Peregrinaciones de una pa(t)ria: relato de viaje y autofiguración

 

 

 

Claudia Salazar Jiménez

New York University

 

 

Preliminares

 

Una tarde de Septiembre del año 1838, Flora Tristán yacía en una calle parisina, herida gravemente por un balazo recibido en la espalda. Su esposo, André Chazal, le había disparado cobardemente en un fallido intento de asesinarla. Este hecho la haría muy conocida, al punto que Saint Beuve escribió a unos amigos: “La gran novedad aquí es el atentado contra Flora Tristán por su marido: esto la hizo más celebre en una hora que diez años de vida literaria.”  Pocos meses antes, a muchos kilómetros de distancia, en la plaza central de la ciudad de Arequipa, una efigie de Flora junto con una pila de libros acabados de llegar desde Francia que llevaban como título Peregrinaciones de una paria, habían sido quemados por Don Pío Tristán y Moscoso, tío de Flora. Intento de asesinato, quema de libros, deseo de extinguirla y desaparecerla por completo. ¿Qué autora y qué libro son éstos que provocan tales reacciones bajo el signo de la violencia, a un lado y otro del océano Atlántico?

Peregrinaciones de una paria fue publicado por Flora Tristán originalmente en francés, en 1838. Este texto se configura como un relato híbrido que nos permite establecer diversas intersecciones entre los géneros de la literatura de viajes, el discurso autobiográfico y el cuadro de costumbres. Sujeto en tránsito por excelencia, Flora Tristán elabora un discurso de autofiguración a través de la narración de su viaje al Perú entre los años 1833 y 1834. Cabe destacar que la primera traducción al español de las Peregrinaciones aparece apenas en 1937, presentando únicamente la parte del viaje que se desarrolla en el Perú, obviando la travesía desde Francia; y sólo diez años después aparece la traducción del texto en su totalidad, incluyendo los tres prólogos elaborados por la propia Flora Tristán.

Sylvia Molloy en Acto de Presencia, propone –siguiendo a Paul de Man- que: “la prosopopeya es la figura que rige la autobiografía. Así, escribir sobre uno mismo sería ese esfuerzo, siempre renovado y siempre fallido, de dar voz a aquello que no habla, de dar vida a lo muerto, dotándolo de una máscara textual” (Molloy, 11). Por las reacciones que provocó el texto de Tristán, es inevitable preguntarse a qué le dio vida, qué fue aquello rescatado del silencio y desenmascarado cuya exhibición ofendió profundamente a Don Pío Tristán y Moscos, así como a buena parte de la élite social peruana.

Podemos decir entonces, que a partir de un caso como el de Peregrinaciones, los relatos de corte autobiográfico se constituyen como un permanente cuestionamiento no sólo del sujeto que se autofigura en ellos sino también del contexto social e histórico en que se elaboran y circulan. Considero pertinente guiar el desarrollo de este ensayo a partir de la formulación de estas preguntas: ¿Qué mira Flora Tristán en su viaje? ¿Es el viaje o su narración un mero pretexto para una búsqueda racionalista de su identidad? ¿Qué recupera del territorio/patria por el que transita? ¿Qué negociaciones establece con lo peruano? ¿Cómo configura Tristán su autoridad textual? ¿A quién se dirige cuando escribe? Estas preguntas son útiles para aproximarnos a un texto lleno de cuestionamientos sobre la nación a la cual se enfrenta el sujeto enunciador.

Por otra parte, si bien las preguntas anteriores están orientadas a la subjetividad que es configurada en Peregrinaciones, me parece probable que las posibles respuestas pueden ayudarnos a establecer una relación entre la paria peregrina y la patria sobre la cual escribe, de ahí la inscripción entre paréntesis que he presentado en el título de este ensayo. Tal inscripción pretende remarcar la ansiedad que enlaza la autofiguración de Flora Tristán con la representación de lo peruano en pleno momento de su articulación como una nacionalidad independiente del dominio español. Sin necesidad de establecer una relación directa entre estos procesos de figuración (la subjetividad y lo nacional) es posible observar que ambas instancias parecieran estar unidas a través de la inestabilidad de sus procesos de representación y su lucha por la autonomía.

 

El posicionamiento de la paria

 

En el texto que nos ocupa, Flora Tristán narra el viaje que hace desde Francia al Perú con el doble objetivo de huir de los maltratos de su marido y, por otro lado, de reclamar la herencia que le correspondía por ser hija de Don Mariano Tristán, miembro de una de las principales familias arequipeñas. Flora Tristán narra los detalles de su travesía marítima, su contacto con la tripulación y el romance fallido con el capitán Chabrie. Luego de una larga travesía, que le permite conocer las costas africanas, el cabo de Hornos y Valparaíso, Flora Tristán llega al puerto de Islay en el Perú. De ahí se dirige, en un penoso viaje, hacia Arequipa, donde es recibida por su familia paterna y posteriormente por su tío Don Pío Tristán y Moscoso, quien la reconoce familiarmente como sobrina pero, usando argucias legales, le niega algún reconocimiento legal de la herencia que  Flora reclamaba. Flora permanece varios meses en Arequipa, en cuya vida social se sumerge y donde experimenta una de las tantas guerras civiles de la naciente republica peruana. Después de conocer la vida de los conventos, experimentar un terremoto y asistir a diversas festividades publicas, Flora Tristán da por descartadas sus aspiraciones a la herencia y al reconocimiento legal de su condición de hija legítima de Don Mariano Tristán. Decide partir a Lima, donde concibe algunos pensamientos y ambiciones políticas. Finalmente, retorna a Europa, hacia donde se embarca el 16 de Julio de 1834.

Es importante considerar los diversos lugares de enunciación a partir del cual se escribe Peregrinaciones. Estos lugares de enunciación son definidos por Walter Mignolo como el lugar físico y teórico desde el cual se producen los enunciados, y que funcionan a su vez como un punto de confluencia de los deseos, intereses, alianzas y políticas intelectuales (Mignolo: 1995). En el caso de Peregrinaciones, este lugar de enunciación es la noción de “paria”, de ahí que cabe la pregunta: ¿Cuáles son las ideas de paria que se despliegan a lo largo del texto? La respuesta no es unívoca, pues el término tiene diversas connotaciones, lo cual hace imposible fijarlo; imposibilidad que juega un rol muy influyente en la construcción de la subjetividad a lo largo del texto. No se debe olvidar que Flora Tristán redacta las Peregrinaciones cuatro años después de su viaje al Perú, cuando ya es una activa luchadora social en Europa. De esta manera, es posible afirmar que la construcción de su identidad textual como paria forma parte de su agenda política en la lucha por los derechos de la mujer y de los trabajadores. Si por un lado, el concepto de paria remite a un sujeto excluido, en el caso de Peregrinaciones, se convierte en un rasgo de identidad útil para establecer una autoridad sui generis que se focaliza en la experiencia del sujeto, más que en su posición supuestamente periférica. Como ha señalado Alberto Moreiras: “Lo identitario ha sido siempre político. [..] La idea de Identidad puede ser concebible al ser contrastada con todo aquello que totalice las presunciones de tal identidad. […] La identidad podría ser utilizada como una noción puramente táctica”. (Moreiras, 201) La identidad como algo táctico es un rasgo primordial para la comprensión de lo paria en Flora Tristán, pues es un concepto que se utiliza con diversas intenciones a lo largo del texto y que le permite instalarse en una posición enunciativa de abierta crítica a la sociedad peruana de la época.

Las ediciones más recientes en español de Peregrinaciones de una paria presentan en su totalidad los tres prólogos que fueron incluidos en diversas ediciones del texto. En el primero de ellos podemos observar la gran preocupación de Flora Tristán por la recepción y comprensión de su texto. Esta preocupación por los lectores, devela la intencionalidad de Peregrinaciones, pues el texto se presenta como una respuesta analítica de la situación peruana, configurándose como un relato de denuncia de los vicios y defectos de una sociedad que ella observa desde el punto de vista del colonizador. Así, Flora anuncia: “Peruanos: He creído que de mi relato podría resultar algún beneficio para vosotros. Por eso os lo dedico. Sin duda os sorprenderá que una persona que emplea tan escasos epítetos laudatorios al hablar de vosotros haya pensado en ofreceros su obra. Hay pueblos que se asemejan a ciertos individuos: mientras menos avanzados están, más susceptible es su amor propio” (13)  La posición a partir de la cual Tristán ofrece su don (el texto) es de una superioridad que rebaja la situación de los peruanos como colectividad. Tristán se muestra como quien conoce la posible reacción de una nación notoriamente menos avanzada que la suya, por lo cual se apresura en intentar apaciguar cualquier animadversión que pueda surgir. A pesar de ese intento, queda claramente posicionada como un sujeto colonizador cuyo lugar implica una dicotomía entre la civilización y la barbarie. Desde luego, su lugar es el del sujeto civilizado, cuyas opiniones deben ser tomadas en cuenta para que el Perú pueda lograr un desarrollo que lo aleje del camino del retraso.

De esta manera, ya se plantea desde el primer prólogo un conflicto entre la identidad individual y la nacional (fluctuante entre lo europeo y lo peruano), al ser planteadas en posiciones contradictorias y opuestas, lo cual nos remite inevitablemente a una configuración de jerarquías entre lo individual y lo colectivo. Como señalaba Frances Barkowski, es pertinente hacer una lectura a partir de la cual “determinadas posiciones sirven para construir una identidad,  aunque sea flotante. […] Determinadas formas históricas de jerarquías que se presumen, estructuras políticas de dominación, las cuales han dado forma a identidades mayores que las individuales y que influencian lo cultural, nacional, el género, lo racial, lo sexual, la clase, lo geográfico, lo religioso, lo generacional…” (Barkowski, xvi). Todos estos elementos que conforman una identidad pueden ser observados en Peregrinaciones y configuran diversos niveles de construcción de la identidad paria.

El conflicto entre ambos niveles se acentúa al quedar aclarado que su relato se dirige a los peruanos, a quienes no duda en llamar compatriotas. Contradictoriamente, en el transcurso del texto, Flora prefiere llamar suya a la nación francesa, mientras que los peruanos son vistos como los otros. Se puede afirmar que este “nosotros” inclusivo del prólogo, es meramente una estrategia discursiva para predisponer favorablemente el ánimo de los lectores peruanos, preparándolos para recibir las duras críticas que Tristán hará en su texto.

La conciencia de las diferencias entre las clases sociales y su propuesta de la educación como remedio a gran parte de los males sociales del Perú, es expuesta desde el principio:

He dicho […] que en el Perú la clase alta está profundamente corrompida y que su egoísmo la lleva, para satisfacer su afán de lucro, su amor al poder y sus otras pasiones, a las tentativas más antisociales. He dicho también que el embrutecimiento del pueblo es extremo en todas las razas que lo componen. Esas dos situaciones se han enfrentado siempre una a otra en todos los países. El embrutecimiento de un pueblo hace nacer la inmoralidad en las clases altas, y esta inmoralidad llega […] a los últimos peldaños de la jerarquía social. (14)

 

La característica de lo incivilizado corresponde, desde la mirada de Tristán, no solamente al pueblo o a los indígenas, sino principalmente a su élite social y política. Esa dura acusación puede ser leída como uno de los diagnósticos sociales que se dan en Peregrinaciones; pero al mismo tiempo es interesante recuperarla para develar al verdadero destinatario del texto: la clase dirigente peruana. Por otra parte, al haber redactado el texto en francés, idioma que era hablado en el Perú del siglo XIX por una minoría dentro de la minoría, el círculo de lectores queda aun más reducido. Así, cuando Flora Tristán se dirige a los peruanos, no lo hace a todos los estratos sociales, sino únicamente a la élite criolla que dirige el país y cuyos intereses son el origen de las guerras civiles durante los primeros años de la República. Podemos alinear esta particular situación dentro de lo que propone Starobinksi: “El discurso autobiográfico toma forma al crear, simultáneamente, dos  destinatarios, uno nombrado directamente, el otro asumido oblicuamente como testigo” (citada por Fernández, 26). En Peregrinaciones, el destinatario declarado abiertamente es la élite peruana, mientras que el testigo al que se dirige oblicuamente podrían ser las clases populares. Paradójicamente, este modelo de doble destinatario que se desprende del discurso autobiográfico de Tristán, es una reproducción del modelo criollo que dejaba en manos de una elite la construcción de la república independiente, mientras que excluía a la población indígena. Flora Tristán es consciente de esta división entre las clases sociales y étnicas en el Perú, y propone diversas soluciones para crear una sociedad más inclusiva, pero la construcción de su discurso delata otra forma de exclusión. Si bien Flora Tristán ataca la estructura de privilegios en la sociedad peruana, no llega a proponer un colapso de estas jerarquías, pues el juego de su identidad paria necesita de estas contradicciones para constituirse.

Muy consciente de la gravedad de las acusaciones y de sus diagnósticos, Flora declara: “He recibido entre vosotros una acogida tan benévola que sería necesario que yo fuese un monstruo de ingratitud para alimentar contra el Perú sentimientos hostiles. Nadie hay quien desee más sinceramente que yo vuestra prosperidad actual y vuestros progresos en el porvenir.” (13) Si bien este fragmento puede leerse como una estrategia para captar la benevolencia de los lectores peruanos, contiene también una carga irónica, pues sabemos que los resultados de su viaje fueron negativos, ya que no alcanzó a conseguir la tan anhelada herencia ni el reconocimiento como hija legítima dentro de la familia Tristán. Por ello, ésta se convierte en una frase a la que podríamos leer en clave inversa: ni la acogida fue tan benévola ni los sentimientos de Flora son tan apacibles con respecto al Perú. Las reflexiones producto de su mirada, si bien corresponden a la de una perspicaz observadora, no dejan de estar influenciadas por la decepción y algún sesgo de resentimiento. La mezcla de estos sentimientos, unida al discurso de una apología personal, conforma la figura retórica del apóstrofe, que tal como señala James Fernández: “El apóstrofe pretende resaltar la inhabilidad de los contemporáneos del autobiógrafo para ver, juzgar, o apreciar su ser […]. El apóstrofe representa una suspensión de la apología o de la comunicación normal entre los interlocutores contemporáneos y la invocación de un autoridad ausente, pero más elevada” (Fernández, 21). La autoridad mas elevada a la que recurre Flora Tristán, es la del Progreso, pues ella pretende justificar toda su escritura a partir del supuesto deseo de progreso que contienen sus recetas políticas para la nueva república. Su retórica autobiográfica le permite autorizarse a sí misma como productora de una verdad irrefutable, partícipe del Iluminismo.

El segundo prólogo, presentado con un epígrafe del evangelio de San Mateo, desarrolla una sesuda reflexión sobre la situación de la mujer en la sociedad, así como de las cuestiones del género autobiográfico y de las memorias. “En el curso de mi narración hablo a menudo de mí misma. Me pinto con mis dolores, mis pensamientos y mis afectos. Todo resulta de la constitución que Dios me ha dado, de la educación que he recibido y de la posición que las leyes y los prejuicios me han señalado.” (20) Es importante destacar el triple eje que para Flora Tristán componen los elementos de un relato de la propia vida: dolores, pensamientos y afectos. El dolor la relaciona estrechamente con una posición mesiánico-religiosa que le permitirá autoconferirse la categoría de mártir. Por otro lado, el pensamiento la posiciona como una intelectual que observa la realidad agudamente, a pesar de no haber tenido una educación formal. Y, finalmente, los afectos son un rasgo esencial de su condición de mujer, pues como dice líneas más adelante: “en todas las fases sociales el amor es para la mujer la pasión central de todos sus pensamientos.”(20) Algunos críticos han señalado que la escritura de Flora descarta el matiz sentimental -afectivo, sería tal vez una palabra más adecuada- para  proponer una especie de reformulación de género, donde la mujer viajera destaca únicamente por sus virtudes intelectuales. Una lectura detenida de los prólogos y del texto, nos permite afirmar que la representación del género femenino en Peregrinaciones se presenta como una combinación de estas tres vertientes, pues dice Flora: “Hablo según mis propias impresiones y lo que he observado”(20). Por otra parte, este eje se presenta como el resultado de condicionamientos externos que revelan un pensamiento determinista. Tristán reconoce su flaqueza física y se muestra consciente de que su posición en la sociedad ha sido predeterminada por fuerzas ajenas a su voluntad. Pero tal determinismo no socava su voluntad de escribir, pues será en la escritura donde pondrá en juego su capacidad de transformar aquellas fuerzas sociales que la habrían podido condenar a una posición de invariable sujeción. La escritura es su modo de agencia. Una “contradicción” puede observarse aquí, pues Tristán se autorepresenta como una más de las víctimas de la institución del matrimonio en Francia, donde estaba prohibido el divorcio por disposición del código civil napoleónico. Esta situación inferior por su género, es trastocada por su manejo del género del relato de viaje, donde se presenta como una mujer plena de valentía al atreverse a publicar y denunciar, en vida, un texto que presenta las miserias de una sociedad. No duda en denigrar a George Sand por haberse escondido bajo un seudónimo masculino.

Flora Tristán construye una poética que relaciona directamente la escritura con la denuncia y acción social: “Todo escritor debe ser veraz. Si no se siente con el valor de serlo, debe renunciar al sacerdocio que asume: el de instruir a sus semejantes. La utilidad de sus escritos resultará de las verdades que contengan.” (20)  La presentación de esta poética, unida a su pertenencia al género femenino, permiten establecer el baluarte de su autoridad textual: “Si sólo se trata de presentar los hechos, los ojos bastarían para verlos. Pero, para apreciar la inteligencia y las pasiones del hombre, la instrucción no es lo único necesario. Es preciso haber sufrido, y sufrido mucho, pues solo el infortunio puede enseñarnos a conocer en lo justo lo que valemos y lo que valen los demás” (18). El criterio de autoridad es la experiencia personal. Su palabra vale en cuanto ha experimentado todo aquello de lo que habla. Es interesante destacar que el rescate de la narración autobiográfica en Tristán se relaciona estrechamente con la denuncia social.

El principio del que llamamos tercer prólogo –que originalmente fue el prefacio a la primera edición- muestra la estrecha relación entre los géneros de relato de viaje y autobiografía: “Antes de comenzar la narración de mi viaje debo hacer conocer al lector la posición en que encontraba cuando lo emprendí y los motivos que lo determinaron. Debo colocarlo en mi punto de vista, a fin de asociarlo a mis pensamientos y mis impresiones” (24). De este párrafo me interesa destacar el interés de Flora en establecer lo que Lejeune define como el pacto autobiográfico: la identidad entre quien escribe el texto, quien lo protagoniza y quien lo firma (aunque Derrida ha establecido que la firma no es garantía ni de presencia ni de identidad). Con el mismo interés de los prólogos anteriores, Tristán muestra preocupación por la recepción de su texto, muy consciente del riesgo que contiene la dicción autobiográfica y del insalvable vacío entre la escritura y la experiencia.

En este intento de aproximar al lector a su situación y al explicar los motivos de su viaje, Tristán narra brevemente la persecución de la que era víctima por parte de su marido, del cual no podía divorciarse a pesar de los maltratos que recibía de él:

La incompatibilidad y mil otros motivos que la ley no admite, hacen necesaria la separación de los esposos; pero la perversidad, sin suponer en la mujer motivos que ella pueda declarar, la persigue con sus infames calumnias. Excepto un número pequeño de amigos, nadie cree en lo que dice, y excluida de todo por la malevolencia, no es, en esta sociedad que se enorgullece de su civilización, sino una desgraciada paria a quien se cree demostrar favor cuando no se la injuria” (24).

 

Se declara abiertamente como una mujer perseguida que tendrá que adoptar una especie de travestismo de identidades para poder sobrevivir, pues se muda frecuentemente de ciudad y se presenta preferentemente como mujer soltera o viuda. Asimismo, establece también una relación de la situación de la mujer con la de la esclavitud, estatus que es percibido como bárbaro dentro de una cultura a la que ella misma declara, irónicamente, civilizada. Su posición como paria le permite “responder a una sociedad que no le permitía a la mujer otra identidad más que ‘esposa y madre’” (Grogan, 35).

 

 

Negociaciones en(tre) el viaje y la vida

 

La función del paratexto de Peregrinaciones de una paria permite a Flora que se represente como un sujeto excluido de las consideraciones sociales por su carácter de mujer separada de su marido, condición que tiene que ocultar durante su viaje. Así, al iniciar su travesía a bordo del Mexicano, se presenta como una mujer soltera, confesando que tiene una hija únicamente al capitán Chabrie.

El relato de su travesía marítima corresponde a una intencionalidad de presentarse como mujer viajera, enmarcándolo dentro de la estética del relato sentimental, pues narra la atracción mutua con el capitán Chabrie, al que nunca llega a confesar que es casada, decisión que finalmente marcará la imposibilidad de establecer una relación con él. La presencia del secreto empaña al texto de una tensión angustiante que va a la par de la ansiedad de Tristán a medida que se acerca al Perú. Por ese motivo, Florence Gabaude ha visto Peregrinaciones “el doble aspecto del viaje romántico: viaje a las antípodas para inscribirse en el vago exotismo a la moda, y una especie de viaje iniciático para instruir al novicio en el mundo y la sociedad” (Gabaude, 810). La travesía marítima representa todo un desafío para las fuerzas físicas de Flora Tristán, donde la incomodidad producida al cuerpo es manifiesta a través de una serie de mareos, desmayos, fiebres, escalofríos, etc.

El balance entre la incomodidad del viaje y el relato sentimental se establece a partir de las detalladas observaciones que hace Flora de los personajes que la acompañan, a los cuales conocemos por los diálogos que sostienen con ella y las detalladas descripciones de sus rasgos psicológicos y, en especial, de sus vestimentas. El gran interés por el vestido, es remarcado en Flora, pues lo entiende como la manera en que los individuos se presentan a sí mismos en la sociedad:

En cuanto al amable M. David, era el fashionable en toda su pureza. Tenía botas de gamuza gris, un pantalón de dril gris que formaba polainas, una pequeña casaca de paño verde con muchos alamares. No llevada chaleco y tenia un pañuelo de Madrás a cuadritos, enrollado negligentemente en el cuello. En la cabeza, una gorra de terciopelo violeta le cubría solo la oreja izquierda. Se mantenía de pie en medio del bote, me saludaba con el gesto y reía a carcajadas… (45)

 

A pesar del alegato contra la esclavitud que lanzó desde sus prólogos, y de su constante prédica en contra de esta situación, su mirada contiene un racismo adherido a su posicionamiento como mujer que proviene de una civilización considerada superior. Al pasar por un lugar de la costa africana llamado la “Praia”, no puede evitar expresar esta nueva incomodidad producida por la presencia de hombres y mujeres de raza negra:

Toda la población se hallaba en las calles, respirando el fresco delante de las puertas de sus casas. Entonces sentimos el olor de negro, que no puede compararse con nada, que da náuseas y persigue por todas partes. Se entra en una casa y al instante se siente una emanación fétida. Si uno se acerca a unos niños para ver sus juegos, tiene que alejarse rápidamente. ¡Tan repugnante es el olor que exhalan! Yo tengo los sentidos muy aguzados y el menor olor se me va a la cabeza o al estómago. Sentía un malestar tan insoportable que nos vimos obligados a precipitar la marcha para encontrarnos fuera del alcance de aquellas exhalaciones africanas. (51)

 

Estos rasgos racistas se manifestarán también durante su estancia en el Perú, pues si bien el blanco de sus ataques son los miembros de la clase alta peruana, a quienes culpa del caos en que encuentra el país, su mirada de las costumbres populares de los indios, mulatos y mestizos los agrupa bajo el signo de lo bárbaro. Nunca los individualiza, sino que los nombra preferentemente por su raza y casi nunca por sus nombres. Así, ya ha señalado Mary Louis Pratt que durante su estadía en el Perú Flora Tristán ocupa un mundo donde los privilegios de raza y clase son presupuestos. Este mundo de privilegios se contradice con su pretendida subjetividad paria, que se vuelve a convertir en una identidad flotante que le permite a Flora acomodarse a las circunstancias.

Ya hemos mencionado que Flora Tristán se autofigura como paria, como un sujeto marginal, lo cual le permite observar la realidad social desde afuera, transformando su relato no sólo en una narración de viaje sino también en un crítico cuadro de costumbres de la sociedad peruana. En la mayor parte del relato se posiciona a sí misma como parte de una nacionalidad hegemónica (la francesa) y utiliza esta posición de outsider para desmantelar las intrigas del poder y señalar los profundos defectos que persisten en el carácter de los peruanos, características que Flora Tristán relaciona con la escasa capacidad de progreso de la naciente república peruana. Pero en varios momentos del relato se presenta a si misma como peruana, especialmente en momentos en que la nacionalidad francesa podría restarle cierta autoridad para referirse a asuntos peruanos. En su travesía marítima, antes de llegar al Perú, sostiene un diálogo con uno de los tripulantes:

[dice Flora] -    ¡Y sus epítetos contra los peruanos!... Cree usted que M. Miota y yo podemos estar satisfechos de oír tratar así a nuestra nación?

-                     Pero, señorita, usted es francesa.

-                     Yo nací en Francia, pero soy del país de mi padre. Es la casualidad lo que nos hace nacer en un lugar o en otro. Mire mis facciones y diga a que nación pertenezco

-                     ¡Ah, coqueta! Me hace esta pregunta para que le diga un piropo sobre sus lindos ojos y hermosos cabellos andaluces. (91)

 

Este diálogo es interesante por diversos aspectos. En él, Flora Tristán se adhiere a una nacionalidad de la sangre, reclamando para sí la herencia paterna cuyo usufructo monetario va a buscar al Perú. Quien habla aquí no es la viajera, sino la luchadora social que ha reconocido en líneas anteriores que la nacionalidad es una cuestión de casualidad, tal como lo declara aquí. Su reacción es de indignación al oír a este tripulante insultando a los peruanos, por lo que usa como parte de su argumento de defensa su pertenencia a esta nación. Por otra parte, la solicitud de un reconocimiento étnico tampoco permite aclarar mucho sobre sus orígenes. El tripulante hace referencia a sus rasgos andaluces, de modo que en este discurso lo peruano se relaciona directamente con lo español. Flora se declara a sí misma como peruana, pero deja claro que su etnicidad no es indígena, ni mulata, ni mestiza, sino que se alinea con lo criollo-español.

Esta identidad flotante y negociada de Flora se observa también líneas más adelante: “Me sentía anonadada, Paria en mi país, había creído que al poner entre Francia y yo la inmensidad de los mares podría recuperar una sombra de libertad ¡Imposible! En el Nuevo Mundo era también una paria como en el otro” (109). Vuelve a ser francesa luego de declararse peruana, asumiendo las dos nacionalidades en situaciones distintas, creando una polaridad sobre la cual Ángela Pérez Mejía ha señalado: “Aunque elabora un producto de la cultura de viaje europea, en el resultado puede leerse una noción diferente del sujeto. La pregunta es en qué consiste ese resultado y cómo explicar una subjetividad contradictoria, una soltera /viuda/esposa/madre/, una francesa/peruana, una viajera/peregrina. De todas esas oposiciones surge la imagen que ella da del Perú y es su experiencia  allí la que a su vez  le ayuda a crear el sujeto paria con el que emerge del viaje.” (Pérez Mejia, 250). Me parece necesario puntualizar que no se trata de que Tristán “emerge” del viaje con la subjetividad de paria, sino que es más preciso decir que esa subjetividad es construida en el momento de la escritura del relato. Surge con el relato del viaje, no con el viaje. Por otro lado, esa acumulación de “oposiciones”, en su aparente contradicción, son utilizadas por Flora, quien las acumula y las engloba, aprovechándolas no siempre armónicamente pero tampoco conflictivamente. Así como se dedica a la descripción de las vestimentas, estas identidades le sirven a ella como medios de presentarse y controlar el contexto en que se mueve. Más que una subjetividad contradictoria, podemos hablar de una subjetividad formada a partir de pliegues en el sentido deleuziano. La identidad de Flora se forma a partir de diversos dobleces que exhiben y ocultan lo que le conviene, como si su “yo” cambiara proteicamente según sus receptores, como si se tratara de un vestido que puede intercambiar a gusto y según las circunstancias.

Este travestismo de nacionalidades que operan en la construcción de la subjetividad paria, tiene una estrecha relación con el género del relato de viaje, lo cual permite hasta cierto punto entender la elección de este género para narrar su historia. Como ha indicado Van den Abeele, la economía del viaje presupone la existencia de un oikos, de un hogar, en relación al cual el viaje puede ser comprendido. Pero también hay viajes que se organizan ya sea por el punto de origen o por el punto de destino. (Van den Abeel, xvii). El caso de Flora Tristán es un viaje que se organiza teleológicamente, a partir de su destino que es el Perú y, más específicamente, la herencia que espera recibir por ser reconocida como hija legitima de don Mariano Tristán y Moscoso, su llave de acceso a la elitista sociedad arequipeña. Es la herencia lo que se convierte en el punto de orientación del viaje de Flora, viaje que no casualmente lleva el nombre de Peregrinaje, concepto que apela a una situación de errancia prolongada, donde se viaja de un lugar a otro, con objetivos variados. Su viaje no se organiza a partir de un hogar como punto de origen (ella es paria tanto en Francia como en el Nuevo Mundo), sino de la herencia y la propiedad que espera recibir.

Si bien una noción importante en la literatura de viajes es el concepto de “hogar”, como punto de partida del viaje y el lugar al que se espera volver, y que a su vez configura la propia identidad y la del “otro”, en el caso de Peregrinaciones, la subjetividad que construye Flora Tristán, se muestra excluida de cualquier lazo social, afectivo y geográfico, de manera que este concepto del “hogar” no es un lugar estable. Flora viaja al Perú en busca de un hogar, una familia, una herencia, cosas que finalmente no encontrará, desestabilizando aun más su posición. Al finalizar su viaje a Arequipa y saliendo de ahí rumbo a Lima, Flora dice: “Huía para ir, ¿donde?... Lo ignoraba. No tenía plan y harta de decepciones, no formaba proyectos. Rechazada en todas partes, sin familia, sin fortuna o profesión y hasta sin nombre, iba a la aventura. Como un globo en el espacio que cae donde el viento lo empuja.” (350). Esta falta de un sentido del hogar configura una identidad desprovista de un centro fijo al cual poder asirse, una subjetividad paria que se caracteriza por su falta de estabilidad y que se podría identificar con la propia identidad de la nación peruana que está en plena construcción, como lo veremos más adelante.

La organización de la economía del viaje, propone Van Der Abeele, encuentra en la construcción del discurso viajero un reclamo de la propiedad del escritor, ya se trate de un reclamo de su cuerpo, de su texto, de su hogar o de su nombre. Este asunto de la propiedad adquiere matices singulares en el caso de Tristán, ya que su viaje apunta a una pura ganancia: la herencia, una posición social, una familia. Pero el resultado será desastroso pues su tío, don Pío Tristán y Moscoso, valiéndose de detalles legales, le niega el reconocimiento como hija legítima, la reconoce como hija natural del fallecido don Mariano y le asigna una pequeña renta en lugar de la parte de la herencia que le correspondía. Ya antes de llegar a tierras peruanas, Flora había recibido una carta de don Pío, quien le aclaraba que él no la reconocería como sobrina legítima. Flora decide hacer este viaje sin informar previamente a sus familiares.

En su viaje, Flora asume la posición de superioridad colonial europea frente a los peruanos que son considerados como inferiores por su incapacidad de organizarse por sí mismos para llevar adelante su recientemente ganada independencia. Tal conflicto nos permite referirnos al viaje de Tristán como de establecimiento de una zona de contacto, en el sentido que le da Mary Louise Pratt quien utiliza este concepto para referirse a “el espacio de los encuentros coloniales, en el cual pueblos separados geográfica e históricamente se ponen en contacto unos con otros y establecen relaciones, que usualmente envuelven condiciones de coerción, radical desigualdad y conflictos imposibles de resolver.” (Pratt, 6)  En el caso del viaje de Flora Tristán, vemos que en “la identidad en la zona de contacto reside su sentido de independencia personal, propiedad, y autoridad social, más que en su erudición científica”. (Pratt, 159) El viaje de Tristán se establece como un viaje distinto al de los científicos europeos por América a inicios del siglo XIX. La mirada de Tristán no se detiene en una descripción fotográfica de lo exterior, sino que prefiere una interpretación de lo observado, a fin de obtener conclusiones que le permitan diagnosticar la situación social del Perú y ofrecer algunas soluciones. De ahí que “la subjetividad de estas escritoras [las viajeras del siglo XIX, en las que se incluye Tristán] es doblemente compleja, por un lado son portadoras de un discurso imperial, por el otro se duda de su palabra de mujeres. Por una parte generan ciencias sociales, por otra viajan solas sin  todos los recursos del científico que es apoyado en sus tareas.” (Pérez Mejía, 43) La mirada de Flora Tristán se detendrá en aspectos de la vida interior, y sus observaciones de las relaciones sociales no excluirán los matices de su propia transformación personal durante este peregrinaje.

Esta mirada de Flora que observa a los peruanos como los otros, la recibe también ella, pues en cada parte de su viaje por tierras americanas se convierte en un sujeto cuya presencia es esperada por ser alguien exótico, distinto de los nacionales. De sujeto observador, pasa a ser un objeto observado. Ya sea entre las familias de la clase acomodada arequipeña y hasta en los conventos, en todas partes produce la misma impresión que cuando llega al puerto chileno de Valparaíso, ultima parada antes de llegar a costas peruanas:

-           ¿Sabe señorita, que aquí se habla mucho de usted desde su llegada?

-                     ¿Y a propósito de que?

-                     ¡Ah! Porque es usted la sobrina de don Pío de Tristán, muy conocido en Valparaíso por su larga estada aquí durante su destierro, porque es usted francesa y aquellos dos capitanes dijeron que era usted una belleza, una divinidad […].” (110)

 

Se unen aquí los dos rasgos que atraerán la atención sobre la figura de Tristán durante su permanencia en el Perú: la pertenencia a una familia de la élite peruana y su origen francés. Estas características serán la causa de los revuelos que cause Flora durante su estadía en el Perú, pues muchos visitantes la esperarán pacientemente para poder verla y hasta tocarla. Por otra parte, si consideramos que el concepto de paria implica un sujeto completamente excluido de una familia o de un rango social, para Tristán este concepto opera de una manera ambigua, no sólo por la posición de clase que ya hemos mencionado, sino porque al ser acogida por la familia Tristán y ser vista como un sujeto exótico, su universo privado no se reduce a la vida familiar o doméstica, sino que también participa de lo público y lo político. Podríamos afirmar que en esta situación Flora Tristán prefigura la habitación propia que años después defendiera Virginia Woolf como el lugar donde la subjetividad femenina puede refugiarse y centrarse para salir a enfrentar el mundo Esta habitación, como señala Pratt, llega a ser una alegoría de su subjetividad, estableciendo un recorrido de lo público hacia lo privado.

Esta situación de transito entre lo privado y lo público es patente en el capítulo "La Republica y los tres presidentes”, donde narra con detalles la guerra civil entre los generales Orbegoso, Nieto y Gamarra, quienes se enfrentan por el poder. Al observar el campo de batalla, Flora no escatima adjetivos denigrantes para los oficiales peruanos, a quienes compara con los europeos y los considera en situación completamente inferior. Pero lo más interesante de este capitulo es la situación en que Flora se ubica, pues a ella acuden su propio tío don Pío y el comandante Althaus (primo de ella por matrimonio) para pedirle consejos sobre el partido al cual adherirse:

Mi tío, acercándose mucho a mí, me dijo con abandono:

-                     Mi querida Florita, estoy muy inquieto. Aconséjeme. Usted tiene apreciaciones tan justas en todo y es realmente la única persona aquí con la cual puedo hablar de cosas tan graves.” (240).

 

Y luego, al salir su tío de la habitación y hablar con Althaus:

“Cuando este salio, Althaus se acercó a mí a su vez y me dijo:

-                     Prima, despida a toda esta gente que la cansa. Querría conversar con usted. Estoy en una situación muy embarazosa. No sé qué partido tomar.

[…] Florita, no sé qué hacer. ¿Por cuál de estos tres bribones de presidentes debo tomar partido?

-                     Primo, no tiene usted lugar a elegir. Si aquí se reconoce a Orbegoso, es preciso marchar bajo el estandarte y el gobierno de Nieto.

-                     Esto es justamente lo que me hace rabiar. Ese Nieto es un asno y presuntuoso como todos los necios, que se dejara gobernar por ese abogadillo Valdivia. Mientras que en el lado de Bermúdez hay algunos soldados con quienes podría marchar.” (240-241).

 

Flora consigue convencer a Althaus para tomar el mismo partido de su tio por el general Nieto. Al incluir estos diálogos, vemos que Flora recibe autoridad de su propio tío, quien reconoce que solo con ella puede hablar de esos asuntos. Tal la autoridad que se le dan a las palabras y la opinión de Flora, son resultado de su posición de outsider, pues se presenta como un sujeto neutral en esa batalla, donde no tiene nada que ganar ni que perder. Esta situación le permite ubicarse como un sujeto que observa fría e inteligentemente todo lo que sucede a su alrededor. Don Pío le niega la herencia, pero le reconoce un nivel intelectual al cual nadie más se acerca. No deja de ser sospechosa la confianza depositada por su tío en ella, después de haberle negado el reconocimiento de filiación legítima. Probablemente las inclusiones de estos diálogos, además de brindarle cierta autoridad a sus opiniones, sirven también como medio de fijar la posición de Flora entre la clase alta arequipeña.

Podemos decir, entonces, que Peregrinaciones de una paria nos permite también contemplar la formación de una idea de la nación en el Perú, a partir de la mirada de los bordes, por un sujeto doblemente periférico, dada su condición de mujer y “extranjera”. Es necesario recordar que no siempre se autofigura como “extranjera”, pues en muchas ocasiones recurre al nosotros que la identifica con lo peruano, especialmente cuando busca situarse en una posición que la ubica como miembro de la élite social. La insistencia en su condición de paria demuestra un esfuerzo muy consciente de ubicarse en esta posición, que puede parecer contradictoria con su situación real en la sociedad arequipeña, donde si bien no era aceptada totalmente como miembro de la familia Tristán, podía disfrutar de una gran capacidad de acción en la vida social arequipeña y tener contactos con personajes de la historia peruana, a la vez que sus consejos son solicitados por sus familiares. De esta manera, la subjetividad de paria es empleada como una estrategia discursiva que se instaura dentro de la economía del viaje para permitirle ganar una agencia desde la cual puede criticar a la sociedad, a pesar de haber perdido la herencia que fue a buscar. En el balance de pérdidas y ganancias que le reporta su viaje al Perú, la subjetividad de paria queda como un saldo positivo de esta travesía.

El relato de Flora Tristán, que constituye un sujeto de identidad flotante y escurridiza, nos permite elaborar una idea de lo peruano como identidad configurada a partir de desplazamientos, valga decir de un peregrinaje que se establece a partir de negociaciones con los círculos de poder social. En el contexto de la primera mitad del siglo XIX, es posible establecer una relación entre la falta de anclaje de su narrativa personal y la constitución de la nacionalidad peruana. Las negociaciones que establece Flora con lo peruano se establecen como un modelo de intercambios de identidades.

Es importante anotar que esta época de guerras civiles es acompañada también por diversas mutaciones en la ciudad letrada. Como sabemos, para mantener el orden político, las relaciones de los intelectuales con el poder han adoptado diversas formas y se han concretizado en varias instituciones que van desde lo eclesiástico, hasta los partidos políticos, pasando por las instituciones educativas. Este proceso de exclusión-asimilación presenta diversas características a lo largo del proceso histórico. En el momento del viaje de Flora Tristán al Perú, las élites intelectuales estaban preocupadas en formar la República de acuerdo con el proyecto criollo que excluía a las masas populares de cualquier participación en la vida política.

En DisemiNación, Homi Bhabha hace una distinción entre los principios pedagógico  y performativo en el proceso de construcción de una nación. Lo pedagógico en Flora Tristán se decanta a través de su elección del género de viaje, pues su narrativa participa del tono moralizante y pedagógico de la escritura femenina del siglo XIX, al tiempo que propone la educación como solución a gran parte de los problemas sociales. A nivel pedagógico, el discurso de Flora Tristán era incluyente, tal como lo era el discurso criollo, sin obviar el matiz paternalista de sus políticas. El aspecto performativo, por otro lado, devela las exclusiones que tanto la auto caracterización de Flora Tristán como del modelo criollo, consideraban como eje de su funcionamiento. Ya ha señalado Bhabha que el aspecto performativo tiene relación con una continuidad de los modelos que permite afianzar la idea de lo nacional a partir del borramiento de cualquier noción del origen. (Bhabha, 297). En efecto, tanto el proyecto criollo como el de Flora, no hacen ninguna mención al pasado incaico, sino que marcan el inicio de la Historia peruana en el virreynato español, del cual – por razones de herencia familiar- se sienten continuadores.

El lugar de Flora Tristán en la literatura peruana puede verse como un efecto de ver la nación en traducción, según lo define Silvia Rosman para el caso de la tradición literaria argentina (Rosman: 1998). Si bien el texto de Flora Tristán está escrito en lengua francesa, su discurso de viaje y auto figuración puede se considerado como parte del proyecto criollo de la ciudad letrada. Esta traducción de lo nacional pone en evidencia las zonas más oscuras de una elite que luchaba por conservar sus privilegios, de ahí que, a pesar del reclamo de comprensión que Flora lanza desde sus prólogos, su texto haya sido puesto en la hoguera y arrinconado en el olvido durante un siglo. Quizás si la élite criolla hubiera leído con más detenimiento esta subjetividad paria huidiza y valiente en gritarle sus defectos, habrían comprendido que las recomendaciones de Flora no estaban tan lejos de su proyecto como lo pensaban. El tono pedagógico de Tristán fue la gran máscara que encubría algo que los criollos no supieron ver: una manera más civilizada de continuar con los mecanismos coloniales y mantener sus privilegios.

 

 

Bibliografía consultada

 

BARTKOWSKI, Frances: Travelers, Immigrants, Inmutes. Essays in Estrangement. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1995.

 

BHABHA, Homi K.: “Introduction: narrating the nation” and “DissemiNation: time, narrative, and the margins of the modern nation.” Nation and Narration. London: Routledge, 1990.

 

DE MAN, Paul: “Autobiography as De-facement”. En: MLN, Vol 94, No. 5,  Dec. 1979, pp 919-930.

 

FERNANDEZ, James: Apology to Apostrophe. Autobiography and the Rethoric of Self-representation in Spain.

 

GABAUDE, Florence: “Les Peregrinations d’une paria: initiation, observation, revelation.” En: The French Review, Vol. 71, No.5, April 1998. pp. 809-819.

 

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LEJEUNE, Philippe: On Autobiography. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1989

 

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PEREZ-MEJIA, Angela: A geography of hard times: narratives about travel to South America, 1780-1849. Albany: State University of New York Press, 2004.

 

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VAN DEN ABBEELE, Georges: Travel as Metaphor: From Montaigne to Rousseau. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1992.