Silencio, resistencia y despertar femenino en Canto rodado, de María Barbal

 

Claudia García

University of Florida

 

 

Este trabajo se centrará en la novela Canto rodado (1984, 1985), de Maria Barbal, en la cual se refiere la vida de una mujer campesina en Cataluña, desde comienzos de siglo hasta los años ochenta. El texto da paso a la voz de la protagonista, Conxa, quien, ya en su vejez, hilvana su pasado: su infancia en un pequeño pueblo de montaña, su partida a los trece años para establecerse con los tíos en una población cercana, su boda con Jaume, el nacimiento de sus hijos, la participación del marido en la República y su posterior ejecución, seguida del encarcelamiento temporario de Conxa y de las hijas. La posguerra, período de humillación y pobreza para toda la familia, marca el ocaso de la vida rural. Acompañando a su hijo que consigue trabajo como portero, Conxa se traslada a Barcelona.

Al seguir la subjetividad de la protagonista en su proceso de cambio, la novela se inscribe en el paradigma de la ficción del desarrollo femenino. Ese desarrollo, observado aquí en su intersección con el despertar de la conciencia política y de clase, constituye el punto de arranque de una actitud crítica más general, y puede leerse como un ejercicio de la memoria histórica. La novela registra las condiciones de vida en la España rural a comienzos de siglo, para sesgadamente dar cuenta de las transformaciones sociales impuestas por el proceso de modernización económica. Por una parte, el texto describe el costo --el sufrimiento-- que acompaña el despertar de la conciencia de Conxa y hasta qué punto éste es una imposición de las circunstancias. Por otra parte, muestra cómo, para el sujeto social representado (femenino, rural, oprimido económica y políticamente), esa toma de conciencia constituye un proceso dinámico pero no lineal, que abarca varias generaciones de mujeres, y se caracteriza por la heterogeneidad de las posiciones de éstas. Por último, Canto rodado narra al mismo tiempo el silencio y la voz de Conxa, subrayando que la sumisión del personaje no implica falta de memoria histórica.

La lectura que propongo en estas páginas entiende la novela como un cuestionamiento de la Historia, ejecutado con extrema simplicidad. Tal cuestionamiento --principio constructivo de la novela-- genera un conjunto de estrategias narrativas: el examen de éstas me permitirá demostrar cómo el texto socava la historia de los héroes y de los grandes acontecimientos, a favor de otra cuyo tono menor es, en sí mismo, una toma de posición política. Las estrategias textuales convergen hacia dos núcleos aglutinantes: la deliberada hibridez genérica y el punto de vista elegido. Por un lado, esta hibridez (a) se vincula con la vacilación del texto, que comparte rasgos de la narración autobiográfica y de la testimonial, de modo que la novela se inscribe entre la aventura del sujeto individual y único, y la del individuo representativo de una comunidad; (b) se manifiesta como un tironeo entre escritura y oralidad, polos no excluyentes entre sí pero que generan múltiples opciones a la hora de interpretar la relación del conjunto textual con el sujeto que lo enuncia (¿voz interior? ¿relato escrito? ¿relato oral?).

Por otro lado, la elección del punto de vista dispara un cuestionamiento doble, tanto de la “gran narrativa” patriarcal como de la deconstrucción feminista de esa narrativa. El texto, en efecto, focaliza en Conxa, a quien definen su sumisión al esquema patriarcal hegemónico, y su amor por Jaume; los años de plenitud de Conxa, así como el inicio de su conciencia crítica están subordinados a esta relación. Conxa está lejos de ser una heroína feminista; más vale, su incipiente conciencia de género es una experiencia a regañadientes, vinculada con el desmoronamiento de un mundo en el que se consideró feliz. Gayle Greene señala cómo

[f]eminist fiction is not the same as “women’s fiction” or fiction by women. Not all women writers are women’s writers and not all women’s writers are feminist writers, since to write about “women’s issues” is not necessarily to address them from a feminist perspective…Yet whatever a writer’s relation to the women’s movement, a novel may be termed “feminist” for its analysis of gender as socially constructed and capable of being reconstructed and for its enlistment of narrative in the process of change. (199)

 

Con economía y reticencia características de su escritura (Glenn), Barbal plantea a través de su protagonista los elementos de un análisis de género que el discurso de Conxa articula sólo indirectamente (a través de otros personajes), o de modo parentético. Al mismo tiempo, el registro de esos elementos es el resultado de un proceso traumático, conflictivo, y violento, impuesto desde el exterior para la protagonista (relacionado con el proceso político de la República y de la Guerra Civil).(1) De esta forma, la construcción y reconstrucción social del género están captadas en lo que significan de restricción (y no de ampliación) para el sujeto femenino que las experimenta.

Con respecto a las estrategias movilizadas en función del punto de vista, será posible rastrear esa dualidad deconstructiva que señalé más arriba en varios planos: (a) en la estructuración temporal de la novela, que combina un tipo de organización cronológica del material narrativo con otro nucleado alrededor del despertar de la protagonista; (b) en la contraposición del tiempo de la enunciación y el tiempo del relato, la cual sostiene parcialmente el código hermenéutico, y refinando el instrumental de la memoria (lo que se recuerda desde el presente, lo que se recuerda que se recordaba en el pasado), inscribe una marcación femenina del transcurrir temporal; y (c) en la doble dialética de la voz del yo/ voces sociales, y voz/ silencio, que permite consignar tanto la heterogeneidad del sujeto social representado como el desarrollo de la visión crítica de la protagonista.

Antes de abordar el análisis más detallado de las estrategias textuales ya mencionadas, quiero repasar brevemente algunos aspectos del contexto histórico en que se desarrolla la novela. En los primeros treinta años del siglo XX, los procesos de industrialización y urbanización en España produjeron un grado de activismo político y de agitación social que la oligarquía fue incapaz de absorber. Las élites económicas delegaron el poder político en el ejército para controlar o eliminar las consecuencias de la transición de una sociedad agrícola a otra industrial (Richards 174). Así, el franquismo representa un intento de des-asociar la modernización económica de la modernidad cultural por medio de la represión, erradicando el pluralismo, e imponiendo una “purificación colectiva” a través del sacrificio, que castigó sobre todo a las clases populares y a los enemigos políticos (Graham 169, Richards 176-179).

Por otra parte, Barcelona, punto de referencia histórico del federalismo español, la “gran ciudad” que desafiaba la omnipotencia del estado, se convirtió en foco del descontento generalizado. En 1931 se crea Esquerra Republicana, coalición populista de republicanos (rurales y urbanos) y nacionalistas catalanes, que dominaría la política regional durante la guerra. La proximidad del conflicto, pese a los refugiados y al hambre, no se percibió hasta finales de 1937; sin embargo, la victoria franquista de febrero de 1939, después de un año de bombardeos feroces, fue aplastadora (Ucelay 144-151). Como mostrará el examen de las estrategias textuales a continuación, este conjunto de circunstancias son determinantes en el desarrollo de la historia de Conxa, a pesar de que rara vez ocupan el primer plano en la narración.

¿Es Canto rodado la historia de una mujer única o la de una campesina como muchas otras? Varios elementos subrayan un grado de hibridez genérica en el texto, entre lo autobiográfico y lo testimonial. La “Nota preliminar” establece claramente que se trata de un texto de ficción, en el que Conxa tiene categoría de personaje, texto que M.B., la persona real que firma la “Nota” y el texto entero, asume como propio. Estamos, así, frente a una novela que se presenta como una narración autobiográfica, e implícitamente asume los supuestos del género (afirmación de un sujeto percibido como individual, único, coherente, por lo general de clase media o alta). De este modo, los elementos que confirman la extraordinariedad relativa de Conxa en su medio apuntan a lo autobiográfico, como su aspecto físico (13), su sensibilidad estética (25, 26), su acceso a la educación (10-11), y las cualidades personales que la vuelven centro de la atención ajena (28, 29, 66).

Sin embargo, la voz de la autora, justificando el modo de expresión de su protagonista ante la mirada de un lector urbano (heterogéneo con respecto al entorno rural que caracteriza a Conxa), evoca la función intermediaria del editor letrado del testimonio, a la vez que subraya el valor testimonial de la voz de Conxa para dar cuenta de su mundo.(2) Por otra parte, el título de la novela enfatiza el aspecto representativo de la historia. La imagen del canto rodado, esa piedra pequeña y anónima en medio de muchas otras iguales, aproxima el texto de Conxa a la narración testimonial.

Rumbo a la cárcel de Montsent, aturdida por el arresto de Jaume, en un camión donde sólo mujeres y niños van prisioneros, Conxa afirma: “Tengo la sensación de ser una piedra en un pedregal. Si alguien o algo atina a moverlo, me deslizaré rodando hacia abajo con las otras piedras; de lo contrario, me quedaré aquí quieta durante días y días” (86). Como en el testimonio, se narra una toma de conciencia política; la imagen epifánica del canto rodado surge en esa instancia textual, subrayando la inclusión del sujeto individual Conxa en el sujeto colectivo. En tanto metáfora de una subjetividad masificada, sin embargo, la imagen del canto rodado adquiere otra valencia más adelante, cuando las prisioneras son trasladadas al albergue.


Nos llamaban “rojos”. En aquel pueblo, también habían matado a varios hombres y otros muchos habían pasado a Francia…Un día, una chica más o menos de la edad de Elvira, la insultó porque los rojos habían matado a su novio…Había quienes hubieran deseado que, además de tanta pena, nos sintiéramos malvados. ¿Por qué las piedras van al pedregal? (95).

 

Así, el “canto rodado”, más que referirse a una posicionalidad política determinada, da cuenta de las identidades colectivas a las que el sujeto individual se incorpora, y frente a cuya dinámica o inercia resulta más fácil ceder que resistir.

Relacionado también con la hibridez genérica del texto, se presenta el doble régimen de la narración, que la hace oscilar entre la escritura (autobiografía) y la oralidad (testimonio). Por cierto, estos dos polos no se excluyen mutuamente. Sin embargo, como no hay en el texto una justificación explícita sobre cuál es la relación del sujeto de la enunciación con el enunciado, se generan al menos tres opciones interpretativas. El conjunto textual puede entenderse como (a) la voz interior de Conxa que rememora el itinerario de su vida, desde Ermita hasta Barcelona, en cuyo caso la división del todo en partes correspondería al autor implícito, diferenciado de la autora biográfica M.B.; (b) la narración que por escrito hace Conxa de su vida, de modo que es ella misma quien la divide en tres partes; y (c) el relato oral de Conxa a un interlocutor o interlocutora –quizás M.B.—que transcribe el texto y define sus partes. Ya sea como voz interior, escritura o voz oral que un mediador fija por escrito, el texto capta la intimidad de una voz caracterizada por su reticencia, que fluctúa entre dejarse organizar desde el exterior por las formas de la oralidad (9,11, 14, 21, 26, 82,), o desde su propia interioridad a través de la palabra escrita (19-20, 25, 63, 75, 109-110).

Me he referido antes a la importancia del punto de vista de Conxa para formular un doble cuestionamiento de la escritura de la historia, tanto en su versión patriarcal (que focalizaría en la figura de los héroes, las fechas, las batallas, el espacio público) como en sus versiones posmodernas, caracterizadas por el enfoque feminista y por los procedimientos metatextuales.(3) Constrastando con esta mayor sofisticación, Canto rodado se mantiene dentro de las convenciones del realismo. Conxa es una mujer común y corriente, una campesina con escaso acceso a la educación, adaptada a la estructura patriarcal de la sociedad de su tiempo, y que, en concordancia con los límites del mundo rural donde vive, da cuenta de los procesos históricos a través de la inmediatez del espacio privado.(4) Por lo tanto, el cuestionamiento de la historia en el texto se despliega en el manejo predominantemente femenino de la temporalidad, en primer término, y, en segundo lugar, en la irrupción de las voces sociales en el seno del discurso de la protagonista.

Al examinar las diferencias de género en las novelas de autoformación personal (Bildungsroman), Elizabeth Abel, Marianne Hirsch y Elizabeth Langland identifican dos estructuras narrativas recurrentes en la ficción del desarrollo femenino.(5) La primera es una estructura de aprendizaje, cronológica, que sigue el modelo de crecimiento lineal masculino; en la otra, más específicamente femenina, el desarrollo está asociado a un despertar, que quiebra el marco temporal convencional instituyendo una ruptura con la autoridad de los padres o del marido (11-12). En Canto rodado se combinan los dos tipos de estructuración. En un nivel profundo, la novela progresa cronológicamente siguiendo el desarrollo de Conxa desde su infancia en Ermita, su juventud y madurez en Pallarès, hasta su vejez en Barcelona. En este plano, la protagonista se conforma a las expectativas sociales de su época, clase social y medio ambiente rural, y son numerosas las instancias textuales que manifiestan su sumisión y obediencia a la familia (11, 23, 26, 36, 42, 44, 68, 74, 76, 114). Abel et al. señalan cómo el esfuerzo de las protagonistas suele concentrarse en dar voz a sus aspiraciones (7). En el caso de Conxa, el llanto y la experiencia física de la angustia –literalmente, el angostamiento de la garganta—sustituyen la expresión de la voz, y coinciden con los momentos de ruptura, como la partida de la casa paterna y el fusilamiento de Jaume (14, 94, 97).

Este nivel cronológico, más cercano al modelo masculino, sirve de soporte para la estructuración del texto según el despertar de la protagonista. El ordenamiento cronológico rige la división de la novela en tres partes; pero el lapso que en cada una de ellas se narra es disímil, y está ligado a la toma de conciencia de Conxa. Se trata de un proceso paulatino, dependiente de la figura de Jaume, que llega a su clímax al fin de la segunda parte y comienzos de la tercera. En un primer momento, Conxa no puede entender a Jaume simplemente porque no ha sido expuesta a los estímulos ideológicos adecuados: esto es un efecto de la estructuración patriarcal de género, que favorece niveles desparejos de actividad pública y de conciencia política entre los sexos (44-46, 56, 71, 81-82). Sin embargo, como consecuencia del trauma de la guerra (exterminio, represión), Conxa despierta a una nueva comprensión del mundo. Así, la primera parte abarca unos cinco años (desde que Conxa, adolescente, llega a Pallarès hasta que conoce a Jaume); la segunda cubre desde su casamiento hasta el inicio de la Guerra Civil, es decir unos dieciséis años; y la tercera, desde la derrota republicana hasta el presente de la enunciación (aproximadamente cincuenta años).

La coexistencia en el texto de ambas formas de estructuración (cronológica y de despertar) subraya dos elementos. Por un lado, refleja la dualidad en la interioridad de la protagonista, quien comprendiéndose a sí misma como una mujer tradicional, adaptada al orden patriarcal de su mundo, se ve obligada, por causa de la violencia política, a hacer una revisión crítica de las circunstancias de su vida. Por otro lado, expresa el fluir liberador de la memoria crítica y emotiva, la cual, identificando núcleos significativos, se demora en ellos alterando la ecuanimidad del tiempo cronológico. Así, pese a que en la vida de Conxa ha primado su sumisión a las estructuras dominantes (patriarcales más que políticas) –y el texto da cuenta de ello empleando la organización cronológica como sedimento o sustrato del despertar—, el peso climático de los episodios rememorados converge en la zona central del texto, cuando se inicia su distanciamiento crítico de esas estructuras.

Margaret Lourie, Domna Stanton y Martha Vicinus, a propósito de la relación específica de la mujer con la memoria, se preguntan si “women’s memories have a special relation to time” (1). La marcación del transcurrir temporal en Canto rodado parece ofrecer una respuesta afirmativa. En primer término, el texto introduce la discriminación entre el tiempo del relato y el tiempo de la enunciación (“Estaba claro que en casa éramos muchos. Y me digo que alguien sobraba” [9]), pero retiene la información acerca de cuál es, exactamente, el presente desde el que Conxa rememora. De este modo, un elemento del código hermenéutico –el planteamiento y desarrollo del enigma— está imbricado con la temporalidad en la novela. Nos enteramos de que la protagonista es octogenaria a pocas páginas del final, lo cual obliga a hacer un ajuste de perspectiva, enfatizando la disolución de las fronteras entre pasado y presente, y subrayando la actualidad del pasado:
 

No podía creer que aquellas dos mujeres con hijitos y aquel hombre que se casaba fueran mis hijos…Los años posteriores a la guerra formaban un punto fijo, inmóvil, siempre igual. Me había quedado detenida en aquella mañana en que los soldados llamaron a la puerta, o quizás me había perdido en el albergue aragonés…[P]or fin, empezaba a llegar la hora de morir, porque ya tenía más de cincuenta años y no deseaba nada del presente ni del futuro…Al pensar en ellos, ahora, sonrío. Me tocó vivir treinta años más y, aunque inútil, sigo respirando. (111)

 

La voz de Conxa, testigo de casi un siglo de historia, afirma la vigencia traumática del pasado para el sujeto social que ella representa, y –en relación con el contexto histórico en que se publica la novela-- solapadamente critica el discurso de la reconciliación, en que se basó la transición democrática después de la muerte de Franco. Por otra parte, Conxa también formula una visión crítica de los efectos de la modernización económica y del proceso de urbanización, que acentúa el contraste entre el elemento paradisíaco que aflora en sus memorias anteriores a la guerra (descripción de la casa, de la naturaleza, registro del paso de las estaciones, libertad de movimientos), y el entorno urbano, regimentado y gris, de su vejez (117).

En segundo término, la interrelación entre la instancia de la enunciación (desde la cual se rememora) y la del enunciado (aquélla del tiempo rememorado) se reproduce en el tiempo del relato. La memoria de la protagonista, como un refinado instrumento, va hilvanando sus recuerdos presentes con lo que ella recuerda que recordaba en el pasado (“Durante aquellas horas de caminata silenciosa…, sólo pensaba en las horas buenas vividas en el pueblo donde nací…Recuerdo los tres inviernos de escuela” [1]). Esta memoria telescópica, que colapsa todo pasado en la acción del rememorar, se engarza con un registro marcadamente femenino del transcurrir del tiempo, cuyos puntos de referencia privilegian los hitos del mundo familiar y del entorno campesino. Esto es sobre todo notorio en la segunda parte de la novela, en la que los acontecimientos de la vida personal-familiar de Conxa y los de la vida política del país se entrelazan profundamente, pero son los primeros los que sirven de anclaje a la memoria (43, 44, 45, 51). Incluso la mención de hitos como la exposición de Barcelona de 1929, el inicio de la República en el 31 y el comienzo de la Guerra Civil en el 36 ingresan en el texto subordinados a eventos del orden familiar: la visita de la tía a la exposición (55, 56), la muerte de la madre (60), y la cancelación de la estadía de los primos de Barcelona en Pallarès (79-80), respectivamente.

Por otro lado, la estructura de la novela --enhebrada de secuencias narrativas-- establece el principio de equivalencia entre los episodios, rescatando la trascendencia de memorias en apariencia nimias desde la perspectiva de la Historia (como la excursión a recoger setas, 63-65), y poniéndolas en un mismo nivel con otros epsiodios más convencionalmente relevantes (59-61, 99-104). Los espacios en blanco que separan los fragmentos pueden leerse como silencios textuales, que expresan tanto saltos temporales como tiempos no narrados pero contemporáneos de los que se narran. En ambos casos, los blancos gráficos apuntan a la función del silencio en la novela, el cual constituye, quizás, el desafío central del texto. ¿Cómo articular el cuestionamiento de la Historia desde la perspectiva de un sujeto social caracterizado por su sumisión y su silencio?

La crítica ha señalado el uso de estrategias de reticencia (silencios, omisiones, eufemismos, blancos tipográficos) en la escritura de muchas mujeres, entre ellas Barbal (Glenn). En Canto rodado, es posible rastrear una dialética entre la voz y el silencio: la voz sumergida de Conxa, cuyo registro, en el texto, está entretejido con otras voces femeninas y masculinas –las que a su vez moldean la de la protagonista--, y el silencio, que presenta funciones plurivalentes en el mundo de ficción representado.

Por una parte, el silencio es un atributo intrínseco de Conxa, que la define desde la adolescencia hasta la vejez, y del que ella es consciente: “Yo no opinaba lo mismo, pero no sabía cómo expresarme, cómo rebatir sus palabras” (46); “Yo creía que el mar de fondo que había en la casa le quitaba el apetito; pero, antes de decirlo, me hubiera mordido la lengua…Quizá me había convertido en una roca dura, sencillamente, quizá nunca supe rebelarme. Y decir: todavía no he muerto” (114). Su silencio la diferencia de otras figuras femeninas, como Delina (30, 52) o Elvira (89, 90, 95); y, en otras ocasiones, éste es expresión de su falta de conciencia política (“Jaume está exaltado…Salgo de estas conversaciones sofocada. Mejor será que no pregunte [qué es pueblo]. Hoy me ha regañado porque le he dicho que nos pedían a la niña” [82]). Por otra parte, el silencio en el texto tiene un valor cultural, que expresa comportamientos normales en la comunidad rural a la que pertenece Conxa, como indica la excepcional locuacidad de su madre al inicio de la novela (14), o la conducta de sus tíos (18, 22-23).

En tercer término, Conxa usa su silencio como un arma de resistencia: primero, en el mundo familiar, para influir sobre la decisión de sus tíos, opuestos a su boda con Jaume (42); luego, durante la represión política, su silencio será, además, una estrategia compartida de supervivencia: “Nos comportábamos como si fuéramos mudas y, cuando parecía que Mundeta iba a abrir la boca, le cogí una mano con mucha fuerza” (99-100). Este silencio consciente, completamente distinto del silencio de sumisión que refleja la conducta aprendida y habitual de Conxa a lo largo de la novela (20, 23, 26,42), en la vejez funciona como refugio (“Barcelona es aprender a callar, a callar y a callar. Hasta que me preguntan algo” [118]). Frente a la desvalorización de la figura del anciano en el mundo moderno, el silencio del personaje adquiere el valor de un caparazón –una concha—desde donde sólo la memoria le permite desplegar y rearticular su identidad.(6)

Como en una partitura, la voz de Concha, siendo casi subterránea en el universo representado, es la melodía que da coherencia y continuidad al discurso de la novela. Sin embargo, su voz deja aflorar las voces de otros personajes, tanto por medio del discurso directo libre (10-11, 14, 18, 22, 52, 76, 77), como del indirecto libre (34, 44), en un procedimiento muy cercano a las formas de la oralidad. A través de la fagocitación de las voces ajenas en el discurso propio –no hay marcas tipográficas que distingan lo que dicen ellos de la propia voz de Conxa—la narradora da cuenta de la ambivalencia constitutiva del despertar de Conxa personaje, que oscila entre asumir ese discurso como propio e indicar al mismo tiempo que es ajeno.(7) Así, registra la heterogeneidad del sujeto social representado, y despliega elementos de una crítica de género y de clase cuya articulación esboza (45) o realiza indirectamente, a través del discurso de otros personajes (74). Las figuras de Elvira y de su tía, que presentan rasgos de ruptura con respecto al modelo tradicional de mujer sometido al esquema patriarcal (16, 71, 105), están balanceadas por el mayor número de personajes femeninos que, como la protagonista, se conforman a las expectativas hegemónicas (Delina, Angeleta, la madre de Conxa).

En conclusión, Canto rodado ofrece una visión de la historia española del siglo veinte desde la perspectiva de un sujeto social oprimido y silenciado, tanto por sus circunstancias de género, clase y afiliación política, como por su pertenencia al entorno rural. Con un lenguaje estético que hace hincapié en la transparencia y en la recuperación de la oralidad, el texto despliega la voz de Conxa quien, al hilvanar sus memorias, cuestiona implícitamente otras versiones de la Historia. La vida de la protagonista, indisolublemente ligada a los procesos políticos y sociales que se pusieron en marcha con la modernización económica de España, ha sido marcada –y, en un sentido profundo, detenida— para siempre por el trauma de la guerra. Siendo una mujer campesina, tradicional, que ha asumido pasivamente y sin rebeliones el orden patriarcal de su mundo, Conxa experimenta el despertar de su conciencia política y de género a causa de la violencia del conflicto y de la posguerra franquista, que cuidadosamente castigó a los vencidos. La novela capta la intimidad de una subjetividad femenina cuyo silencio es muchas veces expresivo de su sumisión a las estructuras hegemónicas, pero que, en tanto arma de resistencia y refugio de su interioridad, ha favorecido el ejercicio de su conciencia crítica.

 

 

Notas

 

(1).   A diferencia de Jaume, que tiene inquietudes políticas y una participación activa durante la República, lo que ocasionará su fusilamiento, Conxa aparece como recipiente pasiva de los cambios politicos que impactan en su vida y en su medio. En este nivel, se mezclan rasgos de género con otros dependientes de la clase social y de la pertenencia al medio rural.

 

   (2)Es preciso aclarar que la “Nota preliminar” aparece sólo en la versión en catalán del texto. Su ausencia en la traducción al castellano puede reducir la eficacia de mi argumento, en el sentido de que éste no sería consistente con una deliberada intención autoral de presentarse como “mediadora” del texto. Creo, sin embargo, que el argumento no resulta invalidado; la nota ausente remitiría a la inevitable pérdida expresiva ocasionada por la version al castellano.

 

(3).   A modo de ejemplo, quiero mencionar dos textos que contrastan con Canto rodado desde esos parámetros: Soldados de Salamina (2001), de Javier Cercas y El cuarto de atrás (1984), de Carmen Martín Gaite. Ambas novellas ejectuan sus prropias deconstrucciones de la historia con singular calidad literaria; sin embargo, ambas se contraponen al texto de Barbal, que está definidod por su cuidadoso tono menor y por la transparencia de su escritura.

(4).  
“Cuando nos metíamos por tales vericuetos [el futuro del país, la justicia] siempr eme ocurría lo mismo. Una espesa niebla avanzaba hacia mi cerebro y, de allí, pasaba al corazón, dejándolo helado y a oscuras. Yo estaba acostumbrada a conocer lo que veía, a hablar de lo que sentía. No sabía nada que quedara lejos de Pallarès o de Montsent o de Ermita” (56).

(5).  
Las obras estudiadas pr las autoras pertenecen pricipalmente a la tradición anglosajona.

(6). 
Cabe señalar que el silencio de sometimiento aparece asociado al llanto y la angustia, en tanto que el silencio estratégico está vinculado a la catarsis y al grito (102).

(7).  
Por el contrario, el texto indica claramente a través del uso de comillas y cursive las ocasiones en que el discurso referido se percibe y se incorpora como ajeno. Es el caso de la carta del primo de Barcelona (179-80), y las voces de los soldados (85, 91, 99).

 

 

Obras citadas

 

Abel, Elizabeth, Marianne Hirsch, and Elizabeth Langland, eds. Introduction. The Voyage In. Fictions of Female Development. Hanover, NH: University Press of New England, 1983. 3-19.

 

Barbal, Maria. Canto rodado. Barcelona: Lumen, 1994.

 

Cercas, Javier. Soldados de Salamina. Barcelona: Tusquets Editores, 2005.

 

Glenn, Kathleen. Discourse of Silence in Alcanfor and “Te deix, amor, la mar com a penyora”.

 

Graham, Helen and Jo Labanyi. Spanish Cultural Studies. An Introduction. The Struggle for Modernity. New York: Oxford University Press, 1995.

 

Graham, Helen and Jo Labanyi. “Building the State and the Practice of Power 1940-1959”. Graham 169-171.

 

Greene, Gayle. “Feminist Fiction and the Uses of Memory”. Signs 16 (1991): 290-321.

Lourie, Margaret, Domna Stanton, and Martha Vicinus. “Introduction”. Michigan Quarterly Review 26.1 (1987): 1-8.

 

Martín Gaite, Carmen. El cuarto de atrás. Barcelona: Destino, 2001.

 

Richards, Mike. “The Material Reality of State Power”. Graham 173-195.

 

Ucelay Da Cal, Enric. “Catalan Nationalism: Cultural Plurality and Political Ambiguity”. Graham 144-151.