La
erudición rebelde y la lucha por el sentido:
Fray
Servando Teresa de Mier y su “Carta
de despedida a los mexicanos”
Mariana
Rosetti
Universidad
de Buenos Aires
Porque
el
hombre es, en fin, la metáfora de la Historia, su
víctima,
aún cuando, aparentemente intente modificarla y según
algunos, lo
haga. En general, los historiadores ven el tiempo como algo lineal en
su
infinitud. ¿Con qué pruebas se cuenta para demostrar que
es
así?
Reinaldo
Arenas, El mundo alucinante
Insurgente,
vanidoso,
ególatra, hereje, patriota. Cuerpo polisémico,
escurridizo e
intangible. La vida de Fray Servando Teresa de Mier deviene la suma
heterogénea de lugares en los que ha estado y momentos que ha
vivido.
Así, hablar sobre él es sumergirse en un desafío,
en un
enigma cuya respuesta no es unívoca ni certera.
¿Cómo
analizar el discurso de una persona en constante tránsito y
movimiento?
Al respecto, Rotker sostiene: “Este fraile tiene una cualidad bastante
peculiar: arreglárselas para ser siempre un perseguido, cada vez
por
causas distintas” (Rotker, 2005:137).
La cita de Rotker
esclarece la postura multiforme de Mier a través de una voluntad
de
enunciación: ser siempre un perseguido. Esta construcción
enunciativa lo exime del tedio de la sociabilidad cotidiana sin perder
en el
camino la atención de los demás. De ello surge la
paradoja:
escapa no para ser libre, sino para reivindicar su voz en los
márgenes
del sistema colonial. Indudablemente, este proceder lo transforma,
según
Rotker en: “uno de “los raros” del período de la
independencia. Raro como Simón Rodríguez, raro como los
autores
así llamados (y admirados) por Rubén Darío casi un
siglo
después por su inteligencia y originalidad” (115).
Sin embargo, esta
“rareza” en su forma de proceder y configurarse discursivamente no
puede ser fácilmente traducida o explicada. No puede, por ello,
ser
considerada meramente como un exceso de egolatría y vanidad que
busca
explotar por todas las aristas y todos los rincones como sostiene
O´Gorman.(1)
La búsqueda del reconocimiento del interlocutor no se simplifica
en su
“afán de notoriedad” (O´Gorman), sino que es un
constructo de caminos, recorridos y atajos tomados por Mier a lo largo
de su
vida. Cada obra, carta o panfleto suyo es un fragmento de recorrido que
debe
ser analizado en el entramado de discursos y problemáticas por
las que este
letrado transita. Ello genera inconvenientes en su análisis: “su
obra entera se resiente de falta de unidad” (O´Gorman).
Frente al
“quiebre” de continuidad en las distintas posturas asumidas por Mier,
algunos críticos recurren a “prótesis unificadoras”
(O´Gorman, Brading, Lynch) y, por qué no decirlo,
anómalas.
Así vemos cómo el primero de estos autores mencionados
considera
las fluctuaciones de este letrado como vaivenes apasionados de su
configuración
autobiográfica. Simplifica años de exilio y trabajo
intelectual
bajo la veta de una extrema megalomanía que desea ser plasmada
en un
libro de vida.
Otros críticos
analizan este recorrido intelectual por etapas o momentos, como si cada
paso
dado borrase el pasado vivido (Myers, Palti). Una de las lecturas que
propone
este tipo de análisis es la de Myers (2008) que sostiene que en
su
exilio en Europa: “tradujo el Atala
de Chateaubriand, y a partir de ese momento comenzó una serie de
viajes,
uno de cuyos resultados fue su transformación en un letrado
defensor de
la independencia de los americanos”. Presenta así el viaje
letrado
como remedo de la herejía.
La postura antedicha
otorga, sin embargo, un marco de justificación interesante que
vehiculiza un análisis fructífero y provechoso. Analiza
la figura
de Mier a través de la óptica del “letrado patriota”
y la necesidad que ha tenido de cambiar de rumbo (tanto
ideológico como
político) para adaptarse al campo de fuerzas reinante:
Si
se examina
cuidadosamente la trayectoria de una selección representativa de
estos
“patriotas letrados”, una conclusión que emerge con gran
fuerza es que fue el cambiante contexto político y sociocultural
-con
sus amenazas, sus presiones y también sus oportunidades- el que
determinó
su transformación en patriotas, y no el marco ideológico
específico con el que ellos pudieron haberse identificado de
antemano
(…) Cada uno de estos escritores, con los mayores o menores recursos
culturales que pudo haber obtenido de su formación bajo la
colonia,
debió definir su identidad ideológica en el marco de un
universo
sociocultural y político cuyos entornos se habían vuelto
de
pronto imprevistos y ambiguos (Myers, 122).
Transformarse en
representante. Brading nos cuenta el proceso de conformación de
Mier en
letrado de la patria. Sin embargo, su forma de hacerlo lo encierra en
el
sustrato mitológico, en la “vitrina” del campo de fuerzas
social y político donde este letrado no puede interactuar sino
sólo
ser visto desde lejos, “deslenguado” (Rotker, O´Gorman). Como
corolario de esta lejanía “aurática”, lo presenta
confundido entre lo real y lo fantasioso, inmerso en su
imaginación.
Postura no muy distante de la de O´Gorman que envuelve a este
pensador en
un velo de fantasía y vanidad.
La imbricación
textual de distintas tradiciones de escritura es asociada a estos
momentos de
cambio por los que atraviesan los pensadores patrióticos (2).
Debido a ello, confinar a Mier dentro de una perspectiva
mítica-simbólica es restarle importancia como escritor
complejo y
polisémico. Él, al igual que muchos otros pensadores del
momento,
no se construye del vacío
sino que se ve rodeado de nociones y concepciones pasadas que debe
hacer
dialogar con sucesos y
conocimientos actuales. Como sostiene Rotker, es “un personaje de
transición, testigo y parte comprometida” (Rotker, 2005:131).
¿Cómo
lidiar con las distintas “capas” o nociones disímiles que se
entremezclan y confunden a cada paso que este pensador da? Al respecto,
la
hipótesis del “sujeto colonial” trabajada por Rolena Adorno
nos otorga el hilo para desentrañar la madeja del
análisis a
seguir. Según Adorno, el sujeto asume una multiplicidad de
posiciones de
forma diacrónica que deben ser analizadas a la hora de leer el
texto o
entidad sincrónica:
Una
de las
maneras más eficaces de contemplar este fenómeno de
posiciones del sujeto
sucesivas y simultáneas es a través del concepto de
palimpsesto, desarrollado a
lo largo de las últimas décadas por Gérard Genette
y muy conocido como una
metáfora clave de la desconstrucción (…) Transformadas
estas personas
históricas en sujetos literarios a través de sus
escritos, tenemos que estar
atentos a sus afiliaciones de grupo simultáneas y también
a las sucesivas.
Estas se presentan a veces como aparentes contradicciones. No obstante,
lo que
nos revelan no es una confusión ni una contradicción al
nivel sincrónico sino
una sucesividad anímica diacrónica, disfrazada como
simultaneidad al
encontrárselo en un solo escrito o un solo texto (34 y 37).
El
jardinero fiel
Zygmunt
Bauman, Legisladores e intérpretes,
1997.
Fray
Servando
Teresa de Mier, “Carta de despedida a los mexicanos”, 1821.
La
emergencia
de la modernidad fue un proceso semejante de transformación de
culturas
silvestres en culturas de jardín. O, más bien, un proceso
en cuyo
transcurso la construcción de culturas de jardín hizo una
nueva
evaluación del pasado, y las áreas que se
extendían
detrás de las recién levantadas cercas, además de
los
obstáculos encontrados por el jardinero dentro de su propia
parcela
cultivada, se convirtieron en la “selva” (Bauman, 1997:97-98).
De lo dicho surge la
pregunta: ¿cómo “cultivar” al pueblo? La respuesta
que se elabora en la obra es clara: a través de “leyes de
vida”, formas de actuar y percibir lo que sucede, a través de la
educación. Es así como esta figura de jardinero se une de
forma
inextricable para Bauman con la del “legislador” que aúna
los distintos saberes que pululan y los reglamenta bajo su mandato: “la
educación se había convertido entonces en un componente
inerradicable del poder. Los poseedores de éste debían
saber
ahora qué era el bien común (…) y qué
patrón
de la conducta humana mejor se adaptaba a él. Debían
saber
cómo inducir esa conducta (…)” (Bauman, 74).
En el fondo, pese a los
escándalos, Mier era un legalista” (Rotker, 2005:153). Desde el
comienzo de la carta, actúa como un legislador que trae a
colación distintos saberes “profanos” sobre los
orígenes del pueblo mexicano a fin de organizarlos y
reinsertarlos por
sobre la injerencia invasiva española. El procedimiento para
colocarse
en el rol de autoridad docta en el asunto no es otro que el de haber
sido
“profeta” en tierra europea: “en París conoció
a Simón Rodríguez, el antiguo maestro de Bolívar,
y juntos
abrieron una academia para enseñar español” (Myers, 131).
En
la carta esta experiencia se menciona de esta manera:
Yo
profesé la lengua española en París y Lisboa, he
meditado
mucho sobre ella, he llegado a fijar su prosodia, y tengo muchas
razones que
oponer contra esas novedades inútiles, y especialmente contra la
extensión que quiere darse a la j tan fea en su
pronunciación
como en su figura, tan desconocida de los latinos como de los antiguos
españoles, que nos dificultará el aprendizaje del
latín y
de sus dialectos europeos (118) (4).
A estos encuentros
enriquecedores se le suman los conocimientos de nuevas teorías
sobre el
proceso de independencia a llevar a cabo por Hispanoamérica. Es
así como anida en él la teoría del abate de Pradt
que
sostiene, a través de una metáfora biológica, la
independencia como proceso natural de crecimiento y madurez. Sin
embargo,
difiere con esta teoría en lo que atañe a la
reglamentación y organización de dicha “madurez” de
los pueblos ya que considera que la independencia de la América
española no debe ser contenida por un monarca. Al respecto,
sostiene que
los reyes son unos ídolos manufacturados por el orgullo y la
adulación.
Ahora bien,
¿qué tipo de sistema gubernamental propone como forma de
avalar
el cambio en la América española sin restringirla ni
coartarla?
Sin dudas, la república. Para ello, se ve influenciado por
Gregorie y
por Tom Paine. Se han generado muchas controversias en torno a
qué tipo
de república desea que se implemente en México ya que el
temor
hacia la descentralización y el jacobinismo se encuentra latente
en cada
uno de sus escritos.
Más allá
de dichas “tensiones” (o gracias a ellas) Mier es consciente de la
gran importancia que posee la religión católica en
México.
De hecho, no reniega jamás de la misma. Rotker aporta un
panorama
esclarecedor sobre la injerencia de la religión en este lugar:
Es
muy
significativo de la situación de la Nueva España que
todos los
letrados importantes fueran miembros del clero católico, que los
principales rebeldes de la guerra de Independencia hayan sido curas
guerreros,
que todo el movimiento de emancipación se haya hecho bajo la
bandera de
la Virgen de la Guadalupe y que incluso la declaración de la
Independencia mexicana sea un documento de incondicionalidad religiosa:
allí se declara al catolicismo cómo única
religión
nacional (Rotker, 2005:143)
Este jardinero posee la
experiencia de haberse visto aislado de los acontecimientos de su
país.
Ello se ve representado en su discurso como un “renacer”
(6) a la cultura autóctona y a los
deseos de que la misma vuelva
a crecer desde sus sólidas raíces. El sentimiento
patriótico surge de la amenaza visible e irrefutable de la
presencia
española en el habla cotidiana del pueblo: “me hallé con
una gran variación en la ortografía y excluida la X del número de las letras
fuertes, por más que la reclamasen el origen de las palabras”
(117).
En su procedimiento de
“abrir surcos” para volver a plantar, este jardinero percibe que el
accionar actual de los españoles difiere totalmente del de los
primeros
misioneros franciscanos. Estos no derribaron cultivos establecidos sino
que
acordaron junto con cierto grupo de indios estipular un común
acuerdo:
“Los primeros misioneros, para escribir la lengua náhuatl
o sonora que llamamos mexicana, se acordaron,
según Torquemada, con los indios más sabios creados en el
Colegio
de Santiago Tlatilolco (…)”
(118). Esta cita refuerza la importancia de la unión
entre religión y
educación a manos de letrados o sabios capaces de saber
organizarla y
conservarla. Lo que se destaca, a su vez, de esta cita es que el
acuerdo se da
entre “legisladores”, entre personas con un bagaje intelectual que
los habilita para negociar o “pactar”. El saber y el poder van de
la mano de forma inextricable y deciden el futuro de los habitantes a
través de la modificación de su forma de interactuar
socialmente.
El mundo
alucinante: relato de un espacio en tensión
…esta
carta se reduce a suplicar por despedida a mis paisanos anahuacenses
recusen la
supresión de la x en los
nombres mexicanos o aztecas que nos quedan de los lugares, y
especialmente de
México, porque sería acabar de estropearlos.
Fray Servando
Teresa de Mier
Para
lograr su cometido,
Mier manipula los saberes “profanos” sobre los orígenes de
México y los “injerta” en la historia de dicha
nación. Toda nación en construcción requiere de
relatos
fundacionales en los que la ficción juegue un rol primordial:
Los
sentimientos que definen la identidad nacional no surgen
espontáneamente sino
que requieren de una cierta dosis de manipulación. Para ello, el
nacionalismo
recurre a los elementos de artificio, de invención y de
ingeniería social, que
intervienen en la construcción de naciones (…) Esta identidad
colectiva no es,
pues, un dato de la realidad. La nación concebida como una comunidad imaginada –en la fórmula de Benedict
Anderson- supone la
intervención de agentes que, frente a determinadas necesidades
objetivas,
actúan con el propósito de crear y reforzar
en el imaginario colectivo las referencias identificatorias (Di
Tullio,
25)
Este modo de proceder
español es caracterizado como una forma de accionar
prototípica
de un estilo de vida que conlleva no saber “leer” la realidad existente
e imponer jeroglíficos “nulos” por ser una copia deformada
de los ya existentes. Es un tópico recurrente en esta carta el
modo en
que los españoles impusieron nociones ya existentes sin conocer
primero
el terreno. Así observamos que para Mier la forma de intercambio
ha sido
un mero juego de espejos deformantes (7):
se impartieron saberes ya conocidos por los indígenas con el
agregado
que esta vez la violencia ha colaborado en su consolidación.
El no saber
“leer” la cultura de la sociedad mexicana ya no se aplica a los
conquistadores sino a los académicos y a los publicistas
españoles que, al igual que sus antecesores, buscan imponer
cambios
tomando el atajo del facilismo sumidos, en muchos casos, en la premura
y la
ignorancia. (8)
La “arena” de disputa se hará a través del uso de la
prensa dando lugar a moldear la opinión pública de forma
deseada.
Este dato no es menor ya que el uso de los medios adecuados va de la
mano con el
deseo de generar un cambio de mentalidad en el público al cual
se dirige
la carta.
En
torno a la injerencia
de la opinión pública en asuntos nacionales, Noemí
Goldman
y Alejandra Pasino sostienen:
La
aparición del concepto de opinión pública fue el
resultado
de la crisis de legitimidad abierta por los acontecimientos
peninsulares de
1808 que se acompaña con la difusión del concepto de
soberanía del pueblo. Pero esta novedosa invocación a una
opinión pública (…) no constituye ciertamente un
neologismo
rioplatense; por el contrario, la opinión pública tiene
una larga
historia semántica previa que la vincula al progreso de la
Ilustración en Europa, a la libertad de imprenta, a la
soberanía
popular y a la representación política (…) (101).
Frente a los atajos
tomados por los letrados españoles, este letrado recurre al
tópico de “unión de los excluidos” para marcar una
distancia tajante con la conquista lingüística que
España
intenta implementar. Así, hablar una lengua es “habitar” su
cultura y cuidar sus tierras.
Coda:
el saber incómodo
El
análisis de esta carta escrita
por Mier es un claro ejemplo de las diversas dificultades que tuvieron
que
atravesar los intelectuales hipanoamericanos en pos de consolidar su
lugar
dentro del campo de fuerzas políticas y socio-culturales. Dentro
de este
campo: “Toda la actividad política y cultural del siglo XIX
hispanoamericano está relacionada con el proyecto de
construcción
de naciones y el planteamiento de la lengua es inseparable de la
identidad
nacional” (Arnoux y Lois, 1998:203). Por tal motivo, la despedida de
Mier
se ve teñida de una mezcla de objetivos que se confunden y
dialogan. No
solamente buscaba reforzar una identidad nacional ficticia en torno a
la
genealogía de la palabra “México,” sino que
también desea apropiarse del rol de “legislador” de la
población mexicana ocupando así un lugar en el espacio
público.
Lo que individualiza a
este letrado patriota de otros es su modo de legislar “por el terreno
resbaladizo del proceso de construcción nacional” (Arnoux y
Lois,
1998:208). Este asume una erudición rebelde producto de un
recorrido por
los recovecos de lo marginal y fronterizo. Realiza así un “viaje
intelectual” (Colombi) (9)
a contrapelo, por fuera de los márgenes académicos y
reconocidos.
Este viaje al revés demuestra una multiplicidad de saberes
dispares y
heterogéneos propios de un mundo alucinante que requiere de una
mirada
que los “traduzca” y organice en un modo de vida.
Frente al
análisis diacrónico de ciertos críticos, esta
carta se
presenta como el palimpsesto del recorrido “alucinante” hecho por
Mier a lo largo de su vida. En ella vuelve a enfrentar a la Historia no
ya como
un mero provocador (como lo fue en el año 1794) sino como un
patriota
rebelde, que conoce el revés del tejido español ya que ha
visto y
experimentado sus debilidades y no tiene ningún resquemor en
exponerlas.
En palabras de Rotker: “el valor de su escritura está en que
–en tanto espacio por excelencia fuera del Poder Imperial, dentro y
fuera
de México- es un gesto perpetuamente diferenciador, trastocado,
opositor: una contagiosa mirada del revés” (Rotker, 2005:156)
Notas
(1). En el prólogo del Ideario
político de Mier, O´Gorman sostiene: “Sin querer
restarle méritos al padre Mier, puede afirmarse que su
afán de
exhibicionismo es la clave para comprender la mayoría de sus
actos y la
explicación del tono de su vida” (O´Gorman, sin dato de
fecha: X).
(2). “Es más bien
probable, como sugiere Halperín Donghi, que en la
imbricación
textual de todas estas tradiciones de escritura se vea el nacimiento
del siglo
XIX: “Aquí el intelectual nace –en nacimiento doloroso y
conflictivo- del letrado colonial” (Rotker, 2005:138).
(3). “En sí misma, la
cultura silvestre no puede percibirse como cultura, es decir, un orden
impuesto
por los seres humanos, ya sea por su acción u omisión”
(Bauman, 1997: 79).
(4). La edición a trabajar de
la carta de Fray Servando Teresa de Mier es la compilada por Susana
Rotker para
la obra Ensayistas de nuestra América (Tomo I), Buenos Aires,
Editorial
Losada, 1994.
(5). Lo que resulta sorprendente de
este encuentro es el cambio rotundo de opinión del barón
de
Humboldt gracias a la palabra “divina” de Mier:
“También me dijo el barón de Humboldt en París:
“Yo creía que era invención de los frailes [la
evangelización de América antes de la llegada de los
españoles], y así lo dije en mi estadística, pero
después que he visto la curiosa disertación de usted veo
que no
es así” (Rotker, 22005:128)
(6). “Al volver del otro
mundo, que casi
tanto vale salir de los calabozos de la Inquisición, donde por así conviene me tuvo
archivado tres años el gobierno (…)” (Mier: 117)
(7).
Esta
forma de proceder se asimila al tipo
de intercambio “cultural” que experimentaron los indios con los
recién llegados españoles. Mientras que los primeros les
daban
las riquezas de su tierra, los segundos les retribuían con
“espejitos de colores”.
(8).
“creí
que toda esta novedad vendría de los impresores.
Hallándose
cargados de obra con la libertad de imprenta, y no sabiendo distinguir
el
origen de las palabras para distribuir las tres letras guturales,
habrían echado por el atajo. Pero unos me han dicho que esto
provenía de la misma Academia Española (…)”(Mier:
117)
(9). “(…)
Fray Servando es un
viajero con dobleces, que se desplaza de la procacidad a la
política con
extremada soltura, haciendo de sus Memorias
tanto un viaje fabuloso como un manifiesto de la emancipación”
(Colombi, 2004:111).
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