Política y literatura:
conversando con Jorge Santiago Perednik


Susana Haydu

Yale University



Jorge Santiago Perednik es poeta, traductor y ensayista. Es reconocido por su trayectoria literaria que incluye la dirección del  Programa de Altos Estudios en Poesía de la Universidad de Buenos Aires. También es director de la Revista de Poesía XUL desde 1980. Ha publicado Los mil micos (1979), El cuerpo del horror (1981), El shock de los lender (1985), Un pedazo del año (1986), El fin del no (1991), Variaciones padin (1996), La desconocida - Circo macedonista sobre "Adriana Buenos Aires" (1998), El gran derrapador (2002), El todo, la parte (México, 2005) y La querella de los gustos (2006).


Susana Haydu: ¿Te resulta interesante que se hable de una “generación” de los poetas de tu época y se te incluya en ella?

 

Jorge Santiago Perednik: El concepto de generación sirve para ordenar la realidad. Parecería que en todos los ámbitos el ser humano necesita eso, poner frenos a un orden del que forma parte y por resultarle ajeno e incomprensible llama caos, resistir la falta de jerarquías y clasificaciones que propone el mundo, evitar el tránsito por esa suerte de “cambalache” en constate cambio, el universo que habita. El intelecto rehuye el desnudo de lo real, porque rehuye todo lo que no puede someter: prefiere relacionarse con mapas, que en definitiva son criaturas suyas, y no con territorios. Necesita que un orden de su elaboración reemplace a la realidad, se interponga e intermedie, sea un refugio, un distanciamiento, una fuga posible del estado de inquietud y zozobra permanentes que la inhumanidad de lo real le generan. La clasificación tranquiliza, ofrece la ilusión de que se entiende algo porque se lo coloca en un casillero, pero ubicar las cosas o agruparlas en clases no asegura su comprensión, y muchas veces distrae de ella. Los esquemas organizativos son una instancia segunda, un artificio, una abstracción; además, en tanto para la mayoría de las personas no son frutos de su elaboración intelectual sino esquemas heredados, son un atajo de la comodidad. Así funcionan respecto de la diversidad de la literatura las generaciones y en ese punto tienen poco de interesante. Conforman un orden que opera de un modo masivo –cuando la poesía resiste lo masivo–, contemporizador –cuando la poesía evita someterse a un tiempo, especialmente al suyo–, y que valora las coincidencias y deprecia las diferencias –cuando el arte o lo poético es la búsqueda de las diferencias. Pueden ser una manera de no conocer, pero también una manera de acceder a la poesía y entrar a ella, aun por la puerta de las generaciones, es en sí mismo un paso importante: una vez adentro, si vale la redundancia, se está adentro y no se sabe qué puede pasar; tal vez comience una aventura. La crítica, por ejemplo, puede trabajar desde las generaciones en contra de la política de las generaciones, empecinarse en buscar diferencias dentro de las similitudes, o incluso entender las coincidencias como un momento negativo, en el que la fuerza de una moda impone un estilo colectivo y aliena a los poetas para que imposten una voz que se conforme a él. Incluso lo generacional puede ser una vía de acceso para conocer las excepciones. Me parece que lo más interesante puede ir por este camino, no importa cual sea el instrumental crítico que se adopte. En resumen: no se puede conocer sin las generalizaciones, pero sólo se puede conocer cuando se va más allá de ellas. En los años 70 y 80, otro ejemplo, se solía usar un concepto parecido, y se hablaba en vez de “generación” de “producción” poética de los 70, producción de los 80, etc. La crítica estaba tomada por una jerga economicista, adoptada sobre todo de los desarrollos teóricos del marxismo. Ahora esta visión, que se proponía criticar la sociedad, curiosamente terminaba reinsertando la literatura dentro de la producción social capitalista y la actividad de los artistas dentro del trabajo alienado. Por eso en los países autodenominados socialistas no pasó nada diferente. Poetas y poéticas más o menos mediocres sostenidos por el partido porque respondían a sus designios y otros que no, los más interesantes, muchas veces perseguidos o silenciados. A mí me interesa la idea de un arte o una poesía no integrados ni homologados sino en resistencia con su sociedad, entendiendo que la resistencia no es una pared sino más bien una red, un intento de oposición agujereado. Así que aquí hay otro concepto, el de “producción” poética, también poco interesante para leer poesía. No obstante en un punto da en la tecla, aun sin proponérselo, porque muchos poetas y poemas parecen tomar como modelo la “producción”, o ser resultado de ella, esto es, las reglas del proceso económico capitalista les cuadran. Un fenómeno contemporáneo interesante, a partir del cual se podría armar un principio de clasificación: de un lado la producción de poemas de cualquier década; del otro los poemas de esa década que escapan a la producción. Un comentario es que dentro del primer “grupo” están algunos de los poetas reconocidos, esto es propuestos para el consumo por el mercado; otro comentario es que no debe resultar extraño que el mercado se interese, más que por el arte o la poesía, por la producción y el consumo: depende de ellos, existe para ellos.

 

SH: Volviendo al tema de la “generación”, ¿cuál sería tu crítica al concepto?

 

JSP: Da lugar a muchos equívocos, es más, parecería que su función establecida, o pobre, es ésa, provocar el equí-voco: una generación como un conjunto de voces equi-paradas, con-fundidas. Poetas que se paran o son parados en equivalencia con sus vecinos y están, además de fundidos en un estilo común, bastante confundidos respecto de lo que están haciendo o se está haciendo con ellos. La generación o creación de un ordenamiento generacional es una tarea de uniformización de las voces. Una de las acepciones de generación es la de un conjunto de personas que comparte un momento histórico, en este caso de poetas, pero otra de sus acepciones, en una suerte de metáfora biológica, alude al surgimiento de un cuerpo nuevo. Y la generación es eso, un cuerpo nuevo, distinto de los poemas y poetas y posterior a ellos, una realidad segunda, inventada. Algo generado por la crítica, a veces incluso por los mismos poetas, de ningún modo un hecho de poesía. No obstante, la generación tiene también su interés y utilidad. Para empezar hace referencia a una época, que es algo exterior y a la vez interior, lo que permite a la lectura perforar el bloque de la generalización, tener la posibilidad de un ingreso y una fuga. Esta podría ser la función rica de las generaciones. Hay datos contextuales, de la circunstancia histórica, geográfica, cultural, además de los poéticos, con los que se puede ensayar agrupamientos y a la vez ir más allá de ellos, esto es, iniciar travesías distintas, acumular planos de lectura múltiples. Por ejemplo la segunda parte de la década de los 70, cuando empecé a escribir, tuvo un dato totalitario, que abarcó a toda la población: el terror. El régimen militar de terror bajo el que vivieron los nuevos poetas fue para sus poemas, como para todo lo que se hizo en la época, una influencia permanente, totalitaria, que abarcó pero excedió lo poético. Afectó la vida cotidiana, las relaciones personales, lo que se podía o no se podía decir, lo que había que ocultar, en definitiva, todo lo que se hacía. Los poetas sometidos a las condiciones exteriores de terror, afectados por ellas, necesariamente tuvieron que dar respuestas poéticas a esas condiciones, elaborarlas de algún modo o incluso tratar de evitarlas en sus versos, lo que deviene en ciertas estrategias rastreables por la lectura. Se puede intentar pensar, entonces, cómo afectó el terror a la poesía de su época, qué respuestas generó. Por supuesto que cualquier poema puede y suele ser leído desgajado de su circunstancia, pero apenas se advierte que fue escrito bajo el terror cotidiano, cobra un sentido distinto.

 

SH: ¿Entonces tu punto de vista es que la dictadura militar influyó en los poemas de la época?

 

JSP: Por lo que viví y vi, nadie sometido a un gobierno o una época de terror puede escapar a su influencia. Más aún, si alguien afirmara lo contrario, si dijera por ejemplo, como más de uno dijo, que la poesía no tiene nada que ver con su época, o que a la poesía el terror nunca la alcanza, pensaría que quiere ocultar algo, cualesquiera sean sus motivos. Diría que habla como si estuviera sujeto a algún terror. Aquí en Argentina durante la dictadura militar había mucha gente que trataba de no salir de sus casas o trabajos, salvo para lo imprescindible, porque tenía miedo de “desaparecer”, aunque no perteneciera a ninguna de los bandos o las bandas que se enfrentaban militarmente. Había operativos sorpresivos en las calles o en los transportes públicos donde detenían gente al azar, o por las dudas. Detenían-desaparecían a quienes figuraban en las libretas telefónicas de otros detenidos. Había un clima de persecución y de imprevisibilidad de la represión. Los intelectuales y los artistas eran sospechosos para el régimen por su sola actividad, y víctimas potenciales. Es muy difícil sostener que una persona intelectualmente inquieta, conciente de lo que estaba pasando y sensibilizada por ello, podía evitar que ese estado de terror la afecte, que se traslade de algún modo a su actividad de poeta, a los poemas que escribía. Después habría que leer los poemas desde esta perspectiva y verificar las relaciones que los poemas entablan con su época, los modos en que el terror es filtrado o expresado o evitado en los versos.

 

SH: ¿Y según tus lecturas esa influencia se verifica?

 

JSP: Me gustaría poder decir que todas las poéticas que se destacaron entonces, sin exclusiones, tuvieron una actitud de oposición a su época social, pero no fue así. La poesía no es algo idílico, tiene sus costados pragmáticos, negocia con su entorno, cede, concede, intercambia. El terror exige y el peor aterrorizado es el que se rinde sin advertirlo. El poeta en definitiva es un ser humano, con sus grandezas y limitaciones. Por otro lado hay dos hechos que dan qué pensar respecto de lo poderosa que fue la influencia de esa época. El primero es que no hay todavía, tres o cuatro décadas después, una crítica que se aboque a considerar cuáles fueron durante el terror las relaciones entre la poesía y su época. ¿Cómo puede ser que un tema tan obvio o primario siga todavía intratado? Mi idea es que el terror afectó también a la crítica, le impuso silencio sobre ciertas cuestiones, y que los efectos del terror todavía continúan. El segundo es que no hubo en ese entonces, hasta donde uno conoce, una nueva poesía de cierto volumen escrita en el exilio. La poesía que interesa parece ser la que vivió el terror como circunstancia de escritura. ¿Por qué en este caso las cosas fueron así, sabiendo que otros sucesos históricos dieron lugar a poesías de exilio riquísimas? ¿Hay en el caso argentino alguna relación distinta entre terror, lugar y escritura poética?

 

SH: Hablame de “El Shock de los Lender” en relación a su época.

 

JSP: Es un largo poema que propone, con toda intención, usar la época como tema/. Parte de un hecho real que en su momento conmovió a la sociedad, la dejó por uno o dos días en estado de “shock” –como dice el título, que recurre a un par de palabras extranjeras, tomadas del apellido de los protagonistas del hecho. El poema comienza con una propuesta poética, o al menos de lenguaje: “La palabra más bella del idioma es extranjera, bárbara”. “Bárbara” es desde su inscripción en el latín una onomatopeya que reproduce, más que el vocablo extranjero, cierta relación que se tiene con él. Muestra cómo alguien que no lo entiende ni lo quiere entender, oye un bar-bar-bar: dice de la propia extranjería del oyente en relación con una palabra de la que no se puede apropiar, en primer lugar porque no la quiere escuchar. Para los romanos todos los extranjeros son bárbaros, pronuncian un mismo bar-bar-bar aunque hablen distintas lenguas. En poesía, según pienso, la extranjería también opera pero de manera inversa: en vez de por enrasamiento, por explosión de la diferencia. La belleza toma cuerpo cada vez que el contacto con la extranjería de las palabras interrumpe un mecanismo, alguno de los mecanismos que componen el gran mecanismo por el cual la sociedad se reproduce a sí misma. La poesía sería el momento de esterilidad de un mundo que permite la generación de mundos nuevos. Porque no hay reproducción de la sociedad sin lenguaje. Y la poesía, la que proponen ciertas poéticas al menos, sería una obstrucción, una interrupción, a las acciones del lenguaje dominante. El poema sigue en una deriva hasta que se advierte que la palabra más bella del idioma que anunciaba el primer verso es “sabotaje”. Que se podría definir como un barbarismo, una palabra capturada de otro idioma. La belleza sería eso, un sabotaje, una acción cuyo propósito es interrumpir un mecanismo, detener un proceso, impedir que cierta producción continúe. La belleza sería una salida del camino ya trazado, una interrupción del ritmo normal de las cosas, una anomalía. Y la poesía como acción de sabotear un mundo es un sabotaje positivo, porque su acción no es meramente destructiva sino que obstruye mediante una operación positiva, constructiva, que resulta del aporte de un poema. Por supuesto, no hay una palabra que pueda ser erigida como la más bella de la lengua, pero aquí de lo que se trata es de instalar este concepto de extranjería, y a la vez la idea de que la belleza es en sí misma paradójica, al menos en el terreno de la lengua.

 

SH: Además el poema tiene un referente exterior que es histórico, un acontecimiento de la época.

 

JSP: Sí. Un caso, presentado como policial, de unos hijos que mataron a sus padres. Después de un primer momento van surgiendo otros detalles: que la madre procuraba intercambios sexuales con uno de sus hijos, que el padre incurría avanzada su madurez en prácticas homosexuales. Estas son las anécdotas de la historia. En un nivel menos personal, hay otras circunstancias, sociales, que intervienen de manera “pesada”, como el tráfico de armas, el tráfico de drogas, las multinacionales complicadas en prácticas corruptas con las fuerzas armadas y funcionarios gubernamentales, los negociados, que involucraban al padre, ingeniero y alto ejecutivo de una de estas empresas. Poco antes la vivienda familiar había sufrido un extraño y devastador incendio intencional y antes había muerto de forma dudosa otro alto ejecutivo compañero de trabajo del padre. La superficie del caso en cambio se cubría de ese delirio morboso fomentado por el amarillismo periodístico, a su vez seguramente alimentado desde el gobierno para distraer de lo importante. A lo que se sumaban detalles que no por delirantes dejaban de ser verdaderos: uno se enteraba que el Che Guevara había sido novio de la madre, o seguía las peripecias de la huida del protagonista, que durante días lograba eludir a las fuerzas armadas del país que lo perseguían huyendo a caballo. Había un shock superficial, mediático, culturalmente distractivo, y detrás otro que sacudía dos de los pilares, o de los tabúes, sobre los que se asienta la sociedad, la prohibición del incesto y la prohibición del parricidio, que este acontecimiento infringía. Eran estas violaciones y no los chismes periodísticos lo que provocaba semejante conmoción social, incluso semejante renegación social. Se pueden agregar tráfico de armas, tráfico de drogas, corrupción, asesinatos desde el poder, que de quedar expuestos, podrían hacer tambalear la credibilidad que el gobierno necesitaba para su funcionamiento. La poesía habla de las mismas cosas que puede hablar el periodismo o la telenovela, por nombrar algo, pero mientras estos reproducen y fortifican con sus discursos a la sociedad, la poesía con el suyo obstaculiza la reproducción, le pone escollos.

 

SH:¿Qué imagen se tiene de la Argentina en el exterior y por qué?

 

JSP: No sé si contestar la pregunta, porque vivo en Argentina, no viajo mucho, y conozco poco y mal qué se piensa del país en el exterior. Puedo tener a lo sumo una imagen de la imagen que se tiene de la Argentina fuera de ella, producto de mis pocas lecturas e intercambios personales, pero lo peor es que va a ser la imagen de un promedio, es decir, de algo que ni siquiera es una imagen. Uno de los atractivos para mí es que nos vean como la más europea de las naciones sudamericanas, lo que se podría traducir diciendo que los europeos y los americanos coinciden en vernos, a nosotros, que somos americanos, como bastante poco americanos. Supongo que esta coincidencia tiene después una valoración distinta: no debe significar lo mismo ser poco americano para un americano que para un europeo. De cualquier modo por este efecto de dislocación somos algo extranjeros en todas partes, algo extranjeros para todos, e incluso esta dudosa verdad funciona como un fantasma para el resto de los habitantes de Latinoamérica: basta con leer lo que escriben de nosotros ensayistas de los países vecinos. La posición de extranjería no es la más deseable para las personas, pero culturalmente es privilegiada, de hecho las culturas más ricas tienen ese componente: un afuera desde el adentro, un adentro desde el afuera. El arte, por ejemplo, suele ser una actividad en relación de extranjería. Y la cultura argentina durante décadas se fue armando en esa posición, y tal vez en ello reside su encanto, ser agradablemente incómoda. Pienso por ejemplo en Borges, pero también en Cortázar, en Xul Solar, en Macedonio Fernández, en Juan L. Ortiz, en el Oliverio Girondo de En la masmédula. La tragedia argentina se desata cada vez que, siendo extranjeros para nosotros mismos, al mismo tiempo decidimos ser xenófobos: cuando odiamos la extranjería propia. Hay una historia de la recurrencia de este rasgo que espera ser escrita, una suma de ataques periódicos contra una parte de lo que somos que conforma una tarea de autoaniquilación, un programa de realización de la historia argentina como suicidio progresivo. Esto, creo, contribuye a que la imagen que se tiene de Argentina en el exterior tenga esa cuota de perplejidad por el curso de la historia del país, por su destino. Cómo es posible que una tierra tan dotada por la naturaleza, tan variada y rica, de población tan hábil y capaz, de escritores y artistas refinados e innovadores, de científicos destacados, viva en una recurrente tragedia. Si no conoce la pulsión autodestructiva que devora a la sociedad, todo esto resulta incomprensible.