María
Domecq, autoficción y revisionismo
histórico en la Argentina del siglo XXI
Francisco Laucirica
McGill University
Desde el regreso de la democracia a la
Argentina en los años 80, distintos gobiernos han intentado imponer su propio
discurso oficial sobre la historia nacional que permitiera reconciliar el
presente y el pasado —tanto el inmediato como el remoto— y que sirviera de
plataforma para enfocar proyectos de futuro. En los años noventa, el régimen
neoliberal de Carlos Ménem se empeñó en resaltar los beneficios de ignorar
deliberadamente el pasado como parte de un proceso de reconciliación nacional
imprescindible para el desarrollo del país; este intento culminó en una serie
de decretos que "intentaron reglamentar la Ley del Olvido" (Lanata
337). El breve gobierno posmenemista de la Alianza por el Trabajo, la Justicia
y la Educación (1999-2001) no revirtió esta política en sus aspectos centrales.
Tampoco hubo un replanteamiento del discurso durante la presidencia
transicional de Eduardo Duhalde, tras el sismo político y económico de finales
de 2001.
Durante la
presidencia de Néstor Kirchner (2003-2007) comenzó un proceso de revisión del
pasado histórico inmediato —particularmente las décadas del 70 y del 90.
Beatriz Sarlo destaca que, dado el bajo porcentaje del voto popular con el que
llegó al poder, Kirchner buscó el apoyo de una amplia coalición que abarcara una
gama de representantes de todos los sectores de izquierda. Para establecer una
base de poder más amplia y legitimizar su mandato, Kirchner se interesó
particularmente por “algunos protagonistas ideológicos con respetable poder de
movilización: los dirigentes de las organizaciones sociales, por una parte [y]
las organizaciones de derechos humanos, por la otra” (Sarlo, La audacia y el cálculo 177). En este
contexto, la discusión del pasado histórico cobró un auge importante, sobre
todo mediante la publicación de novelas históricas y la popularización de la
historia en los medios de comunicación masiva. Dentro de este marco “era
posible dar un combate por la historia y quienes lo dieron habían sido
protagonistas de algunos de los hechos cuya historia se evocaba” (Sarlo, La audacia y el cálculo 183).
En La
idea de América Latina, Walter Mignolo plantea que, siguiendo la tendencia
establecida por otros presidentes latinoamericanos como Hugo Chávez y Lula da
Silva, Néstor Kirchner buscó alejarse del paradigma neoliberal del menemismo.
Junto con estos cambios políticos, se dan los primeros pasos de una
transformación cultural, a través de la cual, sugiere Mignolo,
se
alcanzaría un Estado pluricultural que contendría más de una cosmología válida.
Y la pluriculturalidad, en el plano del saber, la teoría política y la
economía, la ética y la estética, es una meta utópica hacia la que dirigir una
nueva sociedad construida sobre las grietas y las erosiones del Estado
republicano y liberal. (141)
María Domecq se inscribe en distintas tradiciones
literarias, como las novelas familiares y nacionales que contribuyeron a
proponer modelos comunitarios y estatales para las nuevas repúblicas de América
Latina en el siglo XIX; la novela histórica posmoderna y la autoficción.
Abrevando de estos géneros, el autor deconstruye el “relato mítico” de la
familia patricia modelo, de la que él mismo proviene, y reconstruye la historia
contemporánea del país (Forn 27).
La trama de María
Domecq gira alrededor de los procesos de investigación histórica y
escritura mediante, el narrador-protagonista, Juan, supera una crisis de
identidad desencadenada por una pancreatitis. El primer capítulo cuenta el
“mito del almirante” sobre Manuel Domecq García, bisabuelo del autor y fundador
de una familia patricia porteña (Forn 32). El relato comienza cuando Juan
publica un artículo sobre la ópera Madame
Butterfly, de Puccini, en el suplemento cultural que dirige para el
periódico Página/12, el cual
Forn efectivamente publicó en 1999 (Niemetz 303). La novela narra el
proceso por el cual Juan se enfrenta a una crisis de identidad a lo largo de
una investigación que lo lleva a redescubrir la historia de su familia y la de
la Argentina. Juan emprende, a través de la escritura, un proceso de
reconciliación personal con el pasado individual y colectivo, con la memoria
histórica familiar y nacional.
El interés de Juan en los orígenes de la ópera surge cuando un historiador le
comenta casualmente que el protagonista, el marino norteamericano, “el
Pinkerton de Madame Butterfly puede estar basado en el almirante [Domecq
García]", prócer menor de la marina argentina y patriarca del “relato
mítico familiar que [sus] primos y [él] [habían] escuchado desde chicos de boca
de [su] abuela" (Forn 32, 27). Juan se entera entonces de que antes de
convertirse en un prócer de la historia militar argentina, el almirante fue uno
de los tantos marinos occidentales que llegaron al Japón para cumplir con
misiones diplomáticas o comerciales y, tras asentarse y establecer familias con
mujeres del país, partieron para seguir adelante con sus carreras y sus vidas en
sus países de origen (Forn 34).
Esta revelación tiene un efecto chocante sobre
la idea que el autor se hace de sus propios orígenes. Hasta entonces, la imagen
que se hacía de su familia consistía en poco más que “el mito del almirante y
la incapacidad de cortarse solo las uñas de los pies” (Forn 35). Desde su
adolescencia, Juan rechazó la idea de “pasar el resto de [su] vida en el mismo
mundo endogámico que habitaba la gente como mis primos o mis compañeros del
colegio (la ‘gente como uno’)” (Forn 35). Durante la adolescencia, Juan se había
recreado a sí mismo negando su vínculo con su familia materna, quitándose el
apellido materno Domecq y reemplazando al patriarca mítico con un modelo
masculino afín con sus propios valores. El modelo que Juan pretende seguir estaba
encarnado en la figura de su abuelo paterno, hijo de una familia catalana con
antecedentes anarquistas:
Para mi
relato mítico, yo no venía del almirante; yo venía de Carlos Forn, el gran
cabrón de la familia, el arribista que se había casado con mi abuela y le había
despilfarrado la fortuna y había hecho la vida más bien imposible a mi padre y
sus hermanas y había terminado instalándose en [el campo] cuando no soportó un
minuto más de tilinguería porteña. (Forn 37)
Deconstrucción de la
historia mítica familiar
En María Domecq encontramos una novela
familiar que cuenta la historia de una familia argentina desde el siglo XIX
hasta el XX, contrastando diferentes modelos familiares y comunitarios. El
elemento de autoficción que distingue a la novela pone en evidencia el proceso de
investigación y redacción del que surge el relato. El carácter catártico de la
escritura emprendida por el narrador-protagonista enmarca el relato histórico
familiar dentro de un proceso de reposicionamiento ante la historia nacional
oficial, de modo que la reconstrucción de su propia identidad refleja el
proceso de replanteamiento del discurso oficial de la historia argentina.
Tras publicar su artículo, Juan descubre que
“poco después de la muerte del almirante [...] se presentó un día en la puerta
[de la casa de la familia] un oriental atildado y ceremonioso” que dijo ser el
"hijo japonés" de Domecq García, Noboru Yokoi (Forn 33). Casi
inmediatamente después, Juan sufre una pancreatitis inducida por un estilo de
vida marcado por excesos de estrés, alcohol y cocaína, y comienza un lento
proceso de recuperación física y mental.
Durante su convalecencia, Juan conoce a una
mujer que se presenta como María Domecq. María es la nieta de una hija
discapacitada que el almirante ocultó de la mirada del público, la rumoreada
“loca en el altillo” de la familia, cuya existencia representa "una
vergüenza" para Domecq García, lo cual confirma la existencia de una
segunda rama ilegítima y de la familia abandonada por el almirante (Forn 49,
51). María, quien padece de lupus, vive cotidianamente al borde de la muerte, y
esta característica atrae a Juan, quien se enamora casi inmediatamente de ella:
“Ella y su enfermedad eran una sola cosa, un afrodisíaco y un antídoto perfecto
para mí y la mía” (Forn 159).
Juntos, Juan y María Domecq comienzan a
investigar las verdades ocultas de su familia. Ambos deciden encontrar al hijo
perdido de su bisabuelo y reivindicarlo lo mejor que puedan, rescatando su
historia y escribiéndole un lugar en la historia familiar. Paradójicamente, el
periodista moderno y de izquierda resulta ser demasiado ignorante en materia de
historia y métodos de investigación modernos para llevar a cabo su proyecto.
Mientras Juan apenas tiene la lucidez para descubrir el nombre del hijo de
Domecq, es María quien le enseña a usar internet para seguir el rastro de su
bisabuelo. Y es María quien, después de terminar la relación amorosa finalmente
logra ponerse en contacto con la rama japonesa de la familia y termina por
visitarlos en Brasil, donde el hijo del Almirante se asentó después de ser
rechazado por la abuela de Juan.
A medida que avanzan las indagaciones de María,
Juan descubre la mancha en el legajo de Domecq García que su familia ha
preferido olvidar: en 1919, cuando una serie de huelgas culminaron en el primer
episodio de colapso del Estado de derecho en el país, conocido como la Semana
Trágica de 1919, el almirante Domecq fundó y presidió la Liga Patriótica, un
grupo de civiles armados que apoyaron a la represión de los huelguistas. De esa
manera, el almirante se convirtió en el “organizador del primer grupo
paramilitar a gran escala en la historia argentina”, responsable de la muerte
de miles de trabajadores e inmigrantes, además de fomentar el primer y único pogromo
antisemita de la historia de América (Forn 100, 121). Sorprendido por el olvido
voluntario de sus parientes, el narrador concluye que su familia comparte con
la nación lo que llama: “una de las taras de nuestro país: que escondamos las
vergüenzas nacionales tal como se silencia una vergüenza familiar” (Forn 118).
Al descubrir estos detalles ignominiosos de la
actuación de Domecq García como padre de familia y como militar, Juan debe
replantearse su posición ante su familia y ante sí mismo. Más aún, tiene que
repensar su propia identidad, re-escribirse como protagonista de su vida: si su
familia no es la ilustre familia patricia y burguesa en contra de la cual se plantea su propia
identidad, ¿qué es él? ¿Cuál es su papel
en su propia vida y en su contexto social? Es aquí donde su crisis de salud se conjuga con su crisis identitaria,
donde el elemento de autoficción se articula a la par de la novela familiar.
Reconstrucción de la
historia y la identidad
Desde el principio, la novela deconstruye el
mito fundacional de la familia Domecq para luego reconstruirlo de manera que
resulte más fiel a la realidad que narra el narrador. Así Juan descubre cómo el
almirante nació y perdió a su padre durante la Guerra de la Triple Alianza, y
que sobrevivió a una confusa aventura transcultural entre Brasil y la
Argentina. Más aún, Domecq García mantuvo económicamente tanto a la familia
japonesa abandonada como a la argentina ocultada, e intentó brindarles el apoyo
que pudo a pesar de los límites que le imponía su entorno social (Forn 82).
En este proceso expositivo quedan desbaratados
el modelo familiar patricio y el del Estado-nación moderno, ambos fracasados
desde sus inicios. El almirante rompe con el modelo del núcleo familiar
tradicional al mismo tiempo que él y el gobierno que representa facilitan la
creación de la primera organización paramilitar argentina, la cual ejerce una
violencia indiscriminada contra los inmigrantes y judíos de Buenos Aires. La
novela concluye, sin embargo, con una imagen positiva de Domecq García: durante
una tormentosa expedición en la selva, es él quien se encarga de cuidar a un
“polizón” moribundo que parece ser el hermano de Puccini, dejándole pensar —a
costa de un serio conflicto ético personal que el acto representa para su moral
católica— que es sacerdote y capaz de “cumplir con los últimos ritos” que este le
pide (Forn 233).
Así se reescribe la imagen del almirante como
un hombre que hace lo mejor que puede dentro de los límites de sus capacidades,
sus conocimientos y sus limitaciones, sin negar ni relativizar la magnitud y el
alcance de sus errores. El constante rechazo de su memoria y de lo que ésta
representaba para Juan era contraproducente y no hacía más que perpetuar la influencia
nociva de Domecq García en el presente. La reconciliación con el pasado es la
última etapa que el autor debe atravesar para comprender su significado, no
forzar el presente, y poder construir un futuro junto a la familia que termina
por establecer en la comunidad costera casi idílica de Villa Gesell (Forn 233).
A partir de las teorías de Freud sobre el
"romance familiar", Margarita Saona elabora una crítica del vínculo
entre la familia y la nación que predomina en el discurso oficial de los
estados latinoamericanos desde sus inicios y su representación en la
literatura. En las novelas familiares, “la familia constituye la fundación y el
eclipse de la nación, la familia define la ciudadanía o la familia se
reconstruye en los márgenes de una nación que la hostiliza” (Saona 12). De
manera similar a la del niño que construye un mito familiar dentro del cual
insertarse, el sujeto narrativo de las novelas familiares ofrece en su obra la
imagen que él se hace de su nación, al mismo tiempo que propone un modelo ideal
para la organización de la sociedad y de las funciones que los ciudadanos
deberían cumplir en ella.
Si bien puede argumentarse que desde la segunda
mitad del siglo XX se ha revaluado y replanteado el significado y la vigencia
del concepto de nación ante el proceso de la globalización económica, las
disparidades relacionadas con ella han producido nuevos nacionalismos para
justificar y defender proyectos ideológicos y culturales. Por mucho que se
distingan las novelas familiares de este período con el “romance” de las
novelas fundacionales del siglo XIX, ambas reflejan intentos por parte de escritores
e intelectuales por reflejar “la construcción imaginaria de lo nacional en la
literatura del continente” (Saona
12-13).
En los orígenes históricos de la novela
familiar y nacional planteados por Doris Sommer, el relato familiar se plantea
como una alegoría de la fundación de naciones independientes a principios del
siglo XIX. La familia funciona, por un lado, como el núcleo básico de la
sociedad, y por otro, como modelo de integración y armonía a pequeña y gran
escala. Las llamadas ficciones
fundacionales nos presentan familias en crisis, y sus tramas son metáforas
de los conflictos y dificultades a los que se enfrentan los sujetos nacionales.
Pero otro aspecto que distingue a las ficciones fundacionales son las tensiones
que la narración familiar no logra resolver, que coinciden a menudo con los
conflictos no resueltos de las historias nacionales. Las novelas fundacionales
responden entonces a la necesidad de establecer discursos mediante los cuales
imaginar la composición nacional. Los criterios de “inclusión o exclusión del
sujeto en la familia y en la nación, así como en la posición que ocupa en
ellas” incluyen “[e]lementos tales como la clase social, la raza o etnicidad,
el nivel de analfabetismo, la edad y el género sexual”, (Saona 17).
La nueva novela histórica toma otra postura
ante estos discursos oficiales. Es así como varios autores latinoamericanos
contemporáneos abordan el imaginario familiar-nacional desde un enfoque
posmodernista, recurriendo a la "deslegitimación posmoderna de los
metarrelatos" oficiales y hegemónicos del neoliberalismo, a la vez que se
reivindica la heterogeneidad cultural y política "como un freno o un
límite al avance del capitalismo [globalizado]" (Perkowska 91, 94). En las
novelas nacionales de la segunda mitad del siglo XX,
mientras
un frondoso árbol genealógico intenta enraizar al sujeto en la nación a través
de los lazos de sangre, la negación de todo vínculo familiar y la creación de
una comunidad lejos de la familia presentan una aspiración de cosmopolitismo
que es posible vincular a la pérdida de un papel central en la nación para los
intelectuales. (Saona 20)
Como señala Niemetz, la investigación
emprendida por el protagonista de María
Domecq "[supone], en primera instancia, un duro cuestionamiento de la credibilidad
del relato mítico de la oligárquica familia a la cual pertenece el narrador, pero
también, por extensión, una advertencia acerca de las manipulaciones sobre las
que se asienta la historia oficial de un país", lo cual "lleva a
reflexionar sobre las limitaciones de la conservación de la memoria colectiva,
sea como tradición oral o sea como historia presuntamente científica"
(301). Esta reflexión da lugar a una reconstrucción de la historia que trata
"si no de reemplazar los discursos hegemónicos por discursos silenciados,
por lo menos de leer los primeros a la luz de los segundos", lo cual
conlleva "el socavamiento de la visión complaciente y doctrinal que
proponía la historia oficial" (Niemetz 317)
En María
Domecq, destacan la inclusión y el reconocimiento de los elementos
familiares ilegítimos y foráneos—la reivindicación del hijo extranjero
ilegítimo y de las descendientes de la hija discapacitada del almirante. El
rechazo que expresan los parientes del narrador y de María hacia la relación
que establecen los primos no tiene que ver con la naturaleza incestuosa de la
relación, sino con la ruptura de la barrera que mantenía aisladas a las dos
ramas de la familia, la legítima y la ilegítima: “la unión de dos mundos diferentes,
que no necesitaban tocarse, y que en lo posible no debían tocarse” (Forn 103). Esta
unión representa una ruptura con el orden que todos los descendientes de Domecq
García han aceptado para bien y para mal como el marco social dentro del cual
imaginan sus historias familiares y construyen sus respectivas identidades
personales, al igual que lo hacía Juan antes de conocer a María.
En su combinación de la ficción histórica con
la autoficción, María Domecq expone y
critica el planteamiento de relatos fuera de la historia. Integrar la historia
de María a la historia de su propia familia lo obliga a Juan a replantearse su
relación con la historia nacional. Hasta relacionarse con María Domecq, Juan
rechaza sus memorias de la historia nacional con el mismo desinterés—es decir,
el interés de distanciarse, de enajenarse—con el que se obstina en ignorar aspectos
de la historia familiar.
Con el descubrimiento de la participación del
Almirante Domecq en la semana trágica, Juan reimagina el vínculo de la historia
familiar y de su propia memoria con la historia reciente del país. Hasta
entonces, el narrador se concebía a sí mismo como un hombre desinteresado por
la historia política nacional, declarándose “uno de los tantos hijos del
Proceso [de Reorganización Nacional]” que ignoraba los crímenes perpetrados en
el país por el gobierno hasta que conoció a argentinos “exiliados en [Europa]”
en 1979 (Forn 147). Después de la dictadura que duró de 1976 a 1984, Juan no
supo encajar su relato personal en su propio contexto histórico. Dice:
los tipos
como yo no supimos qué hacer con [el terrorismo de Estado], cómo incluirlo en
nuestra historia, después de que nos hubiera pasado por delante de las narices
sin que lo viésemos. En los primeros años de democracia, el derecho a hablar de
aquel tema seguía siendo patrimonio casi exclusivo de los que lo habían
padecido en carne propia: hubiera sido inconcebible de nuestra parte participar
en el debate más que como oyentes. (Forn 147)
En el contexto que describe Perkowska, la
heterogeneidad cultural pasa de ser un rasgo de expresión del posmodernismo a
una base ideológica desde la cual abordar y resistirse al proyecto de
homogeneización y centralización social, cultural y política del Estado-nación
moderno. Los proyectos de organización a niveles micro —barrial, regional o de
grupos culturales y comunitarios— evidencian un intento de participar en la
democratización a nivel comunitario fuera de los discursos y proyectos
nacionales oficiales.
Por otra parte, tanto las instituciones
públicas como el sector comercial generaban una sensación de “presente perenne”
en el que los medios ofrecían un minuto a minuto de la historia a medida
que va ocurriendo mediante lo que Perkowska denomina “simulacros de información
masiva” (63-66). La reconstrucción del pasado salió del primer plano del
espacio público, pero quedó lejos de ser sepultada. Beatriz Sarlo plantea que
tal es la presencia del pasado en el pensamiento posmoderno, de la memoria en
el presente, que “[a] los combates por la historia también se los llama
combates por la identidad” (Tiempo pasado
27).
En María
Domecq, nos encontramos primero ante el mito de la familia del almirante,
que representa la autoridad del padre como jefe de una familia modelo del siglo
XIX y de militar con estrictos códigos sobre el cumplimiento de su función. A
la hora de comprar un buque de guerra en Inglaterra, se le ofrece un soborno
personal de parte del astillero británico y el almirante lo registra como “un descuento
de mil cincuenta libras esterlinas en la construcción de la fragata” (Forn
106). El almirante hace todo lo posible por funcionar dentro de las reglas de
su clase social y su oficio, pero la trayectoria de su vida muestra que el
modelo de familia y estado homogeneizante del siglo XIX puede tornarse
rápidamente represivo, destructivo y xenófobo. La violencia llega incluso al
seno de la propia familia de Domecq García, cuando Carlos Forn es atacado junto
a otros catalanes por las brigadas paramilitares convocadas por el almirante
(Forn 144-145).
A diferencia de las novelas familiares del
siglo XIX, María Domecq no sólo arremete
contra esta propuesta de Estado-nación, sino que traza la historia de distintas
comunidades en las que los descendientes del almirante participan. Primero,
Noboru viaja al territorio chino ocupado por Japón para integrarse al “Proyecto
Manchukuo” de los años 30. Este consistió, según Juan, en que “idealistas de
izquierda” nipones “se [sumaron] a [un] proyecto evidentemente expansionista
que habían tramado juntos los altos mandos del ejército imperial y los más
importantes industriales japoneses” (Forn 198). El proyecto manchuriano fracasó
bajo el orden fascista y concluyó con la “explotación en masa [y] matanzas como
la de Nanking” (Forn 199). Este fracaso, arraigado en la falta de comprensión
contextual de las dinámicas políticas, filosóficas, económicas y militares que
oponían a los socialistas, comunistas y anarquistas japoneses tiene un paralelo
en el intento de crear un movimiento de izquierda revolucionaria dentro del
peronismo, cuyos efectos y contradicciones perduran en la política argentina
hasta el día de hoy (Giussani 233-235).
Paulatinamente, Juan revela que al momento de
sentarse a escribir su relato, vive en Villa Gessell con su esposa (que no es
María) y una hija. Lejos de la gran ciudad, el protagonista ha construido su
propia familia, optando por un estilo de vida más personal y menos dependiente
de los modelos heredados de sus antepasados y su sociedad. A medida que
progresa la narración, el autor traza nuevos paralelos entre su propia historia
y la de Argentina, hasta enlazar la trama histórica con la suya propia.
El foco de la narración se
desplaza de la investigación y reconstrucción de la historia nacional, para
centrarse en la crisis de Juan y sus intentos de superarla siguiendo los
rastros del almirante y buscando a Noboru y a María Domecq. A diferencia de las
novelas autobiográficas, en las cuales el lector puede reconocer la experiencia
de vida del autor en la historia ficticia del protagonista sin que haya una
identificación entre autor, narrador y personaje, la autoficción establece una equivalencia
identitaria que puede ser explícita o implícita —pero siempre discernible—
entre los tres, y relata una historia supuestamente verdadera recurriendo a un
discurso narrativo ficticio. Esta conjugación de pactos antitéticos sume al
lector en una inevitable ambigüedad a la hora de emprender la lectura, ya que
se torna imposible discernir por completo entre el pacto autobiográfico y el
novelístico (Alberca 117).
En el caso de María Domecq, el
testimonio del autor es al mismo tiempo el hilo narrativo de la novela y el
proceso mediante el cual se le asigna un sentido al pasado. Para la
interpretación histórica, “el testimonio pide una consideración donde se
mezclan los argumentos de su verdad, sus legítimas pretensiones de
credibilidad, y su unicidad sostenida en la unicidad del sujeto que lo enuncia
con su propia voz, poniéndose como garantía de lo que dice” (Sarlo 48). Sin
embargo, un testigo en crisis produce un testimonio en crisis. Esta crisis se
supera poco a poco, en la medida en que el autor despliega su testimonio en el
texto y da un sentido al relato propio.
Tras toda una vida de plantearse a sí mismo en
oposición al mito familiar —oposición que incluye dedicarse a la escritura y
llevar, por “moderado” que se considere, una vida de excesos bohemios— Juan
sufre una pancreatitis que supuestamente “se [debe] al stress” (Forn 42).
Mientras se recupera física y mentalmente del colapso, conoce a María Domecq. Juan
construye su imagen inicial de María proyectando sus propias debilidades sobre
ella, hasta concebirlas como cualidades, enamorarse e idealizarla.
El caso de María es opuesto al del almirante:
cuando ella muere y Juan viaja a buscar su cuerpo, se desata una
desidealización de María. Desde que llega a Brasil, Juan se siente agobiado e
incómodo con la familia de Noboru. Durante su única comunicación con el hombre
al que había buscado con tanta desesperación, cae en la cuenta de que “el único
vínculo que [lo] relacionaba con él no era el almirante sino María Domecq. Nada
tenía menos sentido en ese momento que lo que pudiera contarle del almirante”
(Forn 14). Al dolor de la pérdida de María se le suma el vacío que ella ha
dejado entre él y Noboru, así como en todos los lugares en los que busca sus
recuerdos en Brasil.
En un contexto de pugna entre la memoria de los
testigos y el intento de olvido, al pasado “pueden reprimirlo sólo la patología
psicológica, intelectual o moral; pero sigue allí, lejano y próximo, acechando
el presente” (Sarlo, Tiempo pasado
9). Ese pasado puede reconstruirse de muchas maneras— Juan aborda el relato
mitológico familiar desde una perspectiva posmoderna, desde la cual, si bien
existe una resistencia “a aceptar la verdad de una historia [...], todos
parecemos más dispuestos a la creencia en las verdades de unas historias en
plural” (Sarlo, Tiempo pasado 52).
Esto es lo que le permite reconciliarse con la participación del almirante en
la persecución y la violencia contra los inmigrantes de la clase trabajadora
con los que él se identifica —hasta el punto de haberse quitado el “Domecq” del
apellido. Al mismo tiempo, el narrador puede reubicarse en el discurso
dominante de la familia que al no ser antagonizado se convierte en una fuente
de investigación y diálogo histórico y personal (Forn 120). Desde este punto de
vista, la búsqueda de Noboru es un intento de “hacer memoria” colectiva y una
reivindicación de una víctima del rechazo familiar; también es un intento de
registrar el testimonio de Noboru en su propia voz (Forn 188).
Por último, para comprender el significado de María
Domecq como comentario sobre la década de los 90 y el comienzo del siglo
XXI, debemos tener en cuenta la conclusión de la novela, con Juan viviendo ya
en Villa Gesell y no en Buenos Aires, cerca de la playa y de su hermano, con su
esposa e hija.
Podemos plantear que la intensidad de vida que
María Domecq le hacía sentir a Juan no provenía de una necesidad de aferrarse
al presente porque era todo lo que tenía, sino a que era capaz de compartirlo.
En su ansia de que fuera “suya” y en su propia incapacidad por comprender en
qué consistía el encanto de María, Juan se pierde en prolongar su tiempo con
ella y en disfrutar la intensidad de la que se cargan esos momentos al
imaginarla cerca de la muerte (o lejos de él). Todos estos desencuentros
emotivos brotan del lupus que, irónicamente, no será lo que termine con la vida
de María, sino más bien un “estúpido accidente automovilístico, en pleno centro
de São Pablo”, aparentemente ocasionado por “uno de los autos que doblaban la
esquina a velocidad demencial” (Forn 211).
Al final de su investigación, el narrador
encuentra no sólo a la rama japonesa de su familia, sino también otro matiz
desconocido de la historia de Domecq. A lo largo de su vida, el Almirante se
esforzó por apoyar económicamente a su esposa e hijo en Japón, así como a la
madre de María, a quien visitaba regularmente a escondidas de su familia
legítima. Con el tiempo, después de dejar atrás su vida caótica en Buenos Aires
para asentarse en una pequeña comunidad costera, Juan logra reconciliar las
versiones conflictivas sobre la vida del almirante y la historia de su propia
familia: ni prócer ni demonio, Domecq es un hombre de su contexto, al que sus
herederos deben someter al juicio familiar y la sociedad al de la historia. Si
bien Diego Niemetz acierta en su lectura de María
Domecq como una "revisión crítica de la herencia militar a través de
la herencia cultural", no necesariamente "existe la voluntad explícita
de anular una de ellas a través de la
otra" (la cursiva es mía 305). Para Juan, el conflicto comienza a
resolverse cuando deja de buscar un relato total y absoluto con el que narrar
la vida del almirante, la de su familia y la de la Argentina para así poder
narrarse a sí mismo como un personaje cuya coherencia radica precisamente en la
manera en la que asume sus contradicciones.
La obra, como gran cantidad de novelas
históricas y autoficciones, concluye explicando que más allá de sus referencias
a la historia, no deja de ser una obra de ficción. A modo de revelación, dice:
Aquello
que yo llamo María Domecq en este libro fue mi tabla de salvación después de
las pancreatitis: la manera que encontré para convertir en pasado, en relato,
aquello que amenazaba ser un presente perpetuo para mí, el rito de pasaje que
me permitió pasar de la enajenación y el miedo a esta vida actual junto a mi
mujer y mi hija en nuestra casa junto al mar. (Forn 236)
Bibliografía
Forn, Juan. María Domecq. Buenos Aires:
Emecé Editores, 2007. 240 páginas.
Freud, Sigmund. “Family
Romances”. The Standard Edition of the Complete Psychological Works of
Sigmund Freud. Traductores: James
Trachey, Anna Freud, Alix Strachey y Alan Tyson. Vol. 9.
(2015):
297-319.
2008.
Económica,
2004.