La ciudad neoliberal en la novela negra argentina:

 Puerto Apache, de Juan Martini

 

 

Natalia Jacovkis

University of Florida

 

 

Argentina es seguramente el país con mayor tradición de novela policial en toda Latinoamérica. Si bien ya desde fines del siglo XIX comienzan a publicarse textos policíacos, es Jorge Luis Borges quien en la década del cuarenta populariza y legitima el género. Pueden considerarse policiales cuentos como “La muerte y la brújula” o “Emma Sunz”, pero es el libro Seis problemas para don Isidro Parodi (1942), escrito con Adolfo Bioy Casares, el que se considera como clave para el desarrollo del género policial en la Argentina. Al mismo tiempo, como crítico, Borges publicó numerosos artículos, ya en la década del treinta, defendiendo el género policial en su vertiente inglesa, especialmente la labor del novelista G. K. Chesterton. Sin embargo, desde la década del sesenta, es la vertiente negra o americana del policial la que tomará preponderancia en la Argentina, en consonancia con la evolución del contexto histórico político del país. Escritores como Osvaldo Soriano, José Pablo Feinmann, Juan Sasturain, Juan Martini y Jorge Manzur escribirán en la década del setenta y del ochenta novelas que pueden enmarcarse en la variante negra del género, textos siempre inmersos en la coyuntura política del país. En los últimos veinte años parece haberse dado un boom de la novela policial negra a nivel latinoamericano, con autores como Paco Ignacio Taibo II, Ramón Diaz Eterovic o Rubem Fonseca, coincidente con la implantación en el continente de políticas económicas neoliberales y sus consecuencias en el incremento de la pobreza, la marginalidad, la corrupción y la violencia en las sociedades latinoamericanas.

Mi intención en este artículo es examinar una de las novelas que se inscriben en esta tendencia, Puerto Apache (2002) de Juan Martini, donde la utilización formal del género sirve como herramienta de crítica social al programa neoliberal hegemónico. Me focalizaré en la representación que la novela hace del espacio urbano, en este caso el de Buenos Aires, y su análisis de la descomposición del tejido social. El texto, sin embargo, también presenta sus límites, ya que la única alternativa al modelo neoliberal que plantea parece ser una vuelta al ideario liberal que dio lugar al surgimiento de la nación argentina moderna.

La crisis del Estado moderno argentino se pone abiertamente de manifiesto durante la década del noventa. Si durante los ochenta hubo un esfuerzo consciente por parte del gobierno de Raúl Alfonsín por restaurar las instituciones del estado, y la confianza de la ciudadanía en éstas, luego de la brutal dictadura que gobernó al país entre 1976 y 1983, en los noventa quedó claro no sólo que estos procedimientos formales no eran suficientes, sino que también hubo un esfuerzo por parte del gobierno de Carlos Saúl Menem por desmantelar estas instituciones estatales, instaurándose un discurso hegemónico donde primaba la lógica neoliberal de mercado. Menem gana las elecciones en 1989 y es reelegido con casi el 50% de los votos en 1995. Implementó un programa económico neoliberal cuyas estrategias principales fueron la reducción del gasto público, las privatizaciones, la paridad cambiaria, el otorgamiento de amplias facilidades a la inversión extranjera y la apertura comercial. La amplia afluencia de capitales extranjeros en la primera mitad de la década del noventa permitió disimular los graves efectos que estas políticas causaban, y dio lugar a una aparente situación de estabilidad y crecimiento del país. A su vez, la lógica del consumo, el individualismo y el mercado se extendieron a otros ámbitos que sobrepasaban el económico, transformándose así en el discurso rector de la vida cotidiana. Sin embargo, este fenómeno no apareció de la nada en la Argentina. Por el contrario, había comenzado, en el plano económico, por el plan de liberalización de los mercados financieros y destrucción de la industria nacional puesto en marcha por la dictadura y, en el plano social y cultural, primero por el discurso totalizador y monolítico de la dictadura, y luego por las interpretaciones tranquilizadoras que sobre ese período se habían hecho durante la época alfonsinista. El proyecto económico menemista fue continuado por su sucesor, Fernando de la Rúa, ganador de las elecciones en 1999, quien, para contrarrestar la creciente recesión de la economía propuso un severo plan de ajuste. Sin embargo, la falta de inversiones extranjeras, conjugada con una serie de factores externos, más la intensificación de la crisis económica y social interna dieron lugar a los episodios del 19 y 20 de diciembre de 2001, cuando una masiva protesta popular espontánea que surgió en todo el país, brutalmente reprimida por la policía, forzó al presidente a renunciar.

Este es el contexto en el que se publica Puerto Apache en el año 2002. Su autor, Juan Martini (Rosario, 1944) cobró notoriedad como escritor de novelas policiales en la década del setenta con títulos como El agua en los pulmones (1973), Los asesinos las prefieren rubias (1974) y, escrita ya durante su exilio en Barcelona, El cerco (1977). Si bien durante la década del ochenta su narrativa no se centró en el género policial, vuelve a él a fines de la década del noventa. En el año 2000 aparece El autor intelectual, y dos años más tarde Puerto Apache.

Puerto Apache retrata una Buenos Aires en la década del 90 donde el gran desarrollo de la construcción, que le dio una fachada de ciudad globalizada esconde los sucios negocios que desde el poder se hicieron en esta década. En la Reserva Ecológica, espacio próximo a Puerto Madero, símbolo del desarrollo urbano de los 90, se levanta un asentamiento de varias manzanas donde sus habitantes viven sumidos en la pobreza. La ciudad es un espacio dominado por matones al servicio de grupos de poder, la violencia es lo que domina, y por ello el género policial se convierte en una forma de dar cuenta de un espacio híbrido, cuyo significado está dado por las actividades de sus ocupantes y donde las líneas de demarcación entre las instituciones encargadas del orden y la criminalidad están totalmente borradas.

Puerto Apache está narrada en primera persona, desde el punto de vista del Rata, su protagonista. El Rata es un pequeño malviviente, habitante del asentamiento Puerto Apache, que sobrevive actuando como correo al servicio de un empresario gastronómico que es en realidad un traficante de drogas. Se ve envuelto en una trama criminal muy a su pesar, al ser acusado de haberse quedado con dinero perteneciente a su jefe. Para poder sobrevivir, debe investigar qué es lo que en realidad sucedió. El Rata es un curioso “flâneur” en la Buenos Aires de fin de siglo XX. Sin embargo, ha cambiado un hecho respecto del “flaneur” original: la ciudad en la que se mueve el personaje difiere mucho de las ciudades de la modernidad.

La Buenos Aires que el Rata recorre es la que el crítico Adrián Gorelik desde el ámbito de los estudios urbanos ha llamado “la ciudad de los negocios” (192). Esta concepción política del estado y de la sociedad urbana se ha instalado en la década del noventa como sentido común, “como clima ideológico de época que define el horizonte del debate incluso para el progresismo político” (193). Se trata de un modelo de política urbana que “ha convertido su espacio público y sus infraestructuras públicas en objeto de negocio” (193). Pocos espacios urbanos porteños simbolizan esto tan bien como Puerto Madero, un fabuloso negocio inmobiliario que recicló espacios abandonados del puerto porteño en residencias privadas y restaurantes exclusivos, convirtiendo la zona en una de las más caras de la ciudad. De aquí proviene el título irónico de la novela, Puerto Apache, juego de palabras entre Puerto Madero y Fuerte Apache, un complejo de viviendas populares en el oeste del Gran Buenos Aires, famoso por su alto índice de criminalidad. Puerto Apache, el asentamiento instalado en la Reserva Ecológica, en la periferia de Puerto Madero, simboliza la contracara de estos lujosos proyectos inmobiliarios, las villas y asentamientos que crecieron a la par de estos, consecuencia de las políticas estatales durante el menemismo. La lógica de esta ciudad es la lógica del “shopping center”, que “se monta con comodidad sobre el fin del ciclo progresista, en la decadencia económica y la retirada del Estado, porque es la avanzada de una ciudad que ya no supone la expansión y la homogeneización, sino que trabaja sobre el contraste y la fragmentación” (Gorelik 200). El Rata lo explica bien:


La única idea que los presidentes y los empresarios y los capos tenían para la Reserva era quemarla. Todos querían quemarla, declararla inútil, yerma, se dice, evacuada por la fauna y hacer negocios. Mover guita. Toneladas de guita. Poner bancos, restaurantes, casinos clandestinos, hoteles, quilombos, emprendimientos así. Esta ciudad no puede imaginar otra cosa. La forma de transformar el plomo en oro es quemando arbolitos y jodiéndole la vida a los patos. Reventar reservas, parques nacionales, tierras fiscales… Nada legal. Entonces se nos ocurrió que no era un mal lugar para vivir […] Acá pasa un poco de todo, pero nadie mata un mosquito. (17)

 

La novela utiliza los recursos formales del género negro, aunque siempre adaptándolos al contexto argentino. En un famoso artículo sobre Raymond Chandler, Fredric Jameson señala que:


The form of Chandler’s books reflects an initial American separation of people from each other, their need to be linked by some external force (in this case the detective) if they are ever to be fitted together as parts of the same picture puzzle. And this separation is projected out onto space itself: no matter how crowded the street in question, the various solitudes never really merge into a collective experience, there is always distance between them. (131)

 

El universo simbólico de las novelas de Raymond Chandler refiere a las particularidades de la sociedad norteamericana, fragmentada y atomizada. Como señala el mismo Jameson, “in European countries, people no matter how solitary are still engaged in the social substance; their very solitude is social; their identity is inextricable entangled with that of all the others by a clear system of classes, by a national language…” (131). Pese a las grandes diferencias que impondrían el ser un país central o periférico en el sistema capitalista mundial, algo similar a la observación de Jameson acerca de Europa podía decirse de la Argentina al menos hasta hace 30 años. Pero, como señala Pierre Bordieu en “The essence of neoliberalism,” el neoliberalismo se caracteriza por ser un nuevo discurso global que conforma un programa político para la destrucción metodológica de todos los colectivos. En Argentina, este particular efecto del neoliberalismo se combina con los métodos represivos de la dictadura militar, entre cuyos claros objetivos estaban la fragmentación del tejido social para poder implantar sin resistencia este mismo programa económico neoliberal. En Puerto Apache, el Rata es una figura mediadora entre dos universos simbólicos que se complementan: por un lado, el espacio en el que se mueven El Pájaro, Maru, el Ombú, Monti, el espacio de la ciudad neoliberal, donde la única posibilidad de alianzas está dada por un interés común en el dinero, alianza que es traicionada por cualquiera de sus integrantes si una oportunidad mejor se les presenta. Por el otro, el espacio de Puerto Apache, donde algunos vínculos de solidaridad colectiva aún sobreviven: en la organización del asentamiento, pero sobre todo, en la relación entre el Rata y sus dos mejores amigos, Cuper y la Toti. Como dice el Rata: “La miré, a Maru, y no dije nada. Está lleno de mundos este mundo. Algo difícil de explicar” (23-4). Esto marca otra diferencia con el clásico detective de la novela negra americana. Al detective de ésta se lo retrata como a un cowboy urbano, un héroe individualista en lucha con la corrupción de la gran ciudad. En Puerto Apache, por el contrario, las posibilidades de supervivencia del Rata están dadas por los lazos de solidaridad que teje con Cuper y la Toti, tan marginales como él.

El punto de vista narrativo de la novela está focalizado en su protagonista, el Rata, narrador en primera persona. El Rata ha entrado en el mundo del narcotráfico mediante su amante, Maru, una bella mujer que utiliza su atractivo físico para ascender en el status social. El mundo que describe el Rata está lleno de códigos culturales que el lector real reconoce como propios de la experiencia menemista: el jefe del Rata, el Pájaro, comenzó como barrabrava, luego fue guardaespalda de políticos de la provincia de Buenos Aires y finalmente se independizó y puso un par de restaurantes en Las Cañitas que hacen de frente para sus negocios ilegales.(1) El cuadro que pinta el Rata del departamento de Maru es un ejemplo de la tajante fragmentación social que el proyecto económico neoliberal trajo a la Argentina. Con un lenguaje anclado en el lunfardo de clase baja porteño, el Rata describe, desde el punto de vista de uno de los excluidos de este sistema, el departamento de alguien que maneja los códigos culturales que dan status social en los noventa:
 

Ella vive enfrente. Desde acá veo las luces de los docks frente al Dique 4. Ella vive en un duplex. Un bulo de tres ambientes puesto con toda la mosca. En la cocina, por ejemplo, hay frascos llenos de pistacho, café de Jamaica, bombones con almendras… La cama de Maru, arriba, es una King, o sea una especie de sueño interminable con sábanas de lino que se arrugan un montón, pero ésa es la gracia, dice Maru, que se arruguen. Hay luces con pantallas de tela y cuadros por todos lados, hasta en el baño. Vas a mear, por ejemplo, y tenés enfrente una de esas minas que son modistas o costureras, que sé yo, mirándote fijo, un cuadro de un tal Derqui, o Termi, o Berni. (23)

 

Esta descripción es, por un lado, un ejemplo de los contrastes y la fragmentación urbana de los noventa: frente a Puerto Madero, el asentamiento de Puerto Apache. Por el otro, es un inventario de los símbolos de status social de esta época. Para poner otro ejemplo, véase la descripción que hace de uno de los restaurantes de Puerto Madero: “Es un boliche lleno de caretas, ex funcionarios, algunos productores de la TV, tipos enriquecidos a costillas de todos nosotros, merqueros y vividores de calañas diversas y estirpes múltiples. O sea, un paraíso argentino” (97).

El Rata y su entorno, por supuesto, son la contracara no visible de la lógica del capitalismo tardío que dominó esta época, con su herencia de corrupción y violencia. Esta es otra diferencia con las novelas del policial negro americano. Fredric Jameson, refiriéndose a las novelas de Raymond Chandler, señala:


The federal system and the archaic federal Constitution developed in Americans a double image of their country’s political reality, a double system of political thoughts which never intersect with each other. On the one hand, a glamorous national politics whose distant leading figures are invested with charisma… On the other hand, local politics with its odium, its ever-present corruption […] The action of Chandler’s books takes place inside the microcosm, in the darkness of a local world without the benefit of the federal Constitution, as in a world without God. (129-30)

 

En Puerto Apache, contrario a lo establecido por Jameson, y como suele ser el caso de gran parte de la novela policial latinoamericana, no se hace esta división entre gobierno local y gobierno federal. Ya desde los textos de Rodolfo Walsh lo que la tradición más crítica de la novela negra en América Latina plantea es que es el sistema entero el que está corrupto, el que es ilegal. Como dice uno de los rufianes de la novela en un momento: “lo que pasa… es que hoy la política está por todas partes, así que para no quedarse afuera hay que entrar en la política” (144).

Como subraya Nestor García Canclini, la definición de ciudadanía en América Latina está ahora constituida por la posibilidad de consumir que tienen los habitantes de sus países (Consumidores y Ciudadanos). En los últimos años, la estrategia de representación social adoptada por el neoliberalismo comenzó a tomar fuerza en el continente: neutralización de la clase trabajadora y de sus protestas, la criminalización de la pobreza; todo para asegurar una lógica de mercado donde aquellos sin posibilidad de consumir no tienen ya lugar. La actual cultura del libre mercado los ve como no consumidores y, por ello, superfluos. Contra esta definición del ciudadano dada por la posibilidad de consumir, el mundo simbólico del asentamiento de Puerto Apache parece una alegoría irónica del proyecto del Estado moderno argentino.

En su reseña de la novela para el diario Clarín, Vicente Battista inteligentemente la relaciona y a su protagonista, el Rata, con una novela escrita más de noventa años antes: El casamiento de Laucha, de Roberto J. Payró, aparecida en 1910. Observa el crítico,


Laucha es un personaje de Roberto J. Payró; la Rata un personaje de Juan Martini. Ambos cargan nombres de roedores, pero mientras la laucha, según se mire, puede admitir alguna connotación tierna, incluso festiva; la rata, en todos los casos produce aversión. Esta diferencia no es casual […] Ambos son herederos de la mejor picaresca,  pero los separan casi cien años de historia y cada uno representa fielmente su época. (citado de Internet)

 

La época de la novela de Payró a la que se refiere el crítico es la Argentina de 1910, cuando el país se prepara para festejar optimistamente el centenario de su creación. En pleno auge del proyecto oligárquico-liberal, en pocos años la Argentina se había ubicado entre los países más desarrollados del mundo. La situación ha cambiado radicalmente a fines del siglo veinte. La Argentina que crecía prósperamente se transformó en una donde la crisis económica hace estragos en su población. Dice el Rata respecto a los pobladores de Puerto Apache: “No somos intrusos, no somos okupas. Esto es nuestro. Gente, somos. Y sería bueno que de verdad tuviéramos derechos adquiridos. Pero creo que no tenemos. Que nadie nos va a reconocer nada cuando llegue el momento. Entonces se va a armar” (17). Como señala Carlos Gazzera, en Puerto Apache:

 

[V]iven esos nuevos sujetos sociales que están obligados a resistir en los intersticios de la sociedad, en tensión entre lo legal y lo ilegal: son travestis, dillers, “mulitas”, matones de las barras bravas, guardaespaldas de políticos y sindicalistas, estafadores de turistas, regentes de la prostitución VIP […] Ellos son los nuevos sujetos de la pobreza estructural de una sociedad argentina en descomposición. (citado de Internet)

 

La decadencia de amplios sectores de clase media y media baja en la Argentina se pone en boca de uno de sus personajes, Garmendia, otro habitante del asentamiento, mediante el relato de su historia personal:


Entonces Garmendia se toca el colmillo flojo, se pasa la lengua por los labios, y le dice a la mina que allá por 1971, 72, todo iba bien en el taller, con los temas de siempre, sus más y sus menos, pero bien, hasta que llegaron los militares, por un lado, y el ministro de economía de los militares, por el otro:

- A mí Martínez de Hoz me arruinó – dice Garmendia. […]

Así que tuvo que vender todo por dos pesos, dice Garmendia, incluso la casa, y terminó viviendo en un departamento de su hijo mayor en Castelar […] Garmendia sigue y resulta que el que también perdió todo en la década del 80, fue el hijo mayor, y entonces el garrón se hizo más jodido, vertiginoso, primero encontraron lugar en San Petersburgo, pero eso no era fácil, y un día terminaron en la Capital y en la calle. Cuando no aguantaron más la calle entraron en la U31. Después, dice Garmendia, más adelante, llegaron a Puerto Apache. (68-9)

 

Un cartel que cuelga en la entrada del asentamiento irónicamente reza: “Somos un problema del siglo XXI” (19). El relato de Garmendia señala un pasado en el que si bien no todo era idílico, “todo iba bien en el taller”. El punto de quiebre es el comienzo de la dictadura y el comienzo de la implantación de políticas económicas neoliberales durante el período en que Martínez de Hoz fue ministro de economía. Describiendo la formación de Puerto Apache, narra el protagonista:


Llegamos una noche en el otoño del año 2000. Reventamos los candados, las puertas, y tomamos posesión. Éramos pocos, un puñado, apenas 20, creo. Éramos los que habíamos armado el plan. Alguien tuvo la idea y armamos un plan. No fue difícil […] Tenemos, en Puerto Apache, no sé, 20, 30 manzanas. Marcamos las calles, loteamos, le dimos a cada cual lo suyo… (18-19).

 

El Chueco, otro habitante del asentamiento, declara en un reportaje para la televisión:

 

Este es un asentamiento organizado. Tenemos normas de convivencia y vecindad… Aunque usted no lo crea, acá hay una manera de hacer y organizar las cosas, y hay responsables de que las cosas se organicen y se hagan bien… No nos gusta decir que acá se gobierna los asuntos que son de interés de todos. Pero acá se gobierna. (63)

 

Ambos relatos remiten a aspectos complementarios de la modernidad. La vida en la ciudad moderna, en contraposición al modo más “natural” que tenía el hombre de experimentar su inserción en una realidad dada del período anterior, se trasforma en una experiencia fragmentaria y fugaz. Refiriéndose al surgimiento de la ciudad moderna en la Europa de la revolución industrial del siglo XIX, Clarke señala:


If the spatial constitution of earlier societies was such that physical and social distance were intimately correlated, the social form of the modern city … points explicitly to the break down of any such correlation […] the fragmentary experience of city life came to be personified in the fleeting figure of the stranger … [who was] socially distant yet physically close. (223-4)

 

Esta situación necesariamente traía consigo una gran carga de ansiedad, ya que el extraño es mirado como una posible amenaza. La modernidad intentó vencer esta ansiedad imponiendo rígidos límites, mediante “the codifying power of the law” (Clarke 224). De aquí surge la autoproclamada habilidad de la modernidad de mantener, establecer y definir el orden. En Puerto Apache, entonces, la única alternativa para los protagonistas, frente a un discurso hegemónico que los excluye, es retomar el discurso de la modernidad. En esto hacen énfasis el Chueco y Garmendia. El primero, en el hecho de que en el asentamiento no rige la anarquía sino que, por el contrario, hay claras reglas que organizan la comunidad y garantizan el bien común. El segundo presenta una visión nostálgica de su pasado antes de la implantación de políticas neoliberales, donde si bien no todo era ideal, el protagonista podía considerarse parte de la amplia clase media a la que el proyecto moderno del Estado argentino dio lugar. Haciendo énfasis en el mismo tema, más adelante el Rata ironiza: “Tenemos una escuela, una computadora y un cine… ¿Hace falta algo más para educar al soberano?” (95).
Como una alegoría del derrumbe del 2001, esta organización se va a desplomar por la conjunción de intereses inmobiliarios que quieren hacer desaparecer el asentamiento para poder hacer negocios con la tierra. La traición del Negro Sosa primero siembra la desconfianza de los habitantes con los dirigentes principales del asentadero. Luego, permite el ataque sorpresa que dará lugar a la muerte del padre del protagonista, uno de los “gobernantes” originales de Puerto Apache. El final de la novela encuentra al Negro Sosa encaramándose como uno de los líderes principales de Puerto Apache, junto a Juana la Loca, la dueña del burdel del lugar, para poder organizar una red de negocios ilegales, con la protección de políticos y empresarios. Mientras tanto el Rata parte con Cúper, su mejor amigo, con rumbo desconocido, luego de escapar por poco de una emboscada cuando estos mismos intereses, para acabar con él, plantan varios papeles de cocaína en su casa y llaman a la policía.
El final de la novela, entonces, no trae perspectivas muy alentadoras para el futuro. El Rata logra escapar a la celada, pero su futuro es incierto. La única esperanza proviene del hecho de que su amigo Cúper lo acompaña, poniendo entonces de manifiesto que incluso bajo las formas más extremas del neoliberalismo hay lazos de solidaridad que aún persisten. En la comparación entre los dos espacios que plantea la novela, la de la ciudad neoliberal donde los contactos personales están siempre mediados por un interés monetario, y el del asentamiento Puerto Apache, donde cierto sentido de comunidad aún subsiste, la única alternativa que parece plantear el texto es un retorno al pasado. La única forma de resistencia frente al discurso hegemónico neoliberal que tienen los habitantes de Puerto Apache es retomar el discurso de la modernidad. Sin embargo, como muestra el final de la novela, esto no es suficiente, ya que la intromisión de la lógica del mercado significará la inevitable destrucción de las antiguas formas de organización del asentamiento. En el futuro, ya nada diferenciará este espacio del de la ciudad neoliberal.



Notas

 

(1). Las Cañitas es una zona de la Capital Federal que se puso de moda a comienzos de la década del noventa, luego de      que se instalaran allí importantes emprendimientos gastronómicos, bares y clubes. Apunta a un público de entre 25 y 40             años, muchas veces vinculado con el mundo de la publicidad y la moda.

 

Bibliografía

 

Battista, Vicente. “Otra mutación del Laucha.” Diario Clarín (11 de Noviembre de 2003)
        <
http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2003/01/11/u-00501.htm> (12 de Abril de 2006)

 

Bourdieu, Pierre. “The essence of neoliberalism.” Le Monde Diplomatique (Diciembre 1998)                                                         <http://mondediplo.com/1998/12/08bourdieu> (12 de Abril de 2006).

 

Clarke, David B. “Consumption and the City, Modern and Postmodern.” International Journal of Urban and Regional                 Research 21 (2): 218-237.

 

García Canclini, Néstor. Consumidores y Ciudadanos. México: Grijalbo, 1995

 

Gazzera, Carlos. “El nuevo naturalismo.” La Voz del Interior (18 de Septiembre de 2002)                                                             <http://www.lavoz.com.ar/2002/0918/UM/nota118734_1.htm > (10 de Abril de 2006).

 

Gorelik, Adrián. Miradas sobre Buenos Aires: historia cultural y crítica urbana. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores,             2004.

 

Jameson, Fredric. “On Raymond Chandler.” en Glen W. Most and William W. Stowe (eds.). The Poetics of Murder:                     Detective Fiction and Literary Theory. New York: Harcourt Brace Jovanovich, 1983. 122-148.

 

Martini, Juan. Puerto Apache. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 2002.