Si yo
fuera Pedro Infante o el (melo)drama de una masculinidad perdida
University of San Diego
Porque nosotros seremos pobres pero
precisamente por eso debemos vivir como gente decente.
Pedro Infante en Pepe el Toro
En 1989, el escritor venezolano Eduardo Liendo publica su novela Si yo fuera Pedro Infante con la cual
obtiene el premio del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC) en 1990. A pesar
del poco interés que suscita la literatura venezolana en su país de origen,
este libro tuvo un reconocimiento bastante considerable por parte de los
lectores, así que fue reeditado por Monte Ávila Editores en 1999. (1) Este
artículo explora la representación del personaje de Pedro Infante en la novela
y explora la influencia que el actor y cantante ejerció a nivel social,
cultural y político en Venezuela.
La narrativa de Liendo, en líneas generales, gira en torno al oficio del
escritor y a la manera en que éste puede atraer al lector mediante la
apropiación de otros discursos como el musical, el político, el televisivo y el
deportivo. El autor parte de una reflexión metaficcional en la que los
narradores cuestionan la construcción de su propio relato. Asimismo, una gran
mayoría de sus personajes exploran el desdoblamiento del sujeto como vía de escape
de la existencia cotidiana, pero también como una manera de llegar al
conocimiento de sí mismos mediante el encuentro con el otro. La mayor parte de
sus novelas contiene una fuerte crítica política que trasciende las fronteras
geográficas venezolanas.
Uno de los temas recurrentes en Liendo es el fracaso de las revoluciones
en América Latina y las consecuencias que tuvieron para los sujetos que
participaron en ellas. Los Topos (1975),
por ejemplo, al tiempo que relata los sucesos más importantes de la época,
cuenta cómo los presos políticos venezolanos de la década de los 60
construyeron túneles para escapar de la prisión. En su última novela, El round del olvido (2002), tres
personajes cuyas vidas se cruzan reflexionan acerca de las contradicciones que existen
entre los ideales revolucionarios en Venezuela y el fracaso de su puesta en
práctica. (2)
Si yo fuera reconstruye la vida del famoso
actor y cantante mexicano Pedro Infante a partir de la influencia que sus
películas y canciones tuvieron en América Latina y en Venezuela en particular. (3) El autor indaga la importancia de
la música ranchera y del cine de charros como productos culturales que por una
parte, sirven para reforzar actitudes y valores nacionalistas en el México
postrevolucionario relacionados con los roles de géneros y la clase social.
Pero por otra parte, esos mismos valores trascienden las fronteras nacionales e
influencian a todo el continente latinoamericano, contribuyendo así a
fortalecer las estructuras patriarcales, al tiempo que promueven un falso
orgullo de clase basado en el conformismo y la obligada aceptación de la
realidad social.
La trama de la novela está narrada en primera persona por su
protagonista, Perucho Contreras, quien, por una noche, se convierte en Pedro
Infante y hace un recuento de su vida pasada en la que los hechos son
transformados a partir de su nueva identidad. Paralelamente a su propia
historia, Perucho narra la vida de Infante como si fuera el propio actor. Sin
embargo, esto forma parte del desdoblamiento del personaje de Perucho y de su
actuación, por lo que al lector le queda claro desde el principio que quien
narra los acontecimientos es Perucho Contreras. Pedro Infante es sólo uno de
los roles que Perucho interpreta en su teatro imaginario.
Si yo fuera incorpora canciones del repertorio
de Infante, así como escenas y personajes de las películas que el actor y
cantante protagonizó. Tanto las películas como las canciones rancheras, sirven
para establecer un contraste entre el pasado rural idealizado que en ellas se
construye y la experiencia presente del narrador en una ciudad moderna que por
momentos, le resulta inhóspita y extraña. En este sentido, vale la pena traer a
colación la definición de postmemoria de Marianne Hirsch, la cual, aunque se
conecta directamente con las vivencias de las víctimas del Holocausto, también
puede aplicarse a los discursos populistas en América Latina. Para Hirsch la
postmemoria caracteriza la experiencia de aquellos quienes crecieron bajo la
influencia de narrativas que anteceden a su nacimiento, cuyas propias historias
son sustituidas por las de la generación anterior. Estas se encuentran marcadas
por hechos traumáticos que no pueden ser comprendidos ni tampoco recreados
(Hirsch 22).
Las narrativas que preceden y dominan la experiencia de segundas y
terceras generaciones pueden percibirse en las políticas postrevolucionarias en
México y en la idealización del pasado revolucionario, así como en el uso del
cine como instrumento de concientización nacional. Pero también la influencia
de la revolución cubana, el sandinismo y la guerrilla urbana caraqueña de los
años 60 son hechos que marcaron la historia venezolana y que sentaron un marco
a partir del que se define el concepto de democracia. La novela de Liendo
contiene saltos temporales y espaciales que generan una reflexión acerca de la
historia y la política tanto en Venezuela como en América Latina a partir de su
conexión con la cultura popular y la memoria colectiva.
Por otra parte, el autor modifica mecanismos narrativos que replantean
la función de personajes como Infante en el mundo contemporáneo. Liendo subraya
la crisis de los valores tradicionales patriarcales mediante la alusión a una
masculinidad perdida –la de Perucho- que es, a todas luces, irrecuperable. Y es
allí donde radica la tragedia del protagonista, en el hecho de que en su vida
sentimental la que lleva las riendas de la relación es su novia Fabiola, a
quien él compara con Pedro Infante por su arrojo: “Ella siempre está dispuesta
a recorrer la vida con un morral a la espalda. Le gusta arriesgar, adivinar y
jugar con los imprevistos” (Liendo 46). Por consiguiente, Perucho se vale del
discurso de la novela para inventarse un rol que reivindique su masculinidad
aunque sea de manera ficticia y que lo sitúe en una posición de superioridad
frente a Fabiola. Perucho quiere ser como Pedro Infante, quien siempre ejerció
un dominio sobre los personajes femeninos de sus películas.
No obstante, el drama de Perucho también constituye una metáfora de la
crisis histórica que tuvo lugar en América Latina a partir del triunfo de la
Revolución cubana. De ahí que critique las ideologías “revolucionarias” de los
distintos gobiernos latinoamericanos y las compare con las ideas de justicia
social que se desarrollan en las canciones y películas rancheras de Infante. El
personaje plantea que la política de los caudillos latinoamericanos desde los
tiempos de la independencia se construye en base a una idea que dista completamente
de la realidad social. Así, la heroicidad de los caudillos y sus hazañas son
puestas en entredicho en Si yo fuera al proponer que los distintos
roles que interpreta Pedro Infante lo convierten en un ser mucho más cercano y
tangible para los espectadores que cualquier político. Infante representó una
esperanza de ascenso para la clase trabajadora, ya que su imagen artística se
construyó en base de una posibilidad de superación para sus miembros. Como
afirma el personaje de Perucho: “La verdad es que yo por Pedro sí me cambiaría,
porque él es uno de nosotros, un tipo que salió de abajo y empezó a crecer, a
crecer, hasta convertirse en el ídolo de todos” (5).
De esta manera, Si
yo fuera constituye
un texto en el que no solamente se le rinde homenaje al ídolo popular, sino que
también se examina la manera en que sus actuaciones determinaron
comportamientos, maneras de vestir, hablar y pensar de miles de hombres y
mujeres en América Latina. Igualmente, la identificación entre Infante y su
público da cuenta de la influencia que tuvieron sus personajes en la clase
trabajadora. Sergio De La Mora explica cómo su origen humilde contribuyó en
gran medida a definir la autenticidad con la que interpretó personajes
pertenecientes a la clase trabajadora, en su mayoría emigrantes del Norte de
México y quienes, a pesar de su simpatía, representaban el sufrimiento
colectivo de quienes luchaban por tener una vida mejor. Al mismo tiempo, la
similitud entre el Pedro fuera de la pantalla y el Pedro actor logró una mayor
identificación entre él y su público (77). Dicha relación se demuestra en la
novela de Liendo mediante la dualidad Perucho/Pedro, así como a través de los
distintos niveles de metaficción en los cuales Perucho también se transforma en
varios personajes de las películas de Infante.
Por otro lado, Infante representa la importancia del machismo como
alegoría del poder del Estado durante el período postrevolucionario. De ahí que
De La Mora sostenga que el cine es un componente fundamental en la
institucionalización de los gobiernos postrevolucionarios mexicanos, a partir
de la construcción de significados relacionados con la supremacía de lo
masculino como ideología política y cultural (7). Dentro de esta dinámica entre
el cine y el Estado entran en juego otros factores que se relacionan con la
llamada “época de oro” del cine mexicano, en la que este medio disfrutó de una
popularidad nacional e internacional sólo comparable con el cine de Hollywood.
Joanne Hershfield expone que durante este período de tiempo se consolidó una
generación de nuevos productores y directores noveles que, aparte de tener
conocimientos sobre cine, también eran hombres de negocios que supieron sacar
el mejor provecho de sus creaciones logrando distribuirlas por toda América
Latina, España y los Estados Unidos. También se crearon nuevos géneros como el
cine de charros “que combinaba una escenografía de tipo rural con canciones
populares, romance, arquetipos cómicos y un final feliz” (Hershfield 35 La traducción es mía) y en el que el
personaje principal, el charro, se convierte en un héroe que lucha por la justicia
social.
Asimismo, la canción ranchera creó un repertorio musical relacionado
principalmente con una visión idealizada del México rural y de la Revolución
mexicana, por lo que el pasado es reconstruido a partir de posibilidades y no
de recuerdos. Este género musical penetra las raíces campesinas para encontrar
y representar la esencia “nacional” mexicana y así se convierte en un género
musical de carácter social. Además, representa intereses económicos, políticos
y sociales de un colectivo determinado –el campesinado del Norte de México- a
partir del uso de referentes –personajes, lugares, acciones- que son
perfectamente identificables por los miembros de ese colectivo –el hacendado o
ranchero, los campesinos.
Al mismo tiempo, la canción ranchera hace referencia a la posibilidad de
una Revolución que sólo ocurre en las canciones y en los filmes y en la cual el
“charro,” símbolo del pueblo mexicano, despoja al hacendado de una tierra que
no le pertenece, salvando así a sus compatriotas –y a alguna bella mujer
víctima de la maldad del hacendado- de la explotación y de la pobreza. Así
pues, tanto la canción ranchera como los filmes musicales de charros siguen la
tradición del melodrama clásico y además promueven valores morales y sociales
relacionados con los papeles tradicionales de géneros en la sociedad. No
obstante y a pesar de que las canciones rancheras le ofrecen al público un
sentido de justicia social ficticio, Mark Pedelty considera que estas también
encarnan todas las contradicciones propias de la Revolución mexicana, porque no
proponen cambios radicales y permanentes, sino más bien una reforma en la que
el hacendado malo es reemplazado por uno bueno -el charro- (232). En otras palabras, este tipo de
productos culturales disfrazan el continuismo político de los gobiernos
latinoamericanos bajo una falsa propuesta de cambio radical.
La canción ranchera entonces construye un discurso ideológico cuyas
implicaciones subrayan el carácter conservador de los gobiernos
postrevolucionarios en México. Además, establece patrones de conducta moral y
social y también define los roles de los sujetos que en ella se representan en
los términos filosóficos y religiosos del bien y el mal. Por tanto, el rol que
juegan la canción ranchera y las películas de Pedro Infante en el imaginario
popular mexicano de los años 40 y 50 resultan claves para comprender las
reflexiones que Liendo hace en Si yo
fuera sobre la relación entre cultura popular, política y sociedad en
América Latina cuarenta años después.
Así pues, influenciado por esta tradición musical y fílmica de charros y
rancheras, el personaje de Perucho Contreras decide dar rienda suelta a su
imaginación y usurpar la identidad de Pedro Infante. Perucho reinventa la vida
del actor y cantante popular desde su propia experiencia, así como desde la
influencia que Infante tuvo en la vida de sus amigos y conocidos. El narrador
va recordando anécdotas de su vida y las va alternando con una biografía
–reinventada- de Pedro Infante, en la que destaca todas aquellas características
del ídolo que le resultan admirables y que, lamentablemente para él, no forman
parte de su personalidad. Perucho se pone en el lugar de Infante y comienza
diciendo que si él fuera Pedro Infante “tendría otra historia y vería la vida
con ojos de Milamores y estaría muy orgulloso de mi buena estrella;” y más
adelante agrega “Siempre quise ser alguien” (6) con lo cual expresa un deseo
propio pero lo hace desde otro lugar de enunciación y convertido en un sujeto
distinto. Pedro es el portavoz de las aspiraciones
y sueños de Perucho, los que manifiesta sin ningún tipo de inhibiciones. El personaje
hace énfasis en el hecho de que la vida del ídolo fue como un sueño hecho
realidad para muchos, incluyéndose él mismo.
La imaginación de Perucho se activa en un momento en el que se siente
completamente débil y desamparado puesto que tiene un brazo roto y su novia,
Fabiola se encuentra visitando a su familia en Chile. Estos sentimientos lo
llevan a avergonzarse de sí mismo y a preguntarse: “¿Qué pensaría Pedro Infante
si me viera en esta situación tan lamentable?” (1). Es entonces cuando recurre
a su memoria y, a la vez que recuerda momentos significativos de su infancia y
adolescencia –su primer amor, su iniciación sexual, sus amigos-, Perucho
describe cómo estos estuvieron marcados tanto por las películas que protagonizó
Infante como por las canciones que el ídolo difundió por toda la América
Latina. Asimismo, convertirse en Pedro Infante le permite también afrontar
imaginariamente diversas situaciones, como por ejemplo, la de la alarma de un
carro que no lo deja dormir: “…un hombre macho bajaría ahora con una lata de
gasolina y le prendería fuego a ese monstruo con ruedas. Eso haría yo si fuera
Pedro Infante y, seguramente, todos los habitantes se asomarían a los balcones
para aplaudirme, gritarían vivas y hurras, y yo para hacerles olvidar la mala
noche les cantaría Las mañanitas…”
(3).
El machismo de Perucho, reprimido por su personalidad y por la presencia
de Fabiola, se construye a partir del espectáculo, de la apariencia y del
disfraz, es decir, a partir de la personificación de Pedro Infante. Pero, en la
medida en que Perucho se transforma en todo un macho, su discurso va
produciendo fisuras que cuestionan el machismo y la masculinidad porque estos se
sostienen a partir de una ilusión. El personaje explica que estos pensamientos
le vienen a la mente porque él no ha sabido nada de Fabiola y está preocupado
por ella, así que expone su debilidad por ella, cosa que lo convierte en el
opuesto de Infante. En el caso de este último, son las mujeres las que lo
necesitan y no pueden estar sin él. Perucho en cambio, alega que es Fabiola la
que “mantiene la alegría de la pareja” (39) por lo que al convertirse en Pedro
Infante, es él quien asume el control de la relación y además se siente capaz
de proteger y defender a su novia.
La valentía y la capacidad de seducción, son las características que
definen la conducta que se conoce como “machismo”. Curiosamente, dichas
características también forman parte de la personalidad de los caudillos
latinoamericanos del siglo XIX, de acuerdo al estudio de esta figura que hacen los
investigadores Eric Wolf y Edgard C. Hansen: “la afirmación de la masculinidad
a nivel social constituye lo que se conoce como machismo. De esta forma, la masculinidad se demuestra de dos
maneras: mediante el dominio del sexo opuesto y a través de una predisposición
hacia el uso de la violencia” (en Hamill 64 La
traducción es mía). Ambas capacidades están intrínsecamente relacionadas
puesto que al establecer su dominio sobre las mujeres, el caudillo elimina toda
competencia sexual mediante el uso de la violencia, a la vez que implanta un
orden y una jerarquía social en la que él se convierte en el líder y todos los
otros en sus seguidores.
Es así como Perucho, al convertirse en Pedro Infante, se convierte
también en un líder y deja de ser una figura anónima. Asimismo, Perucho establece
un concepto de “machismo productivo” mediante el cual el “comandante Perucho
Contreras” se convierte en un revolucionario y en un “azote de las estructuras”
adorado por la “plebe” y venerado como el mismo Cid Campeador (47-8). Este
personaje se dedica a hacer cumplir la justicia mediante el ejercicio de la
violencia: “Sí, vámonos otra vez con Adelita, ra-ta-ta-ta, ra-ta-ta, para hacer
una revolución quimérica…” (47). Mientras hace la revolución, le canta a su
pueblo para hacerle olvidar las penas. La combinación del sonido de las balas
–“ra-ta-ta-ta”- con el corrido mexicano “La Adelita,” convierte a Perucho/Pedro
en una mezcla de charro y caudillo. A la vez, plantea el hecho de que ambos no
sólo poseen personalidades similares y luchan por hacer justicia, sino que
además Perucho es una caricatura de Pedro Infante que tiene por objetivo
divertir a sus espectadores a partir de la parodia del ídolo.
La idea de un “machismo productivo” o positivo ha sido explorada por De
La Mora, quien afirma que la imagen artística de Pedro Infante despliega un
machismo positivo que dista considerablemente del estereotipo del criollo
agresivo y arrogante de clase media-alta, así como de las características que
la sociedad ha atribuido a los hombres de las clases populares como la afición
a la bebida, la promiscuidad y la irresponsabilidad. Los personajes que
interpreta Infante son bondadosos, humildes, imperfectos, no son violentos y
expresan sus emociones sin ningún tipo de
inhibiciones (80). Por tanto, Pedro Infante representa un machismo
positivo o productivo porque aunque establece una continuidad con la tradición
patriarcal, replantea las características del macho dominante y violento. Sus
personajes pueden expresar sus debilidades sin ningún temor a ser criticados o
tildados de afeminados aunque existen limitaciones sociales y de género en
cuanto a la manera de hacerlo. Por lo general, los personajes de Infante
manifiestan tristeza, alegría o rabia a través de las canciones, ya que estas
son un medio socialmente aceptado para los hombres de canalizar sus emociones y
de mostrar sus sentimientos.
Una de las primeras reflexiones que Perucho hace al transformarse en
Pedro Infante es acerca del valor de los nacionalismos, ya que él debe dejar de
ser venezolano para convertirse en un actor y cantante mexicano. Así pues, el
narrador se imagina llamando a su madre y explicándole que ahora él es Pedro Infante:
“Y por lo del patriotismo no debes preocuparte ¿por qué tenemos que mantener
esos sectarismos nacionalistas? Te aseguro que ser mexicano es igual a ser de
cualquier otra parte, el único detalle es tener el convencimiento de que México
es la gloria del universo” (42). En consecuencia, Perucho cuestiona la puesta
en escena de lo nacional que tiene lugar en las películas de Infante al enunciar
que tanto el ídolo como su música, independientemente de su lugar de origen,
lograron derribar las barreras temporales y geográficas que separan a las
naciones y hacerse oír internacionalmente.
De esta manera, la figura de Pedro Infante, al traspasar naciones,
cuestiona también la utopía bolivariana de la América Unida, al establecer como
punto de unión productos culturales de consumo como el cine y la música y no
los valores patrios tradicionales de libertad, igualdad y fraternidad. Si
comparamos a Infante con los caudillos del siglo XX –como Rafael Trujillo,
quien gobernó la República Dominicana entre 1930 y 1961- podemos constatar cómo
estos últimos, igual que el primero, recurren al folclor y a la cultura popular
para lograr un dominio total sobre la población. Estos elementos también se
encuentran presentes en los filmes que protagoniza Infante. Símbolo mexicano
por excelencia, Infante logró ser aceptado internacionalmente porque promovió
valores comunes relacionados con las jerarquías sociales y sexuales. La
familia, la solidaridad entre amigos y vecinos, la música popular y los giros
del lenguaje cotidiano son algunos de los elementos que vemos reflejados en el
cine de charros. Pero además, la mujer se convierte en metáfora de la nación,
por lo que la autoridad masculina no se ejerce sólo en el espacio privado del
hogar sino también en el público. Los personajes que interpreta Infante son
héroes colectivos que velan por los derechos e intereses de sus conciudadanos.
Y aquí radica la diferencia fundamental entre Pedro Infante y Perucho
Contreras. El primero es una figura pública mientras que el segundo quisiera serlo,
pero termina por plegarse al espacio privado desde donde construye sus
ficciones heroicas.
Así pues, Perucho deja en claro que su vida y su manera de concebir la
justicia social y la igualdad han sido influenciadas principalmente por el
cantante y actor mexicano y no por las teorías socialistas y marxistas, las
cuales adquirieron popularidad en América Latina a partir de la Revolución
cubana: “yo no soy hijo renegado del barbudo Marx ni del intrépido Lenin, sino
del simpático charro Pedro Infante” (2). Este aspecto señala, en primer lugar,
el valor de la cultura popular y de los ídolos del cine y la canción en América
Latina, así como la identificación colectiva del público con ellos/as. Y en
segundo lugar, al concebir a Infante como padre, es decir, como la figura
determinante en la formación de Perucho, el narrador alude a la tradición
patriarcal en la que la figura paterna es la que determina las relaciones de
poder (padre-hijo, gobernante-subordinados), tanto en el núcleo familiar como
en el espacio social y político. A través del simpático charro Infante, Perucho
repasa en su mente las posibilidades estratégicas de una revolución social que
parodia la puesta en práctica de las teorías marxistas y leninistas en América.
Perucho alude al mito del héroe incansable e invencible que al mismo tiempo no
puede mostrar signos de debilidad ni dejarse doblegar por ninguna circunstancia.
Pero por otra parte, Perucho también señala que Pedro Infante ha ejercido una
influencia mayor que la de cualquier político puesto que su figura constituye
un modelo de masculinidad que ha sido imitado por muchos. Además, el personaje
se burla de las teorías marxistas y socialistas al considerarlas una “moda,” a
las que la mayoría se refiere pero sin saber exactamente lo que estas
significan.
De esta manera, el mundo rural de la canción ranchera y de los filmes de
charros es descontextualizado, puesto que Perucho narra su historia desde la
ciudad de Caracas a finales de los años 80. Perucho, al desdoblarse en Pedro
Infante, busca ser reconocido, no por el público sino por sí mismo porque él es
el único que puede justificar su propia existencia. Esta, como mencioné
anteriormente, consiste en la conciencia de una masculinidad perdida que
intenta recuperarse a partir de la transformación del personaje en Pedro
Infante, así como en su revolución imaginaria. Es por esta razón que De La Mora
afirma que el discurso sobre la revolución implica que para los hombres la Revolución
representa una oportunidad de recuperar su hombría (5).
La memoria de Perucho ha sido marcada por los ritos populares de otro
tiempo y es eso lo que le permite recordar vivencias históricas, sociales, y
políticas. Así como en México los gobiernos se valieron del imaginario de la
revolución para sus políticas homogeneizadoras de formación de una nación y una
identidad mexicanas, en Venezuela también los partidos democráticos que
surgieron después de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez se valieron de
estrategias populistas para atraer a las masas (comidas, música, bailes), a la
vez que condenaban la dictadura y señalaban un nuevo comienzo para el país.
Pero irónicamente, Perucho recuerda la época de dictadura con nostalgia a
través de sus idas al cine con los amigos, las peleas de boxeo, el béisbol y
los concursos de belleza. Para él es como si durante esos años la política no
hubiera existido. Una vez finalizada la dictadura y en los comienzos
incipientes de la democracia, es cuando se inician para él los “miedos” que
sobrevienen con los grandes cambios.
Para Perucho la dictadura y la democracia no son tan diferentes en
cuanto al despliegue de autoritarismo y a la represión. La represión durante la
dictadura es transparente: si alguien está en contra del sistema es apresado,
torturado o fusilado a la vista de todos. En cambio, los nuevos gobiernos
utilizan mecanismos más sutiles para ejercer la represión, con el supuesto
objeto de mantener el orden: las alcabalas policiales, la recluta de jóvenes
para el ejército o los allanamientos policiales en clubes nocturnos y discotecas.
Pero hay que aclarar que su nostalgia no se debe a motivos políticos sino más
bien a su carácter sentimental. Perucho se revela como un hombre conservador
que, a través de Infante, revive una época en que la masculinidad era apreciada
como valor, en la que hombres y mujeres tenían roles definidos en la sociedad y
en la que alguien perteneciente a la clase trabajadora podía sentirse orgulloso
de su procedencia. Es decir, Perucho reacciona frente a las transformaciones
violentas de la sociedad moderna y por tanto se repliega en su interior y se
pone la máscara de Pedro Infante, a través de quien puede olvidarse de su
realidad y regresar a una época en la que se siente más a gusto.
Así que Perucho usurpa la figura de Pedro Infante para burlarse de las
pretensiones políticas de todos aquellos que, bajo la excusa de promover el
cambio y la justicia social, siguen perpetuando los errores del sistema
anterior. Es por ello que desde mi perspectiva, Pedro Infante es una figura
politizada ya que sus películas y canciones determinaron patrones de conducta y
maneras de pensar, tanto en hombres, como en mujeres. Asimismo, sus orígenes
humildes y su vertiginoso ascenso como estrella de la canción ranchera se
convirtieron en un aliciente para millones de espectadores de clase media y
media baja, quienes se vieron representados en el ídolo. Por otra parte, el
autor genera una crítica de las revoluciones en América Latina al utilizar al
personaje de Pedro Infante como símbolo del revolucionario por excelencia, un
revolucionario cuyo liderazgo depende únicamente de su simpatía y de su
popularidad, lo cual lo convierte en una figura inestable y manipulable. Con
respecto a este punto, Guy Debord subraya que la burocracia de los sistemas
capitalistas posee un carácter dictatorial, puesto que a pesar de las
apariencias democráticas, el poder sigue concentrado en un solo individuo que
decide por todos, con lo cual la individualidad es constantemente violentada
(Debord 41-2). Pedro Infante entonces, se convierte en una metáfora del
autoritarismo patriarcal que ejerce una influencia determinante sobre su
público.
Perucho utiliza la figura de Infante para rescatar esos valores
“masculinos” e infundirse valor a sí mismo en un momento de flaqueza, así como
para imaginar situaciones que nunca sucederían en la realidad debido a su
personalidad tímida y reservada, así como a la dinámica de su relación
sentimental con Fabiola. A través de Pedro, Perucho puede conquistar mujeres,
arremeter contra todo el que cometa injusticias, hacerse respetar y ser rico y
famoso pero siempre en el plano de lo imaginario. Perucho contrasta las
revoluciones “reales” con la que él mismo intenta llevar a cabo mediante su
transformación en héroe de papel. Por tanto, puede decirse que los ídolos
populares tienen una ventaja sobre los caudillos y líderes políticos. Han
servido como modelos de comportamiento y la reproducción de sus conductas le
proporciona al individuo un sentido de pertenencia a una colectividad
determinada, así como la posibilidad de verse representado en el otro.
El personaje de Pedro Infante se construye a partir de una puesta en
escena de lo popular en la que este se torna en un instrumento de poder –la
popularidad- mediante el cual las corporaciones manipulan al público pero
también al ídolo. En otras palabras, estas empresas explotan las cualidades
artísticas más sobresalientes del ídolo para satisfacer deseos colectivos. Su popularidad
parte de lo efímero, es una estrategia lucrativa que vende lo que agrada a las
multitudes (García Canclini 240). El ídolo se convierte entonces en un mediador
entre el mercado y las masas y por tanto en un producto de consumo de ambas
partes. Al mismo tiempo ese héroe es asimilado por un sistema que él manipula
pero por el cual también es manipulado. La ideología mediática de Infante,
lejos de propiciar un cambio, acentúa aún más la situación anterior. Mantener
contenta a la audiencia, no instruirla: pan y circo.
Así pues, el discurso de Perucho da cuenta de la evolución de las
relaciones entre los géneros, el desplazamiento de la vida rural a la urbana y
el diálogo, no siempre armonioso, entre los discursos políticos y sociales que
son representados tanto en el cine como en la música. Es por esta razón que
muchas de las situaciones que atraviesa Perucho, a pesar de ser trágicas, son
también completamente risibles puesto que su carácter dramático es llevado a
los límites más extremos. Por ejemplo, cuando su primer amor, Sandra, se casa
con otro, Perucho cuenta cómo “Esa noche, mientras ella se refocilaba entre sofocos
y compulsiones, yo, en el medio de la plazoleta del barrio, espantaba los malos
espíritus que pedían mi inmolación. A las doce en punto, empiné hasta el fondo
la botella de ron y canté echando el resto: Que
me toquen las golondrinas/porque me voy lejos/muy lejos…” (38).
El relato que cuenta Perucho tiene por objeto lograr un efecto en el
público. Pero, irónicamente, Perucho no tiene público. El es su propio público
quien, a través de su discurso se legitima a sí mismo como actor. Por tanto, en
la medida en que nos adentramos en la trama, Perucho se construye a sí mismo
como personaje, a la vez que construye su propio relato como un “melo(drama)”
cotidiano. Su discurso pone en evidencia las fisuras de su narración y la
credibilidad de su relato, al mismo tiempo que reafirma la validez estética de
la novela. La verdad sobre Pedro Infante es lo de menos en la novela, lo que
importa es la manera como este personaje se construye a partir de las miserias
cotidianas para contestarle al gobierno y a la oposición, a la economía y al
mercado internacional desde el espacio que generan las emociones que
desencadenan Pedro Infante y la canción ranchera.
Así pues, con la apropiación del discurso fílmico y musical en Si yo fuera, Eduardo Liendo también
revela las connotaciones políticas, sociales y culturales que rodearon a la
figura de Pedro Infante, así como la manera en la que sus filmes y canciones se
convirtieron en un refugio para las clases populares. El autor explora la
complejidad del melodrama en un contexto distinto al de estas películas tanto
geográfica, como temporalmente, lo cual resulta en una resignificación del
concepto de lo “nacional.” Por otro lado, el discurso de la novela cuestiona la
masculinidad como valor supremo a partir de la parodización de Infante mediante
el personaje de Perucho. El título de la novela Si yo fuera, concibe una posibilidad que queda contenida en lo
absurdo de su planteamiento. Por consiguiente, la novela pone en entredicho su
verosimilitud al burlarse de su propio discurso, así como al develar los
mecanismos de su construcción literaria.
Notas
(1). Si yo fuera no es la única obra
de Liendo. El autor también ha obtenido éxito con sus otras obras,
especialmente con su primera novela, El
mago de la cara de vidrio (1973), que se convirtió en un texto de lectura
obligada en las escuelas del país. Entre sus otras novelas se encuentran Los topos (1975), Los platos del diablo
(1985)–que fue llevada al cine en 1992 por Thaelman Urgelles-, Diario del enano (1993), El round del
olvido (2002) y Las kuitas del hombre
mosca (2005). También ha publicado un libro de cuentos: El cocodrilo rojo/Mascarada (1996).
(2). No obstante el éxito que las obras de Liendo han
tenido entre el público venezolano, estas han sido poco difundidas fuera del país
y por tanto también la crítica es escasa. De Si yo fuera existen pocos artículos –unos cuatro o cinco-
publicados en su mayoría en Venezuela y por tanto, difíciles de conseguir.
Amarilis Hidalgo trata el tema de la música en la novela y la compara con otros
dos tres autores venezolanos en su artículo, por lo que el espacio que le
dedica a Si yo fuera es realmente
breve y se limita al análisis textual. El otro artículo considerable es de
Carlos Baptista, quien trabaja con el tema de la parodia y de la posmodernidad,
pero no profundiza en el análisis de la novela.
(3). José Pedro Infante Cruz nace en Mazatlán,
en el Estado de Sinaloa en México, el 18 de noviembre de 1917 pero vivió en
Guamúchil hasta que se casó (es por ello que es conocido como “el ídolo de
Guamúchil”). Desde muy temprano se inició en la música junto con su padre. A
partir de 1932 comienza a cantar en algunas orquestas de su provincia natal y
hacia 1935 contrae matrimonio con María Luisa León, quien fue la responsable
del comienzo de su carrera como actor. En 1942 graba su primera película, La feria de las flores pero no es hasta 1947 cuando obtiene un éxito
rotundo por su actuación en Nosotros los
pobres. En su carrera musical y fílmica grabó unas 59 películas –en su
mayoría como protagonista- y más de 300
álbumes. Sus filmes contenían un
repertorio musical variado e incluyeron canciones de compositores como Chucho
Monge, José Alfredo Jiménez y Manuel Esperón, entre otros. Pedro Infante muere
el 15 de abril de 1957 en un accidente de aviación. En: Yomar, Natalia. “Pedro
Infante. Biografía” http://pedroinfante.yomarnathalia.com/pinfante/cuerpo_bio.php
7/7/2006.
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