La Literatura de los exilios españoles

   

Isolda Alfaro
Institute of Spanish Studies. Valencia.

 

Imágenes de la memoria

Colores, sonidos, sabores, es difícil para un español por mucho que sea un espíritu libre, culto y cosmopolita olvidar sensaciones y sentimientos que hasta un pedazo de cielo puede hacerle evocar cuando está fuera de España.

Cuentan de Picasso que aún viviendo en una idílica zona del sur de Francia, gustaba de viajar de vez en cuando al Pirineo francés para divisar desde allí la otra parte de las montañas pirenaicas, es decir, el azul del cielo español. Algo parecido le sucedió a Goya al pintar su última obra maestra La Lechera de Burdeos. Es cierto que el cuadro manifiesta al artista maduro que está entrando en una última fase de tentativa formal y colorista, con los azules y los rosas, colores y formas que animarían después los cuadros de Cézanne y en parte el período azul de Picasso; sin embargo, nadie puede evitar ese pensamiento de que al final de su vida el gran maestro aragonés cuando pintó a aquella niña "azul" estaba como regresando a los colores de su infancia bajo el espléndido cielo de su tierra aragonesa.

Qué debió pasar por la mente del poeta Antonio Machado, cuando tras abandonar España, apenas llegado al pueblecito francés de Collioure y casi ya con la muerte alcanzando su herido corazón, escribió en un papel unos versos, la única literatura de su brevísimo paso por el exilio forzoso: "aquellos días azules y este sol de la infancia" (Montero 63).

Los amigos que le acompañaban, al desnudar su cadáver para preparar el entierro, hallaron en un bolsillo del desvencijado abrigo esas inmensas y hermosas líneas que tanto expresan el último recuerdo del poeta por su cielo español. (1) La asociación entre el color azul, la luz del sol y la afortunada época de la infancia, parece que unió a estos dos grandes genios de la cultura española, en sus exilios de Burdeos y de Collioure, al recordar su patria perdida y ya con un pie cerca de la tumba.

En 1949, otro poeta español Premio Nobel de Literatura en 1957, Juan Ramón Jiménez, desde su exilio de Puerto Rico, recuerda a España en sus últimas obras escritas en tierras americanas, aunque Juan Ramón se decanta por el mar. El poeta onubense vivió su infancia y parte de su juventud familiarizado con el mar de su Moguer y en el Puerto de Santa María. Ese puerto de Cádiz, tan luminoso y salino que hizo escribir a Rafael Alberti aquello de “el mar, la mar, siempre la mar”. Es famosa precisamente aquella carta que escribió a Rafael Alberti a raíz de la publicación de Marinero en tierra en 1924 cuando le dice a ese otro poeta de la mar atlántica española, "enhorabuena y gracias por tierra, mar y cielo del oeste andaluz" (citado en Gaos 153).

Juan Ramón echaba de menos la imagen del mar atlántico español. No le impresionaba demasiado la atlantidad de Puerto Rico ni de Cuba, países atlánticos americanos donde vivió gran parte de su exilio. Él siempre mantuvo la imagen de la memoria de su "dios azul, hoy azul y más azul, igual que el dios de mi Moguer azul..." (Canción, 1916, libro escrito mucho antes del exilio y que anticipa esa emoción) (citado en Gaos 137).

Otros ilustres desterrados han retenido otras formas de la tierra española. Hay una anécdota más que sucedió en una conversación habida en un restaurante de la Tour Eiffel, a finales de los años 20, entre Miguel de Unamuno y el novelista valenciano Vicente Blasco Ibáñez. Estaban ambos en París, en uno de sus famosos destierros por discrepancias con la Dictadura de Miguel Primo de Rivera en 1929. Eufórico el novelista valenciano, hombre de mundo y cosmopolita, abierto a todo como corresponde a quien ha nacido a orillas del Mediterráneo, comentó extasiado ante la hermosa vista de París que se extendía a sus pies :"Don Miguel, parece que desde aquí nada falte ya como horizonte a la vista". Dicen que el filósofo castellano contestó secamente: "No. Aquí falta, al fondo, Gredos, la Serranía de Gredos". (2) Su castellanidad, y eso que había nacido en el país vasco, estaba por encima de todas las florituras de la Ciudad-Luz.

La saudade es palabra gallega (y portuguesa) que expresa mucho más que melancolía o nostalgia. Prácticamente es una palabra no para ser definida sino para ser sentida. Aunque muchos españoles no hayan nacido en Galicia, el sentimiento que evoca la saudade es algo compartido por todos, a pesar de la intelectualidad o el pragmatismo: hasta Juan Ramón Jiménez, esteta más que nacionalista, sufrió del mal de la saudade no solamente en su estancia en Washington, D.F. y Florida, sino incluso en las hispanas tierras de Cuba y Puerto Rico.

En la Florida empecé a escribir otra vez en verso. En Puerto Rico y Cuba escribí crítica y conferencias. Una madrugada, me encontré escribiendo unos romances y unas canciones que eran un retorno a mi primera juventud, una inocencia última, un final lójico de mi última escritura en España. (citado en Gaos 124)

Son los cielos españoles, los cielos sorollistas y velazqueños, la memoria azul de aquellos hombres y mujeres que se fueron de España; las montañas más fieras, las de la Serranía de Gredos, el mar, la mar, todas esas imágenes de la memoria grabadas para siempre en el recuerdo de los "transterrados", "ilustres derrotados y su paso por los campos de concentración en Francia, en Argel, y el destierro en Argentina, en México, en Estados Unidos" (Urrero 1). En la retina de aquellas gentes quedó para siempre lo más simple, la instantánea de una línea en el horizonte, el olor de la leña recién quemada, los campos de trigo, la memoria pequeña de las españas, junto a los recuerdos trágicos, la represión, las cárceles, las injusticias, los  miedos, las torturas. Y a la hora de escoger un instante personal que fuera resumen de una vida truncada, los mejores, los más grandes, hablaron de la sal de su mar gaditano, del sol de la infancia sevillana, del azul de las nevadas montañas aragonesas. Que lo local es aquello que hace importante lo universal.

Las rutas de la vida y de la muerte

Son los viajes de ida pero también los de ida y vuelta, melancólicos desplazamientos de los que abandonaron su tierra, su país para no volver -los más- o volver viejos y desplazados de la historia reciente española; regresar envueltos en una caja fúnebre, que apenas sirve para recoger los huesos, nobles restos de los que se marcharon en siglos pasados, en siglos recientes, en siglos antiguos. La historia de los exilios españoles es la historia de más de la mitad del mundo de la cultura y de la civilización españolas. Parece ser el sino de aquellos que destacaron por pensar o escribir, o pintar o hacer música o simplemente querer vivir de otra forma que la impuesta por gobiernos mandones y totalitarios.

Cuando Rodrigo Díaz de Vivar, nuestro primer ilustre desterrado salía de las tierras castellanas hacia su inmortalidad, el pueblo iba diciendo aquello de "qué buen vasallo si oviesse buen señore".

Aquel juglar anónimo del siglo XII (1140), acababa de escribir, en ocho palabras la historia de un pueblo dando tumbos por sus páginas, maltratado por sus reyes, sus políticos, sus "señores", ignorantes de sus miserias, sus sueños, sus necesidades... El Cid fue el primer ciudadano español víctima de un sistema injusto, de la envidia, la maledicencia. Rodrigo fue toda su vida un desterrado, un disidente. Va en contra de su propio sistema, pues debería ser respetuoso con su rey de Castilla, y en vez de ésto tiene como mejor amigo al rey de Zaragoza, que es un  moro. (Alfaro, El Cid 15)

Lo más interesante, y cosa destacable de este Cantar de Mío Çid es, que a pesar de la aparente reconciliación que Rodrigo tiene con el rey Alfonso, no regresará jamás a sus ásperas tierras castellanas, burgalesas, decide passar (sic) de la vida a la muerte en su amada ciudad de Valencia, en brazos de esa tierra generosa que le enamoró con sus torres, sus huertas y su mar.

"La ruta del Cid", es la primera ruta del exilio de la literatura española y una excelente guía turística de España. Es una ruta del exilio interior, semejante al exilio de muchos intelectuales y políticos españoles que desde el siglo XVII, y especialmente desde el XVIII, han errado por las ciudades españolas, de un lado para otro, de Madrid a La Granja, Segovia; de Valencia a Sevilla o el puerto de Santa María, o de cárcel en cárcel. En la cárcel vivieron Fray Luís de León, Cervantes y Quevedo, y allí escribieron obras famosas, no digamos El Quijote.

Gente que fue destituida de sus cargos, de sus empleos, encarcelados, condenados a muerte, indultados, desterrados, por disentir del poder dominante. La intolerancia y la intransigencia españolas han llenado a  España y otras tierras allende sus fronteras de rutas viajeras, de la vida y de la muerte.

La "Ruta del Cid" no deja de ser placentera, quizás porque él se lo pasó en grande campeando con sus mesnadas por aquí y por allá, conquistando tierras, adquiriendo "parias" y plantándoles cara a su rey natural y al Conde de Barcelona, que era "muy follón".

De Vivar a Burgos y de aquí a tierras de Aragón, Calatayud, Saragossa, Albarracín, Teruel. De Aragón a Lérida y Barcelona, y luego las tierras valencianas: Xérica, Burriana, Onda, Almenara, Cebolla (El Puig), Murviedro (Sagunto)...Cullera, Denia, Xátiva, Benicadell (Peña Cadiella) y Valencia, siempre Valencia, Valencia la gran, ciudad  en la que muere, aunque para él solamente fue un dulce passar.

Las otras rutas de los exilios españoles fueron mucho más trágicas. La mayoría de los desterrados pueblan los cementerios de Francia, de Inglaterra, de América, de todas las Américas. Media Ilustración española ha estado enterrada o estuvo en el famoso cementerio de Pére Lachaise, en París. Meléndez Valdés (1754-1817), Leandro Fernández de Moratín (1760-1828- la misma fecha que Goya y Beethoven), yacieron en la grata compañía de otros compatriotas como fueron Juan Donoso Cortés (1809-1853) y el propio Francisco de Goya, grande entre los grandes ilustrados españoles, los llamados despectivamente por sus ignaros coetáneos afrancesados. Tras un período de enterramiento en Burdeos, el cuerpo de Goya fue inhumado también en el citado cementerio parisino. Los cuatro ilustres exiliados regresaron a su ingrato país natal a finales del siglo XIX para recibir reposo eterno, qué más da; los tres primeros, en el Cementerio madrileño de San Isidro y Francisco de Goya, tras su paso por Burdeos y París, en 1899, en un transporte que nunca conoció, el tren, a España. Después de una estancia de 20 años en la citada Sacramental madrileña, encontró finalmente su definitivo descanso, en 1919 bajo la cúpula de la ermita de La Florida,"cuyos frescos él había pintado en su lejana juventud y que desde entonces es su panteón" (Cruz 228).

Esto parece un macabro recorrido por los cementerios de Europa - y América - que no hace sino señalar que la historia de la cultura española, muchas veces, sin poderlo evitar sus protagonistas, los artistas, los poetas, los dramaturgos, los novelistas, han sido víctimas de la incomprensión, la ausencia de libertad, las maquinaciones inquisitoriales de sus dirigentes, tanto políticos como religiosos, una contracorriente contra la que han tenido que nadar y tantas veces naufragar, hombres y mujeres cuyo "pecado" fue la disidencia, el derecho a pensar, la creación, sus ideologías y que finalmente acabaron sus días fuera de España. Pocos son los que regresaron y si lo hicieron, fue en triste estado de ancianidad, a pesar de su vigoroso final intelectual, recibiendo honores, escribiendo, aclamados por las academias de cultura, las universidades. Al menos ellos han gozado de ese final de sus vidas en "olor de santidad cultural", por nombrar a algunos inolvidables, recordemos a  Rosa Chacel, Rafael  Alberti, María Zambrano, Américo Castro, Manuel Altolaguirre.

El gran músico español, Manuel de Falla, (1876-1946) que falleció en su amada casa de Altagracia, en Argentina, regresó en 1949, con todos los honores, por  barco, al puerto de Cádiz, y en su tierra natal, en el cementerio de la ciudad, reposan ahora sus restos. Juan Ramón volvió del cielo de Puerto Rico al de Moguer, Huelva, en junio de 1958 y desde entonces allí yace en la agradable compañía de quien fue su esposa, compañera de exilio y de eternidad, Zenobia Camprubí Aymat.

Ya tu cuerpo reposa en la tierra de Moguer, la tierra de tu sola poesía...te recordaremos todos aquellos a los que supiste enseñar ese camino tuyo que conduce directamente desde las rosas - los ojos de Platero - , tu tierra, a las estrellas, que se encienden ya entre las rosas, tu cielo. (Alfaro, A ti, Juan Ramón)

El valenciano Vicente Blasco Ibáñez, republicano acérrimo, enemigo de la Dictadura de Primo de Rivera, escritor universal, de la huerta valenciana, la albufera y el mar Mediterráneo, guionista pionero del cine de Hollywood en la época del cine mudo y cuya famosas novelas, Sangre y Arena y Los Cuatro jinetes del Apocalipsis le dieron tanta fama, también se tuvo que marchar de España, viviendo sus últimos años en Menton, Costa Azul. Tras su muerte en 1928 allí fue enterrado, otro español más en suelo francés; unos años después, regresó a su tierra valenciana (1933). Ahora su cuerpo se pudre -nunca mejor dicho- en un rincón olvidado del Cementerio General de Valencia, antes "Cementerio Civil", puesto que su anticlericalismo notable impidió que en su tiempo recibiera "cristiana sepultura". Pero se halla entre amigos, Alfredo Calderón, quien fue ilustre presidente de la Primera República Española, y el periodista Felix Azzati, viejo camarada de Blasco Ibáñez, compañero de algaradas contra las procesiones religiosas callejeras valencianas.

Otros exiliados, sin embargo, murieron fuera de España y ya no han regresado jamás. El insigne historiador Salvador de Madariaga, refugiado en Inglaterra desde el año 39, de cuya prestigiosa Universidad de Oxford fue profesor durante largos años, viviendo también temporadas en Washington y México, terminó sus días en Locarno, Suiza, el año 1977. Precisamente él, en el prólogo a la edición argentina de su famoso libro España, en 1942, tuvo muy duras palabras al régimen de Franco

...cuando mi España y la de todos los españoles e hispanos se halla despedazada  y postrada como consecuencia de la guerra civil aún más desastrosa aún de su misma historia. En el libro segundo, estudio la corta vida y larga muerte de la segunda República y lo que lleva de mal vivir la Dictadura del General Franco. (Madriaga 5)

En una pequeña localidad, cerca de Oxford y del Balliol College of Oxford, se halla su casa, llamada "Old House of Salvador de Madariaga", en cuyo graveyard se hallan enterrados algunos de sus familiares.

Para hablar de cementerios donde encontrar españoles del exilio, no puede haber mayor y más famoso referente que el pequeño camposanto de Collioure, Francia, lugar de peregrinación de muchas generaciones de universitarios españoles entre los que, con mucho orgullo, se encuentra la autora del presente trabajo.

Dada la emoción y belleza del texto, leamos lo que dijo un periodista valenciano, al visitar la tumba de Antonio Machado en el año 1972, puesto que ésto es también "literatura del exilio":

Hacía años que deseaba visitar estos pueblos de la Cataluña francesa en cuyos pequeños cementerios hay centenares de tumbas españolas. Detenerme en Collioure y visitar la tumba de Machado era una peregrinación sentimental que me había propuesto a mismo... un callejoncito, La Rue du Cemetiére, lleva a ese recinto del silencio... al entrar, a la derecha, en un modesto panteón, se guardan los restos del gran poeta andaluz y castellano. Una honda emoción se apoderó de mí. En la losa dice:

Antonio Machado

Sevilla, 26-VII-1875

Collioure, 22-II-1939

Ana Ruíz Machado

Sevilla, 4-II-1854

Collioure, 25-II-1939

Allí murió, cerca de la frontera, porque ni su cuerpo ni su alma pudieron resistir más. Cualquier ciudad española acogería sus restos con respeto y devoción. (“Amador”)

No debería faltar en este recordatorio, que tan conocido es de la historia de los exilios españoles, y no por ello evitar su reiteración, la canción que el cantautor catalán Joan Manuel Serrat, dedicó en su álbum publicado en 1968 al poeta, titulada En Collioure.

Más intelectuales quedaron fuera de su tierra, enterrados en otras transtierras, aunque la lista sería tan larga que vale solamente la pena citar a unos cuantos más por su relevancia, o bien porque se han destacado por otras razones, como es la actividad cinematográfica, las innumerables conferencias, publicaciones, anecdotarios, biografías, artículos de periódico, estudios de doctorado, etc.

Nos referimos, en primer lugar, a Ramón J. Sender. Hay una película española, que fue premiada con un Oscar de Hollywood al mejor film en lengua no inglesa, titulada Volver a empezar. La película es del año 1982. Su director, José Luís Garci. En 1983, antes de recibir el Nobel hollywoodense, ya había obtenido el Galardón Prize of the Ecumenical Jury of Montreal World film, Canada. En ningún momento de la cinta se dice textualmente que su protagonista, un intelectual exiliado español, profesor en Berkeley, California, sea el novelista Sender. Pero todo el mundo sabía que la película no sólo estaba dedicada a este escritor sino, como emotivamente se dice al final de la misma, estaba hecha en homenaje a todos ellos:

Esta película quiere rendir homenaje a los hombres y a las mujeres que empezaron a vivir su juventud en los años treinta y en España, y que aún están ahí -por el exilio-, dándonos ejemplo de esperanza, amor, entusiasmo, coraje y fe en la vida. A esa generación interrumpida, gracias.

Realmente Ramón J. Sender vino a España de forma fugaz a raíz de la muerte del dictador, a finales de los años setenta, para regresar definitivamente a la ciudad californiana de San Diego, donde falleció en enero de 1982. Para acallar los rumores que se difundieron sobre un posible regreso de sus restos a España, su segunda esposa, Florence Hall Sender, de quien estaba divorciado aunque se veían a diario, aclaró a los medios españoles que era expreso deseo del escritor ser incinerado y que sus cenizas se esparcieran por el Océano Pacífico frente a la ciudad de San Diego, donde vivía desde hacía largos años y en cuya Universidad tuvo generosa y respetada acogida, devolviéndosele su dignidad de hombre y dándole la oportunidad de ejercer el noble oficio de profesor de Literatura Hispánica.

No es de extrañar, volviendo a la película Volver a empezar, que ésta obtuviera el Oscar, y no solamente por la magnífica labor de su director, la loable actuación de sus actores, el valenciano Antonio Ferrandis, cuyo parecido con el novelista era notable, sino por el doble mensaje de profundo sentimiento que llevaba: la memoria de los exiliados y el homenaje a una nueva tierra, Estados Unidos, que acogió al escritor y le permitió continuar su labor, la única que él sabía hacer: "Soy un escritor encantado de la vida, que espera el día de su  muerte sin miedo y sin esperanza" (citado en M. P.).

El cine se ha ocupado de forma extensa sobre este terrible drama de los exiliados y debemos indicar que solamente el director español José Luís Garci ha conseguido con su película un cierto renombre fuera del país. La mayoría de los cineastas son extranjeros y vale la pena destacar el trabajo hecho por el director francés Henri-François Imbert que ha estrenado en 2003, en París un film impresionante sobre los refugiados españoles que llenaron los campos de concentración de Francia en el año ‘39. La película lleva el significativo título de  No pasarán.

Aquellos seres humanos que escapaban masivamente de lo que les llegaba con la victoria franquista fueron tratados como animales por los guardianes y gendarmes franceses en las playas francesas de Argéles, Barcarés o Saint Cyprien, así como en los recintos de Gurs o Les Milles. El cineasta francés dice que el punto de partida de la película es "una serie de postales que fueron editadas por los republicanos españoles en Francia" (citado en Martí).

Un escritor español que se ocupó de este lamentable y vergonzoso episodio del trato recibido por los exiliados españoles a manos de las autoridades francesas tras la contienda civil, es el valenciano-alemán Max Aub (1903-1972), fallecido en ciudad de México, legendario guionista y codirector de la película L´Espoir, de André Malraux, titulada en español Sierra de Teruel.

Hemos de ocuparnos más adelante de la importante personalidad de este escritor considerado español y profundamente vinculado con la ciudad de Valencia, pero quede aquí, en este apartado sobre autores que se fueron, que murieron en el extranjero, cuyos restos volvieron o se quedaron por esos mundos de Dios, el testimonio de una de sus obras más desgarradoras y acusadoras, Campo francés (1965) obra relacionada con su pieza de teatro Morir por cerrar los ojos, y que ambas tratan del tema de los campos de concentración franceses. Aub lo pasó muy mal, primero en el sur de Francia y luego en Argelia, hasta que en 1942 logró llegar a México. Siempre la misma ruta del exilio y siempre los mismos, los intelectuales, los artistas, la voz de la cultura de una nación.   Volviendo a la película Volver a empezar, hay una secuencia en la que el escritor Profesor Albajara le dice a su antigua novia cuando le cuenta su salida de España en el 39 "ya sabes, lo de siempre, Francia, México y Estados Unidos".

También está Argentina y Puerto Rico e Inglaterra, pero México fue sin lugar a duda donde la mayoría de ellos fueron a vivir. De gachupines a transterrados. (3) Nostálgicas resonancias había de llevarles a todos aquellos españoles residentes en la fraterna ciudad azteca, ese "chotis" que se puso de moda en los años cincuenta, compuesto por Agustín Lara "Madrid, Madrid, Madrid, en México se piensa mucho en ti, por el sabor que tienen tus verbenas, por tantas cosas buenas que soñamos desde aquí....".

Estos días del 2003 se habla en la prensa nacional y muy especialmente en la valenciana que las hijas de Max Aub, en colaboración con la ciudad valenciana de Segorbe, están iniciando los trámites para la repatriación de los restos del escritor, junto a los de su esposa, Perpetua Barjau. "A España volveré hecho polvo, pero volveré", frase del novelista que aparece en su obra La Gallina ciega (1971). Este libro es un diario de viaje que escribió tras un regreso rápido y triste a España, en el año 1968.

León Felipe, vigoroso poeta, aquel autor del poema Vencidos, otra importante figura de las letras españolas, acabó sus días también en México, aunque las estaciones preliminares de su circuito odiseico fueron casi todos los países de América Central y del Sur: Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia, Chile. Es como si en su sola persona se hubieran encarnado todas las ardentías viajeras de los antiguos  conquistadores españoles de las Américas:

Su americanismo, no espectacular ni artificioso, arranca de un conocimiento y de un amor directos....llega y se va porque tal es su destino innato de hombre que es empujado, movido a cantar por el viento - como él mismo dice - porque ese es su deber de predicador hispánico, mensajero auténtico de la España peregrina. (Torre 224)

Hay numerosos casos de estos viajes de "ida", y en ocasiones la permanencia para siempre de quien se marchó de su tierra sin desearlo, es la última voluntad del desterrado, pues la sensación de desarraigo se hace tan profunda en el destierro, que ya ni siquiera renace el deseo de volver a la "Patria". Arturo Barea (1897-1957) lo supo bien, lo sintió con enorme desgarro interior y así fue que en 1955, dos años antes de su muerte, escribió una novela que si no fuera por la fecha de su publicación, casi podríamos definirla como póstuma: La raíz rota

El tema es de una hondura fuera de toda cuestión: pocas fuerzas tan poderosas en la vida de un hombre como esa nostalgia de su propio país, donde han quedado las raíces más profundas de todos los afectos, de las costumbres no aprendidas... (Alborg 238-9)

Arturo Barea murió en Londres y allí se quedó la rota raíz de sus restos mortales. Otros decidieron regresar, como el gran historiador Américo Castro, el cual, hijo de comerciantes granadinos emigrados, había nacido en 1885 nada menos que en Brasil.

No deja  de resultar irónico, que un americano granadino, después de pasar treinta años de su exiliada vida en Washington, profesor de Lengua y Literatura española en la prestigiosa Universidad de Princeton desde 1940, decidiera regresar a España, en los años setenta, cuando todavía señoreaba sobre el territorio español Francisco Franco. Muere, además, en Cataluña, en Lloret de Mar, casi otro territorio de las españas, en 1972. Una personalidad fuerte y poderosa la de este gran erudito español.

A Doña Rosa Chacel, que vivía exiliada  desde 1937, viajando por la famosa ruta París-América (Río de Janeiro y Buenos Aires), se la recibió con todos los honores cuando definitivamente fijó su residencia en Madrid en 1977, tras fallecer su marido. Autora de un libro profético en 1930 titulado Estación. Ida y Vuelta, prolífica escritora por otra parte, a su regreso a España le cayeron tantos premios que la anciana dama de las Letras españolas no sabía adónde acudir: Premio de la crítica en 1977 por su novela Barrio de Maravillas; Premio Nacional de las Letras en 1987; Premio Comunidad de Madrid 1992, por Balaam y otros Cuentos; Premio Ciudad de Barcelona en 1993...  Cuando finalmente se cerraron sus ojos en Madrid, en el año 1994, esta insigne mujer había cumplido su periplo de ida y vuelta, y qué vuelta. Inolvidable el momento en que fue felicitada en su domicilio madrileño por los monarcas españoles, los únicos reyes democráticos que España ha tenido desde que el Cid andaba escuchando aquello de que buen vasallo si oviesse buen señore.

Peor suerte tuvo el excelso poeta de la generación del ‘27, Manuel Altolaguirre (1905-1959). Poeta que se debería revisar a fondo, que no todo se lo tiene que llevar Federico García Lorca, magister maximum de su generación. Con un ángel lo tenían comparado algunos de sus compañeros de escuela, como Vicente Aleixandre y el propio Emilio Prados. El, que había decidido regresar de América a España en 1959, para asistir al Festival de Cine de San Sebastián donde se estrenaba la película El Cantar de los Cantares, basada en su libro de poemas del mismo título, tuvo que encontrar la muerte en un fatal accidente de automóvil, camino de Madrid. Este poeta muere en el Hospital de Burgos en 1959. Su espíritu tan afín con Garcilaso de la Vega y San Juan de la Cruz, voló por los aires de Castilla quizás camino de su Málaga natal.

Esta sería interminable historia de los regresados si no pusiéramos punto final, citando a Rafael Alberti, por ser compañero de escuela poética de Altolaguirre, andaluz como él, exiliado como todos desde el siglo XV (no olvidemos al humanista valenciano Juan Luís Vives, muerto en Brujas, Bélgica en 1540  pero nacido en el profético año de 1492, uno de los primeros ilustres exiliados españoles). Los Ayatolhas de la Inquisición Española tuvieron manos a larga distancia, pues se puede decir que empezaron con aquel judío converso y casi terminaron con media España de la inteligencia desde 1939. Decíamos que Alberti ha sido el último de los que han regresado después del destierro. Marinero en tierra, puesto que en la tierra española ha quedado este marinero del Puerto de Santa María, cuyo centenario del nacimiento se está conmemorando en todo el país y en medio mundo, este año de 2003. Poeta español de su tiempo, así lo ha definido su viuda Asunción Mateo en la conferencia que dio en Valencia, en el Palau de la Música, el día 13 de Noviembre de 2003.

La literatura del exilio.

Existe la tendencia generalizada de asociar esta definición con las obras escritas por aquellos intelectuales españoles que abandonaron España a finales de la Guerra Civil de 1936-39. Y es cierto que la resonancia de tantos eximios autores que salieron de este país a raíz incluso del asesinato de Federico García Lorca, ocurrido en agosto de 1936, ha hecho que cuando se habla de la "literatura del exilio español" sea casi siempre en torno a aquella generación truncada por el tremendo avatar histórico. A veces nos olvidamos, como ya se ha indicado anteriormente, que de España se han ido en siglos muy anteriores gentes de arte y de pensamiento, cuya existencia en su país corría peligro, incluso de muerte, como es el caso de Juan Luís Vives, cuyo padre fue quemado por la Inquisición, y cuya madre, habiendo muerto de muerte natural, fue desenterrada, y tras esa espantosa profanación, su cadáver fue también quemado en la pira inquisitorial. ¿Cómo no iba a marcharse aquel desgraciado judío-converso en busca de otras latitudes más tolerantes y civilizadas con su situación personal? Parece que el destino de aquel medio "judío errante" iba a marcar la senda del exilio para todos los demás, fuera o no por religión o por ideas políticas, por disidencias con lo establecido.

Una especie de pesimismo biológico, atribuido al novelista Pío Baroja (Soldevila 265), que se manifestó en toda su dimensión durante su exilio en París desde 1936 hasta que la amenaza de la invasión alemana le hizo regresar a España, forma parte consustancial con la historia de la literatura de los exiliados españoles y da personalidad -casi monotemática- a las obras escritas durante el destierro. La imagen traumatizada de una generación perdida ya se percibe en las memorias de Baroja escritas en París, el año 1939, aunque publicadas en Buenos Aires, Españoles en París. Esa idea de "generación perdida" se hará reiterativa en todos los demás. Es una característica de la literatura española del exilio, la unánime voluntad de testimoniar el desarraigo como fuente de tristeza y el método autobiográfico, más o menos camuflado, como base temática. La guerra supuso una brutal ruptura con la continuidad cultural española y con las vidas personales de mucha gente. De pronto vino un vacío y la mayor parte de la intelectualidad fue la llamada a describir esa desorientación que se produjo en la sociedad española; y lo hizo no por tendencia al patetismo o a la autoflagelación, sino porque, desde fuera de su país, comprendieron que tenían un deber que cumplir con su tierra y con su historia. Así que casi siempre hablan de si mismos o de gente conocida, familia, amigos, allegados, y nos hablan de cómo se forjan los rebeldes, de cómo llegó la hora del alba o de los campos abiertos, los campos cerrados y los campos de sangre.

Es importante destacar que esa manera de contar una historia conlleva la tendencia historicista del escritor español a narrar sobre la realidad, pues al contrario de los autores hispanoamericanos que se marchan de sus países de origen voluntariamente porque no pueden soportar al dictador de turno y se inventan sus espacios mágicos, sus "macondos", los españoles prefirieron el realismo autobiográfico. El cuadro de Picasso, Guernica, es una biografía de la guerra española, a pesar de su cubismo estilístico. Ya lo dijo el pintor malagueño en varias ocasiones, cuando los críticos querían ver en sus figuras mensajes simbólicos enigmáticos: " el toro es un  toro y el caballo es un caballo y la mujer es una mujer". Porque cuando los nazis bombardearon, por orden de Franco, la ciudad vasca de Guernica un mediodía de mayo de 1937 (el cuadro es del ‘38), había mercado de ganado en el centro de la pequeña población vizcaína y el lugar estaba lleno de caballos, vacas, toros y gente y niños, muchos niños con sus madres, porque los españoles se lo pasan en grande en sus ferias de ganado y los niños juegan y corren mientras los hombres se estrechan la mano para cumplir un contrato de compra. Naturalmente que hay mucho más que la menuda historia de un  hecho real, pero ese cuadro es parte de la historia real de aquella España. Y el despedazamiento de los cuerpos de animales y personas aparece en el cuadro en forma de arte cubista.

La memoria del exilio ha proporcionado una literatura - y un cine - que fotografió en las páginas de los libros hechos verídicos, al menos historias paralelas tan similares a las sufridas por los autores o su gente, que era necesario hacer fijo para siempre cada episodio sucedido en aquel tiempo. Se da una interesante conjunción entre la objetividad narrativa, el episodio histórico y la subjetividad del escritor. Es por eso, que insistimos en la importancia que tuvo el cine de su tiempo y el posterior basado en los acontecimientos descritos en las novelas.

André Malraux, en 1939, dirigió la película Sierra de Teruel, donde se cuenta la pequeña pero importante epopeya de unas gentes de la zona aragonesa que luchan codo con codo con brigadistas internacionales. Todos sabemos que en este film colaboró enérgicamente Max Aub como guionista, traductor al español y ayudante de dirección. Es una película coral, porque los personajes no son "protagonistas", sino colaboradores entusiastas, dado que la mayoría de ellos fueron las gentes de las poblaciones de Teruel, Alcañiz y otros lugares de alrededor. Cuando miramos esa película, estamos asistiendo a un documental sobre la batalla de Teruel. La miseria del armamento republicano, los tres aviones desvencijados, las luces de los viejos coches y camionetas de los campesinos, que iluminan un desvencijado campo de aviación, sus ropas, las boinas, tan españolas, (hasta el habla usada es típica de la región aragonesa), crean un tremendo impacto de realismo en el espectador y una notable diferencia con aquella película made in Hollywood, Por quien doblan las campanas. De esa gran novela de Hemingway se hizo un film lamentable, que mostraba una España de pandereta con trenes puntuales en los años treinta y con botellas de whisky en el bar del supuesto pueblo pirenaico. La película de Malraux-Aub, ofrece una imagen de la dramática geografía de la sierra aragonesa, las montañas del Sistema Ibérico, peladas, duras, arriscadas, abruptas, por donde los hombres y los animales, mulos y burros, apenas pueden caminar entre piedras y desfiladeros. El general republicano va montado en un burro y los ataúdes de los soldados muertos en la batalla llevan en vez de la cruz, una vieja ametralladora, probablemente armas oxidadas de la guerra del ‘14, atada de cualquier forma sobre la tapa de la caja de madera barata.

Réquiem por un campesino español, basada en la novela de Sender, dirigida por el director catalán Françesc Bertriu, debe ser recordada también en este apartado de cómo la literatura del exilio ha influido en el cine español. El texto ha sido respetado al máximo. Ese caballo blanco que aparece sin jinete, buscando a su amo, desolado, patético, galopando con la crin y la cola al viento, por las callejas solitarias del pueblo, con la música de una jota aragonesa como fondo al eco de los cascos del animal, es de una grandeza estremecedora. La película es del año 1980 y el novelista falleció en 1982. Nos preguntamos si llegó a tener la oportunidad de verla en San Diego.

Crónica del alba, también de Sender, se llevó a la pantalla de televisión nacional española en una serie no demasiado afortunada, a finales de los 80, con un Anthony Queen representando un hombre del pueblo español, pero en realidad sobreactuándose como siempre en el gran papel de su vida "Zorba, el Griego". En 1990, Televisión Española realizó La forja de un rebelde, de Arturo Barea, versión televisiva que tampoco despertó gran entusiasmo, aunque son intentos honorables y muy dignos de llevar a la pantalla obras literarias del exilio español. La mayor parte del cine basado en esos años clave de la historia de España que van de 1936-39, se concentra más en la guerra que en el exilio y muchas de las películas contemporáneas a la contienda, fueron realizadas por cineastas no españoles, cosa que se comprende si se tiene en cuenta que el cine oficial franquista de ese tiempo se estaba rodando en los Estudios alemanes de la UFA, en el Berlín de Hitler.

Citemos algunos títulos como The defense of Madrid, rodada en 1936 por Ivor Montaguy y Norman Mclaren (de Canadá). La firma cinematográfica New Yorker Frontier films, realizó las películas Heard of Spain y Return to life dirigidas por Herbert Kline y Paul Strand entre 1937-38. Hay una curiosa película norteamericana de cine comercial, titulada Blockade, interpretada por Tyrone Power. Es un emotivo film, algo a la "americana", pero que no deja de tener su interés documental y humano e interpretado con gran dignidad por aquel buen actor, de quien en su tiempo se dijo que tenía algo de origen español. Las cintas españolas sobre los citados hechos son hoy en día innumerables, algunas se pueden destacar por estar basadas en textos literarios, aunque no sean referente de la literatura de los exiliados: ¡Ay, Carmela!, de 1990, dirigida por Carlos Saura y basada en la novela del mismo título del valenciano José Sanchis Sinisterra, una excelente película con inmejorable ambientación; también fue notable Las bicicletas son para el verano, de 1983, dirigida por Jaime Chávarri y basada en una novela de Fernando Fernán Gómez, prolífico actor, autor y director de cine. Admirable secuencia la de los soldados republicanos, milicianos y milicianas, desfilando por una calle de Madrid, al son del Himno de Riego, portando banderas republicanas y pancartas donde se lee la célebre frase de No pasarán. Estas dos películas vale la pena que queden destacadas del sin fin que actualmente produce la cinematografía española.

El contenido novelístico de la literatura del exilio español lleva el sello de la memoria, aunque algunos como Ramón J. Sender caminaron por la senda de la ficción, y aún de la ciencia- ficción, tal como sucede en su obra El Nocturno de los 14. Aquí, la vida y la muerte se llevan a lugares, espacios profundos y mágicos, donde se estudia a los suicidas y sus razones para buscar la muerte, con un estilo entre expresionismo y surrealismo. Los personajes se presentan ante el autor, como Hemingway y charlan con él sobre sus problemas personales y el sentido y sin sentido de la vida. El escritor mezcla en este libro el mundo lúcido con sueños delirantes. Pero, como decimos, los intelectuales españoles en el destierro se inclinaron por hacer libros-recuerdo, fijación-congelación de hechos que afectaron totalmente sus vidas. Ellos escribían dentro de su plano horizontal, es decir, en el presente no sólo de sus conciencias, sino en el momento exacto de ese recuerdo, que no estaba para ellos en el plano vertical de lo histórico, sino en la congelación de lo instantáneo. Su niñez, su mocedad, sus vivencias eran presente y aún siendo conscientes de que de alguna forma ya habían pasado esos recuerdos a la  verticalidad del pasado, la forma de mantener la identidad y entidad del recuerdo era, el estilo realista y la narración prácticamente autobiográfica. Al profesor Juan Luís Alborg no le gustaría demasiado esta definición de "biografías o autobiografías", él hubiera preferido aquello de "novela subjetiva", y teniendo razón, la tendencia a narrar hechos vividos por los escritores o gente de su entorno es una marca de crédito para los autores de la literatura transterrada. Pero se da la interesante circunstancia de que aquellos libros escritos fuera del espacio real donde transcurren las historias, tuvieron, además, por su condición de análisis o autoanálisis de lo sucedido, un elemento de distanciamiento que ayuda enormemente a la legítima veracidad de los hechos narrados.  

El hombre en el exilio es por necesidad - y de forma más o menos accidental - un vencido, y es natural que su voz acuse en sus cuerdas el temblor y el dolor de la derrota....por otra parte, el escritor en el exilio posee muchas ventajas. El mismo desasimiento de la realidad inmediata, puede beneficiar la agilidad de sus juicios y aventar presiones de toda índole, con el natural elemento de su  libertad. (Alborg 22-3)

Trabajando sobre la base de ese relax que produce la sensación de libertad, ausencia de miedo y el factor telescópico de narración distanciada del presente, los autores tuvieron tiempo más que suficiente para hacer de sus obras testimonios concretos del pasado, a veces episodios vividos en unas horas, y aún teniendo en cuenta la estremecedora historia que se cuenta a veces, como sucede en la novela de Max Aub Campo abierto, cuando narra la anécdota del hombre que muere en una calle de Madrid por el bombardeo, cuando ha salido en busca de un médico porque su mujer va a dar a luz,(4) hay un aire de naturalidad, casi ausencia de truculencias narrativas, que hacen de estas obras, testimonios-crónicas de la historia española, donde la pasión reivindicativa ha sido substituida por el deseo de hacer una minucioso análisis de los hechos. La llegada de los falangistas, en la novela los "centuriones", al pueblo donde vive Paco el del Molino - Réquiem por un campesino español-  y empiezan a apalear a todo el mundo, sobre todo al zapatero (que los zapateros de los pueblos españoles siempre tuvieron fama de anarquistas), pelan al rape a las chicas republicanas y hacen cantar a toda la gente el himno fascista del Cara al Sol, no es sino una actuación absolutamente verídica de lo que sucedía en los pueblos de España cuando entraban aquellos pijaitos avasalladores. La sangrienta intensidad de la escena de la matanza de las mujeres a las afueras del pueblo en la replaza llamada Elcarasol (un cómplice guiño del autor a sus lectores), resulta mucho más estremecedora en la escena de la película, con el sonido y las imágenes en color, la sangre, el agua y el negro de los vestidos de las   mujeres, que cuando el lector se enfrenta en las páginas de la novela a la brutal matanza. Aquello fue algo que por desgracia sucedió frecuentemente y Sender testimonía el episodio sin añadir descripciones excesivas, aunque dejando con todo detalle congelada en la retina del lector, la impresión recibida.

Sender es probablemente uno de los pocos autores que se plantea juegos estructurales y técnicos que ahora son característicos de la narrativa moderna: el salto-atrás, la anticipación, los cambios espaciales, la narración trenzada, etc., en su Réquiem. Ese toque de campanas que hace el monaguillo del presente narrativo y el romancillo que canta mientras tañe la campana, sobre el apresamiento y muerte de Paco, el del Molino, sirven como eslabón para encadenar el pasado y el recuerdo de Mosén Millán, con el presente del cura antes de oficiar la misa de réquiem por el joven campesino asesinado - lo que se llama flashback .

Es habitual, sin embargo, la narración cronológica o lineal porque es necesaria la  valoración encadenada de cada hecho, de manera que el lector tenga un conocimiento totalizante, abarcable, de las cosas que suceden en la historia narrada. Ese fue el sistema que utilizó Arturo Barea para su famosa trilogía La forja de un  rebelde, libros escritos entre 1936 y 1941. Es interesante recordar que este libro apareció primero escrito en inglés, traducido por sir Peter Chalmers Mitchell y la propia esposa del escritor, Ilse Barea. La versión española la editó Losada en 1946.

Barea fue autor subjetivo y dramático. Su afectada sensibilidad por lo sufrido personalmente provoca en el escritor más tendencia a dramatizar la narración que Max Aub o Sender. Esta novela, individualista e íntima, está dividida en tres libros, cuyos títulos son La forja, La ruta y La llama, en donde se narra la evolución ideológica y ética de un joven. La crítica literaria actual continúa con la controversia sobre si se trata de una autobiografía o una novela autobiográfica. Tal vez no es excesivamente trascendental entrar en liza. Se trata de una historia propia de un niño que va a ir conformando una naturaleza contraria al orden establecido hasta convertirse en un inconformista y un resentido, cosa que fue normal en los años críticos que Barea vivió y que sigue siéndolo en criaturas que son testigo de hechos extraanormales en la vida de las sociedades humanas. A ese respecto, la trilogía es muy buena y ayuda a muchos lectores, no importa su edad, y tal vez en nuestro tiempo actual, a comprender mejor, tanto en el plano del comportamiento ético humano (qué está bien y qué está mal) como en el psicológico, las desviaciones que un adolescente puede sufrir cuando personaliza las cosas "malas" que le han sucedido a él, a su familia, sus amigos. No tanto en el libro de Barea pero sí en el comportamiento político y social de nuestros días, la forja de muchos rebeldes de nuestros días, entre los que deberíamos señalar -por qué no- a ciertos terroristas, viene a veces de situaciones adversas al límite. Esta trilogía es muy personal y al mismo tiempo, universal. A pesar de que en ocasiones los sucesos narrados son pequeños, asombrosos despertares de un niño, de un adolescente, de un joven, la trayectoria que el escritor ha desarrollado, el descubrimiento del amor, de la amistad, de las injusticias, la gestación de la rebeldía, todas esas nuevas vivencias que harán la base de sus decisiones posteriores, tienen un alcance a larga distancia. En el caso de La forja de un rebelde, además de las imágenes fijadas en la horizontalidad del narrador, hay mensajes proyectados hacia adelante con una tremenda visión de futuro, de cómo se comporta hoy en día el "rebelde", el descontento, el resentido. "El 'resentimiento' nace con plena justificación cuando el hombre tiene que estrellar su impotencia contra el rompeolas de intereses, egoísmos, abusos y mentiras petrificadas durante siglos" (Alborg 228).

En estas obras literarias escritas por los exiliados españoles no suele ser frecuente ese resentimiento que aflora en la novela de Barea, pues como ya hemos indicado, el escritor necesitaba, más que "echar fuera" su rabia personal, dejar memoria de los momentos vividos en el pasado anterior al destierro para que no cayeran en el olvido. Se trata de una manera narrativa que precisamente en la post- modernidad es usual. Es la literatura testimonial contemporánea, la que se llama "testimonio de la memoria viva". Aquellos escritores anticiparon la manera actual de contar hechos del pasado. En el documentalismo post- moderno se busca la información vivencial, una vertiente narrativa alternativa a la novela histórica o la Historia con mayúsculas. Y esta forma de contar las cosas es a la vez  personal y objetiva, algo que el mundo intelectual contemporáneo considera una novedad y que en legítima justicia debemos reconocer que iniciaron el procedimiento nuestros autores del exilio, por necesidad casi perentoria de ser ellos  mismos ese testimonio vívido y vivido que todavía era presente en su memoria. Ellos se autorescataron del olvido en que sus nombres y muchos de los acontecimientos que narraron hubieran quedado de no hacer aquella labor, probablemente penosa para ellos y que apenas - por honor y gallardía - dejan traslucir en sus escritos. Rescataron del olvido (5) nombres, personas, episodios de una tragedia colectiva que ha dejado honda huella en la historia española.

Cronista o narrador de la memoria histórica, y afortunado poeta de profundo lirismo, fue el valenciano Juan Gil Albert, a quien debemos también rescatar del olvido en este ensayo. Nacido en Valencia, en 1904, recordaba su tierra natal en un hermoso libro publicado en la Habana en 1940, su novela- memoria Desde el destierro. Dotado de una finura y sensibilidad extraordinarias, se observa en él gran elegancia espiritual a la hora de narrar su vicisitud personal, los horrores de la guerra, y la serena melancolía de su exilio cubano. Gil Albert representó a su regreso a Valencia en los años sesenta una testimonial presencia viva de todos aquellos que en el tiempo constituyeron la famosa generación perdida. Vivió discretamente en su casa de Valencia (6) y continuó escribiendo, cultivando la memoria, Concierto en Mí menor (1964), Los días están contados (1974) y muchos libros más, hasta que la muerte en, 1994,  puso fin a aquella longeva y hermosa existencia de hombre bueno, comprometido poeta- novelista de su tiempo. El año entrante de 2004 va a ser el "Año de Juan Gil Albert", en la ciudad de Valencia, que va a rendirle reconocido homenaje.

Los valencianos del exilio llevan, al parecer, una "marca de fábrica" especial, no se sabe si porque la gente mediterránea tiene una manera especial de hacerse notable, a veces bulliciosa, otras debido a un talante abierto, y las más por ser dueños de un  talento artístico y creador, extrapolable, abierto, cosmopolita. Valencia, durante la guerra civil española, vivió un protagonismo muy marcado, protagonismo que, por otra parte, ya dio peculiar personalidad a escritores y periodistas de tiempos anteriores, como Blasco Ibáñez y el periodista Azzati,  En Valencia tuvo lugar en 1938, cuando se convirtió en capital de la II República Española, el famoso Congreso Internacional Antifascista que reunió a las figuras más sobresalientes del pensamiento libre, defensores de la libertad del hombre y de la  justicia social. Y allí estuvo Max Aub junto a figuras tan sonoras como el pintor mexicano David Alfaro-Siqueiros (de quien se hizo gran amigo el escritor valenciano), el propio André Malraux, el poeta Antonio Machado, (que por aquel entonces vivía en la ciudad de Valencia, en la calle de la Paz, nº 48), Hemingway, siempre tan cerca de España y sus problemas y, entre otros,  el excelso poeta mexicano Octavio Paz, el cual fundó ese mismo año la revista Taller precisamente para defensa del arte y la literatura y que de esa iniciativa nacería su hermoso libro Libertad bajo palabra.

Max Aub  se inició como escritor en la literatura de vanguardia de la generación del ‘27, con sus laberintos estilísticos, su lenguaje enigmático y la tendencia deshumanizante; pero cambió de ruta en el  pensamiento creador, cuando comprendió que el discurso - la idea - y el evento - el acontecimiento - debían sobresalir sobre el enigma, el símbolo y el sueño. Esto sucede casi simultáneamente cuando en el año ‘39 tiene que salir precipitadamente de España y en los campos de concentración franceses el evento y el discurso se le hicieron imperativos. Comprende que - como él dice en su novela Campo de Sangre - que hay que escribir sobre la vida, creándola, sacándola, del espejo que la refleja, o sea, la  metáfora. Y de esta manera, haciendo de la idea y del evento las coordenadas de su narración, nacerá esa obra maestra, en forma de trilogía que, bajo el título común de El laberinto mágico, lleva los nombres de Campo Cerrado, Campo abierto (México, 1943 y 1951, respectivamente) y Campo de sangre, 1945. El orden cronológico de creación de los tres Campos es el citado aunque la edición de Campo abierto, posterior a 1945, se debe a la renovación que el propio novelista realizó en el estilo del libro. El paisaje espiritual y moral de los hombres que fueron sus coetáneos, sus propios amigos, su familia, aparece en estos libros como un retablo de la vida española en aquellos años cruciales, con intensidad realista y ese aire documentalista de narrador cinematográfico, que posteriormente algunos grandes del cine han logrado trasmitir al espectador. Tal es el caso de dos inolvidables películas italianas del cine neorrealista, ambas del cineasta Vittorio de Sica, Ladrón de bicicletas y  Milagro en Milán. Y conste que esta comparación no es casual, hay mucho de paralelismo y contextualización. Si las novelas de Aub fueran llevadas al cine, deberían ser rodadas como requisito incuestionable, en blanco y negro; con actores corales y lenguaje de la calle, natural, espontáneo. Había mucho "hombre de cine" dentro de este escritor. Ya se había demostrado con el trabajo realizado en España, la película Sierra de Teruel.

La  cuarta entrega de El laberinto mágico, novela titulada Campo francés, en 1942, es un libro en el que Max Aub funda una técnica narrativa de novela y guión cinematográfico, muy del gusto postmoderno. Luego vendrían las colaboraciones con los directores mexicanos como Julio Bracho, con quien trabajó sobre la base de una de sus novelas, La vida Conyugal, para realizar el film que lleva por título Distinto amanecer, en 1943; en 1944, con Emilio Gómez Muriel, participando en el guión de una película famosa en su tiempo, La monja alférez, cuya protagonista era la majestuosa María Félix y finalmente con el cineasta español Luís Buñuel, cuando ambos andaban en su exilio mexicano, con quien realizó, también como guionista, una película genial, en 1950, Los olvidados. La amistad con Buñuel fue profunda, junto a él encontró la memoria del tiempo perdido, de toda una generación (Urrero 2).

Max Aub introdujo tres elementos estructurales en su trilogía que eran en su tiempo muy poco usuales en la ponderada forma de expresión, literaria y social; incluso los autores "de izquierdas" tenían cuidado de no incluir palabras o expresiones groseras en sus libros. Aub usa el lenguaje barriobajero en Campo cerrado. Este tipo de lenguaje le vino muy bien después para escribir el guión de Los olvidados, ya que en los diálogos entre los niños, desgraciados marginados de un México pobre y desnudo, sin adornos ficticios, imagen de una hiriente realidad social, se usó más un léxico español que otro excesivamente mexicanizado. Introduce, además, el sexo - la mujer como el vaso sexual del macho ibérico - en Campo de sangre, y como tercer elemento, un sentido divertido del humor, humor negro que influyó en Cela y que no cuadraba demasiado bien con las circunstancias históricas de los exiliados, pero él supo encontrarle su lugar dentro del drama general. La literatura del exilio español tiene de todo menos sexo, humor y palabrotas. Aub lo hizo. Y eso que en su universo tuvieron cabida el arte grande y los amigos, grandes amigos artistas, quienes le obsequiaron durante su vida de exiliado con obras de arte de incalculable valor. En la Exposición que se realizó en Valencia, Museo de Bellas Artes San Pío V, en la primavera de 2003, (7) como otra de las actividades conmemorativas de su centenario, se pudieron contemplar obras maestras de Picasso, José Clemente Orozco, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Frida Kahlo, Leonora Carrington, etc,. Un universo también de figuras que fueron sus amigos, con los que compartió vida y arte, sobresalientes vidas intelectuales y artísticas, formando un marco noble en la vida de este alemán- valenciano- mexicano. (8)

¿Con cual de estas nacionalidades se sentiría más identificado nuestro polifacético escritor? Dice Américo Castro que "la genética biológica o psíquica no hacen por si solos al individuo. La conciencia de la propia identidad funciona como la de un individuo que en  cada colectividad  da un paso al frente" (163-4).

Cuando Max Aub dio sus pasos al frente, él tomó su propia conciencia: la del exiliado, pero el luchador y creador de su propio universo. Sus raíces se alejaron bastante de Alemania, donde había nacido, pero quizás esa tenacidad tan suya, esa constancia para no dejarse abatir por el infortunio, esa búsqueda universal del creador, le vino desde lo más profundo de su espíritu germano. Al igual que su buen humor, su expansiva amistosidad y el chispeante gracejo de su léxico popular puede que le llegara via valenciana. Finalmente, México le dio el refugio, los amigos, la oportunidad de sobrevivirse, una forma de energía heredada de lo hispano que vino a fortalecer su ansia de escribir y el deseo de proyectarse en sus obras.

Porque no se puede hablar de la literatura de los exilios españoles sin rendir homenaje y reconocimiento a aquellos países que dieron amparo a los desterrados, trabajo y la publicación de sus libros. Colombia, Argentina, México, Norteamérica, sus universidades, sus colleges, sus entusiastas estudiantes. El español que haya trabajado con estudiantes universitarios norteamericanos, entenderá bien eso de su entusiasmo por la literatura, la música, la cultura española.

El profesor universitario (de universidades norteamericanas) conoce a sus estudiantes individualmente; los recibe, los orienta en su trabajo, comparten confianza y amistad. El profesor comprueba sus progresos, aclara sus dudas. Esta humanísima relación se considera tan importante como los verbos griegos, las categorías de Aristóteles o la prosa de Cervantes. (Marías 14)

A don Julián Marías, una de nuestras glorias intelectuales, le chocaba esa relación fraternal del profesor y el alumno de las universidades norteamericanas. En tiempos pasados, cuando los intelectuales españoles trabajaron en dichas universidades, una de las cosas que más les sorprendió fue ese trato. Habiendo salido de una España en la que, aparte de los problemas políticos, en la universidades todavía se conservaba aquel "usted" distanciado entre el catedrático - Magister Maximus - y el alumno que le veía como un  dios de las ciencias y las letras inasequible a su modesta juventud, este tipo de comunicación académica y a la vez humana fue para aquellos profesores españoles en los Estados Unidos, una sorpresa muy grata, pues, además de encontrar amparo en sus acogedoras instituciones, se sintieron fácilmente parte de las mismas, recibiendo un trato que era al mismo tiempo de fraternidad y respeto. Eximios profesores como el Dr. Peñuelas, íntimo amigo de Sender, fue profesor en las universidades de Denver, Stanford, Seattle, San Francisco; el Dr. Supervía, inolvidable profesor de la Universidad George Washington, a quien todavía en estos tiempos recuerdan con gran  cariño sus alumnos, ya sesentones; Américo Castro en Princeton, Ramón J. Sender en San Diego, etc., conocieron  bien esa emoción que aquí se desea testimoniar.

El matrimonio, muy joven entonces, formado por don Carlos y doña Francisca Sánchez, fueron profesores de la universidad de San Francisco, California, desde finales de los años 40. Ellos no estaban en California por motivos de exilio, solamente por sus razones personales y académicas. Don Carlos Sánchez ya había sido doctorado por la universidad de Denver, Colorado, y doña Francisca por la de Valencia, pasando ambos después a ser profesores en San Francisco. En 1950, crearon en asociación con dicha universidad, un programa, el primero, el pionero, de estudios de la cultura española para estudiantes norteamericanos en Madrid, luego en Valencia, (9) en Palma de Mallorca y en Guadalajara, México. Catedráticos, escritores y profesores españoles, del exilio interior, como Vicente Gaos o Dámaso Alonso, que vivían en Madrid, encontraron en este programa una importante oportunidad para desarrollar su docencia e ilustrar a aquellas jóvenes generaciones americanas en  nuestra cultura.

Luego tenemos que la difusión de la cultura española, debida en una inmensa parte a la docencia de todos aquellos maestros, artistas, escritores españoles en América, se vio respaldada por las editoriales cuya labor encomiable hizo posible lo que desde España no lo era debido en gran manera a la falta de libertad de prensa. Míticas son editoriales como Los Cuadernos de Simón Latino, en Buenos Aires, Argentina. (10) Esta editorial se lanzó a publicar en el año 1958, las poesías de Miguel Hernández, poeta prohibido, borrado del mapa en la época franquista. Había muerto en la cárcel de Alicante, enfermo de tuberculosis y de tristeza, en 1942. Apenas nadie le conocía. Era realmente literatura de un exiliado invisible. Los poemas publicados por Simón Latino eran: Primeros Poemas, el Rayo que no cesa, Elegía a Ramón Sijé, Vientos del pueblo, Hijo de la luz y de la sombra, Cancionero y Romancero de ausencias. El libro llegaba a España por extraños vericuetos clandestinos, cosas en las que los españoles son bastante duchos, cual maquis del mundo intelectual. El caso es que gracias a esa editorial argentina se dio a conocer la obra de uno de los más grandes poetas españoles de la llamada Generación del '36. El prólogo al libro, firmado por el propio Simón Latino, conmovió a los asombrados lectores, muchos de los cuales, los jóvenes universitarios de entonces, no habían oído hablar de Miguel Hernández:

Miguel Hernández es un poeta grato a América. Su origen popular, campesino, su espíritu democrático, liberal y su muerte prematura en una prisión injusta por defender principios que América considera esencia de su patrimonio espiritual identifican al poeta con  estas nuevas tierras en donde hemos luchado y seguimos luchando todavía contra toda forma de sojuzgamiento u opresión. (i)

La Editorial Sudamericana de Buenos Aires, desde 1941, publicó cantidad de libros de Salvador de Madariaga. Desde 1941 a 1945, las biografías, excelentes estudios de la personalidad y hechos de Cristóbal Colón y Hernán Cortés. En 1942, su libro de historia titulado así, España, de imprescindible lectura; en 1957 la bellísima cuatrilogía escrita sobre el mundo azteca, el de la Conquista y Colonización, conocida bajo el nombre de El corazón de Piedra Verde, y por las mismas fechas Cuadro histórico de las Indias, profundo análisis del mundo de la Colonización Hispanoamericana. Y ésto, por nombrar algunas de sus publicaciones en el exilio americano, que también las hubo en de Inglaterra.

En Argentina y curiosamente la argentina peronista, se volcaron las editoriales con  la literatura española escrita en el exilio. La popularísima Editorial Losada ayudó eficazmente a la propagación del importante tesoro intelectual de los españoles desterrados. En 1943, Losada publicaba el teatro del autor español exiliado Alejandro Casona. La Dama del Alba, Los árboles mueren de pie, Prohibido suicidarse en primavera. Desde esa fecha en adelante no hubo obra de Casona que no publicara la infatigable editorial: El caballero de las espuelas de oro, una hermosa pieza teatral sobre otro escritor poco amigo del poder, Francisco de Quevedo; La casa de los siete balcones, Otra vez el diablo, La  barca del pescador. Casona, escritor de teatro, figura que debemos reivindicar por estos tiempos que corren ahora para el teatro español y que Losada aventó para todos los amantes de la literatura española. Esta editorial publicaba en 1946, el libro de poemas de Pedro Salinas La voz a ti debida. En 1953, Oda a la Pintura, un libro de Rafael Alberti que hoy es joya de los coleccionistas de Losada. Allí, donde el poema dedicado a Goya dice aquello del "Borbón esperpenticio y la Borbona esperpenticia". Imagínense el libro. Imposible de publicar en España por entonces, aunque todo el mundo se hizo con un ejemplar via librerías-guerrilleras. En el año 1954, Losada publicó otro libro difícil en su tiempo y difícil ahora de encontrar, la Antología Poética de Emilio Prados. Hemos insistido anteriormente en la necesaria revisión de la obra de este escritor español, otro noble exiliado y ahora a rescatar del exilio de la memoria. Porque está también este exilio, el de la memoria de escritores que fueron importantes y que hoy en día apenas se han vuelto a revisar, y gracias a este modesto ensayo se ofrece la oportunidad a su autora de rescatarlos del olvido actual. (Y por razones de limitación de espacio se quedan muchos injustamente sin ser nombrados).

En 1956, la editorial bonaerense publicó La forja de  un  rebelde, la trilogía de Arturo Barea que ya había a aparecido en ediciones británicas y otro libro importante y único, también de Barea y que irónicamente había aparecido ya en Inglaterra en lengua inglesa: Lorca, el poeta y su pueblo.

En 1957, la editorial bonaerense publicó Antología Rota, de León Felipe, un poeta español que merece todo otro ensayo para él solo. En la página 13 de esta edición aparece el poema titulado Autorretrato, aquel que dice “¡Qué lástima que yo no tenga una patria!”, terrible voz acusadora la de este vigoroso salmantino, oriundo de Santander, a quien dedica un impresionante epílogo Francisco de la Torre en la citada edición.

Y están las editoriales mexicanas, el Fondo de Cultura Económica y los breviarios y la de Joaquín Mortiz, la Editorial Porrúa y las colombianas y las francesas, la famosa El Ruedo Ibérico y cómo no la Library of Congress de Washington. Dice Ignacio Soldevila Valiente en su excelente libro sobre la novela española en referencia al libro de Marra López Narrativa española fuera de España (Guadarrama, 1962) y las dificultades que tuvo en aquellas fechas de encontrar suficiente información sobre algunos autores desde España:

Quien ésto escribe, que habiendo salido de España en el año 1956, dedicado a la enseñanza universitaria y a la investigación española, tenía a su disposición en las bibliotecas de Norteamérica y la ambiciosa intención de estudiar, como Marra López, la literatura del exilio y el tema de la guerra civil, reunió más datos en tres meses en la Library of Congress de Washington......que Marra López desde el profundo pozo interior de España durante años de esfuerzo. (321)

Quisiéramos poner punto final a este trabajo citando quizás como uno de los últimos ilustres hombres del exilio español  a Francisco Ayala, sobreviviente fortaleza a lo avatares de la vida. Premio Cervantes de Literatura en 1991 a sus ochenta y cuatro fresquísimos años; el mundo de la cultura española le rindió y le sigue rindiendo todos los homenajes que él pueda merecer y los que ya no se pueden dar a los que se fueron sin recibir más que una tumba fuera o dentro de su país natal. Ayala fue también profesor en los Estados Unidos, regresando intermitentemente a España desde los sesenta, compartiendo sus clases en las universidades de Chicago y Nueva York hasta su jubilación. Por su libro El jardín de las delicias de 1988, obtiene el Premio de las Letras Españolas y luego el Cervantes, como ya hemos indicado. Rafael Alberti fue Premio Cervantes el año 1983 y doña María Zambrano, dama del exilio español, lo recibió en 1988. La Democracia española ha llegado, algo tarde, pero ha llegado. Terminemos parafraseando a esa alma creadora que fue Antonio Machado en agradecimiento a esta llegada de la libertad en la baqueteada España, cuando dijo aquello de "La Primavera ha venido, nadie sabe cómo ha sido" (347).
  

Notas

(1) La autora de este ensayo escuchó personalmente contar esta anécdota al profesor de la Universidad de New Hampshire, Dr. Casás, en el año 1978. El padre del profesor Casás fue uno de los amigos y camaradas que acompañaron a Machado y su madre, doña Ana Ruíz, en su salida desde Barcelona. Testigos atribulados del fallecimiento del poeta, el día 22 de febrero de 1939 y de su madre, el día 25 de las mismas fechas.

(2) Esta historia también fue escuchada por la autora del presente trabajo contada por su tío Don Francisco Sempere, hijo de Francisco Sempere, dueño de la Editorial Prometeo de Valencia, editorial que como es  bien sabido publicaba todas las obras de Blasco Ibáñez. El periodista Felix Azzati, tío también de la autora, fue el amigo más íntimo del escritor de Valencia, dueño en parte de esta misma editorial por motivos familiares.

(3) Soldevila Durante, Ignacio. Historia de la novela española (1936-2000). Vol. I. Madrid: Cátedra, 2001. La frase aparece en diversas páginas.

(4) Este episodio lo recoge Camilo José Cela en su novela San Camilo, 1936. Madrid: Alfaguara, 1969.

(5) Romeu Alfaro, Fernanda. Rescatadas del olvido. Vídeo copyright de la autora, 1993. Por autorización se cita aquí.

(6) En la Avenida Marqués del Turia. La autora de este trabajo no puede precisar el número, pero ella fue con frecuencia a las tertulias "clandestinas" que en casa del escritor se hacían semanalmente, junto con otros universitarios de la época, los cuales veían a este honorable caballero como el Mentor ideológico de aquellas jóvenes generaciones.

(7)El Universo de Max Aub, enero-marzo 2003 Generalitat Valenciana. Ministerio de Cultura. Residencia de Estudiantes de Madrid, entre otros organismos culturales. Vídeos sobre la vida de Max Aub, por María Luisa del Romero, Canal Nou y Emili Piera, TVE, etc.

(8) En las mismas fechas, marzo 2003, se le hizo también un homenaje en la ciudad de New York, organizado por el Instituto Cervantes y el Barnard College, con una conferencia a cargo del profesor de la Universidad de Granada, Antonio Sánchez Triguero.

(9) INSTITUTE OF SPANISH STUDIES. Junior Year in Spain. En Valencia, el programa sigue funcionando a fecha de hoy, año 2003.

(10) Esta editorial fue fundada por Simón Latino en 1943.


Obras citadas

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