William Paterson University
En los dos últimos siglos la población española
ha protagonizado dos éxodos migratorios que, por su intensidad y orinetación,
carecen de precedentes en la historia nacional. El primero comienza en el
último tercio del siglo XIX y se extiende hasta los años de la Gran Depresión,
y el segundo comienza a finales de la década de los 40 y disminuye en intensidad
en la década de los 70. A pesar del enorme impacto socio-económico de ambos
movimientos, tanto los medios de comunicación como los organismos oficiales
nacionales han tocado el tema con cautela, condenándolo al olvido de generaciones
futuras. En el ámbito literario, aunque existe un número considerable de obras
que versan con el tema de la emigración, muy pocas han conseguido atraer la
atención de la crítica o mucho menos entrar en el corpus canónico nacional.
Una de ellas, la novela Gallego de Miguel Barnet, explora desde la
pluma de un autor cubano, la alienación y crisis de identidad que sobrevienen
a la experiencia migratoria de un español en Cuba. En este sondeo de emociones
y escisiones internas donde la relación con el país de origen y el de acogida
fluctúa constantemente, el cuerpo del emigrante cobra una importancia primordial
como metáfora del desequilibrio vivido. En Gallego, el cuerpo del emigrante
sigue muchos de los parámetros simbólicos recurrentes en la narrativa de la
emigración española (1): se ve afectado
por presiones externas como la discriminación, la alienación, el extrañamiento
o la añoranza, y manifiesta esas presiones de forma física (la enfermedad,
la relación con la comida) y psíquica (obsesiones e incluso locura temporal
o permanente) (2).
La versión fílmica de la novela de Barnet,
una coproducción hispano-cubana dirigida por el también cubano Manuel Octavio
Gómez en 1988, transforma el cuerpo del protagonista para proponer una versión
de la emigración carente de efectos corporales negativos. Esta manipulación
o maquillaje del cuerpo como texto implanta en el emigrante español pinceladas
del personaje del indiano, tipo muy presente en el canon español y cuyo retorno
enriquecido supone un vestigio de una relación imperialista con hispanoamérica.
La expresión "maquillaje" del título se refiere precisamente a este tipo de
manipulación discursiva. Así, si en la novela la enfermedad plasma físicamente
los avatares del proceso migratorio en contraposición a las supuestas grandezas
postuladas por las narrativas de indianos(3), al cambiar el cuerpo del emigrante en la película,
se cambiará también la forma en que el espectador percibe la emigración y
sus consecuencias Gallego, publicada en 1981, es una de las cuatro
novelas testimonio escritas por Miguel Barnet y centradas en estratos marginales
de la sociedad cubana (4). Si bien
la narrativa testimonial pretende dar voz a estratos marginales de la sociedad,
la polémica despertada en las últimas décadas acerca del testimonio mediatizado
hispanoamericano cuestiona la representación discursiva del margen teniendo
en cuenta que la voz del mismo ha sido mediada por la pluma compiladora, organizadora
y traductora (5) del escritor-editor-etnógrafo. Así, aunque en el caso
de Gallego, y según defiende muy acertadamente Elzbieta Sklodowska, tratan
de mantenerse las convenciones realistas de no-intervención del autor, llegando
incluso a borrarse los matices conversacionales propios de la entrevista etnográfica,
no debe pasarse por alto que la ideología del autor no puede ser completamente
eliminada en le proceso mediador. Por esta razón, y al haber sido escrita
por un autor cubano, resulta imprescindible justificar el presente estudio
de la novela como texto de la emigración española. El mismo se basa en tres
razones fundamentales.
En primer lugar y a pesar de la necesidad de
cuestionar la transparencia de la literatura testimonial, hay que reconocer
también, como lo hace Sklodowska en "Testimonio mediatizado" la existencia
de "una dialéctica de la voluntad del entrevistado y de las intenciones del
gestor" (89). En el contexto de la literatura de la emigración española, el
punto de vista de un miembro del país de acogida ofrece una perspectiva distinta
a la aportada por textos narrados por españoles, la cual lejos de contradecir,
complementa y enriquece. Esta es precisamente la ventaja que José Ismael Gutiérrez
ve en la utilización que hace Barnet de un personaje extranjero para dibujar
la sociedad cubana de la época (6). En segundo lugar, la incorporación en la obra de textos
de diversa procedencia (7) otorga a la novela una polifonía interpretada de forma
contradictoria por la crítica. Sklodowska ve en la práctica vestigios de la
convención realista que ha de relegar la presencia autorial a espacios marginales
del texto como las notas o los apéndices. Atribuye también prácticas como
la explicación de términos o la documentación de afirmaciones hechas por el
informante a una conducta etnográfica que ha de "traducir" y documentar las
palabras de entrevistado. Geisdorfer Feal opina, por el contrario, que al
extraer su presencia de la narración, Barnet cede autoridad discursiva al
protagonista y relega su voz a un segundo plano. Sin ánimo de entrar en esta
polémica, hay que subrayar la riqueza de una polifonía que resultaría inalcanzable
en otros géneros literarios.
Finalmente, y todavía más importante, es el
hecho de que la versión fílmica de la novela haya sido coproducida por la
Xunta de Galica y el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica,
y que la película formase parte de una exposición sobre los logros de la emigración
gallega que, con motivo del quinto centenario, fue exhibida de forma permanente
en el Pabellón Gallego de la Expo 92 y recorrió varias ciudades españolas
y americanas. La Xunta de Galicia adoptó pues como oficial la versión de la
emigración mediada por el autor cubano. Asimismo, en esta versión fílmica
el discurso de Manuel Ruiz, el informante de Barnet, sufre una segunda mediatización
al ser adaptado al espacio fílmico. De esta forma, se añade al texto una voz
más, eco de los intereses e ideologías de la productora y el equipo técnico.
La película se destaca también porque su financiación provoca tensiones en
el escenario de la cinematografía gallega.
Las primeras subvenciones que permiten el rodaje
de largometrajes gallegos se otorgan en 1987. Las reciben cuatro proyectos,
dos enteramente gallegos (Sempre Xonxa de Chano Piñeiro y Continental
de Xavier Villaverde) y dos de tema gallego y productoras extranjeras (Gallego
de Manuel Octavio Gómez y Valle Inclán de José Luis García Sánchez).
Surge entonces una polémica también latente en las otras comunidades autónomas:
la de las ventajas e inconvenientes de financiar un cine que no sea exclusivamente
regional. Los empresarios gallegos ven sólo inconvenientes al financiamiento
de Gallego y Valle Inclán y forman la "Asociación de Productoras
de cine e vídeo de Galicia [para] reclamar del Gobierno Autónomo y de la TVG
un mayor y decidido apoyo a favor del establecimiento de una industria cinematográfica
específicamente gallega (8)" (Noriega, 351). La película Gallego constituye
pues un hito en el cine gallego debido tanto a la polémica causada por su
financiación como a su importancia como artefacto cultural que despierta un
sentimiento nacionalista en el cine gallego que la ve como extranjera. Esto
hace más irónica todavía la elección de la misma como estandarte de la emigración
gallega ante el mundo. La ironía se mitiga, sin embargo, al fijarse en los
conceptos de micro y macro regionalismo cinematográfico aplicados por Marsha
Kinder al cine español. Según su teoría, una forma de resistirse a la imposición
imperialista de una industria cinematográfica nacional centralizada es mostrándola
como margen de otro centro más importante como el de Hollywood o el europeo.
Estas macro-regiones condenan al cine español a la periferia y lo desacreditan
al mostrarlo como un discurso que ni es totalizador ni abarca toda la península.
Siguiendo estos parámetros los cines regionales han optado por formar macro-regiones
valiéndose de coproducciones con otras micro-regiones. Así, sobrepasan el
ámbito nacional para convertirse en producciones textuales con un ámbito de
acción mucho más amplio. Siguiendo esta línea de razonamiento, la coproducción
hispano-cubana Gallego puede rendirse mucho más eficiente a la hora
de presentar ante el resto de España y el mundo la identidad del emigrante
gallego como representante de la emigración española. La película se apropia
de la gallegada y del cine de indiano(9), ambas versiones estereotipadas y alimentadas por el
centro, para, por medio de la comunión con Cuba, presentar a Manuel, un emigrante
que ni nada en la opulencia ni se consume en la "morriña". El único problema
es que, como veremos, el Manuel de Barnet requiere de unas pronunciadas pinceladas
de maquillaje que le otorguen una mayor autoridad discrusiva en el escenario
nacional.
La vida de Manuel, protagonista y narrador
de la novela de Barnet, difiere considerablemente de los éxitos de indianos
y conquistadores. A la edad de 16, el joven gallego decide emigrar a Cuba
presionado sobre todo por las difíciles condiciones económicas de su aldea.
También las narrativas idealizadas de Cuba continuamente presentes en la aldea
sirven de incentivo al joven.
Ya desde el momento de emprender el viaje,
Manuel ha de enfrentarse a dificultades y avatares constantes que no cesarán
con el tiempo. Los empleos son escasos, duros y cambiantes, los sueldos distan
mucho de los idealizados en la aldea. Después de un retorno que termina con
su participación en la Guerra Civil Española posterior exilio, Manuel se casa
con una mulata cubana, América, y crea una familia
A lo largo de la novela el cuerpo de Manuel
simboliza y sufre los efectos temporarios y permanentes del desarraigo producido
por la emigración. Hay que aclarar que el protagonista en ningún momento se
aparta de lo corriente ni en belleza ni en fortaleza física. Él mismo se tacha
de "mentecato" y se auto-describe como "bajito, de nariz larga [...], de piernas
zambas […] lo que me salvaba es que estaba bien despachado…Por algo Librada
se enamoró de mí y me daba comida y albergue de gratis" (96). El intento de
desasociar la virilidad de un cuerpo menos que perfecto se ve traicionado
un poco después cuando un conocido le informa de que la misma Librada, a la
que el protagonista cree satisfacer sexualmente, "se burlaba de lo mío, que
le llamaba el dedal" (102). La contradicción, tan necesaria en la novela según
el propio Barnet (10), sirve para poner en duda lo único positivo del autorretrato
del gallego.
Las enfermedades son muy comunes. Comienzan
en el barco, con un mareo continuo acrecentado en la víspera de la llegada
por la fiebre de las vacunas. La combinación hace que Manuel viva el viaje,
que ya de por sí sitúa al emigrante en un espacio incierto entre dos mundos
y dos identidades, en un estado de semiconsciencia que lo desprende de la
realidad: "Entre el mareo, la señora esa con sus remilgos y la fiebre de la
vacuna, me pasé el resto del viaje medio dormido. Cuando dijeron que se avistaba
la tierra de Cuba me pareció que era mentira, que estaba soñando. Casi no
tenía fuerzas para levantarme del camastro" (49). Estudiosos de la psicología
de la emigración de la talla de Grinberg y Grinberg o Julia Kristeva subrayan
que los trastornos del aparato gastrointestinal mantienen una estrecha relación
con el sentimiento de desamparo del emigrante y manifiestan físicamente la
distancia simbólica de la madre, del origen.Resulta curioso, sin embargo,
que en varias ocasiones de la narración Manuel, en un intento fallido de negar
su desarraigo, insista en que lo más fuerte de su cuerpo es el estómago, especialmente
cuando muchas de sus enfermedades se relacionan directa o indirectamente con
el sistema digestivo o el intestinal. Sucede esto ya con los trastornos del
viaje, los cuales aumentan durante la reclusión del joven en la cárcel de
Ciscornia y producen estreñimiento: "La chulapa estaba descubierta, llovía
menos, pero de todos modos la fiebre me aumentó. La fiebre y el dolor de cabeza,
porque para colmo el mareo y lo demás, me tenían sin dar de cuerpo" (54).
Esta estancia en Ciscornia, destruye las esperanzas
del joven de "hacer la America" y le deja con un parásito que invade su cuerpo
también por el aparato intestinal: "Por hacer las necesidades en aquel calabozo,
que las tenía que hacer en ras de la tierra, me penetró un parásito llamado
Nertore Americano. Se me alojó en el hígado y me puso a caminar con la punta
de los pies. Casi me muero a los pocos meses de salir de allí" (56). Nótese
como el nombre del parásito alude al nuevo espacio del que Manuel se siente
extraño. La salud del protagonista sigue endeble hasta que encuentra un símbolo
de su tierra, de la madre, en forma de un caldo gallego que parece curarlo:
"¡Ave María purísima, cuando aquel caldo me cayó al estómago empecé a sudar
y cogí un vigor que me hubiera echado tres sacos de arroz al hombro como si
nada!" (69). El efecto de la comida, que lo transporta temporariamente al
estado previo a la emigración, dura poco y las enfermedades continúan. Durante
el tiempo que pasa con Fabián, un viejo gallego que le da trabajo y asume
el papel de protector, Manuel se queja de que el viejo no preste atención
a la gripe y diarreas que le achacan constantemente.
Más tarde, después de la muerte de Fabián y
a punto de romper con una novia curra, los trastornos reaparecen, esta vez
en forma de jaquecas: "a mí me entraban unas jaquecas insoportables y tenía
que tomarme dos o tres vasos de agua caliente con bicarbonato. Es el mejor
remedio [. . .] Agua caliente y bicarbonato. Desocupa uno en el inodoro y
fuera catarro" (121). Es curioso que un remedio para el estómago cure un mal
de la cabeza, al menos que no sea más que la ausencia simbólica de la "madre-alimento"
provocada por la emigración. Por la misma época sufre Manuel un accidente
laboral que lo deja cojo de por vida: "Para colmo, me cayó un tablón en un
pie y me quedé un poco cojo para toda la vida. La culpa fue mía por no querer
enyesármelo" (113). El accidente laboral se convierte en una marca física
y permanente de desarraigo. Es por ello que al regresar, según se aproxima
a la aldea gallega, culpa al frío y a la cojera de la decepción que siente:
"Con la cojera mía, el camino ese me pareció infinito" (169).
Desde el primer momento del retorno Manuel
se siente extranjero en su tierra y añora la cubana. Si a su llegada a Cuba
lo recluyeron por un tiempo en una cárcel, en el pueblo se siente permanentemente
atrapado: "Me empecé a sentir preso dentro de la familia. Cada día era un
compromiso más, una responsabilidad más" (172). Al igual que en Cuba, va de
una ocupación a otra sin encontrar éxito ni satisfacción en ninguno de ellos.
Por fin compra un molino que parece proveer cierta estabilidad económica,
pero la enfermedad le hace renunciar a lo que es una solución económica pasajera
que no cura en absoluto el desarraigo, ya que sigue obsesionado con regresar
a Cuba e incluso escribe a su amigo Gundín para pedir su asistencia. Nótese
en la cita siguiente cómo la enfermedad causada por los molinos se relaciona
con la incomodidad del retornado en su tierra y con el frío: "La aldea me
caía como una pesadez. Los molinos me llevaron al hospital. Casi tienen que
extirparme un pulmón. La harina, por la frialdad, me los iba comiendo" (173).
En Madrid, una vez se ha alistado en las filas
republicanas, el cuerpo endeble y cojo de Manuel constituye una barrera para
un servicio heroico. Ya cuando le entregan el uniforme confiesa, con cierto
humor, la inferioridad de su estatura: "Y a mí, como todo me queda grande,
me lo tuvieron que recoger atrás. Parecía una res colgando de un gancho" (176).
En el campo de batalla se propone ser cañonero, pero la cojera le impide el
movimiento ágil y sus superiores, aun admirando su iniciativa, lo separan
de la empresa para ponerlo de conductor: "-Hay voluntad, Ruiz, pero esa cojera"
(181). Las dos situaciones de más peligro que vive en la guerra le dejan también
marcas permanentes. En la primera se ve obligado a nadar en un río para esquivar
el fuego enemigo: "Nadando por debajo, casi sin aire y congelado, llegué a
la caseta del Estado Mayor, con una tos que no se me quitó más nunca" (184).
En la segunda el arsenal de municiones es bombardeado matando a varios de
sus compañeros: "Cuando salí parecía un trastornado. Vi aquel desastre ante
mí y me quise morir también yo [. . .] Desde aquel estallido nunca más bien
oí" (188). Ambas secuelas simbolizan un período en el que Manuel vive en un
espacio al que ya no siente que pertenece en una situación de guerra que causa
un "exilio interior" para refugiarse de sus propios conciudadanos, los enemigos
nacionales.
Cuando ya el cuerpo ha alcanzado un estado
de casi no existencia en el campo de concentración Francés ("no éramos personas,
éramos esqueletos") llega la salvación en forma de pasaje de regreso a Cuba
(196). A partir de este segundo viaje la salud de Manuel se estabiliza y recupera
también la estabilidad mental. Encuentra en la familia otro "cobijo materno"
que, aunque no elimina su condición de extranjero (11), sí le deja vivir en paz. Su longevidad (tiene 80 años
en el momento de la narración) indica la superación del trauma producido por
la emigración, traducida en permanencia del cuerpo. El cuerpo enfermo y endeble
del Manuel de Barnet proyecta una imagen del español en América más marginal
que grandiosa y más enfermiza que viril. En contraste, la película "maquilla"
al protagonista y altera detalles argumentales para lograr un Manuel más "español"
que no se desligue completamente de los esterotipos arraigados en el orgullo
nacional para no perder del todo la autoridad discursiva.
Haciendo eco de la polémica que causó la financiación
del proyecto en Galicia, hay que reconocer que resulta chocante que los actores,
a excepción de Paco Rabal (12), ni sean gallegos ni se esfuercen por al menos fingir
el acento. La ausencia del acento gallego puede delatar una estrategia deliberada
para distanciar al protagonista, y la versión de la emigración representada
por él, de la típica gallegada o del personaje gallego con acento pronunciado
y escaso dominio del español, tan común en España como instrumento cómico.
Marsha Kinder subraya cómo la RTVE se dedicó durante el franquismo a presentar
una versión oficial de lo español, una cultura genérica en la cual el español
correcto y sin acento era el de Castilla (394).
Gallego se apropia de este discurso del centro
castellano y lo usa para imponer autoridad en una versión de la emigración
que irónicamente se opone a la fomentada desde este centro. Si el acento de
los actores otorga poder discursivo al film, la apariencia física de los mismos
tampoco es una coincidencia. Frente al Manuel bajo, feo y débil de Barnet,
Manuel Octavio Gómez nos presenta a un Manuel joven representado por Jorge
Sanz y uno adulto a cargo de Sancho Gracia, ambos actores apuestos de cuerpo
y rostro. La elección de Sancho Gracia para el papel resulta muy curiosa y
simbólica ya que en España este actor es identificado con el personaje de
Curro Jiménez, un bandolero héroe de una serie de TVE que adquirió muchísimo
éxito en los años 80 y se ha reemitido frecuentemente a través de los años.
Enmarcada en la época de la invasión francesa, Curro Jiménez, temido y respetado
por los hombres y adorado por las mujeres, era el "Robin Hood" español; el
eterno defensor de los pobres nacionales frente a una sociedad afrancesada,
pudiente y pomposa. En él, además de la defensa de los pobres, recaía el símbolo
de lo nacional y la lucha por la independencia. Manuel adquiere bríos y virilidad
gracias a la imagen de estrella (13) de Sancho Gracia, y por medio de esta relación se apropia
también del discurso nacional para presentar uno regional.
El cuerpo elegante del Manuel fílmico no se
ve aquejado por el sinnúmero de avatares y enfermedades que ha de sufrir el
novelesco. De hecho sólo se dan dos casos de enfermedad, ambos producto de
una reclusión: la fiebre en la cárcel de Ciscornia y el deterioro generalizado
como consecuencia de la estancia en el campo de concentración francés. En
ambos casos la enfermedad corporal se cura con la incorporación en la sociedad
cubana simbolizada en la película por la música. La noche previa a abandonar
Ciscornia, se produce una escena en que Gundín y Manuel conversan acerca de
su reclusión y en la que Gundín enfatiza la mucha fiebre que aqueja a su compañero.
La escena se termina cuando Manuel se duerme escuchando las palabras esperanzadoras
de Gundín, quien no duda que el amigo de su padre al que va recomendado los
saque, y el ruido de cantos de ritmo africano cuya intensidad aumenta paulatinamente
hasta que se acaba la escena. El espectador no está seguro si los cantos son
de índole intradiegética o extradiegética, pero sí establece el vínculo inmediato
con la cultura cubana. La escena siguiente, al amanecer, también contiene
el mismo ritmo como preludio de la presencia del amigo de Gundín y consiguiente
liberación de ambos jóvenes, ilustrada con un plano en el que viajan en el
automóvil del "libertador" bajo un sol brillante y con la música de Pablo
Milanés con ritmos cubananos de fondo (14). Después de este episodio,
dominado por ritmos caribeños, no se hace mención alguna a la fiebre de Manuel.
De hecho, parece haber desaparecido una vez que se le permite la entrada en
el país de acogida.
La misma música de Milanés sirve también de
transición entre el Manuel esquelético y ojeroso que llega a Cuba procedente
del campo de concentración francés y el Manuel sano y fuerte que inspira los
amores de América. En la escena de la llegada, vemos la escalera del buque
de la cual descienden personas irreconocibles, luego se nos muestra un plano
de Gundín acercándose y llamando a Manuel, y enseguida podemos divisar al
protagonista descendiendo por la escalera. Los amigos se abrazan y Gundín
subraya el estado físico del recién llegado: "Si pareces un muerto en vida,
carajo". Comienza entonces la música de Milanés con ritmo cubano con la cual
termina la escena para dar paso a la del encuentro con América en condiciones
físicas mucho más propicias. En ambos casos el acceso al país de acogida y
consiguiente desestabilización de la identidad, lejos de producir enfermedades
como sucede al Manuel literario, propicia la curación de las mismas ofreciendo
así una versión menos cruda del proceso migratorio.
El maquillaje del cuerpo del gallego de Manuel
Octavio Gómez no se limita al aspecto físico y el vigor; lo cierto es que
las pinceladas más eficientes y pronunciadas se logran por medio de cambios
argumentales y técnicas de enfoque que cambian la relación del protagonista
con las mujeres. En la novela Manuel vive muchas aventuras amorosas, pero
casi todas marcadas por instintos sexuales básicos y de subsistencia, y a
su vez con un alto contenido simbólico. Por medio de estas relaciones el lector
puede captar el estado de asimilación en el que se encuentra el protagonista.
En todo momento Manuel huye de responsabilidades y ataduras con las mujeres.
Ya en el pueblo, una de las razones que le incitan a emigrar es la posibilidad
de que salga a la luz que ha desvirgado a Casimira y esto lo comprometa al
matrimonio. En Cuba, tiene varias aventuras con mulatas, según él la raza
que prefiere en una mujer, con una curra y con una gallega. Pero sólo contempla
la posibilidad de matrimonio con esta última. De hecho, huye de dos relaciones
con mulatas precisamente porque las mujeres le proponen matrimonio. El racismo
que convierte a las mulatas en fuente de goce sexual y no les permite dejar
de ser objetos de deseo denota el papel de la raza como representante del
Otro cubano al cual Manuel no logra acercarse del todo. La unión con una cubana
significaría la renuncia a regresar, el quedarse en la emigración por toda
la vida, ambos compromisos para los que el emigrante gallego no estará preparado
hasta después de haber retornado, con el desengaño y la desilusión que ello
conlleva.
La novia gallega, Mañica, por el contrario,
continuamente manifiesta su deseo de volver, es un vínculo continuo y latente
con la tierra. Irónicamente es precisamente este deseo incontenible de regresar
el que lleva a Mañica a unirse a otro hombre más rico y poderoso que sí se
propone regresar como indiano. La escisión de Manuel le impide el compromiso
entonces con ambas partes: por un lado se niega a formar familia y quedarse
indefinidamente, pero por otro, no desea regresar a su tierra por el momento
lo cual le hace perder a la compatriota. No es hasta después del regreso a
Cuba, cuando ya la Guerra Civil ha terminado de labrar en Manuel el amor por
la segunda patria cubana, que éste se siente en condiciones de formar una
familia. Lo hace con América, un personaje que rebosa significados simbólicos.
En primer lugar, el nombre deja claro que el matrimonio con la cubana simboliza
la aceptación de una identidad americana que coexistirá con la gallega. La
raza mulata de la joven también implica una coexistencia en el cuerpo del
pueblo cubano del español blanco y el negro africano, y finalmente, las dos
hijas de la pareja, una fruto del matrimonio previo de América con un compatriota
y la segunda de su relación con Manuel, subrayan la hermandad de las segundas
generaciones, de los hijos que ya serán tan criollos como el resto de la sociedad.
Incluso el nombre de la hija del matrimonio, Caridad Sixta, sirve para unir
los dos mundos: "Ese nombre se lo puso la abuela. Yo quería que se llamara
Sixta, como mi difunta madre, y mi mujer insistió en Caridad, un nombre que
en Cuba es más corriente que la verdolaga" (204).
En la película tres de las muchas relaciones
amorosas de Manuel, las más crudas, han sido estratégicamente omitidas porque
la inclusión de las mismas caracterizaría negativamente al personaje. La primera
de estas aventuras es, de acuerdo a los parámetros de la sociedad occidental,
la más repelente. En el barco, el Manuel de dieciséis años, se deja proteger
y alimentar por lo que él denomina una "señora" mayor. Ella le compra dulces
y le promete ayuda en Cuba, hasta que tal muestra de afecto termina en contacto
sexual: "La señora esa empezó a compadecerse de mí. Me daba de su comida,
me compraba pasteles a la hora de la merienda [.. .] hasta que una noche en
que me le acerqué y la empecé a tocar por arriba y a desabotonarle el abrigo.
Ella se dejó y nos hicimos cosas todas las noches por los pasadizos del vapor"
(47).
Es importante señalar que la relación comienza
por la compasión que el protagonista inspira y que luego continúa porque éste
desea mantener la protección y los alimentos proveídos por la señora. Se trata
entonces de una especie de prostitución a cambio de unos días en que la mujer
representa una "presencia materna". La relación continúa todo el camino, incluso
en los momentos de delirio febril del joven, pero cuando llegan a Cuba y éste
la mira con detenimiento no puede soportar el contacto: "Lo primero que vi
fue el rostro de la señora, y muy de cerca. Tendría unos sesenta años. La
fiebre me hacía sudar a mares [. . .] la señora me cayó arriba como una pejiguera,
hasta que yo le dije que me dejara solo" (49). El lector-a occidental, acostumbrado-a
al típico rechazo de la sexualidad de la mujer mayor, especialmente con un
hombre más joven, comparte con Manuel la sensación de asco y rechazo al conocer
la edad de la señora, y la idea de la relación como un acto de prostitución
del joven se afianza todavía más.
La segunda aventura omitida sucede después
de la ruptura con la primera mulata y antes de la relación con Librada, se
menciona de paso en el texto. "[. . .] y fue cuando me puse en trato con una
que estaba casada con un viejo (15) del mismo giro que Fabián, y que se llamaba Justo Vilanova,
el Pardillo. Esa era mulata también y vivía en Apodaca, 61, pero no viene
al caso la historia" (80). Si bien el protagonista dice no tener interés en
detenerse en narrar los detalles, y de hecho nunca llega a hacerlo, sí se
asegura de dejar muy claro (con nombre, apellidos y dirección) quién ha sido
el hombre engañado. Aquí la mujer no importa, ni siquiera dice su nombre.
Lo que sí le interesa es sentar su virilidad ante el marido de la amante.
Tal actitud lejos de ennoblecer al protagonista, pone en duda tanto su autoestima
como su calidad moral, lo cual no conviene en una película que pretende crear
un personaje con la mayor autoridad posible. También responde al deseo de
construir un personaje sin fallas morales el hecho de que el Manuel de la
película se niegue a tener una "vidriera de apuntaciones" en su local, alegando
que: "no quiero que mis hijas le deban nada al juego", mientras que el de
la novela acoge la posibilidad sin cuestionamiento alguno y como un proceder
natural: "Más bien la apuntación era lo que daba. Por eso abrimos una vidriera
al frente" (216).
A diferencia de la anterior, la aventura con
Leoncia, una curra, se narra en detalle en la novela aunque también es ignorada
en la película. Manuel se acerca a ella por la misma razón que antes se acercó
a la vieja del barco: por necesidad. Así alega que: "Yo me tenía que agarrar
al primer salvavidas. La curra no era fea, aunque se llamaba Leoncia. Me hacía
todo" (109). La imagen del "salvavidas" enfatiza la semejanza entre esta relación
y la que Manuel sostiene con la vieja del barco. En ambos casos las mujeres
constituyen formas de supervivencia y calor materno. Junto a Leoncia el protagonista
consigue la estabilidad de un techo, eso sí, compartido a la manera gitana
con la familia, de un empleo (se hace escobero) y de comida caliente. Se trata
de otra forma de prostitución que restaría virilidad al Manuel fílmico, especialmente
porque la curra termina engañándolo con Conrado (16). Además, no hay que olvidar que la raza gitana, estereotipada
y segregada, pertenece al margen español. Si la comunión con los negros se
lee en España como una alianza simbólica con el margen exótico(17) frente al poder cubano, la comunión con los gitanos
supondría una automática pérdida de autoridad ante una sociedad española todavía
llena de prejuicios. Es decir, aunque este detalle pasase desapercibido para
parte del público de la película, el internacional, sería notado inmediatamente
por el español.
En los encuentros amorosos que sí se incluyen
en la película destaca el papel de la cámara como cómplice de la mirada femenina
que convierte el cuerpo de Manuel en objeto de deseo. Christian Metz en The
Imaginary Signifier analiza el papel del cine dentro de la dinámica del deseo.
Comienza indicando que los sentidos de la vista y el oído, usados a distancia
del objeto mirado o escuchado, son los sentidos del deseo por excelencia,
que éste se basa en aspirar a poseer el objeto deseado pero sin llegar a hacerlo
del todo para no matar el deseo. Metz identifica al espectador con el papel
de voyeur que deriva placer del acto de mirar sin ser mirado (la pantalla
establece una barrera por la que el actor no sabe que lo están mirando). En
la película que nos ocupa, la cámara, por medio de diferentes planos, nos
convierte en voyeurs no de Manuel, sino de la mirada de la mujer dirigida
hacia él. Varios personajes femeninos lo observan y tratan de poseerlo con
la mirada, y nosotros, espectadores de esa mirada, nos convertimos en observadores
del deseo que el cuerpo del protagonista despierta. Es importante destacar
que en todos los casos las miradas preceden cualquier otro contacto directo,
por lo que el espectador asume que lo que las mujeres admiran es el cuerpo
del hombre y no otros aspectos de su personalidad. Si bien es verdad que Manuel
también devuelve las miradas, la paridad de las imágenes de plano/contraplano
donde la mirada de la mujer se destaca tanto o más que la del hombre, resulta
sumamente atípica para el cine convencional. El carácter manipulador de estas
imágenes de deseo se evidencia todavía más cuando son contrarrestadas con
la narración de los encuentros según aparece en la novela. En ella el denominador
común es la mirada deseosa de un Manuel cuyo físico, a su vez, provoca pocos
deseos. Por si la descripción física mencionada anteriormente no fuera ejemplo
suficiente del poco atractivo del gallego, las prostitutas cubanas aportan
su opinión:
Las mujeres en esos
años estaban regaladas. Le decían a un gallego:
- Gallego, qué feo tú eres, qué cabezón.
O el dicharacho aquel de que los gallegos no se bañan ni con agua de carabaña.
Pero caían en el jamo. El dinero estaba perdido, eran años duros y ellas tenían
que comer y llevar a sus hermanos.
Eso se llamaba pelear el bocado. Venían y te decían:
-Mira, gallego, si me pagas un bistec con pan y me compras un eskimo pie te
acompaño a dar una vueltecita por el Malecón. (102)
Aunque al principio Manuel generaliza ("le
decían a un gallego"), luego admite su protagonismo en el caso narrado y con
ello prueba que incluso las prostitutas, ávidas por conseguir clientes, manifiestan
su disgusto hacia el cuerpo que observan. Además, el poco atractivo del gallego
que paga favores sexuales con comida remite al lector a la mujer mayor del
barco con la cual Manuel mantuvo relaciones y ante la cual manifestó desprecio
y asco. Como es de esperar este incidente desaparece en la película. La única
huella que se conserva es la expresión "el gallego no se baña ni con agua
de carabaña" pero en lugar de alimentar una actitud despectiva y denigrante
hacia el gallego, es Manuel quien se la dice a Librada siguiendo una estrategia
de apropiación discursiva. El diálogo es corto:
LIBRADA: Qué bien
bailas, no pareces gallego.
MANUEL: Pues lo soy, y también me baño todos los días. Yo no creo en eso que
gritan los cubanos: "¡Viva Cuba! ¡Viva España! ¡El gallego no se baña ni con
agua de caravana!
LIBRADA: No dejas pasar una, Manuel.
MANUEL: Ni a la madre que me parió
El cuerpo y sus movimientos en forma de baile
prueban a Librada, quien ya ha sido presentada por la cámara como admiradora
del cuerpo del protagonista, que Manuel se sale de los estereotipos existentes
acerca del gallego. En cuanto rompe con uno de los componentes del estereotipo,
el de mal bailarín, Manuel se apropia de la autoridad discursiva para cuestionar
otras vertientes. La primera de las miradas femeninas se produce poco después
del comienzo. Ya en el barco, y con música de gaita como transición espaciotemporal,
Manuel recuerda la fiesta del pueblo. Casimira, situada de espaldas a la cámara,
se voltea para mirar al joven que camina de espaldas a lo lejos. Los amigos
le dicen:
- La Casimira no
te quita el ojo, Manuel.
A lo que Manuel responde mirándola también.
- Ni yo a ella
Pero en esta ocasión, la cámara está enfocándolo
de frente y cuando él mira hacia atrás el espectador no logra presenciar su
mirada.
En la novela también la mirada ejerce un papel
protagónico, aunque de forma inversa. El primer encuentro sucede precisamente
cuando Manuel observa cómo el padre de Casimira participa en una competición
de bebedores de vino: "Por fijarme en él cuando competía con los otros hombres
para ver quién tragaba más vino, me encontré de frente con su hija." (27)
La atracción es inmediata y unilateral: "…cuando la vi me enamoré completo.
La seguía por todas partes; hasta a la ermita me iba yo con tal de tenerla
un poco cerca" y la relación se inicia más por la insistencia de él que por
el enamoramiento de ella: "…seguí en lo mío hasta que la convencí de tanto
perseguirla. Le tiraba papelitos, le llevaba flores, la reblandecía toda"
(27).
En la película, la escena anterior tiene un
claro paralelo con otra que se produce en Cuba. También en una fiesta y con
música de gaita gallega de fondo, Librada está sentada a una mesa de picnic
en la que Manuel reparte cervezas. Ella recibe la botella y la cámara ofrece
un plano de la mirada de ella hacia Manuel. Acto seguido Librada le devuelve
la botella para que se la abra; entonces aparece un plano de él abriéndola
y mirando a la joven mientras la voz de la madrina de ésta, una mujer negra
casada con Gondomán, el gaitero, alaba las cualidades de su "gallego". Librada
responde mientras recibe de nuevo la botella abierta y lanza una larga mirada
a Manuel:
- Dichosa tú, madrina,
de haber encontrado un marido así.
Manuel escucha la frase y, convencido del deseo
que ha inspirado en la mulata, da media vuelta y se va a conversar con Gondomán.
Luego se aleja y lo vemos bebiendo en una esquina sin mirar directamente a
Librada, aunque sí lo haga de soslayo, mientras la cámara ofrece varios planos
de ella observándolo. Cuando la joven se le está acercando, llega Gundín a
hablar con Manuel y la satisfacción del deseo de Librada se ve interrumpida
una vez más, pero no su mirada ya que se ofrece un plano corto de ella mirándolos
mientras conversan. Gundín lo advierte y se reproduce el diálogo de la escena
con Casimira en la fiesta del pueblo.:
- Esa no te quita
ojo, Manuel.
- Ni yo a ella
Una vez que el diálogo corrobora el papel del
espectador como observador del deseo que Manuel inspira, éste se acerca a
Librada y la invita a bailar. Entonces ambos se alejan de la música gallega
para acercarse a la pista de baile en la que se escucha un bolero. Es decir,
Manuel se aleja simbólicamente de su entorno cultural centrado en el grupo
de amigos que se reúnen para recordar, y se aproxima a la mulata, representante
de una cultura afrocubana que le atrae al menos físicamente. Para el Manuel
de Barnet, la relación no es de deseo sino de interés ("A mí era el cuarto
lo que me importaba y la comida") y deja claro cuando Librada le propone matrimonio,
que no le inspira respeto alguno como mujer: "le dije que estaba loca, que
yo quería una mujer señorita….Librada había conocido albañiles, afiladores,
gaiteros, todos gallegos" (102). Sin embargo sí defiende en la novela, como
ya hemos mencionado anteriormente, que, a pesar de su cuerpo endeble, Librada
se enamora de él por su virilidad sexual, aunque más adelante el argumento
se desmorona cuando la joven se burla de su miembro masculino llamándole "dedal".
En la película Manuel sin ser rico, nunca se
ve necesitado hasta el punto de arrimarse a una mujer por comida o alojamiento.
De hecho, nunca descuida la vestimenta ni el aseo. Tampoco se destruye el
argumento de virilidad, ya que la escena sexual más gráfica se produce precisamente
entre Manuel y Librada y es después de uno de estos encuentros que ella le
propone matrimonio.
El enamoramiento que Manuel siente hacia Mercedes
(Mañica en la novela) es quizá uno de los más sinceros y en el que más voluntad
pone el protagonista. El primer encuentro en la película sucede cuando Mercedes
sube al tranvía en el que Manuel trabaja como cobrador. Él la observa mientras
ella toma asiento, se acerca y se posiciona de espaldas a la cámara hablando
con Mercedes, quien está frente a la cámara. Manuel no le cobra, y después
de un corto diálogo en el que se identifican como paisanos, él se aleja hacia
la parte trasera del tranvía. Entonces vemos un plano corto de Mercedes torciendo
la cabeza para observarlo. Si las miradas dejan claro el interés de Manuel,
también subrayan el deseo de la joven por medio de la atención que la cámara
presta a su mirada. La narración de Barnet, por el contrario, enfatiza enormemente
la mirada de Manuel:
A Mañica la vi por
primera vez en un Vedado-Muelle de Luz. Iba sola ese primer día. Me acuerdo
como si fuera hoy [. . .] Parecía una manzana todavía, y llevaba trenzas [.
. .] Me fijé mucho en ella. Más que nada porque hacía tiempo que no olía carne
de hembra [. . .]Yo no he visto unos ojos azules más claros que los de aquella
gallega. De que me gustó, me gustó, y a primera vista. La gente montaba por
detrás y yo no les cobraba. Tenía un distraimiento muy grande. No hacía más
que mirarla a ella y arreglarme el bigote. Fue la primera vez que me sudaron
las manos. (138)
La segunda vez que Mañica toma el tranvía,
Manuel le pide la dirección y salen esa misma noche. El joven asegura que
"ya el toro estaba con la banderilla puesta", pero las palabras de ella, criticando
su cuerpo, hacen pensar lo contrario y contrastan con la mirada prolongada
de la película:
-Tú eres cojo.
- No, hija, es que se me hincha este pie.
- Estás cojo, se te ve.
-¡Dale con la pata! Mujer, que no soy cojo, ¡caramba! (139)
El cuerpo y sus imperfecciones es un inconveniente,
un elemento que reduce la atracción física; por eso Manuel trata de negar
su cojera y los guionistas la eliminan en la película.
Una mirada similar y todavía más obvia la lanza
Josefa, la dueña de la fonda madrileña en la que se hospeda Manuel. Aniceto,
otro gallego emigrado a La Habana que ha retornado y montado una tintorería,
los presenta y encarga a la dueña que cuide al nuevo inquilino. Manuel entra
en la habitación y mientras se está sacando la chaqueta de cara a la cámara
y espaldas a la puerta, vemos a la dueña que lo observa desde el umbral. Después
de unos segundos, Josefa pregunta si necesita algo y Manuel se vuelve (esta
vez de espaldas a la cámara y de cara a la dueña) para agradecerle el interés.
Josefa se retira, no sin antes lanzarle una mirada poco disimulada de arriba
abajo. Desde ese momento el espectador es consciente de que un encuentro amoroso
resulta inevitable. En la novela ni Aniceto es dueño de tintorería alguna,
ni Josefa propietaria de una pensión. Aniceto trabaja en un tinte "con un
cargo honroso" y ahí le busca trabajo a Manuel, quien sólo desea ahorrar (dice
que no salía con los compañeros para no gastar) para poder regresar a Cuba
(174). El encuentro con Josefa no podría ser descrito con menos emoción ni
entusiasmo: "En ese ínterin conocí a una mujer llamada Josefa Garay. Nos enamoramos
y la llevé al tinte conmigo. Josefa planchaba gratis y hacía la ropa como
nadie. Ahí me entretuve un rato, para no seguir mirando a la pared" (175).
Nunca llegamos a saber la perspectiva de ella, pero no parece que para el
Manuel que narra Josefa represente más que un entretenimiento gratuito.
Finalmente, el caso de América, la que termina
siendo esposa de Manuel, es también muy sugestivo. En el primer encuentro,
Manuel se aproxima a la joven, quien está limpiando un cristal. La cámara
se sitúa detrás de él y nos ofrece la mirada de ella mientras conversan. En
la siguiente secuencia de ambos se produce la escena de unión: Manuel se encuentra
en una habitación trabajando en el banco de carpintero; la cámara, ofrece
un plano lateral del protagonista con la puerta del cuarto al fondo. Entonces
se abre la puerta y vemos a América parada en el umbral observando a Manuel
mientras trabaja (18). La mirada,
la apropiación simbólica del cuerpo, dura unos segundos, hasta que Manuel
se da cuenta de su presencia y se vuelve de espaldas a la cámara preguntándole
qué hace allí. El resto de la conversación se ofrece mediante un plano lateral
de ambos:
- Nos miramos tanto
que pensé que deberíamos estar juntos.
Las palabras de América resumen la dinámica
de la mirada de las mujeres que la han precedido, quienes, como ella, depositaban
el deseo en la mirada. El plano lateral de ambos, a su vez, sirve para que
la cámara confirme la unión entre dos culturas lograda en este encuentro.
En la novela coincide el lugar pero no la forma
en que los dos personajes se tratan. Ambos trabajan en la misma casa y tienen
habitaciones cercanas en el mismo barracón. Manuel deja claro que lo que lo
acerca a América es su deseo de "encontrar mujer" (203). El encuentro se produce
a propósito de una enfermedad de la hija de ella por aspirar los restos de
la madera con que Manuel trabajaba. Éste sintiéndose culpable acompaña a las
mujeres al médico y América se lo agradece:
- Es que yo, vaya,
le estoy muy agradecida.
- Pues demuéstramelo, chica
Me lo demostró con creces. Ahí fue que cambió mi vida totalmente. (204)
Si las otras uniones surgieron gracias a compasión,
cansancio o necesidad, ésta no parece brotar del deseo, como la cámara sugiere,
sino del agradecimiento que una mujer joven (ella tiene 20 años menos que
él) y sola siente hacia quien la apoya en un momento difícil. Irónicamente,
con América se invierte el incidente del barco en el cual es Manuel el que
se acerca a una mujer mayor en busca de protección. Se reiteran también los
prejuicios sexistas que condenan las relaciones de hombres jóvenes con mujeres
maduras, mientras aceptan y alientan las de mujeres jóvenes con hombres mayores.
En las escenas de encuentros amorosos anteriores
se deja clara la admiración y el deseo que el cuerpo del emigrante inspira
a las mujeres. De esta forma, el Manuel fílmico se aleja del personaje literario,
endeble y enfermizo, para proponer una visión de la emigración que si bien
no pregona las grandezas del indiano, tampoco se somete a todas las penurias
propuestas por Barnet. Dos escenas de la película, que carecen de paralelo
en la novela, establecen claramente la estrecha relación de Manuel con la
figura del indiano. La primera se produce cuando Manuel recuerda desde el
barco la fiesta del pueblo. Justo después de la escena con Casimira, comentada
anteriormente, aparece un personaje mucho más alto que los paisanos del pueblo
que lo acompañan, bien vestido, en tonos claros, frente a los oscuros de las
gentes del lugar, y fumando un habano. Manuel pregunta a los amigos por la
identidad del desconocido y estos le informan que se trata de un indiano que
ha regresado rico. La escena siguiente presenta al indiano de pie narrando
a los paisanos, todos sentados y deseosos de escuchar, lo que es Cuba:
INDIANO. Siempre
hay sol y hace calor, mucho calor, pero aún en verano, por las tardes llueve
un rato y el aire se refresca…hay árboles muy grandes, más grandes que ninguno
que hayáis visto en vuestra vida, y el mar tiene un azul especial, y la ciudad
tiene casas de muchos colores, siempre llenas de gentes que sonríen, cantan
y bailan todo el día.
ABUELO. Como me lo imaginaba: una enorme selva llena de pájaros parlanchines.
Y el dinero dándose en racimo ¿eh?
INDIANO. Pero hombre, por lo menos se vive y trabajando se llega. Eso sí,
hay que trabajar muy duro. Yo lo hice y vivo tranquilo el resto de mi vida
y aquí estoy, disfrutando da miña terra.
El indiano aporta datos reales como el calor
y los árboles frondosos, pero dentro de un marco idílico donde los aspectos
negativos se ignoran y las gentes viven en dicha absoluta, sonrientes y cantando
todo el día. Inmediatamente el abuelo asocia la narración con otras ya existentes
y le incorpora los "pájaros parlanchines y el dinero en racimos" para confirmar
las expectativas de los oyentes. El indiano responde con palabras vagas pero
termina confirmando la "versión oficial" de la emigración. Afirma que "se
vive", pero no dice cómo; afirma que "se llega" y no dice adónde, pero luego
deja claro que el esfuerzo da como fruto un retorno en armonía y opulencia
y la admiración de los vecinos. La narración impresiona a los oyentes y alimenta
en ellos el deseo de ir a ese paraíso descrito. Manuel, cuyo interés en la
narración se ilustra con un primer plano durante la misma, decide irse y en
la escena siguiente se lo comunica a Casimira.
La escena que contrasta con esta inicial se
produce después del retorno de Manuel. Ya durante el camino, el mozo que lo
acompaña dirigiendo la mula deja claro que, gracias a las narraciones del
abuelo, la gente cree que no le ha tratado mal la fortuna; es decir, todos
lo consideran un indiano. Una vez ha saludado a la familia, el abuelo le pide
que diga unas palabras "sobre aquello" a los vecinos. Esta vez tanto el narrador,
también bien vestido en colores claros, como el público se encuentran de pie,
lo cual indica que la grandeza del indiano ha disminuido, y las palabras son
mucho más realistas:
MANUEL- Bueno, allí en la Habana hay tiempos buenos y malos, como en todos los sitios, pero por lo menos no hace frío. Lo malo que tiene es que está demasiado lejos.
El contraste entre las dos narraciones pone
en evidencia la exageración de la primera, pero el cuerpo y la vestimenta
de Manuel no reflejan en absoluto la realidad de muchos emigrantes fracasados,
ni los efectos negativos del proceso.
El cuerpo del emigrante de la novela de Barnet,
afectado por numerosas enfermedades, sirve de espejo de los efectos que el
proceso migratorio puede ejercer en sus protagonistas. En la versión fílmica,
el cuerpo es maquillado para inscribir en él una agenda ideológica que lo
convierta en artefacto cultural difusor de una nueva imagen oficial de la
emigración española propuesta desde la periferia gallega. Ésta se apropia
del español del centro como forma de ganar autoridad y presenta a un personaje
no sólo inmune a las enfermedades sino fortalecido por la imagen de estrella
del protagonista. La mirada apropiadora y llena de deseo de las mujeres, mostrada
por la cámara por medio del plano/contraplano en el que el plano de la mirada
femenina se prolonga más que el de la masculina convierte al espectador en
voyeur del deseo que el cuerpo del emigrante produce y por lo tanto contribuye
a una versión idealizada del mismo.
El cuerpo del Manuel fílmico, choca frontalmente
con los autorretratos del literario que enfatizan las imperfecciones corporales.
Asimismo, la forma en que el personaje es admirado por las mujeres de la película
pone en evidencia un maquillaje que busca no desligar del todo al personaje
de la grandeza del indiano, par a así sostener la autoridad discursiva otorgada
a éste último por el canon nacional.
Notas
(1). Algunos de los textos
literarios de la emigración española en los que aflora este tipo de metáforas
corporales son: Diario de un emigrante de Miguel Delibes, Equipaje de amor
para la tierra de Rodrigo Rubio, Morriña de Emilia Pardo Bazán y Las Fraguas
de la fortuna de José Costa Figueras.
(2) Para estudios teóricos
acerca de los efectos físicos y psíquicos del desarraigo producido por la
emigración ver de Migración y exilio; estudio psicoanalítico de Grinberg y
Grinberg y Strangers to Ourselves de Julia Kristeva. Para estudios sociológicos
al respecto ver Inmigrants and Mental Health publicado por The Australian
Council of Social Service, Migration in relation to Mental Disease
de Benjamín Malzberg y Foreign Bodies: Migrants, Parasites, and the Pathological
Nation.
(3) El tipo del indiano en
la literatura española es un retornado rico cuya vida en América, en muchos
casos un misterio, no se explora con detalle. Aun cuando la sociedad española
percibe a este "nuevo rico" con recelo y no le permite una integración total,
su opulencia, el haber sustraído de América riquezas para vanagloriarse ante
sus connacionales, lo relacionan estrechamente con la figura del conquistador.
La literatura de la emigración, por el contrario, muestra al emigrante en
el país de acogida, donde ha de enfrentarse a su condición de extranjero y
esforzarse por lograr la subsistencia.
(4) Las otras tres obras son
Biografía de un Cimarrón (protagonizada por un negro cimarrón) y La
Canción de Rachel (protagonizada por una cupletista criolla) y La vida
real (protagonizada por un emigrado cubano a Estados Unidos).
(5) La palabra "traductora"
aquí remite a la teoría de Michel de Certeau acerca de la práctica de usar
el testimonio para traducir la cultura del Otro en términos inteligibles para
occidente.
(6) "La mirada ´externa´ que
no imparcial ni totalizadora, del inmigrante tiene la ventaja de que facilita
la disección, el examen, la crítica y el enjuiciamiento de ese microcosmos
humano que era la sociedad cubana de la época." (26)
(7) El cuerpo de la novela
está formado no sólo por la narración de la historia de Manuel sino por otros
textos de ambos lados del Atlántico, como por ejemplo, poemas de Rosalía de
Castro, datos históricos y artículos periodísticos tanto de Cuba como de España.
(9) Para un recorrido por el
tema de la emigración en el cine gallego y el español ver O cine en Galicia
de Xosé Noriega Otero.
(10) En una entrevista realizada
por Edna Acosta y Philippe Abraham, el autor cubano enfatiza la importancia
de la contradicción para dar una imagen completa de la realidad: "Creo que
el escritor, que el investigador social, que el artista, tiene que darse plenamente
con todas sus contradicciones" (Acosta, 50).
(11) Hacia el final de la
novela vemos que América, la esposa de Manuel, le acusa de extranjero por
no interesarse por la política del país.
(12) Paco Rabal hace una interpretación
de Fabián digna de su estatura como actor y sí tiene un acento gallego muy
convincente.
(13) Terminología propuesta
por Richard Dyer en Stars.
(14) José Colmeiro realiza
un estudio detallado de la combinación de ritmos cubanos y gallegos en la
película.
(15) Aquí se da una relación
amorosa a la inversa de la vista en el barco entre Manuel y la señora de sesenta
años, ya que se trata de una joven con un viejo. Sin embargo, en ningún momento
se cuestiona o critica.
(16) En la novela, Conrado
es el hijo de la familiar de los vecinos del pueblo a la que Manuel busca
al llegar a Cuba. En la película, por el contrario, el personaje cambia totalmente
y se convierte en un boxeador negro a través del cual se establece la comunión
con esa raza.
(17) Con los cambios recientes
en la sociedad española debido a las corrientes migratorias que recibe, el
negro pronto dejará, si no lo ha hecho ya, de representar lo exótico para
ser identificado más con una parte marginal de la sociedad. En los años 80,
y especialmente en regiones como Galicia, la presencia de la raza negra era
todavía mínima.
(18) Nótese el paralelismo
de esta escena con la analizada anteriormente en la cual Josefa también observa
a Manuel desde el umbral.