El tren a Travancore, de Rodrigo Rey Rosa: el relato de viajes fraudulento

 

Ricardo Gutierrez-Mouat

Emory University


Si a través de los siglos los libros de viaje han provocado la desconfianza de los lectores más exigentes, es porque sus autores tendían a exagerar la nota exótica de sus aventuras y a caer en la mera fabulación. Ya Swift en Gulliver's Travels se quejaba del abuso al que los perpetradores de tales libros sometían al lector ingenuo (Holland & Huggan vii), y su contemporáneo Laurence Sterne incluye al viajero mentiroso en su tipología de los viajeros de su tiempo, que también contempla tipos como el viajero ocioso, el vano, el curioso y, por supuesto, el sentimental (A Sentimental Journey 81). Difícil no concordar con estas críticas cuando uno de los libros de viaje más influyentes de la Edad Media --el libro de Sir John Mandeville-- se trata, en realidad, de un producto apócrifo: ni el autor es "Sir John Mandeville" ni viajó el autor verdadero por Europa y el Medio Oriente, como parecen indicar sus aventuras, sino que el libro es una recopilación de textos de viaje y fragmentos enciclopédicos que un misterioso escriba coligió para timar a sus lectores. Rodrigo Rey Rosa sí es el autor de El tren a Travancore y hay razones suficientes para estimar que sí viajó a la India para escribir el libro, pero su autor-protagonista es un personaje que encarna a la perfección el tipo del viajero mentiroso identificado por Sterne.

Los libros de viaje, por otra parte, subrayan más que ningún otro género la infraestructura material que sostiene la creación literaria, ya que viajar para escribir es una práctica que exige recursos con los que no cuenta generalmente el escritor que vive de su pluma. Por consiguiente, no sorprende que muchos libros de viaje sean propuestas editoriales que los autores implicados aceptan por sus propias razones y que a veces, como en El tren a Travancore, forman parte de la trama discursiva del relato. Esta obra forma parte de un proyecto subvencionado por la editorial Mondadori (el proyecto “Año 0,” lanzado el año 2000) que consistía en un mirada literaria a siete de las ciudades más importantes del planeta en el milenio. Nada de extraño que una editorial con pretensiones globales financie una serie de libros que son como una cartografía de la globalidad contemporánea. Es fácil leer el tema del fraude en El tren a Travancore como una derivación irónica de esta coyuntura editorial.

El relato de Rey Rosa se refiere a Madrás (hoy llamada Chennai) y se subtitula "Cartas indias." Está compuesto por una serie de cartas (sin fecha) enviadas por correo electrónico a varios destinatarios agrupados de modo curiosamente impersonal en el índice y secciones individuales del libro: a la novia, a un viejo amigo, al editor, al ahijado, a los padres. El modo de referencia más personal resulta ser "A XX," un misterioso personaje que en la primera mitad del relato parece ser de género masculino pero que se metamorfosea en mujer en la segunda parte.(1) XX conoce y admira la obra narrativa del autor, reside en París (en una fastuosa casa a la cual invita al autor a su vuelta del sur de la India), pide estampas del viaje a su corresponsal, y especula sobre su selección para el proyecto “Año 0.” Las respuestas de los destinatarios son elididas y no figuran en el libro pero sus temas se pueden inferir por la siguiente carta del narrador. Ante las especulaciones de XX concernientes al encargo editorial, el remitente responde: "Supongo que la editorial necesitaba, o creía que necesitaba, producir un libro acerca de una de las metrópolis indias. No creo que me eligieran porque mi pluma fuera la más adaptable de la plantilla, como usted amablemente sugiere: creo, me temo, que tengo un estómago más robusto que el de mis colegas y que fui destinado a la India por esa razón" (91). En otro envío el autor le confiesa a XX que un día le gustaría escribir un libro serio pero que fracasó en ese empeño cuando era joven y fingía estar triste para que lo tomaran en serio: "[a]hora me divierto inventando tramas, y dicen que las tramas no pueden engendrar arte serio. En fin, estoy convencido de que toda forma de escritura es vana. Y además... yo no escribo: sobrevivo" (89).

Si tomamos en serio esta afirmación, lo que puede resultar vano (o en vano) en el contexto del libro es pretender una mirada comprensiva sobre la India, es decir, una comprensión total, o, por lo menos, un entendimiento que pueda generar una mirada abarcadora. "No creo que sea necesario," confiesa el narrador a la novia, "leer todo lo que se ha escrito sobre la India para comprenderla, como dices que dije alguna vez" (23). Inútil, por cierto, esperar del narrador un discurso autorizado sobre el vasto universo hindú, aunque tal perspectiva no es insólita entre algunos viajeros de Occidente, como Paul Bowles, que demuestra en una crónica de viaje escrita medio siglo antes del libro de Rey Rosa y referida a los mismos lugares, una gran seguridad --y cierto etnocentrismo-- para juzgar las evoluciones recientes de la nación india que sólo unos año antes había logrado su independencia ("Notes Mailed at Nagercoil"). Ante la imposibilidad de leerlo y de verlo todo, y en último término de comprenderlo todo, el viajero de Rey Rosa se contenta con enviar a sus destinatarios breves boletines tomados de la prensa local, mezclados con sus propias impresiones sobre la vida cotidiana en Madrás y en pueblitos adyacentes que visita durante su estadía. Pero sobre todo inventa para timar a sus interlocutores tanto como al propio lector, que recibe su primer aviso de las duplicidades narrativas cuando el autor le confiesa a la novia que ha tenido que mentir para obtener el alojamiento deseado en el ashram de la Sociedad Teosófica de Madrás.

En efecto, ésta es una de las invenciones más elaboradas del relato, no tanto lo que el narrador explícitamente afirma ("[p]ara solicitar alojamiento allí sin convertirme en teósofo he tenido que redactar una carta con alguna mentira que tal vez algún día --nunca se sabe con estas cosas-- se convierta en verdad," 22) sino la extrapolación irónica de esta afirmación a una textualidad generalizadamente perversa. La mentira específica es que el visitante llega hasta el asentamiento de la Sociedad para escribir la biografía de María Cruz, una olvidada poetisa guatemalteca que era también teósofa y que había residido en el local de la Sociedad a principios de siglo. En un nivel implícito, por supuesto, no es el proyecto biográfico en sí lo que impresiona sino el contraste descarnado entre el mundo material en que debe sobrevivir el escritor (aunque sea estafando a sus parientes y conocidos) y el universo espiritual e intangible de la teosofía.(2) Por otro lado, los conocimientos ocultos que se implican en las referencias a la Sociedad Teosófica y al pensamiento de luminarias como Krishnamurti y Annie Besant son una cortesía (paródica) con el lector, que quedaría defraudado si no encontrase referencias místicas en un libro sobre el Oriente.(3)

No es por azar que el narrador de Rey Rosa recuerde que María Cruz tradujo a Poe y Baudelaire, puesto que el ave agorera de Poe transmigra de las páginas traducidas por la poetisa a las de El tren a Travancore, donde figura  en repetidas ocasiones y en una gran diversidad de contextos, ninguno tan extravagante como el que se detalla en una de las cartas al editor: "He tenido que hacerme un nuevo par de anteojos de sol. Quizá has notado que los uso siempre; no es por vanidad. 'Fotofobia uveítica' es el término médico... Creo que guardo todavía en algún sitio los informes médicos donde consta que en 1991 fui operado en el Hôtel-Dieux de París...[N]o se trata de un gasto cosmético, como dijiste. Necesito esos anteojos de sol... Así que perdona que ponga en cuenta de la editorial estos mil dólares adicionales. Un cuervo entró en mi habitación por una ventana mientras me duchaba y robó mis anteojos, es la simple y ridícula verdad...” (57-58). Pero los cuervos de Rey Rosa no sólo roban anteojos sino también sacan los ojos, lo cual explica el boletín que el autor cita en una carta a XX: "Los ojos de dos individuos fueron extraídos por una turba enfurecida en la aldea de Durjan en Bihar el pasado sábado" (121). "Cría cuervos y te sacarán los ojos," dice el refrán. La cleptomanía de los cuervos es una magnífica invención retórica que se disemina a través del texto del relato y que culmina, en cierto nivel, cuando el hijo pródigo inventa un grave accidente para sacarles plata a los padres, quienes se ven obligados a enviar una suma de dinero al cuervo que han criado.(4)

Estas figuras textuales que crean un order secreto en el discurso y tienden hacia la integración de los niveles no constituyen un recurso típico del relato de viaje, que privilegia la referencialidad externa y la transparencia del lenguaje. El tren a Travancore parece, más bien, una anti-novela que se hace en la misma medida en que se niega. En la última carta al editor el narrador admite que "todas aquellas notas estaban condenadas a la no existencia... Que te sirva de consuelo pensar que esa novela que no llegué a escribir no tocará... tu karma" (104). La novela no escrita es como el viaje a Travancore, que nunca se realiza o se realiza después de la última página, que registra una rápida nota a XX: "Los astros no me han sido avaros en materia de dinero --no mediante las letras, como podrías creer--... Te daré detalles y tal vez te haga más confesiones en el tren a Travancore" (137). En una carta anterior, y comentando el censo de la India, el narrador había afirmado que ese vasto país es ideal para perderse. Al final se convierte en un fugitivo que se evade de sus responsabilidades contractuales e inicia un viaje que nunca escribirá. El relato que tenemos entre manos es una ficción "paratextual" hecha de materiales suplementarios que rodean la escritura de un texto ausente. Pero también, por cierto, es un relato de viaje que algunos críticos no dudarían en llamar posmoderno.(5)

Es cierto que el texto de Rey Rosa problematiza el límite entre la ficción del viaje (que el mismo autor trabaja, por ejemplo, en La orilla africana) y el relato de viaje convencional, y, en términos más generales, entre la ficción y el documento, problematización implícita en el proyecto “Año 0” que daba plena libertad a sus participantes para escribir en el género que quisieran o para mezclarlos a su antojo. No hay, por tanto, un contrato con el lector que el autor rompa al no relatar su viaje con el debido respeto a la verdad. Pero así y todo se puede alegar que las estrategias narrativas de El tren a Travancore responden al tema del fin del viaje, y específicamente, a la imposibilidad de narrar el viaje en términos diferentes a los que proporciona el discurso turístico. En otro libro de viajes contemporáneo, que también maneja el recurso de las cartas ficticias, el autor medita sobre ese tópico al encontrarse rodeado de turistas en la Piazza delle Erbe en Padua: "What troubled me slightly, though, was the feeling that I was turning into a tourist all of a sudden. There's nothing wrong with being a tourist, I suppose. It's just that sitting there on the square in the sun by a little fountain, I couldn't help feeling regretful that travel in the old sense was now out of the question" (Dessaix, Night Letters, 214). Y, acto seguido, recuerda una conversación con Paul Bowles, quien al divisar la costa tangerina dijo tener el presentimiento de que en aquel rincón de África encontraría la sabiduría y el éxtasis. Dessaix sabe que esta utopía es romántica e ilusa pero la aprueba a pesar de sus defectos porque restituye el sentido --o mito-- del viaje.(6) Pero medio siglo o más después de Bowles, es dudoso que Rey Rosa arribara a las costas del sur de la India en busca de iluminaciones místicas. Su narrador, en cambio sí demuestra su sensibilidad ante el contagio de la retórica turística cuando le cuenta a la novia algunas de las peripecias de su llegada a Madrás: "Si te sueno a guía turística es que he estado leyendo las que hay acerca de esta parte de la India, y el estilo se me habrá contagiado" (21). El personaje se rinde ante la evidencia que hoy en día es imposible viajar. En vez de elaborar lo que una ciudad india pueda tener todavía de exótico para el público occidental, opta por domesticar su primer encuentro con Madrás: "Chennai es tan alegre y cálida como Escuintla o Puerto Culebra, pero amplificados en una pesadilla maltusiana" (17).

El desplazamiento de Rey Rosa a la India es un aspecto de la difusión de la tecnología del viaje y de las comunicaciones a los rincones más apartados del globo terrestre, parte de la misma ola. En Madrás coexiste el ashram teosófico con los cibercafés y en un pueblo como Mamalapuram los festivales religiosos se convierten en espectáculo para turistas. El narrador se alegra, por otra parte, que "internet haya llegado por fin a Baja Verapaz" (43). El tiempo se comprime y la comunicación entre personas alejadas en la geografía --muchas veces instantánea-- se demora menos que el viajero en llegar a su destino, aunque éste venga volando. También se achica el espacio pero no tanto, pues "los indios no saben, a menos que trafiquen en cardamomo, dónde queda Guatemala" (43). Todas las cartas al viejo amigo versan sobre el tráfico del cardamomo, como si la globalización hubiera retrocedido hasta sus orígenes medievales. En estas cartas se construye otra de las poses --la del intermediario-- que adopta el narrador para estafar a sus amigos y parientes y obtener fondos para fugarse, en última instancia, con la misteriosa XX en el tren a Travancore, experimentando en carne propia el romanticismo que siempre ha conmovido a los lectores de la literatura exótica.

Pero las cartas y la comunicación a distancia alternan con contactos cotidianos que crean una zona de relaciones e intercambios, encuentros que se resuelven en escenas de hospitalidad, como cuando Hannuman, el rickshaw-wala del narrador, lo invita a casa de su madre para tomar el te,(7) visita que el extranjero describe con lujo de detalles destacando la limpieza del hogar (en contraste con la suciedad reinante en la ciudad) y su ambiente casi rural a pesar de estar situado en medio de una de las ciudades más populosas del planeta. En otra ocasión el autor acepta una invitación para salir de pesca en la playa de Coromandel, donde aprende por su cuenta y riesgo que los pescadores locales se ganan el sustento embarcándose en unas frágiles embarcaciones (llamadas catamarán, palabra de origen tamil) que ofrecen muy poca resistencia ante el oleaje. Algo parecido se puede decir, en fin, de la hospitalidad que el viajero encuentra en la sede de la Sociedad Teosófica, lugar en que decide hospedarse para evitar los hoteles caros y tomar contacto con la gente común y corriente, actividad que practica con bastante frecuencia aunque a veces pareciera que tanto autor como narrador se pasan gran parte del tiempo frente a un ordenador en un cibercafé. Esos contactos están signados por una despreocupación identitaria que se expone en la primera página del relato cuando el narrador cita una frase de la azafata de Lufthansa, una muchacha oriunda de Chennai: "'La identidad no es un problema indio --me dijo a propósito de nada--, es un problema europeo'" (17). Es una frase, no obstante, que se puede citar a propósito de muchos estudios académicos, dentro y fuera del latinoamericanismo, centrados en la compulsión identitaria y que parecen desautorizarse cuando "no pasa nada" en el encuentro cultural. En el estilo irónico que caracteriza el texto de Rey Rosa, el narrador cita la especulación de uno de los teósofos de la Sociedad en cuanto a que él mismo, el viajero guatemalteco, podría ser la reencarnación de María Cruz.

El tren a Travancore resulta sorprendente porque desde una literatura periférica y carente de una tradición fuerte de relatos de viaje, surge uno que expande las posibilidades del género mediante la parodia y la invención de un avatar del viajero --el tránsfuga-- que resulta original.      


Notas

(1). Después de enterarse de la transformación sexual de su corresponsal y expresar su sorpresa, el narrador comenta: "Espero, eso sí, que el asunto no dé otra vuelta y que cuando la vea mañana sea en avatar de mujer" (123).  En la próxima carta XX ya no es "Usted" sino "tú." El género del libro es igualmente fluido y polifacético.

(2). Las características de la poetisa se conforman a lo enunciado por el texto de Rey Rosa. María Cruz sí publicó en Francia una colección de cartas fechadas en Adyar --con el título de Lettres de l'Inde: 1912-1914 (Évreux: Hérissey, 1916)-- que aparentemente fueron a parar a manos del autor de El tren a Travancore, donde continuaron imprevistamente su destino. Sin embargo, María Cruz no figura en un estudio reciente sobre teosofía y feminismo en la Guatemala de Estrada Cabrera. (Casaús Arzú, "La influencia de la teosofía…") La autora del artículo incluye un testimonio que advierte sobre la tomadura de pelo en que podían degenerar las prácticas teosóficas: "Es interesante cómo en las Memorias de uno de los fundadores de la generación del 20, Jorge García Granados, refiriéndose a una pariente suya, con la que se crió, cuando quedó huérfano, Amelia Saborío García Granados, se comenta cómo se reunían las mujeres de 'la gente decente... a platicar y a leer a Allan Kardek y Madam Blavatski y otros expertos en la materia. Asistían a reuniones espiritistas, donde me temo que tomaban el pelo a persona mucho menos cultas que ellas'" (35). El relato de Rey Rosa hace proliferar las tomaduras de pelo.


(3). El tema teosófico también funciona como parodia de los primeros textos de Rey Rosa, escritos --como dice en una entrevista-- por un joven que se creía místico (Posadas, "Una escritura sin precipitaciones…")


(4). Una consecuencia del apócrifo accidente es haberse quedado impotente, hecho que se anuncia en carta a los padres junto con la teoría de que la desgracia sufrida por el hijo se debe a que en una vida anterior había sido castrador de caballos. La motivación inmediata del tema de la castración en el relato es la extraordinaria densidad de población que el viajero encuentra en la India: "Esta superabundancia de gente me ha hecho imaginar que la degradación de la vida en general es proporcional al número de almas que pululan" (17).


(5). Alison Russell, por ejemplo, que en Crossing Boundaries estudia la interfaz entre los relatos de viaje contemporáneos (de tipo experimental) y la ficción posmoderna.


(6).
En el prólogo a su propio libro de viajes por el norte de África y la India Bowles escribe que uno viaja en busca de la diversidad, y reconoce que para este tipo de viajero la introducción de la tecnología y formas culturales de Occidente en sociedades cuya gracia consiste en su atraso es un grave inconveniente. También reconoce que los nativos pueden disentir de este punto de vista (Their Heads Are Green, vii-viii).


(7).
Los ingleses introdujeron el cultivo (y la cultura) del té en la India en 1836, según la Enciclopedia Británica. El momento en que el narrador comparte el té vespertino con el "taxista" y su madre refleja uno de los poquísimos rasgos (post)coloniales que figuran en el texto.


Obras
citadas

Bowles, Paul. "Notes Mailed at Nagercoil." Their Heads Are Green and Their Hands Are Blue. New York: The Ecco Press, 1984.


Casaús Arzú, María Elena. "La influencia de la teosofía en la emancipación de las mujeres guatemaltecas: la sociedad Gabriela Mistral." Anuario de Estudios Centroamericanos, Universidad de Costa Rica, 27(1): 31-58, 2001.


Cozarinsky, Edgardo. "Fantasmas de Tánger." El pase del testigo. Buenos Aires:
Sudamericana, 2000.


Dessaix, Robert. Night Letters: A Journey Through Switzerland and Italy. New York: St. Martin's Press, 1996.

 

Holland, Patrick & Graham Huggan. Tourists with Typewriters. Ann Arbor: University of Michigan Press, 2001.

Posadas, Claudia. "Una escritura sin precipitaciones: entrevista con Rodrigo Rey Rosa." < www.ucm.es/info/especulo/numero29/reyrosa.html>.


Rey Rosa, Rodrigo. El tren a Travancore: cartas indias.
Barcelona: Mondadori, 2002.

 

Russell, Alison. Crossing Boundaries: Postmodern Travel Literature. New York: Palgrave, 2000.

Sterne, Laurence. A Sentimental Journey Through France and Italy. Ed. Gardner D. Stout, Jr. Berkeley: University of California Press, 1967