Puente del cielo de Adriana Díaz Enciso (Adriana Díaz Enciso. Barcelona: Mondadori, 2003,115pp)

 
La escritora mexicana Adriana Díaz Enciso publicó el año pasado su segunda novela, titulada Puente del cielo. Más conocida por su poesía y por las letras que le compone a la agrupación de rock Santa Sabina, Díaz Enciso forma parte de un grupo de escritores mexicanos noveles y talentosos que empiezan a ser expuestos al mercado internacional gracias a los esfuerzos de la Colección Literatura Mondadori de Autores Mexicanos. La autora de los poemarios Sombra abierta, Pronunciación del deseo y Hacia la luz ya tenía una novela publicada en el 2001 titulada La sed. En esta segunda novela, Díaz Enciso explora la temible confabulación entre Thanatos y Eros, siendo su mediador el cuerpo enfermo de Julia, su protagonista.

Julia es tan sólo el nombre de un cuerpo de mujer débil y abatido. En las páginas de esta novela lo nominal queda subyugado a la fatalidad de lo corpóreo. El lector llega a saber muy poco de los detalles que conforman su vida personal. Sólo por retazos va descubriendo los acontecimientos que irán explicando la razón por la cual la rodeaba "aquel cerco invisible", sinónimo de la sutil frontera entre la vida y la muerte. Tras una estancia indeterminada en el hospital, Julia, aquejada por una enfermedad que tampoco se nos advierte, cae entrampada en un mundo un tanto vampiresco que la mantendrá en vilo entre el aquí y el más allá. Así pues, las primeras líneas van perfilando a una persona más o menos verosímil que, a pesar de su debilidad física, decide levantarse de su lecho de enferma y tomar un autobús para llegar hasta el bar El Gato Ebrio, lugar, nos dice la narradora, asiduo para ella y su novio. Allí verá al amor de su vida, Flavio, acompañado de otra mujer y más importante, conocerá a Julián, el hombre misterioso, terriblemente blanco y hermoso, que la acompañará por el resto de la jornada.

Dividida en nueve capítulos cortos, esta novela, desde su inicio, nos coloca al borde del vértigo. Sentimos con la protagonista ese aire raro que la circunda, la fatiga que apenas la deja estar en pie, el frío irremediable de su cuerpo, de las paredes, de las baldosas del suelo pero, sobre todo, el miedo visceral que siente al no saber lo que le está pasando. Sólo Julián parece conocer lo que le sucede. Ángel de la guarda, de la muerte o del amor, este hombre misterioso se encargará de inyectarle vida al cuerpo de Julia cada vez que la seduce. La interacción erótica entre ambos--que mucho tiene de la llamada literatura maldita decimonónica—será crucial para que la protagonista se mantenga con "vida". Es una vida que pende de un hilo y ese hilo es Eros. Por tal razón, su sexualidad, plasmada en las sensaciones de su cuerpo atormentado por la presencia de Thanatos, es su re-creación. El cuerpo enfermo, antes yacente en la cama de un hospital, se transfigura ahora en el cuerpo seminal de la creación edénica y trata de reinsertarse en el Paraíso por medio del amor.

La descripción del entorno así como dos pasajes tipo fábula que se substraen de la historia principal nos revelan que tras la narradora hay una poeta. En especial, la historia entre tierna y tétrica que le narra a Julián sobre el conejo blanco de ojos rojos que tenía cuando niña. El aire gótico que adquiere la ciudad y la actuación casi fantasmagórica de sus personajes nos obligan a ser lectores sombríos y expectantes. A pesar de que el ritmo poético de la narración y alguna que otra frase común como "la llama encendida del amor", que repite varias veces, desilusiona nuestras expectativas de una contundente recreación gótica, lo cierto es que la narradora logra despertar nuestra curiosidad hasta el final cuando queremos saber si verdaderamente Julia estaba viva o muerta, y si se trataba de un asesinato o un suicidio. El lector juzgará si el puente del cielo fue su dolor o la chispa vital que encendió en ella Julián.

Con la lectura de Puente del cielo nos hemos percatado de que hay una poética que se repite con más insistencia dentro de la literatura contemporánea escrita por mujeres; me refiero a la poética de la enfermedad. Adentrarse en la intimidad de un cuerpo lacerado por la misma y de un espíritu truncado por el dolor ha sido primordial al acercarnos a textos diversos como Porque hay silencio de la puertorriqueña Alba Ambert, Vivir la vida de la mexicana Sara Sefchovich y Diario de una pasajera de la chilena Agata Gligo. Habrá quienes piensen que no se trata de literatura seria sino de simples manuales de recuperación que se escriben siguiendo las modas pautadas por los vaivenes mercantiles del mundo editorial. Este no es el espacio para indagar una posible respuesta pero sí quisiéramos señalar lo curioso de tal resonancia precisamente en estos momentos históricos que vive la humanidad. Frente a la descorporalización que los avances biomédicos—alejados de una perspectiva holística—promueven, y frente a la deshumanización a la cual los cuerpos son sometidos en insensibles espectáculos televisados (piénsese en la morbosidad de cuerpos destrozados y reconstruidos en el más reciente conflicto bélico de Estados Unidos), textos como éste nos ayudan a repensar la fenomenología del dolor y a reflexionar sobre la caducidad de un cuerpo enfermo, sin restricciones de género, raza, clase o edad. Nuevamente la literatura se convierte en el espacio depurador de nuestras más abatidas experiencias humanas; esta vez de la mano de Adriana Díaz Enciso, que no sólo contribuye con un nuevo perspectivismo gótico a las letras hispanoamericanas contemporáneas sino que también añade un nuevo título al topos de la Muerte, tan arraigado en la literatura mexicana precolombina y posterior.

Carmen M. Rivera Villegas
Universidad de Puerto Rico, Recinto de Mayagüez