La ciudad y la violencia en dos obras de Fernando Vallejo

 

 

Belkis Suárez

Universidad de Florida


Los procesos de modernización y urbanización ocurridos en América Latina durante el siglo XX han hecho eco en el campo de la cultura. Uno de los textos fundacionales que trabaja el tema de la ciudad desde la literatura latinoamericana es Latinoamérica: Las ciudades y las ideas (1976) de José Luis Romero. Este autor hace un contrapunteo entre la literatura y la ciudad documentando obras literarias que dan cuenta de los cambios sociales y urbanos desde la expansión europea hasta la explosión urbana en la década de los setenta. La ficción literaria de finales de siglo XX y comienzos del siglo XXI no se refiere netamente a las tranformaciones sociales producto del movimiento del campo a la ciudad, como en el texto de Romero, sino a los cambios sociales producidos en y por la ciudad, dando cuenta de ellos con un discurso fragmentado, cotidiano y violento.

Buscando entender el trato de los cambios urbanos en la literatura de finales del siglo pasado y principios del siglo XXI en este trabajo analizo la representación de la ciudad de Medellín a través del discurso de la violencia en la narrativa de Fernando Vallejo, particularmente en dos novelas: La virgen de los sicarios (1994) y El desbarrancadero (2001). En estas novelas, la ciudad es narrada con violencia, con un discurso a veces amenazador y pujante para llamar la atención del lector, y quizá, de un ciudadano a quien parece no importarle los cambios urbanos y los conflictos sociales generados por ellos.

Vallejo y su producción literaria

La obra literaria de Fernando Vallejo es extensa y representativa tanto de la ciudad de Medellín como de la violencia. Su producción se inicia a mediados de los años ochenta con Los días azules (1985) y continúa hasta los años 2000. En su desarrollo, la ciudad de Medellín ha sido una constante, en algunos textos como telón de fondo y en otros como hilo conductor de sus argumentos. En cualquier caso el desarrollo de su producción literaria, al menos en lo que respecta desde Los días azules hasta La virgen de los sicarios, ha ido desarrollándose a través de un discurso cada vez más violento (Murillo 13).

En La virgen de los sicarios, Vallejo desarrolla el argumento de un hombre mayor, gramático que regresa a su ciudad natal esperando pasar allí sus últimos años de vida.

La novela transcurre en el andar por las calles de Medellín en búsqueda de la ciudad que dejó y que no encuentra en su recorrido. Este transitar por las calles lo hace con dos de sus parejas Alexis y Wilmar, dos sicarios que le muestran la ciudad de Medellín contemporánea. En El desbarrancadero, Vallejo cuenta la historia de la ciudad de Medellín a través de la historia de la familia Rendón, narrada por un personaje que regresa a su ciudad natal para cuidar y enterrar a dos de sus familiares más queridos: su padre y su hermano. La familia, descompuesta, sin lazos, y sin identificación como tal, es la imagen de una ciudad fragmentada, violenta y sin tradiciones.

Estudiar la ciudad en las obras de Vallejo invita a investigar el contexto cultural y el ambiente socio-histórico en los cuales se desarrollan. Fredric Jameson señala que la heterogeneidad textual puede ser entendida sólo cuando se relaciona con lo social y la heterogeneidad cultural fuera del texto (Selden 48). Sus aproximaciones teóricas conjuntamente con las de Henri Lefebvre son las que utilizo para enmarcar el análisis de los textos de Vallejo.

Ciudad y espacio: aproximaciones teóricas

Los conflictos sociopolíticos que encontramos en la literatura no son del todo invenciones ficcionales de los autores que las producen. Subyacen en ellas cambios históricos y problemas que emergen en la sociedad, como supo analizar por ejemplo, Benjamin en la producción poética de Baudelaire y como reflexiona también Jameson acerca de la literatura de la sociedad norteamericana en los años setenta (Jameson, Postsmodernism xx).

Jameson se aproxima al estudio de la sociedad puntualizando cómo las producciones culturales y en especial la literatura, deben ser estudiadas desde una perspectiva histórica, más allá del marco estilístico cultural en que fueron creadas. Esta visión es ventajosa al momento de estudiar la literatura de ciudades latinoamericanas en las que existe la presencia de múltiples realidades que yuxtaponen diversos movimientos estilísticos. El entendimiento de estas coexistencias se facilita si la aproximación conceptual utilizada se hace bajo un marco socio-histórico. Las múltiples y diversas realidades rurales, urbanas, modernas y “bárbaras” en un mismo espacio deben entenderse como procesos históricos y geográficos más que el choque de diversas tendencias culturales puesto que incluso la yuxtaposición misma es resultado de un momento socio-histórico.

Para Jameson la producción estética se ha integrado a la producción general de las mercancías lo que ha generado una transformación de la esfera cultural de la sociedad contemporánea haciendo de ésta un sistema totalizante en la que el individuo va perdiendo identificación (Jameson, Postmodernism 5). El autor señala un cambio social que puede ser visualizado a través de las distintas fases del desarrollo capitalista, que a su vez asocia con movimientos artísticos y culturales. De esta manera asocia el realismo con el capitalismo de mercado nacional, el modernismo con el capitalismo imperialista o monopólico, y el posmodernismo con el capitalismo transnacional que el autor denomina capitalismo tardío (Jameson, Postmodernism 36). Uno de los rasgos del capitalismo tardío que Jameson señala en “El posmodernismo y la sociedad de consumo” es la noción de historicidad y la existencia de un presente perpetuo que imposibilita al individuo como sujeto a visualizarse como parte de un todo, de un espacio social, de una ciudad y cuyo lugar es a su vez difícil de abarcar. En consecuencia se tiene una realidad que se presenta como una fragmentación de un tiempo en series de presentes perpetuos (Jameson, El giro 37; Postmodernism 25).

Ahora bien, si el tiempo está fragmentado en presentes perpetuos ¿qué ocurre con la representación?¿Cómo se representa la realidad en la producción cultural? Jameson sugiere que no existe ninguna representación que sea una reproducción mimética de la realidad, y que todas ellas son producto de un acto de interpretación (Hardt 4). Tanto para Jameson como para Marx las formas y estructuras que definen la sociedad contemporánea no son inmediatamente accesibles para un análisis empírico. Es decir, no se tiene acceso a la sociedad o a los modos de producción como objeto de estudio, sino representaciones e interpretaciones (Hardt 4). En este sentido el autor menciona que movimientos estilísticos como el realismo, el modernismo y el posmodernismo corresponden a momentos históricos específicos, y sus efectos y posibilidades tienen que ser leídos en sus contextos.

Vallejo en El desbarrancadero (2001) narra la ciudad de Medellín a través de la historia de la familia Rendón. Escoge el autor una forma fragmentada de narrar las historias de dos hermanos como una estrategia de representar la ruptura y el desquebrajamiento de la familia y de la ciudad de Medellín:
 

Con un lenguaje coloquial, de color local, el autor reproduce las costumbres, los dichos y neologismos de una sociedad en descomposición, que se debate vertiginosamente entre las leyes del subdesarrollo en el cual se encuentra inmersa, y las propuestas de la nueva era de globalización. (Castillo 6).

 

Las imágenes fragmentadas que utiliza Vallejo para contar la historia de la familia Rendón, aunado a un lenguaje cotidiano y violento se inserta en la noción de pastiche y las imágenes de presentes perpetuos que menciona Jameson como una de las características estilísticas de la producción cultural del capitalismo tardío.

La forma en que Vallejo representa a la ciudad de Medellín remite a conceptos particulares de la representación. Jameson tiene una aproximación teórica que se nutre tanto del marxismo como de los estudios culturales. En este sentido es importante destacar la importancia que ha tenido Henri Lefebvre en los estudios urbanos ya que con él se aclara que los espacios en sí mismos no tienen poder. Jameson toma de Lefebvre el concepto de la representación de los espacios. Es a partir de Lefebvre que lo urbano se asume como forma, es decir, no es sólo las especificaciones de lugar físico espacial, geográfico, sino que por urbano se entiende la concentración de actividades, funciones y creaciones que ocurren en un espacio-físico en un tiempo determinado. Su concepto de espacio es flexible:

Lefebvres’s work calls for a less rigid conceptualisation of space as a geometrical concept in which ‘things happen’, to a more socially informed concept in which social relations are reproduced (gender, ‘race’), invented (myths, stereotypes), identity constructed (‘who you are depends on where you are’), and power exercised or opposed (Jones 1).

 

Lefebvre desarrolla en su texto The Production of Space los conceptos de espacios de representación y representación de espacios. (1) El primero “the space of representation” son aquellos espacios en los que se vive, donde ocurren las experiencias pragmáticas de la vida. Es el espacio:

as directly lived through its associated images and symbols, and hence the space of ‘inhabitants’ and ‘users’, but also of some artists and perhaps of those, such as a few writers and philosohers, who described and aspire to do no more than describe. […] Thus representational spaces may be said, though again with certain exeptions, to tend toward more or less coherent systems of non-verbal symbols and signs (Lefebvre 39).

 

Por otra parte, la representación de los espacios corresponde, según el autor, con el mundo de los conceptos y el mundo imaginado, es:
 

the space of scientists, planners, urbanists, technocratic subdividers and social engineers […] This is the dominat space in society (or mode of  production). Conceptions of space tend, with certain exceptions  […] towards a system of verbal (and therefore intellectually worked out) signs (Lefebvre 38).

 

En las dos obras aquí estudiadas se observa una clara diferencia entre los espacios de la representación y la representación de los espacios. En La virgen de los sicarios por ejemplo es un gramático quien narra y conceptuliza a los espacios de la representación que son las vivencias del narrador y dos sicarios en la ciudad de Medellín.

Medellín: Urbanización y Violencia

Los diversos procesos de formación de las ciudades latinoamericanas traen consigo rasgos de segregación, división y en consecuencia conflictos entre ciudadanos que comparten un mismo espacio físico.

Medellín es la capital de la región de Antioquía y una de las ciudades más importantes de Colombia. Sus condiciones geográficas hacen que esta ciudad se haya formado en un territorio angosto, rodeada de montañas y divida por el Río Medellín. Fabio Botero en Cien años de la vida de Medellín (1994) menciona cómo esta ciudad creció basada en un Plan Piloto de urbanización y vivienda (1960), que junto al Reglamento de Urbanizaciones de 1968, fomentó la segregación y estratificación social basada en una rígida zonificación residencial (Botero 541) que acondicionó el territorio para enfrentamientos y conflictos sociales. El espacio de la representación al que se refiere Lefebvre se desarrolla a partir de este plan y reglamento como un espacio dividido y fragmentado.

Parte del crecimiento y expansión de la ciudad se debe al desarrollo de un sector industrial que comienza a atraer grandes movimientos poblacionales de otras regiones (2). No obstante, la imigración que llega a la ciudad no es solamente producto de las posibilidades de trabajo; otros factores socio-políticos como La Violencia (1948-1963) incrementaron el flujo migratorio hacia la ciudad de poblaciones desplazadas por el conflicto armado que fueron buscando un espacio físico más seguro donde vivir. Según Romero, Medellín sobrepasó el millón de habitantes en la década del setenta (329). En los años ochenta el país siente los vaivenes económicos de la economía mundial. El sector industrial no había logrado crecer lo suficiente para amparar la demanda de mano de obra, se consolida la economía informal al tiempo que la estructura económica y social de las drogas se fortalece. El cuadro de la ciudad no parecía alentador: “El impacto de la crisis de la industria profundiza la economía informal, el desempleo y la caída de los ingresos salariales, generando escenario de exclusión social y pobreza” (Roldán et al 15). Son años de gran violencia en la ciudad de Medellín, que para el año 2005 ya había arribado a los casi dos millones y medio de habitantes (Alcaldía de Medellín http://www.medellin.gov.co/alcaldia/jsp/modulos/V_medellin/index.jsp?idPagina=351).

La concentración poblacional de la ciudad se estableció en la parte llana del territorio dejando como única opción de expansión las montañas y las laderas. Las divisiones territoriales quedaron ampliamente marcadas en términos geográficos y en las posibilidades socioeconómicas de las personas que ocupan los espacios disponibles. La ciudad quedó partida. Vallejo en La virgen de los sicarios señala esta división en repetidas ocasiones: “Medellín son dos ciudades: la de abajo, intemporal, en el valle; y la de arriba en las montañas, rodeándola” (82). La ciudad había crecido abruptamente y no contaba con las instituciones de servicios que apoyaran y acompañaran tal expansión. Algunas comunas formadas en las montañas se crearon sin los permisos necesarios y el Estado negligente fue permitiendo un crecimiento desordenado y sin control que no hizo sino agravar los conflictos internos. Vallejo en La virgen de los sicarios hace mención del desplazamiento de la población hacia Medellín:


En mi Colombia querida la muerte se nos volvió una enfermedad contagiosa. Y tanto, que en las comunas sólo quedan niños, huérfanos. Incluyendo a sus papás, todos los jóvenes ya se mataron. ¿Y los viejos? Viejos los cerros y Dios. Cuánto hace que se murieron los viejos, que se mataron de jóvenes, unos con otros a machete, sin alcanzarle a ver tampoco la cara cuartiada a la vejez. A machete, con los que trajeron del campo cuando llegaron huyendo dizque de ‘la violencia’ y fundaron estas comunas sobre terrenos ajenos, robándoselos, como barrios piratas o de invasión (83). 

 

La expansión urbana, el crecimiento económico y la estraficación social son tres aspectos que se juntan para mostrar cómo la ciudad de Medellín extendió su territorio urbano y, en su desigual recorrido, la violencia fue tomando fuerza.

Al igual que el texto de Romero mencionado más arriba, Imaginación y violencia en América (1970) de Ariel Dorfman marca una aproximación conceptual latinoamericana fundacional del fenómeno que engloba el crecimiento urbano y la literatura pero incluye el aspecto de la violencia. Dorfman menciona cómo durante los años cincuenta y setenta las novelas de la región colocaban a la violencia como un fenómeno que el ser humano no podía controlar y sin embargo las consecuencias de ella permitían solucionar algunos problemas (Dorfman 37). La violencia como resolución de conflictos es una perspectiva que ha sido estudiada en las ciencias sociales y que se refleja como veremos más adelante en la literatura de la ciudad y en los textos aquí trabajados. Gerard Martin señala en su artículo “The Tradition of Violence in Colombia” cómo los colombianos han llegado a entender la violencia como una parte inherente al desarrollo político-social del país puesto que ella actúa como regulación de los conflictos sociales (169). Tal perspectiva ha permitido que la violencia se visualice como algo normal, y Vallejo en las dos novelas trabajadas muestra la banalización de la violencia como se verá más adelante. 

Colombia ha tenido distintos momentos de aumento de violencia. La Guerra de Mil Días (1899-1902) considerada la última guerra civil del siglo XIX, La Violencia (1948-1963) entendida a grades rasgos como el conflicto entre liberales y conservadores; y la explosión de la violencia surgida a partir de los años ochenta. Martin denomina esta última como una violencia generalizada. Para este autor la violencia es percibida de forma fragmentada y descentralizada observándose una banalización y normalización de la misma. Por otro lado, el país no logra combatir la impunidad, ni tampoco generar las condiciones para mejorar la calidad de vida de una población que se mueve entre las ofertas de estudios y negocios dentro de los límites de la ilegalidad y la violencia (Martin 180). Son diversas las referencias literarias respecto a este período. Héctor Adad Faciolince en El olvido que seremos (2006) menciona que “Colombia se cubría cada vez más con la sangre de la peor de las enfermedades padecidas por el hombre: la violencia” (205). Vallejo reitera en sus obras literarias cómo los ciudadanos están muertos en vida. Lo mismo desarrolla Heriberto López Pérez en su novela memorialista de la ciudad Sueños, epifanias y porros del continente eterno (1993). Alonso Salazar en No nacimos pa’ semilla (1990) desarrolla un estudio etnográfico desde la perspectiva de los sicarios. En este texto se reflexiona sobre la forma en que coinciden la violencia, las desigualdades palpadas en el territorio urbano y la crisis de la industria en Medellín.

La ciudad enmarcada en la violencia desde los años ochenta, la que busca insertarse en el mercado globalizado, la de la economía informal, de drogas y sicarios es la ciudad que contextualiza Fernando Vallejo tanto en La virgen de los sicarios como en El desabarrancadero. Es la Medellín metrópoli que se comió los pueblos de la infancia de los narradores para convertirse en la ciudad de la actualidad:


Había en las afueras de Medellín un pueblo silencioso y apacible que se llamaba Sabaneta. Bien lo conocí porque allí cerca, a un lado de la carretera que venía de Envigado, otro pueblo, a mitad de camino entre los dos pueblos, en la finca Santa Anita de mis abuelos, a mano izquierda viniendo, transcurrió mi infancia (Vallejo, La virgen 7).

 

El narrador en La virgen de los sicarios describe este lugar apacible con rapidez, sin descanso como la misma infancia que pasó al igual que la ciudad que ya no es y que quedó en el pasado tranquilo de una finca en las afueras de Medellín y que ya no existe porque la ciudad se la tragó. Más adelante el narrador señala:
 

Un tumulto llegaba los martes a Sabaneta de todos los barrios y rumbos de Medellín adonde la Virgen a rogar, a pedir, a pedir, a pedir que es lo que saben hacer los pobres amén de parir hijos. Y entre esa romería tumultosa los muchachos de la barriada, los sicarios. Ya para entonces Sabaneta había dejado de ser un pueblo y se había convertido en un barrio más de Medellín (Vallejo, La virgen 10).

 

Esa ciudad de violencia, de sicarios, de angustia y muerte es la que el autor describe para contrastarla con la ciudad del pasado, la ciudad que no consigue encontrar en su recorrido actual.

Ciudad y violencia en la obra de Fernando Vallejo

En La virgen de los sicarios Vallejo contrapone los “espacios de la representación” (el vivir) y la “representación de los espacios” (los conceptos) al hacer que sus personajes principales, un gramático y dos sicarios, transiten por la ciudad. La ciudad ha sido vivida en dos momentos históricos y narrada con dos perspectivas del espacio representado (vivido), pero siendo interpretado en el presente por un letrado que es el personaje de la elite y que domina el espacio de la sociedad según Lefebvre en tanto que reproduce lo vivido a través de conceptos. Los sicarios tienen voz en la medida que el gramático los cuenta, incluso los traduce colocando al lector como incapaz de entender pero también al sicario como imposibilitado de decir. Es, sin embargo, una estrategia más de Vallejo para enfrentar al lector y hacer mirar una realidad que existe justamente por excluir a los marginados sociales, sin intentar hacerlos partícipes de la sociedad en que viven y de la que son parte, incidiendo en ella violentamente a diario.

En la narrativa de Fernando Vallejo, los límites entre las ciudades que logra representar en su discurso responden a la fragmentación del proceso histórico que vive la sociedad colombiana en la actualidad:


A ver, a ver, a ver, ¿qué es lo que vemos? Estragos y más estragos y entre los estragos las cabras, la monstruoteca que se apoderó de mi ciudad. Nada dejaron, todo lo tumbaron, las calles, las plazas, las casas y en su lugar construyeron un Metro, un tren elevado que iba y venía de un extremo al otro del valle, en un ir y venir tan vacío, tan sin objeto, como el destino de       los que lo hicieron. ¡Colombian people, I love you! Si no os reprodujeraias como animales, oh pueblo, viviríais todos en el centro.¡Raza tarada que tienes alma de periferia! (Vallejo, El desbarrancadero 53).

 

En este pasaje Vallejo narra lo que para Jameson es la descentralización del capitalismo en su etapa tardía. El arrasar con lo que podría asociarse típico o de tradición en la ciudad de Medellín para dar paso a un objeto cuyo contenido pierde importancia. El tránsito entre dos lugares sirve sólo como la conexión entre los espacios quedando vacío el resto. Además lo que pretende unir, separa más aún en tanto que, como se verá más adelante la ciudad de Medellín es un espacio partido, fragmentado y sin conexión. Finaliza el narrador interpelando al lector usando el lenguaje de la colonización e imperialismo de Estados Unidos para arremeter con una frase avallasadora que intenta sacudir a un lector a través de un lenguaje violento y lacerante.

Vallejo tanto el La virgen de los sicarios como en El desbarrancadero enfrenta al lector con un lenguaje irreverente, retador, exponiendo la banalización de la violencia en la ciudad de Medellín y evidenciando, como quedó señalado más arriba según Martin, que los colombianos se han acostumbrado a utilizar la violencia como forma de solucionar conflictos :
 

Pues, para variar, llevaba el taxista el radio prendido tocando vallenatos, que son una carraca con raspa y que no soporta mi delicado oído. ‘Bájele al radio, señor, por favor’, le pidió este su servidor con la suavidad que lo caracteriza. ¿Qué hizo el ofendido? Le subió el volumen a lo que daba, ‘a todo taco’. ‘Entonces pare, que nos vamos a bajar’, le dije. Paró en seco, con un frenazo de padre y señor mío que nos mandó hacia adelante, y para rematar mientras nos bajábamos nos remachó la madre: ‘Se bajan, hijueputas’, y arrancó: arrancó casi sin que tocáramos el piso, haciendo rechinar las llantas. De los mencionados hijueputas, yo me bajé humildemente por la derecha, y Alexis por la izquierda: por la izquierda, por su occipital o huesito posterior, trasero, le entró el certero tiro al ofuscado, al cerebro, y le apagó la ofuscación. Ya no tuvo que ver más con pasajeros impertinentes el taxista, se licenció de trabajar, lo licenció la Muerte: la Muerte, la justiciera, la mejor patrona, lo jubiló (Vallejo, La virgen 48).

 

Vallejo se enfrenta con la violencia urbana usando la violencia del lenguaje para dar orden al caos de la realidad violenta de la ciudad y en la que los lazos sociales parecen ser cada vez más débiles entre los ciudadanos.

El crítico y teórico literario Jesús Martín Barbero en una entrevista comenta:

                       

[H]ay una angustia que van padeciendo las poblaciones a media que, al salir de sus casas, se encuentran con una ciudad que les pertenece cada vez menos; no sólo en términos de que haya una privatización del espacio público, sino en el sentido de que se va borrando su memoria, la ciudad en la que nacieron, en la cual crecieron […] esta pauperización psíquica va más al fondo que lo que significa el puro miedo al delincuente, a la agresión física: tiene que ver con el respeto mutuo, con la confianza. Aquí si la ciudad está produciendo, o es uno de los grandes causantes, de la degradación del respeto mutuo y por tanto un empobrecimiento radical de lazos sociales. Estamos asistiendo a procesos de perversión de las relaciones sociales (Martín Barbero 4).

 

Esta perversión de la que habla Martín Barbero es desarrollada por Vallejo a través de las consecuencias que se generan producto del desmoronamiento de las relaciones sociales en el espacio físico en el que viven los ciudadanos de Medellín, y en la que son convocados como consumidores aún cuando se les interpele como ciudadanos (García Canclini 13). “En este país nadie compra: todos roban. Ya para que un pobre le acepte a uno unas naranjas regaladas, uno se las tiene que llevar a su casa. Mientras se las baja uno del carro, otro pobre del tugurio le roba a uno el carro. Dejemos mejor la cosa así. ¡Y que se pudran las hijueputas naranjas” (Vallejo, El desbarrancadero 76).  

Con un lenguaje retador Vallejo interpela al lector culpabilizándolo en lo que se ha convertido Medellín, haciendo de ese espacio geográfico una ciudad partida, dividida, fragmentada, marginalizada, violenta:


Sí señor, Medellín son dos en uno: desde arriba nos ven y desde abajo los vemos, sobre todo en las noches claras cuando brillan más las luces y nos convertimos en focos. Yo propongo que se siga llamando Medellín a la ciudad de abajo, y que se deje su alías para la de arriba: Medallo. Dos nombres puesto que somos dos, o uno pero con el alma partida. ¿Y qué hace Medellín por Medallo? Nada, canchas de fútbol en terraplenes elevados, excavados en la montaña, con muy bonita vista (nosotros), panorámica, para que jueguen fútbol todo el día y se acuesten cansados y ya no piensen en matar ni en la cópula. A ver si zumba así un poquito menos sobre el valle del avispero (Vallejo, La virgen 84).

 

Tanto en La virgen de los sicarios, como en El desbarrancadero Vallejo escoge narrar la ciudad a través de dos perspectivas, la del pasado, de la infancia del narrador que ya no existe y que es representada con un lenguaje apacible, y la de la ciudad contemporánea de balas, gallinazos, pobreza, rabia, sicarios, muerte.
 

Amanecer de sinsontes y atardecer de loros, Colombia, Colombita, palomita, te me vas. Sobre Puerto Valdivia en el Cauca y Puerto Berrío en el Magdalena vuelan bandadas de loros felices, burlones, rasgándome con su aleteo verde, brusco, seco, el luto lúgubre del corazón. Y se iba el río obsecuente de mí mismo en pos de Cauca que iba al Magdalena que iba al mar. En el Magdalena había caimanes pero en el Cauca no porque era demasiado malgeniado y torrentoso, todo un señor río arrastracadáveres, revuelcacaimanes. Ay abuela, ya los ríos de Colombia se secaron y los loros se murieron y se acabaron los caimanes y el que se pone a recordar se jodió porque el pasado es humo, viento, nada, irrealizadas esperanzas, inasibles añoranzas (Vallejo, El desbarrancadero 126).

 

El tema de la ciudad tomándolo todo es una imagen que narra Vallejo en ambos textos y en varias ocasiones:


Ya para entonces Sabaneta había dejado de ser un pueblo y se había convertido en un barrio más de Medellín, la ciudad la había alcanzado, se la había tragado; y Colombia, entre tanto, se nos había ido de las manos. Éramos, y de lejos, el país más criminal de la tierra, y Medellín la capital del odio. Pero estas cosas no se dicen, se saben. Con perdón (Vallejo, La virgen 10).

 

El narrador-personaje que coloca Vallejo en ambas novelas cuenta con rabia, comodidad y soltura lo que no se quiere oír, y por eso el narrador pide perdón. El narrador en primera persona expresa un valor testimonial. Además, el narrar en primera persona permite una relación personal con el lector haciendo del relato una historia documental. Esta forma narrativa directa, violenta y prolongada ha sido expuesta por algunos críticos. Pablo Montoya señala que Vallejo narra “una rabia”, “un grito” sin parar. Laura Isola en su artículo “De paseo a la muerte: Una recorrida textual por La virgen de los sicarios” señala que este grito tiene una correspondencia con lo que se narra que no puede ser representado de otro modo: “El modo en el que se representan ese ‘grito’y esa ‘rabia’, de los que habla Montoya, muestra una ruptura formal, que se es tan importante como la materia que se quiere narrar” (281). Esa forma narrativa de grito y de rabia tanto en La virgen de los sicarios como en El desbarrancadero señala el desmoronamiento de la sociedad colombiana. Plantea un caos que pretende ser ordenado a través de un lenguaje que intenta reflejar la realidad y en esa medida la necesidad de utilizar un lenguaje cotidiano, el lenguaje de la violencia creado a través de una forma narrativa fragmentada, tensionada, abrupta, irreverente e irrespetuosa. Vallejo expresa con irreverencia la banalización de los conflictos urbanos de su ciudad para una parte de la sociedad que se ha acostumbrado a vivir con la violencia, que parece no importarle la miseria, de allí el grito, la rabia, la interperlación al lector para que la sociedad no termine de desbarrancarse.


Medellín son dos ciudades: la de abajo, intemporal, en el valle; y la de arriba en las montañas, rodeándola. Es el abrazo de judas. Esas barriadas circundantes levantadas sobre las laderas de las montañas son las comunas, la chispa y leña que mantienen encendido el fogón del matadero. La ciudad de abajo nunca sube a la ciudad de arriba pero lo contrario sí: los de arriba bajan, a vagar, a robar, a atracar, a matar. Quiero decir, bajan los que quedan vivos, porque a la mayoría allá arriba, allá mismo, tan cerquita de las nubes y del cielo, antes de que alcancen a bajar en su propio matadero los matan. Tales muertos aunque pobres, por supuesto, para el cielo no se irán así les quede más a la mano: se irán barranca abajo en caída libre para el infierno, para el otro, el que sigue al de esta vida. Ni en Sodoma ni en Gomorra ni en Medellín ni en Colombia hay inocentes; aquí todo el que existe es culpable, y si se reproduce más. Los pobres producen más pobres y la miseria más miseria, y mientras más miseria más asesinos, y mientras más asesinos más muertos. Ésta es la ley de Medellín, que regirá en adelante para el planeta tierra, tomen nota. (Vallejo, La virgen 82)

 

Algunas consideraciones finales

La estrategia narrativa de Vallejo en estas obras señala una forma de vida que es posible aún cuando el caos, la violencia y la muerte sean la cotidianidad en la ciudad.

La pérdida de las tradiciones en el Medellín de la infancia de los narradores en ambas novelas no afecta la continuación de la vida de los ciudadanos ni el desarrollo de la ciudad, aunque se viva con la violencia. Medellín, al igual que otras ciudades latinoamericanas, se ha insertado en lo que Jameson denomina capitalismo tardío. En el proceso se ha debatido la ciudad, y sus ciudadanos, en un especie de hibridez entre una sociedad que apunta a las tradiciones en un mundo que apuesta a lo global. Vallejo señala esta transición tanto en La virgen de los sicarios como en El desbarrancadero, como un proceso que se intenta lograr trayendo caos y violencia.

Tomando la conceptualización de Lefebvre, Vallejo representa los espacios vividos utilizando la figura del flâneur –el gramático en La virgen de los sicarios- que camina la ciudad para contraponer los espacios representados, los conceptualizados por el narrador quien le da voz a los sicarios. Esta verticalidad narrativa acentúa la forma en que la ciudad de Medellín se ha expandido, con la presencia geográfico-urbana de una gran estratificación social que sólo ha generado mayor exclusión, pobreza y violencia.

La urbanización y el crecimiento de la ciudad de Medellín están intrínsecamente relacionados con la violencia que ha ido incrementándose en la medida que la ciudad se expande. La obra de Vallejo narra los cambios de la ciudad, el crecimiento y la expasión urbana con el lenguaje de la cotidianidad, el lenguaje de la violencia. Su discurso apunta a un ciudadano que se ha acostumbrado a vivir inmerso en los conflictos urbanos. La forma en que Vallejo desarrolla La virgen de los sicarios y El desbarrancadero expresa con rabia la conversión de un espacio apacible a un infierno en el que a nadie parece importarle nada, en el que todos están inertes a lo que les rodea y de allí la imagen de los muertos vivos, también utilizada en la obra de López Pérez. En este sentido, Vallejo da a la literatura, al acto de escribir, la permanencia, la continuación de la vida aún después de la muerte. En La virgen de los sicarios el narrador permanece vivo aunque se sepa muerto-vivo. “Y así vamos por sus calles los muertos vivos hablando de robos, de atracos, de otros muertos, fantasmas a la deriva arrastrando nuestras precarias existencias, nuestras inútiles vidas, sumidos en el desastre” (76). En El desbarrancadero, el narrador continua contando después de muerto: “Colombia es un país afortunado. Tiene un escritor único. Uno que escribe muerto” (190).

La narrativa de Vallejo apunta a llamar la atención de un lector en busca de reacciones a la violenta cotidianidad de Medellín. Un discurso dirigido a dar orden al desorden de una ciudad que se urbanizó abruptamente y que ha ido perdiendo las tradiciones y la identidad en un mundo cada vez más globalizado e impersonal. Los contrastes discursivos cultos y simples, de tranquilidad y rabia, de naturaleza y muerte que encontramos en las novelas analizadas, son la contraposición y el choque que marca el autor para expresar con rabia la impotencia de vivir con ciudadanos que se han acostumbrado a ver la violencia como la resolución de conflictos, como si la ciudad en la que viven fuese un espacio ajeno al que no pertenecen aunque sigan viviendo, vivos o muertos, aunque sea a través de la literatura.

 

Bibliografía

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