La figura del mimo en Máscaras de Leonardo Padura Fuentes
 

Manuel Fernández

North Central College



El efecto de las narrativas maestras sobre el individuo es un tema muy evidente a lo largo de Las cuatro estaciones, la reciente tetralogía policiaca del autor cubano Leonardo Padura Fuentes. Cada una de las novelas está dedicada a una estación del año 1989: Pasado perfecto (1991), cuya trama transcurre durante el invierno; Vientos de cuaresma, la cual toma lugar durante la primavera (1994); Máscaras (1995), cuyo argumento transcurre durante el verano, y Paisaje de otoño (1998). En este estudio, quisiera enfocarme principalmente en la más homenajeada de estas novelas, Máscaras, la cual fue premiada con el Premio Café Gijón de 1995. Comenzando con una breve exposición del argumento de Máscaras, destacaremos, primero, cómo y de qué manera el género policiaco se desarrolló como un arma ideológica de la Revolución Cubana durante la época de los años setenta. Habiendo establecido el papel que el discurso detectivesco sirvió en esos años, analizaremos, por medio de las teorías de mímica desarrolladas por Homi Bhabha y del Panóptico elaboradas por Michel Foucault, cómo el personaje principal de Máscaras y de la tetralogía en sí – Mario Conde – desempeña la función del "mimo" (en el sentido de Bhabha) en la tetralogía, la cual ha intentado transformar la antigua novela policial cubana para expresar el sentir de toda una "generación escondida". (1)

Mario Conde, el personaje central de la tetralogía, es un policía con pretensiones literarias quien también es dado a la introspección. Significativamente, la tetralogía concluye cuando Conde renuncia a su trabajo con el propósito de escribir una novela "escuálida y conmovedora", frase que el propio Conde utiliza repetidamente a través de las novelas para describir lo que desea escribir. Como se revela al final de Paisaje de otoño, la última novela de las cuatro obras, Conde desea escribir porque desea preservar la memoria y darle voz a una "generación escondida" cubana (Paisaje 259). Conde comienza a escribir su novela al final de Paisaje de otoño, dándole el título de la primera novela de la tetralogía, Pasado perfecto, otorgándole así un carácter cíclico y autobiográfico a la serie y rebasando los límites estrictamente literarios de la tetralogía. No menos importante es el hecho que Conde comience su novela al despertarse un 10 de octubre – día del aniversario del Grito de Yara, el cual marca el comienzo de la lucha por la independencia de Cuba en 1868 – y que en la novela es el día después de las festividades del cumpleaños de Conde. Establecido este vínculo, la tetralogía sella su carácter de alegoría nacional.

Máscaras tiene como su tema central la historia de la persecución de los homosexuales en Cuba. (2) Como todas las novelas de la tetralogía, la acción de Máscaras transcurre durante 1989, el año del fusilamiento de Arnaldo Ochoa y otros altos funcionarios del gobierno, un año lleno de incertidumbre que Padura Fuentes ha llamado "muy significativo para los cambios que se han producido en Cuba" ("Entrevista" 58). La trama de la novela en sí es bastante tradicional y ofrece pocas sorpresas al nivel narrativo. El día 6 de agosto de 1989 – día de la fiesta de la Transfiguración, según explica el propio Conde – amanece muerto un homosexual llamado Alexis Arayán, hijo de Matilde y Faustino Arayán. El padre es el "último representante cubano en la Unicef, diplomático de largas misiones, personaje de altas esferas" que vive en una casa con vidrios "milagrosamente enteros en la ciudad de los vidrios rotos" (Máscaras 38). Mario Conde, a quien nunca le han gustado los homosexuales (38), es el policía encargado de resolver el misterio de la muerte de Alexis. A pesar de que Alexis nunca fue travesti, su cadáver se encuentra vestido con el traje de rojo vivo diseñado para el personaje de Electra Garrigó por Alberto Marqués, amigo de Alexis, para una representación de la obra teatral del mismo nombre escrita por Virgilio Piñera. (3) Además de su curioso atuendo, hay otro dato sobre el cadáver que sale a relucir luego: alguien, presumiblemente el asesino, le introdujo dos monedas de oro por la vía rectal.

A través de varias conversaciones con Marqués, Conde se entera de cómo la construcción de una heterosexualidad normativa revolucionaria afectó a Marqués y a otros homosexuales. Marqués le revela a Conde los pormenores de la parametración de intelectuales a comienzos de los años setenta. Como señala Padura Fuentes, la parametración fue una especie de censura que surgió poco después del caso de Heberto Padilla, y fue aplicada a quien "no cumplía con determinados parámetros" ("Entrevista" 50); en algunos casos, la parametración también resultó en la persecución y el encarcelamiento de individuos. El culpable de la muerte de Alexis resulta ser no un parametrado, sin embargo, sino su propio padre, Faustino, quien es arrestado a pesar de su posición dentro del gobierno. Arrestado finalmente Arayán, Marqués le revela a Conde el motivo por el cual éste mató a Alexis: en 1959, Faustino Arayán falsificó documentos para aparentar que él había luchado contra Batista. "Así fue como Faustino", explica Marqués, "se montó en el carro de la Revolución, con un pasado que le garantizaba ser considerado un hombre de confianza que merecía su recompensa" (228).

Si bien al revelarse el hecho que el culpable no es ni nunca fue realmente un revolucionario se disminuye la acusación implícita a todos los revolucionarios que se había ido tejiendo a lo largo de la obra, se debe destacar que el propio personaje de Conde, a pesar de ser el encargado de la investigación, también mediatiza las críticas hechas al régimen castrista en la novela. Por esta razón, la función que desempeña, tanto para los otros personajes en la obra como para los lectores, es una articulación del concepto del "mimo" de Homi Bhabha. Como agente de la dictadura de Fidel Castro, Conde es el encargado de subyugar la "peligrosidad" del tema de la persecución de los homosexuales y de las otras críticas al régimen castrista en la obra. En la visión esencialista y reductiva sostenida por el gobierno, especialmente durante la época de los setenta, la homosexualidad se consideraba un producto de una degeneración moral poco adecuada para la creación del sujeto revolucionario ideal. A lo largo de la novela, Conde sufre un cambio hacia la figura del homosexual y se pone en tela de juicio su habilidad de creer en la narrativa maestra promulgada por el gobierno como justificación por la persecución de estos elementos contrarrevolucionarios. A través de la amistad que forja con Marqués, Conde toma conciencia de cómo la narrativa maestra mantiene una eterna vigilancia en defensa de la Revolución Cubana y justifica a su vez un ambiente de absoluta transparencia en la cual serán ajusticiados los individuos que carezcan de la requisita diafanidad creada sólo mediante la concordancia con la retórica oficial..

Máscaras no se limita, sin embargo, a una crítica del tratamiento de los homosexuales; es una novela desmitificadora no sólo de previas teorías respecto a la homosexualidad, sino también de la historia cubana, del desarrollo del género policial en Cuba, y del matiz ideológico cobrado por este género literario despúes de su popularización. La obra en sí, por lo tanto, constituye una crítica no sólo al hecho de la persecución de la homosexualidad – hecho que la propia revolución ha intentado "limpiar" para consumo internacional, como han señalado Enrico Mario Santí y Paul Julian Smith en sus artículos sobre la película Fresa y chocolate (1994) de Tomás Gutiérrez Alea – sino también una crítica a toda la ideología que permitió el uso del género detectivesco para propósitos como ése.

El personaje del mimo, Conde, es esencial para este proyecto que va más allá de lo permitido. Conde no es solamente un policía, sino que también es un personaje cuyo desarrollo como individuo en la novela marca un cambio en la narrativa policial cubana. Al ser escritor, a Conde le gusta adentrarse en la historia personal de las figuras sospechosas que interroga. Su afición y curiosidad hacen que favorezca las pequeñas historias individuales – mientras más escuálidas y conmovedoras mejor – sobre las versiones oficiales sostenidas por la dictadura. Conde, como agente oficial del estado, tiene que apoyar la versión oficial de la historia según lo dictado por el régimen, pero su proclividad a la narrativización paulatinamente desintegra la interpretación de la homosexualidad y de otras verdades oficiales sostenidas tanto por la dictadura como por él mismo, creando un espacio desde el cual es posible forjar otras interrogativas. Esta crisis de conocimiento de Conde refleja una pluralidad discursiva en la novela que se aplica corrosivamente a la centralización y homogeneización discursiva del régimen cubano actual, pluralidad peligrosa para la habilidad del poder – desde su atalaya dentro del Panóptico institucionalizado en Cuba a través de varios órganos oficiales – de tildar indiscutiblemente de subversiva toda acción no auspiciada por éste.

La función que el personaje de Conde desempeña como agente del poder tiene antecedentes históricos. En Orientalism (1979), Edward Said explica cómo, basado en la visión sincrónica y panóptica del orientalista, el Oriente fue representado en el Occidente como una entidad estática. La objetividad de la base especular del discurso orientalista es puesta en tela de juicio por Said, quien destaca cómo el orientalista colabora con el poder al crear un esencialismo sincrónico que le resta la debida complejidad histórica al sujeto en cuestión, manteniendo vigente el status quo por medio de su perspectiva, que presume de cientificidad y objetividad (239). Es importante notar el carácter visual de esta objetividad: como en el Panóptico diseñado por Jeremy Bentham, el cual discutiremos más adelante, Said recalca cómo el poder depende de una visión comprensiva y totalizante. Sin embargo, la autoridad de la visión comprensiva del orientalista está bajo la constante amenaza de ser socavada por la narrativa, que introduce la diacronicidad en la sincronicidad de la visión esencialista del orientalista, subrayando las posibilidades de cambio de las personas, culturas e instituciones. Said añade que, sobre todo, la sincronicidad de la visión es un ejercicio del poder: "the domination of reality by vision is no more than a will to power, a will to truth and interpretation, and not an objective condition of history" (240). Por esta razón, explica Said, cuando como resultado de la Primera Guerra Mundial se hace necesaria la introducción del Oriente a la narrativa histórica occidental, era preciso que esa narrativización fuese supeditada por un agente imperial – Said habla de T.E. Lawrence – para garantizar que la participación del Oriente respondiera a los intereses de los poderes coloniales europeos (240-41).

Homi Bhabha, un estudioso de las situaciones pos-coloniales, toma las ideas de Said como base para su discusión de la inherente ambigüedad de la figura autóctona a la colonia que intenta mediatizar entre el poder y los sujetos de ese poder, ambigüedad que Bhabha discute como una especie de mímica ("mimicry"): "the desire for a reformed, recognizable Other, as a subject of difference that is almost the same, but not quite" (énfasis de Bhabha). Bhabha explica:

Within that conflictual economy of colonial discourse which Edward Said describes as the tension between the synchronic panoptical vision of domination – the demand for identity, stasis – and the counterpressure of the diachrony of history – change, difference – mimicry represents an ironic compromise…as a subject of a difference that is almost the same, but not quite. Which is to say, that the discourse of mimicry is constructed around an ambivalence; in order to be effective, mimicry must continually produce its slippage, its excess, its difference…. Mimicry is also the sign of the inappropriate, however, a difference of recalcitrance which coheres the dominant strategic function of colonial power, intensifies surveillance and poses an immanent threat to both "normalized" knowledges and disciplinary powers. (86; énfasis de Bhabha) El orientalista aportaba el poder imperial mediante un discurso que le negaba su complejidad diacrónica a la cultura colonizada, representándola a través de esquemas reductivos que la representaban estáticamente hasta la impronta del poder colonial. Los agentes imperiales como Lawrence y sus sucesores autóctonos se hacen difíciles de comprender debido a su posición de intermediarios entre el sincronicismo visual del discurso orientalista y la diacronicidad narrativa de la cultura en cuestión. Los mimos, o agentes imperiales autóctonos, intentan asemejarse a las figuras en el poder sin nunca llegar a hacerlo completamente. Son figuras ambiguas que, para Bhabha, constituyen simultáneamente una manifestación del poder y una amenaza al proyecto de éste de crear un sujeto colonial ideal que mantenga bajo control a los sujetos del poder.

La relación establecida entre el poder, sus súbditos, y la figura intermediaria entre estos según las pautas establecidas por Said y Bhabha son útiles para explorar el papel desempeñado por Conde en Máscaras. La complicidad de Conde con el mismo gobierno que se critica en la novela pero que lo autoriza a Conde a llevar a cabo esa crítica, y para beneficio del cual se encuentra al culpable del crimen cometido en la novela, constituye la ambigüedad inherente a Conde como personaje en función del poder. Es esta misma ambigüedad la que convierte a Conde en un exponente de mímica según lo discute Homi Bhabha. En última instancia, Conde desempeña satisfactoriamente su deber como agente del gobierno al descubrir al culpable del asesinato de Alexis Arayán y, por lo tanto, se mantiene como una figura al servicio del poder que ejerce su función dentro de los parámetros dictados por éste.

No obstante esto, Conde se convierte en un obstáculo para la visión sincrónica y panóptica exigida por el poder. La relación entablada entre Conde y Marqués es uno de los ejemplos en Máscaras de la relación problemática entre el mimo y el poder que lo autoriza. A través de su amistad con Marqués, Conde incorpora la homosexualidad al proyecto de la Revolución, salvándola de su asociación dentro del discurso revolucionario de los setenta – época en la cual se formó el propio Conde – con la falta de productividad y decadencia moral vinculada con la pequeña burguesía y el capitalismo (Epps 238-39). Mientras que el aceptar la homosexualidad no es de por sí nada novedoso para las artes cubanas en la actualidad y por lo tanto no constituye una crítica seria al status quo, las dudas de Conde respecto a los discursos oficiales, el despertar de su actitud crítica, sí constituye una amenaza al poder, y es esa amenaza lo que podemos designar como el "exceso" – para usar la palabra de Bhabha – creado por Conde en su función de mimo.

Conde adquiere su primer conocimiento de Alberto Marqués mediante la descripción oficial de éste contenida en un expediente, el cual no es muy favorable en su descripción de Marqués:

homosexual de vasta experiencia depredadora, apático político y desviado ideológico, ser conflictivo y provocador, extranjerizante, hermético, culterano, posible consumidor de marihuana y otras drogas, protector de maricones descarriados, hombre de dudosa filiación filosófica, lleno de prejuicios pequeñoburgueses y clasistas, anotados y clasificados con la indudable ayuda de un moscovita manual de técnicas y procedimientos del realismo socialista… (Máscaras 41-2) La versión oficial de la homosexualidad ofrecida en el expediente de Marqués es un ejemplo de una visión sincrónica y reductiva que disminuye la complejidad histórica del individuo, negándole la idiosincracia de su historia personal a favor de la versión más objetiva y científicamente correcta del expediente. El personaje de Conde, en función de su cargo como policía, debería aceptar esta visión sincrónica. La afición literaria de Conde, sin embargo, se destaca a través de la novela como una facultad personal que corroe tales visiones. Esta facultad de Conde se hace notar, por ejemplo, cuando Conde se para a observar el paisaje que se ve desde su cubículo en la estación – subrayando el carácter oficialista de esta vista – y que luego se contrasta con la diacronicidad de la narrativa de la memoria y la escritura (113). La descripción del paisaje es seguida por una reflexión sobre la afición literaria de Conde, afición que ha sido despertada debido a su relación con Alberto Marqués: Y ahora recordaba cuánto había querido dedicarse a la literatura y ser un verdadero escritor, en los días cada vez más lejanos del Pre y los primeros años de su inconclusa carrera universitaria. Sentía que Alberto Marqués, dueño de ciertos poderes mefistofélicos, le había alborotado aquella esperanza cíclica, de la que por momentos se creía definitivamente a salvo, pero que, otra vez, al menor contacto volvía a obsesionarlo como un virus recurrente del que en realidad nunca se había curado… las historias de aquel personaje que insistía en rejonearlo, rebasaban los límites de cualquier prejuicio y ya no podía verlo como el maricón de mierda con el que fue a encontrarse apenas veinticuatro horas antes. (113-14) Como indica este párrafo, la visión sincrónica y estática suele despertar el instinto narrativo y diacrónico en Conde, lo cual se vincula con sus intereses literarios y contribuye a la anulación de la visión esencialista originalmente postulada en el expediente de Marqués. Conde, como bien le dice su amigo Manuel, es el tipo de persona que quiere ver lo que nadie más ve (95), y es esa tensión entre la visión ya creada y apropiada por el poder – y por lo tanto visibles a todos – y la visión aún por crear que constituye el meollo de la problemática de Conde como "agente imperial".

Lo que intenta controlar este agente imperial es una serie de discursos corrosivos al discurso oficial de la dictadura castrista que son parte del crisol discursivo tanto de Máscaras como de las otras novelas de la tetralogía. Al narrativizar la historia de Marqués y de su parametración, Máscaras establece su diferencia del idealismo organizador que dio a luz a las previas manifestaciones del género detectivesco en Cuba. Este idealismo tenía como meta la creación del hombre nuevo, concepto cuya más famosa interpretación aparece en la carta de 1965 en la cual Che Guevara explica que el hombre nuevo debe poseer "una conciencia en la que los valores adquieran categorías nuevas", conciencia para cuya creación "la sociedad en su conjunto debe convertirse en una gigantesca escuela" (Guevara 372), e implicando, si no justificando, toda acción necesaria para establecer la disciplina para tal proyecto educativo. En una serie de entrevistas con Lee Lockwood, Fidel Castro da más detalles de cómo se puede crear esta persona ideal: "[any young person that] has ‘human sensibility,’ science and truth will convert… into a Revolutionary…. They must receive not only instruction of a scientific kind but also education for social life and a broad general culture" (Lockwood 126). Según Castro, la educación del individuo estaba dirigida hacia la creación de un buen "lector", capaz de enfrentarse a la realidad e interpretarla correctamente sin temerle a las ideas corruptoras: "I am opposed to the blacklist of books, prohibited films, and all such things. What is my personal ideal of the kind of people that we wish to have in the future? People sufficiently cultivated and educated to be capable of making a correct judgment about anything without fear of coming into contact with ideas that could confound or deflect them" (127). La habilidad de interpretar y juzgar correctamente es una característica propia de ese lector ideal que la revolución y el socialismo crearía, lector que tendría que leer disciplinadamente según ciertos patrones que no incluyeran los de la decadencia cultural asociada con la homosexualidad (124).

La discriminación contra la homosexualidad en la cultura occidental en general, la cual incluye la Cuba republicana, es un tema ampliamente discutido. En Cuba, estos actos fueron sancionados por la narrativa maestra de una perpetua crisis revolucionaria y por el proyecto de creación de una figura ideal del socialismo, en un contexto en el cual expresarse en contra de tales opiniones oficiales caracterizaría a uno de contrarrevolucionario o agente del imperialismo, y justificando cualquier medida tomada en contra de uno. Dentro de los códigos revolucionarios, la homosexualidad constituía una diferencia ideológica, una de las "influencias culturales negativas" denunciadas por el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura de 1971 – "uno de los momentos más nefastos en la política cultural cubana", según Padura Fuentes ("Entrevista" 50) – del cual surgió la iniciativa para la parametración de artistas como Marqués en Máscaras. (4)

La conexión de la intelectualidad con la homosexualidad se hizo patente en el reconocimiento por parte del Congreso del carácter sociopatológico de ésta y de otras actitudes no revolucionarias. Según la declaración del Congreso, había "un grupito de colonizados mentales" y "falsos intelectuales" que "[pretendían] convertir el snobismo, la extravagancia, el homosexualismo y demás aberraciones sociales en expresiones del arte revolucionario, alejados de las masas y del espíritu de nuestra Revolución", y a quienes se les debía, por lo tanto, negar el acceso a los medios difusivos de información cultural ("Declaración" 31). Como en la declaración oficial del congreso, Castro en su discurso de clausura rechaza las críticas hechas a la censura, explicando que el hecho que no se impriman "cuestiones relacionadas con chismografía intelectual" ("Discurso" 26) no debe considerarse un problema para un país que se enfrenta al mayor peligro de vivir a noventa millas de un poder imperialista. El frecuente uso por parte de Castro de diminutivos para referirse al "grupito" de "niños privilegiados" (22) y "agentillos del colonialismo cultural" (27) que se preocupan por tales "problemillas" (26) y van a La Habana a participar como jueces en "concursitos" (27) demuestra el concepto de masculinidad implícito en la oposición entre ese tipo de persona – Castro también los llama "ratas intelectuales" (30) – y los "combatientes de verdad", los verdaderos revolucionarios (27). (5)

El énfasis del discurso y del congreso de 1971 era el tema de la educación o, para ser más correctos, qué tipo de educación debía ser auspiciada por la revolución. Al hablar de la producción de libros, Castro subraya que "la primera prioridad la deben tener los libros para la educación, la segunda prioridad la deben tener los libros para la educación, ¡y la tercera prioridad la deben tener los libros para la educación!" (25). No obstante este afán por los libros, ese lector ideal capaz de leer críticamente que la revolución debía de crear todavía brillaba por su ausencia en 1971. Desde el famoso planteamiento de "Dentro de la revolución: todo; contra la revolución: nada" en 1961, la producción artística en Cuba había sido sometida a un escrutinio ideológico desdeñado por varios artistas tanto dentro como fuera de la isla. La combinación del notorio caso Padilla y el Primer Congreso a comienzos de los setenta contribuyó a la creación de una variante del realismo socialista y al "quinquenio gris" en Cuba, período durante el cual la literatura sufre de una intensificación de las tendencias panfletarias, que se manifiesta explícitamente en la primera ola de novelas policiales revolucionarias. En 1972, poco después de que el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura sugiriera que los medios masivos de comunicación deberían ser usados para la preparación de "las masas a enfrentarse críticamente a todas las formas de expresión de la ideología burguesa" ("Declaración" 30), se establece el "Concurso Aniversario del Triunfo de la Revolución", el cual premia las mejores obras del muy popular género policial.

Éste, sin embargo, sería un tipo de novela policial diferente al de Raymond Chandler o Dashiell Hammett. Ya en 1934 Gorky había señalado el vínculo entre el género policial y la sociedad corrupta en la cual éste se genera ("Address" 238). (6) El género había sido rechazado por varios países socialistas por su asociación con el capitalismo (Malinowski 256). En un ensayo originalmente publicado en 1962, Ernst Kaemmel explica que el delito representado en la literatura policial comúnmente tiene sus raíces en el concepto de la propiedad privada, y el detective es el encargado de corregir los excesos del poder, subrayando de tal manera los defectos del capitalismo (58). La transición del género de su modalidad clásica al estilo de los duros o novela negra es otra indicación del gangsterismo evidente en la sociedad capitalista, según Kaemmel: "It is obvious that a detective literature of this sort is hardly conceivable in a socialist state, above all for lack of the corresponding social phenomena. It is a product of capitalism and, with the latter’s collapse, will likewise disappear one day" (61). Diez años después, en Cuba, Armando Cristóbal Pérez, autor de varios ensayos críticos sobre el género policiaco y también de, entre otras, La ronda de los rubíes (1973), una de las primeras y mejor recibidas de las policiacas revolucionarias, reitera estas ideas:

…la delincuencia común de la sociedad capitalista es generada por el propio régimen con sus características de explotación y miseria social. El delincuente, un lumpen, se enfrenta a una sociedad explotadora; aunque también afecta con su actividad a los explotados. Por eso los delitos clásicos en el género no aparecen como robos y crímenes comunes con motivaciones reales originadas por la propia sociedad. Sino (sic) como robos y crímenes sofisticados, generalmente producidos entre los críticos más exclusivos. Y desde luego, los afectados son representantes de algunas de las élites de esa sociedad, porque es a ellos a quienes defiende la policía estatal o privada. ("El género policial y la lucha de clases" 304) La literatura policial del futuro socialista, según Kaemmel, cambiará el método por el cual se llegue a la solución del delito cometido: …the method, like the succesful search for the criminal, will be as different from classic detective literature as the social orders themselves differ from one another, for it is scarcely conceivable that the investigation of a criminal in a socialist society could be the solo performance of a private man, an outsider, if necessary against the collective work of the police and of the organs of state, indeed against the cooperation of the populace. (61) Semejantes nociones de cómo el género policial es inseparable del contexto en el cual se desarrolla son claves para entender cómo y por qué la policial revolucionaria cubana se distingue de la policial tradicional. La revolución establece una nueva dirección para el género policial con el propósito de acoplar éste a su realidad socialista. El detective ya no será empleado por un individuo y el individualismo – según Cristóbal Pérez, un "(principio ideológico de la burguesía y pequeña burguesía) que se manifiesta fundamentalmente en el hecho de que mediante el razonamiento personal [el detective] logra por sí sólo lo que no ha sido posible a todo el aparato estatal" – dejará de ser la característica más acentuada del género ("El género policial y la lucha de clases" 299-300). Es más, el término "detective" (y, por lo tanto, "detectivesca") no podrá ser empleado ya que tal personaje no existe en una estructura de gobierno socialista en la cual la policía representa al pueblo y en la cual no hay el desequilibrio económico que crea la corrupción endémica de las sociedades capitalistas. El encargado de resolver un crimen en la vertiente socialista del género bajo consideración es el policía, y éste no se halla tan enajenado de su sociedad como los personajes de Hammett, Chandler o Spillane, sino que actúa en conjunto con los órganos oficiales gubernamentales – especialmente los Comités de Defensa de la Revolución en Cuba – para encontrar al individuo o individuos culpables del crimen. El "crimen" también adquiere un nuevo significado. En vez de ser un atentado contra el individuo, el crimen dentro del contexto revolucionario o socialista es un atentado contra la revolución, un "atentado político al socialismo", como explica Alejandro Sandoval (59). Tal interpretación de la criminalidad borra la distinción entre el crimen común y el crimen de espionaje, como indica Cristóbal Pérez: …en la sociedad socialista la delincuencia común se enfrenta al estado revolucionario, al pueblo en el poder. Y el delito contrarrevolucionario apunta directamente a la destrucción del estado de nuevo tipo. De ahí que la delincuencia de una y otra actividad coinciden, de una u otra manera, en la obtención de iguales objetivos a corto o largo plazo. De ahí que ambas actividades se entrelacen como nunca antes lo hicieran. Y en la práctica puede decirse que un delito común es también una manifestación contrarrevolucionaria. ("El género policial y la lucha de clases…" 305) Como señalan Sandoval y Cristóbal Pérez, en tal contexto el más mínimo acto delictivo cobra matices políticos. Al convertir cualquier acto criminal en un acto contra una revolución que se auto-identifica con el pueblo, ya no es solamente el policía el único personaje responsable por la búsqueda del criminal: "ya no se pone a prueba ninguna inteligencia fría y privilegiada, sino todo un aparato que obedece a la constitución de un Estado democrático" (Sandoval 59). Como explica Eugenia Revueltas, "El detective es un hombre solo frente al mundo, lo que no deja de ser valioso; en la novela policiaca cubana contemporánea todos son detectives, el detective y los miembros del Comité de Defensa Revolucionaria, que van tejiendo su vasta tela de araña, en la que, ineluctablemente, será apresado el delincuente" (117).

La individualización de los personajes en Máscaras es patente desde el comienzo de la obra, distanciándola desde un principio de la policiaca revolucionaria tradicional a través del énfasis dado a la figura del investigador en vez de al crimen o al pueblo que lucha unido para encontrar al culpable. La novela de Padura no comienza con la muerte de Alexis Arayán . Como en las otras obras de la tetralogía, el primer capítulo introduce a Conde y el contexto en el cual éste radica. En Paisaje de otoño, por ejemplo, el capítulo inicial ocurre en vísperas de la llegada de un huracán literal y figurativo, lo cual sirve para introducir un sentido de ansiedad e incertidumbre en esta novela en la cual un buen amigo de Conde revela que ha pedido salida de Cuba y Conde renuncia a la policía para escribir. Al ponerse en relieve la individualidad del investigador a través de sus relaciones personales, se denota la reescritura de la ideología de la policial cubana establecida anteriormente; de hecho, es Conde y su individualismo anteriormente denominado pequeño-burgués lo que une a las cuatro novelas de la tetralogía.

El prólogo en Máscaras alerta al lector sobre dos características de Conde: su susceptibilidad a los discursos oficiales que lo prejuician en contra de otros y que pueden influir en la aplicación injusta de la ley, y su valoración de la amistad por encima incluso de su responsabilidad ética como revolucionario. En el capítulo inicial, Padura señala tanto la influencia de los discursos oficiales en el personaje de Conde como la posibilidad de que él pueda ir en contra de sus propios límites. El episodio que transcurre en la piloto de Candito el Rojo en este primer capítulo da indicios de las raíces positivistas de la educación de Conde, las cuales también se ven reflejadas en la certeza con la cual el Primer Congreso sanciona a aquellos individuos que no se acoplan al ideal revolucionario. Una piloto es un negocio – una especia de bar – que opera en los márgenes del socialismo en Cuba. A pesar de que la empresa privada está prohibida en Cuba, ciertas aperturas hacia el capitalismo durante la década de los ochenta resultaron en la creación de sitios como éste que no eran parte de la economía oficial del gobierno. La piloto, por lo tanto, representa en Máscaras un sitio fuera del discurso oficial. El Flaco, el mejor amigo de Conde quien fue incapacitado en la guerra de Angola y que por esa causa nunca sale de casa, le pide a Conde que, como regalo de cumpleaños, lo acompañe a la piloto de Candito el Rojo. Conde, renuente a inmiscuirse en una piloto debido a que es policía y no debe ser visto por esos lugares, se niega. Sin embargo, su negación es seguida de inmediato por una escena en la cual ambos están a la entrada de la piloto: Conde, por lo tanto, está a la venta, aunque sólo por amistad personal y no por ideales revolucionarios. Al entrar en la piloto, Conde le tira un vistazo preliminar al lugar (21). A pesar de que no hay nadie a quien tenga que temerle, la atención de Conde se centra en dos "especímenes de aspecto temible" a quienes Candito se acerca para hablarles:

Les habló en voz baja. Los hombres asintieron y abandonaron sus asientos: uno era un rubio enorme, de más de seis pies y brazos larguísimos, con una cara poblada de tantos cráteres como la superficie lunar; el otro, más pequeño y de piel tan negra que parecía azul, debía de ser nieto directo y heredero universal del mismísimo hombre de Cromagnon: la teoría darwinista de la evolución se le reflejaba en su prognatismo exagerado y en aquella frente angosta donde brillaban las luces amarillas de unos ojos de animal selvático. (22) La descripción es del narrador, pero la pregunta que Conde le hace a Candito después de sentarse no deja duda de que la descripción es un reflejo de su propio análisis de los personajes: "¿Qué le dijiste a los cavernícolas esos?" Padura Fuentes recalca cómo la capacidad inductiva de Conde, la cual lo identifica como investigador y producto de la objetividad científica promulgada por el régimen durante la época de la educación profesional de Conde, está basada en un positivismo etnocéntrico que se remonta al siglo XIX. Parte del oficio de Conde requiere que sepa emitir semejantes juicios preliminarios, basados simplemente en la apariencia física y el comportamiento de la persona, estableciendo un perfil de inmediato para saber si tiene que estar alerta a una posible violencia en contra de sí mismo.

El juicio de Conde cobra mayor importancia cuando, basado en los mismos principios evolucionarios, elabora la siguiente opinión de la criada de los Arayán: "Aquella mujer, en pleno año de 1989, arrastraba el atávico instinto de la servidumbre: era una criada y, lo peor, pensaba como una criada, envuelta quizás en los velos invisibles pero tensos de una genética moldeada por varias generaciones esclavizadas y reprimidas" (40). El uso de la palabra "atávico" por parte de un agente policial, así como la anterior descripción del personaje negro como un ente prehistórico y las ideas evolucionarias evidentes en ambos comentarios, tiene sus raíces en las teorías del criminólogo Cesare Lombroso, famoso por sus estudios etiológicos de la criminalidad y su énfasis en los orígenes biológicos de ésta en el ser humano. Influido por figuras como Comte, Darwin, Morel, Huxley y Virchow, Lombroso elaboró una teoría que distinguía a los criminales basándose en la fisonomía del individuo, en quien podían distinguirse elementos degenerativos procedentes de épocas anteriores del desarrollo del ser humano, o atavismos (Wofgang 247).

Las ideas de Lombroso encontraron un campo fértil en aquellos países como Cuba en los cuales coexisten varias razas. Fernando Ortiz, en libros como Los negros brujos (Apuntes para un estudio de etnología criminal) (1906), toma los conceptos lombrosianos y los aplica al medioambiente cubano, indiscutiblemente aportando una gran contribución al estudio de la historia de las sociedades y tradiciones afro-cubanas, pero a la vez reiterando y promulgando los prejuicios eurocéntricos implícitos en la teleología de la evolución de las razas y las sociedades. (7) Ortiz usa las ideas de Lombroso para analizar la criminalidad entre los negros en Cuba, los "impotentes para trepar a un superior nivel moral" (5), con el propósito de "apresurar su redención social" (6), enfocándose específicamente en el "atavismo religioso que [retrasa] el progreso de la población negra de Cuba" (7). Según Ortiz, "La raza negra es la que bajo muchos aspectos ha conseguido marcar característicamente la mala vida cubana, comunicándole sus supersticiones, sus organizaciones, sus lenguajes, sus danzas, etc., y son hijos legítimos suyos la brujería y el ñañiguismo, que tanto significan en el hampa de Cuba" (19).

Obviamente, las ideas de Ortiz reflejan el quizás insuperable etnocentrismo de una época que comparte la misma fe en la objetividad anteriormente señalada por Said respecto al orientalista, y cuyas ramificaciones se hacen sentir posteriormente en las medidas tomadas para erradicar la homosexualidad del ámbito revolucionario en Cuba. La confianza de Ortiz de poder deslindar una verdad a través de la mera observación científica se asemeja no sólo a la visión reductiva y panóptica del orientalista, sino también a la categorización científica de la homosexualidad como una "sociopatología" durante el Primer Congreso. Dicha categorización ignora cómo esta premisa se basa tautológicamente en un concepto normativo de la sexualidad, constituido como tal desde el principio gracias a la marginalización de lo que posteriormente constituirá la "degeneración" sexual. Una problematización epistemológica tan afín con la posmodernidad es poco común en la policial revolucionaria, pero son precisamente estos conceptos los que Padura Fuentes incorpora a su obra.

Conde sufre un cambio respecto sus prejuicios sobre los homosexuales, pero el problema racial señalado arriba indica que la novela intenta abordar un análisis de la visión panóptica que conduce a tales injusticias como una práctica en sí, contrastándola con la tendencia individualizante de la narrativa. Esta revaloración del discurso oficial es un ejemplo del "exceso" del discurso del mimo. Además de forzar la reevaloración de la homosexualidad por parte de Conde, la característica diacrónica de la narrativa instiga a Conde a enfrentarse con los errores inductivos cometidos por él anteriormente, errores motivados por los prejuicios que emanan de un discurso de la criminología elaborado bajo el etnocentrismo positivista. Después de que Marqués le haya finalmente revelado a Conde el motivo por el cual Faustino mató a su hijo, Marqués también le informa que quien le dio esa información a Alexis fue nada más y nada menos que la "atávica" sirvienta de los Arayán, María Antonia. Su revelación instiga a Conde a exclamar "Así que María Antonia. Cuántas cosas sabía María Antonia; y yo que creí…" (228).

El hecho que haya sido María Antonia la que diera a conocer tanto el motivo como la existencia de las medallas de oro pone en relieve otra característica de Máscaras que la distingue de sus antecesores revolucionarios: la motivación por la cual se delata al culpable el papel que el testigo / delator desempeña en la creación de la visión sincrónica que hace posible la dominación del individuo, como ha señalado Bhabha. Como ya se ha discutido, la policial cubana hacía énfasis en la investigación colectiva, obstaculizada en Máscaras por la atención prestada al cambio de actitud de Conde hacia la homosexualidad. La investigación colectiva en la policial cubana era posible gracias a la presencia de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR). La conexión impersonal de los delatores en la policial revolucionaria tradicional destaca la función de los miembros de los Comités como agentes de facto del estado, convirtiendo a todos en agentes de lo que podemos denominar un Panóptico insular. Como señala Eugenia Revueltas, los Comités ayudan a tejer la "vasta tela de araña" en la cual eventualmente cae el delincuente: "Miles de ojos, siempre atentos y vigilantes, impedirán al delincuente cualquier movimiento" (117). Jacobo Timerman, en su libro Cuba: A Journey (1990), cita a Agenor Martí, quien concurre con los varios críticos citados anteriormente al decir que la policial cubana le da luz a un nuevo elemento de la policiaca: "the action of the people grouped together in their mass organization, mainly in the Committees for the Defense of the Revolution" (Martí, citado en Timerman 70). Timerman, sin embargo, no ve este desarrollo de una manera tan benigna: "To some extent Martí was right. A new kind of detective novel appeared in Cuba: one that promoted informing" (70). A Revueltas tampoco se le escapa el ambiente paranoico que tal transparencia crea:

Para el lector de novela policiaca, la lectura de estos textos, la atmósfera que se desprende de ellos, no deja de ser opresiva, ya que transparentan un estado policial muy estricto en el que cada acto del individuo está fiscalizado. Cada cambio en la rutina diaria, cada nuevo amigo o visitante, cada peculiaridad individual que no se ajuste a la conducta socialmente válida dentro de la sociedad revolucionaria, será puesta en tela de juicio. (117). Para comprender este contexto, es necesario destacar el carácter omnipresente de los CDR y sus vínculos al poder. Los Comités de Defensa de la Revolución fueron establecidos en 1960 en respuesta a un atentado contra la vida del dictador. Según Teresa Sánchez, Directora Nacional de los CDR en 1974, la mayor responsabilidad de los Comités de Defensa incluso catorce años después de su institución seguía siendo la vigilancia revolucionaria y la educación de las masas en la ideología revolucionaria (Randall 269), función que en 1980, según Castro, continuaba siendo su mayor contribución a la defensa del régimen: "That was, is and will always be – and I repeat, was is, and will always be – the first and foremost task and the first duty of the Committees for the Defense of the Revolution" ("No Revolution…" 301). Los "ojos" están en todas partes ya que, desde su institución, la membresía crece exponencialmente a medida que la dictadura solidifica su hegemonía política en la isla. De un millón y medio de inscritos en 1963 (Argüelles y Rich, "Pt. 1" 572), la cifra total crece a 3.5 millones en 1974 (Randall 268), y, según Castro, llega a casi 5.5 millones en 1980 ("No Revolution…" 302), o un 80% de la población.

Si las cifras son correctas, tal ubicuidad del órgano represivo hace que la isla entera comparta varias características con el concepto del Panóptico elaborado por Jeremy Bentham. (8) Para Michel Foucault, lo interesante del Panóptico es que el poder en el sistema de Bentham es ejercido a través de un constante estado de vigilancia total, en el cual es clave la facultad visual: el diseño de Bentham, por lo tanto, comparte el elemento visual con la visión sincrónica del orientalista y del mimo discutida por Said y Bhabha. Como señala Foucault, es esta característica la cual hace preferible el sistema de Bentham al practicado anteriormente por la monarquía, el cual solía basarse en la violencia:

In contrast to [the methods practiced by monarchical power] you have the system of surveillance, which on the contrary involves very little expense. There is no need for arms, physical violence, material constraints. Just a gaze. An inspecting gaze, a gaze which each individual under its weight will end by interiorising to the point that he is his own overseer, each individual thus exercising this surveillance over, and against, himself. A superb formula: power exercised continuously and for what turns out be a minimal cost" (Foucault 154-55). Los comentarios de Foucault ofrecen una buena descripción de cómo los CDR, al estar en un estado de constante vigilancia, aseguran la cooperación del pueblo con el propio poder que los oprime. Como indica el propio Bentham, es de máxima importancia que los sujetos sean conscientes de ser observados: "…perhaps, it is the most important point, that the persons to be inspected should always feel themselves as if under inspection" (22). Esto se debe a que la conciencia de ser observados es clave para coartar cualquier acción en contra del poder: "The object of the inspection principle is to make [prisoners] not only suspect, but be assured, that whatever they do is known, even though that should not be the case" (120).

La crítica que Máscaras hace al tratamiento histórico de los homosexuales durante la Revolución, hechos que ya han sido hasta cierto punto admitidos por el régimen, desprende un exceso de resistencia que la propia narrativa no contiene y el cual constituye la más tajante crítica en la novela a la dictadura y a los métodos por los cuales ésta se mantiene en el poder. La mayor exponente de esta resistencia en la novela es María Antonia, la atávica sirvienta de los Arayán. A primera vista, esto parecería no ser cierto; María Antonia, de hecho, es la que más ayuda en la identificación del asesino de Alexis. Ella no solamente revela el motivo de Faustino y la existencia de las dos medallas que le introdujeron a Alexis por la vía rectal; también le provee a Conde una muestra de tabaco de la marca fumada por Arayán para establecer su presencia en el bosque de Almendares y atestigua que el día de la muerte de Alexis ella encontró dos hilos de tela roja, el mismo color del vestido de Electra Garrigó que llevaba puesto Alexis, en el pantalón usado por Faustino el día que murió su hijo. En esta manera, el personaje de María Antonia está en función del poder y del orden. Sin embargo, Máscaras subraya el carácter personal de la razón por la cual María Antonia se rebela contra su amo de casa. María Antonia delata a Faustino Arayán por su devoción maternal hacia Alexis y no por un sentido de deber hacia la revolución, el socialismo o el pueblo, como se intentaba hacer en las obras que caracterizaban la policial cubana de los setenta. Por lo tanto, el personaje de María Antonia, incluso en su función delatora, subvierte la ideología que establece el vínculo entre los CDR y el gobierno en la policial revolucionaria y problematiza a su vez el carácter estático de la visión sincrónica que el poder exige.

La conversación entablada entre Conde y María Antonia no deja duda de cómo la participación de ésta se opone, por su intensidad emocional, a la de los miembros de los CDR según la intención original de la novela policiaca y los parámetros de ésta discutidos por Cristóbal Pérez y Sandoval. María Antonia no ofrece ningún indicio de compromiso ideológico con la Revolución. Al preguntarle Conde desde cuándo ella conoce a la familia Arayán, María Antonia responde que desde el ’56, pero continúa con una larga explicación sobre la cercanía de sus vínculos con la familia, y especialmente con Alexis, a quien ella dice que crió como si fuera su propio hijo (204-05). Al preguntarle Conde qué piensa ella de Faustino, María Antonia primero se limpia el sudor de su labio superior con un pañuelo, y se niega a contestar. Responde que a ella no le corresponde ofrecer tales opiniones. Tras la insistencia de Conde, María Antonia confiesa que su antipatía por Faustino se arraiga en cómo éste había tratado a su hijo (205). Es en este momento que Conde se recrimina por "haber confundido en un momento el rostro del amor con la máscara de la sumisión" (206), antes de proceder a presionar a María Antonia para que le revele algún otro detalle de la noche del crimen que le ayude a probar la culpabilidad de Faustino. María Antonia, tras una torturada deliberación, finalmente estalla en ira:

Con cada palabra del Conde, la cabeza de [María Antonia] se había hundido un poco más, como si el mundo le hubiera dejado todo el peso de la verdad sobre su cuello y ella sólo quisiera mirar, mientras cumplía el castigo, la carterita que sobaba con sus dos manos nudosas. El Conde esperó sintiendo cómo se desvanecían sus esperanzas, derrotadas por el miedo, hasta que vio cómo el peso se disipaba y la cara de María Antonia subía, para encontrarse con sus ojos suplicantes. Los de la mujer brillaban, aunque no parecía que fuera a llorar.

-En el pantalón que él usó esa noche había dos hilos de seda roja. El lo metió en la lavadora, pero yo lo saqué porque era de mezclilla azul y podía manchar la otra ropa. Me extrañó porque tenía un poco enfangados los bajos y por eso lo revisé… Me cago en la madre que lo parió – dijo, y el Conde se sorprendió con la fuerza de la voz, el brillo maligno de los ojos y la crispación homicida de las manos de María Antonia, la de los pies ligeros -. Entonces fue él. Hijo de puta – dijo, pronunciando todas las sílabas, y entonces rompió a llorar, aristocrática y desconsoladamente. (206-07)

La intensidad del exabrupto de María Antonia recalca que, mientras los personajes de los Comités de Defensa delataban a sus vecinos debido a un compromiso político, María Antonia delata a Faustino por su afecto maternal, destacando una vez más el énfasis que Padura Fuentes hace en lo personal e individual por encima de lo comunal, regresando a motivaciones no afines con los ideales revolucionarios.

Máscaras recalca que el proyecto de orden total propio al comunismo que Zygmunt Bauman en Intimations of Postmodernity (1992) identifica como la manifestación más explícita de las ambiciones de la modernidad no ha pasado aún a la historia, y que el advenimiento de la pos-modernidad ha sido menos que universal. La presencia del Panóptico cubano en la novela demuestra la perdurabilidad de los discursos de la modernidad arraigados en los vínculos entre el poder y la visión sincrónica y totalizante; subraya también cómo la homogeneidad discursiva de la modernidad destacada en Máscaras, pese a sus numerosos logros, está basada en la represión de interrogantes a ese orden cifrados en la propia persona, representado explícitamente en la tetralogía de Padura por la figura lisiada del Flaco, el mejor amigo de Conde. Máscaras es una obra precariamente situada frente al poder, en la cual el discurso antagónico al poder es medido por la figura del mimo. Si bien los personajes minuciosamente delineados en Máscaras – Conde, Alberto Marqués, María Antonia, El Flaco y los demás – se desprenden de los personajes en las anteriores novelas policiales cubanas, este incipiente individualismo tiene que ser supeditado por la figura del mimo que mediatiza entre el poder y sus sujetos. En su función de agente del imperio, Conde mediatiza entre los deseos del poder y la pluralidad diacrónica de las historias individuales de los personajes en la novela. Su ambivalencia, propia al mimo según lo discute Bhabha, radica precisamente en esa misma habilidad narrativa que socava la versión oficial sobre lo ocurrido con Marqués durante los setenta y conduce a Conde a reevalorar sus propios prejuicios hacia María Antonia. Al legitimarse la narrativa individual, se fomenta la peligrosa posibilidad de sospechar de otras visiones sincrónicas y panópticas, de cuestionar los preceptos del propio discurso revolucionario, convirtiendo a Conde en una figura corrosiva dentro de la homogeneidad discursiva auspiciada por la dictadura. El género policial, tan endeudado a la propia modernidad y a sus logros en las ciencias y el razonamiento, permite que el proyecto desmitificador y la crítica de errores reconocidos por el régimen se hipostaticen hasta convertirse en núcleos de otras interrogantes a la tendencia homogeneizante del poder.

Notas

(1)- Leonardo Padura Fuentes (n. 1955) ha sido jefe de redacción de La Gaceta de Cuba, periodista, y guionista de cine. Ha escrito crítica literaria sobre lo real maravilloso, el Inca Garcilaso y Alejo Carpentier. Recientemente ha publicado una colección de cuentos titulada La puerta de Alcalá y otras cacerías (2000) y un estudio de la novela policial latinoamericana, Modernidad, posmodernidad y novela policial (2000). Sobre la policial revolucionaria cubana en particular se ha escrito mucho, especialmente desde dentro de la isla. Se destacan los siguientes artículos: de José M. Fernández Pequeño, véanse "El cuento policial cubano: entre el deber y el poder (1973-1987)", "Hacia dónde va la novela policial cubana", "La novela policial cubana ante sí misma", y "Teoría y práctica de la novela policial revolucionaria (1973-1978)". Padura Fuentes también ha escrito sobre la novela policial. Véase su "¿Dónde está que no la veo?". La revista Universidad de La Habana tiene un número especial de abril-diciembre 1977 dedicado al género, en el cual se incluyen artículos de María Rosa Alfonso, Luis Rogelio Nogueras y Luisa Campuzano, y también una encuesta dirigida por Ciro Bianchi Ross en la cual participan José Antonio Portuondo, Ambrosio Fornet, Félix Pita Rodríguez, Agenor Martí, Ignacio Cárdenas Acuña, Nancy Robinson Calvet, Rodolfo Pérez Valero y Armando Cristóbal Pérez. Astrolabio (1973) de José Antonio Portuondo ofrece cuatro ensayos sobre la novela policial, dos escritos antes de la Relución Cubana y dos después. Una buena recopilación de ensayos no necesariamente limitados a la vertiente cubana del género pero editado con ésta en mente, se encuentra en el libro de Luis Rogelio Nogueras, Por la novela policial (1982). Amelia Simpson le dedica un estupendo capítulo a Cuba en su libro Detective Fiction from Latin America; también debe consultarse su artículo "From Private to Public Eye: Detective Fiction in Cuba." Algunos enfoques socialistas sobre el género pueden encontrarse en los artículos de Desiderio Navarro, "La novela policial y la literatura artística", y de Alejandro Sandoval, "Narrativa policial cubana". Heike Malinowsky da un buen recorrido del desarrollo del género en Cuba a partir de los años setenta en su "Un ejemplo de la literatura popular moderna: La novela policial cubana", mientras que Onilda Jiménez hace algo parecido en su "Un nuevo fenómeno de la literatura cubana: la novela policial". Tzvi Medin le dedica una página al género en Cuba: The Shaping of Revolutionary Consciousness (1990). Finalmente, Eugenia Revueltas le dedica parte de su ensayo al desarrollo del género en Cuba en su "La novela policíaca en México y en Cuba".

(2)- De la homosexualidad en Cuba específicamente se ha escrito mucho en los últimos años. Brad Epps ha escrito un excelente estudio titulado "Proper Conduct: Reinaldo Arenas, Fidel Castro and the Politics of Homosexuality" en Journal of the History of Sexuality. Véase también el artículo en dos partes de Ruby Rich y Lourdes Argüelles, "Homosexuality, Homophobia, and Revolution: Notes Towards an Understanding of the Cuban Lesbian and Gay Male Experience, Part 1" en Hidden from History: Reclaiming the Gay and Lesbian Past (1989) y "Homosexuality, Homophobia, and Revolution: Notes Towards an Understanding of the Cuban Lesbian and Gay Male Experience, Part 2", el cual aparece en la revista Signs: Journal of Women in Culture and Society. Uno de los primeros libros sobre la homosexualidad en Cuba es el de Allen Young, Gays Under the Cuban Revolution (1981), al cual se le puede añadir el más reciente estudio de Ian Lumsden, Machos, Maricones and Gays: Cuba and Homosexuality (1996). También merecen mención el cuarto capítulo de Social Control and Deviance in Cuba (1979) de Luis Salas, titulado "Sexual Deviance: Homosexuals and the Revolution", y el capítulo "Homosexuals as the New Niggers" de Inside Cuba (1974) de Joe Nicholson Jr. Es pertinente notar que gran parte de la discusión sobre el tratamiento de los homosexuales en Cuba se debe a los esfuerzos por parte de Reinaldo Arenas y otros ex-presidiarios de los campos de la UMAP de intentar llamar la atención sobre este problema. Para más detalles sobre Arenas y sus varios intentos de denunciar abusos por parte del régimen cubano, véanse su autobiografía, Antes que anochezca (1992), y la colección de cartas, ensayos y otros escritos Necesidad de libertad (1986). Menos conocido que el de Arenas, pero aún digno de consideración, son los testimonios de Francisco García Martínez, UMAP: Unidades Militares de Ayuda a la producción (Campos de concentración en Cuba) (1990) y de Jorge Ronet, La mueca de la paloma negra (1987).

(3)- Virgilio Piñera fue uno de los artistas perseguidos durante los años setenta por su orientación sexual. Para más detalles ofreciendo esta perspectiva sobre la vida de Piñera, consúltese "La isla en peso con todas sus cucarachas", el capítulo sexto de Necesidad de libertad de Reinaldo Arenas. El libro de Arenas también ofrece información sobre otros autores, entre ellos José Lezama Lima y Calvert Casey.

(4) - Inexplicablemente, Rich y Argüelles se refieren al Primer Congreso como un paso positivo respecto la relación entre la revolución y los homosexuales. Como indican Young (99) y Epps (239), es preciso subrayar que, dentro de este contexto, la homosexualidad no es rechazada simplemente por sí misma sino también por su asociación con la cultura burguesa, el capitalismo y la crítica internacional ocasionada por el caso Padilla a la falta de libertad de expresión en Cuba.

(5) - Sin embargo, la decadencia moral que la homosexualidad representaba no cesa a pesar de las prácticas represivas efectuadas después del Congreso. En un discurso pronunciado al comienzo del Segundo Congreso del Partido Comunista en diciembre de 1980, Castro confiesa que en el quinquenio anterior las tendencias contrarrevolucionaras se habían esparcido por el país: "a number of bad habits were spreading in our country… some people tended to let things slide, pursue privileges, make accomodations, and take other attitudes, while work discipline dropped. Our worst enemies could not have done us more damage. Was our revolution beginning to degenerate on our imperialist enemy’s doorstep?" ("The Ideological Struggle" 306). Por lo tanto, después del éxodo de Mariel, Castro vuelve a hacer énfasis en la necesidad de que el espíritu revolucionario depende de la moral del individuo: "the experience of this recent period has reinforced our belief that elements of a moral character should continue to play a major role in our revolution, because they make us invulnerable to bourgeois ideology" (311).

(6)- Según José J. Mira en Biografía de la novela policiaca (1955), "Gorky acierta al dictaminar el género como un producto típicamente burgúes," añadiéndole el siguiente giro: "En efecto, sólo en el seno de la civilización liberal se encuentran aquellos principios de libertad individual sin los cuales no podría subsistir este tipo de literatura" (100).

(7)- Los negros brujos, en efecto, incluye un prólogo de Lombroso en el cual éste opina que el concepto de Ortiz sobre el atavismo de la brujería de los negros es "acertadísimo", y en el cual Lombroso le sugiere a Ortiz que adquiera "datos acerca de las anomalías craneales, fisonómicas y de la sensibilidad tácil en un determinado número de delincuentes y brujos, y en un número igual de negros normales" (Lombroso 1).

(8)- A pesar de que el Panóptico se discute comúnmente en términos de su conexión con la penología, Bentham explica desde un comienzo que sus ideas son aplicables también para emplear a los desempleados, curar a los enfermos, educar a las personas de otras razas, etc. Los beneficios que el Panóptico podría brindarle a un pueblo, sin embargo, son inseparables de su propensidad para ejercer control y autoridad sobre ese pueblo.
 
 

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