Javier Marías: Un novelista para nuestro tiempo

 

Manuel Durán

Yale University, Emeritus

 

"Por el hilo se saca el ovillo", viejo refrán castellano que sin duda está entre los miles de refranes que tanto agradaban a Sancho Panza. Yo siempre he pensado que para acercarnos a la literatura española de hoy es bueno empezar por un hilo, sutil pero resistente. El hilo es la vida y la obra de Miguel de Unamuno, el más español y castizo de los escritores de su generación, que, sin embargo, no hubiera escrito como escribió sin recibir y asimilar influencias diversas, procedentes de países europeos y también de Hispanoamérica. Sin los teólogos protestantes alemanes, sin Kierkegaard, en fin, sin tantas influencias de fuera de España, no hubiera escrito mucho de lo que nos dejó.

Y de Unamuno, siguiendo el hilo, pasamos a Ortega, también profundamente español, y que de todos modos necesitó viajar a Alemania y allí impregnarse de cultura alemana (y, también, francesa, inglesa, de otros países.) Ortega reacciona frente a Unamuno, y propone más influencia de fuera de España. De Ortega pasamos fácilmente a Julián Marías, discípulo predilecto, junto con María Zambrano, de Ortega. Marías, de increíblemente vasta cultura, continúa la obra de Ortega, tiende a extenderla en algunos campos, y, finalmente, comunica a su hijo, Javier Marías, el respeto por la cultura tradicional, y al mismo tiempo la necesidad de renovarla a través de influencias diversas, muchas de ellas procedentes del extranjero. Lo que en Ortega fue admiración por Alemania se convierte en Javier Marías en admiración por Inglaterra: no por ello dejan de ser auténticamente, sólidamene españoles estos dos escritores.

Ortega hubiera querido escribir una novela, y ha escrito muchas páginas interesantes sobre la novela como género literario. Julián Marías escribió sobre muchos temas, sobre todo ensayos filosóficos, y ciertamente sociológicos y sobre historia de la filosofía, también páginas memorables sobre literatura, aunque, que yo sepa, no escribió ninguna novela.

Su hijo, Javier Marías, en cambio, se ha convertido en uno de los principales novelistas de la España de hoy, sin dejar de escribir interesantísimos ensayos. En este campo, el de la novela, ha sobrepasado fácilmente a Unamuno, cuyas novelas hoy nos parecen demasiado "ideológicas", novelas de tesis, si bien alguna, como San Manuel Bueno, Mártir, va más allá de estas limitaciones y se convierte en obra maestra..

Hay algo que une a estos varios escritores: tanto Unamuno como Ortega, Julián Marías y Javier Marías, han colaborado con frecuencia en los periódicos, lo cual les ha llevado al camino del ensayismo. Unamuno publicó en numerosos diarios españoles y argentinos, sobre todo en La Nación, lo cual le llevó a interesarse por la literatura hispanoamericana (su ensayo sobre el Martín Fierro es muy agudo). Ortega dijo de sí mismo en cierta ocasión: "Yo he nacido sobre una rotativa": su familia era propietaria de un periódico, y Ortega publicó parte importante de su obra en El Sol y otros diarios. Julián Marías también ha publicado en periódicos, aunque menos que Ortega. Javier Marías publica regularmente, una vez por semana, casi siempre en El País Semanal.

Javier Marías, nacido en 1951, ha vivido --siguiendo a su familia, primero, y después en forma independiente-- en Italia, Estados Unidos (Cambridge, Massachusetts), Inglaterra (Oxford). Es ahora propietario de un piso en la Plaza Mayor de Madrid. Sus periodos en el extranjero le dan una visión más equilibrada y objetiva de los problemas y las esperanzas de los españoles. Su vocación literaria fue muy temprana: como señala la crítica holandesa Maarten Steenmeijer, apenas cumplidos los dieciocho años se puso a escribir una novela que no tenía nada que ver con las propias vivencias ni con el país en que había nacido y crecido ni con el radical experimentalismo que era la estética dominante en la narrativa española de aquel entonces. Se trata de Los dominios del lobo (1971), cuya materia prima fueron nada menos que ochenta y cinco películas norteamericanas consumidas por Marías durante una breve estancia en París. El autor las transformó en una novela que no sólo se revelaría como atípica en el marco de la narrativa española coetánea sino incluso respecto a la narrativa posterior del propio Marías. Llena de aventuras y peripecias y, además, escrita en un estilo muy ligero y transparente, esta primera novela preludió más a la narrativa de Eduardo Mendoza (recuérdese que la primera novela de Mendoza, nacido ocho años antes que Marías, saldría cuatro años después de la primera novela de éste-- que a las novelas "maduras" de Marías (afirmación que no pretende sugerir al lector que no conozca Los dominios del lobo que no debería leer esta novela tan precoz como sorprendente y divertida; al contrario). (Foro Hispánico, p. 7)

La mayor parte de los críticos que se han ocupado de Javier Marías han relacionado su obra con la de su amigo y mentor, casi su ídolo, el autor de Volverás a Región, Juan Benet. Yo difiero, en parte. Creo más importante el que Marías haya traducido la interesante y compleja novela (¿o quizá no es novela?) del autor inglés del siglo XVIII, Lawrence Sterne. Sterne escribe en forma ligera, humorística, un relato lleno de zigzags subjetivos, de novedades tanto estilísticas como, incluso, tipográficas. Las digresiones son tan abundantes que ahogan, casi, el relato. Hay páginas en blanco, párrafos que terminan en líneas de asteriscos. Y, sobre todo, lo que vemos en la novela son las caprichosas evoluciones y asociaciones de ideas en la mente del autor. Sterne es siempre imprevisto, improvisado, aéreo. En cambio, Benet escribe en forma casi impenetrable, en un lenguaje plúmbeo que recuerda el informe de un geólogo, o geógrafo, o agrimensor, o quizá ingeniero (creo que lo era), y sus personajes no se revelan, más bien emplean lenguaje y léxico inadecuados a su formacion cultural, que los hacen más impenetrables. No sabemos en qué parte de España transcurren sus novelas, en qué años, cómo son en realidad sus personajes. La incertidumbre, la imposibilidad de llegar al fondo de la realidad, es quizá el mensaje central de toda su obra.

Sterne, por otra parte, es mucho más jovial, abierto, simpático; nos remite a Cervantes, con quien comparte el espíritu humorístico, burlón, y una incertidumbre inicial (en efecto, nos dice Cervantes en el Quijote, ¿cómo confiar en un historiador árabe, ya que todos ellos son mentirosos, y quizá mal traducido?)

De todos modos, el ambiente y los personajes de Marías difieren del ambiente y los personajes de Benet. Yo diría que los personajes de Marías son más conscientes y más civilizados que los de Benet. No me imagino a Benet describiendo una cena en Oxford en que cada personaje es consciente de la mirada exploradora y significativa de los demás. Ambos escritores, desde luego, viven en una época post-kantiana, en que algo sabemos de las incertidumbres señaladas por Heisenberg y la física cuántica, y también, en aspectos más vecinos a las humanidades, las borrosas fronteras del arte, la política, la psicología y la sociología de la postmodernidad (llamada, de otro modo, la confusión total, la falta de principios y de metas que caracteriza nuestro tiempo, y sin duda se refleja, o se define, en nuestras literaturas). Además, Marías se inspira con frecuencia en el cine,y las películas siempre, o casi siempre, tienen una estructura que, tan antigua que nos remite a Aristóteles y su Poética, tiende a organizar lo que ocurre a base de un conflicto que incluye una presentación, un desarrollo, y un desenlace, lo cual hace que las novelas de Marías sean más inteligibles que las de Benet.

Lo que ocurre en el caso de Sterne (y también ocurre en ciertas obras de Diderot, como Jacques le Fataliste,) es que la intervención del autor en la obra que está creando, si es demasiado clara, tiende a perturbar el espejo: creíamos que el relato iba a reflejar una realidad concreta, externa al mismo, y de pronto las imágenes del espejo se ven complicadas y borrosas porque se les ha superpuesto, como ocurre con ciertas fotos mal reveladas, otra imagen: la del rostro, o la presencia, del autor o de la autora. Esto ocurre en el Quijote, pero en forma mucho más suave y menos turbadora. El proceso está admirablemente explicado en un libro de Robert Alter, Partial Magic: The Novel as a Self-Conscious Genre, y si queremos ver un ejemplo concreto en miniatura, un esbozo, lo hallaremos en el famoso poema de Lope de Vega, "Un soneto me manda hacer Violante". El poeta nos cuenta, paso a paso, cómo va construyendo este soneto, en forma que no refleja ningún sentimiento íntimo, ninguna belleza del mundo exterior, sino la capacidad técnica y el virtuosismo del autor:

Catorce versos dicen que es soneto,

Burla, burlando, ya van tres delante (...)

Mirad si son catorce, y ya está hecho.

Todo lo cual quiere decir que la "metaficción" o la "novela autoconsciente" no es un invento nuevo sino más bien un importante desarrollo del arte y la literatura del barroco, en un esfuerzo por hacer borrosas (y porosas) las fronteras que separan la obra de arte del espectador. Así, por ejemplo, en Las Meninas Velázquez se incluye a sí mismo, e incluye el acto de pintar, en el mismo lienzo, junto con los otros personajes retratados, y además nos invita a nosotros, los que contemplamos el cuadro, a penetrar en el espacio que el artista está pintando, ya que Velázquez está mirando de frente, y en cierto modo "observando" a los que contemplan el cuadro. (Recordemos también el lienzo de Vermeer, "Alegoría de la Fama", conocido también como "El artista en su estudio", con el artista, Vermeer, una joven modelo a punto de tocar la trompeta de la Fama, y un gran mapa de Holanda. Ahora, en la novelística española contemporánea, pensemos en novelas tan valiosas como Mazurca para dos muertos, de Camilo José Cela, en que la presencia del autor resalta en cada página, formulando preguntas que contestará (o no) más tarde, manipulando discreta o abiertamente al lector, y también El balneario de Carmen Martín Gaite, y, claro está, Volverás a Región y Herrumbrosas Lanzas, de Juan Benet, a quien es indispensable citar en este caso, si bien los lectores de este ensayo ya se habrán dado cuenta de que Benet no me gusta nada, en absoluto. (Creo, incluso, que hay libros, o más bien novelas, que es peligroso leer: si, por ejemplo, leemos la "novela" de James Joyce, Finnegans Wake, e inmediatamente leemos Volverás a Región, de Juan Benet, y sobre todo si al mismo tiempo estamos escuchando música de Philip Glass, nos colocamos al borde del suicidio.)

Se trata, sobre todo, de observar, y subrayar, que el ambiente, el clima afectivo de las novelas de Marías es muy diferente del ambiente creado por novelas como La familia de Pascual Duarte y La colmena, de Camilo José Cela, o bien Tiempo de Silencio, de Luis Martín Santos, o bien Herrumbrosas Lanzas, de Benet. Todas estas novelas tienden a quedar prendidas, casi diría paralizadas, en el oscuro pasado de la guerra y la inmediata postguerra. En la medida en que reflejan aquellos años malditos, se convierten sin duda en importantes testimonios a la vez literarios e históricos. Pero no podemos seguir atados al pasado. Marías nos acerca a un presente imperfecto, pero mucho más libre, más abierto, más lleno de esperanza. El presemte, y el futuro inmediato a este presente, diría Marías, es un acertijo: hay que adivinar algo, y el lector es parte de la adivinanza. Una adivinanza no es necesariamente un duelo o un amenaza. La esperanza y el optimismo pueden ser parte de la adivinanza.

Yo sugiero ahora que la idea que Marías tiene del novelista, de la creación de una novela. se parece algo a la idea que tenemos de la famosa Sheherezada de las Mil y Una Noches. El novelista, o la novelista (muchas son las mujeres que escriben novelas hoy) vive, sobrevive, mientras cuenta su cuento, mientras nos distrae y entretiene con su narración. Contar algo no es describir una realidad sólida y preexistente a la narración; la realidad está hecha, descrita, desarrollada, por sus narradores, que conectan y articulan una serie de datos, en principio incoherentes, inconexos, y que alcanzan coherencia en el acto mismo de ser narrados. Sherezada sigue viva, a través de sus cuentos de cada interminable noche, y nosotros con ella; a través de sus cuentos la realidad cobra sentido. Contar, narrar, es hacer y crear lo narrado, dar existencia genuina a una serie de datos que sin el hilo narrativo se perderían, se disgregarían, caerían en la nada. No recuerdo bien quién dijo (creo que fue Gustave Flaubert, pero no estoy del todo seguro) que "en un collar de perlas, lo más importante, lo esencial, no son las perlas; es el hilo que las une".

Al final de su novela Mañana en la batalla piensa en mí Javier Marías nos da un resumen de sus ideas acerca de la novela. Sus palabras van muy cerca de lo que he tratado de expresar en la última página de este ensayo. Creo que la explicación que da allí de sus novelas, de su idea de la novela y de la función del autor de novelas, es casi tan valiosa como el resto de esa novela, que es, sin duda, muy valiosa. Por suerte para él, nunca se ha visto amenazado de muerte, como lo estuvo Sherezada, al final de cada capítulo o de cada cuento. El mundo moderno nos ofrece, sin duda, ciertas ventajas.

 

Obra citada

Foro Hispánico, Revista Hispánica de los Países Bajos, No. 20, Septiembre de 2001: "El pensamiento literario de Julián Marías." Amsterdam: Rodopi, 2001.