Del voyeur a las prácticas espaciales:

Montevideo y la escritura de la ciudad

 

Elizabeth Rivero

University of Maryland, College Park

 

Yo estoy convencido que el lugar donde nacés te determina para siempre. Que hay lugares que te condenan. Si nacés en Uruguay ya estás cagado. Y si nacés en el barrio es mucho peor, nunca vas a levantarte. Nacés acostado.
(Estokolmo 69)

Líber Falco llamó a Montenegro en uno de sus versos "madre cruel".
Es una hermosa ciudad, una ciudad terrible Montenegro, una mierda.
Me gusta Líber Falco.
Ciertos poetas ayudan a soportar el peso de la ciudad. El peso de los recuerdos.
La poesía sirve para
(Caras extrañas 160)

En un congreso sobre literatura y espacio urbano realizado en Alicante en 1993, Mario Benedetti recordaba las palabras de Ezequiel Martínez Estrada quien, frente a la gran cantidad de población que se concentraba en la principal ciudad argentina, definía a Buenos Aires como "la cabeza de Goliat". Benedetti se preguntaba entonces cómo habría que catalogar a Montevideo y su "cabezona capitalidad" que, además de tener el mérito de ser la capital más austral del mundo, reunía en su espacio al 42% de la totalidad de la población del país. Esta ciudad, situada "De espaldas a América, y de hecho, también de espaldas al resto del país", hizo un ingreso tardío a la literatura nacional, y tanto es así que aún en 1971, según palabras de Carlos Martínez Moreno, "el escritor uruguayo sospecha[ba] que a su capital le falta[ba] tradición literaria, verosimilitud novelesca, condición de soporte creíble para la aventura literaria...". De este modo, los autores continuaban escribiendo sobre el campo, aun cuando su experiencia personal estuviera asociada al mundo urbano, hasta que en 1939 se produce un quiebre con la publicación de El pozo de Juan Carlos Onetti, novela eminentemente montevideana ("Montevideo como reflexión literaria" 23-24).

La geografía urbana será el locus (para nada "amoenus", como señalaré posteriormente) donde se desarrolle la trama de las novelas que analizo en este ensayo. Tanto Trampa para ángeles de barro (Renzo Rossello, 1992) como Estokolmo (Gustavo Escanlar, 1998) se ubican explícitamente en Montevideo, mientras que Caras extrañas (Rafael Courtoisie, 2002) se sitúa en Montenegro y Salvo, suerte de "alter egos" ficcionales de Montevideo y su ciudad satélite, Pando. Empleando las técnicas de la novela negra, Trampa para ángeles de barro narra la historia del Navaja, un delincuente juvenil nacido en un barrio marginal capitalino, que culmina con su asesinato por parte de la propia policía, para que su muerte oficie como cortina de humo frente a la fuga de un distribuidor de drogas vinculado a sus altos mandos. Estokolmo se interna en el mundo de la neo-picaresca para dar cuenta de las andanzas de Marcelo, un joven de clase media, estudiante de Medicina y militante de izquierda, que con el retorno a la democracia decide abandonarlo todo y dedicarse a la droga y al robo, junto con sus amigos Chole y Seba. Posteriormente, al grupo se unirá voluntariamente Demonio, una chica adinerada que raptan en una fiesta del barrio de Carrasco, donde acuden a robar. Finalmente, a través de una hábil mezcla de thriller, comedia y sátira, la obra de Rafael Courtoisie recrea la toma de la ciudad de Salvo por parte de los revolucionarios Tapurí, recogiendo así los ecos de uno de los episodios más sonados de la historia uruguaya de los años sesenta: el copamiento de la ciudad de Pando realizado por el Movimiento de Liberación Nacional, Tupamaros (1969) y la guerrilla urbana que precediera a la dictadura militar (1973-1985). De este modo, es mi objetivo en este ensayo explorar cuáles son los imaginarios urbanos concretados en estas obras que, desde una óptica juvenil y desde la perspectiva del retorno a la democracia, se internan en las fibras sociales montevideanas, oficiando como "sismógrafos estéticos " (Hugo Achugar) del devenir comunitario.

Unos bajo la influencia de la droga, otros de sus creencias ideológicas y otros huyendo de la ley, los protagonistas de las tres obras se desplazan febrilmente por el espacio urbano. En un primer momento, estos recorridos y relevamientos del ámbito metropolitano parecen asimilarse a aquellos del flâneur baudeleriano analizado por Walter Benjamin. Sin embargo, su percepción de la ciudad no es ni puede ser la misma. El flâneur es un intelectual burgués que cuenta con el tiempo de ocio para deambular por la ciudad y devenir en voyeur que absorbe con la mirada el espectáculo moderno que se presenta ante sí, con sus luces y sus sombras, su atractivo y repulsión. Desfilan ante sus ojos las multitudes que se desplazan a nuevos ritmos cotidianos y, entre ellas, aquellos seres residuales que representan la cara no tan feliz de los procesos de industrialización y desarrollo capitalista. El flâneur es un espectador, no una parte del espectáculo y puede distanciarse del objeto observado. Sin embargo, los personajes de las novelas estudiadas no son voyeurs sino partícipes activos del pulso de la ciudad y buena parte de ellos pertenece a aquella franja social en nada favorecida por la globalización y el neoliberalismo posmodernos. El Navaja, el menor delincuente protagonista de Trampa para ángeles de barro y el Largo Viñas, agente de dudosa reputación encargado de eliminarlo y que a la postre pierde su vida al negarse a hacerlo; Marcelo, el joven de clase media que un buen día decide dejar de ser izquierdista y dedicarse al robo, y sus amigos Chole y Seba, todos ellos personajes de Estokolmo; y, finalmente, los revolucionarios Tapurí y el ejército que los reprime en Caras extrañas, recorren y actualizan una ciudad que nada tiene que ver con la ciudad oficial, ordenada y racional que aparece en los mapas. La ciudad geométrica y dispuesta en dameros, con su plaza central, iglesia, comisaría y cabildo a sus lados, estalla en múltiples dislocaciones y discontinuidades, dispuestas por los traslados de estos personajes. Así como Michel de Certeau habla de una "retórica del caminar (mi traducción)" (100), pensando en estas novelas es posible referirse a una "retórica del desplazamiento", con las mismas características. Si bien el voyeur baudelairiano podía "leer" la ciudad en su calidad de observador, el caminante, en cambio, asume un rol activo, una práctica del espacio ciudadano que lo habilita a "escribir" el texto urbano (93). De este modo, una ciudad "migratoria" o "metafórica" suplanta a la ciudad como texto planificado y de fácil lectura (93). Las prácticas espaciales y su particular re-apropiación de la ciudad ponen de manifiesto todos aquellos aspectos urbanos que las visiones oficiales, de carácter panóptico y disciplinario, pretenden ocultar. Las rutas marcadas por los caminantes (o, en el caso de las novelas que analizo, los desplazamientos, en cuanto los personajes de las mismas se trasladan a pie, en autos destartalados, en coches fúnebres, en camiones militares, en autos policiales,etc.) devienen en auténticos "actos de habla" que enuncian la ciudad (97). En ese sentido, los desplazamientos se manifiestan a través de "tropos retóricos" (100), fundamentalmente la sinécdoque (en la que una parte representa al todo y, en ese sentido, una manifestación socio-urbana particular integra y simboliza una macrorealidad ciudadana) y el asíndeton (en el que se eliminan las palabras de ligazón, como las conjunciones y los adverbios, lo que trasladado al espacio implicaría la apertura de vacíos en su continuum) (101). En definitiva, estos tropos implican que, en el proceso de construcción del tejido urbano, ciertos espacios recorridos emergen como símbolo de una realidad mucho mayor a la que representan y, por otra parte, implican su selección y privilegio frente a otras zonas evitadas y descartadas.

Me interesa ahora analizar cómo opera la escritura de la ciudad en las tres novelas estudiadas y cuál es la vinculación entre este texto urbano y una determinada manera de percibir la comunidad. Una característica que une a todas las obras es la presentación de una ciudad "disgregada" (Imaginarios urbanos 87) de la que (coincidiendo con los resultados de una investigación realizada en la ciudad de México por Néstor García Canclini, en base a un muestreo fotográfico) es imposible generar una visión de conjunto, ya que sólo habrá visiones limitadas, acotadas al propio barrio, sector o grupo social al cual uno pertenece y a las instituciones con las cuales cada uno se vincula (97). En este sentido, afirma Canclini que la ciudad es a la vez un lugar para ser habitado e imaginado y que, consecuentemente, la "urbe programada para funcionar, diseñada en cuadrícula, se desborda y se multiplica en ficciones individuales y colectivas (109)". De este modo, es posible plantear una analogía entre el proceso de recorte y encuadre que implica la fotografía y el conjunto de experiencias desarticuladas propias de la megaciudad (112). Específicamente, la fotografía se vincula con las percepciones aisladas y acumulativas de los habitantes de grandes ciudades que, desconociendo la ciudad en su conjunto, descreen en la posibilidad de acceder a ella, se establecen en micrópolis y recorren fragmentos de las micrópolis ajenas (113). Según Canclini, "No se trata de elaborar un mapa objetivo de los [diferentes] imaginarios, sino confrontar las cartas de navegación imaginarias, las narraciones que diversos sectores hacen de sus itinerarios por la ciudad, con los mapas de los planificadores y los sociólogos urbanos" (135).

Si se piensa en el mapa activo que el Navaja va dibujando con sus desplazamientos en Trampa para ángeles de barro, se puede advertir que, en un principio, se privilegian ciertos motivos espaciales como son "la cuadra" y el "barrio", tratándose este último de la zona de rancheríos de Casavalle, vecindario marginal ubicado al norte de la ciudad, donde el niño vivía con su madre y su nuevo compañero y su hermano pequeño. Un sentido de pertenencia lo unirá a estos ámbitos, hecho que se traducirá en sus enfrentamientos con "los gurises de las otras cuadras" (17). Una vez que su madre se vaya a Buenos Aires, el Navaja pasará a vivir en La Teja, un barrio trabajador fuertemente afectado por las coyunturas socio-económicas y ubicado al suroeste de la capital. Es así que el joven se trasladará por la "Avenida Carlos María Ramírez", emblemática del mencionado barrio, como lo serán la "Avenida Agraciada" y el "Club Liverpool" del cercano vecindario Belvedere. Del mismo modo, en su primera fuga del establecimiento para menores en el que ha sido recluido por las rapiñas a taximetristas realizadas en compañía del Bujía, se internará en el barrio del Cerro (también un vecindario obrero marcado por la crisis, situado al suroeste), donde vive su novia, Sandra. La palabra "baldío" cobrará una especial significación en la descripción del lugar, ya que se trata de zonas del extra-radio montevideano donde los márgenes de la ciudad se tocan con los avances rurales, en una suerte de conmixtión de la civilización y la barbarie: "Había unos pocos ranchos diseminados por la zona. (...) Las paredes estaban hechas de bloques y el techo era de chapas acanaladas, apretadas en algunos puntos por trozos de ladrillos. Al fondo un tejido roto de alambre limitaba con la extensión de baldío salvaje" (48). Imagen similar provocará la descripción del área donde vive "el Serrucho", a quien el Navaja acude en su segunda fuga para conseguir un arma: "El rancho del Serrucho quedaba por Battle Berres, casi al borde del mapa de la ciudad. La calle perdía su estatus de tal para convertirse en una ruta de entronque con el interior. La misma geografía del lugar se iba volviendo más rural y los caballos y los carros alternaban con coches, camiones y ómnibus sobre la cinta de asfalto" (95). De igual forma, mientras el Navaja continúa huyendo en compañía de Riverita, "llegaron a los baldíos que rodeaban los accesos de la ciudad" donde "El nudo de puentes y cintas de asfalto carretero parecían una blanca implantación quirúrgica entre el verdor de un lugar poblado de ranchos humildes y carros tirados por caballos o personas, indistintamente" (105). Nuevamente, la zona aparece consignada como un área fronteriza donde entran en contacto lo urbano y lo rural, lo civilizado y lo bárbaro, al punto que los seres humanos apenas pueden distinguirse de las bestias. Finalmente, el Navaja terminará sus días en un depósito abandonado de la rambla Brum, no sin antes efectuar una huida propia de un "western" (género que trata específicamente el tema civilización/barbarie), en la que escapan a caballo entre baldíos, ranchos y caseríos.

La ciudad descrita por el Navaja dista mucho de la Montevideo descripta en las guías turísticas. Es más, es tan sólo una versión amputada de la misma, donde las ausencias son tan significativas como las presencias. El orbe enunciado por el joven es apenas el extremo norte y el suroeste, la angosta franja marginal acotada entre el mar y el campo, más pre-moderna que posmoderna. Pero no se trata del mar de los baños, de las playas de arena dorada sobre la rambla. El extremo costero sureste de Montevideo, con sus modernos edificios de apartamentos, sus bares y restaurantes, sus shopping centers, es tan sólo un silencio, un vacío, como lo es también el centro de la ciudad, con su avenida 18 de julio, sus tiendas, sus plazas, sus librerías y sus cafés. A pesar de su deambular constante, el Navaja jamás puede atravesar la gran frontera del "barrio", como él mismo lo dice: "No pudimos salir del barrio (...). Nunca vamos a salir del barrio, no está para nosotros" (142); "Nacimos para quedarnos enterrados acá, esa es toda nuestra historia" (143). En ese sentido, si la frontera que liga el área marginal con los avances rurales se presenta como una membrana porosa que trasiega los restos de un mundo pre-moderno, aquella que la confronta con el resto del orbe capitalino se revela como una compuerta implacable que contiene cualquier desborde. Por otra parte, la presencia de una multiplicidad de micrópolis bajo la piel de la ciudad se evidencia de forma reiterada en el texto a través de la expresión (también, significativamente, de connotación espacial) "estar del otro lado". La ciudad a la que pertenecen los jóvenes marginales es diferente de (léase, está en una parte diferente de) aquella a la que pertenecen los funcionarios del establecimiento para menores y, fundamentalmente, de los profesionales, como es el caso de María, la psicóloga que intenta ayudar al Navaja: "Es como todos los demás. Por más que se apiole, cuando llega la hora de la verdad, ella se queda del otro lado" (142); "Las fronteras entre un mundo y otro, el de los muchachos y el de los funcionarios, eran generalmente respetadas por una especie de pacto tácito" (40). Ahora bien, será a partir del entramado textual que se sugiera apenas la posibilidad de una tenue flexibilización de estas estrictas fronteras y el ingreso de una bocanada de aire fresco, a través de las trayectorias desviadas del Largo Viñas y de quien será en última instancia su colaborador, el comisario retirado "Pardo" Garini. En efecto, los pasos rebeldes de Viñas lo conducirán a las zonas periféricas ocupadas por el Navaja, no para asesinarlo como le han propuesto los mandos policiales corruptos, sino para intentar evitar una muerte injusta. Idéntico objetivo tendrá el desplazamiento de Garini por el área marginal quien, por otra parte, cerrará la novela con su llegada a la oficina del Ministro, dispuesto a denunciar los asesinatos de Navaja y Viñas por orden de las autoridades policiales involucradas en la distribución de drogas. En definitiva, Trampa para ángeles de barro rescata la carga híbrida de una Montevideo en la que coexisten tres ciudades/temporalidades: una pre-moderna, otra moderna y una tercera posmoderna (Culturas híbridas) y, además, una miríada de cartografías personales que recortan sesgadamente la ciudad en base a sus experiencias vitales singulares, marcadas por la clase socio-económica, el género, la edad, el nivel educativo, etc. Por otra parte, desde el espacio literario se contempla tímida y brevemente la posibilidad de un cruce que permita flexibilizar la rígida compartimentalización espacial, augurando futuros intercambios sociales.

La trayectoria trazada por Marcelo, personaje de Estokolmo, guarda ciertos puntos de contacto con el itinerario del Navaja, al tiempo que lo distancian de él fuertes diferencias. En primer lugar, la figura del "barrio" tiene, al igual que en la novela de Rosselló, una pronunciada carga simbólica y funciona como ideologema de pertenencia y exclusión. Las calles "Salto", "Lauro Müller", "Yaro", "Isla de Flores", "la Rambla", "Barrios Amorím", etc. cumplen una función icónica y marcan los desplazamientos del joven por el "Barrio Sur", vecindario de variado nivel socio-económico en el que se habría criado. Como en Estokolmo, el barrio al que se pertenece es presentado como un ámbito que condiciona el futuro, oficiando como promisión o estigma: "Yo estoy convencido que el lugar donde nacés te determina para siempre. Que hay lugares que te condenan. Si nacés en Uruguay ya estás cagado. Y si nacés en el barrio es mucho peor, nunca vas a levantarte. Nacés acostado" (69); "Pero está condenado: la suerte, o la desgracia, lo hizo nacer en el barrio sur (69)". El rechazo hacia otros barrios, asociado con la clase social y económica de las personas que viven allí, no impedirá (a diferencia de lo que ocurre en Trampa para ángeles de barro) que Marcelo y sus amigos se internen en ellos, para acudir al bar Michigan, en el caso de Malvín, y para robar en la fiesta, en el caso de Carrasco: "Siempre odié Malvín. Típico barrio de tipos chetos y minas franelas, de Levi´s 501 y bucitos Lindsay, de esos de lana finita y peinada" (27). Sin embargo, la flexibilidad de estas fronteras resulta engañosa ya que, si bien habilita una cierta fluidez territorial, ésta no viene acompañada de la integración subjetiva o cultural. La escisión entre las personas que viven en zonas adineradas y en vecindarios más modestos se traducirá en la expresión "dos mundos" diferentes, y esta percepción será confirmada por la visión que Demonio tiene del Barrio Sur. Habituada a Carrasco, la joven realizará una descripción muy pintoresca del barrio, con sus grupos de gente conversando y gritando, las barras en las esquinas, los almacenes con frutas en la vereda, detalle este último que la llevará a expresar: " Yo pensé que no había más almacenes en Montevideo, que solamente había shoppings y supermercados.. Es raro pero lindo, como un pueblito del interior..." (87).

Sin embargo, más allá de las vivencias colectivas de la delincuencia y la droga, las experiencias vitales que convoca la palabra "barrio" en las novelas de Rosselló y Escanlar son disímiles. Los "superhéroes" del barrio de Estokolmo han integrado, de niños, un club de baby fútbol y han leído las revistas Anteojito y Billiken, sus padres o abuelos son dueños de talleres de reparación de calzado, florerías o pensiones y, en ese sentido, el suyo es lo que he dado en llamar un barrio tradicional o histórico. Pero además, estos jóvenes comen en Mc. Donald´s, dominan términos en inglés, como "delivery boy" y "public relations", miran videos musicales en MTV y programas deportivos en ESPN, van al "shopping", están informados sobre Perón y el movimiento MRTA, leen a Kafka, Cortázar y Rubem Fonseca, conocen a Marx, Gramsci y Foucault, han visto películas de Buñuel y Bergman, toman café en el centro, sus familiares trabajan en agencias de publicidad y tienen casa en la Costa de Oro. En el caso concreto de Marcelo, se trata de un joven de clase media que pierde la fe en las ideologías por considerarlas rutinarias, conservadoras y falsas y que entonces decide hacer "tábula rasa", dedicándose al robo y la droga:

Lo que pasó fue que, en determinado momento de mi vida clase media, me di cuenta que todo era mentira. Me había pasado horas estudiando, horas en asambleas discutiendo si a la feuu había que reivindicarla o legalizarla, horas en los boliches hablando de la dictadura del proletariado, de Gramsci y de Foucault. (...) He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la rutina, por la militancia política, por la vejez prematura, por la seriedad estúpida. (...) (51).

(...) Los tipos que conservan, los que vegetan (...), esos no sirven para nada (53).

La postura de Marcelo se vincula con una particular manera de sentir y expresarse de un sector de la juventud uruguaya de la posdictadura (del que precisamente formará parte Gustavo Escanlar, autor de la novela), a la que algunos sociólogos denominaron generación-democracia, generación-rock o generación-dionisíaca y que, fundamentalmente entre 1985 y 1989, se manifestara a través del rock nacional, las revistas "under" (como G.A.S, La Oreja Cortada, Suicidio Colectivo, Kamuflage, Kable a Tierra, Ratas i Rateros, etc.), los graffitis, las performances y los videos. A diferencia de los jóvenes del 68, se caracterizarán por la apatía frente al futuro y el progreso y, por ende, su objetivo no será hacer la revolución ni cambiar la sociedad sino concentrarse en el "aquí y ahora", en las reivindicaciones inmediatas como el cambio de la calidad de la vida cotidiana, la aceptación de la heterogeneidad y la tolerancia. Por otra parte, el individualismo de esta generación la lleva a rechazar todo tipo de alianza de clase social, incluida la clase obrera, y a declararse apartidaria. Renegarán tanto de la derecha como de la izquierda, de "la primera vertiente por dogmática y autoritaria", de "la segunda, por intolerante, por insistir en la militancia disciplinada y por hacerles sacrificar el presente en vistas de un futuro inexistente" (Alpini). A este respecto, son interesantes las declaraciones de Lalo Barrubia (seudónimo de la poeta y performer María del Rosario González, 1967), quien en un artículo publicado en La Oreja Cortada, titulado "Jóvenes eran los de antes", señala:

(...) sabemos que -si es que las soluciones colectivas existen- no pasan por las estructuras políticas, al menos no en este país. Porque todo está previsto, la derecha vive gracias a la izquierda y la izquierda gracias a la derecha y cada quien cuida su chacra con esmero. Los conflictos sindicales están convenidos con el gobierno y los movimientos estudiantiles se esfuerzan en pasar vergüenza. Ya nadie cree en nada pero todos hacen lo que les corresponde.

(...) Por eso estamos al margen. Por eso el esforzado discurso del Partido Colorado no ha logrado seducir demasiado a las nuevas generaciones, ni el de Marx disfrazado de jeans, ni el del centro, ni ningún otro. Porque la seducción es la clave del placer, y éste no ha resultado un país muy gozable. Un país que se ha quedado viejo ya no seduce a nadie (Polaroid 291-292).

Esta sensibilidad específica a la que responde la novela marca ciertas distancias con Trampa para ángeles de barro. Así como en esta última, en base a los desvíos en las trayectorias de Viñas y Garini, se esboza la posibilidad de un cierto quiebre de las segmentaciones sociales que auspicia futuros diálogos comunitarios, el viaje circular de Marcelo cancela todo proceso de cruce e intercambio social. En efecto, las escenas finales de Estokolmo muestran a un Marcelo que, una vez encarcelados sus amigos, decide quedarse con todo el dinero del rescate pagado por el padre de Demonio y asesinar a ésta de tres tiros en la cabeza, a pesar de la relación afectiva que los uniera en los últimos tiempos. De hecho, una vez consumado el crimen, reflexionará: "Chau, nena. Hasta que la muerte nos separe. Yo soy hijo único. No soporto los hermanos. Mucho menos los gemelos" (135). Por otra parte, al subir al ómnibus luego de hacerse con el dinero, comenzará a flirtear con una chica, final abierto que rematará la novela, dejando en el lector la sospecha de que Marcelo se interna en un camino ya transitado, sin salida posible.

En definitiva, la experiencia urbana que en Trampa para ángeles de barro remitía a un mundo pre-moderno, surcado de baldíos, gallinas, carros tirados por caballos, ranchos de lata y bloques, fideos descoloridos cocinados en ollas tiznadas, en Estokolmo entronca con un mundo posmoderno, a través de procesos globalizadores que internacionalizan la información y las manifestaciones culturales e imponen ciertas reglas de mercado y consumición y una forma particular de la sensibilidad, fundamentalmente juvenil. Gilles Lipovetsky ha identificado esta nueva forma de percibir la realidad como "una mutación histórica" y "una nueva fase en la historia del individualismo occidental" (5), y la ha dado en llamar la "era del vacío". Para Lipovetsky, ésta se caracteriza, fundamentalmente, por el abandono de la "escatología revolucionaria", el deterioro de las identidades sociales, la renuncia ideológica y política (La era del vacío 5). Precisamente, esta particular forma de sentir se cuela en las fibras del entramado textual, imponiendo la apatía o el descreimiento en la posibilidad de subsanar los desgarramientos sociales.

En Caras extrañas, el desplazamiento de los guerrilleros aparece consignado como "toma" de la ciudad de Salvo y, en ese sentido, se establece desde un principio una querella por la posesión geográfica que en definitiva trasunta una disputa por el poder. Tal como aclara el narrador, si bien la pequeña ciudad no tiene mayor relevancia desde el punto de vista militar, su proximidad a la capital, Montenegro, y el hecho de que allí tengan sede bancos y empresas de importancia, hace que su copamiento represente un gran golpe de efecto. Por otra parte, los tres focos donde se concentra el accionar de los guerrilleros: la comisaría, el banco y la cárcel, confirman tal enfrentamiento por el poder. Ahora bien, tal como reza en la contratapa de Caras extrañas, "Cualquier semejanza con la historia reciente en Latinoamérica es mucho más que coincidencia. Los nombres han sido cambiados pero no protegen a los inocentes... ni a los culpables. Los inocentes, por lo general, están muertos o desaparecidos. Los culpables quizá no se hayan enterado...". Es así que este hecho ficticio (?) recreado por Courtoisie en su novela recoge ecos de uno de los episodios más significativos de la historia uruguaya en la época de los sesenta: la toma de la ciudad de Pando por parte del Movimiento de Liberación Nacional, Tupamaros, en 1969. En medio de una grave crisis económica y social, marcada por la inflación y la pérdida del poder adquisitivo, así como también por una escalada de represión violenta por parte del Estado frente a los reclamos de los trabajadores, se desata a mediados de los sesenta la guerrilla urbana. Hacia 1965 se crea el MLN, a través de la confluencia de ciertos grupos vinculados a partidos de izquierda y la organización de los cañeros de Bella Unión, liderados por el dirigente socialista Raúl Sendic. Las posturas adoptadas por el movimiento tienen su origen en el desencanto frente a la actividad político-partidaria del país, el interés suscitado por el "camino directo" emprendido por la Revolución Cubana y sus ideológos, como el "Che Guevara", y la convicción en la necesidad de llevar adelante una lucha de "liberación" que traspasara el país y se extendiera a todo el continente (Manual de historia del Uruguay 272). La toma de la ciudad de Pando por parte de los guerrilleros debía cumplir con un doble objetivo: por un lado, homenajear al Che Guevara, asesinado en Bolivia, y, por otro, recaudar fondos para la organización (Gilio 126), de allí que los blancos fundamentales del copamiento fueran el Banco República, el Banco Pan de Azúcar y el Banco de Pando, además de la comisaría, el cuartelillo de bomberos y la central telefónica. Courtoisie ha sabido reconocer certeramente el potencial estético del suceso y su ubicación en una zona de penumbra donde se matizan los límites entre la realidad y la ficción. El recurso del cortejo funerario recogido en la novela, verdadera carnavalización de la muerte en el mejor estilo bajtiniano, fue efectivamente utilizado por los revolucionarios tupamaros para acceder a la ciudad de Pando sin despertar mayores sospechas. El día 8 de octubre, los supuestos deudos se presentaron en la funeraria Martinelli (será la "Faltrinelli" de la novela), acompañando los restos de un familiar fallecido en Buenos Aires, con el propósito, ya convenido de antemano, de que el difunto fuera trasladado al cementerio de Soca (Gilio 102-103). Además de los remises de la empresa, el resto de los guerrilleros habría de ir llegando en autos particulares, ómnibus y trenes. Si bien el procedimiento resultó exitoso en un principio, ciertas fallas en el repliegue condujeron a su fracaso militar. Como saldo, quedan varios muertos y heridos y se producen detenciones en la dirigencia tupamara. Al reflexionar sobre el movimiento, el historiador Benjamín Nahum señala que, en un principio, la población se sorprendió por un tipo de acciones sin precedentes en el país, y no vio con malos ojos que, inclusive por esos medios, se pusieran al descubierto negociados y delitos económicos perpetrados por bancos y empresas en apariencia respetables. Sin embargo, cuando la violencia en los enfrentamientos con la policía fue in crescendo y se registraron las primeras víctimas, "se fue produciendo un retraimiento de la población que culminó en el aislamiento del movimiento tupamaro. Los valores de la convivencia pacífica estaban demasiado arraigados en la ciudadanía como para avalar esas acciones, y no lo hizo" (273).

En todo caso, el enfrentamiento de la guerrilla y el gobierno, desde sus diferentes posicionamientos territoriales, refleja una extrema polarización social que opone, por un lado, al pueblo afectado en su calidad de vida y cuyos derechos y libertades civiles se ven cercenados y, por otro, a un gobierno que, respaldado por las fuerzas policiales y militares, no duda en recurrir a la represión más violenta para acallar sus demandas. Esta idea de la escisión del cuerpo social, sin precedentes en la historia del país, será recogida por Courtoisie en su novela como una constante que se hará extensiva hasta el presente de la narración, en cuanto herida incapaz de suturar. La imposibilidad del diálogo entre ambos polos será el rasgo más destacado, a través de una serie de metáforas no exentas de humor e ironía. Para la guerrilla, el gobierno será "un payaso idiota", mientras que, para el gobierno, la guerrilla será "una cucaracha" y en ese sentido, surgirán los interrogantes : "¿Cómo se pueden entender el payaso y las cucarachas? (...) Cuando las ve en el suelo, el payaso intenta pisotear, aplastar a las cucarachas. Las cucarachas pueden hacerle la vida imposible al payaso. (...) Así, es imposible entenderse" (147-148). Las divisiones afectarán también al cuerpo militar, que se debate en dos bandos: por un lado, los militares que reprimieron, torturaron y mataron ("los que tocaron la mierda" (115), según reza en la novela) y, por otro, los inocentes: "Me pongo en los zapatos de un militar honrado, sobre sus suelas clavadas y pienso: "No soy malo".¿Por qué me echan la culpa a mí?" (173). Las relaciones entre los descendientes de los involucrados en los hechos serán también conflictivas y el narrador se interrogará acerca de su concreción. Cuando Ana Saldías, hija del coronel torturador Pedro Saldías, y Luis Antonio Aldao, hijo de un guerrillero muerto durante la toma de Salvo, tengan un romance, éste se cuestionará: "¿Pueden besarse las piedras? ¿Acaso se besa el movimiento del agua? ¿Se besan las paredes de las casas? ¿Puede besarse el hierro de los clavos? Quién sabe" (110). En todo caso, la simple existencia de la duda o las interrogantes abre una pequeña brecha en la estricta dislocación social, permitiendo contemplar la posibilidad de futuras interacciones.

La idea de la fragmentación del tejido social se trasladará en la literatura de los jóvenes escritores de la posdictadura en la insistencia en los tajos y mutilaciones provocados en el cuerpo. El propio Courtoisie recrea estas imágenes en Cadáveres exquisitos y en su obra titulada, precisamente, Tajos (1999). Lo mismo sucederá en Derretimiento (1998) de Daniel Mella, Zack. Estaciones (1994) de Ana Solari y el texto "La oreja, el camino y la mano" de Ricardo Henry (1971), entre otros. Carina Blixen reflexionará sobre esta característica de la literatura posdictatorial señalando que el conjunto de estas imágenes puede entenderse como una interpretación de una situación histórica en la que se percibe un "país dividido por múltiples exilios interiores y exteriores" (La cara oculta de la luna 18). Pero quizá, la escisión mayor que se vea consignada en Caras extrañas sea de tipo lingüístico. A lo largo de la novela se evidencia el divorcio existente entre las palabras y la acepción que de ellas brinda el diccionario, y el uso o interpretación que se ha hecho de ellas, advirtiendo sobre los peligros de las fricciones entre "langue" y "parole", la lengua y su actualización. Más destructivo y ominoso que la fuerza de las armas resulta el poder de las palabras y los signos, "Y con los signos, con las letras, con las palabras hay que tener cuidado (74)". En ese sentido al escoger el cortejo fúnebre como forma de acceder a la toma de la ciudad, los guerrilleros optaron por "un símbolo emparentado con la muerte. Ese ataúd nos decía a todos. Cuidado. (...) Adentro iba un ataúd vacío (ya se iba a llenar) y un largo carnaval funerario, cinéreo, espeluznante" (73). Del mismo modo, la difícil tarea de llegar a comprender el verdadero significado de palabras como "revolución", "gobierno", "sedición", "libertad", etc., resulta crucial. Cuando los revolucionarios tomaron la ciudad de Salvo "creían ser la mano del pueblo (...). El arma de la conciencia" y sin embargo fueron "llamas separadas de la hoguera, frutas sin el árbol que las sustenta (...) La clave está en entender lo que significa la palabra "revolución" (152).

Para recapitular, es posible señalar que la "retórica del desplazamiento" impuesta por los personajes de las tres novelas analizadas, deconstruye la imagen de una ciudad homogénea y unificada, dando paso a la heterogeneidad y la disgregación. En ese sentido, no corresponde hablar de una ciudad de Montevideo, sino de una multiplicidad de núcleos urbanos que coexisten sin interactuar entre sí. Las diferentes experiencias vitales de los protagonistas los conducirán por distintos senderos que irán configurando micro-espacios autosuficientes. De este modo, existirán simultáneamente el barrio marginal, el barrio típico o histórico y el barrio residencial. Por otra parte, se darán cita en el casco urbano diferentes temporalidades, al reconocerse en el mismo una ciudad pre-moderna, una moderna y otra posmoderna. Pero así como la clase, el estatus económico, la cultura y el acceso a los beneficios de las nuevas tecnologías y servicios segmentan a la ciudad, los diferentes posicionamientos ideológicos acerca del proyecto de país deseado y la interpretación de la memoria histórica y del presente comunitario, marcan incisiones o "tajos" en la epidermis ciudadana, aún sin suturar.

En la convocatoria firmada por el Arq. Salvador Schelotto al Sexto Seminario Montevideo, realizado del 7 al 20 de marzo del 2004 y titulado "Accesibilidad: centro/s y periferia/s en el Montevideo Metropolitano", se señalaba como uno de los objetivos del mismo analizar, desde una perspectiva interdisciplinaria, la problemática de los efectos de la fragmentación social en la ciudad, enfocada desde la óptica de las centralidades y los espacios periféricos. Como motivación y justificación de la temática propuesta, se indicaba que la ciudad de Montevideo y el conjunto del área metropolitana atravesaban marcados procesos de transformación que se manifestaban, entre otras características, a través de la fragmentación social y la segregación espacial. Se afirmaba además que la accesibilidad a las centralidades urbanas es una pieza clave de una estructura democrática de la ciudad y que, sin embargo, la misma estaba en cuestión. Históricamente, la ciudad de Montevideo ha contado con un centro urbano principal y una serie de centralidades zonales complementarias. A partir de los noventa y acorde con las nuevas dinámicas sociales, económicas y culturales, así como también con un crecimiento de la economía con distribución regresiva, comenzaron a surgir "nuevas centralidades", especialmente en la zona sureste de la capital y en el borde costero (Pocitos, Punta Carretas, Carrasco). Estos cambios tienen que ver con la construcción de shopping centers y otras transformaciones sociourbanas. Al mismo tiempo, se agudiza el proceso de "metropolitanización" que se había originado en la época de los sesenta y brotan, de este modo, nuevas centralidades fuera de los límites territoriales del departamento; es el caso de la ciudad de Las Piedras, sobre el eje de la Ruta 5, la ciudad de Pando, sobre el eje de la Ruta 8, y la Ciudad de la Costa, sobre Av. Gianattasio. Estas centralidades son una referencia simbólica que integra el imaginario colectivo y están signadas por una compleja funcionalidad, ya que en ellas se concentran actividades comerciales, recreativas, educativas, deportivas, servicios, etc. A pesar de esto, el acceso a las mismas desde ámbitos periféricos y, por ende, el usufructo democrático de los espacios urbanos, está en tela de juicio y se presenta como una aspiración y un desafío. Por otra parte, y paralelamente a los procesos de centralización, en estas áreas periféricas se han incrementado los asentamientos precarios y han aparecido "ghettos" de pobreza urbana concentrada.

Precisamente, Henri Lefebvre considera que cada sociedad y, en ese sentido, cada modo de producción, determina también la producción de un espacio que le es propio (31). Es así que esta sociedad montevideana del fin de siglo e inicios del siglo XXI, signada por los efectos del capitalismo avanzado, los procesos de globalización y el neoliberalismo, y fragmentada en sí misma, ha generado un nuevo modelo de espacio urbano caracterizado por su extrema polarización y "ghettoificación". El decaimiento del clásico centro de la ciudad, extendido a lo largo de la calle 18 de julio y contenido entre el Parque Battle y la Ciudad Vieja, con el consiguiente deterioro y cierre de sus tradicionales galerías , vino acompañado, como bien señalaba Schelotto, por la aparición de nuevas centralidades ubicadas sobre o muy cerca de la Rambla y surgidas en torno a los "shoppings" situados en zonas residenciales. Este proceso, que Beatriz Sarlo denomina "Los Angelización" (9), pone de manifiesto la retirada del Estado, con su labor de planificación, asistencia y contralor, y su sustitución por el mercado. Sin embargo, como también observa Sarlo, los pobres viven en suburbios de los que el Estado también se ha retirado y donde la pobreza imposibilita que el mercado tome su lugar. Ellos soportan el peso de la crisis de los vecindarios locales, el deterioro de las solidaridades comunitarias y la violencia cotidiana, mientras que los "shoppings" encarnan una versión condensada y exagerada del otro lado de la moneda de esos rasgos de pobreza urbana (15). La aparición de auténticos "ghettos" ubicados en las zonas del extrarradio capitalino será la manifestación más extrema de la pauperización urbana. Si bien originalmente el término "ghetto" se usó para referirse a las zonas judías segregadas en Europa, y en Estados Unidos se empleó para aludir a cualquier enclave de tipo racial o étnico, independiente de las características socio-económicas, en la actualidad se le relaciona con áreas de gran concentración de pobreza y deterioro edilicio (Lynn y McGeary 18-19). En su análisis acerca de los causales de tal marginalización social en los Estados Unidos, William Julius Wilson insiste fundamentalmente en las transformaciones estructurales de la economía (The Truly Disadvantaged 18), razón que podría vincularse así mismo con el caso uruguayo. Precisamente, al estudiar los cambios económicos acarreados por las tendencias neoliberales en los países latinoamericanos, García Canclini señala un doble juego de sustitución y cambio: el "estado protector" será suplantado por "estado de exclusión", mientras que la economía de la productividad se verá relevada por una"cultura de la especulación y el espectáculo" (Culturas híbridas 248). Igualmente, el análisis de Wilson acerca de los efectos devastadores del desempleo en los barrios marginales (criminalidad, disolución de la familia, bajos niveles de organización social, etc.) puede también hacerse extensivo ("Jobless Poverty" 135). Ambos argumentos ayudarían a desbaratar la idea de la existencia de una "cultura de la pobreza", tal como fuera concebida por Oscar Lewis y posteriormente elaborada por otros pensadores conservadores, y que implicaría el desarrollo de una serie de patrones culturales, trasmitidos de generación en generación, incompatibles con el avance socio-económico (American Apartheid 5).

Ahora bien, paralelamente a estos ghettos "reales", geográficamente definidos y localizables (Cerro Norte, Casavalle, Borro, etc.) y precisamente en las zonas residenciales del sureste de la capital, se ha producido una "extraña mutación" que Zygmunt Bauman ha dado en llamar el "gueto voluntario" (137). En efecto, los habitantes de confortables mansiones de Carrasco o Punta Gorda, o de modernos edificios de Pocitos, se han parapetado detrás de altos muros, porteros eléctricos con cámara de video y alarmas electrónicas, y han contratado guardias de seguridad privados que patrullan la zona. Como casos específicos se pueden citar las Torres Náuticas, situadas en Pocitos, próximas al Montevideo Shopping Centre, y el lujoso barrio privado "Lomas de Carrasco". Este tipo de ghetto, que comparte con el auténtico la idea de la homogeneidad de quienes pertenecen a él, más que prohibir la salida de sus residentes está destinado a impedir que ingresen elementos ajenos y, evidentemente, está motivado por una sensación de inseguridad. Tal como afirma Bauman, la seguridad en un mundo tan individualizado y privatizado entra en la esfera del "hágalo Ud. mismo" y, en ese sentido, la "defensa del lugar" debe ser una tarea del vecindario, una "cuestión comunal". Dirá además que: "Allí donde ha fracasado el estado, quizá la (...)comunidad encarnada en un territorio habitado por sus miembros y por nadie más (...), provea el sentimiento de‘seguridad’ que el mundo en sentido amplio evidentemente conspira para destruir" (133).

A este respecto, se pueden consignar las palabras de Fernando Reati quien, al reflexionar sobre una reorganización urbana similar en la Argentina, indicaba que, al tiempo que los afortunados beneficiarios del modelo económico neoliberal se refugian en paraísos artificiales resguardados tras los altos muros de complejos habitacionales y country-clubs privados, otros grupos sociales marginados de los beneficios del modelo,

se recluyen en ghettos internos creados recientemente (4). Señala además que, en este proceso de reconfiguración del tejido social, la pobreza y la riqueza pueden adscribirse a zonas de concentración geográfica perfectamente identificables, separadas por nuevas fronteras internas que generan dos mundos coexistentes pero cada vez con menos vasos comunicantes (5). Por otra parte, recupera expresiones de Juan Martini quien, en un artículo publicado en el Diario Clarín, sostenía:

Los cercenados, los excéntricos, los periféricos, los carecientes, los inadaptados por falta de recursos, o por lo que sea, a la hegemonía brutal de la época en que vivimos han quedado- se dice- en el pasado. En rigor, conviven, en este mismo presente, con la opulencia, pero nadie lo quiere saber. Allá, más allá del telón dorado de los shoppings, del hechizo de las sociedades virtuales que se tejen en el ciberespacio, de la soberanía implacable de las formas juveniles, de la cultura light y de la política farandulesca, hay otros mundos, y no están en éste (16).

Esta misma situación constatada en Uruguay y Argentina no será privativa de estos países del Cono Sur sino que se hará extensiva al conjunto de América Latina. En ese sentido, afirmará Canclini que: "Los grupos populares salen poco de sus espacios, periféricos o céntricos; los sectores medios y altos multiplican las rejas en las ventanas, cierran y privatizan calles del barrio" (Culturas híbridas 266).

Las tres novelas que analizo en este trabajo inciden en la conformación geográfica de micro-urbes de existencia paralela y desvinculada. Trampa para ángeles de barro recoge la experiencia periférica de la marginalización social y económica extrema, asociada con los cantegriles y los asentamientos precarios del extrarradio montevideano y la zona oeste del departamento, en cuanto compartimentos estancos cuya frontera es imposible de franquear. La "zona del deseo" localizada "saliendo" de ese entorno suburbial, y a la que sus personajes no tienen acceso, es recuperada en Estokolmo bajo la forma de dos micro-mundos contrapuestos. Por un lado, se re-crea el imaginario del barrio típico de Montevideo, habitado por gente de clase media y trabajadora, que aún conserva ciertos rasgos originales como la vinculación social de los vecinos, el almacén de la esquina, el taller del zapatero, etc., pero que al mismo tiempo está aquejado por los nuevos malestares sociales. Estas dislocaciones de la sociedad afectarán fundamentalmente al sector juvenil, y se manifestarán a través de la falta de empleo, la criminalidad, la droga y, lo que es más importante, una apatía generalizada que llevará a descreer y desestimar todo esfuerzo por construir un futuro "otro". Además, el barrio tradicional sintetizará las tensiones de la época ya que, al tiempo que reivindica lo local, se abre a la instalación de McDonald´s, al idioma inglés y a los videos musicales de MTV, etc. Por otro lado, Estokolmo recupera los enclaves privilegiados, ubicados en zonas exclusivas del sureste de la ciudad, próximas a la costa y a los "shoppings". En ellos, en casas que no parecen "de verdad" sino "alquilada[s] para salir en la revista Caras" (32), sus dueños contratan "segurolas privados" (32) que recorren la zona evitando los merodeadores, es decir, toda persona ajena al circuito interno del enclave. De este modo "la Biblia" y "el calefón" que simbolizan al barrio marginal, al barrio histórico reformulado y al barrio residencial, entre otra pléyade de formaciones urbanas recientes, convergen en esta Montevideo finisecular y de principios del siglo XXI, compartiendo el mismo escaparate, pero separados en sendos anaqueles.

Por su parte, Caras extrañas da cuenta también de las transformaciones sociourbanas ocurridas en Montenegro/Montevideo en las últimas cuatro décadas. En primer lugar, la elección de la ciudad de Salvo/Pando como objetivo del ataque guerrillero evidencia el fortalecimiento de ciudades ubicadas en el cinturón capitalino y su elevación al status de ciudades satélites de la metrópoli, en las que se conjugan múltiples actividades económicas, culturales y sociales. En segundo lugar, las fricciones entre el microcosmos integrado por los guerrilleros que toman la ciudad y el microcosmos que reúne los esfuerzos del gobierno y el ejército para defender los bastiones económicos y panópticos, traducen las tensiones ideológicas que desgarran al orden social, tanto en el momento de los hechos como a posteriori. Y en tercer lugar, la adopción de los versos de Líber Falco acerca de Montevideo, en los que la consignaba como "madre cruel", expresa las diferentes facetas simultáneas que puede adoptar la ciudad, a la que el narrador, a través del mismo juego oximorónico, define como "una hermosa ciudad, una ciudad terrible Montenegro, una mierda" (160).

Precisamente, al analizar la novela latinoamericana de los 80 (y se podría hacer extensiva esta reflexión a las décadas posteriores), María Eugenia Mudrovcic señalaba que buena parte de la misma habla de ghettos, entendiendo a éstos como "espacios sociales y culturales discontinuos y cerrados", y citando como ejemplos al indígena, el negro, el judío, el homosexual, el exiliado, el macró y la prostituta. Por otra parte, indicaba que este hecho era "otra forma de negar poder de simbolización a los mitos de ‘pasaje’ e integración social" (461). Para Mudrovcic, los textos estudiados tienden a resistir tres formas típicas de los ritos de pasaje: "la asimilación cultural (que involucra el cambio de subjetividad, la integración social (o cambio de clase) y el cruce geográfico (o cambio de territorialidad)" (462). Si se piensan las afirmaciones de Mudrovcic en función de las tres novelas analizadas en este ensayo, es posible percibir una vuelta más de tuerca en esta categorización de lo ghettos creados en la novelística uruguaya de las dos últimas décadas y que tiene que ver con el aspecto territorial. En efecto, además de la dimensión social y cultural de estos enclaves, es preciso indicar su adscripción a un espacio geográfico determinado, difícil de abandonar, sino imposible. Este aspecto se vincula directamente con la imposibilidad de uno de los ritos de pasaje señalados por la crítica y que tiene que ver con el salto geográfico. Como ya he señalado, los personajes de las tres novelas que forman el corpus no pueden acceder a un movimiento de desterritorialización y posterior reterritorialización, quedando localizados de forma permanente en su espacio de origen. Es el caso del Navajasy sus amigos en Trampa para ángeles de barro, de Marcelo y los demás integrantes de la banda en la obra de Escanlar y de los revolucionarios, por un lado, y el gobierno y el ejército, por otro, en Caras extrañas. En los dos primeros casos, es evidente además la imposibilidad de la concreción del cambio de clase social, como lo expresa claramente el Seba en Estokolmo, al referirse a Marcelo:

Estás acá porque te hacés la ilusión de que, un día, vas a pegarla y vas a poder tener todo. Porque te diste cuenta que si seguías estudiando no ibas a ser lo que te vendieron, un profesional culto y con guita, un burgués de mierda. Vos no sos del barrio. Vos sos un comemierda de los ricos. Querés tener todo pero naciste acá y estás condenado a no tener nunca nada.... (90-91).

En el caso de Caras extrañas, la integración cultural o el cambio de subjetividad del que habla Mudrovcic se expresa a través de la brecha ideológica insalvable que separa a quienes intentan defender los intereses populares de quienes no dudan en recurrir a la represión, la tortura y la muerte en la defensa de un Estado que ya no vela por la salvaguarda y bienestar de sus ciudadanos. Esta fragmentación implicará también al resto de la sociedad, que se debate en el terreno nebuloso auspiciado por la falta de esclarecimiento de los hechos con el consiguiente restablecimiento del orden.

En suma, es posible indicar que las obras analizadas apuntan a la "ghettoificación" de la ciudad, que se repliega en bolsones inconexos en los que no hay lugar para el cruce geográfico, social e ideológico. Los variados efectos de los procesos de globalización y reafirmación de las economías neoliberales, marcan su impronta en el entramado de la sociedad. Es así que surgen, por un lado, los beneficiarios de estas transformaciones, afincados en "ghettos voluntarios" ubicados en zonas residenciales signadas por la presencia de los "paraísos artificiales" que representan los shopping centers. Por otro, en las zonas marginales localizadas en el cinturón de la ciudad, con sus baldíos, rancheríos y miseria extrema, surgen los excluidos de estos beneficios, el "lado oscuro" de estos cambios finiseculares y de comienzos del nuevo milenio. Del mismo modo, los distintos posicionamientos frente a la historia reciente del país (la guerrilla urbana, la dictadura, la ley de caducidad, etc), con sus consiguientes efectos para el presente y las perspectivas de futuro, alentarán también el desgarramiento del tejido social. La literatura, entonces, no permanece ajena a estos "movimientos sísmicos" de la sociedad y, no conforme con consignarlos, rescata también en su espacio las diferentes (léase complementarias y/o contradictorias) sensibilidades comunitarias que los acompañan. Si, apática o incrédula, Estokolmo cifra los malestares urbanos, Trampa para ángeles de barro y Caras extrañas optan por la estética de la "caja de Pandora", poniendo al desnudo los males de la segregación social pero reservando, en el fondo, la esperanza de la sutura.

Obras citadas

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