El retorno de Max Aub o la poética de un imposible

 

José Ángel Sáinz
Mary Washington College

 Soy un turista al revés. Vengo a ver lo que ya no existe.
Max Aub, La gallina ciega

 

Remigio Morales Ortega, personaje de Max Aub, exiliado como su creador en México tras la guerra civil española, decide que tras dos décadas alejado de su familia es hora de darse una vuelta por Europa.  No obstante, corría en año 1959 y comprometido con la causa republicana, ve inconcebible entrar en suelo español: “¿Ir yo a España? Sería como faltar a un voto… me sentiría disminuido, deshonrado, humillado, esclavo… No he venido a hacer de turista” (Enero 464).  Remigio se encontraría con su hijo en Cerbère, en la frontera misma.  España quedaba tan cerca y a la vez, tan lejos para el desterrado.  El encuentro con su pasado devuelve a Remigio a una dolorosa realidad: “Me desconoció, mirándome como extraño. Nos han desahuciado. ¿Volverme a Méjico?  Pues sí. A empezar de nuevo, a darme cuenta de que aquello es mi tierra… Ya no somos nadie, ni sabe nadie quienes fuimos… nos han borrado del mapa” (Enero 466).  En este último lamento podemos encontrar el resumen de la vida y obra del propio Aub, desconocidas ambas por mucho tiempo entre su público natural: el español.  El sentimiento que nos hace llegar a través de Remigio es un denominador común en su obra testimonial. Aub anticipa consecuencias irremediables tras la salida obligada de España: “[…] los que nos fuimos ya no contamos, para eso mejor nos hubiésemos quedado […] fuimos borrados del mapa. Un auténtico remate. Nadie sabe quienes fuimos, menos todavía lo que somos” (Enero 467, 471). El efecto de esta desaparición aparece como antesala a lo que sería la realidad futura aubiana y a su vez, representa la imagen simbólica de la tragedia del exilio español: “¿Por qué no reconocerlo? Lo hemos perdido todo, menos la vida. Es decir, no hemos perdido nada: todo queda por hacer. Hasta que nos borren del mapa; no falta mucho. ¿De qué sirve la verdad?” (Diarios 268). Con el paso de los años Aub temió convertirse en una víctima del tiempo, de ir poco a poco viéndose eclipsado del mapa histórico y cultural del país que adoptó y en cuya lengua escribió toda su obra. Sin embargo, Aub cae en un tira y afloja eminentemente moral que José Ramón Marra-López definió como “problemático regreso” (127).

Durante su devenir carcelario francés o su estancia en campos de internamiento franco-africanos (1939-1942) así como desde su exilio mexicano (1942-1975) Aub escribió sin reposo, sintiendo que la palabra escrita era el único medio de seguir unido a ese espacio geográfico que la había expulsado y que poco a poco, se iría difuminando en su memoria.  Como se verá en las siguientes páginas, escribió anunciando incluso que a la postre, el desexilio iba a suponer una doble tragedia aún más dolorosa por las circunstancias que ello implica (1).  Si la salida había sido dolorosa, el retorno bien sea en la piel de sus personajes o en primera persona iba a serlo aún más. La esperanza en el inmediato regreso a una España democrática era tema de tertulia diaria de los exiliados entre 1939 y 1945.  Recién acabada la guerra civil y desde México, Paulino Masip recogía el sentimiento general de la transitoriedad innata en la diáspora republicana española:

Lo más hondo, sincero, radical que hay en ti, amigo, es tu deseo de volver a España [...] eres criatura recién nacida en tierras americanas, pero criatura que trae en las carnes la nostalgia heredada del otro mundo.  Y, ¿cómo no has de querer, si eres el alma de España, refundirte cuanto antes con su cuerpo para que España viva su vida plena, alta y libre? [...] Pero ¿cómo?, ¿por qué caminos?, ¿por qué medios?  (45).(2)

Ahora bien, pese a la derrota del fascismo en 1945, ese ansiado retorno en masa no se pudo llevar a cabo aunque sí se sucedió un goteo de retornos individuales que trataba de escapar de la dolorosa frustración colectiva y que tuvo diferentes consecuencias.  Si como deber y obligación moral la vuelta se llevaba a cabo, debía ser en unas condiciones que garantizaran una dignidad política y ética que sólo la ausencia de una dictadura podía aportar (3).  El verdadero problema cuando se vuelve físicamente es comprobar hasta qué punto el silencio y el olvido constituyen los pilares de la cotidianeidad oficial y cómo se materializa la imagen de José Luis Ponce de León: “[...] el destierro se ha convertido en un castillo de irás y no volverás” (166). El retorno es la consecuencia inapelable y natural de un largo proceso de separación que

alimenta la nostalgia de la patria perdida y que de producirse, cierra un círculo en la experiencia vital del individuo desplazado.  Según Hamid Naficy, “Nostalgia for one’s homeland has a fundamentally interpsychic source expressed in the trope of an eternal desire for return—a return that is structurally unrealizable” (285), pero no por ello el exiliado va a dejar de intentarlo bien en su obra o bien en persona.  A fin de cuentas, esta idea tiene vigencia constante en el ánimo del exiliado: es la que le sustenta su nacionalidad flotante (Gambarte 178).  Como decía Rosa Chacel, “Había necesidad de volver porque prescindir de España es prescindir de la vida propia” (citado en Delgado, “Rosa Chacel” 4).  El pasado nostálgico se convierte en una especie de geografía imaginaria, una concepción creada por y en los espacios elásticos de la narrativa (4).  Si los componentes de la nostalgia son el deseo por la ausencia de un objeto y la presencia de ese mismo por medio de la memoria, el retorno pone ambos al mismo nivel, desequilibrado por la balanza del tiempo.  En la distancia, ese pasado se traduce en una serie de representaciones tangibles y visuales que ayudan al exiliado a recordarlo y a mantener de alguna manera viva su existencia en la memoria.  De este modo, fotografías, fragmentos de papel, recortes de periódicos o revistas, diarios, o correspondencia constituyen la imagen tangible de ese vivo recuerdo que le sirve para articular la necesidad de atestiguar su presencia vital y de autentificar dicho tiempo pretérito.  Pero a la vez, la presencia de estos recuerdos pone en entredicho el presente del exiliado que vive pendiente de los hilos de (re)unión con ese “antes” (5).  Tras once años alejado de España “por persona decente” como él mismo ironiza, Aub deja clara su postura ante su condición de exiliado y de persona incapaz por razones morales y políticas de pisar la tierra que le había obligado a marchar.  En un monólogo dirigido a Federico García Lorca y a Miguel de Unamuno, subraya su firme postura y su actitud frente a lo sucedido en la Península:

El mundo da vueltas pero yo no vuelvo donde debiera volver: sobre la tierra donde os habéis podrido, que es donde le gustaría a uno estar, no por nada, sino porque es la tierra de uno –por muy buena que sea otra- (Diarios 164-5).

No obstante, la vuelta continúa haciéndose un hueco en su imaginario y sus palabras a la vez que expresan sus primeros deseos, anticipan su devenir dos décadas más tarde: “Los viajes ilustran, ¡qué duda cabe! Pero a condición de volver a la tierra de uno, de cuando en cuando, que si no se acaba siendo extranjero en todas partes” (Diarios 165).  La posibilidad de morir sin haber vuelto a ver España tal y como aún estaba la situación política allí, es una cuestión vital que le hace replantearse su papel en México.  En 1957 escribe: “Si no vuelvo a España, vivo, ¿para qué vivir, para qué escribir?  Entonces, ¿vivo, escribo, sólo para volver?  Hasta cierto punto, verdad” (Diarios 292).  Sin embargo, a medida que pasa el tiempo y acuciado por problemas de salud, el pesimismo se adueña de sus comentarios mientras las esperanzas comienzan a tambalearse: “He perdido la curiosidad por la marcha del mundo.  Me tiene sin cuidado porque cuanto se avizora carece de interés.  Nada que solevante.  España, perdida” (Diarios 295). 

Aub iría disfrazando en su obra la necesidad imperiosa de volver aunque desde un principio, se mostró muy crítico con sus compatriotas en el exilio cuando éstos habían siquiera considerado el retorno como una posibilidad.  Durante los años cuarenta y cincuenta, la vuelta aunque fuera puramente transitoria era estigmatizada por los medios exiliados que la interpretaban como una claudicación o concesión al régimen franquista.  Para Aub, el retorno de algunos es un hecho que considera falto de moral y carente de lealtad hacia el resto de los compañeros: “Y ese listo de Bergamín” escribía en 1955, “vuelto a España -se necesita toda su desvergüenza jesuítica-...  Siempre hubo en él algo que no se entregaba, una recámara; un juego.  Ahora jugará en las tertulias de Recoletos” (Diarios 264) (6).  En 1964 sería el turno de León Felipe cuya duda sobre si regresar o no, le clasifica de inmediato entre los débiles según Aub: “-Ya no me voy -me dice-, ¿tú qué crees? Échalo a cara o cruz.  No me importa que vaya o no, si pensó volver” (Diarios 353).  Sobre la decisión de este último, Aub señala:

[...] su retorno señala el fin de la misma [emigración]. 1939-1964, veinticinco años. Está bien; el que no volviera haría que el destierro no hubiera tenido final, disolviéndose en el resto de la tierra. Cierra un ciclo. Duele pero es así” (Diarios 353) (7).

Tres años después cuando le comunican que Bergamín decide de nuevo volver a España, sentencia: “No puedes volver, sólo puedes ir.  Para volver tendrías que ser otro mundo, José, José Bergamín. Sólo somos ya fantasmas de nosotros mismos y no fantasmas a secas, ¡y tan a secas!, como quieres serlo tú y lo proclamas” (Diarios 391-92).  Algunos sin embargo, habían vuelto temprano, lo que les condenó a vivir en el anonimato más absoluto como fue el caso de Juan Gil-Albert en 1947.  Otros lo harían de forma escalonada, en varios viajes, como Manuel Andújar o Francisco Ayala (8).  Esteban Salazar Chapela dentro de la brevedad narrativa permitida por una tarjeta postal le hace saber a Aub su sentir tras pisar suelo español: “Extraña impresión verse aquí después de 24 años...” (AFMA 8-IX-1961), y un mes más tarde, entonces desde Londres señala: “Es mejor estar exiliado en México o en Londres que estar enterrado en Madrid.  Yo partí de aquello con ese consuelo para mi exilio…” (AFMA 26-X-.1961).  Salazar Chapela pudo volver por voluntad propia, pero como le ocurrirá a Aub unos años más tarde, el espacio al que se retorna, es otro, no el que en su día fue objeto de la nostalgia.  Ramón J. Sender se planteó en 1964 dar el salto de vuelta a la vez que se sentía atado por la fidelidad a su compromiso.  Con Aub comparte su deseo y la imposibilidad: “En todo caso la tentación de regresar allá a veces es fuerte.  Mientras tenga la sartén por el mango Franco, ni hablar.  Y parece que no la soltará por ahora” (AFMA 2-VI-1964) (9).  Aub no se lo reprocha sino que quizás pensando en sí mismo y en sus deseos innatos de volver se alinea con Sender:

Creo que hay que ir a España, precisamente para ver si se desprende el mango de la sartén.  Además, ¿qué coño hacemos aquí?  A mi me han negado con constancia el visado.  Pero ahora tengo ciertas esperanzas, de por lo menos, darme una vuelta por ahí el año próximo (AFMA 24-VI-1964) (10).

 Pese a la intensidad de las críticas anteriores hacia aquellos colegas que tan sólo habían pesando en la posibilidad del retorno, en estas palabras se aprecia un cambio de postura en Aub aunque su compromiso político y moral siga intacto.  El tiempo no pasa de forma impune y le obliga a darse cuenta de un hecho clave: tanto si se vuelve o no el exiliado jamás abandonará la piel que le cubrió a partir del momento de su salida.  Como apunta Aub “ahora ha pasado demasiado tiempo—para mí—, no me tendrán que recordar sino descubrir.  Y en España no se descubre a ningún escritor: sólo se olvida” (Diarios 369).  Para Adolfo Sánchez Vázquez, de una forma u otra, lo decisivo era ser fiel a aquello por lo que un día se fue arrojado al exilio.  La clave no es estar en un sitio o en otro, sino cómo se está (Recuerdos 47).  Irónicamente, así estaba Juan Larrea en Argentina: “Se diría por ciertos indicios, que en España hay movimiento, ¿no?  Como actúo aquí de Robinson, [Crusoe] no sé nada de nada” (AFMA 22-VIII-1968). El aislamiento y el silencio serían la tónica entre aquellos que decidieron pronto su retorno.  Las
reacciones de José Bergamín al volver sirven de anticipo de la experiencia aubiana:

[...] cada vez más peregrino en mi patria.  Como un extraño en ella: no a ella.  Y no por sus tierras y sus mares y sus cielos, sino por sus gentes.  Extraño peregrinaje, a un mundo humano que no me parece sentir como el mío (De una España 7, 25-6).

Por otro lado, tras una década y media en España Gil-Albert se queja a Aub: “Verás: he escrito mucho, en prosa y en verso, pero todo duerme en mis blocs. Vivo muy aislado. Mis escritos resultan en esta atmósfera, tan heterodoxos que yo mismo me doy la impresión de haber aceptado el ostracismo literario” (Epistolario 52).  Sin embargo, pese a que Aub se aferre a un pasado cada vez más efímero, su mirada continúa orientada hacia España como muestran sus varias vueltas imaginarias antes de la vuelta real. Para cuando Max Aub pisa suelo español por primera vez en 1969, habían transcurrido casi tres décadas desde que en Casablanca se embarcara en el “Serpa Pinto” camino de México.  Desde entonces, su España era sólo una realidad que poco a poco se fue diluyendo en su memoria, idealizada quizá, como él mismo hubiese querido que permaneciese, como él la dejó, aún solidaria y democrática.  Sin embargo, entre el 23 de agosto y 4 de noviembre de 1969, Aub se encontraría con un país que con el paso de los años se había transfigurado en una imagen lejana de lo que fuera y representara en el año 1939.  Así pues, no es de extrañar que ambas realidades, la de esa España y la que Aub había mantenido viva en su recuerdo, mostraran un notable desequilibrio en el momento del encuentro.  Es precisamente este desequilibrio el que da pie a todo tipo de reflexiones sobre esta nueva y desconocida realidad que luego recogería en su diario La gallina ciega y que publicaría a su vuelta a México (11).

Entre los numerosos aspectos que ofrece esta colección de reflexiones personales repleta de tensiones entre el ver y no ver, entre los diferentes enfoques y perspectivas en el que la visión desenfocada del retornado causada por la nostalgia se opone a la realidad presente española, sobresale el drama que supuso el tan ansiado retorno del exiliado a esa tierra de la que se vio obligado a partir pero a la que siempre pensó y deseó volver (12).  Sin embargo, este deseo poco a poco iría convirtiéndose en una imposibilidad dando lugar a su materialización en un auténtico drama del retorno que bien se puede entender como una extensión temporal del propio exilio.  Incluso, quizás aún más grave, ya que se sufre en el mismo lugar del que se ha visto desplazado y al que en teoría se pertenecía.  Así se explica la extrañeza de los vencidos ante un mundo que se ha ido haciendo a sus espaldas y al que no se pueden integrar (13). 

Antes de que Aub fuera testigo de la imposibilidad de volver, dado su compromiso político y moral y la coyuntura del momento, ya había dejado constancia en su obra de que no resultaría nada fácil hacer frente a la nueva situación social con la que el exiliado retornado se iba a encontrar.  De este modo, se puede entender que llegara a Barcelona a finales de aquel agosto de 1969, con una cierta predisposición y temor a que ocurriera lo peor, es decir, de que el drama del retorno tomara cuerpo y alma ante él.  La primera entrada del diario se convierte en una microestructura de la obra que anticipa la delicada relación entre Aub y España: “Aeropuerto de Barcelona. Desierto. ¿Por ser sábado? Nadie. Hemos entrado en nuestra casa. Nadie nos ha preguntado nada” (LGC 111).  Se adivina entonces, que la relación comunicativa Aub-España tan sólo se va a dar, en términos jakobsonianos, en el nivel fático.  Se producirán intentos por parte de Aub de sondear aquello que le rodea pero la única solución radica en el abandono, una vez que ha tratado de entender ese nuevo contexto.  Sin embargo, es todo un círculo vicioso ya que Aub carece de las herramientas necesarias para llevar a cabo dicha labor de indagación.  En su caso, el “yo y mi circunstancia” orteguianos se hayan totalmente dislocados con la circunstancia española: los diarios de su viaje representan una disolución del sí ante la ausencia de espejo y eco de esa época.  A su vuelta, España se le presenta como un espacio híbrido, de dolor y desencanto, a la vez que se produce una especie de querer y no poder abrazar la nueva realidad por parte del retornado ya que como dice Berta, uno de sus personajes en El rapto de Europa:

Ya no hay tierra firme para mí. Todo se me vuelve blando, inseguro, bamboleante. Un mundo de algodón, un suelo de barro, escurridizo, sucio. Y un cansancio enorme, porque se va la esperanza de vencer. ¿Dónde poner el pie? Ya no hay mundo para nosotros” (TC 456) (14).

Para el exiliado, una y quizá la única, manera de “estar” en esa patria que poco a poco se iba diluyendo fue escribir sobre ella, como si de alguna manera aún se encontrara en ella, lo cual, no deja de ofrecer ciertos problemas referenciales puesto que tanto la distancia geográfica como la temporal dan pie a un desequilibrio ineludible.  En este sentido, Edward Said señalaba que “gran parte de la vida del exiliado se emplea en la compensación de una pérdida […] El nuevo mundo del exiliado, lógicamente, no es natural y su irrealidad lo asemeja a la ficción” (“Un recuerdo” 2).  Algo que por otra parte, caracteriza la creación aubiana, en la que la mezcla de ficción y realidad dan lugar a una fórmula eficaz con el objetivo de revelar la realidad circundante.  Ahora bien, para el exiliado, este proceso se halla anclado hacia un punto de mira fijo: el pasado.  Marra-López apreciaba dos motivos en este anclaje del escritor emigrado.  En primer lugar, la imposibilidad de una evolución paralela entre el exiliado y la tierra perdida, con lo que éste se ve obligado a marchar a remolque de noticias indirectas que interpretará desde una escala de valores provenientes de un pasado cada vez más lejano de la realidad española.  En segundo lugar, la causa de la emigración se ha convertido en una obsesión difícil ya de superar, llegando a convertirse en el leit motiv de su vida (56). José Luis Aranguren subrayaba que la actitud del exiliado era en realidad lo que le impedía acercarse de nuevo a su tierra:

Los desterrados en tanto conserven su talante de tales, no pueden venir, porque acostumbrados a vivir entre sus remembranzas y sus nostalgias, en la España no de su realidad, sino de su corazón, se han tornado ciegos a la cruda luz de un presente que les es ajeno y se ha hecho sin ellos (141).

Ahora bien, si la historia de España durante la dictadura se fue construyendo ajena sin un capítulo dedicado al exilio, no sólo el retorno sino que la recuperación total posterior se antojan imposibles, más allá de que el exiliado se halle desentonado de una realidad en la que apenas tuvo hueco.  A ello poco contribuyen posturas como las de Francisco Umbral cuando señala que “una buena página de Cela vale por casi todo el exilio” (316).  La diáspora había sido víctima de la maquinaria del silencio oficial y del ninguneo institucionalizado en la Península: había caído en el pozo del olvido.  El régimen en su labor de legitimación de origen y ejercicio se había apoderado del pasado para tergiversarlo con el objeto de lograr y asentar dichos objetivos.  En esta labor, el exilio carecía de espacio alguno.  Más bien, desapareció de la memoria oficial (15).  De esa actitud se lamenta el poeta Victoriano Crémer: Feroz es el recuerdo, pero es vida / [...] / El olvido es la nada. El vacío doliente / de la ceguera última, perdida la razón/ de todo lo que existe.  Muerte / sobre la marcha incierta / hacia ninguna parte” (14).

Marra-López recoge esta nueva sensación del exiliado que al volver a contemplar aquelloque abandonó se siente “desplazado en su propia patria ya sin la posibilidad de sueño y de la idealización.  Nada le queda al regresado, salvo la para él lejana y decepcionante realidad patria.  Vuelto a una tierra distinta, nada posee tampoco, salvo una ausencia arraigada” (130).  Aub, por tanto, se convierte en un sujeto dislocado, ni es de ayer ni de hoy, una circunstancia desfavorable

más, nacida de esta no pertenencia a ningún lugar.  En estas circunstancias surge una nueva duda sobre el retorno.  El exiliado extraña la realidad recién abandonada al enfrentarse a una a la que no pertenece, lo que conlleva la inversión total de la nostalgia.  De este modo, este proceso de doble exilio puede en palabras de Mateo Gambarte, igualar o superar en dureza la amargura de la salida con el agravante de que el retorno es una decisión voluntaria frente a la imposición del exilio (187).  A ello se le añade la contra-nostalgia como lo expresa Manuel Andújar: “Yo no tengo esa tendencia hacia el útero materno que ustedes muestran, o tal vez sí la tengo, y es mi isla, Cuba la que ignoro sin darme cuenta, o lo que añoraba, mientras estuve en España, quiero decir” (Cartas 128) (16).

Aub no se aparta de las directrices expuestas.  Ahora bien, en su caso, lo interesante trasciende al trazar una línea de enlace entre su obra dramática, en particular Las vueltas, y los diarios fruto de su primer viaje a España en 30 años: cruce entre su obra y vida.  Precisamente, ambas no están en discordia como lo estaría su propia realidad idealizada y la realidad física con la que se encuentra al bajar del avión en Barcelona.  En realidad, Las vueltas le habían servido de escenario de pruebas para lo que supondría el viaje posterior.  Escribiendo había creado un mundo a su medida y lo había habitado en la piel de sus personajes.  Esa mirada que lanza sobre el mundo lo hace desde su propia memoria, desde lo que era; un exiliado anclado en un pasado inamovible.  Incluso él mismo lo vaticina como si con el visado en mano, buscara un antídoto al problemático (re)encuentro:

El problema de volver—o no—a España, a treinta años vista, no es Franco sino el tiempo: uno mismo. El exiliado murió: lo que ha cambiado es España. Otra. ¿Ir, a mi edad, a ver un país nuevo, que tanto me ha de doler...? (Diarios 413) (17).

Si algo positivo supuso la experiencia del exilio fue al menos, reforzar en apariencia la conciencia de grupo: se había salido del país por deber moral y como forma de evitar una mayor tragedia.  Por el contrario, el desexilio rompe esa unidad gremial, es decir, se convierte en un hecho individual, al ser una decisión personal a la que cada cual opta según su estado de ánimo.  Aub, como el resto de exilados, se siente atraído por esta posibilidad pese a que se muestra firme ante la imposibilidad de realizar la vuelta mientras no se den una serie de condiciones mínimas.  El tiempo comprobará sus teorías y augurios, pero de momento, el teatro le sirve como banco de pruebas para ir experimentando dicho retorno, para adentrase en los avances de la sociedad española y en su dinamismo histórico al que el exiliado había dejado de pertenecer.  

Ya en 1944 junto a su teatro mayor, Aub comienza a dedicar un espacio a los transterrados del cual sobresale entre otros aspectos, su asombrosa visión de futuro (18). Son obras breves, en un acto, en las que juega con los síntomas típicos del exilio—la separación, la falta de papeles, la espera o el retorno—dando forma al testimonio del dolor, de la miseria, de la desesperación, de la tragedia en definitiva, del ser humano huérfano de patria pero sobre todo, carente de pasado y de futuro.  En Tránsito se dan varios de estos indicios, a los que se añade el paso corrosivo del tiempo que va haciendo cada vez más difícil el regreso.  El exilio mexicano de Emilio “es un paso, un puente, una espera” (TC 834), es tan solo cuestión de tiempo.   Entre tanto, se debate entre dos realidades encarnadas en papeles femeninos: la mujer española, Cruz, y la mexicana, Tránsito, ambas de nombres reveladores.  Las dos representan sendas realidades geográficas vitales diferentes en las que se lee el doble estancamiento espaciotemporal del exiliado: España, la patria de la que se ha sido expulsado y México, la tierra de tránsito, precisamente.  En esas condiciones, el pesimismo domina: “[...] de pronto el futuro ha desaparecido. Cada día es un paso en el vacío. Nadie sabe del mañana” (TC 833).  La relación Emilio-Tránsito/México carece de peso específico en la obra y Aub no les permite apenas momentos de comunicación como se queja la propia Tránsito: “Para ti nunca es hora de hablar conmigo. ¿Qué soy para ti? Nada [...] ¿No te das cuenta de que te pasas la vida sin abrir al boca, como si yo no existiera?” (TC 839).  Mientras, la nostalgia por Cruz/España comienza con las primeras palabras de la obra: “Allá estará amaneciendo. No; ya será de día. Allá...¡Qué vida esta!” (TC 831), y más adelante piensa en lo que estaría haciendo si estuviese allí, como si nada hubiera cambiado: “Ahora subiría la calle Mayor, camino de mi trabajo. ¿En qué trabajaría yo ahora? ¿Hubiese seguido en la fábrica? ¿Hubiese llegado a encargado?” (TC 840).

El papel en la sombra de Tránsito carente de relevancia aclara el estado de desarraigo que afecta a Emilio, según señala Ángel Borrás, cuya vida sólo tiene sentido a través de recuerdos y proyecciones hacia un futuro, pero fundidas en el espacio español al que no duda en regresar (70), aunque no a cualquier precio.  Aub explotará este conflicto de ideales por los que tanto Emilio como su compañero Alfredo tuvieron que exiliarse, colocando a ambos en una discusión muy familiar en el entorno aubiano.  Alfredo desesperado ante el medio en el que se encuentra tienta su regreso, y escucha los reproches de Emilio, firme en sus posturas combativas externas aunque internamente débiles.  El debate gira en torno a los compromisos contraídos, por los que tanto se luchó y tan poco se consiguió:

Alfredo.—Voy a volver a España. Ya me están sacando los papeles.
  
Emilio.—¿Así... por las buenas?
  
Alfredo.—¿Qué quieres que haga?
 
Emilio.—Te meterán en la cárcel
 
Alfredo.—Que me metan. Aquí lo perdí todo... hasta el acento...
 
Emilio.—[…] ¿después de pasar lo que pasaste? […] ¿O es que ya te has olvidado de lo que te trajo aquí?
 
Alfredo.—Daría cualquier cosa por estar otra vez en mi pueblo, [... ]  Eso y mil cosas más, y el cansancio. Y los recuerdos.
 
Emilio.—Me daría vergüenza pensar así. [...] Tu deserción envuelve la del que te seguirá. No eres tú , sino lo que representas.  Además, imagínate tu vida en la cárcel, o libre, que lo mismo da; entre nuestros enemigos, obligado a  hacer lo que te manden; tener que renegar de lo que has sido toda tu vida.
 
Alfredo—¿Vale la pena? Yo no tengo la culpa de que perdiéramos la guerra [...] Ya no sirvo para nada [...] No valgo la pena. Allí tengo familia todavía. Emilio.—Es un juego sucio para contigo mismo, para con nosotros. Si te vas hoy, otro lo hará mañana. Yo tal vez [... ] Sobre todo si veo desertar compañeros como tú. (TC 837-8).

Por su parte, Emilio ‘vuelve’ al espacio abandonado en el que a través de diálogos imaginados evoca a su mujer española y a su hijo Pedro, pero sobre todo, se plantea los problemas del exilio, el ansia y la reticencia y a la vez, el deseo de volver.  La conversación con ella aporta más datos del desgarre familiar que se repetirá de continuo en otras obras.  La separación padre-hijo se ha ido agrandando con lo cual el desconocimiento mutuo da paso a los reproches y resentimientos: “Me echan en cara el que tuviera que huir, que abandonaros, como si fuera un ladrón. Como si fuese un extranjero” (TC 834).  El tiempo ha ido dilatando la falta de referentes comunes entre ambas orillas.  Pedro siente que no le debe nada ni a su padre ni a ningún otro de los que salieron:

No. Él estará tan tranquilo, tan ricamente. La buena vida hace olvidar a los pobres. El café, el azúcar, el pan blanco, son muy buen telón para impedir ver desgracias y borrar los recuerdos [...] ¿Qué hace él por nosotros? Desunidos, desperdigados, con el único interés de forjarse una vida nueva en aquel nuevo mundo [...] Que vengan aquí, a aprender lo que es vivir (TC 842).

A su vez, en las palabras finales de Cruz se adivina la separación con su marido, ahora convertido en el ‘otro’, para siempre pese a que algún día regrese: “Ya son muchos años de mar por medio [...] Estás en México, en tu cama, con Tránsito. Vuélvete: revuélvete; tócala, tócala; date cuenta. España está lejos. Lejos tras el mar” (TC 834, 843).

Aub reincide en algunos de los temas mencionados en otra obra de 1944, El último piso, en la que ahora contrarresta dos emigraciones encarnadas en personajes femeninos: Tamara, la rusa, y Concha, la española.  Pese a que su situación de exiliadas difiera políticamente la obra es una muestra de la universalidad de los síntomas que afectan al individuo desplazado.  Tamara aporta la perspectiva:  “Nosotros éramos de derechas; ustedes son de izquierdas.  Ustedes no pueden volver, por comunistas; nosotros porque no lo somos” (TC 837).  Veterana de largos años de exilio—París, Montecarlo, Nueva York y ahora México—está curada en salud sobre los efectos corrosivos del tiempo que la separa de su espacio vital al que no tiene acceso y de sus líneas brotan sentimientos de los que Concha desde su joven exilio, es mera receptora.  Tamara no dista mucho de las posturas anteriores de Alfredo:

Lo espantoso es despertar una mañana y darse cuenta de que todo está perdido, de que no hay manera de seguir adelante, de que solo queda el remedio de tumbarse en la cuneta, cansada, y ver pasar a los demás. Empieza una a leer los periódicos y las revistas de allá con otros ojos. Desaparece el desprecio. Y empieza a roerla a una el gusano: “Si yo estuviera allá...”(TC 875).

Pese a todo, su denominador común es el retorno, el sueño pretendido de ambas, más allá de que éste sea o no posible.  De nuevo, continúa la línea marcada en la obra anterior:

Tamara.—Antes en la historia los destierros eran por poco tiempo. Ahora son para toda una vida. ¿Y te acuerdas de España?

Concha.—Como si fuese ayer.

Tamara.—O anteayer. Se va borrando […] Una quiere volver, sea como sea.

Concha.—[…] ¿No ha pensado volver nunca a su país?

Tamara.—No me dejan.

Concha.—Pero si la dejaran, ¿volvería?

Tamara.—No.

Concha.—¿Por qué?

Tamara.—Aquello se ha convertido en otro mundo. Y yo tengo que pudrirme en este (TC 872, 874, 876).

En ambas obras, Aub pone en boca de sus personajes el deber innato del retorno, pero aún así, tan solo divagan sobre la posibilidad de llevarlo a cabo y el significado que ello tendría para el cuerpo de exiliados en general.  Por ello no anda Aub muy lejos en su escenario particular del ambiente que le rodeaba en México.  Si hasta aquí era tan sólo cuestión de plantear dicha posibilidad, en su teatro siguiente confirma ya lo definitivo del transtierro: la esperanza se convierte en desesperanza al comprobar cómo la realización del sueño no lleva al individuo al lugar pretendido sino que en realidad, lo continúa excluyendo.  Con Las vueltas 1947, 1960 y 1964 Aub cambia el espacio escenográfico, trasladando el drama a tierra española.

En la primera de estas vueltas virtuales, La vuelta 1947, Isabel, una antigua maestra de primaria, condenada a treinta años como ‘roja calificada’, tras pasar ocho en la cárcel, obtiene la libertad condicional y retorna al hogar (19).  Su puesto de madre ha sido suplantado por otra mujer, lo que para su hija Anita, en su inocencia infantil, supone tener “dos mamás” tal y como su amiga Luisita tiene “dos papás”.  Poco a poco, Isabel va entrando en contacto con el resto de personajes pero no tarda mucho en darse cuenta de lo que le rodea.  El reencuentro con su marido es todo un síntoma de la distancia que los separa:

Damián:—No me enteré del indulto.

Isabel:—Ni yo, hasta momentos antes de salir

Damián:—Y viniste a darnos una sorpresa.

Isabel:—En el presidio se hace una muchas ilusiones. Y se deja seducir por las cartas. Debieras dedicarte a novelista.

Damián:—Debes comprender...

Isabel:—¡Figúrate! Pero te lo digo de veras: no creí que te contentaras con la criada [...]  Supongo que tienes, o tenías, pensado algo para el momento en que yo volviera. A menos que te hicieras la ilusión de que fuera a cumplir de veras treinta años...

Damián:—No hay problema: la Paca se marchará (TC 951).

Damián pese a haber estado en la cárcel por sus ideales ahora los ha abandonado y a la vez que se muestra sumiso al sistema, se orienta por el olor al benéfico económico y por la máxima del sálvese quien pueda.  Involucrado en el negocio del estraperlo, especulando con las necesidades nacionales, la sola presencia de su mujer en la casa, además de estorbo, le plantea dudas sobre su actividad mercantil.  En Damián, Aub proyecta la sombra del individuo que al final de la guerra se quedó en España; carente de escrúpulos se aprovecha de la situación mientras mira con desprecio  los que salieron.  Con una actitud aún más dura que la de la obra anterior Damián recrimina a su mujer:

Damián:—Veo que, a pesar de todo, no has cambiado gran cosa.
Isabel:—Mucho más de lo que te figuras, pero en sentido contrario del que por lo visto hubieses deseado.

Damián:—A lo mejor eres de las que se hacen ilusiones de que los de México o los de Francia llegarán aquí algún día con el maná. ¡Vas aviada! Aquellos solo piensan en hacerse ricos con el dinero que robaron.
Isabel:—Nuestra vida va a ser un encanto.

Damián:—Perdona. Pero... Isabel:—Te cogí de sorpresa: dispensa (TC 954-55).

El contraste del ‘antes’ y ‘después’, y el reflejo de la sociedad que le espera al “retornado en un pueblo español, en 1947” se adivinan en la visita que recibe Isabel de una antigua alumna, Nieves: “Antes la gente estaba alegre. Se divertían. Ahora todos andan callados. No va usted a reconocer Peñafiel [...] Entonces cantábamos otras canciones [...] No hemos conocido otra manera. Solo por lo que nos cuentan y por lo que deseamos” (TC 948-49).  En su boca infantil pone Aub uno de los consejos más duros especialmente para él que tanto ha soñado con el momento de la vuelta y su necesidad de reacostumbrase con su nuevo medio, de volver a conocer su entorno: “Nos veremos poco. Mi hermanito le traerá recados si hay algo. Por ahora salga lo menos posible de casa y no se fíe de nadie. ¿Me oye usted, señorita? De nadie...” (TC 948-49).  Sin embargo, a Isabel apenas le da tiempo a readaptarse a la sociedad al ser detenida de nuevo.  Cuando Damián quiere salir en defensa de su mujer es tarde.  Los reproches de despedida se orientan hacia su marido y hacia la sociedad en la que éste se inscribe:

No hay nada peor que la costumbre. El hábito de mirar y ver siempre lo mismo embota el entendimiento. Lo saben los dictadores, y machacan, machacan... Ya no sabéis distinguir la verdad de la propaganda... Se habla, cada día, de cárceles, de fusilamientos: creéis sentirlo. Pero no. Estáis parados, mudos, ciegos... Solo reaccionáis cuando os atañe personalmente... El dolor de los demás pasa inadvertido o se convierte en miedo. [...] Detuvieron a ése..., fusilaron a aquél... Y dormís tranquilos.  [...] Se da una vuelta en la cama y se procura olvidar [...] Dime a mí que olvide quién me espera ahí afuera... y lo que sigue. Pero no te preocupes: volveré (TC 959-60).

No desaprovecha Aub la oportunidad de dar vigor a la figura del retornado, ofreciéndola en el escenario como una alternativa al presente español: en 1947 el exilio aún está fresco.  Sin embargo, la segunda detención no es gratuita: hay que deshacerse de los discursos venidos del exterior, que puedan afectar a las leyes naturales del nuevo sistema implantado en el interior.  Por tanto, a través de Isabel, Aub plantea la alteración en el orden de una sociedad que avanza con piloto automático, una intromisión que viene a descolocar el devenir y la rutina diarios donde el que vuelve—incómodo fantasma del pasado—no tiene cabida ya que su espacio natural le ha sido arrebatado.

Los personajes aubianos en La vuelta 1960 transitan por caminos casi paralelos.  Remigio Mendoza retorna al hogar tras veintidós años de ausencia carcelaria, mera metáfora del exilio.  Su llegada contrasta ampliamente con la de Isabel—una década más tarde—como lo demuestra la simple escena del brindis de bienvenida familiar en la que Remigio pide abrir la botella: “Con tu permiso, lo voy a hacer yo. Hace equis años que no lo hacía [...] ¡Salud!” (TC 968).  Pasados los momentos iniciales de la alegría por el padre recuperado, Remigio se muestra impaciente por iniciar su contacto particular con la sociedad y el nuevo ambiente que le rodea ignorante de la dinámica social:
 

Elisa:—Supongo que vas a descansar algún tiempo antes de empezar a buscar algo.

Remigio:—¿Te parece que no he descansado bastante?

Elisa:—No creas que va a ser tan fácil.

Remigio:—¡Bah! Buenos linotipistas... Y eso que, claro, en tanto tiempo, cualquiera sabe cómo me las entenderé. Pero será cuestión de días; porque lo que es seguir de carpintero, os lo juro que se acabó. [...]

Elisa:—Piden certificados, referencias

Remigio:—Como es natural, no se los podré llevar de “El Socialista”. Pero, en general, no creo que la mayoría de los obreros puedan presentar otros muchos mejores (TC 969).

Con una visita de un antiguo amigo de Remigio, Carlos, Aub vuelve sobre el retorno a la libertad con la que soñaba desde sus encierros:

Carlos:—[...] tantos días, tantas noches pensando en este momento, en la libertad  recobrada, en poder volver a trabajar...

Remigio:—Sí. En poder volver a andar por la calle, en poder torcer a la derecha o a la izquierda según te dé la gana (TC 973).

También, da cuenta de que el retornado no puede tomar parte total en la vida del país pese a las tremendas ilusiones con las que llega.  Sus antecedentes conforman una tarjeta de visita que nadie quiere recibir:

Carlos:—Por lo que sé y por lo que veo, vienes decidido a trabajar [...] ¿Y no te han bastado veintidós años para desear estarte quieto, tranquilo en tu casa?

Remigio:—¿Crees que se pasa toda una vida en la cárcel para eso?

Carlos:—En otro mundo no te digo que no. Aquí sí […] Mira, Remigio, he venido a verte para decirte, para ordenarte, que te estés quieto, que no te muevas, que no veas a nadie, que no intentes relacionarte con ninguno de nosotros [...] Hasta que esto cambie (TC 974).

La extrañeza y el desencanto se apoderan de Remigio al ver lo que el país ha cambiado a su vuelta, estéril por otro lado, ya que le es imposible tomar parte en su devenir político y de reintegrarse en la vida social:

No puedo ver a nadie, no me puedo relacionar con nadie, no debo volver a ver a nadie, y menos a mis amigos, y más si piensan como yo [...] No tengo que ocuparme de nada; no hablar de nada; cerrar los oídos, la boca, los ojos, a cal y canto [...] seguramente no soy el único (TC 976). 

Si al menos Isabel fue capaz de plantear un cierto conflicto con su entorno (TC 959-90), Remigio queda atrapado en el más hondo de los silencios, reflejo de los tiempos.  Aub cierra la obra con ironía: “Elisa:—Y qué vamos a hacer?  Remigio:—Querernos. Callando, no sea que se entere la gente y nos denuncie por ser felices” (TC 977). En La vuelta 1964 el lenguaje provisional del “cuando volveremos” se torna fijo, “aquí estamos”. 

Rodrigo Muñoz, bajo el seudónimo de ‘Mi hermano’, exiliado y escritor, vuelve a España el 24 de marzo de 1964, después de veinticinco años en México, para darse cuenta de forma inmediata: “Lo terrible no es el exilio—el “confino”—sino volver” (TC 986).  La primera toma de contacto con la España de mediados de los sesenta no puede ser en otro lugar que en el café y allí sentado con Mariana, tras el interrogante ya clásico del “¿qué piensas hacer?”, empleado por Isabel y Remigio, tiene que escuchar de ésta los primeros reproches al retornado:  

                        Mariana.—¿Por qué has vuelto?

                        Mi hermano.—No lo sé

Mariana.—¡Cómo han debido de cambiar vuestras ideas acerca del regreso!... En 1945, a rebato, a fondo, sobre caballos blancos, cargando, no dejando    hueso sano del enemigo; en 1948, dispuestos al diálogo, al perdón, la    mano tendida, generoso.  En 1950, de igual a igual, y desde entonces, cada  vez más pequeños, hasta tocar, vencidos, a la puerta: “¿Dan su permiso?” A menos que añadáis: “Ave María Purísima” (TC 986).

A partir de ahí, el diálogo convertido en debate, va subiendo de tono a medida que van llegando otros amigos intelectuales.  El encuentro se va convirtiendo en desencuentro a medida que Rodrigo y sus contertulios dejan de compartir el mismo referente: “Esto no tiene nada que ver con lo que conociste”, le recuerda Mariana, a la vez que le dibuja la nueva realidad que los rodea:

Los obreros ya no quieren el poder sino vivir lo mejor posible, como antes los burgueses, y que les gobiernen como quieran. No consideran la justicia, sino el ocio, amén del cocido.  A los señoritos, que lo tienen asegurado, les importa lo que contaba antes para los obreros, cuando creían que de mano de la justicia les iba a corresponder el maná (TC 988-89).

Mientras, “la mayoría [de los intelectuales] se ha doblegado con cierta tranquilidad de conciencia, otros por cobardía” (TC 994).  Melchor Pinillos, académico de la Real Academia Española lo corrobora: “¿Que colaboró con el régimen? ¿Quién no? A menos de suicidarse. No se puede vivir fuera de lo que le rodea a uno” (TC 999).  La entrada en escena de Melchor alimenta el fuego del debate al recriminar a Rodrigo su visita.  Irónicamente, le acusarán primero de haber abandonado España y más tarde, de volver a ella con el desconocimiento obligado como marco referencial:

Melchor.—Te figurabas que tu regreso habría de armar cierto revuelo...

Mi hermano.—Entre vosotros, quizá.


Melchor.—Nosotros..., ¿quiénes? De ti se acuerdan los que te conocieron. ¿Los jóvenes?... Espera [...] Luis Moreno,  premio “Gijón”; Javier Montaño, premio “Ciudad Condal”. Tengo el gusto de presentarle a Rodrigo Muñoz.

Luis.—Tanto gusto.


Melchor.—¿Saben quién es?


Javier.—No.


Melchor.—[...] ¿Quién sois vosotros que venís del otro mundo? Fantasmas, y ya nadie cree en ellos. Si de verdad queréis volver, y volver por un país nuevo, tenéis que regresar como si fuerais nada: a empezar de nuevo, desde abajo, desde cero [...] ¿por qué has vuelto? ¿Crees que te van a rendir pleitesía? ¿Por qué? ¿Por qué además de portante decentemente viviste como Dios? (TC 997, 1000).

elchor confirma en sus intervenciones lo que Ramón J. Sender temía en el prólogo a Los cinco libros de Ariadna: “[...] sé que cualquiera que sea el rumbo de mi

 vida, cuando regrese, me mirarán con cierta familiaridad zumbona. Seremos los ‘indianos.’ Los que huimos de España y no supimos ayudarles desde fuera” (13).

 
Por otro lado, es el portavoz de los consejos que anteriormente dieron Nieves, Miguel y Carlos a sus respectivos retornados.  De quedarse, Rodrigo sabe lo que le espera:

Melchor:—Si vienes a estarte tranquilo, a morir en paz, de acuerdo. Otra cosa va a ser difícil. Todos los puestos tienen titular; nadie va a dejarte el suyo. Y si piensas que los que están en el poder os lo van a entregar porque sois..., digamos, más decentes, sueñas. Esto cambiará, ¡qué duda cabe!, pero vosotros estáis fuera de juego.

Mi hermano.—¿Así que tanto monta haber regresado como no? [...]

Melchor:—No digas que no te avisé [...] El exilio es siempre una equivocación:  porque hay que volver, o por lo menos intentarlo; pensar en el regreso, y si no lo hay, ya no es exilio sino emigración. Volvéis y os vais de nuevo. Aquí han estado Américo, Ayala, Salazar Chapela, Medina; no aguantan: se vuelven a marchar. Ya no podéis vivir aquí. Sois los señoritos de la inteligencia, los desgraciados, los incomprendidos (TC 1001, 1007).

De la conversación de Rodrigo con Manuel Gómez, Aub aclara el futuro del escritor exiliado: “Manuel:—Me faltan muchos de tus libros. Mi hermano:—¿Para qué los quieres? Manuel:—Mira, hijo: los eruditos somos los únicos a quienes interesan ya. Sólo nosotros os podemos rescatar del olvido” (TC 1004).

La intervención más dura que tiene que soportar Rodrigo teniendo en cuenta la afinidad de Aub por la juventud española, es la de Luis Moreno, poeta de los más nombrados de su generación y adicto al régimen según el autor: “Ustedes abandonaron, se fueron del “ring”. Y ya no les concedemos la revancha” [...] ¿a qué vino? Esta España ha crecido sin ustedes (TC 1007, 1011).  Con un resentimiento ácido le remarca los males del exilio alimentados por la separación: “Habéis empollado años y años la idea de una España liberal y republicana, y os ha salido a imagen y semejanza de su padre, que es Franco. Lo vuestro periclitó” (TC 1011).  En esas palabras se presenta la realidad española que los exiliados no reconocen y que a su vez, no les reconoce a ellos.  Esta sociedad sumida en el silencio más intransigente la dibuja Ramón Pérez: “El sentido crítico amengua con mejor nivel de vida [...] La gente se conforma [...] El gobierno se frota las manos” (TC 1014).  El propio Rodrigo lo reitera: “Le dicen a uno: ‘A mí me va muy bien; si ganara tres o cuatro mil pesetas más..., me iría todavía mejor’. Hablan pestes del régimen: ‘Pero, por mí, que siga: me va bien’” (TC 1016).  A la pregunta “¿Qué le parece España?” Rodrigo responde con un discurso de choque, genuinamente aubiano.  Él mismo tendrá ocasión de escucharla en numerosas ocasiones a su vuelta en 1969 y reaccionará de forma similar a la de Rodrigo:

Me parece bien: España y tú. Pero inaguantables por el tono, la suficiencia, la importancia que os dais. Os restregáis a España, os untáis de ella como si fuese mantequilla, o mejor, un ungüento mágico. ¡Estamos en el mejor de los mundos!” (TC 1021).

La actitud de interés de Carlos Soriano, un joven que no se da importancia, que ha leído lo que ha podido, aunque apenas nada de la obra de Rodrigo, “actor, autor, director de cine, cuentista, aprendiz de novelista, crítico, empresario, director [...] siempre a punto de indignarse, generalmente con razón” (TC 982-83), supone para este último, el único consuelo y reconocimiento posibles.  Aub no repara en hacer visible la alegría casi exagerada de Carlos que pese a la modestia y al pesimismo que profesa Rodrigo, no escatima halagos.  Es una especie de homenaje que él mismo no tendría:

¡Maestro! [...] No haga el menor caso de los que le digan éstos. No quieren  enterarse de lo que pasa aquí, empeñados es que no hay nada que hacer. [...] Lo   importante es que le tengamos aquí [...] Queremos que nos dé unas charlas [...]usted, que tantas lecciones nos ha dado. El verle aquí fortalece, da esperanzas [...]  su regreso vale oro [...] Han intentado sepultarles, a usted y  a veinte más, demostrándonos — intentándolo — que habían muerto, que no representaban ya nada [...] Aquí, muchos le admiramos [...] se tiene que quedar: por nosotros; le  necesitamos. A usted y a todos. Ya sé que otros no quieren volver, por la dignidad ofendida [...] Aquí puede hacer muchas cosas aunque no haga nada (TC 1022-23, 1026).

Sin embargo, tal y como le ocurriera a los dos retornados anteriores, no hay posibilidad de reintegración para Rodrigo a la vida intelectual del país.  Aub le hace llegar una nota en la que le da veinticuatro horas para salir de España, eso sí, no sin armar una conmoción a su favor.  Así, la reacción de los contertulios no se hace esperar para presentar una petición de protesta movilizando a las firmas de la comunidad intelectual:  “Aleixandre, Dámanso, Cano, Aranguren, Laín, Lapesa, Buero Vallejo, Casona. Sastre, Neville, López Rubio, Aldecoa, Fernández Figueroa, Delibes, Sánchez Ferlosio, Cela, Hierro, Celaya” (TC 1026-27).  La ironía y el sarcasmo en boca de Luis dirigiéndose a Rodrigo cierran la obra: “Estará contento, ¿no? En el fondo, ¿no es lo que quería?” (TC 1027).

La reconciliación se presenta como algo inconcebible, y por tanto el retorno es pura fantasía a la vez que el único camino abierto es el del olvido.  Un joven intelectual, con el nombre de Luis, contribuye a destruir las posibilidades de la vuelta permanente a un país que ni conoce ni siente que le debe nada a sus exiliados: “Ustedes abandonaron, se fueron del ‘ring’.  Y no les concedemos la revancha […] ¿a qué vino?  Esta España ha crecido sin ustedes” (TC 1007, 1111).  Así pues, no es de extrañar la actitud de Aub, una vez se da cuenta de que nada tiene que ver esta realidad con la patria idealizada en el exilio: “Vengo—digo—no vuelvo […] vengo a dar una vuelta, a ver, a darme cuenta, y me voy. No vuelvo; volver sería quedarme” (LGC 220).  El choque de la memoria histórica de Aub con la realidad española del momento es inevitable y por tanto, es comprensible desde este punto de vista el discurso lesionado que impera a lo largo del diario. 

El deseo de volver había generado en Aub una conexión con el presente.  En el banco de pruebas del escenario juega con la idea del retorno, maneja hipótesis, llega a conclusiones aunque se trate de pura especulación, de diálogos inventados en boca de personajes de la imaginación.  Aún así, el discurso de la vuelta acaba creando cierta sensación de posibilidad de realización que hay que comprobar pese a que la relación epistolar con otros que ya lo intentaron confirmara dichas conclusiones.  Volver se antojaba como un compromiso moral, arma de lucha contra el olvido del mismo calibre que la propia escritura.  Quedaba por ver qué resultados había dado.

Dentro de la trayectoria literaria aubiana, La gallina ciega supone el punto de inflexión entre lo idealizado y la realidad, entre su propia realidad creada a base de recuerdos, de memorias, de noticias y la realidad física de un desarrollo imparable e inevitable, del que Aub no es parte construyente o participante y del que por lo tanto, está excluido.  La queja de Aub radica no sólo en el falso bienestar de la población sino en que ese falso desarrollo se lleva a cabo a expensas de un pasado dispuesto a ser olvidado, borrado de la memoria colectiva (20).  De esta manera, el discurso aubiano subyacente en los diarios, lucha contra la impasibilidad de una sociedad engañada por efectos superficiales y triviales y en la que nadie parece preocuparse por un pasado no muy lejano.  Es decir, la labor gubernamental de imponer la actitud del olvido estaba ya dando sus frutos y frente a la expansión y asentamiento de esa actitud en un futuro inmediato, Aub se rebela en base a la negación de su posible retorno donde no encontraría sino sus propios argumentos demostrados por el tiempo mismo.  La desazón que respira el diario a lo largo de sus páginas se concentra en el prólogo:

Publico este libro porque creo que debo hacerlo. Desgraciadamente no servirá para

maldita la cosa […] Me hirvió la sangre ante la indiferencia […] Indiferencia callejera del pueblo español […] Nada digo que no se haya dicho, lo repito para que quede otra constancia de lo que algunos suponen la verdad (LGC 88, 89). 

Ahora bien, pese a que la vuelta a este presente suponga un conjunto de imposibilidades, ¿qué le detiene en realidad, a Aub para quedarse en España?  Por un lado, cabe apuntar la razón obvia de que al régimen dictatorial le acompañan la falta de libertades públicas y de expresión.  Pero por otro, apuntemos que Aub regresa con las herramientas oxidadas: el mito del retorno y el mito de la República habían caducado.  Enfrentarse a la historia desde los parámetros de estos mitos arropados por una falsa atemporalidad y ubicados en un pasado que desea presente resulta imposible.  Es decir, de la colisión entre historia y mito resulta una barrera decisiva que impide el regreso.  Además, el sujeto que partió en 1939 no es el mismo que regresa en 1969 aunque esencialmente éste así lo piense.  En la explicación con la que abre  Hablo como hombre Aub permite entrever este aspecto de la interioridad : “No que no haya cambiado—no soy de piedra y sobran espejos—pero no creo que mis mudanzas vayan más allá de la sazón de vivir y de las canas de la experiencia” (9).  A la hora de contemplar la realidad del presente, Aub ha de hacer frente al cambio interior que padece y al que no renuncia.  Así se recoge en el diario: 

¿Hasta qué punto vive uno encerrado en sí que es necesario salir y verse en un espejo viejo para darse cuenta de que uno no se ve en las lunas diarias, de que se es otro, de que se fabrica uno su máscara, día a día, y que cuando cae el maquillaje de la costumbre y entrevé la realidad se sorprende tanto que no hay manera de creer lo que se ve?  Vives en lo que fue.  Vives en lo olvidado.  Vives en lo falso.  Lo malo es que existes y no puedes vivir, viviendo, con esto.  Y vives.  Vives.//—Sí, a destiempo.//— Estoy de acuerdo, pero creí que era otro (LGC 189, 190).

En esta línea, José María Naharro-Calderón señala que la escisión que se presenta en el sujeto exiliado es un factor que dificulta el retorno: “A falta de asiento, hay que sumar la problemática ontológica de los sujetos ante la vuelta del exilio: el que desea vol-ver es siempre un otro, nunca un-ido” (174).  Algo de lo que Aub era consciente: “Si volvemos, si es que nos toca volver, en nada seremos ya los de 1939” (19). 

La denuncia de Aub de estar maniatado intelectual y lingüísticamente juega un factor importante en esta misma línea que venimos explicando y que le impiden quedarse: “que me den el Teatro Español y me dejen montar las obras que me dé la gana […] o que me dejen publicar o republicar sin más todas mis novelas, y vengo” (LGC 343).  A medida que se acerca la fecha de salida de España, Aub parece encontrar más razones de peso para justificar su decisión irrevocable: “Dentro de un mes, si me quedara, andaría por ahí como fantasma de mí mismo” (LGC 560).  Así el mismo día de la vuelta a México indica: “Regresé y me voy. En ningún momento tuve la sensación de formar parte de este nuevo país que ha usurpado su lugar al que estuvo aquí antes; no que le haya heredado” (LGC 596).  Ya no sólo se trata de cuestiones de libertades, sino que la imposibilidad de reunión con algunos conocidos constituye un agravante más: “De todos modos no se restablece la cordialidad perdida. Demasiada sangre, demasiados muertos, demasiada cárcel. Y tal vez, sobre todo, demasiados años” (LGC 141).  Las distancias no pueden acortarse y con tono de sentencia, Aub señala: “No llevo una semana aquí, es verdad, pero no reconozco nada” (LGC 142) (21).  Este discurso dislocado encuentra explicación en el hecho de que en definitiva, la realidad idealizada de Aub se enmarca precisamente dentro de los ideales de la República y de la Guerra Civil, que vienen a ser el marco de referencias del exiliado en La gallina ciega convirtiendo el retorno en un puro anacronismo (22). 

Esta dificultad de reencuentro, de vuelta y de falta de reconciliación tiene su máximo exponente en la conversación intergeneracional entre Aub y su sobrino Alfredo.  Ésta viene precedida de la visita de Aub al cementerio donde yace Vicente Blasco-Ibáñez ante cuya tumba tiene lugar un monólogo cuasi reivindicativo del pasado idealizado.  Las disparidades entre tío y sobrino son claras desde un principio y los reproches de éste muestran el mismo tono del joven Luis de La vuelta, 1964: “Ves España como si fuese lo que era cuando tenías mi edad […] No ves las cosas como son.  Buscas cómo fueron y te figuras cómo podrían ser si no te hubieses ido” (LGC 160).  Alfredo apuntala el choque más directo entre las dos realidades y colabora decisivamente a sacar a Aub de sus casillas interpretativas con una clarividencia que pone fin al intercambio conversacional: “Lo que sucede es que aquí estás buscando lo que no hallarás nunca.  Ni tú ni nadie.—¿Qué?—El tiempo pasado. Tu juventud. Ahora es la nuestra” (LGC 162).  Es decir, en palabras de Monleón, la vuelta por tanto, queda paralizada en el momento que el exiliado inmoviliza la historia (99).

A la luz de algunas ideas de Andrés Trapiello en su obra El escritor de diarios, se puede argumentar que Aub como diarista es un ser desplazado por doble partida.  Por un lado, sufre un desplazamiento temporal obvio, y como consecuencia de éste, uno personal. Es decir, un yo que no pertenece a la realidad española en la que intenta inscribirse porque pese a que conoce cuáles son los síntomas de dicha realidad, desconoce cómo superarlos.  Así pues, por medio del diario, subrayando lo negativo de esta nueva ralidad, Aub intenta volver de algún modo a ese Paraíso, ya perdido, sustraído por el presente inmutable y, a la vez, encontrar la sintonía ideal entre la realidad exterior y la interior que trae consigo, dispuestas en un claro desenfoque.  El diario es el vehículo que le ayuda a sacar a flote su propia intimidad.  La constante presencia de un “yo” que reclama la atención del lector significa el deseo por parte del narrador de evitar ser silenciado (Beverly 161).  Como indica Trapiello, el diario sirve al diarista para “fabricarse un lugar físico donde poder quedarse, algo que lo haga a él real como persona” (25).  Precisamente, es  en este diario español en el que Aub reside y en el que continúa existiendo que no en la realidad que visita y contempla, la cual le niega condenándole al olvido.  Por medio de la La gallina ciega Aub trata de buscar una recompensa tras lo maltrecho que ha salido al traspasar el umbral hacia un contexto aún más foráneo para él donde son otros los intereses e inquietudes premiados, donde es otra la historia y la temporalidad que se imponen.  De este envite entre dos sistemas referenciales separados por un signo—España—no compartido, Aub ha resultado malparado porque pese a que visona una realidad factible, en cierto modo, llega de México con una serie de pretensiones, a tantear esa realidad y con el deseo de que ojalá, no sea como se la imagina.  Por tanto, ese tropezón con la realidad que desea inexistente pero que en definitiva, es la que le espera, recibe y despide, da lugar a los cimientos para el monumento al desengaño que supone dicho diario.

La postura conflictiva y problemática, casi quijotesca, que muestra Aub frente a la realidad española de 1939 permiten a Francisco Ayala una lectura del propio Aub en términos de héroe novelesco al interpretar La gallina ciega en cierto modo, como “más novela que las novelas del propio autor, pues aquí hay un protagonista—el escritor mismo—que en sus múltiples encuentros polemiza no con éste o aquél otro contradictor particular, sino, en definitiva, con el país entero” (3).  Manuel Aznar Soler en su edición española de los diarios aubianos, recoge esta idea y llevándola más lejos, ve en Aub el héroe problemático de Luckacs (18).  Sin embargo, retomando el diario o las memorias como testimonio, John Beverly indica al respecto que “el eje de tal no es tanto el ‘héroe problemático’ sino una situación problemática que el narrador testimonial vive o experimenta con otros” (160).  En el caso del diario aubiano es obvia: Aub contra todo y contra todos dentro de una realidad en cuyos parámetros no halla ubicación. 

En Aub, la España perdida se convirtió en el subtexto de la totalidad de su obra y vida.  Por tanto, lo que el exiliado no puede llevar a cabo físicamente—volver—lo hará a través de la imaginación y la memoria, lo cual plantea un problema adicional.  En términos orteguianos, es la dicotomía realidad humana vivida vs. la realidad contemplada.  Es decir, el escritor exiliado en la coyuntura geográfica a la que se enfrenta, junto al deseo y a la añoranza de la tierra perdida construye una nueva realidad que bordea los límites de una idealidad muy superior a la realidad legítima que paralelamente se está dando en la tierra que le vio salir.  A medida que transcurre el tiempo, estos dos caminos se van separando poco a poco, una vez que el referente compartido en un principio, se va convirtiendo en un referente extraño para el escritor exiliado.  Por tanto, el cruce de caminos se antoja imposible a la vez que una mezcla de angustia e imaginación van labrando un campo de nuevas existencias y nuevas experiencias que poco o nada tienen que ver con los cambios que se han ido sucediendo en la tierra abandonada.

Estas realidades opuestas se pueden entender teniendo en cuenta que a la vez que el universo del escritor exiliado se construye por medio de los filtros del pasado, el presente de su tierra natal discurre hacia un futuro imparable.  Éste se le niega al exiliado y por tanto se va implantando ajeno al cuerpo de desterrados. Así, mientras el tiempo iba marcando la historia y el devenir de la España de los que se quedaron, la España de Aub se mantuvo como un ideal fijo en su mente.  El tiempo no pasa en balde, va haciendo esta separación cada vez más amplia y a la vez, dramática.  El tiempo es en definitiva, la gran condena del exilio ya que impide al hombre acceder al desarrollo histórico (Mateo Gambarte 72) y por tanto, queda sumido en un marco de atemporalidad cada vez más asfixiante que va dejando al exiliado al margen de la historia mientras su exclusión adquiere cada vez mayores proporciones.

En definitiva, Aub pensó y aireó en boca de sus personajes que “su” España ideal, defensora de los valores republicanos, creada por medio de recuerdos, encuentros, lecturas, viajes y noticias, aún existía.  Una rápida visita de tres meses tras tres décadas ausente, le mostró la cara oculta de una realidad muy diferente.  Así pues, La gallina ciega, con todo lo que abarca—impresiones y juicios subjetivos, conversaciones varias, aspectos gastronómicos, encuentros, reuniones, viajes, retratos, recuerdos, descripciones—viene a ser la crónica de una desilusión anunciada, confirmada, eso sí, tras el fracaso de una cita a ciegas con una patria demasiado maquillada por el tiempo.  Como reconocía Aub: “Era moza; ahora llena de arrugas” (LGC 340).

 

Notas

 

(1) Véase el uso del término en Mario Benedetti, El desexilio y otras conjeturas, Madrid: El País, 1984, p. 9.

(2)   Nicolás Sánchez Albornoz en El destierro español en América. Un trasvase cultural (Madrid: ICI, 1992) señalaba: “[...] nosotros nos considerábamos refugiados. De refugiados nos trataban también nuestros países de asilo y las organizaciones internacionales que intentaban ayudarnos.  Y, en cuanto refugiados, esperábamos un día dejar México, Venezuela, Argentina..., al igual que, con suerte, habíamos salido con vida, tras los bombardeos, de los sótanos o de las estaciones de metro que se llamaban refugios” (34).

(3)   Véase María de la Soledad Alonso et al., Palabras del exilio. De los que volvieron.  México: Secretaría de Educación Pública-INAH-Instituto de Investigaciones José María Luis Mora, 1988, pp. 67 y ss.

(4)   En este sentido, veáse Edward Said, Orientalism, New York: Vintage, 1979, p. 55 y ss.

(5)   La producción escrita no sólo contribuye a dar continuidad a la memoria, sino también, establece una diferenciación de identidad cultural y étnica con la cultura anfitriona.

(6)   José Bergamín se negó a publicar la obra San Juan de Aub (Diarios  269), y sin embargo, le escribe unos años después desde Madrid pidiéndole ayuda: “Yo aquí me defiendo difícilmente  si fuera posible, me gustaría pedirte que hicieras alguna gestión para encontrarme alguna colaboración en periódico o revista que me facilitara un poco las cosas.  Si te acuerdas, no dejes de decírmelo cuando escribas” (26 de mayo de 1967, Correspondencia de José Bergamín con Max Aub, Archivo Fundación Max Aub, AFMA en adelante).  

(7)   Este es el mismo Aub que para estas fechas había creado el personaje del retornado en varios escenarios (La vuelta, 1947, La vuelta, 1960, o “El remate”) y por tanto, él mismo jugaba ya con la idea de su propio retorno.  El espacio en el que transcurre este último cuento, la frontera de Cerbère, no era del todo desconocido para Aub.  Por allí salió junto a Malraux en febrero de 1939 junto con el equipo de filmación de Sierra de Teruel.  Por otro lado, tal y como ficcionaliza en este cuento, el encuentro ya comentado entre padre e hijo, el propio Aub se encontraría con su madre en ése mismo lugar en 1958: “Perpignan. Cerbère. Mi madre. España. Por ahí, por ese camino, salí. El mar, las rocas. Me siento tres horas, mirando. -¡Al túnel!, ¡Al túnel!, nos mandaban. No hemos salido” (Diarios 296).  Las sensaciones y el ambiente descritos en el cuento, estaban aún frescas.

(8)   Juan Gil-Albert en 1947 y Ramón Pérez de Ayala en 1949 comenzaron a trazar el sendero del retorno para el resto.  Manuel Aznar ha tratado el regreso del primero en “El polémico regreso de Juan Gil-Albert a España en 1947”, Romance Quarterly 46 1 (1999): 35-44.  Segundo Serrano Poncela moriría en el exilio sin haber tenido la oportunidad de viajar a España desde su salida en 1939.  Francisco Ayala volvería a España por primera vez en 1960 tras dos décadas de ausencia.  A partir de este primer viaje sus visitas serían frecuentes. En 1963 le escribe a Aub desde Nueva York: “Sí, es cierto y muy cierto que me he comprado un piso nada menos que enfrente de la Academia de Jurisprudencia.  Es lo que pasa con el supercapitalismo en que vivimos.  Si le quedan a uno unos pesos, es este país no hay en qué invertirlos, y hay que darles colocación en algún país subdesarrollado; y ¿cual mejor que el nuestro?  Si alguna vez las cosas se mejoran, y llega la hora de jubilarse, por lo menos ahí tenemos un rincón” (AFMA 31-X-1963).  En 1969 la editorial Aguilar publica sus Obras narrativas completas, salvo Cabeza del cordero que aparecería en México. 

 (9)   Sobre la visita a España de 21 días que Sender llevó a cabo en 1974, véase el artículo de Juan Carlos Merino, “Sender, una memoria inédita. Carlos Puche desvela fragmentos de su correspondencia con el novelista. La bronca con Cela”.  La vanguardia, 29 de marzo de 2001.

(10)   Habrían de transcurrir no uno sino cinco años más para que Aub se diera esa vuelta por España.

(11)  La gallina ciega apareció en 1971 publicada por Joaquín Mortiz.  Citamos de la edición de Manual Aznar Soler publicada por Alba en Barcelona en 1995.  LGC en adelante.

(12). Véase el artículo de Maryse Bertrand de Muñoz, “El ansiado retorno en la novelística española de la posguerra”, Hispania 82 (1999): 190-201.

(13). José Monleón en referencia a El último piso de Aub señala algunas características comunes del exiliado, rasgos de un drama independiente de las causas: “La memoria idealizada del pasado y la imposibilidad de volver a la tierra donde se vivió, la fractura de la continuidad biográfica, se traducen en un extrañamiento respecto del lugar donde se vive y un quimérico programa de ‘retorno’, a través del cual recuperar el tiempo perdido borrando los hechos transcurridos y retomando los hilos en el punto en que la historia los cortó”, “San Juan: historia de ayer, alegoría permanente”. Ínsula 569 (1994): 15-17, p. 17.

(14). Las obras de teatro citadas están recogidas en la obra conjunta Teatro Completo de Max Aub.  Las citas irán con la abreviatura TC.

(15). Véase en este sentido, la obra de Paloma Aguilar Fernández, Memoria y olvido de la guerra civil española, Madrid: Alianza, 1996.

 (16). Andújar había realizado un viaje a España justo un año antes.  Este dato sobre Cuba no deja de sorprender ya que como me confirma el profesor Gerardo Piña Rosales, conocedor y estudioso de la obra de Andújar, éste pasó su exilio en México, y debiera en todo caso, ser éste país en principio, el objeto de su nostalgia. Véase su obra Narrativa breve de Manuel Andújar. Valencia: Albatros Ediciones, 1988.

(17). A Aub se le concedió el visado para ir a España el 18 de julio de 1967.  Cuestiones de salud retrasan su viaje unos años.  En 1969 Aub “ve cumplidos sus negativos augurios” en palabras de José Monleón (El teatro 43).  Se encuentra con el hecho de que España había dejado a los exiliados al margen.  En consecuencia, ésta no es ni puede ser de la misma forma que la había imaginado, cumpliéndose de esta manera los pronósticos proyectados en su obra dramática.  En ella recreó los temores, las ansias, la tragedia que supone volver a un lugar al que ya no se pertenece y el costo implícito en toda vuelta del que hablaba María Zambrano: “La identidad perdida que reclama un rescate. Y todo rescate tiene un precio” (32).  El retornado no acepta el deterioro sufrido con el paso del tiempo y padece un doble choque: identidades y realidades que no se corresponden entre el antes y el después.  

(18). Bajo el teatro mayor se agrupan La vida conyugal (1942), San Juan (1942), El rapto de Europa (1943), Morir por cerrar los ojos (1944) y Cara y cruz (1944).  “Los tranterrados” agrupa cuatro obras: A la deriva, Tránsito, El puerto y El último piso, todas de 1944 salvo la primera de 1943, recogidas en su Teatro Completo aunque previamente se habían publicado como Obras en un acto. México: UNAM, 1960.

(19). Apareció ese mismo año en Sala de espera y se estrenó el 18 de junio de 1948 en el teatro del Sindicato de Telefonistas de México.  En esa representación, curiosamente, participan las tres hijas de Aub interpretando los papeles de Isabel (Maria Luisa, a quien dedica la pieza), Nieves (Elena, a quien dedicaría la segunda de las ‘vueltas’) y Anita (Carmen), Véase la nota y el reparto en TC, p. 942.

(20). La carencia de valores se presenta en los diarios de la mano del olvido tanto con respecto al conflicto civil como a la cultura previa al franquismo: “Hubo un tajo y todo volvió a crecer, se curaron las heridas, lo destrozado se volvió a levantar, ni ruinas quedaron.  La gente se acostumbró a no tener ideas acerca del pasado.  Ahora, tal vez, empieza a variar para los que todavía no están en edad, pero tardará todavía mucho para llegar a formar una minoría educadora (si la dejan nacer)” (LGC 130).

(21). Poco después de regresar de su primer viaje Aub escribía a Segundo Serrano Poncela con un tono ciertamente pesimista: “En cuanto a las impresiones acerca de la madre patria, te diré, sencillamente: No. Puedes perfectamente hacer lo que hice: darte una vuelta, aguantar, hablar del tiempo, pero ya verás cómo empieza a apestar el ambiente de tal manera que estarás deseando salir cuando te convenzas de que los recuerdos culinarios no son, ni mucho menos cosa del otro mundo […] Haré un librito”, (carta fechada en México, D.F. el 12 de diciembre de 1969, AFMA, Segorbe, Castellón).

 (22). En su ensayo “La guerra de España” recogido en Hablo como hombre (México: Joaquín Mortiz, 1967), Aub deja claro que el conflicto fue el factor decisivo en su vida y en la de las dos generaciones que precedieron a la suya: “La guerra para la gente de mi generación, y la de las dos anteriores, y la posterior, ha sido la Gran Cosa, con mayúsculas; lo determinante de nuestra manera de vivir, si no de entender el mundo, y de morir” (97).

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