Octavio Paz y las intermitencias de la revolución
 

Jorge Perednik
Ensayista, Poeta

 

Hay cuatro poemas dentro de Ladera este, de Octavio Paz, "Intermitencias del Oeste (1), (2), (3) y (4)", que permiten al lector aventurar la existencia de una serie. El signo exterior más evidente de esta serie se lee en el título, repetido en todos los poemas y en cada uno de ellos numerado sucesivamente del uno al cuatro. Luego el contraste de ese título con el del libro sugiere una relación oeste-este y propone pensar a los poemas, dentro de ella, como instantes efímeros durante los cuales el occidente eclipsa al oriente en su propia superficie. Luego los poemas, en vez de sucederse uno detrás de otro, están alternados con poemas distintos, lo que genera el efecto de intermitencia que anuncia el título. Y los poemas con que alternan forman por su parte también una serie, "Himachal Pradesh (1), (2) y (3)", y refieren en su título a un estado de la región de los Himalayas, símbolo del este, con lo que la alternancia de una serie con otra, los tres poemas de "Himachal Pradesh" entre los cuatro de "Intermitencias del Oeste", aumenta el efecto intermitente. Finalmente los poemas forman un conjunto temático que refiere a la historia de la revolución, o rebelión, o revuelta, o como quiera denominársela en este siglo: a los hitos de su fracaso.

"Intermitencias del oeste (1)" trata el caso de la Revolución Rusa desde una de sus realidades. La Revolución Rusa tuvo sus luces y sombras, sus aspectos positivos y negativos. Así como París puede (debería) ser pensada también desde sus cloacas, que tienen su museo además de sus historias, el gobierno bolchevique puede (debería) ser pensado también desde sus campos de concentración, sobre todo porque la historia de estos últimos está inextrincablemente unida a la revolucionaria:

INTERMITENCIAS DEL OESTE (1)

(CANCIÓN RUSA)

Construimos el canal:
Nos reeducan por el trabajo.
El viento se quiebra en nuestros hombros.
Nosotros nos quebramos en las rocas.
Éramos cien mil, ahora somos mil.
No sé si mañana saldrá el sol para mí.
¿Fue Mayakowski el que dijo: el gallo
Proletario canta en el alba del hombre? *

Los dos primeros versos:

Construimos el canal:
Nos reeducan por el trabajo.

muestran tres prácticas sociales, una de ellas tácita:

  1. la reclusión, que fue la condición humana de muchos millones de personas durante el proceso soviético,
  2. el trabajo forzado, que fue la principal vía de exterminio de los reclusos, y
  3. la reeducación, su causa-fin justificatorio.

Estas tres prácticas operaron para conformar un aspecto importante de la realidad social en la U.R.S.S. que fue ocultada sistemáticamente por sus autoridades, porque resultaba insosteniblemente contradictoria con sus principios proclamados: el campo de trabajos forzados o campo de concentración. Por este sistema pasaron, se calcula, por lo menos cuarenta millones de personas (sesenta millones, según Soljenitsin), un grupo humano mayor que la población de muchos países. Una sociedad que vive bajo semejante realidad confirma el principio de que en determinado punto la cantidad se transforma en calidad.

El campo de trabajos forzados, contra lo que se puede suponer o lo que se quiere hacer creer, que fue una excepción aplicada a grupos marginales o miembros de cierta clase social, con el fin de reeducarlos o resocializarlos, es una manera de organizar la sociedad, un sistema de tratamiento generalizado de la población, aun la que no está en el campo, porque la presencia de éste, como lugar culminatorio de la represión, es una amenaza sobre toda la sociedad y condiciona las conductas de sus habitantes.

El concepto de "reeducación" que justifica y cohesiona este sistema refiere tanto al mal educar, que caracterizaría la sociedad burguesa, cuanto al bien educar, supuesto atributo de la sociedad revolucionaria, e incluye la idea de que la mala educación es previa a la buena educación: encierra la concepción de un orden sucesivo, lineal, como el que se atribuye a la enfermedad y el remedio. Conforme a esta lógica se reeduca al mal educado, al que adhiere a la ideología que transmite la mala educación burguesa. Pero en la práctica también se reeduca, según la conocida fórmula de Lenin, al que está "enfermo de infantilismo izquierdista", es decir, al que critica la "mala" educación burguesa y además cuestiona y denuncia la supuesta "bondad" de la que la reemplaza. Mal educado entonces pasa a ser, por defecto o por exceso, a la derecha o a la izquierda, el que piensa con una ideología que no es la del régimen, el que piensa distinto. El concepto de reeducación está indisolublemente ligado al concepto de disidente y habla de la sociedad que lo utiliza y de su función en ella: es un justificativo para reprimir, un signo de que no se tolera el disenso; su mecanismo se pone en marcha en cuanto surgen índices de que alguien no adhiere al pensamiento oficial. Respecto al papel que cumple es claramente ideológica: falsea la realidad, lo cual es fundamental en primer lugar para el que se presenta como revolucionario y reprime: le permite pensarse y sentirse diferente de los otros represores, como un reeducador y no como un represor, en el preciso instante en que condena o ejecuta a un individuo por su ideología. Pero para que este aparente milagro alquímico que transforma al policía en maestro sea creído por todos se necesita una prueba que demuestre que el campo de concentración es un instituto pedagógico, y esa prueba, que va a constituir el objetivo de todo este mecanismo represor, es la autocrítica. Dice el segundo par de versos:

El viento se quiebra en nuestros hombros.
Nosotros nos quebramos en las rocas.

El encuentro entre el viento y las rocas queda interrumpido por la presencia humana; el trabajo de erosión eólica sobre la naturaleza choca con el trabajo de erosión sobre los hombres, quienes, interpuestos entre ambos elementos, resultan los objetos de su doble agresión. También la tarea reeducativa es un lento o brusco trabajo de erosión sobre el recluso, que alcanza su meta, como dicen los versos, con el "quiebre" de la persona. Y la manifestación del momento de quiebre coincide con el momento de la autocrítica. Esta refinada forma de nombrar la confesión adviene ya sea porque el recluso no puede tolerar la represión y acepta decir lo que le exigen, aún lo que no es cierto, aún lo que no cree, o bien porque la conjunción de métodos represivos hace estallar su anterior cosmovisión, lo confunde hasta el punto de aferrarse a la única seguridad que tiene a mano: la palabra que el acusador-pedagogo lanza en su contra. En virtud del trabajo erosivo, en una suerte de alquimia, el recluso, ex-revolucionario o ex-contrarrevolucionario, pasa del convencimiento al arrepentimiento. Si antes lo redimía su pasión militante, ahora tiene una nueva fe redentora, su pasión autocrítica. Cuanto más claramente exprese el reconocimiento de sus errores y culpas, mayor será su virtud ideológica: mejor entenderá lo que le pasa y mejor se sentirá. El que se autocritica como resultado de la tortura física o psíquica sella con su acto la derrota de su resistencia; al confesar que su posición disidente constituía un error afirma el acierto del régimen al que se oponía y aún involuntariamente pasa a sostenerlo. La autocrítica inventa el crimen, o al menos lo perfecciona, porque completa la acusación y justifica el castigo. Y lo hace doblemente, ante el acusado y el acusador; a este último la confesión que arranca al primero le confirma la justicia de su acción. En suma, prueba la eficacia reeducativa del régimen: da un sentido revolucionario y constructivo a la reclusión, a los trabajos forzados, a todo el sistema concentracionario, y también tranquiliza las posibles malas conciencias del recluso y de los guardianes convenciendo a ambos de la justicia de sus posiciones.

Luego habrá un paso más, una suerte de argumento-trampa que en última instancia defiende al sistema del gran peligro que encierra toda reeducación: la posibilidad de que el reeducado engañe: el argumento de que la misma pretensión o anhelo de libertad de ese recluso que, habiéndose supuestamente autocriticado y adaptado al modelo, pide salir del campo, es un signo que permite poner en cuestión la autocrítica. Este argumento de permanente duda sobre la sinceridad de los internados es eficaz, consigue cerrar el círculo vicioso de la reclusión para siempre, pero al margen de ello en definitiva es correcto: el que tiene anhelos de "ser libre" no ha sido reeducado lo suficiente, no es aún apto para reintegrarse a la sociedad leninista. La reeducación como método curativo es, en sus resultados, imposible de probar; así aparece este problema: una de las formas de alcanzar el objetivo de la represión, terminar con toda disidencia, consiste en erosionar mental y físicamente a los reclusos hasta obtener su autocrítica. Pero esta autocrítica puede ser sólo aparente; el guardián bien puede sospechar que los nuevos conversos son apenas simuladores: también esta Inquisición "Socialista", como demostró su precedente Católica, puede forzar cripto-opositores en las personas de sus adherentes. De lo que se concluye que hay una sola forma de terminar efectivamente con la disidencia: terminar con los disidentes. A ella se refiere la tercera estrofa del poema: al exterminio físico, al genocidio:

Éramos cien mil, ahora somos mil.
No sé si mañana saldrá el sol para mí.

En la reducción aritmética de seres humanos que expone el poema, los cien mil se vuelven mil, y los mil, mí. El cuerpo mismo de las palabras se va reduciendo desde las siete letras iniciales hasta las dos finales, o llevada la expresión a números, de seis cifras a una, o desde los 100.000 a la unidad. En la nota correspondiente al poema, Octavio Paz aclara haberlo escrito a raíz de una lectura "sobre las purgas de la época de Stalin". Hay una tendencia a concebir el campo de concentración como una excepción en la historia de la U.R.S.S., una desviación o exceso adjudicables sólo a la época de Stalin. Sin embargo no es así: la ideología de la represión extrema, en todas las experiencias históricas habidas, es inseparable del marxismo-leninismo, está en el centro mismo de su concepción, la dictadura del partido; y el campo de trabajos forzados ha sido una práctica cotidiana, nacida con el régimen bolchevique por orden de Lenin y vigente hasta sus últimos días. El récord de víctimas de la era estalinista no es más que eso, un pico en la historia del continuo represivo en la U.R.S.S., un dato numérico. Léase cualquier escrito del fundador Lenin –que ya en diciembre de 1917 ordenaba la creación de la Cheka, policía política del régimen–, y no será difícil encontrar más de un hilo en esa línea. Por ejemplo en su ensayo "Como organizar la emulación" (tomo XXXV de sus Obras), publicado entre el 7 y el 10 de enero de 1918, a menos de cuatro meses de ocupar el gobierno central, el título es índice de la ideología propuesta. El método de la emulación consiste en crear un modelo de hombre –o de conducta– que hay que imitar para ser considerado socialmente valioso. El buen esclavo, el buen siervo, el buen asalariado: desde la sociedad esclavista hasta la burocrática, los Señores han impuesto su modelo, no siempre económico: también están el buen ciudadano, el buen padre de familia, el buen alumno, el buen miembro del partido, etc.

Por otro lado la existencia del modelo implica que la sociedad está organizada para la competencia: que hay ambiciones, jerarquías, luchas, ascensos, concentración de poder; en suma, que las relaciones sociales imperantes son de dominación: en el caso leninista bajo el comando de un nuevo segmento social, la dirigencia intelectual de vocación o profesión revolucionaria, organizada en el partido. El ensayo de Lenin insiste, en pos de que el nuevo orden social funcione, en la necesidad de organizar e incentivar la emulación, que es el proceso por el cual se modela a las personas para que se adapten a la nueva sociedad. El que se resiste a aceptar los modelos sociales atenta contra el hiper-modelo, la sociedad revolucionaria, introduce –según el discurso oficial– la anarquía, y por lo tanto debe ser reprimido. Para el discurso oficial generar anarquía o ser anarquista, aunque implica introducir modelos sociales distintos, funciona como una acusación de romper con todo modelo, de ser asocial, es decir, como un recurso para inhibir o reprimir la conducta del que no se somete, del que aspira a un cambio.

No es raro encontrar en las Obras del Lenin ya gobernante expresiones como la que sigue, escrita a fines de 1917: para implantar "un riguroso orden revolucionario" hay que "aplastar sin misericordia los brotes de anarquía entre borrachos, gamberros, contrarrevolucionarios y otros individuos". Cambiando en el enunciado del "riguroso orden" un adjetivo, contrarrevolucionario por revolucionario, la ideología última no cambia y el discurso sigue siendo creíble, aunque haya que reubicarlo en el etiquetado desde la izquierda a la derecha: es el discurso de un orden que, cualquiera sea la adscripción que reclame, quiere absolutizarse y reprimir, "aplastar sin misericordia" a los que resistan. Los lugares concentracionarios que este orden produce, se llamen como se llamen, estén bajo el régimen que estén (la dictadura liberal-militar de Videla en la Argentina, el nacional-socialismo de Hitler en Alemania, la sociedad burocrática de Lenin y sucesores en la U.R.S.S.), son siempre imponentes máquinas represivas. Y las distinciones en las modalidades, destinatarios, etc., del exterminio son siempre y apenas disquisiciones del represor, distracciones del objeto y función del campo: limpiar la sociedad de disidentes.

En el artículo mencionado, "Cómo organizar la emulación", Lenin proclama como "objetivo único general" "limpiar la tierra rusa de todo bicho nocivo". Esto es, asocia emulación y limpieza, las piensa como operaciones complementarias, lo que en principio puede resultar extraño, pero en definitiva habla del orden ideológico que nutre al autor: los que siguen el modelo sirven, los que no lo siguen merecen ser limpiados. Así, son bichos nocivos (léase opositores o disidentes) los que se resisten a emular, los que se oponen de palabra o de hecho a las conductas-modelo impuestas. Según afirma el ensayo, "hay que limpiarlos de la tierra rusa". Bichos nocivos, en palabras de Lenin, eran "los obreros que rehuyen el trabajo" (esta expresión se refiere, en una peripecia ideológica, a los obreros en huelga por reivindicaciones laborales). Además, sigue Lenin con su enumeración, "¿en qué barrio de gran ciudad, en qué fábrica, en qué aldea, no hay saboteadores que se autodenominan intelectuales?". El modelo de intelectual es el bolchevique; el que no lo es, piense lo que piense, es un bicho nocivo, un saboteador.

Decidido a exterminarlos, Lenin propone en su artículo varias formas, entre ellas "la condena a los trabajos forzados más duros": aquí aparece con su firma, como en tantos otros escritos, la defensa teórica y la orden de fundación del campo de trabajos forzados, de cuya inauguración Lenin es el máximo responsable creativo y ejecutivo. Efectivamente la represión policial y militar contra la sociedad que inaugura su gobierno "comunista" dedica al campo de trabajos forzados una superficie geográfica más grande que la suma de varios países, el archipiélago de Gulag, lo puebla con millones de habitantes –disidentes o sospechosos– y lo vuelve a vaciar, o como gustó decir Lenin, a "limpiar" mediante el exterminio.

Dice Marx en sus Tesis sobre Feuerbach: "La cuestión de la verdad objetiva del pensar humano no es una cuestión teórica sino una cuestión práctica. La verdad, esto es, la realidad y el poder del pensamiento, ha de ser demostrada en la práctica. La discusión respecto a la realidad o la no realidad de un pensamiento aislado de la práctica es una cuestión puramente escolástica." Dadas las prácticas leninistas que hoy se conocen con bastante detalle, ¿hasta qué punto se puede seguir sosteniendo que una sociedad como la soviética encajó en algún momento dentro de la categoría de "socialista"? Una primer respuesta, tranquilizadora para los socialistas, es que la política bolchevique no tuvo nada de socialista o inclusive que, usurpando su nombre, fue antisocialista –y por cierto que muchas de sus prácticas son completamente opuestas a lo que la teoría predicaba–, pero otra respuesta, repugnante para los socialistas aunque no puede ser descartada sin más, es que el bolchevismo es el socialismo, su única cara política, su única práctica posible.

¿Fue Mayakowski el que dijo: el gallo
Proletario canta en el alba del hombre?

Como la teoría y la práctica que diferencia Marx, también en el poema hay dos "canciones rusas", que según el régimen serían calcos, pero que de ser superpuestos no coincidirían: la canción de lo que se dice y la canción de lo que se hace. La canción de lo que se dice está bellamente expresada por Mayakowski, para cuya imaginación el nuevo régimen sería el alba del hombre, anunciada por el canto de los trabajadores. La canción de lo que se hace, que ocurre en el mismo tiempo y lugar que la anterior, es la que señala el subtítulo del poema, Canción rusa, y se describe a lo largo del poema de Paz: muestra por contraste cómo se realizó la utopía de los teóricos, qué forma tomó en su primera ocurrencia histórica más o menos duradera, la revolución rusa: el proletario no fue un gallo que canta sino un recluso sin futuro, la canción no fue un festejo ni un anuncio sino un lamento, y el alba del hombre no fue lo que describía Lenin antes de ser gobernante, sino un enorme campo de concentración.