La ciudad
neoliberal en la novela negra argentina:
University of Florida
Argentina
es seguramente el país con mayor tradición de
novela policial en toda Latinoamérica. Si bien ya desde fines
del siglo
XIX comienzan a publicarse textos policíacos, es Jorge Luis
Borges quien
en la década del cuarenta populariza y legitima el
género. Pueden
considerarse policiales cuentos como “La muerte y la
brújula” o “Emma Sunz”, pero es el libro Seis
problemas para don Isidro Parodi
(1942), escrito con Adolfo Bioy Casares, el que se considera como clave
para el
desarrollo del género policial en la Argentina. Al mismo tiempo,
como
crítico, Borges publicó numerosos artículos, ya en
la
década del treinta, defendiendo el género policial en su
vertiente inglesa, especialmente la labor del novelista G. K.
Chesterton. Sin
embargo, desde la década del sesenta, es la vertiente negra o
americana
del policial la que tomará preponderancia en la Argentina, en
consonancia con la evolución del contexto histórico
político del país. Escritores como Osvaldo Soriano,
José
Pablo Feinmann, Juan Sasturain, Juan Martini y Jorge Manzur
escribirán
en la década del setenta y del ochenta novelas que pueden
enmarcarse en
la variante negra del género, textos siempre inmersos en la
coyuntura
política del país. En los últimos veinte
años
parece haberse dado un boom de la novela policial negra a nivel
latinoamericano, con autores como Paco Ignacio Taibo II, Ramón
Diaz Eterovic
o Rubem Fonseca, coincidente con la implantación en el
continente de
políticas económicas neoliberales y sus consecuencias en
el
incremento de la pobreza, la marginalidad, la corrupción y la
violencia
en las sociedades latinoamericanas.
Mi
intención en este artículo es examinar una de las novelas
que se inscriben en esta tendencia, Puerto
Apache (2002) de Juan Martini, donde la utilización formal
del
género sirve como herramienta de crítica social al
programa
neoliberal hegemónico. Me focalizaré en la
representación
que la novela hace del espacio urbano, en este caso el de Buenos Aires,
y su
análisis de la descomposición del tejido social. El
texto, sin
embargo, también presenta sus límites, ya que la
única
alternativa al modelo neoliberal que plantea parece ser una vuelta al
ideario liberal
que dio lugar al surgimiento de la nación argentina moderna.
La crisis del Estado moderno argentino se pone abiertamente
de
manifiesto durante la década del noventa. Si durante los ochenta
hubo un
esfuerzo consciente por parte del gobierno de Raúl
Alfonsín por
restaurar las instituciones del estado, y la confianza de la
ciudadanía
en éstas, luego de la brutal dictadura que gobernó al
país
entre 1976 y 1983, en los noventa quedó claro no sólo que
estos
procedimientos formales no eran suficientes, sino que también
hubo un
esfuerzo por parte del gobierno de Carlos Saúl Menem por
desmantelar
estas instituciones estatales, instaurándose un discurso
hegemónico donde primaba la lógica neoliberal de mercado.
Menem gana las
elecciones en 1989 y es reelegido con casi el 50% de los votos en 1995.
Implementó un programa económico neoliberal cuyas estrategias principales fueron la reducción del
gasto público, las privatizaciones, la paridad cambiaria, el
otorgamiento de amplias facilidades a la inversión extranjera y
la
apertura comercial. La amplia afluencia de capitales extranjeros en la
primera
mitad de la década del noventa permitió disimular los
graves
efectos que estas políticas causaban, y dio lugar a una aparente
situación de estabilidad y crecimiento del país. A su
vez, la
lógica del consumo, el individualismo y el mercado se
extendieron a
otros ámbitos que sobrepasaban el económico,
transformándose así en el discurso rector de la vida
cotidiana.
Sin embargo, este fenómeno no apareció de la nada en la
Argentina.
Por el contrario, había comenzado, en el plano económico,
por el
plan de liberalización de los mercados financieros y
destrucción
de la industria nacional puesto en marcha por la dictadura y, en el
plano
social y cultural, primero por el discurso totalizador y
monolítico de
la dictadura, y luego por las interpretaciones tranquilizadoras que
sobre ese
período se habían hecho durante la época
alfonsinista. El
proyecto económico menemista fue continuado por su sucesor,
Fernando de
la Rúa, ganador de las elecciones en 1999, quien, para
contrarrestar la
creciente recesión de la economía propuso un severo plan
de
ajuste. Sin embargo, la falta de inversiones extranjeras, conjugada con
una
serie de factores externos, más la intensificación de la
crisis
económica y social interna dieron lugar a los episodios del 19 y
20 de
diciembre de 2001, cuando una masiva protesta popular espontánea
que
surgió en todo el país, brutalmente reprimida por la
policía, forzó al presidente a renunciar.
Este
es el contexto en el que se publica Puerto Apache en
el año 2002. Su
autor, Juan Martini (Rosario, 1944) cobró notoriedad como
escritor de
novelas policiales en la década del setenta con títulos
como El agua en los pulmones (1973), Los
asesinos las prefieren rubias (1974)
y, escrita ya durante su exilio en Barcelona, El cerco
(1977). Si bien durante la década del ochenta su
narrativa no se centró en el género policial, vuelve a
él
a fines de la década del noventa. En el año 2000 aparece El autor intelectual, y dos años más
tarde Puerto Apache.
Puerto Apache
retrata una
Buenos Aires en la década del 90 donde el gran desarrollo de la
construcción, que le dio una fachada de ciudad globalizada
esconde los
sucios negocios que desde el poder se hicieron en esta década.
En la
Reserva Ecológica, espacio próximo a Puerto Madero,
símbolo del desarrollo urbano de los 90, se levanta un
asentamiento de
varias manzanas donde sus habitantes viven sumidos en la pobreza. La
ciudad es
un espacio dominado por matones al servicio de grupos de poder, la
violencia es
lo que domina, y por ello el género policial se convierte en una
forma
de dar cuenta de un espacio híbrido, cuyo significado
está dado
por las actividades de sus ocupantes y donde las líneas de
demarcación entre las instituciones encargadas del orden y la
criminalidad están totalmente borradas.
Puerto Apache está narrada en primera
persona, desde el punto de vista del Rata, su protagonista. El Rata es
un
pequeño malviviente, habitante del asentamiento Puerto Apache,
que
sobrevive actuando como correo al servicio de un empresario
gastronómico
que es en realidad un traficante de drogas. Se ve envuelto en una trama
criminal muy a su pesar, al ser acusado de haberse quedado con dinero
perteneciente a su jefe. Para poder sobrevivir, debe investigar
qué es
lo que en realidad sucedió. El Rata es un curioso
“flâneur” en la Buenos Aires de fin de siglo XX. Sin embargo,
ha cambiado un hecho respecto del “flaneur” original: la ciudad en
la que se mueve el personaje difiere mucho de las ciudades de la
modernidad.
La Buenos Aires que el Rata recorre es la que el
crítico
Adrián Gorelik desde el ámbito de los estudios urbanos ha
llamado
“la ciudad de los negocios” (192). Esta concepción
política del estado y de la sociedad urbana se ha instalado en
la
década del noventa como sentido común, “como clima
ideológico de época que define el horizonte del debate
incluso
para el progresismo político” (193). Se trata de un modelo de
política urbana que “ha convertido su espacio público y
sus
infraestructuras públicas en objeto de negocio” (193). Pocos
espacios urbanos porteños simbolizan esto tan bien como Puerto
Madero,
un fabuloso negocio inmobiliario que recicló espacios
abandonados del
puerto porteño en residencias privadas y restaurantes
exclusivos,
convirtiendo la zona en una de las más caras de la ciudad. De
aquí proviene el título irónico de la novela, Puerto Apache, juego de palabras entre
Puerto Madero y Fuerte Apache, un complejo de viviendas populares en el
oeste
del Gran Buenos Aires, famoso por su alto índice de
criminalidad. Puerto
Apache, el asentamiento instalado en la Reserva Ecológica, en la
periferia de Puerto Madero, simboliza la contracara de estos lujosos
proyectos
inmobiliarios, las villas y asentamientos que crecieron a la par de
estos, consecuencia
de las políticas estatales durante el menemismo. La
lógica de
esta ciudad es la lógica del “shopping center”, que
“se monta con comodidad sobre el fin del ciclo progresista, en la
decadencia económica y la retirada del Estado, porque es la
avanzada de
una ciudad que ya no supone la expansión y la
homogeneización,
sino que trabaja sobre el contraste y la fragmentación” (Gorelik
200). El Rata lo explica bien:
La única idea que los presidentes y los empresarios y los capos
tenían para la Reserva era quemarla. Todos querían
quemarla,
declararla inútil, yerma, se dice, evacuada por la fauna y hacer
negocios. Mover guita. Toneladas de guita. Poner bancos, restaurantes,
casinos
clandestinos, hoteles, quilombos, emprendimientos así. Esta
ciudad no
puede imaginar otra cosa. La forma de transformar el plomo en oro es
quemando
arbolitos y jodiéndole la vida a los patos. Reventar reservas,
parques
nacionales, tierras fiscales… Nada legal. Entonces se nos
ocurrió
que no era un mal lugar para vivir […] Acá pasa un poco de todo,
pero nadie mata un mosquito. (17)
La novela utiliza los recursos formales del género
negro, aunque siempre
adaptándolos al contexto argentino. En un famoso artículo
sobre
Raymond Chandler, Fredric Jameson señala que:
The form of
El universo simbólico de las novelas de Raymond
Chandler refiere
a las particularidades de la sociedad norteamericana, fragmentada y
atomizada. Como
señala el mismo Jameson, “in European countries, people no
matter
how solitary are still engaged in the social substance; their very
solitude is
social; their identity is inextricable entangled with that of all the
others by
a clear system of classes, by a national language…” (131). Pese a las grandes
diferencias que impondrían el ser un país central o
periférico en el sistema capitalista mundial, algo similar a la
observación de Jameson acerca de Europa podía decirse de
la
Argentina al menos hasta hace 30 años. Pero, como señala
Pierre
Bordieu en “The essence of neoliberalism,” el neoliberalismo se
caracteriza por ser un nuevo discurso global que conforma un programa
político
para la destrucción metodológica de todos los colectivos.
En
Argentina, este particular efecto del neoliberalismo se combina con los
métodos represivos de la dictadura militar, entre cuyos claros
objetivos
estaban la fragmentación del tejido social para poder implantar
sin
resistencia este mismo programa económico neoliberal. En Puerto Apache, el Rata es una figura
mediadora entre dos universos simbólicos que se complementan:
por un
lado, el espacio en el que se mueven El Pájaro, Maru, el
Ombú,
Monti, el espacio de la ciudad neoliberal, donde la única
posibilidad de
alianzas está dada por un interés común en el
dinero,
alianza que es traicionada por cualquiera de sus integrantes si una
oportunidad
mejor se les presenta. Por el otro, el espacio de Puerto Apache, donde
algunos
vínculos de solidaridad colectiva aún sobreviven: en la
organización del asentamiento, pero sobre todo, en la
relación
entre el Rata y sus dos mejores amigos, Cuper y la Toti. Como dice el
Rata:
“La miré, a Maru, y no dije nada. Está lleno de mundos
este
mundo. Algo difícil de explicar” (23-4). Esto marca otra
diferencia con el clásico detective de la novela negra
americana. Al
detective de ésta se lo retrata como a un cowboy urbano, un
héroe
individualista en lucha con la corrupción de la gran ciudad. En Puerto Apache, por el contrario, las
posibilidades de supervivencia del Rata están dadas por los
lazos de
solidaridad que teje con Cuper y la Toti, tan marginales como
él.
El punto de vista narrativo de la novela está
focalizado en su
protagonista, el Rata, narrador en primera persona. El Rata ha entrado
en el
mundo del narcotráfico mediante su amante, Maru, una bella mujer
que
utiliza su atractivo físico para ascender en el status social.
El mundo
que describe el Rata está lleno de códigos culturales que
el
lector real reconoce como propios de la experiencia menemista: el jefe
del
Rata, el Pájaro, comenzó como barrabrava, luego fue
guardaespalda
de políticos de la provincia de Buenos Aires y finalmente se
independizó y puso un par de restaurantes en Las Cañitas
que
hacen de frente para sus negocios ilegales.(1)
El cuadro que pinta el
Rata del departamento de Maru es un ejemplo de la tajante
fragmentación
social que el proyecto económico neoliberal trajo a la
Argentina. Con un
lenguaje anclado en el lunfardo de clase baja porteño, el Rata
describe,
desde el punto de vista de uno de los excluidos de este sistema, el
departamento de alguien que maneja los códigos culturales que
dan status
social en los noventa:
Ella vive enfrente. Desde acá veo las luces de los
docks frente
al Dique 4. Ella vive en un duplex. Un bulo de tres ambientes puesto
con toda
la mosca. En la cocina, por ejemplo, hay frascos llenos de pistacho,
café de Jamaica, bombones con almendras… La cama de Maru,
arriba,
es una King, o sea una especie de sueño interminable con
sábanas
de lino que se arrugan un montón, pero ésa es la gracia,
dice
Maru, que se arruguen. Hay luces con pantallas de tela y cuadros por
todos
lados, hasta en el baño. Vas a mear, por ejemplo, y tenés
enfrente una de esas minas que son modistas o costureras, que sé
yo,
mirándote fijo, un cuadro de un tal Derqui, o Termi, o Berni.
(23)
Esta descripción es, por un lado, un ejemplo de los
contrastes y
la fragmentación urbana de los noventa: frente a Puerto Madero,
el asentamiento
de Puerto Apache. Por el otro, es un inventario de los símbolos
de
status social de esta época. Para poner otro ejemplo,
véase la
descripción que hace de uno de los restaurantes de Puerto
Madero:
“Es un boliche lleno de caretas, ex funcionarios, algunos productores
de
la TV, tipos enriquecidos a costillas de todos nosotros, merqueros y
vividores
de calañas diversas y estirpes múltiples. O sea, un
paraíso argentino” (97).
El Rata y su entorno, por supuesto, son la contracara no
visible de la
lógica del capitalismo tardío que dominó esta
época, con su herencia de corrupción y violencia. Esta es
otra
diferencia con las novelas del policial negro americano. Fredric
Jameson,
refiriéndose a las novelas de Raymond Chandler, señala:
The federal system and the archaic
federal Constitution developed in Americans a double image of their
country’s political reality, a double system of political thoughts
which
never intersect with each other. On the one hand, a glamorous national
politics
whose distant leading figures are invested with charisma… On the other
hand, local politics with its odium, its ever-present corruption […]
The
action of Chandler’s books takes place inside the microcosm, in the
darkness of a local world without the benefit of the federal
Constitution, as
in a world without God. (129-30)
En Puerto Apache, contrario a
lo establecido por Jameson, y como suele ser el caso de gran parte de
la novela
policial latinoamericana, no se hace esta división entre
gobierno local
y gobierno federal. Ya desde los textos de Rodolfo Walsh lo que la
tradición más crítica de la novela negra en
América
Latina plantea es que es el sistema entero el que está corrupto,
el que
es ilegal. Como dice uno de los rufianes de la novela en un momento:
“lo
que pasa… es que hoy la política está por todas partes,
así que para no quedarse afuera hay que entrar en la
política” (144).
Como subraya Nestor García Canclini, la
definición de
ciudadanía en América Latina está ahora
constituida por la
posibilidad de consumir que tienen los habitantes de sus países (Consumidores y Ciudadanos). En los
últimos años, la estrategia de representación
social
adoptada por el neoliberalismo comenzó a tomar fuerza en el
continente:
neutralización de la clase trabajadora y de sus protestas, la
criminalización
de la pobreza; todo para asegurar una lógica de mercado donde
aquellos
sin posibilidad de consumir no tienen ya lugar. La actual cultura del
libre
mercado los ve como no consumidores y, por ello, superfluos. Contra
esta
definición del ciudadano dada por la posibilidad de consumir, el
mundo
simbólico del asentamiento de Puerto Apache parece una
alegoría
irónica del proyecto del Estado moderno argentino.
En su reseña de la novela para el diario Clarín,
Vicente Battista inteligentemente la relaciona y a
su protagonista, el Rata, con una novela escrita más de noventa
años antes: El casamiento de
Laucha, de Roberto J. Payró, aparecida en 1910. Observa el
crítico,
Laucha es un personaje de Roberto J. Payró; la Rata un personaje
de Juan Martini. Ambos cargan nombres de roedores, pero mientras la
laucha,
según se mire, puede admitir alguna connotación tierna,
incluso
festiva; la rata, en todos los casos produce aversión. Esta
diferencia
no es casual […] Ambos son herederos de la mejor picaresca, pero los separan casi cien años
de historia y cada uno representa fielmente su época. (citado de
Internet)
La época de la novela de Payró a la que se
refiere el
crítico es la Argentina de 1910, cuando el país se
prepara para
festejar optimistamente el centenario de su creación. En pleno
auge del
proyecto oligárquico-liberal, en pocos años la Argentina
se
había ubicado entre los países más desarrollados
del
mundo. La situación ha cambiado radicalmente a fines del siglo
veinte.
La Argentina que crecía prósperamente se
transformó en una
donde la crisis económica hace estragos en su población.
Dice el
Rata respecto a los pobladores de Puerto Apache: “No somos intrusos, no
somos okupas. Esto es nuestro. Gente, somos. Y sería bueno que
de verdad
tuviéramos derechos adquiridos. Pero creo que no tenemos. Que
nadie nos
va a reconocer nada cuando llegue el momento. Entonces se va a armar”
(17). Como señala Carlos Gazzera, en Puerto
Apache:
[V]iven esos nuevos sujetos sociales que están
obligados a
resistir en los intersticios de la sociedad, en tensión entre lo
legal y
lo ilegal: son travestis, dillers, “mulitas”, matones de las barras
bravas, guardaespaldas de políticos y sindicalistas, estafadores
de
turistas, regentes de la prostitución VIP […] Ellos son los
nuevos
sujetos de la pobreza estructural de una sociedad argentina en
descomposición. (citado de Internet)
La decadencia de amplios sectores de clase media y media baja
en la
Argentina se pone en boca de uno de sus personajes, Garmendia, otro
habitante
del asentamiento, mediante el relato de su historia personal:
Entonces Garmendia se toca el colmillo flojo, se pasa la lengua por los
labios, y le dice a la mina que allá por 1971, 72, todo iba bien
en el
taller, con los temas de siempre, sus más y sus menos, pero
bien, hasta
que llegaron los militares, por un lado, y el ministro de
economía de
los militares, por el otro:
- A mí Martínez de Hoz me arruinó – dice
Garmendia. […]
Así que tuvo que vender todo por dos pesos, dice
Garmendia,
incluso la casa, y terminó viviendo en un departamento de su
hijo mayor
en Castelar […] Garmendia sigue y resulta que el que también
perdió todo en la década del 80, fue el hijo mayor, y
entonces el
garrón se hizo más jodido, vertiginoso, primero
encontraron lugar
en San Petersburgo, pero eso no era fácil, y un día
terminaron en
la Capital y en la calle. Cuando no aguantaron más la calle
entraron en
la U31. Después, dice Garmendia, más adelante, llegaron a
Puerto
Apache. (68-9)
Un cartel que cuelga en la entrada del asentamiento
irónicamente
reza: “Somos un problema del siglo
XXI” (19). El relato de Garmendia señala un pasado en el que
si bien no todo era idílico, “todo iba bien en el taller”.
El punto de quiebre es el comienzo de la dictadura y el comienzo de la
implantación de políticas económicas neoliberales
durante
el período en que Martínez de Hoz fue ministro de
economía. Describiendo la formación de Puerto Apache,
narra el
protagonista:
Llegamos una noche en el otoño del año 2000. Reventamos
los candados, las puertas, y tomamos posesión. Éramos
pocos, un
puñado, apenas 20, creo. Éramos los que habíamos
armado el
plan. Alguien tuvo la idea y armamos un plan. No fue difícil […]
Tenemos, en Puerto Apache, no sé, 20, 30 manzanas. Marcamos las
calles,
loteamos, le dimos a cada cual lo suyo… (18-19).
El Chueco, otro
habitante del asentamiento, declara en un reportaje para la
televisión:
Este es un asentamiento organizado. Tenemos normas de
convivencia y
vecindad… Aunque usted no lo crea, acá hay una manera de hacer y
organizar las cosas, y hay responsables de que las cosas se organicen y
se
hagan bien… No nos gusta decir que acá se gobierna los asuntos
que
son de interés de todos. Pero acá se gobierna. (63)
Ambos relatos remiten a aspectos complementarios de la
modernidad. La
vida en la ciudad moderna, en contraposición al modo más
“natural” que tenía el hombre de experimentar su
inserción en una realidad dada del período anterior, se
trasforma
en una experiencia fragmentaria y fugaz. Refiriéndose al
surgimiento de
la ciudad moderna en la Europa de la revolución industrial del
siglo
XIX, Clarke señala:
If the spatial constitution of
earlier societies was such that physical and social distance were
intimately
correlated, the social form of the modern city … points explicitly to
the
break down of any such correlation […] the fragmentary experience of
city
life came to be personified in the fleeting figure of the stranger … [who was] socially distant yet
physically close. (223-4)
Esta situación necesariamente traía consigo una
gran carga de ansiedad,
ya que el extraño es mirado como una posible amenaza. La
modernidad intentó
vencer esta ansiedad imponiendo rígidos límites, mediante
“the codifying power
of the law” (Clarke 224). De aquí surge la autoproclamada
habilidad de la
modernidad de mantener, establecer y definir el orden. En Puerto
Apache, entonces,
la única alternativa para los protagonistas, frente a un
discurso hegemónico
que los excluye, es retomar el discurso de la modernidad. En esto hacen
énfasis
el Chueco y Garmendia. El primero, en el hecho de que en el
asentamiento no
rige la anarquía sino que, por el contrario, hay claras reglas
que organizan la
comunidad y garantizan el bien común. El segundo presenta una
visión nostálgica
de su pasado antes de la implantación de políticas
neoliberales, donde si bien
no todo era ideal, el protagonista podía considerarse parte de
la amplia clase
media a la que el proyecto moderno del Estado argentino dio lugar.
Haciendo
énfasis en el mismo tema, más adelante el Rata ironiza:
“Tenemos una escuela,
una computadora y un cine… ¿Hace falta algo más para
educar al soberano?” (95).
Como una alegoría del derrumbe del 2001, esta
organización se va a desplomar
por la conjunción de intereses inmobiliarios que quieren hacer
desaparecer el
asentamiento para poder hacer negocios con la tierra. La
traición del Negro
Sosa primero siembra la desconfianza de los habitantes con los
dirigentes
principales del asentadero. Luego, permite el ataque sorpresa que
dará lugar a
la muerte del padre del protagonista, uno de los “gobernantes”
originales de
Puerto Apache. El final de la novela encuentra al Negro Sosa
encaramándose como
uno de los líderes principales de Puerto Apache, junto a Juana
la Loca, la dueña
del burdel del lugar, para poder organizar una red de negocios
ilegales, con la
protección de políticos y empresarios. Mientras tanto el
Rata parte con Cúper,
su mejor amigo, con rumbo desconocido, luego de escapar por poco de una
emboscada cuando estos mismos intereses, para acabar con él,
plantan varios
papeles de cocaína en su casa y llaman a la policía.
El final de la novela, entonces, no trae perspectivas muy alentadoras
para el
futuro. El Rata logra escapar a la celada, pero su futuro es incierto.
La única
esperanza proviene del hecho de que su amigo Cúper lo
acompaña, poniendo
entonces de manifiesto que incluso bajo las formas más extremas
del
neoliberalismo hay lazos de solidaridad que aún persisten. En la
comparación
entre los dos espacios que plantea la novela, la de la ciudad
neoliberal donde
los contactos personales están siempre mediados por un
interés monetario, y el
del asentamiento Puerto Apache, donde cierto sentido de comunidad
aún subsiste,
la única alternativa que parece plantear el texto es un retorno
al pasado. La
única forma de resistencia frente al discurso hegemónico
neoliberal que tienen
los habitantes de Puerto Apache es retomar el discurso de la
modernidad. Sin
embargo, como muestra el final de la novela, esto no es suficiente, ya
que la
intromisión de la lógica del mercado significará
la inevitable destrucción de
las antiguas formas de organización del asentamiento. En el
futuro, ya nada
diferenciará este espacio del de la ciudad neoliberal.
(1).
Las Cañitas
es una zona de la Capital Federal que se puso de moda a comienzos de la
década del noventa, luego de
que se instalaran allí
importantes
emprendimientos gastronómicos, bares y clubes. Apunta a un
público de entre 25 y 40
años, muchas veces vinculado con el
mundo de la publicidad y la moda.
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