegando al clímax de una crisis personal (adicción al hachís, enfermedades múltiples derivadas de esta adicción y de su estado mental y relaciones interpersonales prácticamente muertas) y ésta reclama una solución urgente. El comienzo de lo que se convertiría en su solución llegó a ella sin saberlo al haber encontrado el diario de su madre después de su fallecimiento. Este descubrimiento resulta revelador y liberador no sólo en la medida en que el diario de su madre le da la oportunidad de reconciliarse con ella a través de una identificación (que se basa fundamentalmente en una coincidencia de estados corporales --ambas sufren de males similares) sino también porque Elena opta por empezar a escribir su propio diario, un acto que la liberará a través del autoanálisis.

Antes de empezar a escribir su propio diario, Elena ha comenzado a sospechar la infidelidad de su marido, hecho que la lleva a contratar a un investigador privado para que lo siga. Muy pronto, sin embargo, Elena se aburre con los informes del detective sobre su marido por lo que, sin revelarle nada sobre su identidad, le ordena seguirla a ella misma. El detective, acatando las demandas de su empleadora, empieza a escribir unos informes que cada vez se van haciendo más y más subjetivos. Estos serán fundamentales para Elena ya que "certifica[rán] [su] existencia" (263)", le darán la percepción del otro, haciéndola reflexionar sobre sí misma y le darán fuerzas para llevar a cabo su metamorfosis.

Así pues, La soledad era esto es una novela multiforme en la medida en que se construye a través de estos distintos registros narrativos: un texto narrado en tercera persona, dos diarios y los informes detectivescos (2). El narrador se debe entender, según Mike Bal, como "el sujeto lingüístico el cual se expresa en el lenguaje que constituye el texto" (125). Las formas clásicas de combinar narradores son las que se han denominado (3), por un lado, discurso insertado y/o, por el otro, discurso yuxtapuesto. El primero es aquel que, comúnmente, se ha comparado con la imagen de las cajas chinas: un narrador dentro de otro (Las mil y una noches es el ejemplo clásico). El segundo es aquel que presenta diferentes intervenciones de narradores independientes, por ejemplo, lo que ocurre en La hojarasca. Ambas formas de discursos se pueden combinar de múltiples maneras. Siguiendo estas definiciones, en La soledad era esto tanto la primera como la segunda parte constituirían ejemplos de discursos insertados ya que en las dos partes hay un narrador que enmarca los otros discursos.

Además de las formas de combinación de narradores, se encuentra lo que se ha llamado niveles de narración y que tiene que ver con la inserción de textos: "cada vez que un nuevo texto de un narrador diferente se integra en el nivel anterior, tenemos un nuevo nivel de narración" (Ordóñez, 173). Por texto externo, se debe entender el texto principal, el habla que comienza el discurso narrado (en este caso el texto externo de la primera parte sería el del narrador en tercera persona y el de la segunda parte sería el diario de Elena), mientras que el texto interno es ese otro que aparece insertado como discurso secundario (es decir, el diario de Mercedes y los informes del detective). El narrador perteneciente al texto externo es el responsable de que otros narradores hablen. Gracias a él, los otros narradores pueden integrarse e intervenir en el texto.Y así, el narrador del texto externo (narrador externo) es siempre responsable de las versiones dadas por los otros narradores (internos). Esto es lo que ocurre con el diario de Elena ya que ella es la que transcribe los fragmentos de los otros dos textos en la segunda parte de la novela.

Esta fragmentación narratológica es una herramienta formal que utiliza Millás para aludir a la noción de identidad femenina como entidad no unificada sino, precisamente, fragmentaria. No sólo es el lector el que va construyendo la identidad de la protagonista a través de los diversos textos yuxtapuestos, sino también la misma Elena va construyendo su propia identidad a través de estas diversas miradas y textos.

Como he sugerido antes, cuando Elena encuentra el diario de su madre, descubre una faceta de ella que no conocía pero además se siente identificada. No sólo porque ésta empieza a escribir su diario cuando tiene los mismos años que ella (cuarenta y tres) sino porque sus estados de salud son muy similares. Elena se identifica apenas comienza a leer el diario de su madre ya que lo que encuentra primero dice: "Percibo la enfermedad como un fantasma que recorriera mi cuerpo y que apareciera caprichosamente en uno u otro sitio, según la hora en que me despierte" (186). De inmediato se da cuenta de que ha "presenciado algo terrible o fabuloso, pero esencial para el trazado de su propio destino" (186), "como si debajo de la caligrafía de su madre o de las conversaciones que parecía mantener con sus vísceras se ocultara una advertencia que sólo ella pudiera comprender y que parecía referirse a su futuro" (190) . Elena descubre a través del diario de su madre que su nombre era el mismo que el que su madre le había puesto a lo que ella llamaba su antípoda, un ser salido de una historia de infancia:

todos tenemos en nuestras antípodas un ser que es exacto a nosotros y que ocupa siempre en el globo un lugar diametralmente opuesto al nuestro (si no, no sería antípoda). Me contaba mi madre que este ser anda, duerme y sufre al mismo tiempo que una porque es nuestro doble y piensa siempre lo mismo que nosotras pensamos y al mismo tiempo. (196)

Mercedes, la madre de Elena, culpa a su antípoda de todo lo que la destruye:

Algunas tardes, cuando comprendo que estoy bebiendo más coñac de la cuenta, pienso que a lo mejor es cosa de mi antípoda, de Elena, que se ha alcoholizado por no saber hacer frente a los momentos difíciles de la vida, como este de la soledad que nos ha tocado vivir a las dos en la vejez. Me da pena porque se está destruyendo, aunque a lo mejor en una de éstas se suicida y me hace descansar a mí también. (197)

Antípoda es el nombre que le ha dado Mercedes a su subconsciente. A la vez, nombró a su hija igual que a su antípoda, hecho que le sugiere a Elena una conexión que va más allá de lo físico. Y sin embargo, hay una trascendencia en esta identificación de Elena con los desarreglos físicos de su madre ya que éstos son sólo la evidencia de procesos más complejos relacionados con estados psíquicos que también las conectan. Tanto Elena como Mercedes, su madre, son adictas a sustancias: Elena al hachís, su madre al alcohol. Si nos fijamos en las descripciones del narrador de tercera persona, pocas veces habla explícitamente sobre el impacto psicológico que diversos acontecimientos tienen en Elena, es decir, pocas veces detalla sentimientos de tristeza, rabia, frustración o felicidad.(4) Más bien, cada vez que sucede algo que la perturba o la alegra nos habla de las reacciones corporales de ella, es decir, esboza la relación mente-cuerpo a través de una descripción de la somatización de sus sentimientos. Por ejemplo, cuando termina de leer sobre el nombre de la antípoda de su madre, dice el narrador: "Elena había leído las últimas líneas jadeando (…) luego se levantó, fue al baño e intentó vomitar inútilmente. Pensaba que si conseguía vomitar cesaría el mareo" (197). Justo después de leer el primer informe del detective, en donde se le informa sobre la infidelidad de su marido, dice el narrador: "La primavera y el informe habían producido en su cuerpo un optimismo liberador"(5) (202). Aunque la madre en su diario sea un poco más explicita sobre sus sentimientos, el tema de la relación entre mente y cuerpo es recurrente; el tema del cuerpo contiene o cifra, en múltiples ocasiones, lo emocional:

me bajé los tirantes del camisón y me descubrí los senos, que han sido la parte más apreciada de mi cuerpo (…) Me llevé las manos a ellos, a su base, para elevarlos un poco, y noté un bulto extraño en el derecho. Creo que empecé a sudar de miedo y que ya estaba a punto de desmayarme cuando conseguí sentarme en la taza del retrete (…) Dios mío, qué miedo tuve. Cuánto miedo cabe en un cuerpo humano. (222)

Así, pues, la identificación que siente Elena con la situación corporal de su madre es sólo un indicio de una similitud más profunda, una en la que tanto la adicción como la somatización evocan procesos psicológicos profundamente similares. Esta revelación hace que Elena empiece a comprender mejor la presencia y efectos de su inconsciente. Comienza a reconciliarse con su madre a través de sueños y de los efectos de la droga que consume. Uno de los sueños más recurrentes y que será uno de los más importantes es aquel que soñó cuando era pequeña:

Soñó que era pequeña y que jugaba en la playa, muy cerca de su madre, a hacer hoyos en la arena. En uno de estos hoyos encontraba una moneda que representaba un tesoro. La cogía admirada y, sabiendo que se encontraba en el interior de un sueño, la apretaba fuerte en su mano derecha comprobando que la solidez de la moneda era excesiva y que por tanto no podrí desaparecer si conseguía mantener el puño bien cerrado hasta despertar. (198)

Elena misma nos informa sobre la importancia de este sueño. Contándole a su marido sobre el sueño, dice:

Esta noche he descubierto por qué no soy vulgar. Verás, de pequeña soñé que hacía un hoyo en la playa y descubría una moneda. Pensé que si conseguía mantener el puño cerrado, con la moneda dentro, al amanecer seguiría en mi mano. Cuando desperté había desaparecido, pero esa misma mañana, en la playa, cavé un hoyo y volví a encontrarla. Por eso no me he sometido, como mis hermanos, a las imposiciones de la realidad, porque todavía creo que los sueños son realizables. (203)

Como vemos, el sueño y la posibilidad de realizar deseos están ligados directamente. Por eso es sorprendente y revelador cuando Elena encuentra en el diario de su madre que fue ella misma, su madre, la que cavó la moneda en la playa. Este descubrimiento motiva a Elena a cambiar:

Esta ciudad es un cuerpo visible, pero la visibilidad no es necesariamente un atributo de lo real. Quizá no exista ni existamos nosotros, del mismo modo que no existió aquel tesoro que encontré en la playa. Todavía no sé si la revelación debe ponerme triste o excitarme, porque si bien es cierto que ese hallazgo constituyó una mentira, no es menos cierto que alguien en quien su propia madre realizó un sueño de ese tamaño está obligada a buscar un destino diferente. (242)

El diario, como la moneda, sirve para movilizar a Elena, para darle la fuerza que necesita para esa transformación que tanto necesita, para buscar ese destino diferente.

Así, pues, el diario de su madre la reconcilia con ella, la identifica con ella permitiéndole no sentirse tan sola y le enseña que la escritura puede ser una buena forma de escapar de la soledad y aliviarse de sus enfermedades. De la siguiente manera es que Elena determina lo que su madre le ha mostrado a través del diario:

Mi madre me mostró el estrecho pasillo y las mezquinas habitaciones por las que debería discurrir mi existencia, pero al mismo tiempo me dio un mundo para soportar ese encierro o para hacerlo estallar en mil pedazos. Me dio todo lo bueno y todo lo malo al mismo tiempo y confusamente mezclado, pero me dejó su butaca y su reloj: la butaca para que me sentara a deshacer la mezcla y el reloj para medir el ritmo de la transformación. (242)

Los informes del detective, por otra parte, le sirven, como ya había afirmado, para confirmar su existencia, para reflexionar sobre sí misma gracias al otro, es decir, el detective funciona como un analista que la observa, la interpreta y al ella leer esta interpretación reconstruye su yo fragmentado. Del siguiente modo describe la función de los informes:

dice cosas de mí que yo ignoraba y eso, además de divertirme mucho, me reconstruye un poco, me articula, me devuelve una imagen unitaria y sólida de mí misma, pues ahora veo que gran parte de mi desazón anterior provenía del hecho de percibirme como un ser fragmentado cuyos intereses estuvieran dispersos o colocados en lugares que no me concernían. (228).

El detective no sólo le proporciona los informes que la hacen darse cuenta de cosas de sí misma en las que no había reparado, sino que además, su presencia le ayuda a impulsar su metamorfosis pues cuando sabemos que nos observan desarrollamos más autocontrol y autoconciencia.

En la ocasión en que Elena se encuentra con su hermano Juan y éste le cuenta que su hija está embarazada, ella rompe a llorar y después escribe en su diario: "Afortunadamente, tenía las gafas de sol y creo que logré ocultar las lágrimas. Es curioso, me acordé de que mi detective estaría observándome desde algún rincón y pensé que no me gustaba que me viera llorar" (246).

El detective, además, tiene, en cierto sentido, la función un interlocutor en la medida en que Elena actúa para ser observada, recibiendo una lectura de estos movimientos. Es un interlocutor/analista que observa en silencio pero que le informa lo que observa para ayudarle a ella a reconocer sus "deseos insatisfechos". El detective es perspicaz pues diagnostica o detecta acertadamente ciertas actitudes o estados de Elena. En la ocasión en que Elena se encuentra con su hermano Juan, el detective acierta en varias de sus afirmaciones:

Elena Rincón tiene un mal que la consume. Me baso para decir esto en el hecho de que nunca presenta el mismo aspecto físico. Uno de los días está bien y otros mal, como si padeciera de una enfermedad estable que se tomara algunas jornadas de descanso (…) Ignoro quién podía ser ese sujeto, pero sí puedo afirmar que maltrató verbalmente a Elena Rincón (…) Tuve la sensación de que se sentía corralada, como si estuviera siendo sometida a un chantaje. (249)

Aunque el detective se equivoca al determinar la profesión de Juan, el hermano de Elena, acierta en que "miraba a Elena (…) como un policía" ya que, en efecto, la estaba juzgando fuertemente.

El detective no actúa como un detective tradicional ya que "la objetividad" clásica de este tipo de informes, como sabemos, ha sido minada siguiendo las ordenes de Elena. Pero si seguimos reflexionando sobre la analogía detective-analista, nos damos cuenta de que nuestro detective tampoco sigue las reglas ideales del analista clásico propuesto por Freud o Lacan, pues éste entra a dar juicios de valor, habla sobre sí mismo y responde preguntas personales sobre su vida. En este sentido, de alguna manera, la relación de Elena con el detective se acerca un poco más a teorías psicoanalíticas post freudianas y lacanianas, en las cuales se subraya la importancia activa de ambas partes de la relación psicoanalítica, el analista y el sujeto analizado. Dice Chodorow:

As Elizabeth Zetzel puts it: "many analysts to-day believe that the classical conception of analytic objectivity and anonymity cannot be maintained. Instead, thorough analysis of reality aspects of the analyst’s personality and point of view is advocated as an essential feature of transference analysis and an indispensable prerequisite for the dynamic changes". These "many analysts" would claim that a focus on the analyst’s own reactions will provide the best clue to what is going on with the patient (…) And in the countertranference perhaps not only the self of the analysand is reconstructed or reconstituted; the analyst’s self may be changed, or at least better understood, as well. Thus, knowledge of the other and knowledge of the self, construction of the self and construction of the other, are intimately related. (161-162)

Los otros forman parte fundamental de (nos)otros. Elena construye la identidad a través de una recopilación de miradas fragmentarias puesto que ninguna identidad es unitaria o causal sino múltiple y heterogénea. Los otros también forman parte de los analistas, razón por la cual éstos también son susceptibles de ser modificados. En este caso, nuestro analista/detective cambia tanto a través de este caso que no sólo interviene en la vida real de Elena para salvarla sino que incluso dimite del trabajo para continuar vigilándola ya que siente que debe protegerla de "ellos" (es decir, de Elena misma).

Pero son los otros, paradójicamente, los que hacen más evidente la soledad, tema que da título a la novela y que, claramente, constituye uno de los hilos conductores más importantes de ésta. Dice Elena: "me sorprendió la agresividad de mi hermano. Una nunca sabe lo que representa para los demás ni de qué manera gratuita se puede perder o ganar un afecto. En cualquier caso, parecía confirmar mi sensación de lejanía respecto al mundo. Mi soledad" (245). La incomunicación con los otros hace evidente un abismo que pareciera insalvable y que reafirma la sensación de soledad. Y sin embargo es prácticamente imposible vivir sin los otros –al menos sin algún otro- ya que dependemos del otro para sentirnos parte de algo más grande. Así le ocurre a Elena con el detective, pues, a pesar de que no lo conoce, al final de su proceso transformador reconoce que él "ha comenzado a funcionar como un punto de referencia del que difícilmente podría prescindir en este momento" (274).

Cuando Elena decide convertirse en objeto de observación, simultáneamente empieza a dejar el hachís, descubre su propia escritura y continúa leyendo el diario de su madre. Estos eventos coinciden para dar paso a su proceso transformador. En la segunda parte de la novela encontramos los tres textos yuxtapuestos cuyo contenido, múltiples veces, se complementa pero cuyo marco será su propio diario, una escritura que le servirá para llegar a un autoanálisis definitivo para su transformación.

Su diario comienza con la mismas palabras que usara su madre para escribir el suyo: "comienzo estas páginas que ignoro cómo llamaré o adónde me conducirán a los cuarenta y tres años…" (229), exactitud que revela el hecho de que la idea de escribir este diario de Elena sale del de su madre, pero que además la identificación con ella será total.

Sus temas de escritura serán también muy similares a los de su madre, siendo el del cuerpo uno de los más fundamentales para ambas (sobre todo para la madre de Elena). Las descripciones de Mercedes sobre el cuerpo resultan un tanto trasgresoras ya que a veces rozan lo abyecto, reivindicándolo como tema y acercándose a la escritura femenina propuesta por Cixous, "cuya lógica se mantiene con la expresión de[l] cuerpo femenino" (Ballesteros, 17):

Yo sufrí mucho con los tres para darles luz y me han quedado secuelas de los partos. (…) mi útero está descolgado por una especie de flojera de ligamentos a que estaba sujeto. Eso hace que se desplome sobre la vagina arrastrando a la vejiga su caída. Por eso, al toser o al reírme con fuerza se me escapa involuntariamente algo de orina y por eso también vivo con esa sensación de que algo, dentro de mí, ha cambiado de lugar. (190)

En el caso de Mercedes, el diario cobra todo su esplendor como espacio de escritura íntima pues lo utiliza para pensar en ella, en su cuerpo, en su identidad. La madre representa aquella generación de mujeres del franquismo que han renunciado a su individualidad, destinadas solamente a reproducirse mecánicamente y a pensar en función de sus hijos. A través del diario, Mercedes reivindica el hecho de querer utilizar su diario para escribir sobre su páncreas que sobre sus hijos, es decir, es claro que este es su espacio y como tal debe dedicarlo a ella, a su cuerpo.

En esta escritura sobre el cuerpo, la madre de Elena realiza unos constantes paralelos entre el suyo y los espacios interiores y exteriores (el barrio, la ciudad, un continente y una isla solitaria, entre otras). Estos sugieren que el cuerpo se presenta como "una superficie hostil", "una caverna que a veces conduce al placer, a veces al dolor y siempre a la desesperación" (234). Dice la madre: "Lo malo es vivir lejos de una misma, que es como vivo yo desde hace años, desde que me trasladé a esta ciudad que no existe y que, sin embargo, se llama Madrid. Madrid no existe, pues es un sueño provocado por una enfermedad, por unas medicinas que tomamos para combatir alguna enfermedad". (240). Y en otro lugar dice: "Realmente, un cuerpo es como un barrio: tiene su centro comercial, sus calles principales, y una periferia irregular por la que crece o muere. Yo no soy de aquí, de esta ciudad que denominan Madrid, capital del Estado. Vine a caer a este lugar por los azares de la vida y poco a poco dejé de ser de donde era". (188-189)

La ciudad es un cuerpo extraño, a veces enemigo, un espacio hostil pero esta analogía, además, evoca los poemarios de la guerra civil en donde Madrid aparece como un cuerpo herido. Es fácil perder la identidad en una ciudad pero si no somos originariamente de esa ciudad, la identidad se va diluyendo y terminamos sin saber de dónde somos.

Los juegos intertextuales con esta relación cuidad-cuerpo son múltiples. Por un lado, el apellido de Elena, Rincón, evoca un espacio físico, tal vez una calle, un recoveco alguno de la ciudad o de la psiquis ya que la ciudad, el cuerpo y la psiquis forman una especie de triada en donde los tres se presentan como espacios complejos, hostiles. Los recorridos que realiza Elena cuando sale de su casa casi nunca son fáciles de seguir pues rara vez son rectilíneos; evocan, pues, aquella historia infantil narrada por su madre Mercedes donde los recovecos de las tuberías imaginarias parecen vías misteriosas por las que la orina regresa al cuerpo (195). Por otro lado, la ciudad es la que sirve de escenario para que Elena escriba, a través de sus movimientos físicos, la historia que será leída por el detective que la sigue. Es decir, parte de la reconstrucción de la protagonista de la novela se da cuando es leída en la ciudad. Pero además, el cuerpo de la madre es un mapa que la hija lee y Elena a la vez escribe el suyo propio. La idea de la escritura como lectura, entonces, se presenta en varios niveles. Así, no sólo en la medida en que la escritura de los informes son una lectura, una interpretación de los movimientos de Elena, sino también en la medida en que la escritura de Elena se presenta como una lectura de ambos textos (de los informes del detective como del diario de su madre) pues constantemente está leyendo, es decir, interpretando su significado para reconstruirse una imagen de sí misma. Las imágenes del diario de Elena son recuperadas del diario de su madre pero a la vez son nuevas, conforman una nueva historia (la suya). Las imágenes son, simultáneamente, nuevas y recuperadas. Escribir es también reescribir.

Y es que esta idea de la escritura como reescritura se manifiesta también a nivel formal ya que los textos mismos (los diarios de Mercedes y Elena) contienen una estructura especular pues no sólo, como había mencionado anteriormente, comienzan con las mismas palabras sino que a veces se fusionan miméticamente. Uno de los casos más claros es un aparte de la segunda sección en donde Elena transcribe aquel fragmento del diario de su madre (241) en el que ella habla de vivir en Madrid como en una ciudad inexistente, una ciudad enferma como ella y la manera en que esta enfermedad no le ha permitido cuidar de las tareas domésticas, un oficio que la mejora ("si la casa está sucia, el bulto crece. Pero cuando la limpio, parece disminuir de tamaño") pues la reconstruye, devolviéndole la identidad. Al final de este fragmento dice la madre: "Qué vida. Ahora voy a limpiar los azulejos del baño porque luego me dará pereza" (241). Elena, por su parte, cuando termina de leer (escribir), escribe: "me he levantado de la butaca de mi madre y he ido a la terraza. Como vivo en un piso alto, he visto la ciudad como quien contempla un cuerpo tendido" (242). De nuevo sale el tema de la ciudad como cuerpo, tratado por la madre en el fragmento recién trascrito. Pero además, la estructura especular de los dos diarios se hace más evidente al final, cuando Elena termina esta sección de su diario con la intención de llevar a cabo también una tarea doméstica: "He tomado un café que me ha sentado mal y ahora tengo náuseas. Voy a recoger un poco la cocina" (242). Vemos, pues, cómo la escritura de Elena es reescritura, es lectura de la de Mercedes.

Las enfermedades de Elena, sus somatizaciones, van matizándose, aliviándose a través de la escritura del diario ya que éste posee una función terapéutica. A través de su escritura, Elena tendrá revelaciones sobre ella misma que la ayudarán a su autoanálisis y, por ende, a completar su transformación. El diario le permite registrar ciertos cambios que va notando y la escritura es una forma de aceptación: "Decir esto –pero, sobre todo, escribirlo- me proporciona algún grado de angustia, porque es aceptar que o no pertenezco a nadie, a nada y que nada me pertenece, excepto el reloj y la butaca" (243).(6) A través del diario, Elena llega a revelaciones fundamentales para su cambio de vida. Reflexiona, por ejemplo, sobre la posibilidad de que la relación con el hachís fuese un sustituto de la que tenía con su madre (269) o se da cuenta también que está somatizando y que esta somatización es para no enfrentarse a ella misma, a sus deseos: "Supongamos que mejoro físicamente, que logro, incluso, expulsar ese cuerpo extraño alojado en mi intestino. Suponer eso me produce algo de vértigo, porque cuando llegara a encontrarme así de bien ya no tendría ninguna excusa para no enfrentarme a mí misma, a mis deseos." (266)

La voz de Millás pareciera oírse justo después de esta frase, cuando escribe: "Poner toda la pasión en el cuerpo, en sus dolencias o en sus desarreglos, tiene muchas ventajas, pero produce también cantidades considerables de sufrimiento". Para estar bien físicamente se necesita la voluntad psíquica pero funciona exactamente igual al contrario, por eso la crítica al ensimismamiento de Elena en su cuerpo. Y el diario le ayuda a esto, le ayuda a articular todo lo que está descubriendo de sí misma a través de los informes y del diario materno y así, dejar su adicción, liberarse de Enrique y mudarse de casa a su propio espacio.

Así, pues, La soledad era esto sirve como un elocuente ejemplo de que lo que se denomina escritura femenina puede ser perfectamente elaborada por un autor masculino ya que de lo que se trata es de un texto que lucha "contra la lógica falologocéntrica dominante, romp[iendo] las limitaciones de la oposición binaria (masculino/femenino) y gozan[do] con los placeres de un tipo de escritura más abierta." (Ballesteros, 19). El espacio que construye Millás para la mujer es diferente al tradicionalmente trazado por autores hombres. Es poca la simpatía que desarrolla el lector por Enrique, siendo éste un personaje no sólo conformista y burgués, sino opresor (su lectura de Kafka es reveladora acerca de su posición frente a la sociedad). El lenguaje que utiliza en la carta que le escribe a Elena dice mucho de este personaje como un hombre que menosprecia y ridiculiza los procesos psicológicos de su esposa:

Por las razones que sean has decidido reorientar tu vida, o destrozarla (…). No te lo reprocho (…). No estoy dispuesto a sufrir y que jamás volvería a darte la oportunidad de que me hicieras las escenas que tuve que soportar (…). También yo tengo derecho a que se respete el modo de vida que he elegido, y en ese modo de vida no tienen cabida las tragedias, ni las molestias intestinales ni los dolores de cabeza. (…) No entiendo nada de esas cuestiones que dejaron de interesarme mucho antes de atravesar la barrera de la madurez (268).

Pero además, Millás sitúa a una mujer a cuestionar el rol tradicional de esta, al hacer que Elena dude de la decisión de su hija Mercedes de tener un hijo ya que al parecer faltó reflexión de su parte. Tanto Mercedes madre como Elena como Mercedes hija cargan un bulto. Sin embargo, en el caso de Elena y su hija, los bultos son diferentes. Dice Elena refiriéndose a su hija: "su bulto y el mío crecerán de forma paralela, pero el mío, aquel a través del cual me naceré crece hacia la posibilidad de una vida nueva, diferente, mientras que el suyo crece hacia la repetición mecánica de lo que ha visto hacer en otros. Mercedes no ha advertido aún que es mujer y que esa condición implica un mandato al que tarde o temprano hay que enfrentarse si queremos que vivir continúe mereciendo la pena" (275). Elena voluntariamente rechaza esa mecanización de la maternidad. La transformación llega a Elena y es ahora que empezará su reivindicación con las otras mujeres (sus dos Mercedes) ya que el diario de su madre, como hemos dicho, la reconcilia con ella, mientras que espera mejorar la relación con su hija, ahora que la cadena sigue: "pienso que si mi metamorfosis se consuma, mi hija y yo quedaremos unidas por un hilo invisible, un hilo orgánico a partir del cual, tal vez, se empiece a construir un tejido nuevo en el que cada una de nosotras, con el transcurrir de los años, ocupará un lugar precioso" (251).

Hemos visto cómo el nivel formal de La soledad era esto puede leerse como un reflejo del nivel temático de ésta ya que en los dos niveles la fragmentación (narratológica y de identidad) se presentan como elementos fundamentales para la narración.

El diario de su madre cumple la función de reconciliarla con ella, identificarse y movilizarla a escribir su propio diario. Los informes del detective/analista le ayudan a reconstruir su identidad y la presencia de éste le permiten desarrollar una autoconciencia y un autocontrol fundamental para su transformación, mientras que su propia escritura (junto con su papel de lectora de los otros textos) resultará en un autoanálisis que será sumamente eficaz para lograr su deseada y necesaria transformación, llegando a una construcción exitosa de su identidad. Tanto así que al final de la novela, Elena tiene una revelación importante. Su metamorfosis la ha alejado de una pesadilla horrorosa, ahora ella se encuentra por encima de aquella máquina que es la sociedad; ahora se siente libre:

Hay dos hombres discutiendo en la calle, frente a mi terraza; forman parte de esa sociedad, de esa máquina que Enrique, mi marido, representa tan bien. Viven dentro de una pesadilla de la que se sienten artífices. Cuando despierten de ese sueño, les llevaré una vida de ventaja (276).

 

Notas

(1). Según Genette un paratexto es aquello que en "una obra literaria, el texto propiamente dicho mantiene con lo que sólo podemos nombrar como su paratexto: título, subtítulo, intertítulos, prefacios, epílogos, advertencias, prólogos, etc. (...) y muchos otros tipos de señales accesorias, autógrafas o alógrafas, que procuran un entorno (variable) al texto." (Genette, pág 11).

(2). Habría que señalar una pequeña "traición" perpetuada por Millás al género del diario ya que resulta poco frecuente que el que escribe el diario transcriba diálogos para narrar ciertos episodios. Es, claramente, una "traición" formal que facilita la fluidez del texto pero que también ayuda a la caracterización de los personajes, a la capacidad de impacto y, en general, a la entretención del relato. La conversación con su hermano, por ejemplo, es mucho más efectiva transcrita pues a través de este procedimiento podemos detenernos en la fuerza o agresividad de cada palabra. Cuando le dice, por ejemplo: "Mira Elena yo soy de clase media y no tengo acceso a reflexiones tan profundas" (247).

(3). Ordóñez, Montserrat, 169-190.

(4). Aunque sugiere que lo que tiene Elena es una somatización ya que muchas veces se refiere a su desarreglo intestinal como "la bola de angustia".

(5). El subrayado es mío.

(6). El subrayado es mío.

 Bibliografía

Millás, Juan José. "La soledad era esto", Trilogía de la soledad. Madrid: Alfaguara, 1996. págs 165-276.

Ballesteros, Isolina. Escritura femenina y discurso autobiográfico en la nueva novela española. New York: Peter Lang, 2002.

Bal, Mieke. Teoría de la narrativa. (Una introducción a la narratología). Madrid: Cátedra, 1995.

Chodorow, Nancy. "Toward a relational individualism: The mediation of Self through Psychoanalysis", Feminism and Psychoanalysis. Yale U. Press, 1989. pags. 154-162.   

Genette, Gérard. Palimpsestos. La literatura en segundo grado. Madrid: Taurus, 1989.

Ordóñez, Montserrat. "Literatura y lenguaje: fragmentación y narradores", Cuadernos de Filosofía y Letras. (Uniandes) Vol 4, julio-diciembre (1981): 169-190.