Propuestas
para una lectura crítica de las
autobiografías de Isabel Allende
Drew
University
Vencer el olvido. ¿No es ése finalmente
el propósito de la escritura?
I.A.
Creo que partes de los dos párrafos de cierre de Mi país inventado de Isabel Allende ilustran muy bien algunos de
los fundamentales problemas que los teóricos y estudiosos del género conocido
como autobiografía han venido
discutiendo desde hace algunos años. Las cito--esas partes--, con el fin de
situar con alguna precisión lo que en este trabajo me gustaría proponer:
Este
libro me ha ayudado a comprender que no estoy obligada a tomar una decisión (…)
En el lento ejercicio de la escritura he lidiado con mis demonios y obsesiones,
he explorado los rincones de la memoria, he rescatado historias y personajes
del olvido, me he robado las vidas ajenas y con toda esa materia prima he
construido un sitio que llamo mi patria. De allí soy.
Espero
que esta larga diatriba responda a la pregunta de aquel desconocido sobre la
nostalgia. No crea usted todo lo que digo, tiendo a exagerar y, tal como le
advertí al principio [se dirige al narratario
del relato que de aspectos de su vida constituye este libro], no puedo ser
objetiva cuando de Chile se trata; digamos mejor que no puedo ser objetiva casi
nunca. En todo caso, lo más importante de mi viaje por este mundo no aparece en
mi biografía o en mis libros, sucedió en forma casi imperceptible en las
cámaras secretas del corazón. Soy escritora porque nací con buen oído para las
historias y tuve la suerte de contar con una familia excéntrica y un destino de
peregrina errante. El oficio de la literatura me ha definido: palabra a palabra
he creado la persona que soy y el país inventado donde vivo. (1)
De indagar en afirmaciones como ésta se han encargado, como decíamos,
los teóricos de la autobiografía. Con
el fin de proponer lo que podría constituir un adecuado análisis de las obras
decididamente de esa índole de Isabel Allende, atenderemos en este trabajo al
decir de algunos de tales teóricos. Su cuidadosa proyección en las obras mismas
de la autora chilena queda para otra ocasión.
A pesar de que el género literario conocido como autobiografía, en sus muchas variantes, tiene una larga historia,
las teorizaciones sobre él, numerosas y dispares entre sí, son relativamente
recientes. Se puede establecer que no fue hasta finales del siglo XX que surgió
un interés real e intenso por su estudio, en clara relación con las teorías
críticas acerca de las diferentes maneras de definir o construir el significado
del "sí mismo" y del sujeto
(Berryman 71-84). La crisis de identidad que significaron la asunción de la
categoría de la postmodernidad y el desconstructivismo derridiano, más la
atención prestada a las políticas de raza, clase y género, sin duda que
influyeron notablemente en el marcado interés por establecer teorías sobre la
autobiografía.
El término mismo fue inventado hacia fines del siglo XVIII, cuando se
concluyó que era necesario contar con un vocablo que cubriera las muy diversas
formas en que los autores hacían recuentos de sus propias experiencias. Será
muy adentrado ya el siglo XIX, cuando todavía los términos preferidos por los
autores eran memorias, recuerdos, vida, que los editores y estudiosos comenzaron a designar como autobiografía ese género de escritura
acerca de uno mismo. Si bien en la práctica los orígenes de la autobiografía
pueden remontarse por lo menos hasta San Agustín (siglo IV), como término crítico
y, así, designador de un género específico, sólo vino a configurarse en el XIX,
con lo cual se le reconoció a este tipo de escritura su particularidad dentro
de los estudios socio-culturales de la historia. En 1833 Wilhelm Dilthey
proclamaría que la autobiografía es la
más grande e instructiva modalidad de comprensión de la vida que podamos
confrontar (85)
No obstante la autoridad del pensamiento de Dilthey, tanto los
estudiosos de la historia como de la crítica literaria por mucho tiempo
seguirían considerando a la autobiografía como el "patito feo" de sus
respectivas disciplinas. Esto se hizo particularmente intenso cuando los
estudios literarios estuvieron fuertemente orientados por el formalismo y lo que en inglés se
reconoció como New Criticism. Si la
eficacia de la biografía y de la historia fue puesta en duda, a la
autobiografía se la descartó por principio.
Una revolución en la teoría crítica, tanto de la literatura como de la
historia, que permitió un interés creciente por el género fue, como dijimos, el
desconstruccionismo de Derrida. Éste, en síntesis, postulaba un radical
escepticismo frente a la coherencia y referencialidad del lenguaje, ofreciendo
así a los críticos sofisticadas modalidades de duda ante la aclamada verdad histórica. Cuestionándose la
tradicional diferencia entre realidad y
ficción, se facilitó el hecho de que
la autobiografía pudiera convertirse en objeto apropiado de la crítica
literaria. Como afirma Berryman:
si
cualquier texto está lleno de contradicciones inherentes, las cuales pueden ser
expuestas con los métodos del desconstruccionismo, la autobiografía puede ser
enaltecida por su creación de múltiples y contradictorias imágenes del sujeto
(74).
Desconstruccionismo que puso en cuestión no sólo la objetividad del
texto sino también la de sus interpretaciones, ayudando con ello a liberar a la
autobiografía de los reclamos de verdad objetiva y comprobable, asunto que
debería tenerse muy en cuenta cuando se examinen las obras de Isabel Allende de
índole autobiográfica, según puede desprenderse de los dos párrafos citados de Mi país inventado. (Derrida y otros, Teoría)
Este hecho es el que llevara a Manuela Ledezma Pedraz, en 1999, a
sugerir que la enorme actualidad que goza el género autobiográfico hoy en día
podría explicarse:
tanto
por el individualismo imperante en este fin de siglo --fruto, muy posiblemente,
del derrumbamiento de las grandes ideologías colectivas y del escepticismo del
individuo ante la posibilidad de cambiar la vida y el mundo –y la curiosidad
subsiguiente del lector en lo que se refiere a la vida de un particular escrita
por él mismo, como por ese deseo de introspección y autoanálisis que, desde el
descubrimiento del psicoanálisis está presente en numerosos escritores.
(Ledezma Pedraz 9-10).
Gabriela Mora, por su parte, acertadamente sostiene que es indudable
la atracción que el tipo de material que constituyen la autobiografía¸los
epistolarios,diarios y entrevistas ejerce sobre el lector que, de buena fe –como enfatiza la estudiosa-
desea acercarse al ser humano que le proporcionó placer, conocimiento, risa y
dolor, y que lo acompañó en muchas horas de su existencia. (2) Que esto en el caso de Isabel Allende
es, efectivamente, así, puede confirmarlo cualquiera que se acerque a la página
WEB de la novelista chilena, que ofrece muchas muestras testimoniales del
recibimiento que el público lector hace de sus escritos autobiográficos, algo
importante de ser tenido en cuenta cuando se discute, por ejemplo, la “validez”
de que haya publicado una obra como Paula.
Albert E. Stone, editor del libro The American Autobiography: a Collection of
Critical Essays, describe la autobiografía como: simultaneously historical record and literary artifact, psychological
case history and spiritual confession, didactic essay and ideological testament
(Stone 2). Nótese el énfasis en el término simultáneamente.
Nos queda claro que se está definiendo la autobiografía como una serie de
paradojas: hecho real y ficción, mundo privado y comunitario,
aleccionador y mentiroso.
Desde otra perspectiva de análisis, habría que considerar que quienes
cultivan la autobiografía parten, con mayor o menor consciencia, del hecho que
acertadamente Susana Rotker sintetiza así:
el
pasado no está simplemente allí, en la memoria, sino que debe ser articulado
para convertirse en memoria. Qué se elige para representar en la cultura y el
recuerdo ̶todo recuerdo es representación̶, dice mucho de la
identidad de los individuos, de los
grupos sociales y de las naciones. (12)
A lo que agrega algo que también tendría que tenerse muy presente al
considerar la obra de Isabel Allende:
Qué
y cómo se recuerda habla mucho de lo que somos. Memoria, olvido, represión,
desplazamiento: los eslabones de la cadena de quien soy o creo ser, de quiénes
somos o creemos ser. La memoria es nuestro marco de referencia, es la médula de
nuestra identidad, nuestra herramienta central para emitir juicios, el telos para nuestras respuestas (id.).
Precisamente por ello es que Foucault, de manera insistente y
repetida, señaló que la memoria es un factor esencial en la batalla por el
poder (Foucault 92), algo que en el caso específico de Isabel Allende --mujer,feminista,
escritora del “Tercer Mundo”̶ es indudable que funciona no sólo a niveles
de voluntad consciente, sino de acción programada. Hace ella uso de su memoria
para defender y conquistar espacios en los ámbitos de su desenvolvimiento: la
famila, la profesión --su oficio mayor,
como diría Gabriela Mistral, es desde hace ya años, la literatura fictiva, como
antes lo fuera el periodismo̶-, la acción social y política.
El pasado debe ser articulado para ser memoria, sentencia inteligentemente Susana Rotker
(18). Y es que, en efecto, como la ensayista venezolana se encarga de
hacérnoslo notar, toda articulación, todo relato, tiene que ver con la
identidad (con lo que se quiere o cree de la identidad). El ejemplo de lo cumplido
por Isabel Allende, no sólo en Paula
y su continuación que son La suma de los
días y en gran parte, Mi país
inventado, no hace sino dar razón a lo reflexionado por la estudiosa. Más
aún: otra afirmación suya respalda, a nivel teórico-reflexivo, lo que encontramos
en la escritora chilena: el pasado debe
ser articulado por el presente para ser memoria (18).
Reiteradas afirmaciones de la novelista dan validez a la advertencia
de Walter Benjamin --recordada por Susana Rotker̶-- de que toda imagen del
pasado que no se reconozca activamente en el presente, amenaza con desaparecer
de modo irreparable (Benjamin 255). Lo que el filósofo pensaba a niveles
socio-históricos mantiene validez en el relato personal. Es cierto: la Historia es escritura desde el presente,
como asevera Hayden White (1-23). Del mismo modo, la autobiografía es memoria a
la que se apela desde el instante de la escritura. Pero, además, está atenta al
futuro. Como pensaba por su lado Deleuze, atendiendo a Nietzche: esta memoria original ya no es función del
pasado, sino función del futuro. No es memoria de la sensibilidad, sino de la
voluntad. No es memoria de las huellas, sino de las palabras (Deleuze 188).
Vale entender: memoria y escritura son voluntad de qué creemos o queremos ser.
Recurrente en los escritos de Isabel Allende, según sería fácil constatar, es
precisamente eso: un plantearse no sólo lo que se ha sido, lo que se es y lo
que se hace, sino también lo que se quiere ser y hacer. Las formulaciones
finales de Mi país inventado, por ejemplo,
lo indican con nitidez: pensando en que no son muchos los años de vida que le
quedan, se ve obligada a preguntarse si desea vivirlos en Estados Unidos o
regresar a Chile y reconoce que escribir este libro la ha ayudado a comprender que no está obligada a tomar una decisión
(220).
Volvamos a algunas de las otras consideraciones, complementarias a las
recientes, que adelantábamos al inicio de este trabajo sobre el género. La
etimología del término autobiografía ilustra
decididamente lo que en definitiva caracteriza a esta modalidad de relato: autos, uno mismo; bios, vida; graphos; escribir:
relato de la vida de una persona escrito por ella misma (Ledesma Pedraz 12).
Uno de sus más lúcidos conocedores, de referencia ineludible en cualquier
estudio en torno al género, Philippe Lejeune, lo define en términos que, si
bien ya hemos visto y seguiremos viendo más adelante, pueden enriquecerse con
otras reflexiones, tocan lo medular suyo:
relato
retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia,
poniendo el acento sobre su vida individual, en particular sobre la historia de
su personalidad (14).
Permite tal definición trazar lindes con otras modalidades del relato
autobiográfico, al puntualizarnos con nitidez lo que los tres libros autobiográficos
de Isabel Allende, a saber Paula, Mi país inventado y La suma de los días (3), cabalmente son, con lo cual
adelantamos una observación sobre la que nunca se insistirá suficientemente: la
presencia de lo autobiográfico ̶como categoría, no como género̶ en
casi todas sus obras decididamente fictivas. Se trata, entonces, de narraciones
en prosa, a diferencia de los poemas
autobiográficos, escritos en verso, como el Memorial de Isla Negra de Neruda, ej. El objeto del tratamiento es
la historia de una vida individual, la de la propia narradora, con lo que se
distingue de las memorias (4),
que van más allá de los límites de la individualidad personal, al relacionar
sucesos de la propia vida con el contexto del acontecer político, cultural,
etc., contexto que pasa a ocupar un lugar relevante en la historia narrada. En
el caso de Paula el golpe militar del
73 en Chile y la experiencia del exilio es cierto que ocupan un muy
significativo espacio en el relato, pero sin que lleguen a opacar el
protagonismo de la dimensión "personal" de quien está narrando su
propia vida, sino integrándose a ésta como parte constitutiva suya.Si toda
autobiografía es, como estamos constatando, una forma de construir y de
presentar el yo, la propia persona y
su imagen, ante los otros, no es de extrañar que aunque sea la figura de Isabel
Allende por sí misma-- en sus relaciones familiares, en su faceta de exiliada,
de madre, abuela, escritora, periodista, de intelectual pública controvertida,
amada por millones de lectores que la siguen con pasión en cada uno de sus
libros, criticada por muchos de sus pares y “profesionales de las letras”, pero
también ampliamente valorada por estudiosos serios y responsables--, si bien
esa figura domina los escenarios que despliega en sus autobiografías, a través
de su voz y desde su mirada se perciben también las desventuras del exilio como
hecho social, las tensiones políticas que en los años setenta afectaban a los
chilenos e hispanoamericanos todos, las implicaciones de hechos históricos para
la gente común (5).
En la autobiografía la
persona del autor, que se identifica plenamente con el enunciante del discurso
narrativo, es real, por ende diverso
de lo que sucede en la novela
autobiográfica, en la que el narrador no es una personalidad “real”, sino
plenamente ficticia. A diferencia así del diario
(6) y del autorretrato, que se atienen a relatar lo vivido en el decurso de
una jornada, o a una descripción de la etopeya y prosopografía de sí mismo,
cumplida por el autor sobre su realidad presente. Más próxima a la
autobiografía está la modalidad llamada confesión,
pues --según volveremos a recordarlo- las obras más significativas de este
subgénero, las Confesiones de San
Agustín y las de Rousseau, son consideradas una el inicio y la otra el modelo
de esta modalidad narrativa (7).
Avancemos otro tanto en la recopilación de reflexiones teóricas sobre
la autobiografía, con el fin de
establecer, del modo más convincente posible, lo que nos ofrecen las obras de
este género de Isabel Allende. Su escritura corresponde a un modelo narrativo
específico que se caracteriza por ser un relato
autodiegético, vale decir, en que el
[la] narrador[a] es el [la] protagonista de la historia que nos narra. Tal
relato se funda sobre una forma de anacronía ̶la retrospección o analepsis̶
que exige la presencia de un narratario. En
el caso de dos de los tres libros autobiográficos de Isabel Allende es Paula,
su hija fallecida, pero cuyo espíritu sigue vivo en la mente de la escritora, a
quien le está dirigido en primer término todo el relato autobiográfico.
Constituye en esos libros un nexo entre la narradora y los lectores, ayuda a
precisar el marco de la narración, sirve para caracterizar a la misma
narradora, hace progresar la intriga y se convierte en portavoz del contenido y
sentido profundos de la obra.
Como adelantáramos, otro problema recurrente entre los estudiosos del
estatuto literario de la autobiografía es la supuesta ausencia de carácter “ficticio”
de la misma, aspecto que, según se sabe, algunos teóricos consideran esencial
en el texto literario, dado el “pacto autobiográfico” que, en principio se da
por sentado. Según lo postulara el citado Lejeune, el narrador, persona real, actúa sinceramente y los destinatarios de su discurso pueden ̶deben̶
confiar en la veracidad ̶veracidad,
no sólo verosimilitud̶ de su mensaje. Pero todo esto no es tan
sencillo como lo exponemos. En efecto, dado el carácter de “virtualidad
literaria”, más que referencial, que habría que atribuirle (tendríamos que decir, más bien, reconocerle) a estos relatos, el
elemento de ficción constituye un
componente importante de su modalidad narrativa (8). Y es la misma
Isabel Allende quien se encarga de recordarnos a cada paso lo que al respecto
sucede en sus autobiografías.
La “definición inaugural” de autobiografía
propuesta por Philippe Lejeune que citáramos, tiene también la virtud de,
precisamente, refutar la confusión generada en el público lector, no
especializado, con la “novela
autobiográfica” o “novela personal”,
esto es, aquella escrita en primera persona y que parece sugerir la presencia de una persona real en el texto de la ficción. Entre las autoficciones
contemporáneas --novelas que se leen como autobiografías, pues así lo
parecen--, se pueden citar La tía Julia y
el escribidor, de Mario Vargas Llosa, Penúltimos
castigos, de Carlos Barral, Fils,
de Serge Douwrosky. Constituyen una especie de híbrido a medio camino entre la autobiografía propiamente tal (en que se
identifican autor-narrador-protagonista) y la novela (donde la referencialidad es mínima en beneficio de la
ficción). Sin embargo los casos mencionados ̶y otros estudiados por Manuel
Alberca (53-75), muestran que sí existen autoficciones:
ni novelas ni autobiografías puras.
Estas aclaraciones nos obligan, sin embargo, a atender con más cuidado
a la supuesta ficcionalidad o realidad del “yo” de la autobiografía. Octavio Paz, en
un breve texto suyo titulado “La pregunta de Carlos Fuentes”, toca aspectos
instigantes y provocadores que iluminan, precisamente, la cuestión de si el “yo”
de la autobiografía no será, en última instancia, un ente ficcional, tanto como
lo es, por ejemplo, el de las novelas. De modo ponderado sostiene que quizás la creencia en la identidad personal es un
recurso de nuestra nadería para dar un poco de verosimilitud a nuestro
descosido y discontinuo transcurrir (175-179). Esta reflexión es, sin duda,
no sólo provocativa, sino desazonadora, ya que polemiza con el sentido de
nuestra existencia ̶que es el buscado en definitiva por el autor de autobiografías̶,
cuestionando nuestras ilusiones y, así
mismo, nuestras certezas. El ensayista mexicano afirma que, cuando se extirpa
una ilusión, se extirpa también la realidad que la sustenta, de forma que si yo no soy yo, el mundo tampoco es el
mundo (íd). Tan rotunda afirmación evidencia el carácter subjetivo que
regula los gestos de estar, descifrar y ser en el mundo. Luego, reflexionando sobre la memoria --tema
recurrente en su obra poética y ensayística--, Paz propone ciertos conceptos a
través de imágenes que refuerzan el carácter de inventadas que tienen las
representaciones en el acto de recordar:
la
memoria es nuestro bastón de ciego en los corredores y pasillos del tiempo. No
nos devuelve esa pluralidad de personas que hemos sido pero abre ventanas para
que veamos, no tanto a la intocable realidad como a su imagen (175-176).
Isabel Allende demuestra tener muy clara conciencia sobre aquello a
que se refiere Octavio Paz. Cito, a modo de ejemplo, dos afirmaciones suyas en
este sentido (http://www.threemonkeysonline.com/article_isabel_allende_interview.htm):
Memory is always subjective. You and I can witness
the same event and remember it in totally different ways, one of us could even
forget it completely, as if had never happened. We remember the brighest and
the darkest moments of our existence, but the gray ones disapear in the daily
grind.
Every literary memory is, necessarily, a form of
fiction. The fact that we choose what to tell and what to keep, limits the
veracity of facts already. I believe that everybody has a right to invent
memories, or at least enhance them. In my case, I do not even try to come close
to objectivity. I feel very comfortable in the limbo of
imagination.
Según la propia escritora ha declarado el título, por ejemplo, de su
obra Mi país inventado, responde a
que se trata de memorias subjetivas y
puntualiza que no es un ensayo sobre la realidad de Chile, sino acerca de lo
que ella recuerda y lo que ama y detesta del país: “la memoria es siempre muy
subjetiva”, afirma con convicción. (Moyers)
Puede estimarse que, en mayor o menor grado –más Paula que Mi país inventado̶,
las autobiografias de Isabel Allende se sitúan dentro del tipo constituído por
las que tienen la intención de “buscarse a sí mismo”, o de actuar casi como
terapia de autoanálisis y autointerpretación. Isabel Allende escribe cuando los
descubrimientos del psicoanálisis han sido plenamente aceptados. Por eso no es
difícil entender que su obra los asuma de un modo casi inevitable.
La autobiografía antes de Freud, por muy introspectiva que fuera, sólo
tomaba como punto de partida el nivel consciente de la mente del
autobiografiado. Y, efectivamente: hasta que el psicólogo vienés ofreciera sus
propuestas teóricas, las autobiografías se atenían a la concepción de que la
memoria consistía en la representación de todas nuestras experiencias y
sentimientos pasados, y esta representación podía recolectarse al ir
recorriendo la superficie de nuestros pensamientos (Durán: 112). Isabel
Allende, escritora del siglo XX y comienzos del XXI, se ha formado cuando la
introspección y la memoria tienen métodos que el psicoanálisis había
revolucionado para cumplir con su objetivo de llegar a un mejor conocimiento
del “sí mismo”. Por ejemplo el concepto psicoanalítico del “yo” cambiante a lo
largo de las distintas etapas. Como sostiene Isabel Durán: “el conocimiento de
que existe un aspecto de nosotros mismos radicalmente distinto a nuestro yo
consciente implica que la autobiografía emerge como la expresión de un “yo”
dividido” (Durán: 113). Según afirma la estudiosa, la autobiografía se ha
convertido así en un acto dramático
más que lírico y el “yo” ya no puede asumir que su voz es “unica e indivisible”
lo que implica que después de Freud y Jung los autobiógrafos ya no pueden
narrar sus historias de la forma que se hicieran antes.
En relación con lo recién apuntado: si hay algo que Paula ha logrado es crear un efecto
determinado en parte importante de su público lector y que tiene que ver con lo
que Aristóteles definiera como catarsis.
La autobiografía resulta de la conclusión a que llega quien la escribe
de que su vida es materia de interés general y que, por ello, no sólo puede
responder a la curiosidad de sus lectores potenciales, sino a auténticas
necesidades de quienes establecen con esa vida relatada una relación catártica,
porque les es posible identificarse con ella, en extensión y profundidad mayor
o menor, como sucede claramente con un amplio público lector, especialmente
femenino, de Paula que ha padecido
una tragedia semejante a la de la escritora. (Otras formas de relación lector/narrador
autobiografiado son: proyectarse en la obra para experimentar una vida distinta
a la propia o para negar los paradigmas que esa vida ajena le muestra). En este
sentido puede decirse, como lo hace Sylvia Molloy, que la autobiografía “es una
forma de exhibición que solicita ser comprendida” (Molloy:17). En el caso de Paula “la comprensión” se eleva, en
muchos de sus lectores, al punto de “la identificación” catártica. Se ofrece en
plenitud, en esta obra de la escritora chilena, lo que Isabel Durán señala como
uno de los rasgos decisivos del género: “el autobiógrafo es un creador que
tiene que (…) transformar la imagen de uno mismo en un espejo en el que se
miran los otros” (9).
Quizás sea necesario en este punto insistir en que las obras de Isabel
Allende que estamos considerando son “autobiografías literarias”, vale decir,
decididamente frutos del quehacer de una escritora,
no de una personalidad política o de cualquier otra índole. Para muchos
críticos son estas autobiografías las mejores del género, pues su éxito depende
más de su cabal calidad literaria que de la naturaleza de la vida descrita, del
cómo se narra una historia más que
del qué se narra. Con todo lo
discutible que este criterio pueda ser, no cabe duda de que debemos atender al
hecho de que la narradora de Paula, Mi
país inventado y La suma de los días es
una escritora profesional, dueña de su oficio y que ello es decisivo en el
momento de considerar sus obras autobiográficas.
Como en el caso de García Márquez –su “modelo”, en el mejor sentido
del término, en muchos aspectos de su quehacer literario, aunque no, claro
está, en lo referente a la configuración de autobiografías (10)̶,
Isabel Allende conjuga también, en su escritura fictiva, contornos de su propia
vida, proporcionando en ocasiones datos valiosísimos sobre su actividad
creadora y algunos aspectos inherentes a su trayectoria como narradora
hispanoamericana. Esto alcanza, por supuesto, desarrollo mucho mayor en las
obras autobiográficas de ambos escritores. Pero lo que aquí nos importa atender
es a otra cosa. En Vivir para contarla su
epígrafe prepara al lector a verse envuelto en un discurso referencial rico en
imaginación e invención: “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno
recuerda y cómo recuerda para contarla”, afirmación que remite a la célebre
sentencia de Valle-Inclán: “las cosas no son como las que vemos, sino como las
recordamos”. En concordancia con ellos, Isabel Allende reconocerá, en cita que
ya hemos hecho, pero que conviene reiterar en parte:
Every literary memory is, necessarily, a form of
fiction (…) I believe that everybody has a right to invent memories, or at
least to enhance them. In my case I don’t even try to come close to
objectivity. I feel very comfortable in the limbo of
imagination.
Y si de imaginación se trata (11), no debe extrañarnos que una
de las cuestiones más atendidas en el estudio de la autobiografía sea la
relativa a la especificación genérica de este tipo escritural. Así, por
ejemplo, Stephen Shapiro (423), quien, enfrentado al formalismo extremo con que
la crítica consideraba la literatura a fines de los años sesenta señalara lo que
le parecía su equivocación:
se
equivocan al excluir la autobiografía del imperio de la literatura aludiendo a
que no es imaginativa o porque ésta no se refiere al mundo de la ficción.
Como el mismo crítico advierte, desde San Agustín a Sartre, la
autobiografía es una manifestación que se sitúa en el ámbito de lo
artístico-literario (12) Es con procedimientos expresivos de tal índole
que el autobiógrafo recrea los aconteciemientos de su pasado. “Los autores
modernos de autobiografias han estado completamente conscientes que están
trabajando dentro de un determinado género” (Shapiro: 422). Es sin
duda lo que sucede con Isabel Allende.
En todo caso, esa imaginación de la que hace gala la escritora chilena no
extrema la tensión que en las autobiografías suele entablarse entre la verdad biográfica y la verdad discursiva o “el efecto de
verdad” (13). Las suyas no son autobiografías que se sometan a la
exactitud absoluta de los hechos vividos que la narración recoge o desestima, sino
que persigue ̶y alcanza̶ la fidelidad
antes que la precisión. Algo que ella misma se encarga de hacerlo notar de
modo reiterado, según hemos visto.
Como también ya viéramos, Lejeune planteaba una propuesta de carácter
contractual entre autor/lector. Su “pacto autobiográfico” desencadenó en la
crítica una multiplicidad de reacciones. Paul de Man, por ejemplo, le impugnó
al estudioso francés, entre otras cosas, precisamente la diferencia que éste
estableciera entre ficción literaria y
autobiografía. De Man ve como
inapropiada la relación que Lejeune estableciera entre autor/narrador/protagonista.
Para él no hay garantía de verdad (causaàefecto)
en la asociación narrador/autor, y se pregunta:
Asumimos
que la vida produce la autobiografía como un acto lo hace con su consecuencia, pero,
¿no podríamos, acaso, sugerir con igual justicia que el proyecto autobiográfico
puede producir por sí mismo y determinar la vida y, visto de esta manera, todo
lo que el escritor haga estaría de hecho gobernado por las exigencias técnicas
del autorretrato y de esta suerte determinado todos estos aspectos por los
recursos de su medio? (920)
Isabel Allende –para nada importa que haya leído o no a los teóricos
que cito: lo más probable es que no lo haya hecho, dado su desinterés,
legítimo, por este tipo de problemáticas--, sin duda que utiliza “los recursos
de su medio”, algo que contribuye de manera decisiva a la excelencia de sus
escritos autobiográficos, pues éstos vienen a ser, como postula de Man, más que
un “género” –por algo la escritora les asigna indistintamente, según
puntualizáramos, los apelativos de memoria,
novela, autobiografía—
una
figura literaria que aparece, en cierto grado, en todos los textos. El momento
autobiográfico emerge alineándose entre dos sujetos envueltos en el proceso de
lectura en el que se determinan a través de una sustitución reflexiva mutua
(920).
Imaginación, en la autobiografía, puesta al servicio de la
representación del “yo” y del “sí mismo”. Sylvia Molloy en su medular obra Acto de presencia. La escritura
autobiográfica en Hispanoamérica, enfatizará algo que se relaciona con lo
que estábamos observando sobre el discurso autobiográfico:
[es]
siempre una representación, esto es, un volver a contar, ya que la vida a que
se refiere es, de por sí, una suerte de construcción narrativa. La vida es
siempre, necesariamente, relato: relato que nos contamos a nosotros mismos,
como sujetos, a través de la rememoración; relato que oímos contar o que
leemos, cuando se trata de vidas ajenas. Por lo tanto, decir que la
autobiografía es el más referencial de los géneros –entendiendo por referencia
un remitir ingenuo a una “realidad”, a hechos concretos y verificables—es, en
cierto sentido, plantear mal la cuestión. La autobiografía no depende de los
sucesos sino de la articulación de esos sucesos, almacenados en la memoria y
reproducidos mediante el recuerdo y su verbalización. (16)
Siendo así, Paula, Mi país inventado y La suma de los días deben entenderse como una construcción, con
fuerte presencia de la imaginación, que articula eventos de la memoria de
Isabel Allende, organizándose en una temporalidad que no se subordina a una
sucesión cronológica exacta. Más bien se recomponen los hechos del pasado por
medio de una narración de imágenes simultáneas. En sus idas y venidas por la
dimensión temporal de su existencia, el relato autobiográfico presentifica a la
memoria instaurando eventos que edificaron a la mujer Isabel Allende, mientras
que también en medida importante, revelan al lector la figura de la escritora
contando̶ con libertad creativa, no nos cansamos de insistir en ello--, la
lectura que ella hace de sí misma.
Cuando Alan Sillitoe (1928) –a quien se le suele considerer dentro del
grupo de los “angry young men” de los años 50̶, en su obra Row Material (1972) rehusa llamar a su
libro “autobiografía” lo hace porque, según él, “todo lo escrito es ficción,
incluso la no-ficción”, a lo que agrega que “el pasado es ficción y el presente
ilusion”(72). Ello sugiere que uno podría pasarse la vida reescribiendo
distintas versiones de su historia personal, debido a que la verdad autobiográfica es relativa. No
extraña así que Isabel Allende, como tantos otros autobiógrafos, nos remita, en
sus autobiografías, a ciertos pasajes de sus novelas, en que ha ficcionalizado
tales o cuales experiencias reales. Como nada de raro tiene que, también como
tantos otros antes de ella, con tres obras decididamente autobiográficas, rompa
con la tradición de “una vida/una autobiografía”.(14)
A la autobiografía se ha sugerido entenderla, también, como
“organización imaginativa de la experiencia con intenciones estéticas,
intelectuales y morales”. Así, por ejemplo, Isabel Durán (art.cit., p.101).
Algunas de ellas ponen marcadamente el acento en la mostración del proceso de
maduración intelectual del autobiografiado. En Samuel Taylor Coleridge, su
famosa Biographia Literaria (1817),
uno de los documentos claves de la poética del Romanticismo, es también
autobiografía, pero no entendida como un recuento de sus experiencias privadas,
sino una exploración de su crecimiento intelectual y de sus criterios
literarios (15). Pero, claro, este caso no es único: son muchas las
obras que circunscriben el ámbito de la personalidad al quehacer literario: el Journal de los hermanos Goncourt, los Souvenirs Littéraires de Maxime Du Camp
son ejemplo de ello. Las autobiografías de Isabel Allende en parte importante
también son de esta índole, y de allí lo productivo que resulta acudir a ellas
para establecer, por ejemplo, componentes de la “poética” de la novelista chilena,
los fundamentos de su proyecto literario, los principios estéticos que la han
guiado en su trabajo, etc. Pero, claro está, esto es tan sólo parte de lo que
sus obras autobiográficas nos ofrecen (16).
Otro aspecto de interés en el estudio de estas obras de Isabel Allende
lo constituye el establecer dentro de qué tópicos de la autobiografía ella se
mueve y cómo lo hace. Por ejemplo, frente a la infancia concebida como espacio
de iniciación en la lectura. Según
acertadamente dice César Díaz-Cid:
la
legitimación del oficio de hombre de
letras se inicia en el espacio evocado dedicado a la infancia donde, muchas
veces, la vida del niño se muestra enajenada con relación a otros niños pero no
en torno a los libros, especialmente de literatura. Es más, la principal
aventura del niño reconstruído en las autobiografías, consiste en la capacidad inventiva
del infante para agenciarse libros que luego “devora” (105-122)
Este es un importante rasgo en la construcción del sujeto
autobiográfico que puede verse en muchos escritores de Hispanoamérica, según lo
ha comprobado con rigor Sylvia Molloy. Enajenación del sujeto que corresponde
al momento de separación del “yo” del mundo circundante. Los escritos
autobiográficos de Isabel Allende son insistentes en señalar tal realidad.
Estudiosos del género autobiográfico también han hecho notar la
frecuencia con que en él se ofrece el tópico de la “defensa”, vale decir el
autobiógrafo situándose en actitud litigante frente a los “otros”. En el caso
de Isabel Allende ésta aparece a menudo en una postura agresiva, no torpe o
duramente agresiva, pero sí poniendo muy en claro la validez de lo por ella
cumplido en muchos ámbitos de su desenvolvimiento, desestimando, de tal manera
- ̶en definitiva rechazando̶--, los juicios negativos o las actitudes
incomprensivas que su hacer en el mundo le han significado por parte de los
otros. Dejemos muy en claro, sin embargo, que no ha sido esto lo desencadenante
de su decisión de escribir autobiografías: constituye tan sólo un aspecto
componente de ellas. Y la base de su posicionarse de tal manera, nos parece, la
constituye su decidida postura feminista (17)
Shari Benstock, una de las más agudas investigadoras sobre la teoría y
práctica de la escritura autobiográfica femenina, nos insta a preguntarnos:
¿qué
es lo que la escritura autobiográfica articula en los términos del “sí mismo” y
cómo este concepto ha cuestionado desde el punto de vista del “yo” los actos de
escritura? ¿Cómo lo privado se sitúa en términos de “lo público”? ¿Son “lo privado” y “lo público” siempre
opuestos uno respecto al otro? ¿Es la posición del “yo” algo singular? Si la
escritura autobiográfica es un género, ¿cómo se redefine la escritura de
mujeres frente a la autobiografía? (Benstock 1)
Efectivamente la dualidad público/privado
cobra decisiva importancia y un cariz singular cuando se trata de entender la
situación de la mujer. Jean Franco, entre nosotros, ha sido insistente en
subrayar que la separación entre las esferas de lo privado y lo público
constituye un factor fundamental de la suborninación de las mujeres por parte
del capitalismo histórico y que esta separación aparece en toda su arbitrariedad y fragilidad cuando –entre muchas otras
instancias en que las mujeres latinoamericanas emergieron como protagonistas de
diversos movimientos sociales a mediados de los años setenta y en los
ochenta--, saliera a escena una serie de escritoras en cantidad nunca antes
vista:
Cuando
la escena pública era considerada como dominio exclusivamente masculino, a las
mujeres les había resultado difícil asumir [la posición] de actuar como
ciudadanas con intensidad creciente (93).
La ensayista se pregunta, precisamente, si hay alguna relación entre
los nuevos movimientos sociales surgidos en Hispanoamérica –y que ella describe
con exactitud y erudición—y la emergencia de un corpus sustancial de literatura escrita por mujeres. Le parece, y
yo creo que con razón, que una respuesta negativa tendría que matizarse. Y es
que, en efecto, se debe partir aceptando la evidencia de que existe en la
actualidad una demanda sin precedentes de obras literarias escritas por
mujeres, “particularmente de los textos que parecen reflejar, de una manera u
otra, la experiencia femenina”
(Franco: 97).
Nadie discute que en este sentido la obra de Isabel Allende constituye
el caso más notable –y notorio—de tal hecho (18). Encarna ella, como
ninguna, lo que la propia Jean Franco ha reflexionado sobre el dilema que para
los latinoamericanos ha planteado siempre el privilegio de clase de la
intelectualidad (Rama), problema que se acentúa en el caso de la literatura
femenina puesto que –observa Jean Franco—“las escritoras son a un tiempo
privilegiadas y marginadas” (Franco: 98). En el caso de Isabel Allende, quien
sin duda mucho debe a su adscripción –obviamente no buscada, sino como algo que
tenía que dársele—a la ciudad letrada
(situación de privilegio), su
condición marginal de mujer en una
sociedad de profundo dominio masculino, la lleva a cuestionar tal privilegio.
Para ello somete a revisión lo que Jean Franco llama “la esfera oculta de la
dicotomía público / privado” (Franco: 103). Su principal –y,por lo mismo, no
exclusivo—modo de ejecutarlo es denunciando “la artimaña escandalosa mediante
la que, simultáneamente, se sublimaba la sexualidad masculina y se eliminaba de
toda consideración al cuerpo y, en particular, al cuerpo femenino” (19).
Isabel Allende pone también en entredicho –tanto en sus ficciones como en las
obras que aquí estamos considerando--, la postura que mantiene que el poder /
conocimiento es exclusivamente masculina.
A semejanza de otras escritoras hispanoamericanas (20), su
literatura, según lo describe irreemplazantemente Jean Franco:
corresponde
al (…) proyecto de desplazar la alegoría nacional androcéntrica, y pone al
descubierto la dudosa estereotipificación características de las épicas de la
nacionalidad, que constituyen el canon latinamericano (Franco: 105).
Hablábamos páginas atrás de la existencia de tópicos en las
autobiografías. Relacionado con uno que consideráramos ya en la obra de Isabel
Allende, el de “las lecturas” iniciales, nos encontramos con otro que en ella
se da con singular distanciamiento con
respecto a la autobiografía canónica: el de la “infancia feliz”. No se equivoca
Isabel Durán cuando sostiene:
La
visión de la infancia del adulto se ve invariablemente distorsionada en favor
del niño. Una y otra vez, los autobiógrafos actuales rememoran su infancia
edénica, creando un mito y una fantasía más sobre el pasado, algo que permita
al yo presente enfrentarse al futuro. Pero, pese a esta distorsión casi
inevitable, muchos autobiógrafos que buscan la verdad esperan obtener un mejor
conocimiento de sus yoes actuales a
partir del examen de sus años de formación (113).
Considerando la autobiografía de Edwin Muir, An Autobiography, 1954, como ejemplo notable, la estudiosa sostiene
que en él, como en muchos autobiógrafos, la percepción de la infancia es la de
un Paraíso del que se es expulsado cruelmente en un determinado instante. No es
así en Isabel Allende quien, por el contrario, carga con negras tintas sus
primeros años de vida, contando desde su posible “cambio” en la clínica limeña
en que nació, hasta su dificilísima relación por años con su padrastro, pasando
por el trauma que le significara el abandono del padre carnal y de lo mucho que
la afectaran lo que le parecían privilegios de sus hermanos varones.
Como muchas otras autobiografías, las de Isabel Allende, al considerar
la infancia, se centran en el papel vital que han desempeñado los padres en la
formación de la personalidad de los hijos. Y si, con frecuencia, se expresan
sentimientos de ambivalencia, conscientes o inconscientes, hacia los padres, en
la escritora chilena hay, por un lado, sentimientos muy nítidos al respecto
(apego irrestricto a la madre, protectora suya y protegida suya a la vez;
distancia afectiva y actitud fuertemente crítica y rebelde ante el padrastro;
cariño, reverencia y admiración por el abuelo materno; afecto inmenso por la
abuela materna; asombro y fascinación ante unos tíos extravagantes, etc.), por
otro lado, el resentimiento y la rabia que sintieran la niña y la adolescente,
se convertirían, en manos de la mujer madura y reflexiva, en cariño y
comprensión sinceros por los mismos que su recuerdo inicialmente rechaza.
Relacionado con ese otro componente de interés en las autobiografías de Isabel
Allende es que en ellas reconoce que experiencias de su infancia marcaron
decididamente lo que serían visiones básicas en sus obras narrativas, aspecto
al que un estudio exhaustivo debería prestar atención cuidadosa.
Desafío a futuro también, y que por lo mismo no lo enfrento
decididamente aquí, es el de situar las autobiografías de Isabel Allende en el
panorama de las escritas en Chile y, por extensión comprensible, en
Hispanoamérica. Me limitaré a sugerir algunas de las probables conclusiones a
que podría llegarse en tal intento.
César Díaz-Cid ̶ a quien
hemos ya acudido en otros instantes de este trabajo--señala que en el contexto
de los estudios latinoamericanos dedicados a la literatura de carácter
autobiográfico destacan títulos como los de Alone (Hernán Díaz Arrieta), Memorialistas chilenos, Adolfo Prieto, La literatura autobiográfica argentina,
Raymundo Ramos, Memorias y autobiografías
de escritores mexicanos y Sylvia Molloy, Acto de presencia. La escritura autobiográfica en Hispanoamérica.
En el caso chileno Díaz-Cid, con toda la autoridad que le confiere su condición
de especialista en la materia, afirma que, salvo el libro mencionado de Alone y
ensayos y monografías aisladas:
no
hay un campo de estudios definidos en esta disciplina, lo cual contrasta con el
abundante repertorio de autobiografías y memorias que sólo en la última década
ha aumentado significativamente si se lo compara con las precedentes (Díaz-Cid:
114).
El mismo critico sugiere que la necesidad de evaluar el siglo XX
podría ser una de las causas que ha producido tal aumento de la literatura
autorreferencial. Luego comenta, con agudeza, el trabajo de tres críticos que
ofrecen perspectivas realmente interesantes de análisis sobre la literatura
autobiográfica en Chile: Jorge Narváez, La
invención de la memoria (Santiago, Ed. Pehuén, 1988), Juan Armando Epple, El arte de recordar. Ensayos sobre la
memoria cultural en Chile (Santiago, Mosquito Editores, 1994) y Fernando
Alegría, Nos reconoce el tiempo y silba
su tonada (Ed. de J.A.Epple, Concepción, Edcs. LAR, 1987) (21). De
los comentarios de César Díaz-Cid a los trabajos de esos estudiosos se concluye
que parte importante de la literatura del género en Hispanoamérica ̶desde las Cartas de Colón a los textos testimoniales de los años setenta̶
está signada por un marcado rasgo documental.
El repertorio autobiográfico –que además de la autobiografía estricta como la
que hemos venido considerando en nuestro estudio, incluye la carta, el diario,
la crónica, la memoria, el “recado”, la historia de vida̶, “es fundamento
en la construcción del discurso de identidad [latinoamericano] y de
representación imaginaria” (Narváez:20). Si bien es cierto que la modalidad
testimonial dominó en las décadas de los setenta y los ochenta, haciendo que la
“subjetividad” diera paso de lo individual a lo colectivo (22), en los
años noventa surge una especie de reacción y los autobiógrafos “vuelven al
sentido individualista en la manera de activar la memoria mediante el relato
personalista”:
con
el retorno a la democracia, en Chile se observa, especialmente durante los
primeros años posteriosres a la dictadura, un periodo de reflexión que invitaba
al memorialista a revisar el siglo abrazando el canon personalista. Esto se
manifiesta en las memorias de figuras de la vida pública, principalmente de la
política, pero muy especialmente este sello se observa en las autobiografías de
escritores (Díaz-Cid: 116).
Juan Armando Epple, por su parte, en su revisión del memorialismo
chileno, estudia con especial cuidado las obras producidas en diversos períodos
de crisis de la sociedad chilena: la contrarevolución de 1891, la crisis de los
años 30 y la que, según apropiadamente piensa, generó el cambio más
significativo: el golpe militar de 1973. Por su lado Fernando Alegría –cuyo
libro Nos reconoce el tiempo y silba su
tonada fue editado por el recién mencionado Epple̶ relaciona el quehacer autobiográfico chileno
con la tradición continental y occidental. Tanto Alegría como Epple
defienden la facultad creativa del
autobiógrafo, la que, por ello, vendría a oponerse tanto a la mirada historiográfica como a la memoria autobiográfica canónica, que
obliga a una permanente atención a la dualidad verdad / mentira.
Como puede verse: primero, Isabel Allende cumple con un trabajo
autobiográfico en el que no está sola sino, y por el contrario, lo suyo puede
enmarcarse en un amplio repertorio de obras análogas con las que guarda
semejanzas y distinciones. Segundo, la presencia de lo documental en sus obras la inscribe en lo que ha constituido rasgo
recurrente en la literatura memorialista de Hispanoamérica. Tercero, su obra puede
considerarse representativa de lo que sucede con la literatura autobiográfica
en Chile tras el retorno a la democracia: abraza “el canon personalista”,
dejando atrás esa subjetividad cargada a lo “colectivo” que dominara en el
género autobiográfico chileno después del Golpe de Estado del 73. Por último,
las obras suyas de carácter autobiográfico afirman, con vigor, la facultad
creativa, imaginativa, de tal modalidad escritural, no dejándose limitar por
exigencias de verdad absoluta en todo lo que escribe.
Notas
(1). Cfr. Isabel Allende, Mi país
inventado, Barcelona, Random House Mondadori, primera edición febrero del
2003: 220. Por esta edición haremos todas nuestras citas.
(2). Vid de Gabriela Mora su excelente epistolario ̶precisamente̶,
titulado Elena Garro.Correspondencia con
Gabriela Mora (1974-1980), Puebla, Benemérita Universidad Autónoma de
Puebla, Dirección de Fomento Editorial, 2007: 17.
(3). Notemos, de paso, que estas obras de Isabel Allende, al igual que las
de los modernos escritores autobiográficos franceses, prescinden de los títulos
genéricos tradicionales: Memorias,
Diario, Recuerdos y buscan una originalidad apelativa, reconozcamos que muy
acertada, que las pone, en lo que se refiere a presentación y difusión
editorial, al mismo nivel que la novela.
(4). Antes de que la autobiografía fuera designación técnica de un preciso
género literario, a cualquier relato de recuerdos de la propia vida se lo
denominaba memorias, según ya
viéramos. Las fronteras entre una y otra son difíciles de marcar. En La suma de los días, por ejemplo, antes
en Paula, hay interferencias y
mixturas. Sin embargo los conceptos definidores de sus diferencias pueden
percibirse con bastante claridad: en las memorias
adquiere especial relevancia la atención a los acontecimientos y al contexto
social, político, cultural, etc., en que se ha desenvuelto la vida del
memorialista. Así sucede, p.ej.,en Confieso
que he vivido de Neruda y en El pez
en el agua de Vargas Llosa. Isabel Allende misma, en los listados de sus
obras de su página WEB ̶y en entrevistas̶, a veces califica a sus
textos que decididamente consideramos autobiografías,
como memorias, lo que es explicable
precisamente por lo que acabamos de indicar: en ellos también se ofrece atención
al contexto socio-político.
(5). A este propósito piénsese en lo dicho por Javier Campos y con cuyo
enunciado coincido plenamente: “Isabel Allende es ciertamente un fenómeno fuera
de Chile y de eso en su propio país de origen ‘no se habla’ mucho o casi nada
porque al parecer resulta incomprensible y hasta inexplicable, aparte de
inaceptable, que tengan tanto éxito planetario sus libros. Se la llama
escritora ‘light’, especialmente por aquellos/as que dudan que la actual
popularidad masiva de sus libros, dentro de este mercado global, pueda tener
una validez ‘artística’. Sobre esto último en Chile hay muchos académicos,
escritores, que no quieren saber nada de lo que ella publica ni menos de lo que
diga en foros públicos por el mundo (…). En todo caso hay unos hechos indiscutibles sobre Isabel Allende: es la
única escritora latinoamericana viviendo en Estados Unidos que escribe en
español y a la semana siguiente su último libro está no sólo traducido al
inglés sino en varias lenguas al instante (…) Es la única escritora que ha
recibido más honores y premios a alto nivel académico dados o por universidades
o instituciones internacionales de reconocido prestigio (…) Pero hay otra cosa
que Chile jamás le reconoce a Isabel Allende, por lo menos casi nunca se menciona en los medios masivos más
importantes del país. Cada vez que Isabel Allende habla en alguna tribuna
universitaria o en alguna institución internacional dentro o fuera de Estados
Unidos ella siempre menciona Chile. Siempre da un contexto de su obra pero que
a su vez es una información honesta, profunda y de amor por su país de origen.
Siempre da información sobre la brutal experiencia bajo la dictadura chilena
que sufrieron miles de personas. Esta información la reciben miles y miles de
personas que van a escucharla (…) Yo la veo como una embajadora de Chile por el
mundo cada vez que habla de sus propios libros”. Cfr., Javier Campos, “Isabel
Allende en Estados Unidos” El Mostrador,
cl, 1 noviembre 2005.
(6). Este subgénero se
ofrece en dos modalidades fundamentales: el diario
íntimo y el diario de viaje,
aunque no es raro que ambos coexistan en un mismo texto. El diario puede tener
base en una existencia histórica real (Diario
de Ana Frank, el Carnet de notas,
de Chopin, el Diario íntimo de
Unamuno) o en una vida de ficción (Diario
de un cura de aldea, de Georges Bernanos).
(7). Habría que pensar en las confesiones
como un tipo de relato autobiográfico poseedor de estos rasgos distintivos:
relato analéptico (pues constituye una narrración retrospectiva), sobre la
historia de una personalidad contada por ella misma con la intención de hacer
públicos los secretos de su propia existencia privada, poniendo especial
atención a su evolución o cambio intelectual y moral, al que se concede ̶esto es lo más distintivo de la confesión̶, un “valor ejemplar”.
Ejemplo notable son las Confesiones
de San Agustín (escritas entre el 397 y el 401). En ellas el autor narra la
historia de su aventura existencial y el proceso espiritual de conversión desde
la ignorancia y el error del maniqueísmo, hasta el encuentro de la fe cristiana
tras escuchar los sermones de San Ambrosio y leer la Epístola de San Pablo a los romanos. Modelo son tambíen, decíamos,
las Confesiones (1782-1789) de
Rousseau: narrando su propia historia hace una afirmación del “yo” y de sus
convicciones más arraigadas, frente al racionalismo de Voltaire y otros
enciclopedistas. De interés resulta
recordar que se ha dicho que Rousseau es el “secularizador” de las Confesiones de San Agustín, asi como
Benjamin Franklin secularizaría la autobiografía espiritual puritana
estadounidense.
(8). Sobre el tema la
bibliografía es amplia. Un buen resumen puede leerse en Darío Villanueva, El polen de ideas, Barcelona, PPU, 1991.
(9). Isabel Durán Giménez-Rico, “El género autobiográfico en la literatura
inglesa: Gran Bretaña y Estados Unidos”, en Ledezma Pedraz, op.cit. : 99-118,
cit p.100.
(10). El tema de las
“relaciones” García Márquez/ Isabel Allende ha suscitado, desde la aparición de
La casa de los espíritus, un caudal de páginas críticas. Me parace
válido llamar la atención sobre lo sostenido por Jean Franco sobre un punto
concreto que conduce a poner en su sitio tal discusión: “no existe razón alguna
para escatimar a Isabel Allende los mismos derechos de traducción que se le
confieren a García Márquez o a los escritores progresistas como Ariel Dorfman o
Eduardo Galeano”. Cfr. Jean Franco, “Invadir el espacio público; transformar el
espacio privado”, en su Marcar
diferencias, cruzar fronteras, Santiago, Editorial Cuarto Propio, 1996:
91-116, cit. p.103. Sobre el punto concreto de las relaciones intertextuales
entre las obras de ambos novelistas me pronuncié hace ya muchos años en un
trabajo en que presentaba perspectivas que otros continuarían y profundizarían.
Cfr. Marcelo Coddou, “La casa de los
espíritus: un aspecto de la reescritura de Cien años de soledad” recogido en mi libro Veinte estudios sobre la literatura chilena del siglo XX, Santiago,
Monografías del Maitén, 1989: 51-58.
(11). Isabel Allende se sentiría
plenamente identificada con lo sostenido por William Blake: “la imaginación no
es un estado: es la propia existencia humana”.
(12). James Olney, por
ejemplo, en Metaphoresof the Self: the
Meaning of Autobiography, Princeton, Princeton University Press, 1972,
señaló la revolución crítica que significó
tratar a la autobiografía no como una
rama de la historia, sino como un género literario compuesto de obras
imaginativas.
(13). Empleo los términos de
Roberto Ferro, La ficción. Un caso de
sonambulismo teórico, Buenos Aires, 1998, eficazmente aplicados por Anna
Caballé en su estudio de las memorias de Enrique Tierno Galván, tituladas Cabos sueltos.Vid Anna Caballé, “La
ilusión biográfica”, en la citada obra de Ledezma Pedraz, pp.21-33.
(14). La citada Isabel Durán
menciona los casos de Lilian Helman, autora de cuatro autobiografías, Mary
McCarthey, con tres, Maya Angelou, con cinco y nos pide recordar el que el
diario de Anais Nin consta de siete volúmenes. Vid Isabel Durán, art. cit.,
p.110.
(15). Samuel Taylor
Coleridge (1772-1834) es hoy en día uno de los críticos ingleses de mayor
prestigio. Como dice E.Hegewicz, “en el mundo anglosajón se le sigue
considerando como uno de las más grandes críticos de todos los tiempos” Cfr. E.
Hegewicz, “Presentación” a Biographia
Literaria, Barcelona, Labor, 1975:1. Coleridge es el precursor de ideas que
han mostrado ser muy operativas en el ámbito de la crítica literaria. La Biographia Literaria empezó siendo sólo
un prólogo de Coleridge a sus propios poemas, pero fue ampliándose y
complicándose hasta conformar dos volúmenes y se convirtió en una verdadera
autobiografía. Como especula David Viñas Piquer, podría pensarse que Coleridge
escoge el título de Biographia Literaria
para dar a entender que intención básica suya es contar sus ideas sobre
literatura y las cosas más importantes que en el ámbito de lo literario le han
sucedido. Vid. David Viñas Piquer, Historia
de la crítica literaria, Barcelona, Editorial Ariel, 2007 (2a. ed.) : 284.
(16). Según suele suceder,
para la revisión de la poética de
Isabel Allende, resulta además de importancia consultar las innumerables
entrevistas que se le han hecho.
(17). Quizás podría decirse
que, sin ser en sentido estricto autoginografías,
como algunas feministas proponen denominar a las autobiografías escritas por
mujeres, las de Isabel Allende cumplen con las principales exigencias de tal
categoría.
(18). Entre los muchos
testimonios que podrían citarse sobre el lugar que a Isabel Allende le
corresponde en el panorama actual de la narrativa continental, no sólo
femenina, tenemos el del agudo ensayista y cabalmente bien informado
historiador de la literatura hispanoamericana, José Miguel Oviedo. Sostiene él
: “uno de los nombres más famosos y reconocibles de nuestra actualidad
literaria es el de la narradora chilena Isabel Allende, cuya popularidad en el
extranjero, sobre todo en Estados Unidos, donde actualmente vive, muy pocos
pueden disputar: de hecho, ella sola representa para el gran público el espíritu
del post-boom”. Cfr. José Miguel
Oviedo, Historia de la literatura
hispanoamericana.4. De Borges al presente, Madrid, Alianza Editorial, 2001:
394.
(19). Uso, entre comillas,
los términos con que Jean Franco valora la contribución del feminismo francés.
La ensayista remite, para una discusión sobre la relación del feminismo francés
con la cultura hispánica al libro de Paul Julian Smith, The Body Hispanic, Oxford, Oxford University Press, 1989.
(20). La estudiosa menciona,
además de Isabel Allende, a Rosario Ferré, Luisa Valenzuela, Cristina Peri
Rossi, Griselda Gambaro, Reina Roffe, Ana Lydia Vega, Albalucía Angel y Carmen
Boullosa.
(21). Díaz-Cid -- autor él mismo de la tesis doctoral Sujeto y Nación en la Configuración de la Literatura Autobiográfica
Chilena, Seattle, University of Washington, 1996--, menciona, sin
comentarlos, otros estudios de importancia sobre el tema: Nelly Richard, Residuos y metáforas, Santiago, Ed.
Cuarto Propio, 1998 y Políticas y
estéticas de la memoria, Santiago, Ed. Cuarto Propio, 2000 y Mario Garcés
(compilador), Memoria para un nuevo siglo,
Santiago, LOM, 2000.
(22). Lo que hace recordar,
con sus diferencias, lo acontecido en Estados Unidos a fines del siglo pasado, en que aparecieran muchas
autobiografías escritas por afroamericanos, feministas, judíos víctimas del
holocausto, orientales, homosexuales, convictos, exilados y enfermos
terminales, vale decir, minorías que escribían, según dice Isabel Duran,
“precisamente a falta de otras formas de poder y por su necesidad de ser oídos”
(Durán: 110). El “bios” dejó de ser
retrato del “yo, sólo yo”, pues los autobiógrafos de minorías ofrecen a menudo
un retrato de “nosotros, todos nosotros”.
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