María Domecq, autoficción y revisionismo histórico en la Argentina del siglo XXI
 

Francisco Laucirica
McGill University

María Domecq en un nuevo contexto político y discursivo
Desde el regreso de la democracia a la Argentina en los años 80, distintos gobiernos han intentado imponer su propio discurso oficial sobre la historia nacional que permitiera reconciliar el presente y el pasado —tanto el inmediato como el remoto— y que sirviera de plataforma para enfocar proyectos de futuro. En los años noventa, el régimen neoliberal de Carlos Ménem se empeñó en resaltar los beneficios de ignorar deliberadamente el pasado como parte de un proceso de reconciliación nacional imprescindible para el desarrollo del país; este intento culminó en una serie de decretos que "intentaron reglamentar la Ley del Olvido" (Lanata 337). El breve gobierno posmenemista de la Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación (1999-2001) no revirtió esta política en sus aspectos centrales. Tampoco hubo un replanteamiento del discurso durante la presidencia transicional de Eduardo Duhalde, tras el sismo político y económico de finales de 2001.
Durante la presidencia de Néstor Kirchner (2003-2007) comenzó un proceso de revisión del pasado histórico inmediato —particularmente las décadas del 70 y del 90. Beatriz Sarlo destaca que, dado el bajo porcentaje del voto popular con el que llegó al poder, Kirchner buscó el apoyo de una amplia coalición que abarcara una gama de representantes de todos los sectores de izquierda. Para establecer una base de poder más amplia y legitimizar su mandato, Kirchner se interesó particularmente por “algunos protagonistas ideológicos con respetable poder de movilización: los dirigentes de las organizaciones sociales, por una parte [y] las organizaciones de derechos humanos, por la otra” (Sarlo, La audacia y el cálculo 177). En este contexto, la discusión del pasado histórico cobró un auge importante, sobre todo mediante la publicación de novelas históricas y la popularización de la historia en los medios de comunicación masiva. Dentro de este marco “era posible dar un combate por la historia y quienes lo dieron habían sido protagonistas de algunos de los hechos cuya historia se evocaba” (Sarlo, La audacia y el cálculo 183).
En La idea de América Latina, Walter Mignolo plantea que, siguiendo la tendencia establecida por otros presidentes latinoamericanos como Hugo Chávez y Lula da Silva, Néstor Kirchner buscó alejarse del paradigma neoliberal del menemismo. Junto con estos cambios políticos, se dan los primeros pasos de una transformación cultural, a través de la cual, sugiere Mignolo,

se alcanzaría un Estado pluricultural que contendría más de una cosmología válida. Y la pluriculturalidad, en el plano del saber, la teoría política y la economía, la ética y la estética, es una meta utópica hacia la que dirigir una nueva sociedad construida sobre las grietas y las erosiones del Estado republicano y liberal. (141)

Este ensayo propone estudiar la manera en la que este proceso de cambio cultural se manifiesta en la novela María Domecq del periodista y novelista Juan Forn, publicada en el año 2007. María Domecq expresa, a través de una narrativa autocrítica y autorreflexiva, un cambio de paradigma discursivo que se acerca al pluralismo cultural del que habla Mignolo. La obra de Forn es una de las primeras en reflejar este proceso de cambio en la literatura argentina del Siglo XXI.
María Domecq se inscribe en distintas tradiciones literarias, como las novelas familiares y nacionales que contribuyeron a proponer modelos comunitarios y estatales para las nuevas repúblicas de América Latina en el siglo XIX; la novela histórica posmoderna y la autoficción. Abrevando de estos géneros, el autor deconstruye el “relato mítico” de la familia patricia modelo, de la que él mismo proviene, y reconstruye la historia contemporánea del país (Forn 27).

El mito del almirante
La trama de María Domecq gira alrededor de los procesos de investigación histórica y escritura mediante, el narrador-protagonista, Juan, supera una crisis de identidad desencadenada por una pancreatitis. El primer capítulo cuenta el “mito del almirante” sobre Manuel Domecq García, bisabuelo del autor y fundador de una familia patricia porteña (Forn 32). El relato comienza cuando Juan publica un artículo sobre la ópera Madame Butterfly, de Puccini, en el suplemento cultural que dirige para el periódico Página/12, el cual Forn efectivamente publicó en 1999 (Niemetz 303). La novela narra el proceso por el cual Juan se enfrenta a una crisis de identidad a lo largo de una investigación que lo lleva a redescubrir la historia de su familia y la de la Argentina. Juan emprende, a través de la escritura, un proceso de reconciliación personal con el pasado individual y colectivo, con la memoria histórica familiar y nacional.
El interés de Juan en los orígenes de la ópera surge cuando un historiador le comenta casualmente que el protagonista, el marino norteamericano, “el Pinkerton de Madame Butterfly puede estar basado en el almirante [Domecq García]", prócer menor de la marina argentina y patriarca del “relato mítico familiar que [sus] primos y [él] [habían] escuchado desde chicos de boca de [su] abuela" (Forn 32, 27). Juan se entera entonces de que antes de convertirse en un prócer de la historia militar argentina, el almirante fue uno de los tantos marinos occidentales que llegaron al Japón para cumplir con misiones diplomáticas o comerciales y, tras asentarse y establecer familias con mujeres del país, partieron para seguir adelante con sus carreras y sus vidas en sus países de origen (Forn 34).
Esta revelación tiene un efecto chocante sobre la idea que el autor se hace de sus propios orígenes. Hasta entonces, la imagen que se hacía de su familia consistía en poco más que “el mito del almirante y la incapacidad de cortarse solo las uñas de los pies” (Forn 35). Desde su adolescencia, Juan rechazó la idea de “pasar el resto de [su] vida en el mismo mundo endogámico que habitaba la gente como mis primos o mis compañeros del colegio (la ‘gente como uno’)” (Forn 35). Durante la adolescencia, Juan se había recreado a sí mismo negando su vínculo con su familia materna, quitándose el apellido materno Domecq y reemplazando al patriarca mítico con un modelo masculino afín con sus propios valores. El modelo que Juan pretende seguir estaba encarnado en la figura de su abuelo paterno, hijo de una familia catalana con antecedentes anarquistas:

Para mi relato mítico, yo no venía del almirante; yo venía de Carlos Forn, el gran cabrón de la familia, el arribista que se había casado con mi abuela y le había despilfarrado la fortuna y había hecho la vida más bien imposible a mi padre y sus hermanas y había terminado instalándose en [el campo] cuando no soportó un minuto más de tilinguería porteña. (Forn 37)

 Al tratarse de una novela en la que el autor desmantela los relatos históricos familiares y nacionales, debemos tener en cuenta los mecanismos que el autor usa para comentar acerca del presente evocando el pasado. En su rechazo juvenil del mito familiar y su posterior reinterpretación del mismo, tras un proceso de investigación y aprendizaje, la obra de Forn entra en la tradición de la nueva novela histórica de subordinar la recreación de los sucesos históricos “a la presentación de [...] ideas filosóficas [...] aplicables a todos los periodos del pasado, del presente y del futuro” (Menton 42). El crecimiento del narrador-protagonista y su capacidad para comprenderse a sí mismo dentro de su propio contexto reflejan la necesidad de conocer los aspectos del pasado que preferiríamos ignorar, para comprender sus contradicciones y tomar una postura crítica informada y constructiva. De otro modo se corre el riesgo de recurrir a la censura o la ignorancia sistemática y de caer en los errores y tragedias personales e históricos que esta puede conllevar.

Deconstrucción de la historia mítica familiar
En María Domecq encontramos una novela familiar que cuenta la historia de una familia argentina desde el siglo XIX hasta el XX, contrastando diferentes modelos familiares y comunitarios. El elemento de autoficción que distingue a la novela pone en evidencia el proceso de investigación y redacción del que surge el relato. El carácter catártico de la escritura emprendida por el narrador-protagonista enmarca el relato histórico familiar dentro de un proceso de reposicionamiento ante la historia nacional oficial, de modo que la reconstrucción de su propia identidad refleja el proceso de replanteamiento del discurso oficial de la historia argentina.
Tras publicar su artículo, Juan descubre que “poco después de la muerte del almirante [...] se presentó un día en la puerta [de la casa de la familia] un oriental atildado y ceremonioso” que dijo ser el "hijo japonés" de Domecq García, Noboru Yokoi (Forn 33). Casi inmediatamente después, Juan sufre una pancreatitis inducida por un estilo de vida marcado por excesos de estrés, alcohol y cocaína, y comienza un lento proceso de recuperación física y mental.
Durante su convalecencia, Juan conoce a una mujer que se presenta como María Domecq. María es la nieta de una hija discapacitada que el almirante ocultó de la mirada del público, la rumoreada “loca en el altillo” de la familia, cuya existencia representa "una vergüenza" para Domecq García, lo cual confirma la existencia de una segunda rama ilegítima y de la familia abandonada por el almirante (Forn 49, 51). María, quien padece de lupus, vive cotidianamente al borde de la muerte, y esta característica atrae a Juan, quien se enamora casi inmediatamente de ella: “Ella y su enfermedad eran una sola cosa, un afrodisíaco y un antídoto perfecto para mí y la mía” (Forn 159).
Juntos, Juan y María Domecq comienzan a investigar las verdades ocultas de su familia. Ambos deciden encontrar al hijo perdido de su bisabuelo y reivindicarlo lo mejor que puedan, rescatando su historia y escribiéndole un lugar en la historia familiar. Paradójicamente, el periodista moderno y de izquierda resulta ser demasiado ignorante en materia de historia y métodos de investigación modernos para llevar a cabo su proyecto. Mientras Juan apenas tiene la lucidez para descubrir el nombre del hijo de Domecq, es María quien le enseña a usar internet para seguir el rastro de su bisabuelo. Y es María quien, después de terminar la relación amorosa finalmente logra ponerse en contacto con la rama japonesa de la familia y termina por visitarlos en Brasil, donde el hijo del Almirante se asentó después de ser rechazado por la abuela de Juan.
A medida que avanzan las indagaciones de María, Juan descubre la mancha en el legajo de Domecq García que su familia ha preferido olvidar: en 1919, cuando una serie de huelgas culminaron en el primer episodio de colapso del Estado de derecho en el país, conocido como la Semana Trágica de 1919, el almirante Domecq fundó y presidió la Liga Patriótica, un grupo de civiles armados que apoyaron a la represión de los huelguistas. De esa manera, el almirante se convirtió en el “organizador del primer grupo paramilitar a gran escala en la historia argentina”, responsable de la muerte de miles de trabajadores e inmigrantes, además de fomentar el primer y único pogromo antisemita de la historia de América (Forn 100, 121). Sorprendido por el olvido voluntario de sus parientes, el narrador concluye que su familia comparte con la nación lo que llama: “una de las taras de nuestro país: que escondamos las vergüenzas nacionales tal como se silencia una vergüenza familiar” (Forn 118).
Al descubrir estos detalles ignominiosos de la actuación de Domecq García como padre de familia y como militar, Juan debe replantearse su posición ante su familia y ante sí mismo. Más aún, tiene que repensar su propia identidad, re-escribirse como protagonista de su vida: si su familia no es la ilustre familia patricia y burguesa en contra de la cual
se plantea su propia identidad, ¿qué es él? ¿Cuál es su papel en su propia vida y en su contexto social? Es aquí donde su crisis de salud se conjuga con su crisis identitaria, donde el elemento de autoficción se articula a la par de la novela familiar.

 Reconstrucción de la historia y la identidad
Desde el principio, la novela deconstruye el mito fundacional de la familia Domecq para luego reconstruirlo de manera que resulte más fiel a la realidad que narra el narrador. Así Juan descubre cómo el almirante nació y perdió a su padre durante la Guerra de la Triple Alianza, y que sobrevivió a una confusa aventura transcultural entre Brasil y la Argentina. Más aún, Domecq García mantuvo económicamente tanto a la familia japonesa abandonada como a la argentina ocultada, e intentó brindarles el apoyo que pudo a pesar de los límites que le imponía su entorno social (Forn 82).
En este proceso expositivo quedan desbaratados el modelo familiar patricio y el del Estado-nación moderno, ambos fracasados desde sus inicios. El almirante rompe con el modelo del núcleo familiar tradicional al mismo tiempo que él y el gobierno que representa facilitan la creación de la primera organización paramilitar argentina, la cual ejerce una violencia indiscriminada contra los inmigrantes y judíos de Buenos Aires. La novela concluye, sin embargo, con una imagen positiva de Domecq García: durante una tormentosa expedición en la selva, es él quien se encarga de cuidar a un “polizón” moribundo que parece ser el hermano de Puccini, dejándole pensar —a costa de un serio conflicto ético personal que el acto representa para su moral católica— que es sacerdote y capaz de “cumplir con los últimos ritos” que este le pide (Forn 233).
Así se reescribe la imagen del almirante como un hombre que hace lo mejor que puede dentro de los límites de sus capacidades, sus conocimientos y sus limitaciones, sin negar ni relativizar la magnitud y el alcance de sus errores. El constante rechazo de su memoria y de lo que ésta representaba para Juan era contraproducente y no hacía más que perpetuar la influencia nociva de Domecq García en el presente. La reconciliación con el pasado es la última etapa que el autor debe atravesar para comprender su significado, no forzar el presente, y poder construir un futuro junto a la familia que termina por establecer en la comunidad costera casi idílica de Villa Gesell (Forn 233).

La novela familiar y la nueva novela histórica
A partir de las teorías de Freud sobre el "romance familiar", Margarita Saona elabora una crítica del vínculo entre la familia y la nación que predomina en el discurso oficial de los estados latinoamericanos desde sus inicios y su representación en la literatura. En las novelas familiares, “la familia constituye la fundación y el eclipse de la nación, la familia define la ciudadanía o la familia se reconstruye en los márgenes de una nación que la hostiliza” (Saona 12). De manera similar a la del niño que construye un mito familiar dentro del cual insertarse, el sujeto narrativo de las novelas familiares ofrece en su obra la imagen que él se hace de su nación, al mismo tiempo que propone un modelo ideal para la organización de la sociedad y de las funciones que los ciudadanos deberían cumplir en ella.           
Si bien puede argumentarse que desde la segunda mitad del siglo XX se ha revaluado y replanteado el significado y la vigencia del concepto de nación ante el proceso de la globalización económica, las disparidades relacionadas con ella han producido nuevos nacionalismos para justificar y defender proyectos ideológicos y culturales. Por mucho que se distingan las novelas familiares de este período con el “romance” de las novelas fundacionales del siglo XIX, ambas reflejan intentos por parte de escritores e intelectuales por reflejar “la construcción imaginaria de lo nacional en la literatura del continente”  (Saona 12-13).
En los orígenes históricos de la novela familiar y nacional planteados por Doris Sommer, el relato familiar se plantea como una alegoría de la fundación de naciones independientes a principios del siglo XIX. La familia funciona, por un lado, como el núcleo básico de la sociedad, y por otro, como modelo de integración y armonía a pequeña y gran escala. Las llamadas ficciones fundacionales nos presentan familias en crisis, y sus tramas son metáforas de los conflictos y dificultades a los que se enfrentan los sujetos nacionales. Pero otro aspecto que distingue a las ficciones fundacionales son las tensiones que la narración familiar no logra resolver, que coinciden a menudo con los conflictos no resueltos de las historias nacionales. Las novelas fundacionales responden entonces a la necesidad de establecer discursos mediante los cuales imaginar la composición nacional. Los criterios de “inclusión o exclusión del sujeto en la familia y en la nación, así como en la posición que ocupa en ellas” incluyen “[e]lementos tales como la clase social, la raza o etnicidad, el nivel de analfabetismo, la edad y el género sexual”, (Saona 17).
La nueva novela histórica toma otra postura ante estos discursos oficiales. Es así como varios autores latinoamericanos contemporáneos abordan el imaginario familiar-nacional desde un enfoque posmodernista, recurriendo a la "deslegitimación posmoderna de los metarrelatos" oficiales y hegemónicos del neoliberalismo, a la vez que se reivindica la heterogeneidad cultural y política "como un freno o un límite al avance del capitalismo [globalizado]" (Perkowska 91, 94). En las novelas nacionales de la segunda mitad del siglo XX,

mientras un frondoso árbol genealógico intenta enraizar al sujeto en la nación a través de los lazos de sangre, la negación de todo vínculo familiar y la creación de una comunidad lejos de la familia presentan una aspiración de cosmopolitismo que es posible vincular a la pérdida de un papel central en la nación para los intelectuales. (Saona 20)

 Este imaginario presenta una paradoja en la concepción de la “nación moderna”, la cual depende de la creación de “una ‘genealogía’ que legitime a quienes definen a la nación”, y que “reclamaría [...] lazos de sangre sobre los cuales establecerse y es esto justamente lo que se supone que la nación moderna ha dejado atrás” (Saona 14). Esto implica que, tanto en los romances fundacionales del siglo XIX como en las novelas familiares del XX, “las naciones latinoamericanas nunca fueron realmente modernas o la nación moderna en sí arrastra más elementos del pasado de los que la teoría reconoce” (Saona 14).
Como señala Niemetz, la investigación emprendida por el protagonista de María Domecq "[supone], en primera instancia, un duro cuestionamiento de la credibilidad del relato mítico de la oligárquica familia a la cual pertenece el narrador, pero también, por extensión, una advertencia acerca de las manipulaciones sobre las que se asienta la historia oficial de un país", lo cual "lleva a reflexionar sobre las limitaciones de la conservación de la memoria colectiva, sea como tradición oral o sea como historia presuntamente científica" (301). Esta reflexión da lugar a una reconstrucción de la historia que trata "si no de reemplazar los discursos hegemónicos por discursos silenciados, por lo menos de leer los primeros a la luz de los segundos", lo cual conlleva "el socavamiento de la visión complaciente y doctrinal que proponía la historia oficial" (Niemetz 317)
En María Domecq, destacan la inclusión y el reconocimiento de los elementos familiares ilegítimos y foráneos—la reivindicación del hijo extranjero ilegítimo y de las descendientes de la hija discapacitada del almirante. El rechazo que expresan los parientes del narrador y de María hacia la relación que establecen los primos no tiene que ver con la naturaleza incestuosa de la relación, sino con la ruptura de la barrera que mantenía aisladas a las dos ramas de la familia, la legítima y la ilegítima: “la unión de dos mundos diferentes, que no necesitaban tocarse, y que en lo posible no debían tocarse” (Forn 103). Esta unión representa una ruptura con el orden que todos los descendientes de Domecq García han aceptado para bien y para mal como el marco social dentro del cual imaginan sus historias familiares y construyen sus respectivas identidades personales, al igual que lo hacía Juan antes de conocer a María.
En su combinación de la ficción histórica con la autoficción, María Domecq expone y critica el planteamiento de relatos fuera de la historia. Integrar la historia de María a la historia de su propia familia lo obliga a Juan a replantearse su relación con la historia nacional. Hasta relacionarse con María Domecq, Juan rechaza sus memorias de la historia nacional con el mismo desinterés—es decir, el interés de distanciarse, de enajenarse—con el que se obstina en ignorar aspectos de la historia familiar.
Con el descubrimiento de la participación del Almirante Domecq en la semana trágica, Juan reimagina el vínculo de la historia familiar y de su propia memoria con la historia reciente del país. Hasta entonces, el narrador se concebía a sí mismo como un hombre desinteresado por la historia política nacional, declarándose “uno de los tantos hijos del Proceso [de Reorganización Nacional]” que ignoraba los crímenes perpetrados en el país por el gobierno hasta que conoció a argentinos “exiliados en [Europa]” en 1979 (Forn 147). Después de la dictadura que duró de 1976 a 1984, Juan no supo encajar su relato personal en su propio contexto histórico. Dice:

los tipos como yo no supimos qué hacer con [el terrorismo de Estado], cómo incluirlo en nuestra historia, después de que nos hubiera pasado por delante de las narices sin que lo viésemos. En los primeros años de democracia, el derecho a hablar de aquel tema seguía siendo patrimonio casi exclusivo de los que lo habían padecido en carne propia: hubiera sido inconcebible de nuestra parte participar en el debate más que como oyentes. (Forn 147)

 Una vez contextualizada, la crisis identitaria de Juan puede verse como una alegoría de crisis generacional y nacional. Unos años después de que Juan regresara al país, y con el triunfo de Carlos Menem en las elecciones de 1989, se inició en Argentina un proyecto que el discurso del gobierno definió como de modernización, una puesta al día con las principales corrientes dominantes de Europa y Norteamérica. El modelo nacional y de ciudadano que vive Juan durante su colapso personal puede leerse como una puesta en escena de lo que Magdalena Perkowska define como las filosofías posthistóricas del neoliberalismo que profesaban el “[f]in de la historia entendida como proceso, disciplina y discurso”, al tiempo que el Estado y la sociedad argentinos dejaron atrás el pasado y se obsesionaron con el presente (38). Ahora bien, en el contexto latinoamericano estas corrientes filosóficas se encontraron con fuertes paradojas. Por un lado, “la deslegitimación posmoderna de los metarrelatos” de las distintas dictaduras latinoamericanas y los procesos de redemocratización culminó en una “desconfianza o [sospecha] hacia las instituciones del Estado que se asocian con criminalidad y violencia (Perkowska 91). La crisis de Juan resulta del intento de situarse a sí mismo fuera de la historia familiar y nacional, de evadirse de su propio contexto histórico, distrayéndose con la “ciega y mecánica urgencia con la que [...] acometía [sus] rutinas cotidianas hasta que [desembocó] en el hospital” (Forn 43). 
En el contexto que describe Perkowska, la heterogeneidad cultural pasa de ser un rasgo de expresión del posmodernismo a una base ideológica desde la cual abordar y resistirse al proyecto de homogeneización y centralización social, cultural y política del Estado-nación moderno. Los proyectos de organización a niveles micro —barrial, regional o de grupos culturales y comunitarios— evidencian un intento de participar en la democratización a nivel comunitario fuera de los discursos y proyectos nacionales oficiales.
Por otra parte, tanto las instituciones públicas como el sector comercial generaban una sensación de “presente perenne” en el que los medios ofrecían un minuto a minuto de la historia a medida que va ocurriendo mediante lo que Perkowska denomina “simulacros de información masiva” (63-66). La reconstrucción del pasado salió del primer plano del espacio público, pero quedó lejos de ser sepultada. Beatriz Sarlo plantea que tal es la presencia del pasado en el pensamiento posmoderno, de la memoria en el presente, que “[a] los combates por la historia también se los llama combates por la identidad” (Tiempo pasado 27).
En María Domecq, nos encontramos primero ante el mito de la familia del almirante, que representa la autoridad del padre como jefe de una familia modelo del siglo XIX y de militar con estrictos códigos sobre el cumplimiento de su función. A la hora de comprar un buque de guerra en Inglaterra, se le ofrece un soborno personal de parte del astillero británico y el almirante lo registra como “un descuento de mil cincuenta libras esterlinas en la construcción de la fragata” (Forn 106). El almirante hace todo lo posible por funcionar dentro de las reglas de su clase social y su oficio, pero la trayectoria de su vida muestra que el modelo de familia y estado homogeneizante del siglo XIX puede tornarse rápidamente represivo, destructivo y xenófobo. La violencia llega incluso al seno de la propia familia de Domecq García, cuando Carlos Forn es atacado junto a otros catalanes por las brigadas paramilitares convocadas por el almirante (Forn 144-145).
A diferencia de las novelas familiares del siglo XIX, María Domecq no sólo arremete contra esta propuesta de Estado-nación, sino que traza la historia de distintas comunidades en las que los descendientes del almirante participan. Primero, Noboru viaja al territorio chino ocupado por Japón para integrarse al “Proyecto Manchukuo” de los años 30. Este consistió, según Juan, en que “idealistas de izquierda” nipones “se [sumaron] a [un] proyecto evidentemente expansionista que habían tramado juntos los altos mandos del ejército imperial y los más importantes industriales japoneses” (Forn 198). El proyecto manchuriano fracasó bajo el orden fascista y concluyó con la “explotación en masa [y] matanzas como la de Nanking” (Forn 199). Este fracaso, arraigado en la falta de comprensión contextual de las dinámicas políticas, filosóficas, económicas y militares que oponían a los socialistas, comunistas y anarquistas japoneses tiene un paralelo en el intento de crear un movimiento de izquierda revolucionaria dentro del peronismo, cuyos efectos y contradicciones perduran en la política argentina hasta el día de hoy  (Giussani 233-235).

Autoficción histórica
Paulatinamente, Juan revela que al momento de sentarse a escribir su relato, vive en Villa Gessell con su esposa (que no es María) y una hija. Lejos de la gran ciudad, el protagonista ha construido su propia familia, optando por un estilo de vida más personal y menos dependiente de los modelos heredados de sus antepasados y su sociedad. A medida que progresa la narración, el autor traza nuevos paralelos entre su propia historia y la de Argentina, hasta enlazar la trama histórica con la suya propia.
El foco de la narración se desplaza de la investigación y reconstrucción de la historia nacional, para centrarse en la crisis de Juan y sus intentos de superarla siguiendo los rastros del almirante y buscando a Noboru y a María Domecq. A diferencia de las novelas autobiográficas, en las cuales el lector puede reconocer la experiencia de vida del autor en la historia ficticia del protagonista sin que haya una identificación entre autor, narrador y personaje, la autoficción establece una equivalencia identitaria que puede ser explícita o implícita —pero siempre discernible— entre los tres, y relata una historia supuestamente verdadera recurriendo a un discurso narrativo ficticio. Esta conjugación de pactos antitéticos sume al lector en una inevitable ambigüedad a la hora de emprender la lectura, ya que se torna imposible discernir por completo entre el pacto autobiográfico y el novelístico (Alberca 117).
En el caso de María Domecq, el testimonio del autor es al mismo tiempo el hilo narrativo de la novela y el proceso mediante el cual se le asigna un sentido al pasado. Para la interpretación histórica, “el testimonio pide una consideración donde se mezclan los argumentos de su verdad, sus legítimas pretensiones de credibilidad, y su unicidad sostenida en la unicidad del sujeto que lo enuncia con su propia voz, poniéndose como garantía de lo que dice” (Sarlo 48). Sin embargo, un testigo en crisis produce un testimonio en crisis. Esta crisis se supera poco a poco, en la medida en que el autor despliega su testimonio en el texto y da un sentido al relato propio.
Tras toda una vida de plantearse a sí mismo en oposición al mito familiar —oposición que incluye dedicarse a la escritura y llevar, por “moderado” que se considere, una vida de excesos bohemios— Juan sufre una pancreatitis que supuestamente “se [debe] al stress” (Forn 42). Mientras se recupera física y mentalmente del colapso, conoce a María Domecq. Juan construye su imagen inicial de María proyectando sus propias debilidades sobre ella, hasta concebirlas como cualidades, enamorarse e idealizarla.
El caso de María es opuesto al del almirante: cuando ella muere y Juan viaja a buscar su cuerpo, se desata una desidealización de María. Desde que llega a Brasil, Juan se siente agobiado e incómodo con la familia de Noboru. Durante su única comunicación con el hombre al que había buscado con tanta desesperación, cae en la cuenta de que “el único vínculo que [lo] relacionaba con él no era el almirante sino María Domecq. Nada tenía menos sentido en ese momento que lo que pudiera contarle del almirante” (Forn 14). Al dolor de la pérdida de María se le suma el vacío que ella ha dejado entre él y Noboru, así como en todos los lugares en los que busca sus recuerdos en Brasil.
En un contexto de pugna entre la memoria de los testigos y el intento de olvido, al pasado “pueden reprimirlo sólo la patología psicológica, intelectual o moral; pero sigue allí, lejano y próximo, acechando el presente” (Sarlo, Tiempo pasado 9). Ese pasado puede reconstruirse de muchas maneras— Juan aborda el relato mitológico familiar desde una perspectiva posmoderna, desde la cual, si bien existe una resistencia “a aceptar la verdad de una historia [...], todos parecemos más dispuestos a la creencia en las verdades de unas historias en plural” (Sarlo, Tiempo pasado 52). Esto es lo que le permite reconciliarse con la participación del almirante en la persecución y la violencia contra los inmigrantes de la clase trabajadora con los que él se identifica —hasta el punto de haberse quitado el “Domecq” del apellido. Al mismo tiempo, el narrador puede reubicarse en el discurso dominante de la familia que al no ser antagonizado se convierte en una fuente de investigación y diálogo histórico y personal (Forn 120). Desde este punto de vista, la búsqueda de Noboru es un intento de “hacer memoria” colectiva y una reivindicación de una víctima del rechazo familiar; también es un intento de registrar el testimonio de Noboru en su propia voz (Forn 188).

Replanteamiento  de la identidad y multiplicidad discursiva
Por último, para comprender el significado de María Domecq como comentario sobre la década de los 90 y el comienzo del siglo XXI, debemos tener en cuenta la conclusión de la novela, con Juan viviendo ya en Villa Gesell y no en Buenos Aires, cerca de la playa y de su hermano, con su esposa e hija. 
Podemos plantear que la intensidad de vida que María Domecq le hacía sentir a Juan no provenía de una necesidad de aferrarse al presente porque era todo lo que tenía, sino a que era capaz de compartirlo. En su ansia de que fuera “suya” y en su propia incapacidad por comprender en qué consistía el encanto de María, Juan se pierde en prolongar su tiempo con ella y en disfrutar la intensidad de la que se cargan esos momentos al imaginarla cerca de la muerte (o lejos de él). Todos estos desencuentros emotivos brotan del lupus que, irónicamente, no será lo que termine con la vida de María, sino más bien un “estúpido accidente automovilístico, en pleno centro de São Pablo”, aparentemente ocasionado por “uno de los autos que doblaban la esquina a velocidad demencial” (Forn 211).
Al final de su investigación, el narrador encuentra no sólo a la rama japonesa de su familia, sino también otro matiz desconocido de la historia de Domecq. A lo largo de su vida, el Almirante se esforzó por apoyar económicamente a su esposa e hijo en Japón, así como a la madre de María, a quien visitaba regularmente a escondidas de su familia legítima. Con el tiempo, después de dejar atrás su vida caótica en Buenos Aires para asentarse en una pequeña comunidad costera, Juan logra reconciliar las versiones conflictivas sobre la vida del almirante y la historia de su propia familia: ni prócer ni demonio, Domecq es un hombre de su contexto, al que sus herederos deben someter al juicio familiar y la sociedad al de la historia. Si bien Diego Niemetz acierta en su lectura de María Domecq como una "revisión crítica de la herencia militar a través de la herencia cultural", no necesariamente "existe la voluntad explícita de anular una de ellas a través de la otra" (la cursiva es mía 305). Para Juan, el conflicto comienza a resolverse cuando deja de buscar un relato total y absoluto con el que narrar la vida del almirante, la de su familia y la de la Argentina para así poder narrarse a sí mismo como un personaje cuya coherencia radica precisamente en la manera en la que asume sus contradicciones.
La obra, como gran cantidad de novelas históricas y autoficciones, concluye explicando que más allá de sus referencias a la historia, no deja de ser una obra de ficción. A modo de revelación, dice:

Aquello que yo llamo María Domecq en este libro fue mi tabla de salvación después de las pancreatitis: la manera que encontré para convertir en pasado, en relato, aquello que amenazaba ser un presente perpetuo para mí, el rito de pasaje que me permitió pasar de la enajenación y el miedo a esta vida actual junto a mi mujer y mi hija en nuestra casa junto al mar. (Forn 236)

 Aquí existe un paralelo claro entre la salud mental y física del autor-protagonista y la historia argentina, más allá de la referencia temporal que nos permite ubicar la pancreatitis en los primeros dos años del nuevo siglo. Tras su análisis de los discursos históricos, familiares y personales, Juan se encuentra en un nuevo período que ofrece un nuevo modelo: un ritmo menos intenso, de menos consumo (personal o comunitario) y menor aislamiento en una comunidad apartada de la urbe y con una familia pequeña, sin pretensiones de grandeza y basada en valores de solidaridad y aceptación. Así se vislumbra una nueva manera de hacer memoria y escribir la historia, que no radica en buscar vías alternativas hacia una verdad absoluta, hacia un modelo utópico de sociedad, sino en el diálogo crítico con todos los elementos del pasado histórico de la nación—los positivos tanto como los negativos. De la misma manera que la resolución del conflicto familiar depende de aceptar lo mejor que se puede a las personas con las que a uno le toca vivir—lo quiera o no—, la comprensión del presente y la construcción del futuro radican, retomando la línea de pensamiento de Mignolo, en la integración de las experiencias, las historias y los discursos de todos los integrantes de la sociedad, sean estos los vencedores o los vencidos a los que se necesita reivindicar.

Bibliografía

 
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Freud, Sigmund. “Family Romances”. The Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud. Traductores: James Trachey, Anna Freud, Alix Strachey y Alan Tyson. Vol. 9. Londres: Vintage, 2001.235-242.

 Giussani, Pablo. Montoneros: la soberbia armada. Buenos Aires: Sudamericana/Planeta, 1984. 254 páginas.

 Lanata, Jorge. Argentinos. Tomo 2. Buenos Aires: Ediciones B, 2003.

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