La representación del espacio urbano en consonancia con el sujeto
trasgresor femenino en Santa de Federico Gamboa

 

 

Guadalupe Pérez-Anzaldo

University of Idaho

 

 

 

Del objeto, lo abyecto no tiene más que una cualidad, la de oponerse al yo.  Pero si el objeto, al oponerse, me equilibra en la trama frágil de un deseo experimentado que, de hecho, me homologa indefinidamente, infinitamente a él, por el contrario, lo abyecto, objeto caído, es radicalmente un excluido, y me atrae hacia allí donde el sentido se desploma.

 

Julia Kristeva.  Los poderes de la perversión.

 

 

El interés de los escritores naturalistas latinoamericanos de principios del siglo XX radicaba en poder plasmar en sus textos lo abyecto: es decir, todas las miserias humanas hasta las últimas consecuencias.  Es por eso que en el caso del imaginario urbano de estos escritores, la prostitución resulta ser un tema central en sus producciones literarias.  Siendo ésta una actividad descalificada, despreciada y rechazada por los hombres es, paradójicamente, regulada, celebrada y disfrutada por ellos mismos.  Un claro ejemplo de esa fascinación por lo abyecto es Santa, (México, 1903), novela naturalista con la que Federico Gamboa  captura el lado sombrío y marginal de una ciudad de México inmersa en el marasmo de un supuesto progreso económico promovido por el gobierno porfiriano.  Esta oscura realidad urbana mexicana, por consiguiente, ha quedado asentada tanto histórica como literalmente; puesto que tan sólo en dicha ciudad, el índice de la prostitución aumentó considerablemente durante esa época.  En 1900 más de 10,000 mujeres fueron registradas como “públicas” en  los Departamentos de Salud y de Policía. (Fohns, 96-7) 

 En Santa, la protagonista epónima pone al descubierto las ambigüedades de la metrópolis, en este caso de la ciudad de México; misma que si bien por una parte aspiraba al título de la París de América, por la otra se destacaba notoriamente de entre las paupérrimas ciudades latinoamericanas.  Santa, por consiguiente, disloca el sentido de homogeneidad y linealidad propagado por el discurso hegemónico.  Es decir, ella encarna a esos seres que pululan entre los márgenes e intersticios y que, por lo mismo, le otorgan a la ciudad una simultaneidad y pluralidad de significados.  En ese sentido, la represión y violencia normativa a la que Santa está sujeta, le ayudan a adquirir una visión revisionista de dicha ciudad burguesa regida por parámetros culturales afrancesados o extranjeros.  Como portadora de los males sociales, su cuerpo enfermo y deteriorado es la antítesis del progreso anhelado por una clase burguesa ajena a las necesidades alimenticias, educativas y laborales de la mayoría de la población.

El régimen dictatorial de Porfirio Díaz, el cual postulaba la idea de “orden, paz y progreso”, fue una falacia compartida por la alta sociedad mexicana de finales del siglo; la cual se empeñada en imitar los modelos extranjeros, particularmente el modelo francés.  Las experiencias vividas por Santa ponen al descubierto esa problemática provocada por las desigualdades sociales y por los rígidos códigos culturales que negaban, silenciaban y oprimían a la mujer. A este respecto, Albornoz Vásquez señala que:

Paradoja de la civilidad, las prostitutas sirvieron de depositario de la perversión y de símbolo del mal a una sociedad ansiosa y urgida por parecerse al lado hermoso de occidente, liderado desde el conocimiento científico sobre el cuerpo, sea el humano o el social, por Francia.  (1)

 

Esta tendencia por mantener el control de la sociedad y  la situación que se vivía con las prostitutas dio como resultado la imposición de restricciones y reglamentaciones sobre la población femenina en  los prostíbulos.  En el siglo XIX, se promulgaron toda una serie de reglamentaciones tales como el “Registro de mujeres públicas” y se realizaron varios estudios pseudo-científicos con respecto al control de las enfermedades venéreas que fueron poco efectivos;  puesto que no estaban exentos de los prejuicios principalmente morales.  Por medio de esos estudios, se intentaba demostrar con datos estadísticos los peligros de la prostitución femenina para la sociedad moderna. Ésta no sólo era considerada como un símbolo de corrupción, podredumbre y perversión, sino que además representaba, según el proyecto del discurso hegemónico, una amenaza para la salud pública.

Considerando que a los hombres de la clase media y alta se les permitía frecuentar los burdeles, espacio en que los más jóvenes generalmente se iniciaban sexualmente, era indispensable crear leyes que controlaran la proliferación de las enfermedades venéreas. Así es como, con la excusa del interés en la protección de la salud de los clientes, las prostitutas registradas fueron sujetas a la represión y violencia normativas. A ellas, por ejemplo, se les obligó a hacerse revisiones médicas periódicas. De tal modo que las regulaciones en cuanto a la prostitución eran contradictorias, puesto que mientras por un lado la prostituta era considerada una amenaza a la estabilidad social que, por lo mismo, había que erradicar; por el otro era también vista como un mal necesario en la sociedad burguesa. A este respecto, son muy significativas las palabras de Christiane Shönfeld cuando señala que: “Within bourgeois space, prostitution was visible but not to be seen; observed but to be ignored; desired but to be repudiated” (11)

De tal manera que este doble estándar de comportamiento ante el comercio sexual ejercido en la ciudad de México promovió, en lugar de disminuir, el trabajo de las prostitutas y se extendió hacia los diferentes sectores sociales.  Como observa Nancy Leys Stepan: “In 1907, with only one-fifth the population of Paris, Mexico City had twice as many registered prostitutes, and Paris was supposed to be the sin city of the West.” (110). Sin embargo, es importante enfatizar que el número de prostitutas ejerciendo su profesión durante ese periodo fue aún mayor si se considera la gran cantidad de mujeres que trabajaban al margen de la ley, tanto en las calles como en los prostíbulos no autorizados; así como las mujeres que servían en las casas de patrones ricos quienes emulaban el modelo burgués francés. Cabe mencionar que estas últimas sufrían una múltiple marginación por ser mujeres, pobres y mestizas y muchas veces terminaban siendo explotadas sexualmente por sus patrones.

Los estudios hechos en el siglo XX con respecto a la prostitución se centran en el cuerpo de la prostituta como un objeto de consumo en la sociedad capitalista. Walter Benjamin, por ejemplo, señala la complejidad del término prostituta en tanto que ella es una combinación de vendedora (ofrecedora de su cuerpo) y comodidad; dueña del artículo de consumo y medio de producción (Shönfeld, 23). La imposibilidad de definir a la prostituta bajo términos estáticos es también postulada por Christine Shönfeld quien afirma que:

She is undecidable, to borrow Jacques Derrida’s term, like the Greek word pharmakon, which can mean remedy as well as poison, or as Derrida puts it, “neither remedy nor poison, neither good nor evil, [...] neither speech nor writing”; Her touch is both healing and contaminating, she appears as both the saviour and the polluter of the male body. As an undecidable, the prostitute cannot be included in a philosophical world of binary antagonisms, but this is where her power lies. Or, as Zygmunt Bauman phrases it: “Their undetermination is their potency: because they are nothing, they may be all. [...] They bring the outside into the inside, and poison the comfort of order with the suspicion of chaos. (24)

 

Por su parte, Shanon Bell, en su libro titulado Rewriting the Prostitute Body, asegura que en el siglo XIX y aún a comienzos del XX a la prostituta se le identificó con la ciudad moderna. Así pasó a ser vista como cortesana, como cuerpo enfermo tanto física como moralmente, como cuerpo perteneciente a la clase trabajadora, como desviación sexual, como criminal, o bien, como el cuerpo anómalo de una mujer (Dávila, 96) Es importante enfatizar, sin embargo, que si bien la prostituta representa un cuerpo enfermo, caótico y degradado, ella también es, al mismo tiempo, el objeto de deseo por parte del poder masculino. Ella, por consiguiente, es un sujeto marginal pero al mismo tiempo transgresivo, puesto que su sexualidad no está condicionada por las normas sociales; en tanto que su función reproductiva es anulada así como también es desacralizada la institución de la familia. Es por eso que la prostituta siempre está en los intersticios, entre lo legal e ilegal. En relación a esta comparación entre el ser humano y la ciudad; o específicamente entre la prostituta y la literatura, Ricardo Froster, retomando las ideas de Walter Benjamín a este respecto, observa que:


[Benjamín] persiguió en las noches parisinas el saber y el olor de otra ciudad, de otra edad; buscó en los ojos abismales de las prostitutas las señas de identidad, la contraseña para penetrar en esa otra ciudad que se despertaba cuando los honestos ciudadanos se retiraban al interior protegido de sus hogares burgueses. Libros y prostitutas, una combinación extraña, una alquimia original para penetrar el misterio de la metrópolis moderna. El comercio de la noche, la laboriosidad del trapero y la mirada que fecunda en el otro el deseo que se oculta en la fugaz figura de la hetaira nocturna. Un aprendizaje de la ciudad desde sus trastiendas, atravesando sus fondos nebulosos, sus zonas prohibidas, perdiéndose en medio de la intriga y del deseo. Ciudad en rojo, acechante, erótica, antiburguesa y antigua, esencialmente antigua y premoderna, como hilo nunca cortado de una memoria en perpetua metamorfosis. (515-16)

 

Durante el porfiriato las disparidades sociales se hicieron más notorias en la ciudad de México con la expansión física y humana del área urbana. El surgimiento de las colonias pertenecientes a la clase media y media-alta en la parte noroeste de la ciudad, las cuales se caracterizaban por contar con los servicios públicos de luz y agua potable, contrastaba con las de la zona centro (donde las familias ricas poseían sus antiguas propiedades que ahora rentaban a varias familias de escasos recursos) y las de la parte este de la ciudad. La industrialización y su demanda de mano de obra barata favoreció la inmigración de gente pobre proveniente de la provincia ayudando al rápido crecimiento de la capital. Por otro lado, “The process of modernization, the growth of industry and services, and the proliferation of government also led to the growth of the lower middle classes in the capital.” (Caistor, Nick, 28) La demarcación de los espacios urbanos ocupados por las diferentes clases sociales dentro de la ciudad de México le otorgó a ésta una heterogeneidad muy singular:
 

Like no other city in the Americas, the capital of Mexico mixed the top hat and the sombrero, the mansion and the hut, the refinements of the aesthete and the squalor of the peasant. The unstable mixture was a result of the pressing weight of the campo (countryside) on the capital.  It showed a city that was destined to internalize the polarities -of wealth, race, and power- signaled by that great divide.  (Fohns 42-3)

 

La ciudad, por tanto, se convirtió en ese espacio multifacético, multicultural, fragmentado y caótico contrario al discurso homogeneizante de carácter androcéntrico; puesto que en ella confluían diferentes signos culturales y sociales, así como también transitaban los sujetos desestabilizadores como las prostitutas quienes pasaron a ser los Otros. En Santa se percibe esa problemática social; puesto que en este texto se narra la historia de una muchacha de origen campesino que después de ser corrompida, terminó trabajando como prostituta en la ciudad de México.  En este texto, por consiguiente, el espacio urbano se presenta “no como mero escenario, sino como un personaje que interacciona y condiciona dialécticamente las conductas y valoraciones de los personajes y del narrador, respectivamente” (Bobadilla, 2)  En la siguiente cita del texto de Gamboa se percibe, precisamente, la observación hecha por Bobadilla:


Ahora, a solas dentro del coche y cruzando las calles de Plateros y san Francisco, con las peluquerías y los cafés de par en par abiertos y de arriba abajo alumbrados y concurridos; ahora que su simón, incrustado lo mismo que una escama sucia entre las escamas flamantes de los cientos y cientos de lujosos trenes señoriles, caminaba poco a poco, formando parte de ese inmenso, articulado y luminoso reptil undivago; ahora que, amasada con la multitud, encontrábase más aislada sin embargo, ahora Santa se arrepentía de haber engañado a <El Jarameño>. (227)

 

Al retomar los elementos del Naturalismo francés, el cual se basaba en el método científico, Gamboa le da énfasis a los vicios humanos que abundan en la ciudad, tales como el alcoholismo, la prostitución, las enfermedades, etc. Sin embargo, como varios críticos han señalado (Sedycias, González), independientemente de los elementos prestados del Naturalismo francés, no pueden pasarse por alto las diferencias fundamentales entre dicho movimiento literario y el desarrollado por escritores latinoamericanos que estriban fundamentalmente en la creencia del libre albedrío de estos últimos.  Gerardo Francisco Bobadilla Encinas, va más lejos al señalar que “El proceso cultural y literario de Hispanoamérica, en general, de México, en particular, ha sido, hasta las primeras décadas del siglo XX, un proceso de transculturación en el que los modelos originales­­­ –de ascendencia española, francesa o inglesa casi siempre- han reorganizado estéticamente sus elementos y relaciones y han redefinido sus funciones cognoscitivas y éticas”. (2) En la novela de Gamboa se entremezclan, además, las observaciones moralizadoras con los elementos naturalistas los cuales le dan a ésta un carácter original y único.

En cuanto a los espacios demarcados en la narración, hay dos polos opuestos que son: el pueblo donde nació Santa (Chimalistac) y la ciudad de México.  Mientras por un lado el primero es un lugar tranquilo y armonioso, por el otro la ciudad es presentada como un espacio corrupto, caótico y peligroso donde la mujer sufre una degradación a todos los niveles.  Las fuerzas externas son las encargadas de romper con ese lugar idílico donde vivía Santa; puesto que primero fue la industrialización, como emblema de la modernización, la que llegó con sus fábricas a explotar a los hombres jóvenes de Chimalistac y después fue un soldado el que inició sexualmente, engañó y, por lo tanto, corrompió a Santa. La subsecuente expulsión de ésta es “tragic and inevitable; it is a story of seduction and of natural propensities.  Gamboa wants his readers to see that she belongs to the city, to the French-style brothel with its macabre mother-substitute, Elvira, and not to the innocent home of her self-sacrificing mother and responsible brothers in the countryside.” (Castillo, 42)  El imaginario urbano del siglo diecienueve de civilización versus barbarie es, por consiguiente, modificado en Santa.

Mientras Santa vivía con su madre y hermanos, en su condición de hija y hermana casta, pura y obediente, ella reproducía la cultura impuesta por el orden social de carácter androcéntrico.  Tanto ella como su madre estaban recluidas al espacio cerrado de la casa; lo anterior es relevante porque, como observa Lucia Guerra,


En el repertorio simbólico creado por una imaginación de carácter androcéntrico, la casa se asocia generalmente con lo femenino.  En su calidad de espacio cerrado que provee alimento y protección, es una extensión del espacio uterino, de las raíces y orígenes de un sujeto masculino cuya praxis se encuentra en un Afuera que es sinónimo de trabajo, tanto en su connotación de labor productiva como ardua hazaña”. (Las topografías 66)

 

En este caso, los hermanos de Santa, como los encargados de proveer el sustento familiar, representan, junto con su venerada madre, la autoridad represiva y la violencia normativa que cancela toda libertad.  Al negarse a reprimir sus deseos sexuales, y por lo tanto al trasgredir las restricciones sociales y culturales impuestas por el poder patriarcal, Santa es castigada, anulada y expulsada de la institución de la familia.  Una vez ubicada en la metrópolis, ella subvierte los roles convencionales adjudicados a la mujer al convertirse en prostituta.

El prostíbulo de Elvira donde Santa inicia su educación pervertida se ubica en la zona poniente de la ciudad, la cual marca el espacio medio entre las áreas exclusivas y las otras áreas excluidas de todo progreso.  De tal forma que a dicho burdel se le puede ver como la conexión entre ambos mundos dispares que prefigura una relación asimétrica de poder.  La misma calle donde éste se localiza está saturada de elementos tan distintos entre sí como: una catedral, una carnicería, pequeñas industrias, un jardín y hasta una escuela municipal.  Con lo cual se establece que, aunque el prostíbulo tenía que seguir ciertas regulaciones (como el mantener las cortinas siempre cerradas y no indicar de forma alguna la clase de comercio que ahí se realizaba), contaba con el permiso legal para funcionar como cualquier otro sitio público de la ciudad.  Por él desfilaban desde “padres de familia, esposos, gente muy adinerada y muy alta, unos católicos, otros librepensadores, filántropos, funcionarios, autoridades...” (73) en busca de una comodidad que, sin mayores riesgos, disfrutaban a sus anchas.

Una vez que Santa acepta las imposiciones de Elvira, entra en el mercado de la oferta y la demanda.  Su cuerpo juvenil es el objeto de deseo de una ciudad que, como monstruo, le devora poco a poco las entrañas; “Puede decirse que la entera ciudad conscupiscente pasó por la alcoba de Santa, sin darle tiempo casi de cambiar de postura”. (74)  Siendo tan codiciada, ella participa también del mercado de consumo al adquirir joyas ostentosas y vestidos finos con los que pasea por diversos sitios exclusivos de la ciudad. La cartografía que vamos siguiendo junto con Santa, va señalando los sitios públicos más importantes de una ciudad negada para esta paseante que sale de la casa de citas para exhibirse y aprovecharse de su misma posición marginal y subalterna.

Uno de los sitios que Santa visita es la Plaza de Armas (o Zócalo) donde se lleva a cabo la ceremonia del 15 de septiembre conocida como “El grito”.  Dicho lugar es de vital importancia dentro del imaginario urbano porque:


It was where different classes of people mingled in a city that was divided into two worlds at the turn of the nineteenth century.... But the wealthy rarely visited the plaza for enjoyment, except on holydays.  They packed the squeare on the night of 15 September to hear their president’s grito and to marvel at the “immense Mexican flag” that was draped across the cathedral and lighted up by “green white and red electric lights.”  The next day they stood in their carriages to past Alameda park, and along Plateros Street, the main drag through the Zócalo’s fashionable west side.”
(Fohn, 10-11)

 

Es ahí donde se lleva a cabo el rito de la afirmación de la nación. Al presidente de la República se le representa como “el ungido de un pueblo” (101).  Su figura autoritaria es el símbolo del Padre, el único capaz de poner orden y apaciguar a la multitud “amenazadora, agresiva, con manifiestas ganas de armar broncas” (95), al “rebaño humano apiñado” (100), a la “mole intranquila” (101) a ese “monstruo” formado de “cien mil almas que inundan la Plaza” (101). Partiendo del hecho de que la presencia femenina en el espacio urbano fue en aumento durante el siglo XIX, no es difícil comprender el por qué a la muchedumbre se le asoció con el desorden el cual es, a su vez, símbolo de lo femenino en la sociedad patriarcal.  Es por eso que, “Women were perceived as increasingly dangerous in the 1890s, evident in large numbers not only in organized groups of the suffrage or strike crowds but also in generalized groups such as shoppers, working girls, and spinsters.” (Parsons, 44)

Santa, sin embargo, se siente ajena a toda representación de la nación.  De ahí que le diga al <<Jarameño>> “Pues usted es más feliz que yo, que hallándome en la mía, ni siquiera mía debo llamarla!... Mi patria, hoy por hoy, es la casa de Elvira, mañana será otra ¿quién lo sabe?... Y yo... yo seré siempre una...” (103) Al no sentirse parte de la construcción de nación, Santa está rechazando la figura del Padre, sustituto de aquél que perdió. Ella queda fuera de toda representación y, por tanto, subvierte el orden patriarcal.

Santa, como la cortesana más popular de la ciudad, se pasea por diferentes puntos de la misma pero todos ellos ubicados en las zonas más exclusivas.  Ella frecuenta el Bosque de Chapultepec, lugar de recreo de las clases altas, y en especial la famosa calle Plateros donde, “All the small shops with imported goods from France and other European countries were to be found, as well as La Esmeralda, the most magnificent of the street’s jewelry shops.  It was along Plateros, too, that French cafés and restaurants were located...” (Caistor, 204); así como varios teatros y centros de baile.  Aunque sus paseos los realiza generalmente en carruaje, también hay varias ocasiones cuando camina por las calles observando todo lo que está a su alrededor. A pesar de esto, a Santa en su condición de prostituta no se le puede considerar un flâneur porque ella carece de la autoridad que éste posee; por tanto


The prostitute and the passante are figures in opposition to, rather that reflections of, the flâneur, and are objects of his gaze in the city... they are regarded as objects of the gaze and their own perspective of looking is not considered. In ‘Some Motifs in Baudelaire’, which was to replace the earlier essay in the proposed Baudelaire book, the significance of woman as object is accentuated.  She is figure of erotic fascination for the urban poet, an urban woman who does not parallel him in detached observation but rather is part of the unseeing mass of the crowd.”
(Parsons, 37)

 

Ella más bien es una observadora que distraídamente menciona al mundo que le rodea y en que va sumergiéndose paulatinamente;  ella es ese alguien que le permite al lector ver a la ciudad desde una perspectiva femenina producto de una mano masculina.  A través de su mirada se aprecian los diversos espacios dentro de una misma ciudad cambiante:


Las cuatro de la tarde serían; las calles del Refugio y del Coliseo Viejo veíanse henchidas de copia de transeúntes y muchedumbre de vehículos, empapadas del riego que sobre su piso de macadam desparramaban los carros regadores del Ayuntamiento y los criados de tiendas y almacenes, empapadas de sol, un sol poniente que se hundía tras las azoteas de la Casa de Maternidad, allá en la calle de Revillagigedo que rompe la línea recta de las de la Independencia y Tarasquillo, hacia las que Santa miraba. (134)

 

Ella también observa los aparadores donde se exhiben los objetos de consumo, “Y distraídamente, púsose la chica á considerar despacio los cristales de las peluquerías que albergaban máscaras y caretas, pelucas y barbas, postizos y disfraces, por ser primer domingo de carnaval”. (228) Como lo ha percibido también Néstor García Canclini en sus estudios sobre la ciudad de México:

Las crónicas periodísticas de fines del siglo XIX y principios del XX configuraban el sentido de la vida urbana sumando al orgullo monumental los signos del desarrollo comercial moderno.  La ciudad de México se articulaba mediante el tejido de la traza urbana, las marca de los monumentos y las celebraciones hitóricas.  A esa ritualidad trascendente, patriótica, se agregó otro modo -secular- de representar la ciudad: el paseo por ella y la crónica que lo registraba.  Justo Sierra se preguntaba cómo podía traducirse en México la expresión flaneur, con que los franceses designan ese gusto por deambular por la ciudad.  Julio Ramos ha visto que “flanear” los itinerarios urbanos es un modo de entretenimiento asociado a la mercantilización moderna y a su espectacularización en el consumo.  (Canclini, 15)

 

Santa sufre tres expulsiones importantes en su vida: cuando su madre y sus hermanos la expulsan de su pueblo, cuando las beatas de la iglesia la hacen por medio del sacristán abandonar la Iglesia y cuando después de que la enfermedad y el vicio han devaluado su cuerpo a Santa no le es permitido continuar trabajando en los burdeles de lujo.  Una vez ocurrido esto último, ella vaga por los barrios más pobres de la ciudad, con lo cual adquiere un conocimiento más preciso de ésta que ninguna autoridad incluyendo al mismo presidente:
 

Eso y más conoció Santa; conoció gentes y sucedidos que muchos ignoran hasta su muerte, á pesar de que han vivido siglos y años en la propia ciudad, leyendo sus diarios, concurriendo á los jurados, cultivando relaciones con autoridades y gendarmes.  Santa lo conoció todo por exigencia de su oficio, que, en determinado nivel es el natural y discreto intermediario entre lo que ataca y lo que se defiende, entre el delito y la ley. (323)

 

A través del texto escrito por Gamboa, a Santa se le asocia con la piedra.  Ella misma se compara con las piedras que de joven arrojaba en el Pedregal; y sabe que algún día tocará fondo.  Ella reflexiona sobre sí misma y piensa que “de piedra se necesita ser para el oficio y para aguantar insultos y desprecios (143).  Su eterno enamorado Hipólito también la compara con una piedra, “Todos pasan sobre usted, Santita, como si fuera una piedra de la calle...” (318).  Algo más que señala esta situación es de que en la Santa iglesia Católica, apostólica y romana al Papa se le llama el Pontífice; en directa relación entre el apóstol San Pedro y el llamado de Jesús, el Cristo redentor.  Pedro o piedra es la persona sobre la cual se edifica la iglesia católica.  Estas comparaciones son necesarias para poner en perspectiva la interrelación que existe entre Santa y la ciudad.  Y resaltar que esta comparación está cargada de matices totalmente negativos; puesto que de acuerdo a los discursos producidos por la hegemonía androcéntrica, el hecho fundacional que crea a la ciudad de los hombres, es el poner la primera piedra.  Y la misma debe ser una piedra cargada de alto valor y no como en el caso de Santa que es una piedra corrompida.  Además,


The construction of the city of stone is parallel with the creation of an organised society -a ‘state’: from the Greek polis to the Roman urbs and later civitas.  The architecture of stone reflects the architecture of society, as the concept of order belongs both to the real of artistic styles and to juridical-political principles.
(Tocci, 31)

 

Por lo que se enfatiza el hecho de que si bien Santa pertenece a ese mismo orden social mexicano y mantiene un lugar dentro del mismo; a ella se le destina un lugar marginal por su condición de prostituta. Sin embargo, la importancia de esta comparación radica en el hecho de que por ser precisamente una mujer de la calle, tiene acceso a los distintos lugares que componen la ciudad.  Esta práctica le otorga esa posición de observadora en la que, como vemos en la novela, puede discernir y analizar el por qué de su situación; así sea para denostar el repudio social a su pobre subjetividad ambulante.  Por lo tanto, como afirma Patrick Tacussel, la


… story of individuals and of groups, when raised to a paroxysmal and irremediable degree, is embedded in the memory of the stones, and its indelible stain remains accessible to the “seer”, that is to the person capable of piching up the psychic energy deposited in the area of these developments.  In this case the near and the far lose all idea of distance and become categories of the “conscious dream”, of anticipating consciousness, for which the linearity of time, the flow of duration, no longer corresponds to an immutable order.  This consciousness is thus dissimultaneous in its present experience in that it aprehends the scattered elements of a still active yesterday, or that it possesses the presentiment of what will come.
(Tacussel, 57-8)

 

El núcleo de esta novela se centra en la vida de una prostituta, paradójicamente ella es la piedra angular y el punto de enlace entre los seres que pululan en esta narrativa que describe la vida del naciente México de finales del siglo XIX y principios del XX. Vista como una alegoría de la nación mexicana, la novela marca una tradición que copia del exterior no sólo los modelos económicos, sino también los culturales.  El México afrancesado criticado por Gamboa es parte de su diario vivir.  La noción de esa ciudad que se percibe en este texto, es la de un espacio corrupto debido a la industrialización donde la ley de la oferta y la demanda ha desvirtuado todos los valores morales.  Como observa Gerardo Francisco Bobadilla Encinas, Gamboa logra en su trabajo narrativo,
 

Articular artísticamente una imagen de la ciudad como un espacio de encuentro burgués y moderno regido por las leyes del intercambio material, mismo que detona las posibilidades genéticas, sanguíneas del hombre mismo para degradarse, más importante aún, para convertirse en un mero ser instintivo, desprovisto de los valores que le permiten establecer una unidad armónica con la naturaleza.  De hecho, el proceso de la decadencia física y moral de Santa que presentan las acciones de la novela, revela que el conflicto ético así formalizado artísticamente remite de manera directa a la ruptura o disfuncionalidad del orden natural, de la unidad hombre/naturaleza, que hace posible la ciudad, como lugar de encuentro burgués; dicha ruptura, creo, tiene su origen en el choque de percepciones que se da entre la visión romántica del mundo y la búsqueda de la armonía universal que maneja el narrador… y los valores de un intercambio materialista burgués, que revela el tiempo-espacio citadino en el cual se ubica la acción. (4)

 

El poder del dinero es el que prevalece en ese mundo material y aquellos que no lo poseen son consumidos paulatinamente, tal y como sucede con los hermanos de Santa a quienes la fábrica donde trabajaban “a modo de gigantesco vampiro, les chupa la libertad y la salud” (51).  Una vez en la metrópolis, ellos son tragados por “la ciudad vorágine” (128). 

Es por todo lo hasta aquí expuesto que, Santa como testigo y protagonista de esta anómala situación que prevalece en la ciudad de México, se reapropia de dicho espacio urbano y genera su propia versión contradiciendo, así, al discurso hegemónico; el cual intenta mantener una visión falsa y mitificada de la urbe y que pretende negar la existencia de los males sociales que abundan en una ciudad racista, clasista y corrupta.  La protagonista de Gamboa se erige como un sujeto transgresivo que va develando los puntos neurálgicos de una sociedad que le niega toda oportunidad a los seres que se encuentran en la periferia, pero que también son parte activa y determinante en ese mundo descrito por Gamboa; mismo que se haya dominado por un sistema económico que favorece solamente a unos cuantos. 

 

 

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