“Una nación para el norte argentino”:

viaje y política en La tierra natal de Juana Manuela Gorriti

 

Vanesa Miseres

University of Notre Dame

 

[E]s indispensable la incursión de la azada, cautelosa y a tientas, en la tierra oscura. Quien sólo haga el inventario de sus hallazgos sin poder señalar en qué lugar del suelo actual conserva sus recuerdos, se perderá lo mejor. Por eso los auténticos recuerdos no deberán exponerse en forma de relato, sino señalando con exactitud el lugar en que el investigador logró atraparlos. Épico y rapsódico en sentido estricto, el recuerdo verdadero deberá proporcionar, por lo tanto, al mismo tiempo una imagen de quien recuerda, así como un buen informe arqueológico debe indicar no sólo de qué capa provienen los hallazgos sino, ante todo, qué capas hubo que atravesar para encontrarlos.

Walter Benjamin. Denkbilder, epifanías en viajes

 

En su Historia de la literatura argentina, aparecida entre 1917 y 1922, el escritor y ensayista Ricardo Rojas (1882-1957) se propone encontrar puntos en común entre todas las experiencias y momentos históricos del país para definir cierta esencia de la literatura argentina. Sienta entonces unas bases arbitrarias para clasificar el corpus literario nacional definiendo la argentinidad como “aquella síntesis formada en la conciencia colectiva del país, por la cenestesia de su territorio y de su estado (cuerpo de la nación) y por la memoria de su pueblo y de su idioma (alma de la nación)” (34). Destacando un carácter sintético en los procesos identitarios (la existencia de una conciencia y una memoria colectivas y un conocimiento general del propio territorio referido con el término “cenestesia”), la Historia de Rojas establece que los textos fundacionales de la literatura argentina serían todos aquellos que hubieran surgido o fueran difusores de un sentimiento de correspondencia entre los límites legales y geográficos—lo que Rojas denomina “el cuerpo” de la nación—y los elementos identitarios más abstractos como la raza, la lengua y la tradición—su “alma.” Es decir, textos que aunque no la pudieran definir completamente, constituyeran la “retórica de una nación” (Calhoun 5).

Así es posible notar que en su historiografía de la literatura argentina Rojas sugiere una idea de nación que, en palabras de Ernest Renan, sería el resultado de un “plebiscito diario” basado en el olvido (11, 19), esto es, en el acuerdo diariamente renovable de olvidar diferencias para formar parte de un mismo grupo, de una misma “comunidad imaginada,” dentro de la cual, parafraseando ahora a Benedict Anderson, la literatura cumpliría un rol fundamental (62-63). En este plan de fusión del propósito político con el literario, la escritora Juana Manuela Gorriti (1818-1892) resulta una figura incómoda e inclasificable para Rojas, inclusive dentro del microcosmos de la literatura de mujeres en el que éste la incluye:

creo que doña Juana Manuela Gorriti –cuya obra es deleznable desde el punto de vista literario—fué un temperamento raro, intenso, a ratos fantástico; pero no tiene el don de la emoción perdurable ni de la forma feliz, pues su prosa es generalmente declamatoria y errabunda, como su imaginación literaria. (493)

A juzgar por la crítica a su estilo, la obra de esta escritora nacida en la provincia de Salta en medio de las guerras civiles entre unitarios y federales y exiliada más tarde en Bolivia y Perú por los mismos motivos políticos (1), es descrita con cierto carácter de “improductividad” dentro del campo cultural argentino. Para Rojas, se trata de una escritura que con un tono enfático y exagerado (declamatorio) intenta suplir su carácter fluctuante y la ausencia de un tono u objetivo que la distinga y que, al mismo tiempo, la haga representativa de la literatura de su nación. En definitiva, la obra de Juana Manuela Gorriti es juzgada en las antípodas de textos como el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento, las Bases de Juan Bautista Alberdi o el Martín Fierro de José Hernández. De acuerdo al criterio asumido por el intelectual argentino, estas obras integraban indiscutiblemente el “canon” nacional por el hecho de expresar, cada uno con sus particularidades, el deseo de subsumir los elementos periféricos de la nación en favor de un proyecto único y homogéneo, generalmente traducido en la eliminación de los aspectos “bárbaros” del vasto interior del país a favor del triunfo de la “civilización” encarnada por Buenos Aires, que se convertiría en el mayor polo cultural y centro urbano argentino.

Mi artículo aborda la escritura de Juana Manuela Gorriti, en particular su relato de viaje La tierra natal (1889), para demostrar que a través de la narración de un viaje y la adopción de una perspectiva regionalista que otorga visibilidad a una parte de ese interior, el Noroeste argentino, Gorriti descompone la operación niveladora presente tanto en el criterio literario y político de Rojas como en muchos de los textos canónicos del siglo XIX argentino para exponer un territorio nacional todavía no ordenado por esa mirada tradicional. Con esto, mi análisis llama la atención sobre la dimensión histórica y política de este texto que, por tratarse de la vuelta al hogar de la escritora luego de un largo exilio, ha sido generalmente leído desde una perspectiva centrada en la subjetividad de la narradora quien, desde este punto de vista, se limitaría a idealizar o evaluar con nostalgia aquel espacio familiar abandonado.

Muy por el contrario, mi lectura de las implicancias políticas de La tierra natal muestra que si la obra de Gorriti es errabunda, reutilizando el término empleado por Rojas, es justamente ese errar, ese desplazamiento constante —que aquí es geográfico e ideológico (se develan conflictos y opiniones encontradas sobre la historia local)—lo que permite analizar en su escritura aspectos y zonas que quedaron fuera tanto de los discursos fundadores de la nación como de la organización simbólica de un pasado literario (las identidades regionales, el protagonismo del Noroeste argentino en la gesta independentista). El carácter errático que negativamente se le atribuyó a la obra de Gorriti para expresar un malestar estético y político representa, en este ensayo, un elemento positivo y suplementario que, agenciado por el desplazamiento del viaje, ofrece una postura alternativa sobre el establecimiento del territorio patrio letrado.

 

Tiempos y espacios de la tierra natal

 

The focus on temporality resists the transparent linear equivalence of event and idea that historicism proposes; it provides a perspective on the disjunctive forms of a representation that signify a people, a nation, or a national culture. … It is the mark of the ambivalence of the nation as a narrative strategy—and apparatus of power—that it produces a continual slippage into analogous, even metonymic, categories, like the people, minorities, or ‘cultural difference’ that continually overlap in the act of writing the nation.

Homi Bhabha. “DissemiNation: Time, Narrative, and the Margins of the Modern Nation.”

 En La tierra natal (1889), Juana Manuela Gorriti narra su regreso a la provincia de Salta, tras un exilio de más de cincuenta años. En este texto que combina algo de la estructura del relato de viaje (observaciones sobre la historia y el paisaje de la región recorrida) con el género autobiográfico (importancia de la memoria y la autorrepresentación del sujeto) y la ficción, se percibe un yo narrador que transita y evalúa el terreno del que alguna vez fue su hogar (Guiñazú y Martin 98-99). El relato acentúa la necesidad de recorrer y reconocer todos los aspectos de ese territorio para poder, en base a ese conocimiento, desarrollar un sentido de pertenencia hacia el mismo.

Esta manera de concebir íntimamente la relación del sujeto con su lugar de origen había sido expresada por la autora años antes, cuando en 1875 es invitada por el Club Literario de Lima a dar una conferencia. El tópico elegido para la ocasión fue la creciente tendencia de la aristocracia criolla de enviar a sus hijos a estudiar a Europa. Aunque sin negar lo provechoso que este Grand Tour pudiera resultar para un joven (2), Gorriti se preocupa por el efecto que estos viajes tempranos podían provocar en los jóvenes, quienes regresarían con un total desconocimiento de las particularidades, historia y necesidades de su tierra natal:

Arrojado en un mundo desconocido cuya lengua ignora, [el joven] languidece, durante algún tiempo, amilanado, entristecido, en ese aislamiento doloroso. Después, con la ligereza inherente á la infancia, olvídalo todo; madre, familia, hogar; … y cuando un dia vuelve á la patria, en vez de la santa alegría del regreso trae el alma lacerada por el dolor de un doble ostracismo: allá el ostracismo de la nacionalidad, aquí el ostracismo del corazón. O bien, sediento de riquezas, de goces á todo trance, á toda costa, conviértese en instrumento de todas las tiranias que se levantan en el suelo americano. (3) (9-10)

 Al poner en duda la naturaleza positiva del viaje a Europa en tanto formador de la nueva elite americana, Gorriti revisa y desautoriza uno de los tropos discursivos más repetidos del pensamiento decimonónico: lejos de tratarse de un viaje de formación indispensable para la importación de ideas desde los centros de civilización (Viñas “La mirada a Europa” 22-23; Ramos 37; Guiñazú y Martin 103), para Gorriti representa un obstáculo para el desarrollo independiente de la nación (Batticuore, “Itinerarios culturales” 164) y es por eso que realiza una ferviente defensa de la familia y del vínculo de los jóvenes con su patria. (4)

La tierra natal puede leerse como contraejemplo de esta preferencia por los viajes al extranjero que Gorriti había denunciado ante la audiencia limeña. Su breve estadía en Salta, de unos treinta días (116), es narrada como una especie de Grand Tour local, es decir, un recorrido de aprendizaje que en lugar de dirigirse al exterior de la nación, se desarrolla dentro del espacio regional y es la vía de aprehensión y conocimiento de las fronteras interiores de la nación. El viaje se presenta así en una superposición del presente de la ciudad y el pasado de la memoria personal que trae aparejada la narración de diversos tiempos y figuraciones del Noroeste argentino. En un afán por mostrar, por un lado, el vínculo personal de la protagonista con su lugar de origen y, por el otro, la complejidad de la historia regional, La tierra natal alterna entre un pasado colonial de la arquitectura y las creencias y costumbres populares, el pasado de aquellos que vivieron y lucharon por la emancipación nacional, el presente extraño y ajeno a la mirada de la viajera y el futuro que la autora predice para su tierra natal.

En una de sus primeras impresiones camino a la ciudad de Salta, es la misma viajera la encargada de explicitar esta “larga epopeya entre el presente y el lejano pasado” (12) y reflexionar en torno a las continuidades y los cambios del espacio antes familiar: “[S]entada en un tronco de un tala derribado, contemplaba, buscándolos en el recuerdo, aquellos sitios conocidos en otro tiempo, ahora del todo cambiados. El progreso, invadiéndolos, habíalos grandemente embellecido” (24). En esta cita, Gorriti representa su lugar de origen, su patria chica, escapando a la linealidad de los discursos históricos dominantes como, por ejemplo, los encarnados por dos de los grupos intelectuales más destacados dentro de la nación Argentina: la Generación del ’37, integrada por escritores y políticos como Domingo Sarmiento, Esteban Echeverría y Juan Bautista Alberdi, y la Generación del ’80, dentro de la cual se destacaron Eduardo Wilde, Miguel Cané y Lucio V. Mansilla. En gran parte de su obra, Gorriti comparte con el primer grupo la crítica al gobierno opresivo de Juan Manuel de Rosas (Guerra Cunningham 66) y con el segundo, su interés por el registro del proceso de modernización que se estaba llevando a cabo en el país durante las últimas décadas del siglo XIX. (5) Sin embargo, mientras que en el pensamiento de ambas generaciones de intelectuales la formación de la nación se entiende como una sucesión temporalmente directa y continua hacia el progreso, este viaje a una región del interior de la Argentina recupera, contrariamente, la complejidad de la relación espacio-temporal que, según Homi Bhabha, es constitutiva de la experiencia moderna de la nación (293). De esta manera, si en la cita anterior se reconoce el “embellecimiento” que proviene de lo moderno, también es cierto que se percibe la consecuente e inevitable “invasión” de los espacios de un pasado que continúa presente en la mirada de la viajera. Los cambios notados en la región, entonces, llaman la atención sobre una temporalidad que lejos de aparecer nivelada bajo un proyecto único y estable, exhibe simultáneamente marcas del presente moderno como del pasado colonial e independentista del que la protagonista ha sido testigo.

Para Francine Masiello, este mecanismo narrativo empleado por Gorriti se vincula con el argumento de Edward Said sobre los “dobles comienzos” (xviii), es decir, la existencia de un doble sistema de representación que habla del pasado y, a la vez, ambiciona un futuro y que surge tras un momento crítico en algunas sociedades. La crítica establece que al igual que los versos de “Victoria de Junín” (1825) de José Joaquín Olmedo o los de la “Oda a la agricultura en la zona tórrida” de Andrés Bello (1826), la obra de Gorriti traza un pasado mientras señala posibles futuros para la nación tras el proceso de independencia. Sin embargo, creo que Gorriti reforma los modos en que la memoria operaba en el siglo XIX en estos textos programáticos y presenta una relación entre la nostalgia y el progreso que más que inversa (como la entiende Masiello) es ambivalente. Por eso es que, al igual que en la cita anterior, cuando narra finalmente su llegada a Salta, la viajera encuentra la ciudad “bella” y “engrandecida” (39) evaluando positivamente la modernización de la capital de la provincia, pero al mismo tiempo se lamenta de que las construcciones y casas que ella recuerda, hayan sido reemplazadas por una “aglomeración de edificios desconocidos” (40).

De esta forma, la historia de Salta no será para Gorriti únicamente aquel pasado glorioso que guarda en su memoria ni el presente moderno post-independencia, sino que será el resultado del proceso de incorporación de ambos como componentes activos y actualizados (no borrados ni simplificados) de la historia de la provincia. La tierra natal de Gorriti, como pudo verse, se construye en una compleja combinación y convivencia de los diferentes tiempos y espacios del territorio, que operan como lógicas y culturas diferentes e irreductibles y cuya expresión resulta clave, desde nuestro presente, para cuestionar la mirada homogénea y horizontal recurrentemente asociada con la construcción de la nación decimonónica (Bhabha 295; Chiaramonte y Souto 332).

 

Una mirada local sobre la colonia y la independencia

 

Profundizando la representación plural y ambivalente de los tiempos y espacios de la patria que pudo notarse en los pasajes citados, La tierra natal documenta recurrentemente la importancia que había tenido Salta en la historia colonial e independentista como bisagra entre los Andes y el Plata. Durante la colonia, Salta había compuesto una de las divisiones administrativas del Virreinato del Río de la Plata dentro del Imperio Español y formaba parte, junto con otras regiones que luego se segmentaron con la formación de las naciones de Argentina y Bolivia, una “unidad regional sustentada en tradiciones, problemas y necesidades comunes” (Poderti, La narrativa del Noroeste argentino 45). Ya El Lazarillo de ciegos caminantes, el relato de viajes de un funcionario real por el territorio de la corona española entre 1771 y 1773, recordaba el protagonismo de la provincia como integrante del Camino Real, itinerario trazado para mejorar las comunicaciones entre los polos más importantes del imperio pero que, al mismo tiempo, posibilitaba el crecimiento de las localidades adyacentes en los 3.000 kilómetros que recorría (Bazán 295). Más tarde, como lo explica Alicia Poderti, la revolución por la independencia trajo como consecuencia la fragmentación del sistema comercial y administrativo del Virreinato que, sumado al nuevo rumbo económico de cara al puerto y al comercio británico del Río de la Plata, fue socavando el papel protagónico del noroeste (“Martín Miguel de Güemes” sin paginación).

Aunque la delimitación política de la nación argentina había acabado con muchos de estos factores económicos y culturales compartidos, Gorriti los reinstala en su recorrido por la región al compartir relatos del pasado colonial, señalando muchas veces también su vínculo con las raíces indígenas, tema presente en otros de sus textos como “La quena” (1845) o “El pozo del Yocci” (1869). La visita a la casa solariega de su familia, por ejemplo, despierta el interés de la protagonista por la historia de uno de sus abuelos, Agustín Zuviría, un español que, mucho antes de la independencia, se había radicado en la provincia de Salta. A través de la historia de vida de su abuelo, Gorriti repasa importantes datos de la región durante el Virreinato: se hace referencia a la rebelión de Túpac Amaru en Cuzco y cómo ésta afectó la historia de toda la zona, desde Lima a Buenos Aires, y también se destaca la prosperidad, riqueza y centralidad de la región, motivos por los cuales su abuelo abandona Buenos Aires para instalarse allí con sus negocios (118-137). La elección de esta historia (un extranjero que prefiere Salta por sobre Buenos Aires), en mi opinión, no es para nada fortuita: se trata de una anécdota que confirma, a finales del siglo XIX, que ese interior remoto de la nación moderna posee un riquísimo bagaje histórico y cultural que parece haber sido olvidado en el presente de la vida nacional.

Como otra reflexión sobre la diversidad de tiempos que conviven en el Noroeste argentino, es interesante la referencia al ninachiri, pájaro al que, según la leyenda calchaquí (grupo indígena de la zona), podía vérselo revolotear en las noches de conjunción. La narradora cuenta que dicho pájaro, del que no se sabe ni de dónde viene ni hacia dónde se dirige, había desaparecido en 1830 y recién se lo había vuelto a ver pocos años antes de la visita de la viajera, en 1884 (51). Pese a que su entusiasmo por la reaparición del legendario pájaro se ve opacada por la explicación cientificista de un “sabiondo,” Gorriti rechaza esta perspectiva e insiste en creer que se trata, efectivamente, de la vuelta del ninachiri, “que durante medio siglo ha incubado su nueva vida y renace de sus cenizas” (52). Es decir, la narradora se coloca abiertamente en contra de un tipo de discurso que pretende obliterar las diferencias culturales y la diversidad de tradiciones de la región detrás de una única perspectiva racionalizada por los discursos de la ciencia y la modernidad. A la viajera no le importa ser llamada “ignorante” (52) si esto es lo que le devuelve a su relato y a la historia de su pueblo todos los complejos matices idiosincráticos que lo componen. (6) En La tierra natal, cada pequeña nota sobre tiempos pasados se deja leer como una parada en la incesante marcha del “tren del progreso” para cargar consigo y hacer partícipes a esas otras voces y otros tiempos que también construyen el presente de las nuevas generaciones que rodean e interrogan a la protagonista.

Como se mencionó anteriormente, este relato de viaje se concentra también en aquellas historias del Noroeste en tiempos de la emancipación, ya que allí se desarrollaron los primeros estallidos revolucionarios (Bazán 295). La figura más destacada de la época, presente también en este texto de Gorriti, será Martín Miguel de Güemes (1785-1821), un militar salteño que había participado de la defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas y que luego, bajo el plan de acción de Belgrano y San Martín, será el encargado de proteger las fronteras del Norte. (7) Dentro del sistema de protección militar de Güemes y sus tropas, compuestas mayoritariamente por gauchos de la zona, Salta volvía a ser un eje político-militar, esta vez para la protección del avance del ejército realista hacia las Provincias Unidas, en el periodo que abarca, aproximadamente, desde 1814 hasta 1825.

Para referirse a este lugar prominente de su tierra natal en la consolidación del presente nacional, Gorriti narra algunas memorias de su infancia en las que se acentúa el nexo entre espacio y significación patria. En una ocasión en la que la escritora es invitada a una celebración donde se entona el himno nacional, ella se recuerda a sí misma, junto a su padre, formando parte de ese ritual que envuelve la iconografía y símbolos nacionales: “Lágrimas de doloroso enternecimiento subieron del corazon, al recuerdo del tiempo en que, de niña, de pie y con devota uncion, asida á la mano de mi padre, escuchaba ese canto sagrado, en los días clásicos de la patria…” (48). El himno nacional en el marco de una escena filial funciona como el motor que impulsa la creación de un mito fundacional en el cual su padre José Ignacio Gorriti, amigo y socio político de Güemes, su tía Juana María, esposa del General Manuel de Puch, otro líder militar salteño, entre otras personalidades del pasado, son traídos al presente como integrantes del panteón nacional (Glave 569) que desempeñó un papel heroico en la denominada “Guerra Gaucha.”

En la reconstrucción de este pasado mítico fundacional de la actual nación, no obstante, sobre este panteón heroico, surgen con igual fuerza los momentos de tensión que hacen referencia al trasfondo conflictivo del camino hacia la independencia. Uno de los eventos más significativos que Gorriti recuerda son los enfrentamientos locales que dividieron la provincia en lo que se llamó Patria Nueva y Patria Vieja, dos segmentos representativos de la lucha por dos proyectos de nación diferentes. (8) Del lado de la Patria Vieja se ubicaron los partidarios de Güemes, mientras que la Patria Nueva estaba conformada por un grupo de ideólogos y políticos locales opuestos a lo que entendían como un gobierno personalista y autoritario por parte de Güemes. La narradora recuerda este conflicto, que había dividido a su propia familia (enfrentando a su padre con su tío) y explica:

Allá, en sus sombrías lontananzas, aparecíanme las encarnizadas luchas de aquellos dos partidos fratricidas:

Patria nueva y Patria vieja,

Que dividieron á los hijos de Salta, retardando tantas glorias y causando tantos desastres.

Patria nueva: agrupación de ilusos y de mal intencionados que, al frente el enemigo, siempre pronto á invadir el suelo patrio, pedían instituciones cuando no era todavía posible dar sino combates.

Patria vieja: falange de héroes, que, sin tregua ni descanso, guerreaban, hacía diez años, contra las poderosas huestes españolas. (56)

 En esta cita Gorriti no sólo explica uno de los conflictos más importantes de la primera mitad del siglo XIX en el Noroeste, sino que también deja clara su posición ideológica, tomando partido por el grupo que integrara su padre, la Patria Vieja. Las palabras de la autora dejan entrever, por otra parte, la “inversión semántica” detrás de esta denominación, ya que el grupo que se identifica como “nuevo,” en realidad, es el que adhiere al viejo orden político, pregonando un sistema representativo sin importar que se concretara la independencia de acuerdo al plan de San Martín (Poderti, “Martín Miguel de Güemes” sin paginación). Reclamando un derecho de antigüedad del otro bando (la Patria Vieja), Gorriti considera un despropósito este reclamo, expresando que antes que la organización constitucional, debía producirse el advenimiento de una “patria independiente,” objetivo por el cual tanto su padre como Güemes, entre otros, encabezaban las luchas contra el ejército español (Poderti, “Martín Miguel de Güemes” sin paginación).

Gorriti revive estas divisiones políticas en medio de un grupo de jóvenes descendientes de aquellas familias de renombre en la provincia. Estas nuevas generaciones, reitera la escritora, ignoran la historia de sus antepasados. En este olvido puede leerse, además de su percepción nostálgica por todos aquellos “héroes” que poblaron su infancia y que hoy son sólo fantasmas en su discurso, una consecuencia de la obliteración que el Noroeste sufrió dentro de la historia oficial. La figura de Güemes, venerada por la autora, por ejemplo, había recibido grandes afrentas por parte de los altos mandos de Buenos Aires y los terratenientes de la región, quienes rechazaron la formación de milicias gauchas que éste llevó a cabo, ya que, entre otras disputas de intereses, veían con desconfianza el protagonismo de los sectores populares en las guerras independentistas.

Así, el retiro gradual del apoyo a Güemes es representativo de la falta de reconocimiento que, en general, sufrieron los habitantes del noroeste argentino, a pesar de estar entre los primeros grupos que defendieron y posibilitaron el surgimiento de una nación independiente. Figuras como Bartolomé Mitre, por ejemplo, privilegiaron una imagen del líder salteño como demagógico, populista y arbitrario, de manera tal que su papel en la guerra de la independencia y la proyección de su plan estratégico regional fueron reducidos a la labor de un “caudillo” (con todas las connotaciones negativas que el término traía en la literatura de la época) protector de las “fronteras” de la nación (Poderti, “Martín Miguel de Güemes” sin paginación). Es entonces la voz de la protagonista la encargada de reponer el significante velado de la historia, narrando y describiendo los hechos cruciales del pasado como un gesto de reivindicación y resistencia frente a este olvido del presente. En mi opinión, el modo en que la autora construye esta mitología fundacional, no se opone tajantemente ni al relato ni a la teleología oficial de la historia (no es una visión completamente marginal como han señalado muchas lecturas sobre Gorriti) sino que busca, a modo de denuncia, que estos personajes y hechos también formen parte del discurso representativo de la nación.

La emergencia de un un relato regional conflictivo, con sujetos enfrentados hasta en su propia familia, hace de Gorriti una narradora que incomoda a la historia nacional y a la construcción de una literatura fundacional pensada como conciliadora de estos conflictos (Sommer 30-51). Otro ejemplo clave de estas voces disidentes se destaca con la aparición y actuación del anónimo gauchipolítico con el cual la narradora discute acerca del pasado y el presente de la patria. Este personaje encarna las voces de los iniciadores de la literatura gauchesca, quienes cantaban los cielitos (composiciones poético-musicales de origen popular) celebrando las guerras de emancipación pero que rápidamente sintieron un profundo desencanto por los resultados políticos de esta ruptura con España, sentimiento que también supieron manifestar en su poesía. Principalmente bajo las guerras civiles, la palabra del gauchipolítico se vuelve un instrumento de denuncia social, un transmisor de “verdades” históricas que todos conocían pero que, como se expresa en La tierra natal, en boca de estos personajes lograban un mayor impacto en quienes las oían (19). Este poder de alcance de su palabra lo habían conseguido transmitiendo en clave gauchesca (imitando y estetizando la lengua del gaucho) los sucesos más importantes del acontecer rioplatense, cuya figura central era, por supuesto, Juan Manuel de Rosas. (9)

Dentro del relato, la narradora comparte con este singular personaje parte de su viaje de regreso a Salta y, a pocos kilómetros de su destino, el gauchipolítico comienza a relatar una serie de eventos sangrientos y terribles relacionados con las crueles luchas entre unitarios y federales en el terreno salteño. Uno de ellos recuerda las persecuciones pasadas sobre los federales y lo irónico que esto resulta visto desde el presente. También a modo de denuncia, el final de la anécdota ilustra con un cuerpo mutilado los resultados de la lucha contra las fuerzas dominantes:           

—Precisamente … allí donde ven las ruinas de aquel rancho, fusilaron a dos valientes servidores de la patria: Pereda y Boedo.

¿Cuál era su crimen?

Ser federales, defensores del mismo gobierno que hoy, los unitarios triunfantes, sostienen y aceptan! Habría de reir de esta imbécil inconsecuencia si no tuviera presente aquella escena que presencié de niño, cuando Boedo … herido en esa batalla por una bala, que le llevó la mandíbula inferior reemplazada por un aparato de goma elástica oculto entre su larga y abundante barba, llegado al momento supremo, así, de una manera imprevista, sin prévio juicio, en un parage desierto y rodeado de enemigos, en un arranque de indignación:

—¡Patria!—exclamó—así dejas acabar al que empleó su vida en servirte, y que por ti perdió en una hora cuanto hace dulce la vida: belleza, juventud, amor?—

Y así diciendo, arrancó el aparato que ocultaba la mutilación de su rostro, quedando con la lengua caída sobre el pecho, desfigurado, horrible. (17-18)

 Dentro del carruaje en el que se desplazan, la voz del gauchipolítico se destaca en su capacidad de relacionar cada paisaje con un suceso relevante de la historia pasada y reciente. Esta voz que, a principios del XIX, une estética y política encarnando la expresión popular y reactivando la literatura gauchesca desde nuevos géneros y espacios de circulación, logra formular una representación espectacular de la política y la violencia a medida que los pasajeros se enfrentan con el espacio salteño (Lucero 17-36). Aunque la disolución del conflicto entre unitarios y federales fue entendida por gran parte de los sectores políticos e intelectuales como el verdadero nacimiento de la República Argentina (Chiaramonte y Souto 321), la anécdota de Gorriti desacredita esa perspectiva oficial exhibiendo las irregulares formas (representadas en el cuerpo desfigurado de Boedo) en las que la política nacional se había implementado y señalando la movilidad de las oposiciones partidarias (los unitarios no son tan diferentes de los federales) e ideológicas (el proceder de uno y otro bando son similares) sobre las que se construye la identificación con la patria.

Por último, la aparición de este particular narrador y su forma de pensar la historia permiten trazar un paralelo con la propia autora, ya que ambos interpretan la carga histórica del espacio que recorren acentuando el nexo evidente entre el relato de un sujeto en viaje y la configuración de una nación posible a partir de su conocimiento y recorrido. No es casualidad que en el momento en que la viajera se está acercando al objeto que busca describir (su tierra natal) intervenga esta voz anónima anticipando de manera grotesca e hiperbólica el mismo tipo de vínculo que la viajera va a examinar en su paso y estadía en la capital de la provincia.

En este sentido, en el íntimo viaje de retorno a su hogar, Gorriti restaura los vínculos que luego en la historia oficial de la nación, en los programas modernizadores de corte centralista como los que triunfaron después de la independencia argentina, serán frecuentemente minimizados o directamente negados. La exposición de esta complejidad histórica del territorio y la percepción de los diversos tiempos atravesados en la región presentes en La tierra natal no son simplemente el reflejo de la mirada femenina nostálgica hacia un pasado que contrasta con las ruinas del presente. (10) Es una narración que se extiende más allá de la perspectiva emotiva de su protagonista y consigue, en mi opinión, cambiar el ideologema acuñado por el proyecto triunfante del siglo XIX en el cual el norte es presentado como un espacio bárbaro, vinculado aún con la opresión colonial y ajeno o en las “fronteras” de la historia argentina.

Volviendo al comienzo del ensayo, si Rojas propone la síntesis, el olvido y borramiento de las diferencias como base para la construcción de la nación, Gorriti emplea un método que se asemeja al procedimiento de la azada en la tierra que describe Walter Benjamin en el epígrafe que abre este artículo. Es decir, es la encargada de excavar y exponer las capas de la historia que se han atravesado hasta llegar a ese presente de la narración. Con esto, la autora reivindica el papel de la memoria individual y las sensaciones ambiguas antes el paso del tiempo y las transformaciones del espacio, construyendo un sentido de la nación que contempla e incluye esas diferencias negadas en los otros discursos.

Contra una “desertificación” del territorio nacional

 

….El Desierto

inconmensurable, abierto,
y misterioso a sus pies
se extiende; triste el semblante,
solitario y taciturno
como el mar, cuando un instante
el crepúsculo nocturno,
pone rienda a su altivez.
Esteban Echeverría, “La cautiva”

 

Dentro de la literatura decimonónica argentina, la imagen del desierto es una de las más recurrentes a la hora de representar y asimilar el territorio nacional. Prueba de ello son los versos iniciales, citados en este último epígrafe, de “La Cautiva” (1837) de Esteban Echeverría, texto fundamental para analizar la constitución discursiva de la nación. En este poema, el desierto no es simplemente el paisaje donde se llevará a cabo la historia: es una presencia visible y una fuente creadora de sentidos a lo largo de toda la obra. Jens Andermann afirma inclusive que todo el imaginario de la primera etapa de la Argentina se crea, primordialmente, de manera topográfica, pensando a la nación como un desierto “despojado de huellas culturales,” donde es posible “inscribir una letra portadora de un discurso civilizador y universalista” silenciando y excluyendo al otro (17). Así por ejemplo, para la Generación del ’37, explica Claudia Torre, el desierto como espacio natural se transforma en “una entidad funcional a una estética y a un programa político”: “desierto designaba lo que no era ciudad y lo que no era frontera” (10). Es decir, se trata de un término relacional que existe como deíctico de una exterioridad amenazante para el plan civilizatorio del XIX y, paradójicamente, llena de oportunidades (Torre 10) para la expresión utópica del yo romántico.

Domingo F. Sarmiento será uno de los intelectuales encargados de llevar esta herramienta analítica topográfica al extremo, al concebir al espacio nacional como pura geografía carente de cultura, esto es, sin una serie de artefactos o patrimonio que constituyan el “ser” de los argentinos. Desde Sarmiento hasta César Aira, pasando por Lucio V. Mansilla, Alexander von Humboldt, Charles Darwin o Enrique Hudson, (11) el tropo del desierto aparece una y otra vez como ejemplo de los modos en que se fue imponiendo, con la influencia literaria de locales y extranjeros, un imaginario nacional que homogeniza el territorio y establece límites entre lo que pertenece y lo que es ajeno a esa geografía que ha pasado a ser parte de una nación y de un Estado determinado.

Por otra parte, es interesante reparar en que el relato de viaje ha sido uno de los canales de máxima expresión de esta metáfora del desierto (Prieto; Viñas, “Indios, ejército y frontera”; Rodríguez; Torre). El estudio de Ernesto Livón-Grosman señala tres etapas históricas de la utilización del término que pueden rastrearse en el corpus compuesto por los textos de varios de los autores mencionados, todos ellos viajeros en su tiempo. Según el crítico, se trata de una literatura que primero controla y luego conquista y metaforiza ese espacio desértico, sin reconocer en ninguna de estas instancias una identidad o caracterización previa a la llegada y mirada del viajero (14-15). En otras palabras, son el viajero y su relato los que fundan e interpretan el espacio nacional presuponiendo un vació absoluto antes de su llegada. En el caso de los textos expedicionarios producidos durante la Campaña del Desierto, para citar otro ejemplo, este gesto es fundamental para justificar y legitimar la misión del Estado de “poblar” el territorio (Torre 11).

Aunque La tierra natal también forma parte del género del relato de viaje y se trata de un texto cuya matriz topográfica es fundamental para la formulación de la mirada de la mujer sobre el territorio nacional, la perspectiva regionalista adoptada, como se pudo apreciar, va a contrapelo de la lectura anterior. Gorriti hace uso del relato de viaje pero lo lleva al encuentro de otras zonas, territorios y temporalidades. La autora adopta una estrategia novedosa al probar este género literario en un espacio geográfico y cultural como el Noroeste argentino que, al evocar constantemente el pasado indígena, virreinal o español, se resiste a la aplicación de un discurso topográfico que erradique sus huellas culturales y entiende a la nación, muy por el contrario, como un “todo no homogéneo pero sí armónico de diversas fisonomías regionales” (Castellino 8).

“Una nación para el norte argentino,” el título de este artículo, glosa el clásico estudio de Tulio Halperín Donghi, Una nación para el desierto argentino, buscando llamar la atención sobre esa “voluntad fundacional” (Hora 17) que se encuentra en el accionar de los letrados criollos que se proponen reconstruir las bases de la nación tras la caída de Rosas (1852) (signo de un pasado decadente, superado) haciendo tabula rasa de todas las marcas culturales preexistentes. Si en el texto de Donghi se parte de la metáfora del desierto como el banco de pruebas donde se busca crear desde cero una nueva idea de nación, la postura de Gorriti representa el reverso de esta tendencia, ya que muestra la necesidad de relativizar la infalibilidad de este discurso cuando su objeto de estudio cambia hacia una zona que de ninguna manera puede homologarse con la idea del desierto. En otras palabras, La tierra natal busca resistir lo que podría llamarse una desertificación del Noroeste argentino.


Notas


(1). Muchos críticos se han dedicado a narrar los detalles de la vida de Juana Manuela Gorriti. Además de los artículos citados en este ensayo, pueden también consultarse Mary Berg, “Juana Manuela Gorriti,” la colección editada por Cristina Iglesia, El ajuar de la patria: ensayos críticos sobre Juana Manuela Gorriti, o las biografías ficcionalizadas de Marta Mercader, Juana Manuela mucha mujer (1980) o Analía Efron, Juana Gorriti: Una biografía íntima (1998).

 

(2). Se denominaba Grand Tour al viaje por Europa que realizaban los jóvenes varones de la clase alta europea con el fin de educarse en la “alta cultura” occidental: era un ritual de pasaje educativo. Esta costumbre comienza alrededor de la década de 1660 y se continua hasta el siglo XIX, periodo en el que se transforma “en una gira de placer por espacios ya domesticados por el turismo” (Fombona 33). Generalmente, este viaje incluía un itinerario fijo cuyo valor residía en la exposición a la cultura clásica y Renancentista que formaba el gusto y los valores estéticos de la aristocracia europea. Trasladado como práctica de la elite criolla a Latinoamérica, este viaje constituye también una vía de educación, un rito de pasaje del joven a la adultez, pero se le agrega una dimensión ideológica mayor, ya que los jóvenes que emprenden este tipo de viajes serán los futuros líderes de las naciones americanas. La idea de mirar hacia Europa, de formarse en el Viejo Continente para luego trasladar ideas y modelos económicos, políticos o sociales al Nuevo, es una práctica que es, como lo muestra la propia Gorriti, objeto de críticas: se cuestiona la validez o el alcance de esta formación para resolver los problemas locales de Hispanoamérica.

 

(3). Tanto en esta cita como en las extraídas de La tierra natal, respeto la ortografía de los textos originales.

 

(4). En El taller de la escritora, Graciela Batticuore analiza el discurso de Gorriti en el Club Literario de Lima como “programa cultural” que más tarde será objeto de debate en las tertulias y periódicos en los que la escritora participa. Batticuore además ofrece una interesante comparación entre los niños figurados en este discurso y el personaje masculino de la novela de Gorriti Oasis en la vida (1888): Mauricio, quien a pesar de haber sido expulsado muy joven de su hogar y enviado a Europa, conserva el carácter de héroe romántico que anhela con el regreso a su patria (97-99).

 

(5). Para un análisis de la relación de Gorriti con la Generación del ’37, puede consultarse el artículo “Visión marginal de la historia en la narrativa de Juana Manuela Gorriti” de Lucía Guerra Cunningham. Por otro lado, su novela Oasis en la vida (1888) que narra la historia de amor entre un escritor y una mujer trabajadora en medio de una trama donde los cambios económicos e industriales se hacen presentes, es la que más la acerca a la temática moderna de la literatura finisecular (Denegri 382).

 

(6). María Cristina Guiñazú y Claire Martin ofrecen también una sugerente lectura de esta leyenda, a la que interpretan como espejo de la propia historia de la protagonista, quien también se exilia por más de medio siglo en fechas similares a las que el pájaro se ausenta de la zona y cuyo relato de viaje, a diferencia de los más convencionales dentro del género, no especifica ni el lugar de partida ni el de su destino final, acentuando así la experiencia del exilio de la autora y su constante búsqueda por el lugar del origen (98-101).

 

(7). En “Güemes. Recuerdos de la infancia” (1858), Gorriti recuerda el encuentro con este militar en su Horcones natal (estancia de su familia), cuando era una niña. El relato es reiterado posteriormente en su serie “Perfiles” (1892).

 

(8). A comienzos de 1821, en medio de la lucha contra los españoles, la situación política interna de Salta se volvió tensa a causa de diversas razones como el autoritarismo, la ambición de poder o la inexperiencia política de la dirigencia criolla (Bazán 248). Así, la provincia quedó dividida en estos dos sectores.

 

(9). Ángel Rama analiza la gesta y evolución de la figura del gauchipolítico y la poesía gauchesca rioplatense en su trabajo Los Gauchipolíticos rioplatenses (1982).

 

(10). En Private Topographies, Marzena Grzegorcyk realiza una interesante relectura de la función de las ruinas en La tierra natal siguiendo la definición de Walter Benjamin.

 

(11). En Un desierto para la nación, Fermín Rodríguez examina este corpus literario partiendo también del trabajo de Halperín Donghi para repensar los modos en que la metáfora del desierto fue utilizada para configurar política, económica y culturalmente el espacio nacional a lo largo de la historia.

 

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