Escritura femenina, mujer moderna y ciudad en

La Novela Mundial (1926-1928)

 

María Lourdes Casas

Central Connecticut State University

 

Carmen de Burgos, más conocida como "Colombine", y Sara Insúa publicaron dos novelas cortas cada una en La Novela Mundial, colección de novellas divulgadas semanalmente en Madrid entre los años 1926 y 1928. Ambas escritoras, consideradas como ejemplos del feminismo de la época, presentan en sus respectivas novelas diferentes modelos de mujer moderna. En este artículo analizaré cómo la caracterización de los heterogéneos modelos femeninos en estas cuatro novellas va ligada a los espacios urbanos, nacionales o extranjeros, en los que se desenvuelve la trama. La selección de estos espacios responde en ambas autoras a la búsqueda de un efecto de acercamiento o distanciamiento entre los lectores y los modelos presentados en función del dispar mensaje pedagógico que cada una de ellas transmite.

La colección de la que me voy a ocupar, La Novela Mundial está considerada como la última de las grandes colecciones de novela corta que imitaron el revolucionario modelo editorial de literatura de masas inaugurado por Eduardo Zamacois en 1907 con El Cuento Semanal. La Novela Mundial nació y murió en plena Dictadura de Primo de Rivera, aunque su desaparición no tuvo nada que ver con la censura que poco o nada se preocupó por este tipo de publicaciones. González Calleja apunta que frente al duro golpe sufrido por los periódicos durante la Dictadura  se produjo un auge de las revistas dedicadas a la literatura “pura” y un desarrollo de secciones en los periódicos con temas poco comprometidos como artículos de crítica literaria, deportes, el cine, el jazz, los concursos de belleza y la moda (56). Todo ello “para tratar de evadir al lector del aburrimiento por la ausencia del debate político” (56). A la consideración de esta literatura de masas como lectura de escape e inocua desde el punto de vista político, se suma, en el caso de La Novela Mundial, el hecho de que tanto su director, García Mercadal, como el propietario de la Editorial, Luis Montiel, eran de derechas. Finalmente, desde la propia serie, en el texto de presentación aparecido en el primer ejemplar, se quiere dejar claro cuál es su posición frente a la moda erótica o sicalíptica que caracterizaba la época y ciertas colecciones contemporáneas:

Nos acompaña en el intento de nuestra empresa el más amplio criterio literario, sin más limitaciones que las impuestas por el buen gusto. Por esta razón, nuestras páginas estarán siempre cerradas a la pornografía; mas, dentro de una concepción artística, no habrán de asustarnos los atrevimientos que vengan plasmados en formas serenas de la belleza, expresadas sin torpes complacencias (Baroja).

 

Sin embargo, esta declaración de intenciones hay que leerla más como recurso retórico que como estricto programa ideológico, ya que la lista de colaboradores de La Novela Mundial “es plural y no existen asomos de sectarismo en la selección” (Sánchez Álvarez-Insúa 28). No hay que olvidar que el primer tercio del siglo XX es una época de incertidumbres políticas e ideológicas en todos los ámbitos. Así, encontramos autores conservadores que sin embargo van a escribir obras atrevidas. Este es el caso de López de Haro, el segundo autor más publicado en La Novela Mundial. Más sorprendente resulta el ver en la lista de colaboradores, que se incluye en el primer número, los nombres de autores que ya habían sido procesados anteriormente por razones políticas. Entre ellos se encuentran El Caballero Audaz, Artemio Preciso, Vicente Díez de Tejada, Ramón Gómez de la Serna y Joaquín Belda. Los tres primeros no llegaron finalmente a publicar en la colección, pero sí lo hicieron en varias ocasiones tanto Gómez de la Serna como Joaquín Belda.

En general, en el tema de la pornografía fueron estrictos, aunque la carga erótica y sensual es evidente en muchas de ellas. (1) Todo lo cual, sin duda, le garantizó a la colección protección ideológica. A pesar de todas estas prevenciones, una lectura cuidadosa de las novelas de ciertos autores deja ver voces disidentes que transgreden los límites de la ortodoxia moral y religiosa conservadoras.

Esta pluralidad ideológica se ve reflejada también en las dos únicas mujeres que publicaron en La Novela Mundial: Carmen de Burgos publicó las novelas tituladas La misionera de Teotihuacan (5 agosto 1926, n. 21) y El Misericordia (4 agosto 1927, n. 73). Sara Insúa, por su parte, publicó La mujer que defendió su felicidad (12 mayo 1927, n. 61) y La dura verdad (9 agosto 1928, n. 126). Para 1926 Colombine es ya una escritora consolidada, además de crítica y reconocida activista como defensora de los derechos de la mujer; Sara Insúa es una escritora emergente que había publicado un volumen de cuentos, un par de novelas cortas y colaborado en varios periódicos y revistas donde desarrolla un particular concepto de feminismo basado en valores tradicionales. A pesar de que las dos son presentadas en la colección como abanderadas feministas, su apología en las obras publicadas en La Novela Mundial responde a dos visiones ideológicas radicalmente dispares en cuanto a los privilegios y deberes de la mujer española moderna en los años veinte. Distinta es también, en función del mensaje pedagógico particular de cada una, la caracterización de la mujer, la resolución del conflicto personal de las protagonistas y la ubicación de la historia. El único rasgo común entre las cuatro novelas es el hecho de que el personaje principal es una mujer cuyo comportamiento determina la trama y el desenlace.

La trama de la novela de Sara Insúa La mujer que defendió su felicidad comienza cuando al salir de la iglesia los recién casados, una niña se agarra a la pierna del novio identificándolo como su padre. La ya esposa, Eloísa, decide que una hija no debe ser separada de su padre ni de su madre, por lo que determina que tanto la niña como la madre biológica que acompaña a la niña, vayan a vivir con ellos bajo el mismo techo. Todo ello a pesar de la gran conmoción causada y aún a riesgo del ostracismo social al que se exponía Eloísa con esta decisión. Su propósito es que la amante se dé cuenta con el tiempo de que está fuera de lugar, se canse y se vaya, como ocurrirá efectivamente al final de la novela.

Eloísa encarna la mujer sumisa y comprensiva que entiende el error del esposo como una “caída” de la que responsabiliza a la sociedad que ha creado y mantiene la validez de la doble moral masculina. Ella es la esposa legítima y, aunque no biológicamente, madre ejemplar para la hija de su esposo. Es, en definitiva, la perfecta casada que responde perfectamente a los planteamientos morales de la dictadura de Primo de Rivera. Frente a ella, la caracterización de “la otra” (la amante), mujer liberada sexualmente que se deja llevar por el placer y para la cual la maternidad no es sino un error, es fiel reflejo de una mentalidad burguesa y puritana en la que, como menciona Litvak (2), la sexualidad que se desliga del bios creador es considerada malsana y éticamente inaceptable. 

Un planteamiento maniqueísta enfrenta a Eloísa, la esposa legítima, “una santa”, con “la otra”, la amante, una excupletista movida sólo por el interés, y se despliega tanto en la descripción de las dos mujeres como en el desarrollo psicológico de ambas. Eloísa se describe en términos inocentes y virginales frente a Rosario caracterizada como mujer fatal y materialista. Hay además una obvia disfunción entre maternidad biológica e instinto maternal entre ambas, pues Eloísa se comporta como una madre ejemplar mientras que Rosario abandona completamente sus responsabilidades maternas. Eloísa se verá finalmente recompensada con la marcha de Rosario y la aceptación de Eloísa por parte de la niña como su verdadera madre.

La protagonista de la segunda novela de Sara Insúa, La dura verdad, es una mujer que después de siete años de maltrato, se queda viuda y con cuatro hijos a los que apenas puede mantener. Un médico, hombre muy educado y amable, visita la casa, la ayuda y cuida de los niños. Con el tiempo, acaban enamorándose. Sin embargo, no se pueden casar porque él ya está casado, aunque su mujer está encerrada en un manicomio y de allí no saldrá sino muerta. Cuando el hijo se entera de la situación de su madre tras ser rechazado por una joven del lugar debido al deshonor familiar, abandona a su madre y se va a Madrid. Cuando las hijas son mayores y se casan, la protagonista decide abandonar a su amor y recuperar el amor del hijo perdido. Tras varias peripecias sentimentaloides, la madre termina viviendo en Madrid con el hijo, quien la perdona tras comprender lo que hizo, por qué lo hizo y que el amor entre su madre y el médico es puro y no meramente carnal. Ante la tristeza que ve en su madre, decide ir en busca del médico y, finalmente, lo lleva a su casa aceptándolo como padre.

En la primera novela de Colombine, El Misericordia, la historia es simple: un hombre felizmente casado quiere por igual a su esposa y a la amante, y madre de su hijo, cuya existencia desconoce la esposa. La novela parte de un planteamiento similar a La mujer que defendió su felicidad en cuanto a que la trama gira en torno a un matrimonio legítimo y la amante del marido, pero tanto el planteamiento del conflicto como el final difieren tajantemente. Desterrado el enfoque maniqueísta de Sara Insúa, Colombine trata por igual a las dos mujeres: las dos son bellas, sensuales, las dos aman apasionadamente al mismo hombre. Además Pía, la amante, es madre tanto en sentido biológico como en el comportamiento doméstico. Pía defiende su maternidad ante todo, incluso por encima del amor hacia Nicolás, tal y como se desprende de sus palabras cuando Nicolás le propone que le entregue al hijo para cuidarlo junto con su mujer legítima:

-¿y quedarme yo sin mi hijo? ¡Sin mi alegría!, ¡¡Robármelo!!

....

¡Renegando de su madre!

....

¡No! ¡No! ¡Antes prefiero verlo muerto!

...

-No tengo nada que pensar. ¡Mi hijo es mío! ¡Me ha costado muchos dolores, vergüenzas, muchas penas, para que ahora vengas tú, que lo abandonaste, y te lo quieras llevar!

...

-No hay felicidad sin la madre que lo ha tenido en las entrañas (42).

 

Esta idea se hace eco de la defensa que Colombine hizo en sus escritos de la importancia de la maternidad en la mujer independientemente de su estado civil:

A mí me ha ocurrido en ocasiones y aunque soy viuda me he fingido madre soltera para provocar. Por eso que se considere espúrea este tipo de maternidad me irrita. ¿Por qué no ha de ser honrada la madre soltera, lo mismo que todas aquellas casadas que pasean con un orgullo de triunfo y superioridad sus vientres, creyéndose acreedoras por ello, a una mayor consideración? (Memorias: 396).

 

Hacia el final de la novela, Pía acepta ir a París con Nicolás porque:

-[…] Como dicen que París es tan grande que no se conoce la gente de un barrio a otro, en mi barrio yo seré tu mujer (50)

 

a lo que Nicolás, responde “eso me gusta” (50) insinuándose una aceptación de la doble moral masculina. Sin embargo, no deja de ser una simple mención ya que nunca llega a materializarse porque la novela concluye cuando el protagonista masculino es asesinado por el antiguo amante de Pía. Final distante del armonioso cierre de la novela de Insúa. Además, “la otra” no será castigada con la muerte o con el ostracismo social, sino que será el protagonista masculino quien reciba el castigo lo que implica un condena directa y tajante de la doble moral masculina contra la que arremetió Colombine en sus escritos.

La protagonista de La misionera de Teotihuacan, segunda novela de Colombine, es Guadalupe, una monja por imposición materna y no por convicción. Su madre, que dejó su México natal para seguir a su esposo a España, es abandonada por éste al poco tiempo y para evitarle mayores males a su hija decide que se convierta en monja. Tiempo después Guapalupe se ve obligada a huir, junto con otras hermanas, de Madrid a México. Una vez allí descubren que la orden ha desaparecido. Afortunadamente para ella, la familia de su madre sigue viviendo en la ciudad de México y acaba instalándose en la casa de su tía. La obligan a abandonar la vida de monja. Se descubre como mujer y descubre el sentimiento del amor entre hombre y mujer. Dos hombres la desean, su primo y un viejo coronel. El primo acaba matando al coronel lo que hace que Guadalupe decida aislarse en el desierto de Teotihuacan donde con el tiempo pasa a ser conocida como la misionera.

A lo largo del desarrollo psicológico del personaje sutilmente Colombine demuestra la debilidad e impostura en la vocación de la protagonista y cómo, además, es una forma de existencia inválida para sobrevivir en la vida moderna. El planteamiento no dejaba de ser arriesgado en estos momentos en España teniendo en cuenta, como afirma González Calleja, que “Primo de Rivera se opuso al laicismo y a la libertad de cultos, y potenció la “tutela moral” de la Iglesia católica sobre el conjunto de la sociedad” (Calleja: 98).

Hasta ahora, las obras de Insúa y las de Colombine tienen como único elemento común una mujer protagonista que por cuestiones relacionadas con su vida amorosa toma decisiones que la convierten en una proscrita. El hecho de tomar las riendas de su vida en contra de las convenciones sociales, hace que tengan también una fortaleza inusual en el tipo de mujeres presentes en esta literatura de masas. Sin embargo, aquí terminan las similitudes. En el caso de Insúa hay un tratamiento maniqueísta que enfrenta a la esposa legítima y a la amante; mientras que ésta es frívola, sexual y viciosa, aquella es el ángel del hogar dulce y pacífica. Colombine, sin embargo, no contrapone a la esposa con la amante pues ambas son hermosas, pasionales y sensuales. Por otra parte, los desenlaces de estas obras son diferentes. Insúa privilegia los finales donde se restablece el orden familiar. Colombine, en cambio, se centra en presentar finales heterodoxos donde las protagonistas aunque no terminen en el seno de una familia, no son castigas y pueden formar destinos individuales. Habría que preguntarse en este punto cómo es posible que en una colección de ideología conservadora haya finales tan poco convenientes para el status quo. En este contexto me gustaría señalar que es la elección del espacio lo que explica esta gama ideológica de finales.

Ambas escritoras ubican la trama y a sus protagonistas en marcos urbanos. En todos los casos se trata de ciudades grandes e importantes, con la excepción de una sección  que se desarrolla en una ciudad de provincias. Sara Insúa sitúa la acción de La mujer que defendió su felicidad en Madrid y la de La dura verdad si bien comienza en una ciudad de provincias termina también en Madrid. Colombine traslada la acción de El Misericordia y de La misionera a Nápoles y México respectivamente. Aquí llegamos, en mi opinión, a una de las diferencias más significativas entre ambas autoras ya que la primera se decide por espacios urbanos nacionales mientras Colombine opta por metrópolis extranjeras. Esto no es anecdótico, pues la predilección de estas escritoras por urbes autóctonas y foráneas, está estrechamente ligada a la caracterización de las protagonistas, los desenlaces y, en última estancia, al mensaje pedagógico.

Decidirse por lo autóctono, ya sea Madrid o una capital de provincias, implica presentar un espacio urbano común y corriente, familiar al lector. Los lectores de estas novelas, hombres y mujeres de la clase media son contemporáneos a los personajes de estas narraciones y, por lo tanto, viven en las mismas ciudades o al menos pueden evocarlas dentro del ámbito de su imaginación como posibles y verosímiles. Uno de los efectos de esta familiaridad es facilitar la identificación entre ficción evocada y realidad práctica. En este espacio conocido se insertan los finales armónicos explorados por Insúa que corrigen la causa que ha llevado a las protagonistas al ostracismo social. Esta es una técnica frecuente en este tipo de narraciones que como dice Sarlo “parecen tentadas a postular un horizonte de felicidad que integre la transgresión y la aceptación de la norma, proponiendo una solución imaginaria, que los desenlaces no confirman” (159). En las dos novelas de Sara Insúa las protagonistas precisamente transgreden la norma y viven una solución imaginaria de convivencia o cohabitación que es desmontada, sin embargo, por un desenlace armónico según los patrones conservadores. En estas dos novelas los modelos presentados están muy apegados a la tradición ya que lo que se defiende es un modelo de mujer que por encima de todo sea madre y esposa ejemplar, y que se erige como pilar de la familia. En otras palabras la mujer se adapta a la figura tradicional del modelo decimonónico del ángel del hogar frente a una “nueva Eva”, la mujer moderna.

En La mujer que defendió su felicidad Madrid no aparece explícitamente hasta la página 40. Sin embargo el lector identifica rápidamente la ciudad por la mención de instituciones propiamente madrileñas. Así, los protagonistas se conocieron cuando “ella iba a la Moncloa con la institutriz y él a la Escuela de Agricultura” (12). Pese a ello, la descripción de Madrid es más bien una descripción de interiores: la iglesia en las primeras páginas y diferentes habitaciones de la casa de los recién casados. En contraste con esta visión interior, El Madrid de La dura verdad, si bien no es descrito en profundidad, sí es más específico, pues conviven descripciones de barrios populares y elegantes:  

La calle de Toledo, con sus tiendas de aspecto provinciano empavesadas de tiendas de telas gayas y policromas, con sus puestos de baratijas multiformes, con sus pregones heterogéneos, con su rumor continuo de río humano y con su movimiento constante de mercado o de feria, tenía el encanto y la simpatía de lo ingenuo” (33).

 

También fue al teatro y paseó en coche por la Castellana y el Retiro (44).

 

Se destaca un Madrid provinciano en el que el proceso de modernización no se ha completado. Es interesante que el Madrid en el que se mueven los personajes sea un Madrid provinciano pero humanizado por su autenticidad simpática y genuina. Es cierto que en él hay destellos de ciudad burguesa, pero la descripción de Insúa margina el Madrid “moderno” de clubes, dancing y de vida nocturna que con frecuencia ocupa las páginas de este tipo de publicaciones semanales. Se destaca un Madrid provinciano, pero no en sentido negativo sino en cuanto a su “encanto” e “ingenuidad”.

Esta caracterización de Madrid se contrapone en cierto modo a la de Orzaneda, simbólica capital de provincias en la que se desarrolla la primera parte de la obra. Esta sociedad de provincias es a la vez “muy antigua y muy moderna:”

Orzaneda la gentil, la ciudad sonriente que se desliza sobre una lengua de tierra dentro del mar como una sirena ondulosa y brillante, resplandecía entera, bajo un sol benigno esponjándose con su caricia, muy apreciado por ser pocas veces sentida.[…]

Al fin, la ciudad, “muy antigua y muy moderna” –como un poema de Rubén Darío-, que tiene en su interior calles vetustas y anchas y rectas avenidas de asfalto, desapareció (14-15).

 

Sin embargo, el carácter arquitectónico de esta simbiosis entre lo moderno y lo antiguo no se extiende a la costumbre social de sus habitantes, pues es la pacatería retrógada de su población la que generará el conflicto al rechazar al hijo de la protagonista por la “irregular” situación en la que vive la madre. Hay una segunda descripción de Orzaneda, más detallada y que contrasta radicalmente con la descripción de la calle Toledo recogida más arriba:

El barrio viejo, con sus calles angostas y enlosadas y bordadas de musgo, en las que se encontraba de vez en cuando, bajo una galería, la portada monumental de un palacete. El puerto, cerrado y quieto como un lago enorme. Los jardines umbrosos que emanan ese perfume penetrante y único de las flores que nacen cerca del mar. La playa, estrecha e irregular, flanqueada por dos recios rompeolas, pero desde cuya orilla la belleza del Océano parecía grandiosa, emocionante.

 Luego los paseos al anochecer en la calle Larga y en la avenida central del Parque. Esos paseos de provincia que tienen ese atractivo de lo típico para el forastero de espíritu amplio.

Después, los tés danzantes –cosmopolitas- en la terraza del Club Náutico. (17)

 

Frente al encanto y a la autenticidad castiza de la calle madrileña, Orzaneda destila a la vez, decrepitud, monumentalidad, grandiosidad, y un cosmopolitismo superficial en una terraza. No es por ello sorprendente que los protagonistas para llegar al desenlace conciliador y conservador tengan que salir de una ciudad anclada en el pasado y maquillada de modernidad en la que de ninguna manera sería aceptada la solución de cohabitación propuesta.

Frente a las urbes locales, Colombine prefiere ambientes foráneos y ubica a sus protagonistas en México y Nápoles, ciudades exóticas y desconocidas para la inmensa mayoría de la masa lectora de estas novelas. Este desconocimiento exige dedicar más espacio a las descripciones de estas ciudades. Mientras que Madrid y Orzaneda son apenas evocadas la descripción de México y Nápoles explotan la capacidad imaginativa de la construcción urbana: la pintura de calles, barrios, e incluso locales no sólo incluye matices físicos sino también aspectos culturales como fiestas populares y de costumbres. En la Misionera México capital se describe a través de los ojos ingenuos de la protagonista:

Fue un contraste la llegada a  la gran capital, tan europea en su aspecto, con la América que se había anunciado en el camino.

Les sorprendía México con los grandes paseos, las anchas plazas, las estatuas, el comercio elegante y los miles de automóviles que rondaban por sus anchurosas calles. Acudía a sus labios la comparación de siempre ante toda ciudad moderna y grandiosa:

-Es un pequeño París (20-21).

 

México capital se presenta como la culminación de un viaje terrestre por México desde la costa hacia el interior. El viaje de la protagonista por pueblos de México antes de la llegada a la capital le sorprende por la pobreza, que rehúye todo tipismo superficial. Sin embargo, es el estereotipo civilizador el que delimita claramente la experiencia imaginativa urbana de la capital mexicana, que destaca por su amplitud, elegancia y modernidad de la gran ciudad. En la equiparación con París establecida por Colombine,  puede leerse algo más que lo meramente físico. París es el modelo de modernidad tanto en la estructura de la ciudad como en el ámbito intelectual y político. Hay que señalar, sin embargo, que la equiparación de México con la ciudad francesa, sirve a la vez, para criticar el retraso de Madrid, marcado por el abigarramiento popularizante.

Nápoles, otra ciudad históricamente relacionada con la historia imperial española es el trasfondo de la segunda novela de la Colombine, El Misericordia. Nápoles comparte en ciertos aspectos la heterogeneidad madrileña con sus genuinas fiestas populares, pero carece de visos de modernidad en su configuración urbana y en sus costumbres. Ello se traduce en que los protagonistas contemplen que la única posibilidad de mantener su relación extramatrimonial sea huir a París, metonimia real de la modernidad urbana.

La elección de lugares alejados del universo conocido por los lectores, unido a que los personajes son italianos en una y mexicanos en otra, y que los finales no son felices desde una ideología conservadora (muerte en vida de la protagonista de La misionera; muerte física del protagonista masculino y en consecuencia soledad tanto de la esposa como de la amante), son ingredientes suficientes para garantizar el extrañamiento entre el lector y los modelos presentados. Pía y Guadalupe, son mujeres muy diferentes a las presentadas por Sara Insúa, pues ni son autóctonas ni encajan en el modelo de madre y esposa ideal perfecta, ni son el “ángel del hogar”. Sin embargo, Colombine no condena a estas mujeres sino que las presenta como víctimas de la sociedad. En el caso de Pía ésta se ve obligada a aceptar la doble moral masculina si quiere seguir con su amante, puesto que éste no va a abandonar a su esposa legítima. También aborda el espinoso tema de la mala educación de las jóvenes, especialmente representada por la educación religiosa en el caso de Guadalupe, que no prepara a las jóvenes para la vida moderna. En ambas obras Colombine lanza mensajes que contradicen los principios conservadores de la colección en lo que atañe a las libertades y derechos de la mujer española en el primer tercio del siglo XX. Sin embargo, esta ideología progresista se consigue extrañando voluntariamente la identidad femenina e impidiendo la identificación de la problemática femenina con los lectores. A la vez, el exotismo extraño funciona como vehículo para proteger la integridad del mensaje por medio de un énfasis en el carácter fantástico y antimimético de las protagonistas que, en el fondo, remite a la imposibilidad modernizadora de España.

La elección de las ciudades que sirven como marco geográfico en estas cuatro novelas está íntimamente ligada a la caracterización de las protagonistas femeninas y a los desenlaces con el propósito de acercar o alejar los modelos presentados a los lectores de acuerdo al mensaje pedagógico que cada autora quiere difundir. Madrid, la españolidad de los personajes y los desenlaces felices facilitan la identificación y aceptación del prototipo propuesto conservador en el caso de Insúa. El exotismo de Nápoles y México, con sus personajes foráneos, sus finales poco ortodoxos y amargos, alejan al lector de los tipos presentados y les abren las puertas para enjuiciarlos críticamente, proponiendo una lectura indirecta sobre los limites de la modernidad española.

En definitiva, la identidad femenina y la construcción urbana que presentan estas novelas de Sara Insúa y Colombine ofrecen patrones y mensajes dispares que se corresponden con una heterogénea e irregular modernidad en la España de comienzos del siglo XX. Mientras que Insúa examina los límites de la vida doméstica dentro de unos parámetros conservadores, la Colombine explota otras posibilidades más progresistas pero irremediablemente extrañadas del ambiente español contemporáneo.

Notas

(1) En los casos en los que el nombre del autor publicado pudiera dar lugar a recelos la dirección introduce en la presentación del autor que precede la novela unas líneas exculpatorias. Así ocurre, por ejemplo, con un escritor como Joaquín Belda de quien se dice que tras unos escarceos de juventud con el erotismo, se ha decantado ahora por el humor.

 

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