Hugo Achugar.
Planetas sin boca. Montevideo: Trilce, 2004, 262 páginas.
Planetas sin boca es
una colección de textos recientes (1995 - 2003) del crítico y escritor
uruguayo Hugo Achugar, donde se recoge y en algunos casos se reformulan
algunos ensayos aparecidos con anterioridad en publicaciones dispersas
en diversas partes de América. Está dividido en tres secciones: “Espacios
inciertos”, “Representaciones de la nación” y “Sobre arte y
representaciones”. En la primera aparece planteado el problema del
espacio de la enunciación del discurso crítico, y el lugar del
intelectual en las redes de distribución de los capitales
--tecnológico, financiero e intelectual-- analizando las relaciones de
poder implícitas en esas redes. En las dos últimas secciones se
transitan algunas articulaciones locales de la memoria y de la noción
de nación, a partir de ejemplos concretos tomados de la cultura
latinoamericana contemporánea.
El libro gira en torno al problema de las relaciones del
discurso crítico y de los fenómenos culturales locales respecto a la
globalización cultural. En particular, los ensayos muestran una
preocupación constante respecto a la cuestión de la hegemonía de los
discursos críticos que se orientan desde los centros culturales, y en
particular desde los centros de poder de la academia norteamericana,
hacia la problemática de las culturas “subalternas” o “periféricas”. Si bien la temática de la(s) cultura(s)
latinoamericana(s) aparece en prácticamente todos los ensayos, creo que
sería erróneo restringirlos a un libro de crítica sobre la cultura o la
literatura de América Latina. Más bien se orientan hacia el problema de
las representaciones de lo otro o del otro (no exclusivamente
latinoamericano) desde ambos márgenes de las dicotomías que han
atravesado el pensamiento crítico en las últimas décadas, y que
aparecen replanteanteadas en esta serie de reflexiones:
centro/periferia, global/local, mundo/aldea (77).
En primer lugar, Hugo Achugar hace un relevo de los
cuestionamientos críticos que se han hecho acerca de esta serie de
oposiciones. Denuncia que la negación o el cuestionamiento que un
sector de la crítica establece sobre ellas esconde un gesto regresivo
de colonialismo cultural, según el cual la globalización traería, por
fin, un debate intelectual en pie de igualdad, sin tomar en cuenta las
diferencias sociales:
Según esta línea de pensamiento, no habría ya centro ni periferia. Habríamos realizado el sueño del pibe
periférico y seríamos todos centrales y todos periféricos. Una suerte
de democracia universal habría ganado la galaxia cultural. El reino de
los cielos sería de los sumergidos pero también lo sería el infierno.
En ambos convivirían metropolitanos y aldeanos, centrales y marginales
todos conectados en las autopistas informáticas y en las gigantescas
redes/telarañas de la internet.
Con ello, denuncia en el discurso crítico emanado desde los
ámbitos hegemónicos el efecto de borrar la
diferencia mediante la ilusión de un debate igualitario en el ámbito
académico, como si no hubiera lugar a luchas políticas y tentativas de
dominación implícitas en ese discurso.
El problema pasa por cómo se conceptualizan y se les da voz a
las historias locales. En este sentido, es
ilustrativo lo que señala para el caso de Walter Mignolo, y la
problemática del uso del inglés como lengua universal de debate
académico:
A pesar de validar las “historias locales” como productoras de
conocimiento que desplazan las epistemologías globales, Mignolo
sostiene (al referirse a un intento de contextualización del discurso
de Retamar en función de lo sostenido por el argentino del Barco) que
“el momento de enorme energía y producción intelectual de América
Latina” (supuestamente los setenta) “tiende a desdibujarse en la escena
teórica internacional debido a la fuerza hegemónica del inglés, como
idioma, y de la discusión en torno al posmodernismo y del
poscolonialismo, fundamentalmente llevada adelante en inglés” . El planteo de Mignolo parece sugerir que la
reivindicación y restitución de las “historias locales” como
productoras de conocimiento que desafían “(. . .) las historias y las
epistemologías globales. . .” sólo es posible en inglés. Lo cual
habilitaría preguntar si esa afirmación no tiene que ver con “las
historias locales” desde donde Mignolo reflexiona y escribe –el campus
universitario norteamericano y el surgimiento de un “mercado” teórico
latino-norte-americano– así como a la creciente “anglo-sajonización” de
la reflexión sobre América Latina. (73)
Achugar sostiene que las relaciones entre los discursos
académicos que emergen desde centros de poder económico-financiero
(llamado en el libro el Commonwealth teórico), y aquellos que surgen desde la
periferia no son horizontales. Por eso el crítico promueve no abolir
festivamente la dicotomía centro/periferia, para, en lugar de ello,
centrarse en la dinámica conflictiva de sus relaciones. En cuanto al
valor conceptual de esta oposición, Achugar defiende la necesidad de
mantenerla como resultado de un cálculo de ganancia y pérdida realizado
desde la posición del intelectual periférico:
En cierto nivel, parecería que [.
. .] la espacialidad desde donde se pensaba o desde donde nos
pensábamos ha caducado. Sin embargo, si bien sería posible aceptar esta
suerte de reformulación espacial, tecnológica y financiera donde centro
y periferia perdería su sentido original, lo que se pierde parece no
ser trivial. Se pierde nada menos y nada más que la consideración de
las desigualdades en nuestros países y en nuestras sociedades. (75)
Es contra esa pérdida justamente que el discurso crítico de
Hugo Achugar busca posicionarse, haciendo explícito el espacio desde el
cual se enuncia, y analizando también el lugar que le cabe al
intelectual en las sociedades latinoamericanas contemporáneas. Se
trataría de un discurso que toma como asunción básica la situación de
desigualdad social presente en el espacio en el cual se ubica el sujeto
de la enunciación. Con ello, una mirada sobre la periferia que no tome
en cuenta esas desigualdades será leída con sospecha.
Se denuncia que la mirada desde los centros de poder
financiero, político y académico opera una homogeneización de la
periferia al otorgarles en su narrativa un “perfil universal” que se
confronta a la heterogeneidad del “mundo real” (74). Concretamente, el
habla periférica sería percibida desde los centros como un balbuceo, al
que alude el ensayo titulado “Sobre el balbuceo teórico
latinoamericano”, donde justamente se plantea que la mirada sobre el
otro oblitera la diferencia, y es básicamente un constructo proyectado.
En efecto, es ingenuo pensar que los flujos de conocimiento
se dan al margen de fenómenos de acumulación, y lo es también
desconocer el hecho de que los espacios en los que esa acumulación se
genera establecen una relación jerárquica respecto a sus periferias. Los centros de poder político, cultural y
financiero tienen interés en proyectar un tipo de mirada sobre la
alteridad.
Apuntando a analizar las relaciones entre los discursos
hegemónicos y los discursos elaborados en ámbitos periféricos, Achugar
señala que estas relaciones no se dan sin actos de resistencia
concretos, que cuestionan la unidireccionalidad de la imposición
cultural y discursiva. Basado en la noción de “receptor activo” de
Antonio Cornejo Polar, Achugar concluye que los procesos de
resignificación y reapropriación que los artefactos culturales globales
sufren en su contacto con las culturas locales (atravesadas, a su vez,
por desigualdades de clase, género, etnia, etc.) una transformación
tal, que ya no se puede hablar de un mismo valor cultural, sino que se
introduce en ellos una cualidad diferencial:
La tensión puede ser o es más rica; sobre todo si se piensa
que la eventual diversidad o fragmentación de las sociedades o
comunidades nacionales produciría una decodificación múltiple del
mensaje único. Esto confirmaría algo ya sabido, la heterogeneidad
propia e histórica de nuestros países no permite imaginar una
homogeneización inexorable. Por lo menos confirmaría que los procesos
de penetración de culturas hegemónicas en América Latina no han
supuesto ni es probable que supongan una uniformización aculturada. (67)
Por esta misma diversidad de receptores y formas de
recepción, es que pierde consistencia la operación homogeneizante del Commonwealth teórico respecto a
las culturas a las cuales se refiere, problemática que no concierne a
América Latina exclusivamente. Un ejemplo de esto puede constituirlo el
análisis de las clasificaciones étnicas que se opera en la academia
norteamericana, que al ser aplicadas a otras realidades, implica el
contrabando de una historia y de una memoria particulares hacia otras
regiones del planeta. Esa historia y esa memoria pueden tener validez,
en efecto, en el contexto local norteamericano, pero su funcionamiento
y conceptualización no son universalizables:
¿Por qué no pensar que la historia de los intentos de “melting pot” no es la misma en los Estados Unidos y en las
distintas partes de América? ¿Por qué no
pensar que la lucha por los derechos civiles alteró el proyecto del “melting pot” en los Estados Unidos y que en América
Latina el proyecto del “crisol de razas” ha tenido una historia
distinta y que además varía según las regiones? Y para terminar, me
pregunto si el fracaso o la erosión del proyecto del “melting pot” en los Estados Unidos obliga a una idéntica
lectura de la historia del proyecto del “crisol de razas” en América
Latina? (51)
En este pasaje, el “melting pot” y el “crisol de razas” funcionan como marcos
conceptuales o como proyectos diversos entre sí en un grado tal, que no
pueden asimilarse sin una revisión conceptual profunda.
Planetas sin boca,
pues, explora las tensiones entre las formas de conceptualización
globales y sus respuestas, procesamientos o reposicionamientos locales,
así como las condicionantes para una elaboración contra-hegemónica del
discurso crítico. Las soluciones posibles no son simples ni unívocas,
sino que dependen de la capacidad para recorrer la heterogeneidad y dar
cuenta de ella. El espacio de lo heterogéneo y de las localizaciones
múltiples se abre como abanico ante la mirada crítica. El
posicionamiento del intelectual respecto a ese espacio determinará su
lugar en las relaciones de poder, y en las redes de distribución de los
saberes.
The Graduate Center, CUNY