La emulación de la
sintaxis latina en la estrofa undécima del
Polifemo de Góngora
Wilkes University
Después de que grandes gongoristas como Dámaso Alonso, Antonio Vilanova o Robert Jammes (por
citar sólo algunos de los más destacados) han aclarado las grandes cuestiones de poemas como el Polifemo y las Soledades, ¿qué puede uno aportar ya sino muy poca cosa? Lejos de
mí la pretensión de salir ahora a la palestra de los estudios gongorinos con un
enfoque novedoso que aporte una interpretación diferente. Sin embargo, no todo
está dicho, ni todo ha sido zanjado de manera definitiva. Siguen quedando aún
dificultades que se pueden aclarar más, como es el caso de la “reacia” (Reyes
295) estrofa undécima del Polifemo.
Aupados a hombros de los gigantes, los enanos son capaces, al mirar en
lontananza, de ver un poco más allá. En este artículo no pretendo sino
reforzar, desde otro punto de vista, la interpretación de la estrofa undécima
del Polifemo que ha sido más ampliamente
aceptada entre los gigantes de los estudios gongorinos. Ese otro punto de vista
es la sintaxis latina.
La estrofa undécima del Polifemo
es seguramente la que más problemas interpretativos y disputas ha ocasionado,
pero a día de hoy se ha llegado a un consenso más o menos general que no a
todos gusta. No es necesario repetir de nuevo todas las variantes y
posibilidades interpretativas de esta oscura octava real (1), porque en
este trabajo no se rebaten antiguas posturas ni se propone una nueva interpretación,
sino que se refuerza la lectura que goza de mayor aceptación con un nuevo
enfoque. La oscuridad de esta octava puede iluminarse en buena parte a la luz
de la sintaxis del latín clásico, que el poeta cordobés trata de trasladar al
español.
Cualquiera que se acerque a la alta poesía de Góngora por vez primera se
encuentra con un rasgo evidente: la dificultad sintáctica (2). Esta
dificultad tan característica de Góngora procede principalmente de una
deliberada imitación de la sintaxis latina en su norma clásica. Los poetas del
Renacimiento y Barroco imitaban, de forma sistemática, los recursos retóricos y
las fórmulas estilísticas de los poetas clásicos y modernos (Vilanova 33). Cuando Góngora nos sorprende con las Soledades y el Polifemo, el cultismo latino ya tenía una considerable tradición e
incluso era una característica propia de la época, más que una peculiaridad y
afán de distinción por parte del poeta (Dámaso, Góngora y el Polifemo 123). Pero las críticas contra la poesía de
Góngora se centraban en que se había hecho demasiado oscuro y en ocasiones
ininteligible al forzar tanto la sintaxis del español. El poeta cordobés, sin
embargo, sale en defensa propia de la siguiente manera: “honra me ha causado
hacerme escuro a los ignorantes, que ésa es la distinción de los hombres
doctos” (Villanova 546). El poeta cordobés no está
por la labor de aclarar o retocar sus oscuridades o dificultades. Por eso, me
parecen menos acertadas las explicaciones de la estrofa XI que se basan en una
variante textual. No hay por qué dudar, pues, del texto que nos ha llegado.
Conviene que hagamos repaso, aunque sea muy someramente, de la importancia
del latín como modelo para la producción de textos literarios en el Siglo de
Oro. Poetas como Góngora sabían que España había llegado a una supremacía
política en Europa que no se correspondía con su nivel cultural. Pesaba sobre
estos poetas españoles esa ansiedad bloomiana
(Navarrete 50) de emular y superar a sus modelos latinos e italianos. Además
era conocida en la época la teoría de la
translatio imperii et studii, según la cual el poder y el saber se trasladan,
siguiendo el curso del sol, de oriente hacia occidente. Ahora le tocaba a
España brillar como anteriormente habían deslumbrado el Oriente, Grecia y Roma.
A España le correspondía tomar el relevo y hacerse con la supremacía cultural
también. De ahí que la poesía de Góngora sea un intento de elevar el español a una
capacidad de expresión propia del latín (3).
López Grigera (1994) advierte que en el estudio
de la retórica del Renacimiento y Barroco reside, muchas veces, la clave para
resolver los misterios de la literatura aurisecular. Que la disciplina de la ars dicendi
desempeñó un papel fundamental en la formación de autores del Siglo de Oro es
un hecho que hoy nadie discute. Durante milenios, el arte de bien decir,
primero en el mundo grecorromano y después en la Edad
Media cristiana, había sido la disciplina en la que intensamente se formaba el
hombre de letras. A través de la retórica aprendía a pensar, a organizar su
pensamiento y a saber expresarlo de forma eficaz y elegante. Fue en el
Renacimiento cuando la oratoria empezó a ceder en su función rectora del
pensamiento y su adecuada expresión para convertirse poco a poco, como la entendemos
hoy, en el arte que trata de la belleza estilística del discurso. La retórica iría
reduciéndose progresivamente a la elocutio y con el tiempo pasó a significar el arte de
adornar el estilo. A la luz de este cambio paulatino en la concepción de la
retórica se entiende mejor la “herejía” (Collard 331)
poética de Góngora, acusado de contravenir la ortodoxia castellana al componer
poesía sin sustancia moral, solo por puro relumbrón estético. También es de
interés para el estudio de la poesía gongorina cómo se ha ido precisando
nuestro concepto no solo de la retórica sino también del Renacimiento mismo.
Como es bien sabido, el Renacimiento supuso el resurgir de las lenguas
clásicas pero no hemos de dejarnos en el tintero el gran impacto que el cultivo
del latín y el griego supondría para el desarrollo y creación literaria en
lengua vernácula, precisamente por emulación de su modelos clásicos. Así, el
redescubrimiento de los studia humanitatis
fue lo que sirvió de acicate, guía y modelo para el desarrollo de las lenguas
vernáculas, que tratarían de adaptar los sistemas de creación literaria de sus
modelos clásicos (García Galiano 37).
Aunque no entraremos a exponer todas las interpretaciones dadas a la estrofa XI, conviene, no obstante, que esbocemos, al menos, las dos interpretaciones que han merecido más amplio reconocimiento. Reproduzcamos esta octava real que aquí nos ocupa:
Erizo es, el
zurrón, de la castaña,
y (entre el
membrillo o verde o datilado)
de la manzana
hipócrita, que engaña,
a lo pálido
no, a lo arrebolado,
y de la encina
(honor de la montaña,
que pabellón
al siglo fue dorado)
el tributo,
alimento, aunque grosero,
del mejor
mundo, del candor primero (4) (81-88).
El quid de la dificultad de esta
estrofa estriba en la disemia del vocablo “erizo” (ya sea en su acepción de
“piel” o de “animal”) y en los sintagmas de los versos quinto “de la encina” y
séptimo “el tributo”. La primera de las dos interpretaciones es la de quienes,
como Carilla (375), consideran que el vocablo “erizo” ha de entenderse como
“animalejo”. Quienes la proponen se basan en la relación semántica que guardan
las dos estrofas X y XI por su ambiente otoñal, en las que se describe el
zurrón de Polifemo y lo que guarda para el invierno. Es una interpretación con
una semántica clara que facilita la comprensión sintáctica del sintagma “de la
encina” y “el tributo” de la siguiente manera: El zurrón es el erizo (animal)
de la castaña, de la manzana y de la encina (en cuanto que recoge los frutos de
la encina y vive de ellos). Era parte del acervo popular que este animalejo
hacía acopio de alimentos, especialmente frutos, para el invierno. El zurrón de
Polifemo es como el erizo que recoge y guarda alimentos para el invierno. Sin
embargo, según esta interpretación, los dos últimos versos quedan
sintácticamente mal trabados en la sintaxis general de la octava, ya que
tendríamos una serie de aposiciones o aposición de aposición muy extraña a la
sintaxis gongorina. Tendríamos algo así como que “el tributo” sería una
aposición a “encina”, y “alimento” sería otra aposición a la aposición. No me
parece muy propio de la elegancia del estilo de Góngora (5).
La segunda interpretación, que es la que aquí seguimos y tratamos de
corroborar con un argumento adicional, es la de quienes, como Dámaso (Góngora y el Polifemo 90) y Zdislas Milner, postulan que
“erizo” tiene el significado de “piel” (sin descartar el significado de animal)
y, así, el zurrón hace las veces de erizo o piel (porque las guardaba) de las
castañas, de las manzanas y de las bellotas. Pero en vez de decir “bellotas” el
poeta cordobés se sirve de una perífrasis (6) con un violentísimo hipérbaton
“de la encina… el tributo”, que fácilmente despista al lector y no parece tener
un valor estilístico claro. Dámaso lo tilda de “dificultad insulsa” (Góngora y el Polifemo 92). Este
hipérbaton consiste en la inversión y separación del complemento del nombre “de
la encina” y su correspondiente nombre o núcleo “el tributo”.
De modo que, si resumimos en su esencia estas dos interpretaciones, estamos
ante estas dos opciones:
a) La primera interpretación ofrece una semántica más
clara pero una sintaxis pobremente trabada en los dos últimos versos.
b) La segunda interpretación propone una semántica menos
clara, o mejor dicho ambigua, y una muy difícil sintaxis.
Tratándose de Góngora, hay que inclinarse por la lectio difficilior. En cuanto a la ambigüedad, nada más barroco y gongorino que ese “significar a dos luces”. Lo que sí resulta inelegante e impropio del estilo de Góngora es esa aposición de aposición que propone la primera interpretación en el verso 7, donde “tributo” sería aposición de “encina”, y “alimento” sería aposición de “tributo”. Es cierto que tanto en el Polifemo como en las Soledades hay abundancia de aposiciones, o mejor dicho sobreabundancia. La dificultad sintáctica en Góngora consiste, la mayoría de las veces, en recargar los núcleos sintagmáticos con gran cantidad de complementos. No es una dificultad sintáctica por subordinación sino por acumulación de complementos. Esa dificultad se puede resolver fácilmente en muchos casos distinguiendo lo que es adyacente de lo que es nuclear. En consecuencia, cuando hay varias aposiciones en sucesión, lo normal es que estas se refieran al mismo sustantivo en yuxtaposición, en vez de depender unas de otras, como es el caso de:
Oh tú que, de
venablos impedido,
muros de
abeto, almenas de diamante,
bates los
montes que, de nieve armados,
gigantes de
cristal los teme el cielo (Soledad I,
5-7)
Los vocablos “muros” y “almenas” son dos aposiciones yuxtapuestas de
“montes”, es decir, están al mismo nivel sintáctico. La una no es aposición de
la otra. El uso constante de la aposición es una de las características más
comunes de la sintaxis gongorina pero lo que no se encuentra (o al menos no he
visto ejemplo alguno) es ese tipo de aposición de aposición que propone la
primera interpretación. No es propio del rigor sintáctico al que nos tiene
acostumbrados Góngora (7). Ni siquiera en las Soledades se halla este tipo de aposición de aposición, lo cual
sería esperable ya que las largas tiradas de la silva lo permitirían más
fácilmente, frente a las más estrechas
dimensiones de una octava real. Por eso, entre estos dos escollos sintácticos,
la inelegancia de la opción primera y la dificultad de la opción segunda, hay
que decantarse por esta última.
Terrence O´Reilly (70) ha planteado recientemente otra
posible solución a la estrofa 11ª del Polifemo
partiendo también de la sintaxis. Esta interpretación consiste en eliminar la
autonomía sintáctica de la octava undécima, a la que hace depender de la
anterior, de modo que ambas estrofas formarían un todo dividido en tres
cláusulas principales. Se leerían de la siguiente manera: “el zurrón es cercado
de la fruta (estrofa 10)…; es erizo de la castaña… y de la manzana; y (es) el
tributo de la encina… (estrofa 11). El difícil sintagma “de la encina el
tributo” se resuelve considerándolo como otra cláusula principal al mismo nivel
que “el zurrón es cercado” y “el zurrón es erizo”. Además esta interpretación
propone que hay que saber descubrir la agudeza que entraña la perífrasis “el
tributo de la encina” o bellota. Según una tradición clásica y jurídica, el
correspondiente término latino para bellota “glans” sirve tanto para designar
el fruto de la encina como para referirse a todo tipo de frutos en general.
Góngora alude a esta segunda acepción para significar que el zurrón de Polifemo
contiene toda clase de frutos. Sin embargo, preferimos la interpretación más consensuada
de Dámaso basándonos nuevamente en un criterio de frecuencia. Este tipo de
sintaxis que se prolonga a la siguiente estrofa es más bien un fenómeno raro,
mientras que hipérbatos como “de la encina… el tributo” suceden con más
frecuencia aunque quizá no tan violentos o con un sentido más claro
Veamos ahora cómo es posible defender la segunda interpretación partiendo
del orden de palabras en latín. El hipérbaton es una de las características más
discutidas y debatidas de la poesía de Góngora. Se trata de un cultismo
sintáctico que ya gozaba de larga tradición en poesía, pero lo que sorprende en
poemas como el Polifemo y las Soledades es su uso o, mejor dicho, su
abuso, pues aquí y allá nos topamos con hipérbatos muy osados. Normalmente la
inversión del orden lógico o acostumbrado de palabras obedece al deseo de un
efecto estilístico o a razones métricas. Sin embargo, no parece que este sea el
caso del hipérbaton “de la encina… el tributo”, razón de más por la que resulta
tan molesto.
Dado que en Góngora la dificultad, no solo la conceptual sino también la
sintáctica, es un valor poético pretendidamente buscado, hemos de pensar que
estamos ante la imitación de un hipérbaton, perfectamente válido en la poesía
del latín clásico, que pretende ser un reto al lector, porque es difícilmente
aceptable en español. Estaríamos ante un guiño por parte del poeta a ese lector
“docto”, que en su formación retórica ha tenido que enfrentarse a dificultades
propias de la lengua del Lacio, muy similares a la de esta estrofa undécima. Se
requiere del lector que sepa descubrir la latinización de la sintaxis en la
inversión del orden “de la encina…/el tributo”.
En esta inversión y separación reside toda la dificultad sintáctica latinizada,
como ahora veremos con más detalle. Si nos dejamos llevar de la sintaxis propia
del castellano, estamos ante un hipérbaton que fácilmente engaña al lector
llevándole a considerar “de la encina” como otro complemento del nombre o
genitivo que depende de “erizo” al mismo nivel sintáctico que “de la castaña” y
“de la manzana”. Sin embargo, el lector debe dejar en suspenso toda
interpretación hasta el final de la estrofa, como era propio del período
latino, y descubrir que “de la encina” es genitivo o complemento del nombre de
“el tributo”.
Con anterioridad a los estudios estructuralistas sobre sintaxis latina (Lisardo Rubio 199; Moure Casas, Sobre el orden 207) dominaba la
creencia, más bien negativa y escéptica, de que, en latín, habría que hablar de
desorden de palabras como si el hipérbaton fuera lo normal. Según esa creencia,
a diferencia de las lenguas modernas que tienen una construcción mucho más
fija, las lenguas antiguas como el latín y el griego son de construcción libre.
En consecuencia, aunque es cierto que hay ciertas predilecciones y tendencias,
estas se ven cien veces quebrantadas en cualquier página de un autor clásico y
no es posible establecer regla alguna con validez más o menos general.
Bien es cierto que hay un hecho indiscutible y es que la flexión de casos
latinos permitía una gran libertad en el orden de palabras y unas posibilidades
de hipérbaton intolerables en las lenguas romances. Sin embargo, se puede
comprobar que incluso en el latín clásico de autores como Virgilio u Ovidio,
que es el que Góngora trata de imitar en español (8), hay un principio
general que realmente rige la ordenación de palabras. Ocurre con frecuencia que
el orden de palabras en la propia lengua es cosa tan sabida y natural que no
suele suscitar interés por estudiarlo y formular principios. Pero el sentir de
los hablantes latinos con relación al orden de palabras en su lengua era más o
menos el mismo que tiene un hablante románico. Prueba de ello son los
testimonios de gramáticos y rétores que delatan esa
conciencia de orden de palabras en latín. Así lo expresa Quintiliano en su Institutio Oratoria: “hiperbatos… est verbi transgressionem
quoniam frecuenter ratio compositionis et decor poscit, non immerito inter virtutes habemus” [El hipérbaton es la trasposición de una palabra,
debido frecuentemente a motivos de composición y adorno. No en vano la
estimamos entre las virtudes.]
(VIII 6, 62). La siguiente cita es aún más esclarecedora: “in hiperbato commutatio
est ordinis…. Transfert tamen uerbum aut partem
eius a suo loco in alienum”
[El hipérbaton es un cambio
de orden y traslada una palabra o parte de ella de su lugar a otro ajeno] (IX, 1, 6-7). Se
podrían aducir más ejemplos pero con estos bastará para cerciorarse de que si
se habla de verbi transgressio
o commutatio ordinis es
porque hay conciencia clara de un rectus ordo, esto
es, un orden de palabras considerado normal o más común.
Así pues, en cuanto a la ordenación de palabras, se puede afirmar que el
latín, como regla general, es una lengua de tipo determinante-determinado. Por
esto entendemos que generalmente la palabra que determina el significado de
otra suele precederla. Esto quiere decir que el adjetivo precede a su
sustantivo, el adverbio al verbo, el complemento directo al verbo, y, lo que es
más interesante para la estrofa reacia del Polifemo,
el genitivo suele preceder también al sustantivo que determina (9). Por
ello, hay que andarse con cautela al hablar de hipérbaton en latín, sobre todo
si tomamos como punto de referencia las lenguas romances, que tienden a ser
lenguas del tipo determinado-determinante, es decir, justo a la inversa: la
palabra que determina semánticamente a otra suele ir pospuesta. Así tenemos que
el verbo precede al complemento directo, el sustantivo al adjetivo calificativo
y el nombre al complemento del nombre. Conviene, pues, dejar claro qué es y qué
no es hipérbaton para los latinos. En latín no hay hipérbaton en expresiones
como Iovis templum, y sí
lo habría en templum Iovis.
Obviamente el orden de palabras presenta muchas posibilidades estilísticas
pero hay fundamentalmente dos recursos para crear hipérbaton, según se
describen en la Rhetorica ad Herennium,
que nos ayudarán en la intelección de la estrofa reacia del Polifemo. El autor anónimo de este
tratado de oratoria define así la transgressio, que es un término latino para designar el
hipérbaton: “transgressio est quae uerborum permutat
ordinem peruersione aut transiectione”, lo que se
podría traducir como: el hipérbaton es el cambio de orden de palabras por
inversión o por disyunción. Por inversión hay que entender la ruptura de la
regla determinante-determinado, de modo que el ejemplo anterior templum Iovis sería
un ejemplo de este tipo de hipérbaton por inversión. En español, justo al revés
por ser una lengua del tipo determinado-determinante, un ejemplo de inversión
sería: “de tu jardín las tapias a escalar”. Por disyunción se entiende la separación
de términos que sintácticamente suelen ir unidos, como un sustantivo y su
adjetivo, o un sustantivo y su genitivo. Ejemplos de hipérbaton por disyunción
en latín y español serían respectivamente: “In nova fert animus mutatas
dicere formas/ corpora” [Mi ánimo está dispuesto a relatar las formas mutadas en nuevos
cuerpos] (Metamorfosis, I, 1) y “Estas que me dictó rimas sonoras” (Polifemo 1).
Teniendo en cuenta estos dos tipos de hipérbaton, puede darse el caso de un “hipérbaton doble”, en el que hay, al mismo tiempo, disyunción e inversión. Cuando este es el caso, la violencia sintáctica puede ser tal que produzca una dificultad de comprensión que no a todos gusta. También en latín, este tipo de hipérbaton doble es bastante infrecuente. Cuando no había inversión, la disyunción entre el determinante y el determinado podía ser amplia. Sin embargo, cuando sí existía la inversión, la posible disyunción entre determinado y determinante solo puede alcanzar dimensiones moderadas. Así las cosas, hay una diferencia fundamental en la apreciación del hipérbaton en latín y en español, y no me refiero tanto al evidente hecho de que la flexión de casos permite muchas más posibilidades de hipérbaton como a la distinta posición, precedente o consecuente, que tiende a ocupar la palabra que determina el significado de otra. El hipérbaton “de la encina… el tributo” es efectivamente muy violento en castellano porque estamos ante un hipérbaton doble, por inversión (el genitivo precede al nombre) y por disyunción (hay una larga frase incidental). En latín, sin embargo, sólo habría un hipérbaton por disyunción y en consecuencia no causaría el escándalo y confusión que tenemos en la estrofa reacia. Se podrían traer a colación muchos ejemplos extraídos de la poesía latina en que se observa este mismo fenómeno (un genitivo antepuesto a su nombre y separado por una frase incidental) y a nadie causa espanto. He aquí algunos ejemplos sacados de las Metamorfosis de Ovidio, fuente primera del Polifemo de Góngora.
Cui postquam pinus, baculi quae praebuit usum (XIII 782)
[Después que un pino, que hacía el uso de báculo]
Ignea convexi vis et sine pondere caeli (I 26)
[La fuerza ígnea y sin peso del convexo cielo]
Impune et magni cum dis contemptor Olympi (XIII 761)
[Impunemente despreciador del magno Olimpo con sus dioses]
No se halla este tipo de hipérbaton en versos recónditos de la literatura latina, sino que a cada paso nos tropezamos con él, e incluso está presente en versos que formaban parte del acervo literario común de cualquier lector medianamente ducho en los clásicos. ¿Quién de esos lectores no conocía los siguientes versos de Virgilio?
Arma virumque cano, Troiae qui
primus ab oris
(Eneida I, 1)
[Canto las armas y al hombre, que, el primero, de las orillas de Troya]
Tytire, tu patulae recubans sub tegmine
fagi (Égloga I, 1)
[Títiro, tú que estás recostado bajo un haya
frondosa]
El siguiente ejemplo es especialmente ilustrativo por la longitud de la disyunción entre genitivo y su nombre:
Iliaci cineres
et flamma extrema meorum,
Testor in occasu uestro nec
tela nec ullas
Uitauisse uices, Danaum et, si fata fuissent
Ut caderem, meruisse manu (13) … (Eneida II, 431-34).
[Cenizas de Ilión, últimas llamas que acabaron con mis seres queridos,
yo os pongo por testigos de que en vuestro infortunio no esquivé ni los dardos
ni me hurté a riesgo alguno del combate, y de haber sido la voluntad de mi hado
que muriera, bien merecí caer a manos de los dánaos¨
(Traducción de Javier de Echave-Sustaeta)]
Visto desde una perspectiva latina, en el hipérbaton Danaum… manu, solo
hay una gran disyunción. Toda una oración condicional separa el genitivo Danaum de su
sustantivo manu. Sin embargo, no
estamos ante un hipérbaton doble, no hay inversión del orden normal
genitivo-nombre, y por lo tanto no es una construcción que haga especial
violencia a la lengua latina. Era perfectamente posible en latín y de hecho no
es raro encontrarla en poesía. Por el contrario, sería algo muy forzado en
latín si invirtiéramos los términos de
esta disyunción, es decir: Manu, si fata fuissent
ut caderem…, Danaum.
Desde un punto de vista romance, la sintaxis de estos versos virgilianos
nos resulta violentísima, pero es precisamente este tipo de hipérbaton el que
está imitando Góngora. En la estrofa undécima del Polifemo hay una deliberada imitación de esta estructura que es
perfectamente posible en latín, pero resulta muy violenta cuando se la traslada
a la sintaxis del español. En la evolución del latín clásico al latín tardío y
finalmente a las lenguas romances, se produjo un cambio fundamental: las
lenguas romances pasaron a ser lenguas del tipo determinado-determinante. Por
ello, en los versos gongorinos “el zurrón es erizo de la castaña… /y de la encina (honor de la montaña…/ el tributo” tenemos un fuerte
hipérbaton doble por inversión y por una larga disyunción: el complemento con
de o genitivo “de la encina” precede a su núcleo, y está además muy separado
del nombre “tributo” al que complementa. Sin embargo, en latín, insistimos,
solo habría una disyunción. Según las certeras palabras de Mercedes Blanco:
“par ses hyperbates notre auteur n’est
pas latinisant, il rend à l´espagnol
ce que les Latins lui empruntèrent"
(216).
El hipérbaton doble que aquí nos ocupa no es, ni mucho menos, el único ejemplo de inversión y disyunción de un complemento del nombre o genitivo. Lo encontramos en otros pasajes del Polifemo o las Soledades con suficiente recurrencia como para hacernos sospechar que efectivamente “de la encina… el tributo” es un hipérbaton doble.
De una encina embebido
en lo cóncavo el joven mantenía
la vista de
hermosura, y el oído
de métrica
armonía (Soledad I 267-71).
Si deshacemos el hipérbaton lo que queda es: “un joven embebido en lo cóncavo de una encina mantenía la vista de hermosura”. Aquí por tratarse de una leve disyunción y separación, el hipérbaton no resulta tan despistador para lector.
De este, pues, formidable de
la tierra
bostezo, el
melancólico vacío… (Polifemo 41-42)
En estos versos, pese a haber una disyunción e inversión la dificultad sintáctica es relativamente fácil de desentrañar porque tanto el sentido como el valor expresivo del hipérbaton nos guía a la siguiente interpretación: “el melancólico vacío de este bostezo formidable de la tierra…” La disyunción de “este…vacío” sugiere la idea de la enormidad del bostezo de la tierra o cueva. Puede decirse, pues, que esta estructura sintáctica en hipérbaton doble (inversión y disyunción de un complemento del nombre) no es ajena al estilo de Góngora. Sin embargo, sí lo es la aposición de aposición. Como apunta Mercedes Blanco, la repetición de una estructura es muy significativa como principio interpretativo (10). Los siguientes versos de la Soledad Primera son otro claro ejemplo de hipérbaton doble:
Del siempre en la
montaña opuesto pino
Al enemigo
Noto
Piadoso miembro roto,
Breve tabla,
delfín fue no pequeño
Al
inconsiderado peregrino… (Soledad I,
15-19)
Al deshacer el hipérbaton nos queda: (un) “piadoso miembro roto del pino,
siempre opuesto a enemigo noto, fue breve tabla, delfín no pequeño al
inconsiderado peregrino”. No solo tenemos una inversión y separación del
complemento del nombre “del.. pino” y su núcleo sintagmático “miembro” sino
también una separación de la preposición “de” y su régimen. Un último ejemplo
sería el que sigue: “Claveles del abril, rubíes tempranos/ de sus mejillas siempre vergonzosas/purpúreo son trofeo” (Soledad I, 786). Se podrían
aducir más ejemplos pero basten estos para mostrar que el doble hipérbaton de
la estrofa undécima no es algo ajeno a la sintaxis gongorina.
Estos son algunos de los muchos usos de inversión del genitivo
característicos de Góngora. Ninguno de ellos, sin embargo, es tan violento y
oscuro como el de la estrofa XI, con la dificultad añadida de que no hay un
significado claro que nos guíe en una dirección interpretativa clara, ni un
obvio valor expresivo derivado del hipérbaton. Raras veces los hipérbatos son
gratuitos o simple prurito de producir una mayor dificultad de comprensión
gramatical. Más bien suelen coadyuvar a la expresividad del texto, ya sea
produciendo algún efecto imitativo o representativo, facilitando un donaire, o
ya resaltando el valor colorista o eufónico de una palabra (Dámaso, La lengua poética 200). Se trata, en
suma, de lograr esa callida iunctura que
recomendaba Horacio. En este sentido, podríamos preguntarnos también si el
violento hipérbaton de la estrofa undécima contiene algún valor expresivo. Pero
antes de sugerir propuesta alguna cabe aducir nuevos argumentos en favor de la
construcción latina que esconde el hipérbaton “de la encina… el tributo”.
El cultismo léxico en la obra de Góngora ha recibido más atención que el
sintáctico, y se ha llegado a la conclusión siguiente (Dámaso, Polifemo, poema barroco; Jammes, La obra
poética). La mayor dificultad del cultismo léxico en Góngora no está
precisamente en las palabras nuevas o peregrinas que introduce, ya que todo lector
culto disponía de la suficiente competencia lingüística para identificar
cultismos como “pira”, “diáfano”, “candor”, “próvido”, “joven” etc…, sino en el
llamado cultismo semántico. Lo que confundía al lector de estos cultismos
semánticos era que se trataba de vocablos introducidos ya desde hacía tiempo en
la lengua, pero que, sin previo aviso, adoptan en la poesía gongorina su
antiguo significado latino. Tal es el caso de palabras como lascivo con el significado de “alegre,
juguetón”, o exponer con el
significado de “desembarcar”.
Este fenómeno, propiamente gongorino, en el nivel semántico se aplica
también a nivel sintáctico. En la estrofa undécima, de manera análoga, el
lector inadvertidamente se enfrenta a un complemento del nombre “de la encina”,
que funciona como un genitivo latino en hipérbaton por una amplia disyunción. El
complemento del nombre en hipérbaton ya existía en la lengua poética de la
época pero Góngora lo lleva hasta las capacidades expresivas del latín. Muchas
de las dificultades sintácticas de Góngora son, en gran medida, esfuerzos por
latinizar la sintaxis del español a extremos que no habían osado otros poetas
latinizantes: acusativo griego, construcción “ser a” con el significado de
“servir de”, ausencia de artículo definido e indefinido, ablativos absolutos,
uso del artículo como determinante, acusativo de relación. Estos cultismos
sintácticos son guiños al lector docto que, gracias a su competencia
lingüística en la lengua del Lacio, debe saber descubrir (11).
Otro argumento que se puede alegar en favor de esta construcción
latinizante en hipérbaton doble es el hecho de que en la lengua del Lacio, muy
frecuentemente, se recurría a este tipo de disyunciones para incluir frases
incidentales que complementaran semánticamente al sustantivo núcleo del
sintagma. La flexión del latín, que contaba con los casos gramaticales,
facilitaba este tipo de disyunciones y, de hecho, se hallan por doquier en
prácticamente cualquier pasaje de poesía latina. La frase que causa la larga
disyunción “honor de la montaña, que pabellón que al siglo fue dorado”
efectivamente complementa a “encina”, como se acostumbraba a hacer en latín. Es
muy común en Góngora que la dificultad de la estructura oracional consista en
la inclusión de numerosos adyacentes o complementos, de tal manera que el
lector suele así despistarse fácilmente y “perder el hilo”, si usamos una
expresión más coloquial. No es una dificultad sintáctica por subordinación o
complejidad oracional, sino por disyunción y acumulación de complementos que
recargan el contenido de los núcleos sintagmáticos.
En un intento de elevar la poesía española, Góngora exige en la lectura de
obras como el Polifemo o las Soledades, un lector “culto”, esto es,
cultivado en la lengua latina, que sepa vencer la dificultad de su poesía teniendo
al latín como trasfondo. Como sabemos, el latín, a diferencia de las lenguas
romances, marca la relación sintáctica de las palabras dentro de la oración a
través de la flexión de casos. Por ello, la posición de las palabras es muy
libre; pero ello no obsta para que haya unas tendencias a ciertas posiciones y
una conciencia de hipérbaton. Esta libertad sintáctica ha favorecido una
estructura oracional conocida como período, que se caracteriza por
expresar el significado de la oración
como un todo y mantenerlo en suspenso hasta el final (Allen and Greenough 388). Ese lector culto, al leer la estrofa
undécima, no deberá ceder a la tentación e inercia de considerar “de la encina”
como genitivo o complemento del nombre de “erizo” al mismo nivel que “de la
castaña” y “de la manzana”, sino que deberá seguir leyendo hasta el final de la
estrofa para descubrir que el genitivo “de la encina” depende en realidad de
“el tributo”. Góngora, en muchas ocasiones, se sirve de esta técnica de demorar
palabras clave, de tal manera que el sentido completo de la oración no se aclara
sino hasta el final. Hay que contenerse y esperar hasta el final para que el
sentido se aclare. Es lo que Jammes llama
“participación creadora” (Introducción 108).
Con el latín como referente último, se puede, si no paliar la
insatisfacción de la maraña sintáctica de la estrofa undécima, al menos vencer
las reservas a la hora de aceptar este violento hipérbaton. Teniendo en cuenta,
pues, cuál era el orden de palabras habitual en latín y el lector culto que
exige la poesía de Góngora, se comprende mejor esa sintaxis tan desordenada y
violenta. No obstante, insisto, es desordenada y violenta desde nuestro punto
de vista de las lenguas romances, pero no tanto desde el punto de vista del
latín. Otra cosa bien distinta será el valor estético que queramos concederle a
la osadía sintáctica de que hace gala el autor en esta estrofa. Este hipérbaton
ha sido considerado como una “insulsa dificultad”, por no tener un valor
especial y por ser enormemente despistador del
lector.
Sin embargo, a la luz de lo anteriormente dicho efectivamente se podría sostener
que no hay tal insulsez en la sutil sintaxis de la estrofa XI sino más bien uno
de esos hipérbatos expresivos que coadyuvan al significado. Tal como ha
señalado Orozco “una general tendencia a lo plástico y pictórico preside el
desarrollo de las letras de la época del Barroco” (58). La poesía de Góngora es
una realización muy lograda de ese ideal pictórico. Concretamente las estrofas
X y XI constituyen una auténtica écfrasis en la que
se insinúa, a través de una serie de conceptos, la idea de lo engañoso, lo
aparente, lo falso (Ponce Cárdenas, Introducción 88; Huergo
203), y en la que la sintaxis, paralelamente, no es menos engañosa. Este
bodegón contiene una serie de prosopopeyas, en el que los frutos adquieren unas
cualidades engañosas: la paja es pálida y rubia, es decir, tiene un
comportamiento doble: por un lado es avara y esconde la pera, pero por otro la
dora haciéndola más apetecible. Especialmente engañosa es la manzana, la gran
hipócrita, porque a pesar de su aspecto “arrebolado” su carne es “pálida”. Y
por último, el tributo de la encina, es decir la bellota, es un alimento
“grosero” pero es alimento del “mejor mundo”. Los conceptos de la écfrasis de este bodegón de frutas inciden en una misma
idea: “la apariencia de casi todo cuanto se observa resulta engañosa” (Ponce
Cárdenas, Introducción 88). En otras palabras, lo que parece funcionar de una
manera en realidad lo hace de otra, como es el caso del sintagma “de la
encina”. A primera vista parece un complemento del nombre al mismo nivel que “de
la castaña” y “de la manzana”, pero en realidad depende sintácticamente de
“tributo”. Es una sintaxis pretendidamente engañosa como engañosa es también la
paja o la manzana o la bellota y, así, el hipérbaton no hace sino reforzar la
idea de la falsedad de las apariencias.
Sucede no pocas veces que, aunque se aclare la sintaxis, se nos sigue
escapando el significado completo de un determinado pasaje porque en la mente
del poeta hay una alusión (12) a un mito clásico, a un refrán de la
época, a un emblema, a un suceso contemporáneo o referencia erudita. Si no se
logra descubrir esa alusión inevitablemente nos quedamos en la superficie y no
se consigue desentrañar la agudeza que produce goce intelectual. Sobra decir
que la poesía de Góngora es también altamente conceptista. Bien pudiera ser que
la estrofa undécima del Polifemo es
otro caso de esos en los que el significante acude en ayuda del significado, es
decir, la sintaxis también representa el concepto (13).
La supuesta insulsez se puede degustar también en el reto que supone
descubrir la sintaxis latinizante que subyace en toda la estrofa (14). Góngora
no hace sino continuar unas tendencias gramaticales cultistas
y latinizantes que habían empezado ya en el siglo XV, no solo para distanciarse
de lo vulgar sino también para erigirse como poeta de los doctos o discretos.
Para lograr tal fin se sirve, entre otros recursos, de una sintaxis forzada
hasta un límite que nos resulta intolerable. El modelo por emular será la alta
poesía del latín clásico. Sabemos que los hipérbatos son uno de los escollos
más arduos para la inteligibilidad del Polifemo.
Solo en contadísimas ocasiones aparece algún anacoluto (15) pero siempre
el significado llega a ser inteligible.
Una vez descubierta la sintaxis latinizante de esta octava real y su valor
expresivo, no debería sorprender tanto que el poeta cordobés recurra a este
tipo de hipérbaton doble tan violento, ya que lo que le movía era un afán por
distinguirse (Gutiérrez, La espada 68)
y hacerse oscuro escribiendo un tipo de poesía solo apta para “discretos”
(Gutiérrez, Las Soledades 623), cuyos
valores máximos son el puro deleite estético y la libertad creadora del
escritor. En fin, descubrir la sintaxis latinizante y el valor expresivo del
hipérbaton ayuda sin duda a vencer las reticencias que aún se puedan albergar.
Estamos ante un esfuerzo por elevar el español a la capacidad expresiva del
latín.
Notas
(1). Me remito a estudios y artículos como los de Alfonso
Reyes (1954), Emilio Carilla (1964), Dámaso Alonso (1974), Bonifaz
(1980) o Terence O´Reilly
(2008).
(2). La dificultad gongorina no se limita al plano
sintáctico o léxico sino que va mucho más allá, puesto que exige del lector no
solo unos amplios conocimientos mitológicos sino también la capacidad de
descubrir agudezas y, lo que es más difícil, un lenguaje hermético que pretende
integrar conocimientos filosóficos y simbólicos. (Vicente García 453-54)
(3). Góngora mismo así lo declara de forma expresa en una
de sus cartas: “En dos maneras, considero me ha sido honrosa esta poesía; si
entendida para los doctos, causarme ha autoridad, siendo lance forzoso venerar
que nuestra lengua a costa de mi trabajo haya llegado a la perfección y alteza
de la latina” (cita extraída de Carenas,154)
(4). Seguimos la edición de Jesús Ponce Cárdenas (2015),
que sigue la interpretación que Dámaso Alonso hiciera de esta octava real.
(5). De esta misma opinión es Antonio Vilanova
(548 ).
(6). El uso de la perífrasis es muy característico del
estilo de Góngora, muchas veces para eludir o aludir a términos de realidades
vulgares o prosaicas, como pueden ser las bellotas (Dámaso Alonso, Estudios y ensayos 92)
(7). Otra interpretación
posible es la de Alfonso Reyes (300), que consiste en entender “encina” como
“bellota” por sinécdoque. Pero, como señala Dámaso, el inciso “honor de la
montaña…” indica que el poeta está pensando en el árbol. Además tendríamos de
nuevo el problema de los dos últimos versos formando una aposición de aposición
que desmerece del rigor sintáctico de Góngora.
(8). En las Metamorfosis
de Ovidio y la Eneida de Virgilio
encuentra el poeta cordobés la fuente principal para su reelaboración del mito
del Polifemo (Villanueva, De Veger).
(9). Ciertamente se podrían alegar muchos contraejemplos
como populus romanus, Respública, aes alienum, o tribunus plebis, orbis terrarum, mos maiorum, pater
familias etc, pero, si los examinamos más atentamente,
descubrimos que se trata de expresiones hechas o tecnicismos léxicos. De hecho,
cuando se invierte el orden de palabras de estas mismas expresiones también
cambia su significado: Res publica
“la república” frente a publica res
“una cosa pública” (Rubio 123). Con todo, hay que constatar que la posición del
genitivo respecto de su nombre se ajusta bastante menos a la regla sintáctica
determinante-determinado que otros grupos sintagmáticos como el
adjetivo-nombre. De hecho, las estadísticas muestran unas cifras similares
entre el genitivo antepuesto y pospuesto. Sin embargo, la tendencia es a la
posposición cuando se trata de un genitivo partitivo, y a la anteposición
cuando se trata de un genitivo determinante (Moure Casas,
Sobre el orden 57).
(10). La répétition de la structure est significative et
qu´lle fait partie de toute une série de stratégies
de récurrence, par lesquelles Góngora refonde la
langue espagnole et apprend a son lecteur le mode d´emploi de cette langue
renouvelée (215).
(11). Estudios recientes sobre la sintaxis gongorina
ponen de relieve que las dislocaciones, ya sea por disyunción o por inversión,
es algo característico de Góngora en un esfuerzo por crear un “lenguaje inaudito
y extraordinario” (Ly, Gramática gongorina 120). Tal es el caso de las construcciones en
las que, entre el artículo (o determinante) y el sustantivo, se introduce una
cláusula de relativo. Los ejemplos son múltiples: “las que esta montaña engendra harpías”
(56), “Entre las ramas del que más se
lava en el arroyo/ mirto levantado”
(31), Estas que me dictó rimas sonoras (1). Según Robert Jammes (La obra
poética 110), Góngora juega con la doble función gramatical (adjetival o
pronominal) de artículos y determinantes. El uso pronominal del artículo sería
otro caso de latinismo sintáctico, es decir, otro ejemplo de dificultad
gongorina que se resuelve a la luz de la sintaxis latina.
(12). Dámaso Alonso: “Alusión y elusión en la poesía de
Góngora” (1982, 92-113). Humberto Huergo apunta en
este sentido "que la lengua de Góngora no pretende acercarse a su objeto,
sino separarse de él por todos los medios" (206), y uno de esos medios es
el hipérbaton "de la encina… El tributo". Este fuerte hipérbaton
coadyuvaría a la idea de hipocresía y apartamiento de la naturaleza en un mundo
en que nada es lo que parece. O como dice Joaquín Lozano: “la poiesis reemplaza a la mímesis: el texto literario no se
plantea copiar la naturaleza o imitar el arte, sino crearse” (1990: 49).
(13). Nadine Ly lo llama sintaxis figurativa. Según esta autora, Góngora
va más allá de la mera imitación de la sintaxis latina. El poeta cordobés
moldea el orden lógico de las palabras para crear un orden analógico, esto es,
una sintaxis que visualmente, al modo de la evidentia, también sugiera el
concepto (El orden de palabras, 220).
(14). Esta misma
idea sugiere Mercedes
Blanco: La prouesse de Góngora serait s’appuyer sur
l´exemple de la poésie latine la plus raffinée, pour actualiser des virtualités
encore inexplorées (et depuis, peut-être refermées) qu’offrent à la langue
espagnole les particularités de son système. Ce serait là en tout cas un aspect
secret de sa grandeur, dont nous ne sommes pas venus encore à bout (203).
(15). Por ejemplo habría anacoluto en Soledades I 535-39.
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