En
busca del ideal clásico o la escritura en contra de
España:
Polémica
acerca del estilo literario en la narrativa española
contemporánea
(1975-1999)
Pablo Pintado-Casas
Kean
University, Union,
New Jersey
“La
escritura es el estilo”
Parece
difícil
definir brevemente en qué consiste el estilo literario de un
autor, una
corriente o, incluso, una tendencia literaria. Todavía
podría
parecernos mucho más complejo determinar la forma de escritura
de toda
una generación o una época. Son muchas las definiciones
que se
han ofrecido sobre el estilo literario. De las primeras consideraciones
de Miguel de Unamuno, Ramón
Gómez de la Serna, o José Ortega y Gasset
hasta la
actualidad baste dar una definición para plantear el concepto
mismo de
estilo literario como algo polémico. Charles
Bally, discípulo y seguidor del estructuralismo de Saussure definió
en 1909 el estilo
literario como “una intención estética e individual”.
Quizás, como aconsejaba Bally, resultaría necesario
diferenciar
claramente la “estilística” y “el estilo”, es
decir: por una parte, el lenguaje literario como “fruto de un esfuerzo
voluntario y de intención estética”, y, por la otra, el
objeto de estudio de la estilística que quedaría centrado
en
“los hechos de expresión de un idioma particular” de una
época
histórica y recogidos en “una lengua hablada y
espontánea”. La estilística
sería
según éste: “una disciplina estrictamente
lingüística y no de la función estética del
lenguaje”. En breve una “estilística de la lengua “y
no una “estilística del habla” (De Aguiar e Silva, 1972,
pags.435-436).
Por
el
contrario, los pensadores “neorrománticos” Spitzer,
Croce y Vossler aseguran que la
“intuición” es el mejor medio para aproximarse a la obra
artística; algo así como un componente mágico. La
estilística
se presenta impregnada de un cierto psicologismo, vinculando lo
estilístico con “la interioridad” del autor. En Lingüística
y poética,
Roman Jackobson mantiene que la
función poética es aquella que se centra en “el mensaje
como tal” predominando sobre las demás. Definición que
cuestionaría
Fernando Lázaro Carreter en Estudios
de poética: la obra en sí (1976). Otros como Halliday
insistirían en las distintas funciones del lenguaje en
relación a
la estructura gramatical de la oración, realizando una
síntesis
entre la función y la forma. Incluso, Spencer y Gregory
llegarían
a proponer un estudio del estilo como un mero análisis
lingüístico
y funcional del texto. En este singular debate, Dámaso Alonso
vendría a decir que las “obras literarias auténticas”
son un diálogo eterno entre la intuición del alma del
creador y
el propio lector. (Dámaso Alonso, 1971, pags.204-205).
El
estilo literario
bien puede caracterizarse desde distintos puntos de vista o
perspectivas
filosóficas. Puede ser definido por unos como el reflejo del
carácter o la personalidad del escritor expresado en el texto o
en las decisiones
que el autor realiza en relación al proceso de la
creación
literaria. Al querer hablar de un estilo personal describimos muchos de
los
rasgos propios o de las convicciones de un escritor frente a su obra
como si ésta
fuese algo ya acabado y no sometido al cambio, concepción
filosófica
o tiempo literario en el que se lee esa obra.
Aquí
nos proponemos discutir sobre el estilo en la narrativa española
contemporánea
-concretamente- entre el período previo a la transición
política hasta los finales de los noventa.
Decadencia
del estilo clásico: miseria o
grandeza de la Literatura.
En
La inspiración y el estilo (1966), “La seriedad
del
estilo”, el escritor Juan Benet afirma
que: “Acerca del estilo nunca ha sido posible –y no lo va a ser
ahora- hablar con precisión y generalidad” (Benet, 1966,
pág.195),
puesto que “se le ha asimilado siempre –en una u otra época-
con la personalidad y el sello propios, con aquellos atributos
inalienables que
el hombre atesora y desarrolla celosamente para diferenciarse de los
demás… Se puede imaginar que el estilo no es otra cosa que el
resultado de unas condiciones sin par –personalidad, rasgos de
carácter,
sedimentos de la educación, sublimación de una
vocación o
de un quehacer- aplicadas al cumplimiento de una función”.
Juan Benet
en referencia al acto final del Don Juan
Tenorio de Zorrilla comenta la intervención final del
burlador (Don
Juan) en el diálogo con la estatua:
Don
Juan: ¡Fuego y ceniza he de ser!
Estatua: ¿Cuál los ves en redor; en eso para
el valor,
la juventud y el poder,
Don
Juan: Ceniza,
bien; pero, ¡fuego!
Aparentemente
un lector
descuidado podría no entender esta “salida de tono”.
En
este verso Zorilla no pretendería
“enseñarnos nada
sino emocionar para ser así comprendido mucho más
ampliamente”.
En este sentido Benet afirma que ni mucho menos pretende realizar “una
teoría irracionalista” acerca del estilo literario pero acierta
en
proponer una concepción en relación a la
inspiración y
escritura. En algunas ocasiones singulares, el significado de las
oraciones o
el sentido del mismo texto a veces quisieran escaparse como en Lewis
Carroll burlando
la imaginación, la literalidad de lo escrito y dejando paso al
juego del
lenguaje. Y si no, pensemos tal y como Benet nos sugiere entonces –y,
como así bien supo seguir su “consejo” Javier Marías-,
en la impenetrable frase traducida del inglés: “la negra espalda
y
abismo del tiempo”. Necesitaríamos “montañas de
erudición”,
“siglos de trabajo y búsqueda” para entender completamente el
significado veraz del verso.
¿Cuál
ese estado
de gracia, “alumbramiento” o inspiración del que participa
el poeta o el escritor? ¿Cómo se conjuga la “inventada
realidad” literaria y el modo particular de contar lo sucedido?
¿Cuál
es el límite entre la perfecta construcción
sintáctica y el
oscuro dominio de lo semántico? Benet insiste en que la partida
se centra
entre el mero interés por contar los hechos -narración
histórica,
cronológica, etc.-, o, la preferencia por la invención de
una
realidad lingüística que solamente el escritor domina en su
extensión. “La poesía es en comparación con la
Historia más veraz y seria que aquella” –según
afirmaría Aristóteles. Lo que importa aquí no es
tanto el
tema o estructura de lo narrado sino el peculiar estilo narrativo
elegido e
imprimido en el texto. Por esto, La Ilíada, Divina comedia, El Paraíso
Perdido, Macbeth, El Quijote o Luz de
Agosto son ejemplos ilustrativos del estilo literario “en sus cimas
más
altas”, una lidia constante por atrapar esa inspiración en la
plena escritura, palabra tras palabra, línea tras línea.
Desde
su obra Volverás a región hasta En la penumbra, Benet trata de alejarse
de un fácil estilo costumbrista o
realista, invocando por el contrario una realidad creada o
imaginada guiada
por la suerte de la inspiración. En general, el prosista
español
a partir del siglo XVII “no
encontró gran consuelo en las delicias del estilo.” Desde
entonces, la tradición literaria española hereda
-además
de una añoranza del estilo clásico- “la
prohibición
de transgredir los límites que estos trazaron. La prosa de antes
del
XVII tenía otra dicción y otra gravedad; pensemos en la
simplicidad de Gonzalo de Berceo, la rudeza de Mena, la delicadeza de
Manrique,
el escepticismo cervantino” (Benet, 1966, pág.220).
José
Andrés Rojo insiste
en esta misma idea en su artículo “Benet, un estilo para
alumbrar
las ruinas” (2009). La
inspiración y el estilo es una propuesta para indagar en la
idea del
“Grand style” –“gran
estilo”- que de alguna forma debiera sustituir el “costumbrismo”
imperante en la literatura de aquel entonces. Rojo señala que:
“El
camino que Benet eligió, en cambio, fue el de forjarse, a golpes
de
horas y horas, eso que quería recuperar para la literatura
escrita en
nuestra lengua, el estilo. Lo que había que buscar en
éste,
escribió Benet en aquel ensayo era
esa
región del espíritu donde,… se
pudiera encontrar una vía de
conocimiento, independiente y casi transcendente a ciertas funciones
del
intelecto,…” (Rojo, J.A., 2009).
Desde
una perspectiva parecida,
Luis Goytisolo
insiste que la
novela es “un género abierto a toda clase de temas (amor,
ambición,
etc.)” muy susceptible de ser tratado de diferentes modos, a saber:
irónico,
con objetivismo fotográfico o romántico. De ahí
que se
hable de la novela de género: novela histórica, novela de
intriga, novela erótica, novela social, etc. En Diario
de 360˚, escribe que: “en el siglo XVII, en España,
se perdió el tema del amor en la novela como si con la figura
del
burlador Don Juan se hubiera acabado también el tema mismo para
siempre”
(pág.82-83). En cuanto a la escurridiza cuestión del
asunto de la
inspiración, Luis Goytisolo asocia ésta con el hallazgo
de un
tema literario: “Es decir: que el autor toma los personajes de la
realidad, pero que la idea de la novela, el tema, es fruto de la
inspiración. No se la suele relacionar, en cambio, con el modo
de
contar, con el estilo, que es lo que diferencia el relato literario de
un acta
notarial o de un informe médico” (Luis Goytisolo, 2000,
pág.
249).
En
definitiva, en palabras de Juan Benet:
“Para el
hombre de letras no tiene otra salida que la creación de un
estilo… Ninguna barrera puede permanecer contra el estilo siendo
así que se trata del esfuerzo del escritor por romper el cerco
mucho
más estrecho, permanente y riguroso: aquél que le impone
el
dictado de la realidad… Esa realidad se presenta ante el escritor bajo
un
doble cariz: es acoso y es campo de acción… ¿Qué
barreras pueden prevalecer contra un hombre que en lo sucesivo
será
capaz de inventar la realidad?” (Benet, 1966, pag.223).
Siguiendo un consejo de amigo; Javier Marías,
lector de Benet.
La
quinta novela de Javier Marías:
El hombre sentimental (1987) cerró
pronto la primera etapa como escritor comenzada muy temprano.
Recordemos que
empezó a publicar con tan sólo diecinueve años Los dominios del lobo, Travesía del
horizonte, El monarca del tiempo y El siglo. Juan Benet, en el
primer epílogo
de la edición del citado libro, dice que lo sorprendente de la
obra no
resulta el tema de la misma –un triángulo amoroso que se
resuelve más
o menos como así era de esperar con un final nada feliz y la
desgraciada
separación de los tres amantes-, sino “por su excelencia
literaria
con que el autor aborda el asunto como sí, consciente de que un
argumento es poco más que un artificio que le permitirá
recrearse
en los detalles…” (Javier Marías, 1987, p.232).
El
mismo Marías nos
cuenta en el epílogo de esa misma novela que se sirvió de
dos imágenes
para escribir ese libro: la primera imagen que no aparece para nada en
el mismo
pero que sirvió de latido inicial acerca de un hombre y una
mujer
separados por una valla en un paisaje rural, tomada de Cumbres
borrascosas; y, la segunda imagen real de la
descripción de una mujer que estuvo sentada frente a él
al
realizar un viaje en tren. Estas dos imágenes serán el
hilo
conductor de la obra que comienza con las siguientes palabras: “No
sé
si contaros mis sueños. Son sueños viejos, pasados de
moda, más
propios de un adolescente que de un ciudadano… Lo único que
puedo añadir
es que escribo desde esa forma de duración -ese lugar de mi
eternidad-
que me ha elegido” (Javier Marías, 1987, Pág. 11).
En
la entrevista realizada en
2005, Elide Pittarello pregunta a Marías sobre el cambio del
papel de
los narradores de sus últimos libros; parece que en éstos
se
puede apreciar el cambio de “narrador espía”
(“narrador fantasma”) al papel de “narrador testigo” (o
“testigo de oídas”, no presencial) de la Guerra Civil. Javier
Marías contesta que esto responde al “peso que le doy a la
palabra, el peso que le doy a las cosas hechas, por supuesto, pero
también incluso a las dichas” (Pittarello, 2005, pág.
55). La
figura narrativa del fantasma literario como narrador principal es un
punto de
vista excelente para el escritor porque para él es alguien que
“no
solamente conoce ya el final de la historia cuando la cuenta, sino que
es
alguien al que –al no estar ya, al haber muerto ya- nada le puede
pasar,
nada le puede ocurrir, porque todo lo que tenía que pasar ya le
pasó,
y al mismo tiempo es alguien que no participa de ningún tipo de
indiferencia” (Pittarello, 2005, p.39).
En
opinión de Marías
uno habla muy a la ligera, nadie ahorra nada en lo que se refiere al
contar o
al hablar. Sobre la Guerra y la dictadura señala que parece que
a partir
de la transición a la democracia hubo una especie de pacto
silencioso -y,
quizás, saludable en relación a lo que se podía
hacer en
ese momento- para no pedir cuentas
ni por lo sucedido ni por los cuarenta años de franquismo. Fue
entre una
voluntaria amnistía general y una necesaria amnesia
universalizada. A éste
le parece grave que las cosas se olviden –“que parezca que no han
existido, que las cosas sean como si no hubieran sido” (Pittarello,
2005,
p.58)-. Indica que por esta razón en Tu
rostro mañana -y en algunos otros de sus libros- aunque el
tema de
la Guerra no sea el principal, sí que se cuentan cosas tal y
como las
había oído (de primera mano) para “que se sepa que esto
lo
hubo, que se sepa que esto existió”. No por azar al padre del
narrador (Jacques Deza) de esta última novela, le pasó lo
mismo
al final de la Guerra civil que al propio padre de Javier Marías
-el
filosofo Don Julián Marías-.
Sirviéndose de este préstamo o recurso literario
–un
singular desdoblamiento de narrador y personajes, a modo borgiano-,
evita
escribir simplemente un libro de memorias para realmente realizar todo
un
ejercicio literario basado en un estilo muy personal y así
recuperar la reciente
memoria de España haciendo además justicia a los
trágicos
acontecimientos de la Guerra civil. Este recurso es llevado al extremo
en Negra espalda del tiempo donde el
narrador es el propio “Javier Marías” contando todo lo que
verdaderamente sucedió; por decirlo de alguna manera, es una
“falsa novela” puesto que por principio “una novela no cuenta
hechos verdaderos”. (Pittarello, 2005,
pág.
24).
Pero
sé
que cuando quiera que sea y aunque no conozca eso venidero,
seguiré
contándolo como hasta ahora, sin motivo ni apenas orden y sin
trazar dibujo
ni coherencia; sin que a lo contado lo guíe ningún autor
en el
fondo aunque sea yo quien lo cuente; sin que responda a ningún
plan ni
se rija por ninguna brújula, ni tenga por qué formar un
sentido
ni constituir un argumento o trama ni obedecer a una armonía
oculta, ni
tan siquiera componer una historia con su principio y su espera y su
silencio
final… Ahora que voy a parar y a no contar más durante
algún tiempo, me acuerdo de lo que dije hace mucho, al hablar
del
narrador y el autor que tienen aquí el mismo nombre: ya no
sé si
somos uno o si somos dos, al menos mientras escribo. Ahora sé
que de
esos dos posibles tendría uno que ser ficticio (Javier
Marías,
1998, 418).
Luis
Goytisolo
compara a Marías con Pavese; le
describe
animosamente como “un escritor adolescente” dada “que esa
personalidad adolescente del autor impregna la totalidad de la obra y
se hace
verdaderamente difícil separar una cosa de la otra”. Luis
Goytisolo
considera el estilo de Javier
Marías
-en Mañana en la batalla piensa en
mí y Corazón tan blanco-
es de “frase tal vez bella pero carente de significado”, aludiendo
que el autor se ampara en “la significación superior de lo
oscuro”, véase por ejemplo la oración: “que las cosas
hubieran sido diferentes si todo hubiese sido de otra manera”
(Goytisolo,
2000, pags.82-83).
Escribir “en” o “en contra”
de España.
Uno
de los temas más
tratados en la obra ensayística de Juan Goytisolo es el de la
Literatura
española en la época de Franco. En el comienzo del
artículo
“Escribir en España” recogido en su libro El
furgón de cola (1967) menciona
la anécdota sobre un escritor parisiense que envidiaba a los
escritores
españoles de entonces que habían debido escribir en
contra de la
censura franquista: “La existencia de la censura previa, la prensa
controlada y dirigida, la rigidez e inflexibilidad de la sociedad en
que viven
son factores estimulantes para un espíritu libre y audaz… En
Francia, por el contrario, el poeta joven o el novelista en agraz
conocen, desde
el principio, la facilidad y el halago”. En opinión de Juan
Goytisolo, en aquel entonces -a pesar de la rígida y
controladora
censura del franquismo-, lo importante era hacer frente a la herencia
literaria
recibida de la generación o grupo del noventa y ocho. La
Literatura actual
sería entonces considerada -en muchos casos- como una simple
promoción
social o editorial.
En
este mismo sentido Luis
Cernuda escribió en Poesía
y Literatura (1965, p.242) que además “habría que
tener
en cuenta el grave y trágico paréntesis de la guerra
civil”
que nos impide tener una clara visión del Noventa y
Ocho tal y como se podría entenderlos antes y
después de 1936. Según Goytisolo, “con el buen pretexto
de
resguardar la herencia del Noventa y Ocho, también se disfrazaba
una
operación de medro personal: la herencia se había
metamorfoseado
en culto” (pag.907).
También
Juan Goytisolo en
“Literatura y Eutanasia”, discute
sabiamente el término “generación’ tan llevado y
traído
por muchos con el simple afán de agrupar escritores y aupar en
capillas
cofradías literarias; véase por ejemplo su crítica
a la
denominada “generación del 56” o “la generación
literaria de la posguerra”. Insiste que en España se ha pecado
de “una
prosa rancia y castiza”, un conservadurismo en la lengua que ha llevado
a
muchos a ser incapaces de captar y expresar la novedad del mundo
moderno y
condenando por tanto dicho estilo “a la vía muerta y al
cementerio
de los estilos ya hechos, ya terminados” (Goytisolo, 1967, pag.865).
Esto
es, toda la experiencia literaria de “nuestros” jóvenes
novelistas
sufre por ello una “invencible timidez frente al instrumento literario
de
la tradición española” (Juan Goytisolo, 1967, pag.877).
¿Cuál
es entonces
la panorámica de la Literatura española comprendida entre
los años
1975-1990? Salvador Giner describe concisamente este período en
su ensayo
“La España posible” –recopilado en Francisco Rico: Historia
y crítica de la Literatura
española: Los nuevos nombres,
1975-1990. Nos dice que no mucho tiempo después de la
“euforia
democrática” surgida inmediatamente después de la
transición política se produjo rápidamente un
período
que hoy llamamos de Desencanto (1979-1982).
Se pasó de “una fase reformista a un deseo de sensatez
posibilistica en relación al futuro del país”. El mundo
cultural
y literario –apenas una década después de 1975- alcanza
semejanzas y afinidades con la de otros países europeos
potenciando el
pluralismo cultural y lingüístico de los pueblos de
España.
Las
nuevas tendencias o los últimos
novelistas son muy abundantes destacando
entre muchos otros la brevísima lista siguiente: Arturo
Pérez
Reverte (1951), Rosa Montero (1951), Jesús Ferrero (1952), Clara
Sánchez
(1953), Javier García Sánchez (1955), Julio Llamazares
(1955),
Antonio Muñoz Molina (1956), Alejandro Gándara (1957),
Laura
Freixas (1958), Almudena Grandes (1960), Ignacio Martínez de
Pisón
(1960), Javier Cercas (1962),
Daniel Mujica (1967). Muchos de estos, nacidos al final de los
cincuenta y
mediados de los sesenta pero que, sin embargo, no empezaron a publicar
sus
obras hasta principios o mediados de los años ochenta. Por
supuesto, debemos
distinguir claramente aquí a este conjunto heterogéneo de
escritores respecto el grupo generacional del 68, escritores nacidos
hacia
mediados de los cuarenta y que llegaron a publicar antes de la muerte
de Franco
o durante la misma transición. Téngase en mente el caso
de José
María Merino (1941), Terenci Moix (1942), Luis Mateo Díaz
(1942),
Félix de Azúa (1944),
Adelaida García
Morales (1945), Vicente Molina Foix (1946), Juan José Millas
(1946),
Soledad Puértolas (1947), Enrique Vila-Matas (1948), Luis
Landero
(1948), Leopoldo María Panero (1948), Gustavo Marín Garzo
(1948),
Rafael Argullol (1949).
Si
además pudiésemos
destacar un libro de cada año comprendido entre 1975 y los
primeros años
noventa seguramente no quedarían dudas en reconocer el
mérito de
algunas de las obras indicadas a continuación:
Juan
sin tierra (Juan Goytisolo, 1975), Barrio
Maravillas (Rosa Chacel, 1976), Autobiografía
de Federico Sánchez (Jorge Semprúm, 1977), El cuarto de atrás (Carmen Martin
Gaite, 1978), La cólera de Aquiles
(Luis Goytisolo, 1979), El aire de un
crimen (Juan Benet, 1980), Asesinato
en el comité central (Manuel Vázquez
Montalbán, 1981),
Los santos inocentes (Miguel Delibes,
1982), El héroe de las Mansardas
de Mansard (Álvaro Pombo, 1983), Los
jinetes del alba (Fernández Santos, 1984), La
sonrisa etrusca (José Luis Sampedro, 1985), La
fuente de la edad (Mateo Díaz,
1986), El invierno en Lisboa (Muñoz
Molina, 1987), El desorden de tu nombre
(Juan José Millas, 1988), Todas
las almas (1989), La tabla de Flandes
(Arturo Pérez Reverte, 1990), Sin
noticias de Gurb (Eduardo Mendoza, 1991) o Nubosidad
variable de Carmen Martin Gaite (1992). Como
rápidamente se puede apreciar muchos de estos escritores no
pertenecen
ni mucho menos ni en edad, ni generación o afinidad literaria a
cualquiera de los grupos de escritores mencionados anteriormente.
Del franquismo a la posmodernidad: la novela
española (1975-1999)
España
–como muy bien se
sabe- ha despertado un gran interés
en las últimas décadas quizás provocado por
todos
los cambios que en este país se han producido en los
últimos
años. La imagen renovada que se proyecta internacionalmente
requiere una
evaluación de los muchos estereotipos que usualmente se han
asociado con
lo español, su Historia y su Literatura. La
“transición” política que comienza con la muerte de
Franco y la reinstauración de la monarquía
borbónica del
rey Juan Carlos I posibilitó
en poco tiempo un importante conjunto de transformaciones sociales y un
futuro
completamente distinto al esperado en los sesenta. Quizás, por
ello, en
el caso específico de la narrativa española actual
debiéramos esperar pacientemente todavía algún
tiempo más
para poder comprender plenamente la profunda transformación
acaecida
desde entonces. ¿Cómo afecta a una sociedad o a un
escritor
tantos intensos cambios políticos y sociales: en el
diseño, la
moda, la arquitectura, cinematografía, gastronomía, o las
artes?
Pensemos rápidamente en algunos nombres célebres
asociados de
inmediato con aquella época, a saber: Almodóvar,
Berlanga, Colomo, Fernán
Gómez, Garci,
Pilar Miró, Carlos Saura, o Fernando Trueba -por mencionar
solamente
algunos cineastas-. La sociedad
española tuvo necesariamente que plantearse asuntos como la
reforma del
código penal, el divorcio, el aborto, la eutanasia, la
sexualidad y
enfermedades como el SIDA. Es la década de “España en
Europa”, el estado de bienestar, la inflación, la energía
nuclear, pero también los problemas de la desertización y
la
sequía, las nuevas tecnologías y nuevos medios de
comunicación. La década de los ochenta fue también
la de los
años del inicio de la Pasarela Cibeles, el Instituto Cervantes,
la muy
visitada exposición de Velázquez en El Prado, la
celebración del polémico "Quinto Centenario", la
cesión de los cuadros del Barón Tyssen,
la renovación del hospital que luego albergaría la
colección del museo Reina Sofía. También es el
tiempo de
un nuevo panorama artístico bien representado por Tapies,
Barceló, Arroyo, Cesepe, Gordillo,
Antonio
Saura, Bofill, Calatrava, Moneo. No
olvidemos tampoco la famosísima y denominada “movida
madrileña" de los ochenta.
La
vida intelectual y literaria
estuvo animada por el alcalde Tierno Galván y sus "bandos
municipales", Aldecoa, Arrabal, Francisco Ayala, Barral, Juan Benet, Castellet, Rosa Chacel,
Fernández Santos, Gil de Biedma, Pere Gimferrer, Juan Goytisolo,
Martín Gaite, Eduardo Mendoza, Terenci
Moix, Soledad Puértolas,
Sánchez Ferlosio, Fernando Savater,
José Luis Sampedro, José Ángel Valente, Luis
Antonio
Villena, Francisco Umbral y la recién traída de vuelta
del exilio,
María Zambrano. Aparecieron entonces gran cantidad de revistas
intentando apresar la dinámica de los acontecimientos y la
volátil actualidad, atrincherando posiciones políticas: Revista de Occidente, El Urogallo, El
Paseante, Quimera, Ajo Blanco supieron convivir bien con la novela
"rosa", la novela histórica, la colección de la
"sonrisa vertical" y un obligado espacio dedicado a la literatura
catalana, vasca y gallega.
Mar
Langa Pizarro realiza un
excelente compendio de autores comprendidos entre los ochenta y
noventa: los
veinticinco primeros años de la democracia en España,
siendo este
diccionario de gran utilidad puesto que agrupa los autores por edad,
sexo y
criterio geográfico. Describe la novela española como un
reflejo
de los cambios que ha habido en la sociedad española ofreciendo
-en sus
palabras- una novela “más libre, más individualista,
más
abierta al mundo”. A pesar de esto último, indica que “la
ausencia de escuelas dificulta la visión de conjunto; la
abundancia de
nuevos narradores restringe el conocimiento individualizado de sus
obras. Este
volumen pretende subsanar ambas dificultades; ofrece un panorama de la
situación y las tendencias de la novela española actual;
y un
diccionario de más de cuatrocientos novelistas, que han
publicado en los
últimos veinticinco años”.
Divide
la narrativa en tres
etapas principales y claramente bien diferenciadas, a saber: a) La novela del
franquismo (1939-75);
b) La novela de la transición (1975-82); y, c) La novela en la
democracia (1982-99). De esta segunda etapa –la de los escritores
libres
de la censura y cambio político- se destaca prioritariamente “la
nueva forma de narrar”, “el interés por la historia” y
la “narrativa de intriga”. Por ejemplo, Recuento de
Luis Goytisolo, Juan
sin Tierra de Juan Goytisolo, y La
verdad sobre el caso Savolta de Eduardo Mendoza, respectivamente.
De la
tercera de las etapas, Langa Pizarro indica el importantísimo
papel del
mundo editorial, el papel de la crítica literaria y el potencial
lector,
las nuevas revistas y premios literarios: el Nacional, el de la
Crítica,
Planeta, Nadal, Cervantes y el Príncipe de Asturias.
La
nueva novela es clasificada
en relación a tres tendencias según Gonzalo Sobejano,
esto es: i) Anti novela, “la
novela que desentraña el género pensándose en
sí
misma” (véase, José María Merino, Juan José
Millás, Aliocha Coll y Javier
Tomeo); ii) Meta novela del
proceso de la escritura, lectura
o discurso oral, una suerte de novela que en lugar de “referirse al
mundo
o la realidad prefiere hablar de sí misma” (ejemplificada por
escritores como García Hortelano, Álvaro Pombo o
José María
Merino); y, iii) Neo novela que
abarca los géneros:
policiaco (Vázquez Montalbán), erótico (Esther
Tusquets,
Mercedes Abad, Soledad Puértolas, Rafael Chirbes),
ciencia-ficción
(Juan Miguel Aguilera), histórico (Pérez Reverte,
Fernández
Santos, Llamazares), testimonial
(José
María Guelbenzu, Félix de Azúa,
Carlos Barral), lírico (Umbral, Caballero Bonald) y realismo
sucio (Ray
Loriga, Benjamín Prado, Pedro Maestre). Por último,
podríamos preguntarnos por el futuro próximo de la
novela, su
estructura o ritmo narrativo. Podríamos entender la
situación
actual como el final de este género literario entrado ya
profundamente
en una grave crisis frente a las nuevas formas narrativas
cinematográficas.
“La idea de España” como tema
literario.
El
tema de España surge
muy pronto en la literatura española generando todo un
pensamiento literario
que en el grupo del Noventa y Ocho causara todo su apogeo y dilema a la
vez. De
la frase de Fray Luis de León: “A toda la espaciosa y triste
España”
a la pregunta de José de Espronceda: “¿Quién
calmará, oh España, tus
pesares?”
o la de Larra: “¿Donde está España?”; o,
incluso, la afirmación filosófica de José Ortega y
Gasset:
“Dios mío, ¿qué es España?” podemos
trazar todo un diálogo entre escritores españoles que
invocan una
y otra vez la pregunta acerca de España, su concepción,
idea y
trayectoria histórica. Recordemos el dicho “Me duele
España”
de Miguel de Unamuno, o el suspiro de “¡Ay de mi España!”
del poeta Juan Ramón Jiménez, el piropo de Machado:
“Hermosa
tierra de España”, o el verso de García Lorca: “¡Oh
España, oh luna muerta sobre piedra dura!”. Se podría
incluso sintetizar todas las anteriores en la de Juan de la Encina:
“Triste España sin ventura”. Como se puede apreciar
aquí el tema de “España” ha sido tratado en la
poesía española una y otra vez constantemente.
“España” como patria y
a la vez alma, como lugar y nombre, en la lejanía del destierro
y exilio
o como fruto del habla castellana. Recuérdese brevemente el
“ancha
es Castilla” o el discurso del filósofo acerca del centralismo y
la periferia de la España invertebrada. España es amarga
y
partida, es soñada y en paz, “espejo de España”,
incluso en los años de la lucha anti-franquista es “el ruedo
ibérico”. Muchos son los poetas que han cantado intensamente el
tema: Blas de Otero, Celaya, José Hierro, Carlos Bousoño,
Antonio
Aparicio, Leopoldo de Luis y tantos otros; generaciones de poetas que
establecen en su obra un diálogo constante con la patria
evocando una
extremada pasión. Claro está que esta necesidad de
“España”
o de “evocar España” alcanza su máxima capacidad en
la tradición literaria española al terminar la guerra
civil en
1939.
Otro
magnífico ejemplo
es el de Luis Cernuda: “No sé qué tiembla y muere en
mí.
Al verte así dolida y solitaria, En ruinas los claros dones, De
tus hijos,
a través de los siglos”. Para unos,
los vencedores, España
recupera su historia, grandeza y gloria; para otros –los vencidos, los
derrotados - España pasa al exilio, al sentimiento de
pérdida de
la Segunda República y a la España que durante cuarenta
años
de dictadura franquista permaneció en silencio. Quizás,
ya
incluso Lope de Vega –presagiadamente- indicase el destino del enigma
de España
mediante sus versos: “Ay dulce y cara España, de tus hijos
verdaderos, y con piedad extraña, piadosa madre y huésped
de
extranjeros!”.
Para
acabar, quisiera mencionar
la conferencia impartida por Juan Benet en la universidad de Chicago
titulada:
“La novela en la España de hoy” -día 19 de abril de
1980-, en la que se pronuncia de la siguiente forma: “España
continúa siendo un enigma, una realidad incomprendida para
muchos;
manteniendo frescos muchos de sus encantos, habiendo preservado en
buena medida
la originalidad de su cultura y gozando de unas peculiaridades que
diferencian
indiscutiblemente la vida española de la de sus vecinos y
allegados,
nuestro país parece que conserva íntegro y semioculto
todo su
trágico y recurrente poder para el desengaño y la
revancha”
(pag.24). En su opinión, “nuestro
carácter nacional”, “nuestra identidad” –la de “ser
español”- se relaciona con una forma de entender la vida que se
distancia de “los ideales compartidos por el mundo occidental”
(pág.
25). Benet insiste que “en el campo de la creación literaria en
España ha desaparecido un fetiche: el fetiche del anti
franquismo, el
fantasma de la liberación que, para bien o para mal, ha quedado
relegado
a unas cuantas escritoras feministas” (pág. 29).
Curiosamente
no hace mucho tiempo,
la escritora y periodista Laura Freixas
-también
impartiendo una conferencia en EEUU- “La literatura y mi madre:
cómo
y por que nació Madres e hijas”-
afirmó que “toda mi generación sentía un gran
rechazo hacia la literatura española: ni en las obras ni los
autores
encontrábamos modelos atractivos. Si las generaciones anteriores
–desde el siglo de Oro hasta la II República- habían
exclamado, con Miguel de Unamuno: “Me
duele España”, la nuestra bostezaba: “Me aburre
España”. Puede parecer
que por fin este fantasma del que nos
hablaba Benet también haya desaparecido entre las escritoras de
hoy en día
que buscan por el contrario diferentes formas de expresión
narrativa y una
temática propia en sí misma.
A modo de conclusión:
¿Qué
es entonces el
estilo? ¿Cómo invocar la inspiración?
¿Cuándo
surge la creatividad literaria de la que se origina y mana la fuente de
la gran
Literatura? ¿Quién desarrolla y propone el gusto
literario? Otra
vez, de nuevo, a vueltas con la tradición y herencia literaria;
la falta
y/o necesidad de modelos; el buen uso de la técnica aprendida,
el
producto editorial frente a la escritura propia de un autor o de toda
una
generación.
Algunos
concluyen la
polémica diciendo que todos los temas están resueltos,
acabados y
manidos, que existe una crisis del género novelístico,
tanto del
continente como del contenido; que se buscan o experimentan nuevas
maneras de
decir, contar, narrar y/o escribir lo eternamente ya dicho, contado,
narrado
y/o escrito. Podríamos concluir por consiguiente que este
conflicto entre
la elección del tema y la renovación del género
novelístico
es crucial en la Literatura española contemporánea;
siendo una
suerte también de renacimiento del estilo –o no- que queda
reflejado en las nuevas propuestas de creación literaria.
Aquí
en este limitado
espacio se ha tratado de plantear un dilema más que de dar
definitivamente
una respuesta. De ahí el título elegido para este ensayo:
“En
busca del ideal clásico o la escritura en contra de
España: polémica acerca del estilo literario en la
narrativa Española
contemporánea”.
En
palabras que recuerdo de oído
de María Zambrano: “hay quienes escriben como hablan y otros que
hablan como escriben”. Y, finalmente -y en homenaje al escritor
castellano fallecido muy recientemente, Miguel Delibes- imagino que en
la Literatura
se trata únicamente de conciliar lo que se manifiesta localmente
con lo
universal; así mismo, el habla y
la escritura. Para éste -sin duda- consistía en
convocar el
alma de Castilla, sus tierras, sus gentes y cómo no: la propia
esencia y
suerte del castellano.
Una cita como
epílogo final:
Escribo, en
definitiva, porque me distrae, me entretiene y es una de esas cosas de
las que
no me harto nunca: cuesta mucho, pero no me decepciona”... “Una
sierra al fondo, una carretera tortuosa y un monte bajo un primer
plano” (Juan
Benet)
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