La
ciudad y la violencia en dos obras de Fernando Vallejo
Universidad de
Florida
Los procesos de modernización y
urbanización ocurridos en América Latina durante el siglo
XX han hecho
eco en el campo de la cultura. Uno de los textos fundacionales que
trabaja el
tema de la ciudad desde la literatura latinoamericana es Latinoamérica:
Las ciudades y las ideas (1976) de
José Luis Romero. Este autor hace un contrapunteo entre la
literatura y
la ciudad documentando obras literarias que dan cuenta de los cambios
sociales
y urbanos desde la expansión europea hasta la explosión
urbana en
la década de los setenta. La ficción literaria de finales
de
siglo XX y comienzos del siglo XXI no se refiere netamente a las
tranformaciones sociales producto del movimiento del campo a la ciudad,
como en
el texto de Romero, sino a los cambios sociales producidos en y por la
ciudad,
dando cuenta de ellos con un discurso fragmentado, cotidiano y
violento.
Buscando entender el trato de los cambios
urbanos en la literatura de finales del siglo pasado y principios del
siglo XXI
en este trabajo analizo la representación de la ciudad de
Medellín a través del discurso de la violencia en la
narrativa de
Fernando Vallejo, particularmente en dos novelas: La
virgen de los sicarios (1994) y El desbarrancadero
(2001). En estas novelas, la ciudad es narrada
con violencia, con un discurso a veces amenazador y pujante para llamar
la
atención del lector, y quizá, de un ciudadano a quien
parece no
importarle los cambios urbanos y los conflictos sociales generados por
ellos.
Vallejo y su
producción literaria
La obra literaria de Fernando Vallejo es
extensa y representativa tanto de la ciudad de Medellín como de
la
violencia. Su producción se inicia a mediados de los años
ochenta
con Los días azules (1985) y
continúa hasta los años 2000. En su
desarrollo, la ciudad de
Medellín ha sido una constante, en algunos textos como
telón de
fondo y en otros como hilo conductor de sus argumentos. En cualquier
caso el
desarrollo de su producción literaria, al menos en lo que
respecta desde
Los días azules hasta La virgen de
los sicarios, ha ido
desarrollándose a través de un discurso cada vez
más
violento (Murillo 13).
En La
virgen de los sicarios, Vallejo desarrolla el argumento de un
hombre mayor,
gramático que regresa a su ciudad natal esperando pasar
allí sus
últimos años de vida.
La novela transcurre en el andar por las
calles de Medellín en búsqueda de la ciudad que
dejó y que
no encuentra en su recorrido. Este transitar por las calles lo hace con
dos de
sus parejas Alexis y Wilmar, dos sicarios que le muestran la ciudad de
Medellín contemporánea. En El
desbarrancadero, Vallejo cuenta la historia de la ciudad de
Medellín
a través de la historia de la familia Rendón, narrada por
un
personaje que regresa a su ciudad natal para cuidar y enterrar a dos de
sus
familiares más queridos: su padre y su hermano. La familia,
descompuesta, sin lazos, y sin identificación como tal, es la
imagen de
una ciudad fragmentada, violenta y sin tradiciones.
Estudiar la ciudad en las obras de Vallejo
invita a investigar el contexto cultural y el ambiente
socio-histórico
en los cuales se desarrollan. Fredric Jameson señala que la
heterogeneidad textual puede ser entendida sólo cuando se
relaciona con
lo social y la heterogeneidad cultural fuera del texto (Selden 48). Sus
aproximaciones teóricas conjuntamente con las de Henri Lefebvre
son las
que utilizo para enmarcar el análisis de los textos de Vallejo.
Ciudad y espacio:
aproximaciones teóricas
Los conflictos sociopolíticos que
encontramos en la literatura no son del todo invenciones ficcionales de
los
autores que las producen. Subyacen en ellas cambios históricos y
problemas que emergen en la sociedad, como supo analizar por ejemplo,
Benjamin
en la producción poética de Baudelaire y como reflexiona
también Jameson acerca de la literatura de la sociedad
norteamericana en
los años setenta (Jameson, Postsmodernism
xx).
Jameson se aproxima al estudio de la sociedad
puntualizando cómo las producciones culturales y en especial la
literatura, deben ser estudiadas desde una perspectiva
histórica,
más allá del marco estilístico cultural en que
fueron
creadas. Esta visión es ventajosa al momento de estudiar la
literatura
de ciudades latinoamericanas en las que existe la presencia de
múltiples
realidades que yuxtaponen diversos movimientos estilísticos. El
entendimiento de estas coexistencias se facilita si la
aproximación
conceptual utilizada se hace bajo un marco socio-histórico. Las
múltiples y diversas realidades rurales, urbanas, modernas y
“bárbaras” en un mismo espacio deben entenderse como
procesos históricos y geográficos más que el
choque de
diversas tendencias culturales puesto que incluso la
yuxtaposición misma
es resultado de un momento socio-histórico.
Para Jameson la producción
estética se ha integrado a la producción general de las
mercancías lo que ha generado una transformación de la
esfera
cultural de la sociedad contemporánea haciendo de ésta un
sistema
totalizante en la que el individuo va perdiendo identificación
(Jameson,
Postmodernism 5). El autor
señala un cambio social que puede ser visualizado a
través de las
distintas fases del desarrollo capitalista, que a su vez asocia con
movimientos
artísticos y culturales. De esta manera asocia el realismo con
el
capitalismo de mercado nacional, el modernismo con el capitalismo
imperialista
o monopólico, y el posmodernismo con el capitalismo
transnacional que el
autor denomina capitalismo tardío (Jameson, Postmodernism
36). Uno de los rasgos del capitalismo tardío
que Jameson señala en “El posmodernismo y la sociedad de
consumo” es la noción de historicidad y la existencia de un
presente perpetuo que imposibilita al individuo como sujeto a
visualizarse como
parte de un todo, de un espacio social, de una ciudad y cuyo lugar es a
su vez
difícil de abarcar. En consecuencia se tiene una realidad que se
presenta como una fragmentación de un tiempo en series de
presentes
perpetuos (Jameson, El giro 37; Postmodernism
25).
Ahora bien, si el tiempo está
fragmentado en presentes perpetuos ¿qué ocurre con la
representación?¿Cómo se representa la realidad en
la
producción cultural? Jameson sugiere que no existe ninguna
representación
que sea una reproducción mimética de la realidad, y que
todas
ellas son producto de un acto de interpretación (Hardt 4). Tanto
para
Jameson como para Marx las formas y estructuras que definen la sociedad
contemporánea no son inmediatamente accesibles para un
análisis
empírico. Es decir, no se tiene acceso a la sociedad o a los
modos de
producción como objeto de estudio, sino representaciones e
interpretaciones (Hardt 4). En este sentido el autor menciona que
movimientos
estilísticos como el realismo, el modernismo y el posmodernismo
corresponden a momentos históricos específicos, y sus
efectos y
posibilidades tienen que ser leídos en sus contextos.
Vallejo en El desbarrancadero (2001) narra
la ciudad de Medellín a
través de la historia de la familia Rendón. Escoge el
autor una
forma fragmentada de narrar las historias de dos hermanos como una
estrategia
de representar la ruptura y el desquebrajamiento de la familia y de la
ciudad
de Medellín:
Con un lenguaje coloquial, de color local, el
autor reproduce las costumbres, los dichos y neologismos de una
sociedad en
descomposición, que se debate vertiginosamente entre las leyes
del
subdesarrollo en el cual se encuentra inmersa, y las propuestas de la
nueva era
de globalización. (Castillo 6).
Las imágenes fragmentadas que utiliza
Vallejo para contar la historia de la familia Rendón, aunado a
un
lenguaje cotidiano y violento se inserta en la noción de
pastiche y las
imágenes de presentes perpetuos que menciona Jameson como una de
las
características estilísticas de la producción
cultural del
capitalismo tardío.
La forma en que Vallejo representa a la
ciudad de Medellín remite a conceptos particulares de la
representación. Jameson tiene una aproximación
teórica que
se nutre tanto del marxismo como de los estudios culturales. En este
sentido es
importante destacar la importancia que ha tenido Henri Lefebvre en los
estudios
urbanos ya que con él se aclara que los espacios en sí
mismos no
tienen poder. Jameson toma de Lefebvre el concepto de la
representación
de los espacios. Es a partir de Lefebvre que lo urbano se asume como
forma, es
decir, no es sólo las especificaciones de lugar físico
espacial,
geográfico, sino que por urbano se entiende la
concentración de
actividades, funciones y creaciones que ocurren en un
espacio-físico en
un tiempo determinado. Su concepto de espacio es flexible:
Lefebvres’s work calls for a less rigid conceptualisation of space as a geometrical concept in which ‘things happen’, to a more socially informed concept in which social relations are reproduced (gender, ‘race’), invented (myths, stereotypes), identity constructed (‘who you are depends on where you are’), and power exercised or opposed (Jones 1).
Lefebvre desarrolla en su texto The Production
of Space los conceptos de
espacios de representación y representación de espacios. (1) El primero “the space of
representation” son aquellos espacios en los que se vive, donde ocurren
las experiencias pragmáticas de la vida. Es el espacio:
as directly lived through its associated images and symbols, and hence the space of ‘inhabitants’ and ‘users’, but also of some artists and perhaps of those, such as a few writers and philosohers, who described and aspire to do no more than describe. […] Thus representational spaces may be said, though again with certain exeptions, to tend toward more or less coherent systems of non-verbal symbols and signs (Lefebvre 39).
Por otra parte, la representación de
los espacios corresponde, según el autor, con el mundo de los
conceptos
y el mundo imaginado, es:
the space of scientists, planners, urbanists, technocratic subdividers and social engineers […] This is the dominat space in society (or mode of production). Conceptions of space tend, with certain exceptions […] towards a system of verbal (and therefore intellectually worked out) signs (Lefebvre 38).
En las dos obras aquí estudiadas se
observa una clara diferencia entre los espacios de la
representación y
la representación de los espacios. En La virgen de
los sicarios por ejemplo es un gramático quien
narra y conceptuliza a los espacios de la representación que son
las
vivencias del narrador y dos sicarios en la ciudad de Medellín.
Medellín:
Urbanización y Violencia
Los diversos procesos de formación de
las ciudades latinoamericanas traen consigo rasgos de
segregación,
división y en consecuencia conflictos entre ciudadanos que
comparten un
mismo espacio físico.
Medellín es la capital de la
región de Antioquía y una de las ciudades más
importantes
de Colombia. Sus condiciones geográficas hacen que esta ciudad
se haya
formado en un territorio angosto, rodeada de montañas y divida
por el
Río Medellín. Fabio Botero en Cien
años de la vida de Medellín (1994) menciona
cómo esta
ciudad creció basada en un Plan Piloto de urbanización y
vivienda
(1960), que junto al Reglamento de
Urbanizaciones de 1968, fomentó la segregación y
estratificación social basada en una rígida
zonificación
residencial (Botero 541) que acondicionó el territorio para
enfrentamientos y conflictos sociales. El espacio de la
representación
al que se refiere Lefebvre se desarrolla a partir de este plan y
reglamento
como un espacio dividido y fragmentado.
Parte del crecimiento y expansión de
la ciudad se debe al desarrollo de un sector industrial que comienza a
atraer
grandes movimientos poblacionales de otras regiones (2). No obstante, la
imigración que llega a la ciudad no es solamente producto de las
posibilidades de trabajo; otros factores socio-políticos como La
Violencia (1948-1963) incrementaron el flujo migratorio hacia la ciudad
de
poblaciones desplazadas por el conflicto armado que fueron buscando un
espacio
físico más seguro donde vivir. Según Romero,
Medellín sobrepasó el millón de habitantes en la
década del setenta (329). En los años ochenta el
país siente
los vaivenes económicos de la economía mundial. El sector
industrial no había logrado crecer lo suficiente para amparar la
demanda
de mano de obra, se consolida la economía informal al tiempo que
la
estructura económica y social de las drogas se fortalece. El
cuadro de
la ciudad no parecía alentador: “El impacto de la crisis de la
industria profundiza la economía informal, el desempleo y la
caída de los ingresos salariales, generando escenario de
exclusión social y pobreza” (Roldán et al 15). Son
años de gran violencia en la ciudad de Medellín, que para
el
año 2005 ya había arribado a los casi dos millones y
medio de
habitantes (Alcaldía de Medellín
http://www.medellin.gov.co/alcaldia/jsp/modulos/V_medellin/index.jsp?idPagina=351).
La concentración poblacional de la
ciudad se estableció en la parte llana del territorio dejando
como
única opción de expansión las montañas y
las
laderas. Las divisiones territoriales quedaron ampliamente marcadas en
términos geográficos y en las posibilidades
socioeconómicas
de las personas que ocupan los espacios disponibles. La ciudad
quedó
partida. Vallejo en La virgen de los
sicarios señala esta división en repetidas ocasiones:
“Medellín son dos ciudades: la de abajo, intemporal, en el
valle;
y la de arriba en las montañas, rodeándola” (82). La
ciudad
había crecido abruptamente y no contaba con las instituciones de
servicios que apoyaran y acompañaran tal expansión.
Algunas
comunas formadas en las montañas se crearon sin los permisos
necesarios
y el Estado negligente fue permitiendo un crecimiento desordenado y sin
control
que no hizo sino agravar los conflictos internos. Vallejo en La virgen de los sicarios hace
mención del desplazamiento de la población hacia
Medellín:
En mi Colombia querida la muerte se nos
volvió una enfermedad contagiosa. Y tanto, que en las comunas
sólo quedan niños, huérfanos. Incluyendo a sus
papás, todos los jóvenes ya se mataron. ¿Y los
viejos?
Viejos los cerros y Dios. Cuánto hace que se murieron los
viejos, que se
mataron de jóvenes, unos con otros a machete, sin alcanzarle a
ver
tampoco la cara cuartiada a la vejez. A machete, con los que trajeron
del campo
cuando llegaron huyendo dizque de ‘la violencia’ y fundaron estas
comunas sobre terrenos ajenos, robándoselos, como barrios
piratas o de
invasión (83).
La expansión urbana, el crecimiento
económico y la estraficación social son tres aspectos que
se
juntan para mostrar cómo la ciudad de Medellín
extendió su
territorio urbano y, en su desigual recorrido, la violencia fue tomando
fuerza.
Al igual que el texto de Romero mencionado
más arriba, Imaginación y
violencia en América (1970) de Ariel Dorfman marca una
aproximación conceptual latinoamericana fundacional del
fenómeno
que engloba el crecimiento urbano y la literatura pero incluye el
aspecto de la
violencia. Dorfman menciona cómo durante los años
cincuenta y
setenta las novelas de la región colocaban a la violencia como
un
fenómeno que el ser humano no podía controlar y sin
embargo las
consecuencias de ella permitían solucionar algunos problemas
(Dorfman
37). La violencia como resolución de conflictos es una
perspectiva que
ha sido estudiada en las ciencias sociales y que se refleja como
veremos
más adelante en la literatura de la ciudad y en los textos
aquí
trabajados. Gerard Martin señala en su artículo “The
Tradition of Violence in Colombia” cómo los colombianos han
llegado a entender la violencia como una parte inherente al desarrollo
político-social del país puesto que ella actúa
como regulación
de los conflictos sociales (169). Tal perspectiva ha permitido que la
violencia
se visualice como algo normal, y Vallejo en las dos novelas trabajadas
muestra
la banalización de la violencia como se verá más
adelante.
Colombia ha tenido distintos momentos de
aumento de violencia. La Guerra de Mil Días (1899-1902)
considerada la
última guerra civil del siglo XIX, La Violencia (1948-1963)
entendida a
grades rasgos como el conflicto entre liberales y conservadores; y la
explosión de la violencia surgida a partir de los años
ochenta.
Martin denomina esta última como una violencia generalizada.
Para este
autor la violencia es percibida de forma fragmentada y descentralizada
observándose una banalización y normalización de
la misma.
Por otro lado, el país no logra combatir la impunidad, ni
tampoco generar
las condiciones para mejorar la calidad de vida de una población
que se
mueve entre las ofertas de estudios y negocios dentro de los
límites de
la ilegalidad y la violencia (Martin 180). Son diversas las referencias
literarias respecto a este período. Héctor Adad
Faciolince en El olvido que seremos (2006) menciona
que “Colombia se cubría cada vez más con la sangre de la
peor de las enfermedades padecidas por el hombre: la violencia” (205).
Vallejo reitera en sus obras literarias cómo los ciudadanos
están
muertos en vida. Lo mismo desarrolla Heriberto López
Pérez en su
novela memorialista de la ciudad Sueños,
epifanias y porros del continente eterno (1993). Alonso Salazar en No nacimos pa’ semilla (1990)
desarrolla un estudio etnográfico desde la perspectiva de los
sicarios.
En este texto se reflexiona sobre la forma en que coinciden la
violencia, las
desigualdades palpadas en el territorio urbano y la crisis de la
industria en
Medellín.
La ciudad enmarcada en la violencia desde los
años ochenta, la que busca insertarse en el mercado globalizado,
la de
la economía informal, de drogas y sicarios es la ciudad que
contextualiza Fernando Vallejo tanto en La
virgen de los sicarios como en El
desabarrancadero. Es la
Medellín metrópoli que se comió los pueblos de la
infancia
de los narradores para convertirse en la ciudad de la actualidad:
Había en las afueras de
Medellín un pueblo silencioso y apacible que se llamaba
Sabaneta. Bien
lo conocí porque allí cerca, a un lado de la carretera
que
venía de Envigado, otro pueblo, a mitad de camino entre los dos
pueblos,
en la finca Santa Anita de mis abuelos, a mano izquierda viniendo,
transcurrió mi infancia (Vallejo, La
virgen 7).
El narrador en La virgen de los sicarios
describe este lugar apacible con rapidez,
sin descanso como la misma infancia que pasó al igual que la
ciudad que
ya no es y que quedó en el pasado tranquilo de una finca en las
afueras
de Medellín y que ya no existe porque la ciudad se la
tragó.
Más adelante el narrador señala:
Un tumulto llegaba los martes a Sabaneta de
todos los barrios y rumbos de Medellín adonde la Virgen a rogar,
a
pedir, a pedir, a pedir que es lo que saben hacer los pobres
amén de
parir hijos. Y entre esa romería tumultosa los muchachos de la
barriada,
los sicarios. Ya para entonces Sabaneta había dejado de ser un
pueblo y
se había convertido en un barrio más de Medellín
(Vallejo, La virgen 10).
Esa ciudad de violencia, de sicarios, de
angustia y muerte es la que el autor describe para contrastarla con la
ciudad
del pasado, la ciudad que no consigue encontrar en su recorrido actual.
Ciudad y violencia
en la obra de Fernando Vallejo
En La
virgen de los sicarios Vallejo contrapone los “espacios de la
representación” (el vivir) y la “representación de
los espacios” (los conceptos) al hacer que sus personajes principales,
un
gramático y dos sicarios, transiten por la ciudad. La ciudad ha
sido
vivida en dos momentos históricos y narrada con dos perspectivas
del
espacio representado (vivido), pero siendo interpretado en el presente
por un
letrado que es el personaje de la elite y que domina el espacio de la
sociedad
según Lefebvre en tanto que reproduce lo vivido a través
de
conceptos. Los sicarios tienen voz en la medida que el gramático
los cuenta,
incluso los traduce colocando al lector como incapaz de entender pero
también al sicario como imposibilitado de decir. Es, sin
embargo, una
estrategia más de Vallejo para enfrentar al lector y hacer mirar
una
realidad que existe justamente por excluir a los marginados sociales,
sin
intentar hacerlos partícipes de la sociedad en que viven y de la
que son
parte, incidiendo en ella violentamente a diario.
En la narrativa de Fernando Vallejo, los
límites entre las ciudades que logra representar en su discurso
responden a la fragmentación del proceso histórico que
vive la
sociedad colombiana en la actualidad:
A ver, a ver, a ver, ¿qué es lo
que vemos? Estragos y más estragos y entre los estragos las
cabras, la
monstruoteca que se apoderó de mi ciudad. Nada dejaron, todo lo
tumbaron,
las calles, las plazas, las casas y en su lugar construyeron un Metro,
un tren
elevado que iba y venía de un extremo al otro del valle, en un
ir y
venir tan vacío, tan sin objeto, como el destino de los que lo
hicieron. ¡Colombian people, I love you! Si no os reprodujeraias
como
animales, oh pueblo, viviríais todos en el centro.¡Raza
tarada que
tienes alma de periferia! (Vallejo, El
desbarrancadero 53).
En este pasaje Vallejo narra lo que para
Jameson es la descentralización del capitalismo en su etapa
tardía. El arrasar con lo que podría asociarse
típico o de
tradición en la ciudad de Medellín para dar paso a un
objeto cuyo
contenido pierde importancia. El tránsito entre dos lugares
sirve
sólo como la conexión entre los espacios quedando
vacío el
resto. Además lo que pretende unir, separa más aún
en
tanto que, como se verá más adelante la ciudad de
Medellín
es un espacio partido, fragmentado y sin conexión. Finaliza el
narrador
interpelando al lector usando el lenguaje de la colonización e
imperialismo de Estados Unidos para arremeter con una frase
avallasadora que
intenta sacudir a un lector a través de un lenguaje violento y
lacerante.
Vallejo tanto el La virgen de los sicarios
como en El desbarrancadero enfrenta al lector con un
lenguaje irreverente,
retador, exponiendo la banalización de la violencia en la ciudad
de
Medellín y evidenciando, como quedó señalado
más
arriba según Martin, que los colombianos se han acostumbrado a
utilizar
la violencia como forma de solucionar conflictos :
Pues, para variar, llevaba el taxista el
radio prendido tocando vallenatos, que son una carraca con raspa y que
no
soporta mi delicado oído. ‘Bájele al radio, señor,
por favor’, le pidió este su servidor con la suavidad que lo
caracteriza.
¿Qué hizo el ofendido? Le subió el volumen a lo
que daba,
‘a todo taco’. ‘Entonces pare, que nos vamos a bajar’,
le dije. Paró en seco, con un frenazo de padre y señor
mío
que nos mandó hacia adelante, y para rematar mientras nos
bajábamos nos remachó la madre: ‘Se bajan,
hijueputas’, y arrancó: arrancó casi sin que
tocáramos el piso, haciendo rechinar las llantas. De los
mencionados
hijueputas, yo me bajé humildemente por la derecha, y Alexis por
la
izquierda: por la izquierda, por su occipital o huesito posterior,
trasero, le
entró el certero tiro al ofuscado, al cerebro, y le apagó
la
ofuscación. Ya no tuvo que ver más con pasajeros
impertinentes el
taxista, se licenció de trabajar, lo licenció la Muerte:
la
Muerte, la justiciera, la mejor patrona, lo jubiló (Vallejo, La virgen 48).
Vallejo se enfrenta con la violencia urbana
usando la violencia del lenguaje para dar orden al caos de la realidad
violenta
de la ciudad y en la que los lazos sociales parecen ser cada vez
más
débiles entre los ciudadanos.
El
crítico y teórico literario Jesús Martín
Barbero en
una entrevista comenta:
[H]ay una angustia que van padeciendo las
poblaciones a media que, al salir de sus casas, se encuentran con una
ciudad
que les pertenece cada vez menos; no sólo en términos de
que haya
una privatización del espacio público, sino en el sentido
de que
se va borrando su memoria, la ciudad en la que nacieron, en la cual
crecieron
[…] esta pauperización psíquica va más al fondo
que
lo que significa el puro miedo al delincuente, a la agresión
física: tiene que ver con el respeto mutuo, con la confianza.
Aquí si la ciudad está produciendo, o es uno de los
grandes
causantes, de la degradación del respeto mutuo y por tanto un
empobrecimiento radical de lazos sociales. Estamos asistiendo a
procesos de
perversión de las relaciones sociales (Martín Barbero 4).
Esta perversión de la que habla
Martín Barbero es desarrollada por Vallejo a través de
las
consecuencias que se generan producto del desmoronamiento de las
relaciones
sociales en el espacio físico en el que viven los ciudadanos de
Medellín, y en la que son convocados como consumidores
aún cuando
se les interpele como ciudadanos (García Canclini 13). “En este
país nadie compra: todos roban. Ya para que un pobre le acepte a
uno unas
naranjas regaladas, uno se las tiene que llevar a su casa. Mientras se
las baja
uno del carro, otro pobre del tugurio le roba a uno el carro. Dejemos
mejor la
cosa así. ¡Y que se pudran las hijueputas naranjas”
(Vallejo, El desbarrancadero 76).
Con un lenguaje retador Vallejo interpela al
lector culpabilizándolo en lo que se ha convertido
Medellín,
haciendo de ese espacio geográfico una ciudad partida, dividida,
fragmentada, marginalizada, violenta:
Sí señor, Medellín son
dos en uno: desde arriba nos ven y desde abajo los vemos, sobre todo en
las
noches claras cuando brillan más las luces y nos convertimos en
focos.
Yo propongo que se siga llamando Medellín a la ciudad de abajo,
y que se
deje su alías para la de arriba: Medallo. Dos nombres puesto que
somos
dos, o uno pero con el alma partida. ¿Y qué hace
Medellín
por Medallo? Nada, canchas de fútbol en terraplenes elevados,
excavados
en la montaña, con muy bonita vista (nosotros),
panorámica, para
que jueguen fútbol todo el día y se acuesten cansados y
ya no
piensen en matar ni en la cópula. A ver si zumba así un
poquito
menos sobre el valle del avispero (Vallejo, La
virgen 84).
Tanto en La
virgen de los sicarios, como en El
desbarrancadero Vallejo escoge narrar la ciudad a través de
dos
perspectivas, la del pasado, de la infancia del narrador que ya no
existe y que
es representada con un lenguaje apacible, y la de la ciudad
contemporánea de balas, gallinazos, pobreza, rabia, sicarios,
muerte.
Amanecer de sinsontes y atardecer de loros,
Colombia, Colombita, palomita, te me vas. Sobre Puerto Valdivia en el
Cauca y
Puerto Berrío en el
Magdalena vuelan bandadas de loros felices, burlones, rasgándome
con su
aleteo verde, brusco, seco, el luto lúgubre del corazón.
Y se iba
el río obsecuente de mí mismo en pos de Cauca que iba al
Magdalena que iba al mar. En el Magdalena había caimanes pero en
el
Cauca no porque era demasiado malgeniado y torrentoso, todo un
señor
río arrastracadáveres, revuelcacaimanes. Ay abuela, ya
los
ríos de Colombia se secaron y los loros se murieron y se
acabaron los
caimanes y el que se pone a recordar se jodió porque el pasado
es humo,
viento, nada, irrealizadas esperanzas, inasibles añoranzas
(Vallejo, El desbarrancadero 126).
El tema de la ciudad tomándolo todo es
una imagen que narra Vallejo en ambos textos y en varias ocasiones:
Ya para entonces Sabaneta había dejado
de ser un pueblo y se había convertido en un barrio más
de
Medellín, la ciudad la había alcanzado, se la
había
tragado; y Colombia, entre tanto, se nos había ido de las manos.
Éramos, y de lejos, el país más criminal de la
tierra, y
Medellín la capital del odio. Pero estas cosas no se dicen, se
saben.
Con perdón (Vallejo, La virgen
10).
El narrador-personaje que coloca Vallejo en
ambas novelas cuenta con rabia, comodidad y soltura lo que no se quiere
oír, y por eso el narrador pide perdón. El narrador en
primera
persona expresa un valor testimonial. Además, el narrar en
primera
persona permite una relación personal con el lector haciendo del
relato
una historia documental. Esta forma narrativa directa, violenta y
prolongada ha
sido expuesta por algunos críticos. Pablo Montoya señala
que
Vallejo narra “una rabia”, “un grito” sin parar. Laura
Isola en su artículo “De paseo a la muerte: Una recorrida
textual
por La virgen de los sicarios”
señala que este grito tiene una correspondencia con lo que se
narra que
no puede ser representado de otro modo: “El modo en el que se
representan
ese ‘grito’y esa ‘rabia’, de los que habla Montoya,
muestra una ruptura formal, que se es tan importante como la materia
que se quiere
narrar” (281). Esa forma narrativa de grito y de rabia tanto en La virgen de los sicarios como en El
desbarrancadero señala el
desmoronamiento de la sociedad colombiana. Plantea un caos que pretende
ser
ordenado a través de un lenguaje que intenta reflejar la
realidad y en
esa medida la necesidad de utilizar un lenguaje cotidiano, el lenguaje
de la
violencia creado a través de una forma narrativa fragmentada,
tensionada, abrupta, irreverente e irrespetuosa. Vallejo expresa con
irreverencia la banalización de los conflictos urbanos de su
ciudad para
una parte de la sociedad que se ha acostumbrado a vivir con la
violencia, que
parece no importarle la miseria, de allí el grito, la rabia, la
interperlación al lector para que la sociedad no termine de
desbarrancarse.
Medellín son dos ciudades: la de
abajo, intemporal, en el valle; y la de arriba en las montañas,
rodeándola. Es el abrazo de judas. Esas barriadas circundantes
levantadas sobre las laderas de las montañas son las comunas, la
chispa
y leña que mantienen encendido el fogón del matadero. La
ciudad
de abajo nunca sube a la ciudad de arriba pero lo contrario sí:
los de
arriba bajan, a vagar, a robar, a atracar, a matar. Quiero decir, bajan
los que
quedan vivos, porque a la mayoría allá arriba,
allá mismo,
tan cerquita de las nubes y del cielo, antes de que alcancen a bajar en
su
propio matadero los matan. Tales muertos aunque pobres, por supuesto,
para el
cielo no se irán así les quede más a la mano: se
irán barranca abajo en caída libre para el infierno, para
el
otro, el que sigue al de esta vida. Ni en Sodoma ni en Gomorra ni en
Medellín ni en Colombia hay inocentes; aquí todo el que
existe es
culpable, y si se reproduce más. Los pobres producen más
pobres y
la miseria más miseria, y mientras más miseria más
asesinos, y mientras más asesinos más muertos.
Ésta es la
ley de Medellín, que regirá en adelante para el planeta
tierra,
tomen nota. (Vallejo, La virgen 82)
Algunas
consideraciones finales
La estrategia narrativa de Vallejo en estas
obras señala una forma de vida que es posible aún cuando
el caos,
la violencia y la muerte sean la cotidianidad en la ciudad.
La pérdida de las tradiciones en el
Medellín de la infancia de los narradores en ambas novelas no
afecta la
continuación de la vida de los ciudadanos ni el desarrollo de la
ciudad,
aunque se viva con la violencia. Medellín, al igual que otras
ciudades
latinoamericanas, se ha insertado en lo que Jameson denomina
capitalismo
tardío. En el proceso se ha debatido la ciudad, y sus
ciudadanos, en un
especie de hibridez entre una sociedad que apunta a las tradiciones en
un mundo
que apuesta a lo global. Vallejo señala esta transición
tanto en La virgen de los sicarios como en El
desbarrancadero, como un proceso que
se intenta lograr trayendo caos y violencia.
Tomando la conceptualización de
Lefebvre, Vallejo representa los espacios vividos utilizando la figura
del
flâneur –el gramático en La
virgen de los sicarios- que camina la ciudad para contraponer los
espacios
representados, los conceptualizados por el narrador quien le da voz a
los
sicarios. Esta verticalidad narrativa acentúa la forma en que la
ciudad
de Medellín se ha expandido, con la presencia
geográfico-urbana
de una gran estratificación social que sólo ha generado
mayor
exclusión, pobreza y violencia.
La urbanización y el crecimiento de la
ciudad de Medellín están intrínsecamente
relacionados con
la violencia que ha ido incrementándose en la medida que la
ciudad se
expande. La obra de Vallejo narra los cambios de la ciudad, el
crecimiento y la
expasión urbana con el lenguaje de la cotidianidad, el lenguaje
de la
violencia. Su discurso apunta a un ciudadano que se ha acostumbrado a
vivir
inmerso en los conflictos urbanos. La forma en que Vallejo desarrolla La virgen de los sicarios y El
desbarrancadero expresa con rabia la
conversión de un espacio apacible a un infierno en el que a
nadie parece
importarle nada, en el que todos están inertes a lo que les
rodea y de
allí la imagen de los muertos vivos, también utilizada en
la obra
de López Pérez. En este sentido, Vallejo da a la
literatura, al
acto de escribir, la permanencia, la continuación de la vida
aún
después de la muerte. En La virgen
de los sicarios el narrador permanece vivo aunque se sepa
muerto-vivo.
“Y así vamos por sus calles los muertos vivos hablando de robos,
de atracos, de otros muertos, fantasmas a la deriva arrastrando
nuestras
precarias existencias, nuestras inútiles vidas, sumidos en el
desastre” (76). En El
desbarrancadero, el narrador continua contando después de
muerto:
“Colombia es un país afortunado. Tiene un escritor único.
Uno que escribe muerto” (190).
La narrativa de Vallejo apunta a llamar la
atención de un lector en busca de reacciones a la violenta
cotidianidad
de Medellín. Un discurso dirigido a dar orden al desorden de una
ciudad
que se urbanizó abruptamente y que ha ido perdiendo las
tradiciones y la
identidad en un mundo cada vez más globalizado e impersonal. Los
contrastes discursivos cultos y simples, de tranquilidad y rabia, de
naturaleza
y muerte que encontramos en las novelas analizadas, son la
contraposición y el choque que marca el autor para expresar con
rabia la
impotencia de vivir con ciudadanos que se han acostumbrado a ver la
violencia
como la resolución de conflictos, como si la ciudad en la que
viven
fuese un espacio ajeno al que no pertenecen aunque sigan viviendo,
vivos o
muertos, aunque sea a través de la literatura.
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