Ficciones
sexuales latinoamericanas y la constitución del sujeto
masculino
The
City
En
un estudio sobre
la auto-representación en la literatura homosexual
norteamericana, David
Bergman ha propuesto una nueva categoría de homosexualidad, que
ha
llamado "Euroamericana" (39) para distinguirla del "sexo
intramasculino" que, según él, ocurre en otras culturas.
Esta
"sexualidad Euroamericana" tiene cuatro características:
otredad, autenticidad, permanencia e igualdad, que juntas constituyen
el "discurso
homosexual" (31-32). Kaja Silverman, escribiendo sobre "la
subjetividad masculina en los márgenes" propone la sorprendente
teoría de que los varones (y por ende todos los seres humanos)
no tienen
una identidad esencial; que "nuestros deseos y nuestra identidad nos
vienen de afuera, y se fundan sobre un vacío" (50). Para
Bergman,
los homosexuales funcionan como "sirvientes de la muerte" en sus
respectivas culturas y lo que deben hacer es "ayudar a los vivos en el
proceso
de la muerte (208), roles que en mi cultura-- o lo que queda de
ella--siempre
se habían asignado a los militares o los sacerdotes.
Las
citas de Bergman
y de Silverman muestran el derrotero que ha tomado el concepto de la
homosexualidad desde que, a finales del siglo XIX fuera denominada "el
amor que no osa mencionar su nombre."
Por un lado, se trata ya menos de una tendencia de la psique o
un
conjunto de prácticas sexuales específicas que de una
modalidad
de identidad esencial humana con profundas connotaciones
políticas-- en
el caso de Bergman, liberales o libertarias. Por otro lado, tal
identidad
homosexual cae bajo ataque por aquellos críticos postmodernistas
que
cuestionan la noción misma de identidad innata o "natural" (lo
que llamaríamos esencialismo), alegando que no es algo inmutable
o
prefijado—como alegan la mayoría de las religiones organizadas--
sino una construcción cultural que (co)responde a la
infraestructura
ideológica imperante.
En
cuanto a la
cultura latinoamericana se refiere, es sólo recientemente, y
debido a
los estudios e investigaciones de profesionales residentes en Europa y
los
Estados Unidos que el tema de la sexualidad ha venido a estudiarse. Mis
propios
estudios me han llevado al estudio sistemático de la
constitución
del sujeto masculino. Digo "sujeto masculino" y no "sujeto
homosexual" porque encuentro esencial definir el primero para entonces
poder definir el segundo. Existen tópicos que los
críticos
literarios heterosexuales, de ambos sexos, no van a cubrir por causa de
tabúes culturales muy arraigados, aparte de toda la
teoría o
parámetros ideológicos: entre ellos, la posibilidad de
que exista
una versión masculina de "jouissance" precisamente a
través de actos sexuales "políticamente incorrectos"
tales como el voyeurismo, el sexo anal y el sexo en grupo.
También puede
ser posible que, a través de estos actos, el varón, no
sólo NO pierda su masculinidad sino que de alguna forma la
reafirme y
fortalezca precisamente porque permiten la expresión de los
contenidos
"pasivos" o "femeninos" de la psique masculina, y de la
necesidad de fluir y exceder que la caracteriza.
Esto
no quiere decir
los que los homosexuales tengan "egos débiles" como sugiere
Bergman acerca de Walt Whitman y John Ashbury, sino que han adquirido
la capacidad
de crear identidades inclusivas, que ya no operan desde las ataduras
del
binomio masculino/femenino. Un hombre que pueda ser "activo" y
"pasivo" física y psicológicamente sin tener que
cambiar géneros constituirá una verdadera amenaza a la
cultura basada
en el Falo como agente exclusivamente masculino, ya que tal individuo
ejemplificará una nueva noción de masculinidad que
incluye su
propio componente femenino sin proyectarlo negativamente hacia la
criatura
llamada "mujer".
Quisiera
ahora
resumir algunas de mis observaciones sobre la constitución del
sujeto
masculino en la narrativa latinoamericana, pero antes deseo examinar
algunos de
los problemas que he encontrado intentado desarrollar tal
investigación.
Bergman señala que "la ficción no es simplemente
reportaje.
No importa cuán realista pretenda ser un texto ficcional,
está
fundamentalmente relacionado a un mito, y provoca a que sus lectores
imiten las
acciones del protagonista, eviten sus errores y acepten su suerte
predestinada" (208). En otras palabras, funciona como un artefacto de
instrucción y socialización. Pero, y a veces sin
proponérselo, al exponer los parámetros normativos de una
cultura, el texto se transforma en una "critique" contradiscursiva.
He intentado examinar los textos bajo estudio desde ambos
ángulos,
siempre tomando en cuenta si lo que he encontrado en mis lecturas
corresponde a
mi propia experiencia como participante en la cultura que examino y
analizo. Es
de suma importancia tomar la
autodefinición de un autor en cuenta, cuando es
necesario, junto
a las circunstancias socio-históricas en el momento de la
aparición del texto, en especial si se ha autoidentificado como
homosexual, o si ha sido culturalmente percibido(a) o denominado(a)
como tal,
aún cuando no exista evidencia definitiva de su preferencia
sexual.
El
encontrar los
textos pertenece a la fase primaria de la crítica literaria
latinoamericana, lo que he llamado "arqueología literaria".
Comparto
la frustración de las críticas feministas que,
necesitando
establecer una tradición literaria independiente, encuentran
coartados
sus esfuerzos por (a) la desaparición de textos, referencias a
los
cuales se encuentran en crónicas y revistas epocales; (b) la
escasez y
pobres condiciones de las primeras y únicas ediciones, cuando se
encuentran; (c) dada la expansión geográfica (no se trata
aquí de literaturas nacionales), la pobre o inexistente
circulación de los textos.
En
términos de
estrategias textuales, he ya comentado sobre la naturaleza
palimpséstica
de los textos escritos por homosexuales. Por un lado, reflejan el deseo
del
autor de lograr un lugar en el canon, que es, por su propia naturaleza,
un
instrumento de socialización, normativo cultural-mente. Por otro lado, puede que contengan un
mensaje contradiscursivo que, para sobrevivir, tenga que expresarse en
un
lenguaje en clave-- y debo señalar que es mucho más
fácil
que una escritora heterosexual exponga las condiciones de desigualdad
que
afectan su condición de mujer y de artista que un(a) escritor(a)
homosexual pueda hacerlo-- ya que, en su caso, su orientación
sexual lo
(la) coloca fuera de la estructura binaria hombre/mujer o lo (la)
reasigna,
arbitrariamente, a la categoría suplementaria.
En
otras palabras, si
culturalmente no se percibe al homosexual como "masculino,"
habrá de percibírsele como "femenino," (y viceversa, en
el caso del lesbianismo), lo que quizás explique el por
qué el
travestismo (y, hoy en día, el transexualismo) ocupa un lugar
tan
prominente en la novela latinoamericana, desde El lugar sin
límites
de José Donoso y El sexto, de José María
Arguedas,
a Rosa mística de Carlos Varo y Eva Luna de
Isabel
Allende, a la vez que ocupa el mismo lugar en la subcultura homosexual
latinoamericana.
Examinar
e
interpretar novelas que reafirmen la Otredad del homosexual y su
estatus
marginal determinado culturalmente es menos subversivo que leer e
interpretar
novelas donde pueda que exista una tensión entre el contenido
superficial
y la infraestructura, tensión creada por la necesidad que
experimenta el
escritor homosexual de producir textos que "engañen" a los
críticos (heterosexuales), funcionando como agentes de "pureza
cultural", y que entren al canon llevando sus contenidos
(heréticos, subversivos) contradiscursivos. La llamada "pureza
cultural" es también una "pureza textual", y envuelve la
fetichización de la masculinidad como "ethos" nacional.
Un
simposio sobre
Martí y los Estados Unidos en el Centro de Estudios Graduados de
la
Universidad de la Ciudad de Nueva York fue groseramente interrumpido
por
exilados cubanos protestando la presencia de críticos de la Cuba
de
Castro, debido a una presentación que los irritó en
particular. Era
sobre Martí, García Lorca y Manuel Ramos Otero, escritor
homosexual puertorriqueño. La protesta se centró en el
hecho de
que el nombre de Martí, de acuerdo a estos protestantes, no
podía
asociarse de ninguna forma con "maricones" como Ramos Otero y
García Lorca. Este incidente no sólo revela la
hipocresía
fundamental que suscribe los valores de la identidad sexual masculina
en Latinoamérica,
sino cuán presente y actualmente operante es la
identificación de
“virilidad” e identidad nacional en la cultura latinoamericana.
El
escritor
homosexual latinoamericano crea un problema para sus críticos:
culturalmente ocupa, en virtud de su masculinidad biológica, el
lugar
privilegiado que se le da a su sexo; por otro lado, en virtud de su
homosexualidad, se supone que no tenga estatus o visibilidad en
absoluto,
extensión de la típica práctica latinoamericana de
atribuir
la presencia de la homosexualidad en territorios nacionales a
influencias
extranjeras y el negar su existencia, exacerbada por el culto
castrense—probablemente derivado del ideal masculino propuesto por la
Alemania fascista-- que en muchos países se ha tomado y ha sido
aceptado
como el modelo de la normatividad masculina (recuerdo la
aseveración de
un general haitiano: "Haití es el ejército y el
ejército es Haití).
Todo
lo cual conduce
a otro obstáculo primario en la reevaluación de textos
sobre/por
homosexuales en Latinoamérica. Se encuentra muy poco trabajo
crítico acerca de ellos, y cuando se le halla, refleja los
prejuicios
sexuales de los eruditos--basándose, una vez más, en su
función, culturalmente impuesta, de agentes de pureza
textual/cultural.
La noción de pureza está inextricablemente ligada a la
noción de identidad nacional.
Diversas
estrategias
se derivan de tal unión de conceptos. La primera y más
obvia es
la de ignorar el contenido contradiscursivo del texto y evaluarlo
puramente por
su contenido superficial. Una segunda consiste en aceptar tal contenido
pero
dejarlo a un lado, clasificándolo como periférico al
"contenido real" (esto es, culturalmente correcto en cuanto a la
(re)presentación de identidades sexuales). Añadamos la
estrategia
de obliterar cualquier información biográfica que pueda
iluminar
el sentido del texto, desasociándolo de su autor, algo como
"presenta personajes/situaciones homosexuales pero no es
maricón"--técnica utilizada, sin mucho éxito, por
críticos examinando la obra de escritores desde Miguel
Ángel y
Shakespeare a Emily Dickinson y Whitman, entre otros.
Una variante consiste en
"exponer" la presunta heterosexualidad del autor mientras se juzga su
obra de acuerdo a la premisa, oculta pero significativa y
críticamente
relevante, de su desviación sexual, estrategia que he trazado en
la
recepción crítica a la obra de José
Asunción Silva,
el poeta colombiano.
Una
cuarta estrategia
envuelve el cuestionar las categorías mismas (gracias al
postmodernismo), con preguntas tales como: ¿quién puede
definir
qué es y qué no es un homosexual? o aseveraciones
categóricas: "no hay tal cosa como una identidad homosexual." En
casos extremos, se llega a desvalorizar tanto al autor como a su obra
en cuanto
al peligro que encierran para la cultura; el caso más obvio es
el de
Vargas Vila, que merece un estudio a fondo. Debo señalar que en
otras
literaturas esto no ocurre; a nadie se le ocurre echar a un lado a
Wilde,
Verlaine, Proust, Stephan George o Rimbaud como productores de
"literatura
inferior" o negarles estatus canónico.
De
hecho, el enfoque
comparativo que hoy en día se le da a la crítica
literaria ha
obligado a una reevaluación de la literatura latinoamericana de
acuerdo
a parámetros que algunos de sus críticos
preferirían pasar
por alto por "irrelevantes." Aquellos críticos que utilizan
estrategias de investigación derivadas de la sexocrítica
y el
feminismo están explorando nuevos territorios discursivos, lo
que
provoca una última línea de defensa por parte de los
críticos desafectados: tales estudios son ajenos a la cultura
latinoamericana, tienden a contaminarla con ideas "extranjerizantes"
y, por lo tanto, su
aplicación constituye un acto de "agresión
imperialista" si el crítico es extranjero, o una traición
cultural si no lo es.
La
primera tarea que
me impuse fue el examinar los parámetros de la masculinidad
normativa, y
en particular la que se puede clasificar como la más virulenta
de sus
manifestaciones, el machismo.
También quise, siguiendo pautas iniciadas por Eve
Sedgewick,
investigar las configuraciones denominadas "homosociales," esto es,
relaciones libidinales entre hombres mediadas a través de un
cuerpo
femenino o a través de las estructuras de grupos masculinos.
Utilicé
los instrumentos de trabajo provistos por la teoría
psicoanalítica en el análisis que hace Freud de la
segunda fase
del complejo de Edipo, en la que el niño desea al padre y odia a
la
madre, y en su exploración, intrigante pero en último
caso
incompleta, del componente libidinal presente, como elemento cohesivo,
en
sociedades y grupos masculinos.
Al
examinar los
personajes en Jauría, de David Viñas,
encontré lo
que parece existir en el "hombre macho" un miedo obsesivo a todo lo
clasificado como femenino, comenzando a nivel somático, es
decir, lo
femenino proyectado a zonas de sus propios cuerpos. En otras palabras,
partes
del cuerpo masculino no lo son tal; son femeninas y pueden
"traicionar" al macho actuando de manera no masculina. Los orificios
corporales todos caen bajo esta categoría. En términos de
una
topografía corporal, la parte frontal es masculina,
particularmente el
"frente/abajo;" la parte trasera es femenina. La penetración
es masculina; ser penetrado, no importa el tipo de penetración,
ocasiona
una feminización del cuerpo masculino-- se trate de una
violación
o de una herida de cuchillo o bala. Por lo tanto, el matar--como forma
de
penetración-- conlleva una carga libidinal. Conquistar, ya sea a
un
enemigo, una mujer o una ciudad, quiere decir penetrar.
El
"pánico homosexual" no es otra cosa que el terror de lo
femenino desplazado hacia el macho, ya como sujeto o como objeto; el
terror de
"la mujer que se lleva adentro," sea manifestada en el cuerpo mismo
del macho o en el cuerpo de otro macho. Aún en relaciones
heterosexuales
existen partes del cuerpo masculino que una mujer no puede tocar, y que
no
pueden jugar parte alguna en la excitación sexual masculina. Por
ejemplo, en Dar la cara, de Viñas, un personaje femenino
intenta
jugar con las tetillas de su novio durante el preludio al sexo; es
rechazada
violentamente, con la advertencia de que tal caricia es solo para
"maricones."
Las
configuraciones
homosociales que Sedgewick ha encontrado en la novela inglesa se
repiten, predeciblemente,
en la novela latinoamericana. Para
citar sólo dos ejemplos, en Jauría, la
relación entre el protagonista, Simón, y un personaje
llamado
"El general" o simplemente "Él" se efectúan a
través de la mediación del cuerpo de Arminia, la
prostituta que
ambos comparten. En Canaima, Marcos Vargas comenta sobre el
hecho de que
Maigualida, la hermana de su novia, tiene las mismas expresiones
faciales que
su novio Manuel Ureña, quien es el íntimo amigo de Marcos.
El
"hombre
macho" no debe sentir dolor y no debe mostrar ninguna
emoción--su
meta en la vida es evitar "lo femenino" excepto en las relaciones
sexuales, que jamás deben llevar a un plano emocional. La
única
mujer en la vida del macho es su madre, como objeto de adoración
fetichista. El hombre macho prefiere la compañía de otros
machos,
pero nada más que hasta cierto punto. Dado el código
sexual
operante, cada intento de acercamiento emocional entre hombres machos
lleva
inevitablemente a la confrontación violenta, aún a la
muerte,
como se muestra en la relación entre el Sute Cúpira y
Marcos
Vargas en Canaima. Opera un principio darwiniano: no hay
espacio que
pueda contener dos hombres machos, tanto como un gallinero sólo
provee
espacio para un gallo. Los hombres machos son solitarios; pero en
grupos se
organizan de acuerdo a una estricta jerarquía que sólo
admite un
macho dominante en el tope; sin embargo, esa posición dominante
es inestable, sujeta a desafíos de otros hombres machos.
Las
jerarquías, como Freud llega a sospechar pero no se atreve a
confirmar,
proveen a los hombres machos con una forma de dar expresión a
sus
corrientes libidinales pasivas de maneras culturalmente aprobadas y
seguras. En
la cultura latinoamericana, las organizaciones militares proveen el
mejor
ejemplo de o que he llamado "relaciones de vasallaje" entre hombres,
esto es, relaciones en las que se le permite al "macho" mostrar
comportamientos pasivos que la cultura asocia con la
femineidad--obediencia,
lealtad, dependencia--y que definen sus estatus como "vasallo" de un
líder a quien sigue ciegamente. Al vencedor, de la
argentina
Marta Lynch, muestra tal configuración al describir los lazos
libidinales que unen al protagonista, un soldado raso, a su superior,
un
teniente. El líder, para poder comandar a sus subalternos, les
tiene que
demostrar su superior masculinidad, como sucede en el episodio de Doña
Bárbara donde Santos Luzardo, cuyos vaqueros han cuestionado
su
masculinidad porque viene de Caracas y ha recibido una
educación,
muestra que es tan "hombre" como ellos al participar en la doma de
potros salvajes.
El
"hombre
macho" también aparece en novelas que describen relaciones
sexuales
entre hombres blancos y negros. Tanto en Boum-Crioulo, del
brasileño Adolfo Caminha, y en Hombres sin mujer, del
cubano
Carlos Montenegro, el hombre negro aparece como un "macho" que se
enamora
de un adolescente blanco. El modelo literario para este tipo de
relación
viene nada menos que del Otelo, y como éste, termina en
tragedia:
los protagonistas negros asesinan a sus amantes blancos en un ataque de
celos.
Ambas novelas muestran cómo los escritores se aprovechan de los
parámetros de un género específico (en este caso,
la
novela naturalista) para explorar temas ausentes del canon literario. Hombres
sin mujer va más allá, trazando el crecimiento
psicológico y espiritual del negro Pascasio a través de
su amor
por Andresito, el chico que asesina.
En
muchas novelas,
incluyendo las dos que acabo de mencionar, el personaje "homosexual,"
o el personaje masculino capaz de provocar reacciones eróticas
en otros
de su sexo (como el soldado violado por sus compañeros de
barraca en Dar
la cara de Viñas) exhibe un grupo de particulares
características físicas, tales como el ser blanco, rubio
y de
ojos azules; parece existir un prejuicio o percepción cultural
en cuanto
a que estos rasgos físicos de alguna forma "incorporan" una
sensibilidad o una propensión femenina.
Por
otro lado, a los
hombres morenos, hirsutos, no se les percibe como "homosexuales";
todavía recuerdo haber llevado a un visitante peruano
(heterosexual) a
la calle Christopher en Nueva York a "mirar los maricones." Simplemente no podía creer que
esos tipos musculosos, barbudos, cubiertos de cuero, eran homosexuales.
De
hecho, comentó que parecían "policías o
militares," dando así, sin proponérselo, en uno de los
mayores puntos ciegos de la cultura latinoamericana: la
asociación de la
masculinidad normativa con lo militar (aún en sus
manifestaciones
externas, como los uniformes).
La
muerte como el
destino de los homosexuales ha sido durante mucho tiempo un lugar
común
del canon literario occidental, y ocurre en textos latinoamericanos,
desde La
pasión y muerte del cura Deusto de Augusto D'Halmar hasta Pájaro
de mar por tierra, de Isaac Chocrón y Sergio, de
Manuel
Mujica Lainez. En Mal don, la argentina Silvina Bullrich expone
las
"mafias homosexuales" que, según ella, rigen la vida literaria
en su país, al mismo tiempo que examina la estructura
jerárquica
de las relaciones homosexuales en la cultura latinoamericana. Cuando se
encuentran parejas homosexuales, son descritas desde los
parámetros de
una asimetría social, económica, educacional y de edades.
El
miembro "dominante" de la pareja es generalmente mayor, mejor
educado, socialmente prominente y de una clase social superior al
miembro
"pasivo"--el mismo patrón que Cornelia Butler Flora ha
encontrado descrito como "ideal" en las relaciones heterosexuales que
forman la trama de fotonovelas dirigidas a un público femenino
latinoamericano.
Generalmente, el miembro más joven de la pareja ocupa una
posición de sirviente con relación al miembro mayor,
quien es
casado y con niños (como en Conversación en la
catedral,
de Mario Vargas Llosa). No parecen ocurrir relaciones inter/pares-- y
es
esencial que se mantenga la apariencia de la heterosexualidad; por lo
tanto,
los parámetros sexuales latinoamericanos obligan a la
bisexualidad como
la única forma que tienen los homosexuales de entrar a una vida
pública, dado que su comportamiento a/normal deba quedar tan en
secreto
como sea posible.
Tal
patrón
corresponde a lo que he encontrado entre homosexuales cuando he viajado
por
países como Argentina, Uruguay y Chile, hombres que en muchos
casos ni
siquiera viven con sus esposas pero que no se divorcian. Un
patrón
relacionado con éste tiene que ver con la existencia de cines
pornográficos donde las películas son heterosexuales
(cada ciudad
que he visitado los tiene) y donde los hombres casados pueden encontrar
salida
a sus necesidades (homo)sexuales antes de llegar a casa. La
pornografía
homosexual no juega ningún rol en la vida de estos individuos.
En
Paraguay, conocí hombres jóvenes que no se
atrevían a
salir del cine acompañados; explicaron que en la plaza de
enfrente
siempre había "alguien" que los reconocería y
hablaría si los veían en compañía de
extraños. Sin embargo, casi invariablemente, cada uno de ellos
me
pidió ayuda para emigrar a los Estados Unidos. Las relaciones de
paridad
y el activismo homosexual son tan raros que Ian Lumsden, en Homosexuality,
Society and the State in Mexico, señala que los mexicanos
utilizan
el término "los internacionales" para describir a los
homosexuales que practican el activismo político y social (que
envuelve
el derecho a compartir responsabilidades y roles sexuales dentro de la
relación), lo que subraya la creencia de que cualquier cosa que
tenga
que ver con la homosexualidad, sea buena o mala, tiene que venir de
afuera (en
este caso, específicamente los Estados Unidos).
En
el film
"Doña Herlinda y su hijo" de Humberto Hermosillo se ilustra
muy claramente la imposición de una bisexualidad como
condición
de entrada en la vida pública; la relación entre un
médico
y su amante músico es negociada por la madre del primero, quien
le
arregla un matrimonio y resuelve el "problema" haciendo que tanto la
esposa como el amante del hijo vivan juntos en su casa.
Aunque puede que esta solución
les parezca utópica a algunos (y en todo caso, indeseable), no
es de
hecho improbable y señala tres factores importantes en
relación a
los homosexuales y sus familias en Latinoamérica: los hijos
solteros
siguen viviendo con los padres y cuidando de ellos; para poder moverse
en la
esfera pública, el homosexual tiene que probar su
"heterosexualidad"; cuando se acepta la homosexualidad del hijo (lo
que no sucede a menudo), puede que al amante, si la relación
refleja un
patrón monogámico, binario (estilo heterosexual), se le
incorpore
a la "familia".
Desgraciadamente,
estas son las excepciones; durante un viaje a Colombia conocí a
un
muchacho que vivía con el terror de ser institucionalizado en un
asilo
mental por su propia madre, quien, cuando llegó a vivir con
él a
Nueva York, le buscaba los calzoncillos para ver si contenían
manchas de
semen. En Colombia, y también en Brasil, "escuadrones de la
muerte" llevan a cabo campañas de exterminio de homosexuales
"públicos" como los travestís y los prostituidos (u
homosexuales activistas, como sucedió en México) en
nombre de
"la pureza social."
El
discurso dominante
latinoamericano mantiene que la homosexualidad se equipara a la
feminidad (algo
que señala Edward A. Lacey en su ensayo: “Latin America: Myths
and
Realities"). También mantiene que la homosexualidad es una
práctica foránea; Silvia Molloy, estudiando el
"pánico homosexual" en Martí y Darío, ha
encontrado que en la Argentina finisecular la presencia de la
homosexualidad se
atribuía a la migración de las clases bajas italianas, al
igual que
la prostitución se atribuía a la migración
judía en
el estudio hecho por Donna J. Guy. Richard Parker, en su estudio sobre
las
costumbres sexuales contemporáneas en Brasil, ha encontrado que
las
prácticas homosexuales de los indígenas se atribuyeron
históricamente
a la nefasta influencia de los portugueses. Por otro lado, los
cronistas
españoles le echaron la culpa a los indígenas por la
corrupción (homo)sexual de los colonos (Taylor,
"Homosexuality" 10).
Así,
se ha
construido una explicación "histórica" de la presencia
de la homosexualidad en la cultura latinoamericana, explicación
sujeta a
revisiones mediadas por diferentes agendas ideológicas. En una
mesa
redonda en la que participé con el fino poeta chicano Francisco
X.
Alarcón, sobre los problemas que confrontan los escritores
latinos
homosexuales, Alarcón rechazó indignado la teoría
de que
las culturas nativas mexicanas, como la Azteca, hubieran sido
homofóbicas, a pesar de la evidencia encontrada por Taylor en su
estudio
etnográfico de las prácticas sexuales de los Aztecas.
La
chilena Marta
Brunet, en Amasijo, ilustra la posición
psicoanalítica
sobre la homosexualidad: los homosexuales son "hechos" por sus
madres--posición a la que se suscribe nada menos que Gabriel
García Márquez en su descripción del último
José Arcadio en Cien años de soledad. García Márquez asocia la
aparición de este personaje con la decadencia de la familia
Buendía. Lo mismo ocurre en El
ángel de Sodoma, del cubano Alfonso Hernández
Catá pero en este caso el modelo médico a seguir es el
pre-freudiano—hombres varoniles y mujeres femeninas-- incorporado a la
novelística latinoamericana a través de la obra y los
escritos
del sexólogo español Gregorio Marañón,
quien prologó
la segunda edición de la novela de Hernández Catá
después
que éste le dedicara la primera.
La
novela
izquierdista peruana, como Duque, de José Diez-Canseco y En
octubre no hay milagros de Oswaldo Reynoso, también explora
la
conexión explícita (y pre-freudiana) entre decadencia y
homosexualidad, presentando personajes homosexuales que son los
responsables
por toda clase de males sociales y que sirven para ilustrar la
decadencia
social necesaria asociada en la ideología izquierdista con el
capitalismo de la clase media.
He
encontrado muy
pocas novelas que presenten una visión positiva de la
homosexualidad. Mis
tres ejemplos vienen de la literatura mexicana: Después de
todo,
de José Ceballos Maldonado, una trama en primera persona en la
que el
narrador/ protagonista describe sus aventuras sexuales y finaliza su
narración
en una nota desafiante que le da el título a la novela; Memorias
de
Amadís, de Luisa Josefina Hernández, en la que una
pareja
heterosexual contrasta desfavorablemente con una pareja homosexual; y
la
exquisita novela de Luis Zapata, Melodrama,
quizás la única novela latinoamericana donde, al final,
se les
ofrece a los personajes
homosexuales la posibilidad de vivir "felices para siempre." Las
novelas de Zapata (como las del colombiano Gustavo Álvarez
Gardeazábal) merecen estudios a fondo; sin embargo en su caso
median
algunos de los obstáculos que he mencionado, tales como la falta
de
acceso a los textos. He tenido la suerte de que amigos me hayan
proporcionado
fotocopias; lo que demuestra la necesidad de redes de
comunicación entre
aquellos interesados en la sexocrítica y la literatura
latinoamericana,
tanto como la de recuperar estos textos primarios sin los que no es
posible la
investigación.
Esta
pequeña e
incompleta exploración de las ficciones sexuales en/de la
literatura
latinoamericana no puede terminar sin considerar la suerte del
escritor/crítico homosexual latinoamericano residente en los
Estados
Unidos. Si bien en la sociedad de la que se ha substraído se le
asigna
una identidad mayormente negativa, al emigrar a Norteamérica se
encuentra con otro problema: su identidad es sometida tanto a los
caprichos del
mercado postmoderno de teoría como a las ficciones
políticas que
informan las estructuras de poder (lo que le sucede a los inmigrantes
hispanos
en general, pero que se agrava en el caso de los homosexuales, ya que
también entra en juego su identidad sexual).
Amy Kaminsky, en un penetrante y
lúcido estudio sobre las escritoras latinoamericanas,
señala que
la Academia norteamericana siempre se excusa por no poder traducir
correctamente del francés, pero no siente esa necesidad cuando
la
traducción proviene del español, dado su estatus inferior
como
lenguaje crítico y literario (1).
Por
otro lado, se le
urge al crítico latinoamericano que escriba en inglés,
para que
sus trabajos tengan mayor difusión. El término
"hispano" ha caído en desgracia; ahora para ser
"políticamente correcto" hay que utilizar "Latino".
En la presentación de Papiros de Babel: Antología de
poetas
puertorriqueños en Nueva York, editada por Pedro
López
Adorno, el crítico puertorriqueño Efraín Barradas
creyó necesario llamarle la atención a la concurrencia (y
al
editor) en cuanto al uso del término mismo de
"puertorriqueño" ya que no existe tal cosa como una identidad
nacional; ésta, como la identidad individual, es “una
construcción
cultural y por lo tanto arbitraria.”
Se
pueden tomar dos
caminos: el confundirse totalmente por la atmósfera
lunática de
las teorías posmodernas antiesencialistas, que enmascaran nuevas
penetraciones culturales y nuevas ideologías de poder—por algo
señala Barbara Heinrich que aparecen en Europa y
Norteamérica en
el momento preciso en que las minorías—sexuales, étnicas,
culturales-- comienzan a definir lo que son-- o el rechazarlas al
estilo de
Popeye: soy lo que soy lo que soy. El escritor homosexual se encuentra
teniendo
que aprender a usar los artefactos y modas de la cultura dominante a la
vez que
resiste sus intentos de (des/re)definirlo y absorberlo.
Sin
embargo, el hecho
de que tantos escritores homosexuales hayan emigrado ha ayudado el
estatus de
los estudios sobre sexualidad y literatura latinoamericana. La obra de
Reynaldo
Arenas, Sylvia Molloy, Manuel Ramos Otero, Jaime Manrique, Miguel
Falqués Certain, Alberto Sandoval, Carlos Rodríguez Matos
y
otros, se enmarca en el contexto de la emigración. La
selección
del idioma de trabajo se convierte en el problema principal. Se debe
escribir
en inglés, para que así la obra pase a los cánones
del
"multiculturalismo" y el "pluralismo" (ficciones con las
que el Imperio intenta absorber a las minorías desplazadas de
los
territorios que explota)?
¿Qué opciones presentan las ediciones
bilingües, y
que trampas ideológicas presentan? ¿Deben los escritores
someterse a las incertidumbres e indignidades de las traducciones?
Y
si el trabajo es
traducido o escrito en inglés, ¿qué
garantía hay de
que sea aceptado en el mercado comercial de la literatura homosexual
norteamericana? ¿Se debe renunciar al lugar de origen e intentar
llegar
a ser otra minoría más en el mosaico étnico/sexual
norteamericano? Una reseña de lo que las editoriales y las
antologías de literatura homosexual norteamericana publican
revela la
ausencia de nombres latinos/hispanos; pero en esto, sólo
reflejan lo que
ya sucede en las "antologías de literatura universal" usadas
en las universidades (la "canonización" envuelve
traducción y aceptación transnacional, lo que le ha
ocurrido nada
más que a Borges y García Márquez).
Estas
preguntas que
definen la encrucijada con/textual del escritor latinoamericano
emigrado, se
hacen más profundas y más urgentes en el caso de los
escritores/críticos homosexuales, que por otra parte, desde su
condición de doble Otredad, sufren los efectos de
parámetros
ideológicos también dobles: aquellos de la sociedad
latinoamericana, que los rechaza, pero de la que no pueden/desean
separarse; y
aquellos de la sociedad norteamericana, que los acoge tan sólo
para
añadirlos, como especimenes, al gran zoológico de la
posmodernidad.
Bibliografía
Escogida
La siguiente
lista incluye textos que se han citado en
el artículo y textos que no se
han citado pero que puede ser de interés para los lectores que
deseen
explorar el tema de la homosexualidad/ masculinidad en América Latina. No
pretendo que sea completa, pero es
un comienzo.
Novelas
Nota: desde
que compilé esta lista, han salido
muchas otras, las más notables (o notorias) siendo las del
peruano Jaime
Bayly. Recomiendo todas las novelas del mexicano Luis Zapata y la obra
completa
del chileno Augusto D’Halmar.
Allende,
Isabel.
Eva Luna. Barcelona:
Plaza & Janes, Editores
1987.
Arguedas,
José Maria. El
sexto. Buenos Aires: Editorial
Losada, 1974.
Bullrich,
Silvina.
Mal don. Buenos
Aires: EMECE Editores, 1973.
Brunet, Marta.
Amasijo. Santiago
de Chile: Editorial Impresora
Zig-Zag, 1962.
Caminha,
Adolfo. Bom-Crioulo: The Black
Man and the Cabin Boy. E.A. Lacey,
trans. San
Francisco:
Gay Sunshine Press, 1992.
Ceballos
Maldonado, José. Después
de todo. México City:
Premiá, Red de Jonés, 1986.
Chocrón,
Isaac. Pájaro
de mar por tierra.
Caracas: Editorial Tiempo Nuevo, 1972.
D'Halmar,
Augusto.
La pasión y muerte del cura
Deusto. Santiago:Editorial Nascimiento, 1969.
Diez Canseco,
José. Duque. Lima: Biblioteca Peruana, 1973.
Gallegos,
Rómulo. Canaima. Obras
completas II•. Madrid:
Aguilar, 1969.
---. Doña Bárbara. Obras completas I. Madrid:
Aguilar, 1969.
García
Márquez, Gabriel. Cien
años de soledad. Buenos
Aires: Editorial Sudamericana, 1970.
Hernández,
Luisa Josefina. Las
memorias de Amadís.
Mexico: Joaquín Mortiz, Editores, 1969.
Hernández-Cata, El
ángel de sodoma. Madrid: Mundo latino, 1928.
Lozada,
Ángel. La
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René. La
mirada. Río Piedras: Antillana, 1975.
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Lainez, Manuel. Sergio. Buenos Aires: Editorial Sudamericana,
1977.
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Oswaldo.
En octubre no hay milagros.
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Varo, Carlos.
Rosa mystica. Barcelona:
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Zapata, Luis.
Melodrama.
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Bibliografía
secundaria
Nuevamente,
advierto que esta lista no pretende se
completa.
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Carlos Aníbal. Cristianismo
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Gongolí, 1992.
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