Enrique Jardiel Poncela y las Vanguardias artísticas

El papel de la pintura en Pero…¿hubo alguna vez once mil vírgenes? (1930)

 

 

Cécile François

University of Orléans

 

 

A finales del siglo XIX el género novelístico fue entrando en un periodo de decadencia que corría parejo con un descrédito y un recelo creciente a la estética realista-naturalista. A principios del nuevo siglo, la llamada "crisis de la novela" seguía aquejando a la literatura española, como da fe de ello el diagnóstico pesimista del filósofo José Ortega y Gasset. En su ensayo titulado Ideas sobre la novela y publicado en 1925, el pensador español intentaba aclarar las razones del agotamiento del género. Según él, se explicaba por la dificultad de encontrar nuevos temas y por las crecientes exigencias estéticas de un nuevo público de lectores. Igual que en el resto de Europa, los antiguos modelos decimonónicos ya no tenían cabida en una sociedad ultramoderna como la de los felices años 20.

Ortega ejerció un verdadero magisterio entre los escritores que empezaron a publicar por esos años. Entre ellos se encontraba el joven madrileño Enrique Jardiel Poncela quien, como la mayor parte de sus coetáneos, se dedicó con entusiasmo a la renovación de la novelística. Para superar la famosa "crisis" y revivificar el género moribundo, Jardiel volvió los ojos hacia otros ámbitos del arte, interesándose en particular por la revolución pictórica encabezada por Pablo Picasso una década antes, una revolución que había logrado desbancar los viejos modelos decimonónicos.

 

El rechazo al arte decimonónico

 

En su tercera novela titulada Pero…¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, Enrique Jardiel Poncela introduce la figura de un joven pintor llamado Luisito Campsa. Desde su primera aparición en el relato al personaje se le atribuyen rasgos propios de los artistas modernistas finiseculares que frecuentaban las tertulias bohemias de Madrid o de Barcelona. En el ambiente ultramoderno que caracteriza a las novelas de Jardiel Poncela, el joven pintor luce un atuendo totalmente anacrónico cuyo elemento más revelador es esta corbata de caídas largas llamada "chalina". Además de esta prenda de vestir, el personaje ostenta una melena y una pipa, o sea tres elementos característicos del "atrezzo" modernista como lo señala Alonso Zamora Vicente (1).

Si nos fijamos ahora en los detalles de la descripción de Luisito Campsa, notamos que el narrador lo describe con una ironía evidente que se manifiesta a través de la doble figura del paralelismo y de la repetición (explícita e implícita):

Iba provisto de una chalina irresistible, de una melena de la misma índole que la chalina y de una pipa que hacía juego con la chalina y con la melena. (280)

 A pesar de lo peregrino de los símiles, esta enunciación comparativa permite realzar la palabra clave que califica al atuendo modernista. El término "irresistible" ha de entenderse, en efecto, en la acepción en que lo utilizaba usualmente Jardiel Poncela, es decir en el sentido de "insufrible, insoportable". El resto de la descripción física conserva esta tonalidad irónica gracias al uso del quiasmo que contribuye a desprestigiar la figura del pintor modernista:

Vestía traje de pana negro, uno de esos trajes de pana que suelen ponerse los malos cazadores y los artistas malos para que la gente les suponga buenos artistas o cazadores buenos. (280)

 En lo que concierne a la etopeya, el personaje viene calificado mediante el adjetivo "romántico" y el adverbio "melancólicamente" que se repiten a cada una de sus intervenciones como un leitmotiv. Otra vez el narrador se burla del artista modernista poniendo de relieve la afectación del pintor cuya actitud no es más que una pose:

Pasó la mano derecha por su melena de monarca carlovingio en un movimiento peculiar y contestó melancólicamente (132)

 

El pintor volvió a acariciarse la melena y suspiró más melancólico que nunca.(134)

 El efecto humorístico nacido de la repetición mecánica del ademán se acentúa en la última secuencia descriptiva en que el narrador se vale de una hipérbole para dar al retrato del pintor un matiz caricaturesco y grotesco: "Y agregó con un suspiro que se oyó perfectamente en la planta baja del edificio" [134]. Pero a través del personaje de Luisito Campsa, Jardiel Poncela no se burla tan sólo de los pintores bohemios sino que arremete sobre todo contra el arte finisecular. El narrador de Pero…¿hubo alguna vez once mil vírgenes? se mofa de la pintura de Luisito Campsa, sugiriendo con sus alusiones a Jack El destripador que su cuadro premiado, lejos de ser una obra maestra, es un verdadero atentado contra el arte:

La Tercera Medalla otorgada a Campsa en la última Exposición por aquellos ocho metros cuadrados de lienzo le había dado una popularidad que sólo podía compararse a la de Jack, el destripador, o a la de cualquier otro criminal impune.(281)

 Con esta comparación incongruente, el narrador invierte maliciosamente la corrosiva fórmula con que Thomas De Quincey tituló su famosa obra: Del asesinato considerado como una de las bellas artes. La desacralización del arte modernista pasa también aquí por la supresión del título del cuadro y de cualquier alusión a su tema o a su estética. En cambio, el narrador pone énfasis en los aspectos materiales de la obra, desviando la atención del cuadro al lienzo, es decir del valor artístico de la obra a su soporte concreto. A continuación, en otro apartado, sigue jugando con el valor polisémico de las palabras, valiéndose esta vez del doble sentido del término "tela" para manifestar el desprecio que siente hacia la obra del pintor: "[...] mientras unos habían dicho que su tela era una cretona, otros se habían hartado de afirmar que era una harpillera" [281].

Sin embargo, a pesar de las apariencias, esta obra premiada con una tercera medalla lleva un título temático explícito: Campesinos búlgaros huyendo de la vacuna. De manera irónica, este rótulo remite a un tipo de titulación propio del siglo XIX y de la pintura oficial en particular. Abundaban en los Salones y las Exposiciones de la época cuadros de títulos largos y denotativos como El Gran Capitán recorriendo el campo de la batalla de Ceriñola expuesto por Federico de Madrazo y Kuntz en 1838 o Moro acechando la ocasión de la venganza con el que Joaquín Sorolla ganó la Medalla de Plata en 1880 (2).

Sin duda Jardiel Poncela debía de tener la mente puesta en este tipo de pintura cuando forjó el título del cuadro que le atribuye al personaje de su novela. A través de Luisito Campsa, el autor arremete contra un arte que él calificaba de "putrefacto" (3) y que abarca el conjunto de la pintura decimonónica, incluyendo a la escuela modernista cuya influencia se prolongó en los albores del nuevo siglo. Sin embargo, la calificación del personaje de la novela y el título irónico de su cuadro (Campesinos búlgaros huyendo de la vacuna) pueden hacer pensar también que Jardiel Poncela posiblemente se inspiró en la figura de Santiago Rusiñol, uno de los artistas modernistas más conocidos de la época. En los años 20, en efecto, la higiene y la vacunación eran temas candentes y los primeros lectores de Pero…¿hubo alguna vez once mil vírgenes? tenían a diario delante de los ojos los carteles que este pintor modernista acababa de diseñar a favor de la lucha contra la tuberculosis.

Jardiel Poncela concreta, a través de su personaje, la contradicción que nace de la pervivencia, en los felices años 20, de una estética finisecular ya totalmente agotada. Luisito Campsa aparece, en efecto, como una figura totalmente anacrónica como lo sugiere la comparación, anteriormente mencionada, de su melena con la de un "monarca carlovingio". Por su manera de vestir y de estar encarna a todas luces al artista modernista por antonomasia. Pero el ambiente en que se desenvuelve remite a la modernidad más estridente. El espacio que diseña Jardiel Poncela en sus novelas es, en efecto, el de las grandes ciudades dominadas por el ritmo vertiginoso de los coches, la música de los "jazz-bands", los rótulos de neón, los carteles de cine. Los personajes viven en una sociedad que exalta el progreso tecnológico y el maquinismo (4). La figura del pintor lleva en sí esta contradicción puesto que, a pesar de su modo de vestir anticuado, su apellido tiene ese marchamo de modernidad característico de las novelas jardielescas. Campsa era, en efecto, el nombre de una compañía española de petróleos creada precisamente en 1927, algunos meses antes de que el autor emprendiera la redacción de Pero…¿hubo alguna vez once mil vírgenes?. Las opciones estéticas del pintor de la novela resultan por tanto totalmente desfasadas con relación al contexto en que aparece este personaje.

Cabe precisar que Jardiel Poncela no es el único escritor en burlarse de los bohemios modernistas y del anacronismo que representaban en el contexto de los felices 20. Unos años antes, Ramón del Valle-Inclán ya los había caricaturizado en su primer esperpento titulado Luces de bohemia. En esta obra los bohemios formaban un coro bastante deslucido y ridículo y se les designaba de manera irónica y levemente peyorativa como "los epígonos del Parnaso modernista" o "el tropel de ruiseñores modernistas" (Valle-Inclán: 79 y 83). De hecho, lo que quería poner de relieve Valle-Inclán, a través de la esperpentización de sus personajes, era lo desfasado e incongruente de la estética modernista en la tercera década del nuevo siglo. Asimismo, en Pero…¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, Jardiel Poncela firma la partida de defunción del movimiento, haciendo de su representante un pintor mediocre y cínico, cuya única ambición, al fin y al cabo, es convertirse en un donjuán o, como lo dice el narrador sarcásticamente, "un nuevo rico de la galantería" [493]

Este balance negativo se lee como un eco del diagnóstico pesimista del ensayista José Ortega y Gasset. A la crisis de la novela se añade la crisis de la pintura como lo había apuntado Jardiel Poncela un año antes, en otra obra suya. En efecto, en su segunda novela titulada ¡Espérame en Siberia, vida mía!, el autor madrileño había introducido otro personaje de artista cuyo discurso parece un trasunto de las palabras de Ortega y Gasset: "En pintura -decía la pintora Siska al protagonista de la novela- no se puede hacer nada nuevo. Los maestros españoles antiguos y modernos lo han hecho todo ya" [309].

 

La influencia de las teorías del cubismo

 

Si las obras de Ortega y Gasset tuvieron por lo general una influencia considerable en la nueva generación de novelistas de la época, la que más impacto tuvo no fue la titulada Ideas sobre la novela sino su famoso ensayo de 1925 sobre La deshumanización del arte. Esta obra capital fue una de las más leídas y anotadas por el joven Jardiel Poncela quien buscaba en aquella época una vía de renovación de la literatura. En su ensayo, Ortega y Gasset se interesaba por las nuevas tendencias del arte y analizaba en particular las características de la estética cubista. Y son precisamente las técnicas del cubismo las que va a intentar asimilar e incorporar Jardiel Poncela para revivificar el género novelesco en vía de estancamiento.

Entre las distintas corrientes pictóricas que vertebran la Vanguardia artística, se suele considerar al cubismo como el aporte más considerable de principios del siglo XX. Los experimentos fundamentales llevados a cabo por Juan Gris, Georges Braque, y sobre todo Pablo Picasso, tenían como finalidad un tratamiento antimimético de la realidad. Como lo apunta Ricardo Senabre, el propósito de los cubistas (y también de los principales movimientos de la Vanguardia) era brindar perspectivas originales, ángulos nuevos, percepciones distintas de la realidad:

[...] Se trata de hacer nuevas las cosas mirándolas de otro modo, presentando perfiles distintos de los habituales, examinándolas a través de un prisma diferente. (Senabre: 235)

 Lo que recoge Jardiel Poncela de la estética cubista es su afán de deconstrucción del objeto mimético, su manera de reducirlo a una multitud de fragmentos o facetas que permitan captarlo bajo diferentes ángulos. Esta técnica llamada "analítica" que caracterizó a la primera etapa del cubismo se percibe claramente en la composición de las novelas jardielescas y en particular en Pero…¿hubo alguna vez once mil vírgenes?. El estudioso Roberto Pérez habla, en efecto, de una "atomización del relato" que consta de "cien apartados con epígrafes independientes, amén de las muchísimas divisiones por puntos, asteriscos, dibujos y otros recursos gráficos" (Pérez: 29). El texto narrativo se fragmenta para formar una especie de mosaico cuya unidad se le escapa al lector. Pero esta estructura aparentemente "anárquica" sólo es una apariencia puesto que el autor junta, en un notable afán de síntesis, los pedazos dispersos proporcionándoles una cohesión semántica. En Pero…¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, el sintagma "El Don Juan que se llama Pedro" se repite así de título en título como una especie de leitmotiv:

"Primera parte: Conocemos al Don Juan que se llama Pedro"

"Segunda parte: Donde conocemos la vida y milagros del Don Juan que se llama Pedro"

"Tercera parte: Donde contemplamos en pleno triunfo al Don Juan que se llama Pedro"

"Cuarta parte: Asistimos al fracaso del Don Juan que se llama Pedro".

 Y la novela termina con un apéndice cuyo título, mediante la figura del políptoton, repite el sintagma pero con una variante en la conjugación del verbo: "La prensa mundial y el autor ante la muerte del Don Juan que se llamó Pedro." (5) Además, dentro de este apéndice, el autor teje una red textual para mantener la cohesión de los diferentes apartados gracias a la repetición de un mismo sintagma integrado esta vez por un topónimo: "En Monte Carlo", "En Niza", "En el extranjero", "En España".

Fuera de la estructura de la novela, la influencia del cubismo se hace notar también en la construcción de los personajes. Entre las numerosas figuras jardielescas son sobre todos los avatares de los mitos los que sufren este proceso de fragmentación. En Pero…¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, el protagonista, Pedro de Valdivia, es un personaje construido a base de un montaje complejo de rasgos tomados de épocas, estéticas, corrientes distintas. Este seductor empedernido aglutina a todos los donjuanes de la historia de la literatura, desde el Don Juan primigenio de Tirso de Molina hasta los avatares decadentes del mito pasando por el Tenorio romántico de Zorrilla. El mismo Valdivia subraya su filiación con los personajes históricos que, a lo largo de los siglos, han encarnado la proteica figura mítica: "¿Sufrirán estas mismas crisis de tristeza y de aburrimiento mis predecesores don Juan de Mañara, Casanova, Lovelace y lord Byron?" [349].

Es de notar, además, que Jardiel Poncela no se contenta con beber en las fuentes de la tradición sino que, en su afán de modernizar temas y técnicas, se interesa por las versiones contemporáneas del mito, procurando establecer puntos de contacto entre su protagonista y la figura mítica del actor Rodolfo Valentino considerado en aquella época como el "Amante Universal" (6) . De esta forma, el personaje jardielesco no sólo se construye a partir de los mitemas conocidos sino que se enriquece gracias a la integración de diferentes elementos sacados a la vez de la tradición y de la modernidad artística. Al alumbrar sucesivamente (y a veces incluso simultáneamente) las diferentes facetas de su protagonista, el autor nos brinda una visión kaleidoscópica del mito resaltando así su complejidad.

Sin embargo, al igual que lo hizo con la estructura de la novela, Jardiel Poncela lleva a cabo una labor de síntesis. En efecto, los múltiples fragmentos procedentes de sistemas, estéticas y códigos diversos que conforman la figura del personaje quedan homogeneizados por una mirada única, la del narrador omnisciente que los mediatiza antes de ofrecerlos al lector. Jardiel Poncela impone, además, un segundo filtro: el del humor, que desempeñaba también un papel importante en el proyecto cubista al permitir una visión distanciada de la realidad. De esta forma, la imagen desintegrada del don Juan de la novela adquiere cohesión y unidad, pero una unidad fundada paradójicamente en un sistema de perspectiva plural. Al juntar los elementos dispares, los añicos dispersos, a los que vuelve a organizar y armonizar según un esquema tonal, Jardiel Poncela lleva a cabo el paso del cubismo analítico al cubismo sintético para brindar una representación a la vez compleja y global del mito de Don Juan. Lo que el autor recupera de las teorías del cubismo son, por lo tanto, estas técnicas de fragmentación y esos juegos de luces que permiten iluminar, sin establecer jerarquías, los distintos materiales que entran en la composición de sus personajes.

La huella del cubismo se puede detectar también en la introducción dentro del texto narrativo de una serie de elementos exógenos, como recortes de periódicos, letra de canciones, primerísimos planos cinematográficos, los cuales subvierten el principio de jerarquía que instituye la primacía de la obra literaria sobre cualquier otro escrito o documento. Este procedimiento recuerda las tiras de papel que imitan la madera o los pedazos de periódicos que los cubistas pegaban en sus lienzos para dejar constancia de la mirada irónica con que el artista moderno consideraba el arte oficial. Así, el lector que pasa las páginas de Pero…¿hubo alguna vez once mil vírgenes? da con una serie de dibujos de diversas índoles. Algunos son remedos de documentos administrativos como esta cédula de identidad que el pintor Luisito Campsa saca de su bolsillo para justificar su presencia en la casa de Valdivia:

 

 

Aquí Jardiel Poncela finge introducir en el cuerpo del relato un documento "real" pero en el que vienen anotadas informaciones procedentes del universo ficticio. El efecto producido se asemeja a lo que podríamos designar con el nombre de "metalepsis gráfica". En efecto, la reproducción de un documento "auténtico" hace entrar bruscamente un fragmento de realidad dentro de la ficción. Este procedimiento no deja de recordar los famosos "collages" de los cubistas. Con esta técnica, las fronteras del arte quedaban abolidas pues como lo señaló Louis Aragon: "Mediante la introducción de un objeto o una materia sacados del mundo real [...], el cuadro, es decir el mundo imitado, se encuentra enteramente puesto en tela de juicio" (7)

Además del "collage" aparecen en la novela jardielesca procedimientos de transcodificación que recuerdan los experimentos de algunos autores vanguardistas que también procuraron verter al sistema de signos arbitrarios y abstractos (que es el texto escrito) las técnicas de un arte fundamentalmente visual. Por aquellos años los poetas franceses Guillaume Apollinaire y Pierre Reverdy idearon distintas fórmulas de intersemioticidad que desembocaron en la creación del "cubismo literario".

 

Copresencia texto-imagen e intersemioticidad

 

Al hojear Pero…¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, el lector descubre una serie de dibujos y juegos tipográficos que no dejan de recordar los famosos Caligramas de Apollinaire (8). Aunque menos radical que el cubismo pictórico, el cubismo literario pretendía a su vez difuminar los límites entre artes plásticas y literatura jugando con los elementos tipográficos y la organización espacial y plástica de la página. Como botón de muestra de la recuperación de esta técnica por Jardiel Poncela, se puede mencionar la disposición de los nombres de seis personajes de la novela. El semicírculo remeda la presencia física de seis hombres sentados alrededor de una mesa mientras esperan pacientemente el resultado de las gestiones del protagonista. [448] 

 

 

En otro episodio de la novela, el criado de Valdivia se ha refugiado en un árbol para resguardarse de los feroces colmillos de un perro errante. Cuando decide bajar deslizándose por el tronco, Jardiel Poncela figura su movimiento por una línea vertical [494]. Un poco antes, la salida de unos personajes en fila india, estaba representada por una línea quebrada en forma de escalera [291]:

 

Además de los caligramas, la novela de Jardiel Poncela presenta una multitud de juegos tipográficos que pretenden "romper con la linearidad de la lectura proponiendo una nueva percepción de la página" (Alary: 193). Como lo señala Javier Pérez Bazo:

La primera y más evidente voluntad vanguardista de transgredir los códigos poéticos heredados se tradujo en la violentación de la norma organizativa del texto [...]. De hecho, en las resoluciones tipográficas y la distribución espacial del texto llevadas a cabo por los movimientos de vanguardia gravitaba uno de los más radicales postulados artístico-poéticos de la Modernidad. (Pérez Bazo: 131)

 En Pero…¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, el autor recupera esta nueva concepción de la organización material de la página para explorar sus posibilidades plásticas. Interpretando a su manera la consigna de Marinetti, el teórico del movimiento futurista, quien preconizaba "dejar las palabras en libertad", Jardiel Poncela se entretiene soltando, no ya las palabras, sino las letras que las componen. A ratos, éstas parecen cobrar autonomía para colocarse cada cual a su antojo, como en el ejemplo de las páginas 450 (4a) y 262 (4b):

 

 

Sin embargo, es de notar que cuando Jardiel Poncela introduce en 1930 estos procedimientos "vanguardistas" en su novela, las estéticas cubista y futurista ya están superadas (como también iban a serlo pronto los movimientos dadaísta y ultraísta que se valieron de estas técnicas). Así los pocos poetas y escritores que siguen explotando la veta del caligrama no hacen más que repetir una fórmula que se ha convertido en un estereotipo. Como lo subraya Javier Pérez Bazo, en aquella época, "raro es el poeta ultraísta que no emplea modalidades escalonadas de versos o estrofas" (Pérez Bazo: 135). Ahora bien, si comparamos Pero…¿hubo alguna vez once mil vírgenes? con las dos novelas precedentes de Jardiel Poncela, notamos que en ellas figuran una serie de caligramas muy sofisticados. En cambio, en la obra de 1930 se reducen las más veces a una sola línea geométrica (curva, quebrada o vertical). Parece como si el autor se distanciara de una técnica que pretendía seguir siendo revolucionaria aunque a finales de la década ya no era más que una práctica mecánica y rutinaria:

Las frecuentes ilustraciones gráficas que salpican el relato tienen - en cierta manera - algo de atrezzo, aunque también sean una manera de llamar la atención sobre los excesos gráficos a los que había llegado la poesía vanguardista y sobre los tópicos en los que acabó cayendo. (Valls, Roas: 25)

Este distanciamiento tiene un alcance a la vez crítico e irónico y cabe dentro de la línea general de la novelística de Enrique Jardiel Poncela, la cual se presenta como una sátira en la que se denuncian todas las formas de conformismo intelectual, artístico y literario. Dentro de este contexto, resulta interesante la introducción del dibujo que aparece al principio del segundo capítulo de Pero…¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, en la página 145:

 

 

 

Justo antes, una breve frase introductoria nos había aclarado el sentido de esta representación: "Notas traducidas del inglés de Broadway, que salían en abanico por la boca de los saxofones" [145]. Lo que el autor procura materializar aquí es la música de jazz que el público escuchaba en los cabarets de la época. Para ello, le basta con representar, a grandes rasgos, las boquillas de los saxofones de donde surge el sonido. Los haces de trazos dinámicos traducen, según los códigos del cómic, la fuerza del soplo de los músicos y la estridencia del jazz. Aunque el narrador compara estos haces con abanicos, su forma puede hacer pensar también en altavoces o megáfonos que sugieren la potencia del sonido.

Además de la influencia del comic, lo que llama la atención es el punto de vista adoptado, lo que los cineastas llaman "el ángulo de encuadre". El epígrafe que encabeza la secuencia nos da indicaciones a este respecto: "Perspectiva del «cabaret» desde un palco". El punto de vista escogido es el de los protagonistas que ven a los músicos "en picado", es decir desde un lugar que domina a la orquesta. Según esta perspectiva, los saxofonistas apenas se ven ya que están tapados a los ojos de los espectadores por sus instrumentos que están dirigidos hacia lo alto. De los saxofones sólo se ven las boquillas puesto que el picado provoca un efecto de aplastamiento que permite destacar un detalle que el encuadre "normal" hubiera neutralizado.

Esta apertura de la secuencia del cabaret es particularmente interesante porque reúne tres elementos de la modernidad: el jazz, el cine y el cómic. Jardiel Poncela revivifica así la técnica del caligrama ya totalmente desgastada, introduciendo procedimientos muy modernos más acordes con su época. Si la influencia de las artes plásticas es innegable en la obra del autor, no hay que olvidar que Jardiel Poncela es ante todo un humorista. Ya a partir de 1922 había empezado a colaborar en la revista Buen Humor en la que encontró a Miguel Mihura, José López Rubio, Tono, y sobre todo a Ramón Gómez de la Serna. El empeño de esta nueva generación de humoristas era crear, con el texto y la imagen, un universo cómico original y rupturista. Ramón Gómez de la Serna no sólo fue el introductor en España de las corrientes artísticas europeas, tales como el cubismo, el futurismo o el dadaísmo, sino también el primero en insertar en el texto novelesco técnicas propias de las artes gráficas y del cine. Si el pensamiento de Ortega y Gasset tuvo una repercusión enorme en los jóvenes escritores de la época, la actividad de Ramón, a través de las revistas y de su famosa tertulia del café Pombo, alentó al grupo de los nuevos humoristas que lo veneraban y lo consideraban como su mentor.

 

Conclusión

 

En Pero…¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, Enrique Jardiel Poncela deja constancia de las preocupaciones de los intelectuales de su época que se interrogaban sobre el porvenir de la novela y analizaban las consecuencias de la revolución pictórica que había hecho tabla rasa del viejo arte decimonónico. El tratamiento irónico y degradante de la figura del pintor bohemio en la obra del autor muestra a todas luces que el modernismo está dando los últimos coletazos en una sociedad trepidante en la que impera el maquinismo. Por otra parte, la construcción del protagonista y la estructura de la novela señalan la influencia del arte vanguardista y de las técnicas cubistas en particular. Sin embargo, a principios de los años 30, la revolución estética protagonizada por Picasso, Marinetti o Tzara ya no da más de sí y está en vía de estancamiento como lo demuestran las producciones rutinarias y estereotipadas de los ultraístas. Por eso, para encontrar una salida a la crisis de la novela, quizá al escritor no le quede más remedio que volver los ojos hacia los aportes más modernos de la sociedad contemporánea. Es lo que hace Enrique Jardiel Poncela cuando decide insertar en la trama novelesca las técnicas del cine y del cómic, que pronto se designarán respectivamente con el nombre de Séptimo y Noveno Artes.

Notas


(1). "La chalina, junto con el pelo largo y las pipas, eran elementos del atuendo modernista". Además, Alonso Zamora Vicente cita, como botón de muestra, el fragmento de una entrevista a Emilio Carrere, publicada en el periódico madrileño La Esfera el 4 de diciembre de 1915: "En los periódicos se reían de mis pelos largos y de mi cachimba, y me llamaban modernista", Alonso Zamora Vicente, edición crítica de Luces de bohemia de Ramón del Valle-Inclán, Madrid: Espasa Calpe, "Austral", 2006, p.268.

 
 (2). También se podrían citar Cristóbal Colón en la puerta del convento de la Rábida pidiendo pan para alimentar a su hijo expuesto por Eduardo Cano en 1856 o Don Álvaro de Luna enterrado de limosna en el cementerio de los ajusticiados fuera de Valladolid del mismo pintor (1858).

 
(3).Para John Crispín, el término "putrefacto" fue inventado y puesto en circulación por Pepín Bello. Con esta palabra se condenaba todo lo culturalmente atrasado y se designaban los modelos para no seguir (Crispín: 17).


(4). CAMPSA
: Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos S.A. Su creación tenía un doble propósito: luchar contra las grandes compañías internacionales y fomentar la prospección y fabricación sintética de hidrocarburos.

 
(5). En la primera novela de Jardiel Poncela, Amor se escribe sin hache, era el léxico de la música el que asumía esta función ya que cada una de las partes de la novela llevaba el nombre de una composición musical: "terceto", "dúo", "romanza".

 
(6). Desarrollo el tema de la subversión del mito literario de Don Juan a partir de la deconstrucción del mito cinematógrafico encarnado por Rodolfo Valentino en el capítulo 1 de la segunda parte de mi tesis, Enrique Jardiel Poncela et la rénovation de l'écriture romanesque à la fin des années 20, pp. 219-255 en particular.

 

(7). Traduzco y cito por Ruth AMOSSY, y Elisheva ROSEN (1982). Les Discours du cliché, Paris: CDU et SEDES réunis, p.131: "Par l'introduction d'un objet, d'une matière, pris dans le monde réel, […] le tableau, c'est-à-dire le monde imité, se trouve remis en question."

(8). Según la definición del diccionario de la R.A.E, el caligrama es un "escrito, por lo general poético, en que la disposición tipográfica procura representar el contenido del poema." Los caligramas de Apollinaire han inspirado a los dadaístas franceses y los ultraístas españoles.

 

 

 

Bibliografía

 

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