Sexo y género en Historia del rey transparente de Rosa Montero

 

Myriam Osorio

Memorial University of Newfoundland

 

Ampliamente conocida en el mundo del periodismo y la literatura, Rosa Montero es una escritora prolífica, capaz de conmover y de hacer reír con su prosa tersa, cuidada y profundamente sencilla. Su colección de ensayos La loca de la casa la hizo merecedora de los premios Grinzane Cavour en 2005 y el Qué leer al mejor libro en español en 1993.  El éxito de las novelas anteriores continua y se amplifica por la entusiasta recepción de su última novela, Historia del rey transparente, publicada en el año 2005,(1) la cual rápidamente alcanza dos ediciones y asciende en las listas de los libros más vendidos en España. En ella, Montero conecta la historia con la tradición medieval de las novelas de aventuras del Rey Arturo, al tiempo que despliega, su admirable maestría para tejer un relato que impacta y consigue atrapar a quien lee desde las primeras frases: “Soy mujer y escribo. Soy plebeya y sé leer. Nací sierva y soy libre.”(11) Dichas palabras son emitidas por la voz de Leola, una joven campesina de quince años, pobre e iletrada, quien va a narrar, desde el punto de vista de la primera persona cómo ha llegado en la época de las cruzadas religiosas que asolaron Francia en el siglo XII a escribir, leer y ser libre. Este artículo examina la sugerente dinámica entre las categorías sexo y género, su articulación, cuestionamiento, subversión y especial fluidez en la vida cotidiana de la protagonista de esta novela.  

La composición tripartita de la identidad de Leola cuestiona y desbanca la noción de que tanto la anatomía de su cuerpo femenino, como las circunstancias que enfrenta, determinan, limitan y predestinan sus posibilidades. Como quedará demostrado a lo largo de la narrativa, Leola apunta a que a pesar de poderosos obstáculos, su cuerpo de mujer puede transformarse en el locus de fluidas construcciones de género, distintas a las que social y culturalmente le corresponden no sólo por haber nacido “hembra”, sino por pertenecer al campesinado ignorante, paupérrimo y servil.

A causa de las crueles y violentas circunstancias de las guerras entre los señores medievales “hombres de hierro” le arrebatan a sus seres queridos: su novio, su padre, su hermano y también la humilde vivienda donde cuidaba un par de animales. Desalojada de su hogar, la protagonista se encuentra completamente sola, vulnerable, presa del miedo y de la confusión sobre lo que debe hacer para sobrevivir en un medio cegado por la intransigencia religiosa y sediento de sangre. Así, en la oscuridad de la noche, en un tenebroso campo de batalla atiborrado de soldados y animales muertos, concientemente toma la decisión de transformar su identidad:

Rebusco durante un rato intentando respirar lo menos posible, y al cabo encuentro un cuerpo que parece ser de mi tamaño y cuya armadura se encuentra en buen estado… [C]on pulso tembloroso le desato el cinturón de caballero… [L]e arranco las manoplas, las espuelas, las botas de cuero…Me detengo y comienzo a vestirme. Escondida dentro de mis nuevos ropajes, me siento más segura…ahora ya no soy una mujer. Ahora soy un guerrero (25-27). 

 

Dicha decisión  muestra de manera singular el sitio privilegiado que ocupa no solamente el vestuario, sino específicamente su cuerpo en el proceso constante de redefinir las categorías de sexo y género, en tanto su cuerpo no es estático ni siempre igual, sino algo que vive y experimenta, siente e imagina en contextos específicos. (Salih y Butler 2004, 1)  Vestir y paulatinamente asumir su cuerpo como el de un guerrero, le proveen a Leola la protección y seguridad que desesperadamente necesita, y la posibilidad de desplazarse a multitud de sitios. Su cuerpo, por lo tanto se transforma en el recurso que le permite aprender a manejar las armas, lo cual la lleva rápidamente a comprender que su supervivencia está íntimamente ligada al potencial físico de éste. La fluidez que el personaje le infunde a las categorías de sexo y género demuestra gran afinidad con las teorías feministas post-estructuralistas y pos-modernas que han puesto en tela de juicio “the givenness and security of the so called natural body, positing instead a textual corporeality that is fluid in its investments and meaning.” (Shildrick y Price, 9) (2)

Dicha corporeidad textual fluida y su significación se exploran en el presente trabajo a través de las teorías de Judith Butler presentadas en “Sex and Gender in Simone de Beauvoir’s Second Sex.” Su discusión de la famosa afirmación de Beauvoir, “on ne naît pas femme, on le deviens,” (3) el género como elección, el cuerpo como situación y el cuerpo político (4) resulta de particular relevancia en cuanto Butler propone que es posible interpretar la formulación de Beauvoir en términos de un programa radical para el rol del cuerpo en la interpretación de las normas genéricas. El cuerpo femenino por lo tanto, “becomes a peculiar nexus of culture and choice, and “existing” in one’s body becomes a personal way of taking up and reinterpreting received gender norms.” (Butler 1998, 38)  Aunque, de hecho, Leola hace suyas y reinterpreta las normas que la cultura y la sociedad medieval le imponen, ella va un paso más allá en cuanto el proceso de reinterpretar en su caso va indisolublemente ligado a la acción.      

Todos los objetos del vestuario masculino para la guerra, espada, armadura, sobreveste, cota de malla, yelmo y botas, le sirven a Leola para negar su condición de mujer e identificarse luego como guerrero, lo cual le ofrece la seguridad que la identidad de mujer le roba. Leola propicia una suerte de segundo nacimiento yuxtaponiendo una identidad masculina a la femenina que la ha acompañado por quince años. Dicha imbricación no borra su identidad anterior; produce más bien un personaje relativamente bigenérico, que se mueve entre comportamientos femeninos y masculinos de acuerdo a las necesidades que impongan las circunstancias. El término bigenérico se refiere en palabras de Claudia Breger, “primarily to people who perform masculinity and femininity, respectively, in different contexts of their life.” (Breger 2005, 83) Este movimiento atañe a la distancia y al cuestionamiento del binarismo que media entre el marcador sexual biológico femenino y la idea de que existe una identidad dada que le corresponde.(5) Ahora bien, la afirmación “ahora soy un guerrero” tendrá que pasar por una serie de pruebas para legitimarse, en cuanto se trata también de la manera como su figura sea percibida e interpretada por los demás personajes de la novela y no únicamente de la afirmación que Leola hace para sí misma.      

Al expresar sentimientos de seguridad y de alivio en sus ropas de caballero Leola está experimentando la problemática relación de su cuerpo de mujer con el mundo exterior, que lo reconoce como débil y vulnerable, lo cual contrasta fuertemente con la reciedumbre y el poder asociados al traje que representa al varón. Leola se da cuenta de que en sus circunstancias mantener los marcadores de identidad femenina no son los más convenientes, ni los más seguros. Por primera vez no solamente percibe, sino que vive en su propio cuerpo las incongruencias del discurso cultural religioso de la iglesia católica, que en la época prohíbe el uso de vestuario de hombre a la mujer, bajo la amenaza de la hoguera y que la reduce a la esfera del hogar que, sin embargo, los amos medievales han destruido a través de sus guerreros, para dejarla totalmente abandonada a su suerte. Así, la misma estructura que la controla y le inculca los valores pertinentes a su sexo, la obliga a situarse fuera de las normas y a estilizar, utilizando el término de Butler, (6)su cuerpo de otra manera. Por otra parte, esta situación catastrófica impulsa a Leola a cruzar las fronteras que las presuposiciones culturales le imponen, al ofrecerle, sin embargo la extraordinaria posibilidad de ver, vivir y experimentar el mundo desde ángulos diametralmente opuestos. Esta alternativa le permite desbaratar a su manera las oposiciones binarias tan debatidas y criticadas por la teoría feminista. (7)

La alteración de oposiciones binarias se lleva a cabo no solamente a través de vestir armadura, sobreveste y espada, (8) puesto que Nyneve (9) su gran amiga y compañera de aventuras e infortunios convence a Ronald, hombre ya viejo, pero buen Maestro (10) para que entrene a Leola en varios frentes: el de la lucha cuerpo a cuerpo y a caballo; en el aparentemente insuperable arte de vencer el poderoso miedo que tiene de no ser capaz de pelear como un verdadero guerrero y el de herir y ser herida. La clave, le dice su maestro está en no pensar cuando ataca, sino estar convencida de que va a ganar. La lucha interior y física de Leola para asimilar, implementar y adaptarse a dichas instrucciones demuestra el carácter performativo, contingente e inestable de la noción de género y simultáneamente, “the vertigo and terror of loosing or leaving one’s sanctioned social place.” (Butler 1998, 22) Sin embargo, dicho terror es con gran esfuerzo superado y transformado en subversión y dispersión de las formas de dominación y poder existentes en su sociedad. En otras palabras, el personaje transforma el miedo en fuerza para habitar más de un lugar asignado socialmente.

Para disgregar las formas de dominación que la pueden aniquilar, Leola tiene que adoptar comportamientos propios de hombre guerrero, lo cual contribuye al cuestionamiento de que la anatomía de la mujer constituye su destino. No se trata, sin embargo, de un proceso de re-educación que va a neutralizar diferencias sexuales o “sexual politics”, como lo discute Moira Gatens en su artículo “A Critique of the Sex/Gender Distinction.” Gatens considera problemático que al hacer dicha distinción se considere que “the mind, of either sex, is a neutral, passive entity, a blank state, on which is inscribed various social lessons. The body, on their account, is the passive mediator of these inscriptions. The result… is the simplistic solution to female oppression: a programme of re-education, leading to the whole person: the androgyn.” (140)

Aunque Leola se embarca en un proceso de re-educación, considero que para ella no existe la dicha neutralidad, ni la proyección en términos de tabula rasa. Su cuerpo no es tampoco un mediador pasivo; al contrario, la voz narrativa de la misma Leola muestra constantemente un proceso de pensamiento aún en los momentos de mayor tensión: “mi cuerpo está agitado, pero mi mente, cosa extraña, está más serena de lo que estaba antes.” (24) A esto se añade además, que Leola ha experimentado y compartido desde la niñez junto a los hombres de su familia, su padre y su hermano, la posición de ser propiedad y humilde servidora de su dueño, el Señor de Abuny. Como ellos, está condenada a arar la tierra en condiciones más cercanas a las de animal que de ser humano.  Su cuerpo joven y sano tanto como su mente inquieta han recibido la influencia de ambos, los roles masculinos y femeninos. Estos últimos, sin embargo, implican que además de trabajar la tierra, ella es la encargada de preparar la cena. Por otra parte, los deseos de Leola se adecúan a los roles femeninos determinados en cuanto ella desea llegar a ser la “ternerita” de Jacques, su amor de adolescencia, después de casarse con él, tener hijos y vivir una vida presumiblemente bella. 

No obstante, Leola muestra brotes de insubordinación y la aspiración de hacer cosas que para ella no están permitidas, lo cual sorprende en gran medida a Jacques. Ella sugiere que es necesario aprender a “guerrear,” (17) a  “combatir y  manejar la espada,” (18) tanto como ver el gran  mundo más allá de su pequeña aldea: “Tolosa y París, y… todo.” (18)  Dichos deseos ponen freno a sus planes con Jacques y a la posibilidad de quedarse en un lugar; prefiguran, además, lo que de hecho ella hará: abandonará su hogar, aprenderá a manejar las armas, viajará, conocerá gran número de sitios y personas, y a pesar de su identidad y vestuario de guerrero, volverá a asumir la identidad de mujer heterosexual al experimentar una fuerte atracción física por Gastón, un filósofo alquimista que seduce a Leola, y sospecha que ella es mujer. Ella, a su vez, confirma dichas sospechas al vestirse nuevamente como tal para saciar el apetito carnal que siente por él.

La decisión de regresar al rol sexual femenino conlleva interesantes transformaciones en la manera en que los hombres observan y tratan a Leola y Nyneve cuando entran a la posada donde Leola espera encontrar a Gastón. Vestida de mujer, Leola recuerda las también arduas lecciones recibidas en la corte de la Dama Blanca sobre cómo mover su cuerpo: “estirar la espalda, arquear el cuello, movimientos suaves, pasos cortos.”(262). El estilo femenino seductor, pasivo, vulnerable, y restringido para ser visto y apreciado por Gastón, contrasta fuertemente con el aprendizaje que Leola ha tenido que realizar para ser un buen guerrero: pasos largos y decididos, actitud desafiante y con la libertad de movimiento que la ropa de guerrero le ha permitido. De hecho Leola reconoce que “[L]a saya, con toda su tela sobrante, se me mete entre las piernas y me incomoda al andar.” (262) Por otra parte, la armadura le ha permitido pasar inadvertida y dirigir la mirada a donde quiera, sin tener que doblegarla, acciones que en la posada no van de acuerdo con los papeles que dictan el atuendo de mujer.

A pesar de haberse acostumbrado a las dificultades y a las libertades que implican vestirse de varón, Leola experimenta una gran sensación de felicidad, una turbación  placentera al recobrar su identidad de mujer. Anticipa, además un resultado positivo de esta nueva transformación que, dicho sea de paso, también ocurre en la oscuridad de la noche, en un establo. Dicho resultado es seducir a Gastón. Leola lo incluye tácitamente en la escena y para explicar esta operación considero útiles las ideas de Iris Marion Young contenidas en su artículo “Women Recovering Our Clothes,"en cuanto a la relación de las mujeres con la ropa y la mirada masculina. Parafraseando a Young, la mujer ve al hombre mirándola y por lo tanto se genera en ella una división: se ve a sí misma pero también se ve a sí misma siendo vista (Young 2005, 63).

Este proceso de verse y ser vista sugiere el deseo y la búsqueda de aprobación por parte de la mirada masculina, un interés en parecer sensual y de experimentar placer en la entrega. Leola, sin embargo no busca la aprobación de cualquier o de toda mirada masculina a juzgar por lo que expresa con respecto al cruce de miradas entre ella y los hombres en la posada: “cada vez que dirijo la vista hacia algún lugar, mis ojos chocan con los de algún hombre que me observa intensamente. Me incomodan esas miradas fijas que parecen querer decirme algo; bajo los ojos y ya casi no me atrevo a levantarlos.” (263) Encontrarse obligada a bajar los ojos traduce las relaciones de dominación que se establecen entre hombres y mujeres a través de la mirada, aunque no hay que perder de vista el contexto en que ocurre la dinámica de miradas: Leola y Nyneve son dos mujeres rodeadas por acuciosas miradas de un sinnúmero de hombres ebrios y tal vez bastante ansiosos de tener una relación sexual.

La disposición de miradas ubica a Leola en una posición subordinada que muestra la oposición binaria entre lo masculino y lo femenino, en la cual el cuerpo de ella es el objeto de la mirada de los hombres y, un objeto limitante y limitado. No obstante, el bajar la mirada expresa que el deseo de Leola no se dirige a ninguno de los hombres que la observa, sino a uno en particular. Fuera de la posada y a solas con Gastón, Leola lo mira en silencio. Así, ella expresa en la correlación de la mirada y el silencio el deseo y de acuerdo con él, dice rendirse en cuanto Gastón pone las manos sobre sus pechos. Este episodio demuestra, como lo señalaba Moira Gatens, la dificultad de reeducar tanto el cuerpo como la psique para proyectar una identidad distinta a la que  se ha tenido para neutralizar la diferencia sexual y las dinámicas de relación sexual entre hombres y mujeres. Ni el cuerpo ni la mente de Leola parecen funcionar de manera neutral en este caso, puesto que lo que busca es la conectividad, la fluidez del deseo con su realización.(11)

Volviendo a las transformaciones que genera el traje de mujer en los hombres de la posada, es importante señalar que, comparada con la noche anterior en la que Leola y Nyneve han estado allí, pero vestidas de varón, la atmósfera para las dos mujeres cambia radicalmente. Leola y Nyneve son el centro de atención y por lo tanto Leola nota atinadamente que: “todo el mundo calla al vernos aparecer. Es raro ser mujer, y aún más raro observar sus efectos. Hoy se percibe un ambiente extraño: hay mucho más ruido, risotadas, grandes voces, una especie de tensión en el ambiente.” (263) Nyneve responde que es por ellas. Cuando uno de los hombres borracho intenta besar a Leola por la fuerza, ella saca el puñal que lleva escondido entre la falda y amenaza a su agresor, cosa que ni éste ni los demás presentes parecen esperar. Además del puñal, Leola recurre al tono soberbio de su voz como “Señor de Zarco” (título de caballero conferido por la Dama Blanca) para intimidar al hombre, pero por sus ropas de doncella, este gesto sólo tiene el efecto de causar una risotada en el hombre. Lo único que logra detenerlo es el arma que ella sabe diestramente manejar.

La configuración de la identidad de Leola a través del traje, la voz y el puñal sirve de testimonio a la fusión o cruce constante de identidades, que permite leer este pasaje en términos del cuerpo como situación, que para Judith Butler tiene por lo menos un significado doble: “As a locus of cultural interpretations, the body is a material reality which has already been located and defined within a social context. The body is also the situation of having to take up and interpret that set of received interpretations…the locus of a dialectical process of interpreting anew a historical set of interpretations which has become imprinted on the flesh.” (Butler 1998, 38)

La circunstancia que enfrenta Leola permite ubicar al personaje en el doble significado descrito por Butler ya que por un lado, la actitud y las risotadas del hombre que pretende besarla ubican a Leola en un contexto social que espera cierta pasividad como respuesta, aunque por otro ella demuestra el proceso dialéctico de reinterpretación al actuar de manera contraria a la esperada,  poniendo así en tela de juicio la noción de sexo y de un cuerpo natural que la encarna. La rápida reacción de Leola, el uso del puñal y de la voz, constituyen un reto a las convenciones en cuanto a lo que se considera propio para una mujer. La respuesta en la posada es de asombro y silencio, que se rompe en cuanto el dueño de la posada y su hija sacan apresuradamente a Leola y a Nyneve de la estancia para evitar la intensificación de la pesadez en el ambiente.  

 Ahora bien, retirarlas a ellas y no al hombre que inicia la agresión, refuerza el primero de los dos significados del cuerpo como situación discutidos por Butler porque en este caso, a pesar de la audacia de Leola, se le aplican las normas sociales que limitan su poder de acción. En este sentido considero válido el concepto de dialéctica en razón de que las prácticas individuales de reto al orden establecido no siempre encuentran eco en las prácticas sociales; al contrario, la estructura social generalmente se encarga de recuperar al sujeto femenino que pretende desviarse del eje de las restricciones sociales aceptadas. El pasaje de la posada resulta entonces emblemático para ilustrar la supuesta  relación mimética entre sexo y género, la cual inevitablemente se cuestiona, y se reafirma en dicho episodio. Por un lado Leola ataca con el puñal demostrando con su cuerpo y con su comportamiento la arbitrariedad que existe entre los marcadores genéricos femeninos (de debilidad, vulnerabilidad, aceptación e indefensión) y el sexo del cuerpo que los representa. Por otro, en términos prácticos el entorno la vuelve a colocar en la posición en que necesita auxilio.

En este cruce de identidades genéricas, ¿es posible -como atinadamente pregunta Elizabeth Fallaize- que haya un momento en el que se puede estar fuera de la categoría de género? La respuesta es negativa y Fallaize amplía su respuesta añadiendo “we cannot know ourselves simply as body, simply as female; our experience of our sex is always gendered. Thus we begin the process of becoming our genders from an already embodied, already culturally assigned place.” (Butler 1998, 29) Leola tiene que enfrentar y asumir el reto de experimentar el cuerpo y la doble condición de género desde un espacio que la cultura de su época no le ha asignado. Ahora bien, la ropa de mujer, la voz autoritaria de caballero y el puñal van dirigidos hacia el exterior, hacia objetivos específicos pero todo esto sin lugar a dudas tiene un efecto en los procesos de pensamiento, en el cuestionamiento de prácticas que llega a considerar absurdas, en la progresiva transformación de sus ideas.  

Tal progresión no ocurre solamente a causa de las circunstancias individuales de dolor abandono y destrucción que le ocurren a Leola, sino también en la relación que establece con otros personajes. En un gran número de instancias, sus procesos de pensamiento, cuestionamientos y decisiones son estimulados por las conversaciones con Nyneve, y al escuchar las ideas de otros personajes en muchos casos iluminadoras como las de Leonor de Aquitania, reina de Francia e Inglaterra, las Herrade de Landsberg, intelectual dedicada al estudio y a la producción de un libro, además de priora de un monasterio en Alsacia, o las de los cátaros. (12) En otros casos, sin embargo Leola escucha el peligroso e intolerante pensamiento de la Dama Blanca y Fray Angélico, quienes están en contra de la liberación de los burgos, a favor del sistema feudal y apoyan la persecución de los cátaros. En Giving an Account of Oneself, Judith Butler utiliza las ideas de Adriana Cavarero no sólo para abordar los problemas del sufrimiento y la destrucción, sino también las relaciones entre los seres humanos. Según Butler, Cavarero “argues that we are beings who are, of necessity, exposed to one another in our vulnerability and singularity, and that our political situation consists in part in learning how best to handle-and to honor-this constant and necessary exposure.” (Butler 2005, 31-2) 
Leola de hecho enfrenta multitud de instancias en las que tiene que procesar y juzgar su ubicación política. Algunas veces sólo es necesario articular una opinión, otras, es necesario solamente actuar. En una de las conversaciones que Leola sostiene con Nyneve, ésta le cuenta la historia de La Papisa Juana, que vistió de monje y fue elegida Papa, pero a causa de un embarazo la lapidaron. Leola responde diciendo: “una historia terrible,” (67) a lo cual Nyneve replica: “Si, lo es. Pero también es una historia de esperanza …, ya ves que las mujeres pueden ser tan sabias o más que los hombres, y gobernar el mundo de manera juiciosa…Además, también es posible que Juana no existiera… Es posible que la historia sea un invento de la Iglesia para que las mujeres no nos atrevamos a intentarlo.”(62) (13) La reacción de Leola y la respuesta de Nyneve señalan que la historia de Juana, aunque cruel, posibilita la de Leola, y propicia por el paralelismo que hay entre ellas un reconocimiento político.

En las justas de Lou, Leola se da cuenta también de que al vestir de guerrero debe tratar de aprender a escoger de acuerdo a las expectativas que se tienen de un caballero. Antes de competir en las dichas justas Leola y Nyneve van a un corral de caballerizas a buscar un caballo. Todos los animales allí están viejos y cansados, menos una yegua joven a la que Leola observa con interés y que le parece apropiada para el combate. Al preguntar por ella el tratante de los animales la observa sorprendido y Nyneve la fulmina con la mirada. Más tarde Nyneve la trata de ignorante y le explica que un caballero jamás escogería una yegua, antes “se dejaría cortar las piernas con una hacha.” (95) Esta afirmación produce en Leola desconcierto y una serie importante de reflexiones:

Qué extraordinarias e incomprensibles costumbres las de los caballeros. ¿Por qué cabalgar en un mal penco pudiendo hacerlo en una yegua bonita y briosa? ¿Es sólo a causa de su sexo? ¿Tanto nos deprecian, tanto nos aborrecen a las hembras? Miro hacia abajo, hacia mis senos fajados. Miro hacia mi pecho, liso y bien erguido, como el de un varón. Si ellos supieran. (95)

 
Una vez más, Leola comprueba la superioridad del varón sobre la hembra  pero también advierte que está subvirtiendo las distinciones entre sexo y género, señalando que no hay un cuerpo “natural” que sea del dominio exclusivo masculino o femenino. Leola con sus cavilaciones y con sus acciones expone de igual manera la postura de Beauvoir de que el género es algo que se hace, no necesariamente que se es. No obstante, el accionar continuo dentro de un marco regulado es el que produce la apariencia de un ser natural. Sin embargo, la facilidad con que Leola llega a mudarse de traje y a desempeñar diferentes labores que tradicionalmente se asocian con los roles femeninos o masculinos enfatiza lo que tanto Judith Butler como Rossi Braidotti han señalado acerca del género como una construcción social y cultural, que hay que añadir no es monolítica, sino histórica y cotidiana. (14)

Como ya se ha dicho,
Leola tiene que esconder los atributos corporales que la hacen mujer: apretar sus pechos, por fortuna pequeños, con una venda, cortar su abundante y hermosa cabellera, silenciar asuntos que atañen al cuerpo femenino como la menstruación para proyectarse como guerrero genuino. Este silencio se rompe, sin embargo, cuando otro guerrero, después de concluir una escaramuza y al ver un fluido de sangre sobre la silla del caballo, le dice: “Señor, os han herido.” (229) Confundida, Leola no sabe qué responder, pero luego se da cuenta de que se trata de su sangre menstrual (que no esperaba) y maldice su cuerpo de mujer. La reacción de Leola implica que pese a todos sus esfuerzos, es imposible disgregarse completamente de su cuerpo femenino, ni de sus funciones biológicas. No obstante, el menstruo accidental, en el contexto de la refriega no la delata como tampoco amenaza su estatus de guerrero; al contrario, contribuye a que sea percibida como tal por sus compañeros de armas y por consiguiente, se transforma en un elemento de carácter subversivo. Es mas, la menstruación no parece constituir un estorbo durante los arduos entrenamientos con el Maestro. Después de terminados y preparada para un nuevo viaje, la protagonista dice:


Miro alrededor y suspiro hondo: yo era otra, soy otra, alguien muy distinto a la indefensa Leola que llegó meses atrás a la escuela del Maestro. Ahora ni siquiera me tizno la cara para pasar más desapercibida. Ahora camino retadora, o más bien retador, dentro de mi nueva sobreveste azul, y los viandantes parecen reconocer esa diferencia que hay en mí. (92)

 

Así, Leola física y mentalmente expresa la satisfacción de sentirse con poder al hacer un balance de sus logros y al observar la reacción que produce su presencia en los demás. El movimiento de un género gramatical a otro confirma que Leola, se articula como sujeto en tránsito, (15) pasando de un término a otro, en movimiento, haciendo conexiones donde no las había, dentro y fuera de sí misma y con el mundo social que la rodea. La representación lingüística ya en femenino, ya en masculino apunta a la limitación que tiene el lenguaje al ofrecer únicamente dos polos posibles de identidad sexual y genérica, al tiempo que Leola evidencia que a pesar de la división de géneros que impone el lenguaje, ha retado esta práctica y optado por ocupar espacios correspondientes a ambos. Desde la perspectiva de Leola, al aceptar “los viandantes” la proyección de ella como varón, sin saberlo, valida o legitima su identidad fluida.

Las palabras “retadora” y “retador” expresan, no obstante la tensión que existe en Leola para representarse. Concebirse primero en femenino y luego en masculino revela una cierta ambivalencia, una imaginaria línea divisoria que, sin embargo, se rompe cuando más adelante, la narración muestra la capacidad agresiva y violenta a la que Leola puede llegar para demostrar no solamente las características masculinas de guerrero con sanguinaria crueldad, (16) sino también la fidelidad ciega a la Dama Blanca. La Dama Blanca, su señora, es atacada por sus vasallos en protesta por el hambre y la miseria en que viven y por los sofocantes tributos que deben pagarle. Leola, en respuesta, los ataca matando sin detenerse a pensar a quien: “Ciega de furor y embebida en la lucha no paré hasta que súbitamente me encontré rodeada de soldados de Dhouda.”(210)

En esta situación Leola se ve obligada a entrar en el juego del poder y portarse de acuerdo a sus reglas, lo cual no permite por lo tanto idealizarla, sino más bien verla como un personaje de carne y hueso actuando, por así decirlo, consecuentemente con la época que le tocó vivir y con las alianzas, en este caso peligrosas, que ha tenido que establecer. Rosa Montero, a la sazón  cuestiona la visión arquetípica de la mujer como la depositaria de la virtud al manifestar que Leola no ve en esta instancia otra opción más que la de transformarse en victimaria de hombres, mujeres y niños. Ahora bien, es tal vez ineludible considerar que la percepción de Leola variaría si estuviera luchando al lado de los desposeídos en contra del poder opresivo que los explota. El cuerpo “puro”, volviendo a Butler y a la categoría de cuerpo político, es imposible de encontrar, lo que sí es posible hallar es el cuerpo situado, el cual, nuevamente cuestiona el mito de la noción natural de la categoría “sexo.”         

Las operaciones producidas en la identidad travestida de Leola tanto como la alteración de las oposiciones binarias están íntimamente ligadas al lenguaje y a la escritura, instrumentos fundamentales para articularlas. Ahora bien, la escritura y en particular la producción de la literatura, como lo señala Deborah Cameron en la introducción a The Feminist Critique of Language, está sujeta a una serie de exclusiones, una de las cuales tiene que ver con la exclusión de las mujeres en cuanto al conocimiento y las habilidades necesarias para escribir (Cameron 1990, 5). De hecho, para Leola el privilegio de aprender a leer y escribir es una posibilidad muy remota. Tanto leer como escribir o participar en debates en tribunas públicas son el monopolio de la iglesia y la aristocracia en el poder. Leola, sin embargo, consigue superar los obstáculos que la excluyen de la lectura y la escritura puesto que, ayudada nuevamente por Nyneve, aprende a leer y escribir, ya que según Nyneve, “Antes los hombres de hierro eran todos unos ignorantes, pero ahora se está extendiendo entre los caballeros la buena costumbre de aprender a leer.” (62) La afirmación de Nynive señala que es la condición de caballero la que permite que Leola aprenda a manejar también las letras. Este proceso se realiza después de las extenuantes sesiones impartidas por Ronald, el Maestro. Ella escribe –al principio torpemente- en un viejo tablero en que borra y vuelve a escribir las palabras hasta que Leola no sólo es capaz de hacerlo sola, sino que posteriormente se transforma en maestra para los niños de los poblados adonde llega y más allá de esto, produce el relato de su historia en su propia voz. El proceso de escribir, borrar y volver a escribir resulta extraordinariamente paralelo al de cambiar de trajes y de identidad. (17)

La construcción de su historia en medio de la destrucción y el silencio que causan la guerra constituye una estrategia para permanecer y participar en la representación de una sociedad y de su cultura. Leola actúa contra el silencio para narrar sus experiencias y auto representarse. De hecho, al comienzo de la novela Leola afirma: “Yo escribo. Es mi mayor victoria, mi conquista, el don del que me siento más orgullosa; y aunque las palabras están siendo devoradas por el gran silencio, hoy constituyen mi única arma.” (11) Con estas palabras Leola registra la resonancia entre la espada y la pluma: así como ha usado la espada para defender su cuerpo, ella en la última noche de una existencia llena de dolor y sufrimiento usa la pluma para defender la perdurabilidad de su ser. Siendo ambas la espada y la pluma armas masculinas en la época medieval, Leola realiza por lo tanto una nueva trasgresión: se apropia de la palabra para configurar el mundo de acuerdo a su propia perspectiva, para reconstruir los recuerdos de su adolescencia, para revivir el proceso de transformarse en caballero, para dar voz a sus deseos y para resistir el embate de la destrucción. Tanto escribir como guerrear nuevamente cuestionan el determinismo que imponen el haber nacido sierva y mujer y señalan que a pesar de ambos, ella ha sido capaz de transformar esas demarcaciones que la condenan a la ignorancia en otras que la llevan al conocimiento, al saber y al tener poder, los cuales obtiene por medio del lenguaje. 

Así, escribir es otro de los planos significativos en que Leola lleva a cabo el proceso de cuestionamiento de las categorías sexo y género. Ella es al mismo tiempo la protagonista de la novela y el sujeto que escribe para crearse a sí misma a través del lenguaje y la escritura. Leola escribe el texto de la novela al final de un largo asedio a la fortaleza de Montségur, del cual milagrosamente consigue salvarse una noche más. Es precisamente durante esa última noche que ella se dedica a escribir su historia de pérdida y esperanza.(18) Por otro lado, a pesar de que las palabras quieran ser sofocadas por la fuerza de la represión cruzada, se trata no sólo de que la historia, sino también de que la memoria de Leola, sobrevivan y se levanten contra el silencio. Mientras que rezar es el recurso para las cátaras, ella escribe para reafirmarse en un medio que la quiere aplastar.          

El uso del tiempo presente a lo largo de la narración es otra estrategia que tiene incidencia en términos de la relación sexo-género e implica que el proyecto de construir dicha relación comienza incesantemente cada día y pasa por un proceso de reconstrucciones diarias. Leola se levanta cada vez que su maestro la arroja al suelo polvoriento y vuelve a empezar el entrenamiento que le ayudará a ser más fuerte y a conformar su identidad de guerrero a pesar de las dudas que pueda tener. (19) Rosa Montero nos ofrece por lo tanto una novela en la que construye personajes en proceso de sobrevivir y responder diariamente a la adversidad.

Leola escoge de manera conciente el género que se adapta a sus circunstancias, y a medida que pasa el tiempo y madura se da cuenta de las múltiples consecuencias que implica dicha elección. El cruce constante de las fronteras; ese diario entrar y salir de los códigos rígidos que marcan la producción  de género sugieren una versión particular de autonomía en la que la mujer no ocupa su cuerpo como identidad esencial y esclavizadora. Leola no se proyecta como el “otro” preconizado por Beauvoir, por cuanto ha ocupado las esferas femenina y masculina, rompiendo así los modelos binarios que promueven la exclusión y la rigidez genérica, lo cual le permite a Leola o Leo alcanzar un elevado grado de autonomía. Leola es quien decide quién quiere ser y cómo, es quien elige cuándo volver definitivamente a su identidad de mujer y conformar con Nyneve, León, su nuevo amante, Guy, Alina y Violante, (20) la hija de Madame Lumière una “familia”. Esta familia cuyos miembros son todos personajes marginales, anómalos, rechazados  por la sociedad “normal,” es testimonio de la aceptación de otros seres que no encajan como ella en los patrones establecidos y que se encuentran en situaciones ominosas y bastante desesperadas. (21)

Cuando vuelve a enamorarse de León, Leola decide definitivamente quedarse con su identidad de mujer y dedicarse a escribir en su libro de las palabras, el cual no consigue terminar porque llega la guerra a buscarla. Antes de que su cuerpo lleno de  coseduras sea destruido por la máquina brutal de los cruzados, bebe el elixir ambarino que le ha dejado Nyneve. El escape que le permite el elixir constituye otra de sus victorias. El elixir la llevará a Avalón, también conocida como la isla de las manzanas, a aquel sitio mítico donde según le había dicho Jacques no existe la muerte. Es decir, Leola aspira a ser inmortal porque se va: “Con Nyneve, y con Morgana le Fay, la bella y sabia bruja. Con Arturo, el buen Rey, que allí se repone eternamente de sus heridas; con la Hermosa Juventud, rescatada de la derrota y de la muerte.” (514) Así, Leola se recrea al final de la novela como heroína y leyenda. Ha logrado sobrevivir para contar su historia, superando las barreras del silencio y las que atañen a los condicionamientos biológicos del sexo y culturales del género sexual.

 Al adoptar corpórea y políticamente las identidades de guerrero y de mujer, Leola muestra cómo ha conseguido en medio de un mundo en crisis reconocer y hacer uso de la  fuerza que posee para prevalecer en situaciones que amenazan con destruirla. Este proceso, por supuesto no lo ha llevado a cabo ella sola, ni ha estado, como la vida, exento de serias contradicciones. Ella es tal vez la encarnación de la historia del Rey transparente, que nunca termina de contarse y que se basa en un conocido acertijo “cuando me nombras ya no estoy,” el cual subraya el poder de las palabras como herramientas que permiten perecer, pero igualmente sobrevivir, cuando le ganan la partida al miedo y al silencio.

Historia del rey transparente ofrece una clave para vivir, un modelo de cómo enfrentar la vida en situaciones límite para sobrevivir e ir más allá de oposiciones binarias. La novela manifiesta además que la lengua es un instrumento que atrapa, pero que también libera. Es por eso que Leola al final de la narración vuelve a definirse con las acciones de escribir y leer, que la han levantado de la servidumbre y le han permitido describir, ser y estar en el mundo como mujer y como guerrero y en última instancia,  el complejo privilegio de considerarse libre.

        

Notas

(1). Todas las citas incluidas en este trabajo proceden de la primera edición de la Editorial Alfaguara.

 

(2). Véase por ejemplo The Politics of Women’s Bodies, editado por Rose Weitz; Belief, Bodies and Being, editado por Deborah Orr, Feminism and theBiological Body de Linda Birke, Posthuman Bodies, editado por Judith Halberstan e Ira Livingston, entre otros. 

 

(3). Esta frase ha sido traducida al español de las siguientes maneras: “no se nace sino que se deviene mujer”, o “la mujer no nace, se hace” en la  traducción de Germán Uribe publicada en el periódico colombiano El Tiempo para conmemorar el centenario del nacimiento de Simone de Beauvoir.

 

(4). El término género como elección se utiliza en este trabajo para significar que se trata de un acto diario en el que participan las elecciones individuales y la aculturación del cuerpo a las normas sociales y culturales. Los otros dos se discuten en el cuerpo del trabajo.

 

(5). “Lived Body vs. Gender” de Iris Marion Young contiene una discusión útil sobre la distinción entre sexo y género.

 

(6). Me refiero a las ideas contenidas en “Performative Acts and Gender Constitution”, en las que para discutir a Beauvoir, Butler afirma: “gender is in no way a stable identity or locus of agency from which various acts precede; rather it is an identity tenuously constituted in time –an identity instituted through a stylized repetition of acts. Further, gender is instituted through the stylization of the body and hence, must be understood as the mundane way in which bodily gestures, movements and enactments constitute the illusion of an abiding gendered self.”(401)

 

(7). Aunque las perspectivas en este campo son muy diversas, y en casos contradictorias, véanse los textos This Sex Which Is Not One y  Speculum of the Other Woman de Luce Irigaray, Le Rire de la medusa de Hélène Cixous, “Teoría de la critica feminista y la escritura femenina en América Latina” de Sara Castro-Klaren, y Essentially Speaking de Diana Fuss, entre muchos otros.

 

(8). La figuras de santas en la época medieval constituyen arquetipos con los cuales relacionar a Leola. Entre los más conocidos se incluyen el de Pelagia, conocida también como Margarito. De acuerdo al estudio de Vern L. Bullough, “Transvestites in the Middle Ages”, la historia de Pelagia es la de una joven hermosa, bailarina y prostituta en Antioch quien se convirtió al cristianismo y al no querer que se la identificara con su pasado, Pelagia abandonó Antioch vestida de varón. En el monte Oliver encontró refugio y permaneció allí vestida de hombre y bajo el nombre de Pelagius, respetado por su vida ascética y santidad. Solo a su muerte se descubre su sexo femenino. Otra historia similar es la de Santa Margarita-Pelagia. Al rechazar por horror el matrimonio, escapa vestida de hombre después de haber contraído nupcias. Se refugia en un monasterio bajo el nombre de Pelagia. Por su intensa devoción es elegida priora, pero acusada de haber embarazado a la portera, es expulsada del convento. Termina sus días en una caverna y como en el caso anterior, es solo a su muerte que se revela su identidad de mujer. Existen también las historias de Marina, la de Atanasia de Antioch y la bien conocida de Juana de Arco.

 

(9). El nombre Nyneve encierra una interesante polisemia. Es el nombre de una ciudad asiria, considerada la actual Mosul en Iraq. También se conoce como el nombre de una sacerdotisa.

 

(10). La expresión maestro aparece en mayúsculas en el original.

 

(11). Utilizo las nociones de conectividad y fluidez propuestas por Guilles Deleuze y Felix Guatarri en El Antiedipo, en cuanto para estos filósofos el deseo sexual es productivo y busca la conectividad para hacerse realidad. Sin embargo, no es mi intención interpretar a Leola o sus acciones en términos de una máquina deseante.  Este concepto ha sido utilizado por el investigador medievalista Jeffrey J. Cohen, quien  lo utiliza en su libro Medieval Identity Machines para analizar textos de la tradición medieval inglesa como El caballero de la carreta.

 

(12). Los cátaros en la novela son cristianos sensatos civiles y pacíficos que cuestionaban el dogma represivo y autoritario de la iglesia y a la corrupción de los clérigos. Considerados herejes, muchos murieron en la hoguera. 

 

(13). La leyenda del travestismo de la papisa Juana es una de las más famosas en la época medieval. Aunque con variaciones  la leyenda en términos generales señala que Juana nació en Inglaterra, hija de un hombre letrado que de niña la lleva a Mainz donde aprende a leer y a escribir. Enamorada de Ulfilias, un monje, Juana se disfraza de hombre y entra al monasterio para estar cerca de él. Juntos se van después como peregrinos a Atenas donde ambos (ella todavía vestida de hombre) se dedican concienzudamente al estudio de la filosofía, la teología y las letras. Ulfilias muere y Juana, decepcionada, decide regresar a Mainz, pero en Roma descubre que su fama de erudita ha crecido y empieza a dictar conferencias en Roma. Su reputación la lleva a ascender en la jerarquía eclesiástica y a la muerte del Papa León en 850, llega a ser el Papa Juan VIII. Enamorada de nuevo, esta vez de un Benedictino español, queda embarazada y da a luz a un niño en plena procesión papal. Se dice que ambos murieron poco después, pero otra versión de la leyenda señala que el hijo de Juana llegó a ser Papa, bajo el nombre de Adrian III. Véase Vern L. Bullogh, “Transvestites in the Middle Ages”, pp. 1388-1389.   Además, del artículo de Bullogh, Alain Boureau ha publicado un libro intitulado La papesse Jeanne que dedica en su totalidad a la investigación e interpretación del mito. 

 

(14). Para más información sobre este tema véase Judith Butler, Gender Trouble, y Rossi Braidotti et al, Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade.

 

(15). Utilizo el termino en tránsito para enfatizar tanto la movilidad constante de Leola y Nyneve, como el uso del lenguaje, los cuales se avienen bien con la perspectiva teórica de Rosi Braidotti en el capítulo tres, titulado “Mothers, Monsters and Machines” de su libro Nomadic Subjects.

 

(16). Leola representa con su traje de metal, sobreveste, espada, casco, y cinturón, una  combinación de máquina y organismo- combinación que, guardadas las proporciones, es similar al concepto de cyborg, propuesto por Donna Haraway en su conocido texto: "A Cyborg Manifesto: Science, Technology, and Socialist-Feminism in the Late Twentieth Century."

 

(17). El nombre polisémico de la protagonista es parte de estos cambios y de la fusión de características femeninas y masculinas que representa la protagonista. El nombre Leola contiene el masculino Leo, que pasó del griego al latín con el significado de león, y el sufijo “la” para indicar el femenino de este animal, conjuga las propiedades de ambos. Es decir, como “el rey” Leola ataca, ronda la tierra, ruge en la lucha, pero también cuida de las personas que encuentra a su paso: Gastón, Guy, Alina, la supuesta aojadora, Violante, la hija de Madame Lumière, y acepta servir  de guía y protectora en un largo viaje para un grupo de mujeres cátaras que buscan refugio. El nombre contiene también la conjugación de la primera persona del verbo leer. Y también puede guardar una relación con el signo zodiacal de Leo.

 

(18). La palabra esperanza en este ensayo es afín a la utilizada por Javier Escudero en su libro Rosa Montero: Hacia una ética de la esperanza.

 

(19). Vale la pena añadir aquí que el comportamiento belicoso de Leola nos permite pensar sobre cómo de una manera u otra, las lectoras y los lectores de la novela participamos no sólo de la narrativa, sino de lo que ocurre fuera de ella como copartícipes activos o pasivos en la violencia de la pobreza y las guerras en nuestro mundo actual. La novela y la voz narrativa que se concentra siempre en el tiempo presente, tienen por lo tanto una poderosa connotación actual por cuanto a causa de múltiples guerras y conflictos en el mundo millones de mujeres y hombres se encuentran en situaciones límites, que obligan solo a ocuparse de sobrevivir un día más.

 

(20). Violante, además de ser una mujer valiente, es también una enana. Al parecer Montero tiene cierta predilección por este tipo de personaje. De hecho, en la novela Bella y oscura, uno de los personajes principales es caracterizado como una enana.

 

(21). En la entrevista intitulada Rosa Montero: entre la literatura y el periodismo, realizada por Javier Escudero, Montero afirma que las vidas de los personajes en circunstancias extremas “están más desnudas, carecen del maquillaje de la vida que da lo burgués,” el cual busca maquillar toda suerte de horror. Sostiene además que en los “extremos la vida se observa de una manera mucho más sustancial, más como es.” (329-330)


Obras citadas

Beauvoir, Simone de. 1949. Le deuxième sexe. Paris: Gallimard.

Birke, Lynda. 1999. Feminism and the Biological Body. Edinburgh: Edinburgh University Press.

Boureau, Alain. 1988. La Papesse Jeanne. Paris: Aubier.

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