Evita: el feminismo y otras cuestiones
 

Jorge Santiago Perednik
Escritor


Construir el propio nombre es tarea a la que algunos dedican una vida, así como otros pueden dedicar su vida a la operación contraria, ocultar sistemáticamente su paso por este mundo, procurar que su nombre sea irreconocible, indistinguible de los otros mortales. Hay aun otra posibilidad, de carácter menos subjetivo, que los romanos consideraban una ley de la realidad y resumían bajo un aforismo, "nomen atque omen": que el nombre propio construya a la persona, o si se prefiere, que actúe como un mandato, que resuma o inscriba en unas pocas letras cierto proyecto de vida, o aun cierto destino. En el caso de Eva Perón cualquiera de estas posibilidades se complica a partir de que su nombre, en vez de ser uno –como ocurre usualmente–, tiene una historia que incluye cambios, peripecias, alteraciones. Para empezar, contra la creencia de que el apellido original de Eva Perón era Duarte, hay que decir que era Ibarguren; al nacer fue inscripta en el Registro Civil con el apellido de su madre, por ser hija natural. Los nombres que le dieron, María Eva, refieren a María, la madre universal para esta cultura, y Eva, la esposa universal; de los dos cayó el primero y persistió el último, como en su vida. De pequeña todos la llamaban Chola, lo que tampoco es muy conocido. En la escuela fue registrada con los nombres de pila cambiados: Eva María. Cuando llegó a Buenos Aires y comenzó a trabajar de actriz se hizo llamar Eva Duarte. Casada con Juan Domingo Perón y en la lucha política pasó a ser conocida como Eva Perón; así firmó su libro La razón de mi vida. La gente, en una última peripecia, la rebautizó cariñosamente Evita, lo que satisfizo a su portadora y alentó el deseo expresado en esa misma obra: "Confieso que tengo una ambición, una sola y gran ambición personal: quisiera que el nombre de Evita figurara alguna vez en la historia de mi Patria". En estos cambios de nombre, en esta sola y gran ambición de inscribirse como un capítulo histórico de su país, hay toda una novela de sentidos que proponer e investigar, incluyendo un complejo dispositivo de falsificación de su identidad y su origen que intentó con relativo éxito, mediante un uso irregular del ejercicio del poder, borrar dónde, cuándo, bajo qué circunstancias familiares y con qué apellido nació, y reemplazar esos datos por otros.

Esta cuestión abre una puerta a otro tema: Evita es un nombre pero también una palabra del castellano con más de un significado posible; ¿cuál de ellos se ajusta más a la mujer que lo porta, el que implica una orden (la tercera persona del imperativo del verbo evitar), o el que describe una acción (la tercera persona del presente del mismo verbo)? Por otro lado, ¿Evita qué cosa, a quién? Finalmente, la palabra Evita ¿quiere significar acatar una orden o emitirla? A partir de estas preguntas, y cruzándolas con sus textos, sobre todo La razón de mi vida, se va a empezar por tratar aquí una de las evitaciones de Evita, de carácter político, su rechazo al feminismo.

Que alguien rechace el feminismo, para el feminismo, puede ser una anécdota menor o un momento de cuestionamiento relevante, que en este último caso merecería un lugar en la historia de las ideas. El rechazo que propone Evita puede ser ubicado cerca de cualquiera de estos extremos, lo que no puede es ser silenciado, aunque sea por las circunstancias políticas que envuelven el caso: quien está en contra del feminismo es la figura más importante en el firmamento de las mujeres argentinas, considerada incluso en el resto del mundo una de las mujeres destacadísimas del siglo XX. Por otro lado al rechazo de Evita hay que reconocerle, más allá de que se acuerde o no con él, por lo menos dos virtudes: no es efecto de los vaivenes de la moda, a cuyo compás suelen moverse las posiciones intelectuales, que en este caso aconsejarían ser feminista, y no tiene una pizca de hipocresía o de oportunismo, como es usual entre los políticos; su pensamiento, expuesto sin eufemismos ni concesiones, endilga al feminismo ser un enemigo de las mujeres y un error que impide su verdadera liberación.

Las feministas son una multitud de grupos con ideas no siempre coincidentes y muchas veces enfrentadas; Evita habla de ellas repitiendo una imagen que las feministas al menos no suelen contradecir públicamente: las presenta como un bloque homogéneo, con unidad de ideas y políticas; pero más de una vez escribe que lo hace hasta donde ella conoce, y por eso que conoce. Lo que dice, entonces, debe entenderse como referido a los grupos que se adaptan a su descripción, a ciertos sectores feministas, a cierto modelo de feminista, y aun a cierta idea de feminista, que ella describe. Por otro lado escribe a mediados del siglo XX, cuando el movimiento feminista tenía un desarrollo mucho más limitado que el que alcanzara algunas décadas después, tanto política como teóricamente, de modo que todas las variantes posteriores que no encajan en su descripción deben ser excluidas.

Según dice Evita en su generalización la feminista pertenece a una rara especie de mujer, una que nunca le pareció totalmente una mujer, en tanto su aspiración es ser hombre. Movida por este anhelo deja de ser mujer pero le resulta imposible llegar a ser lo que quiere; en definitiva, dejando de ser lo que es y no alcanzando lo que aspira a ser, no es nada. A consecuencia de esta situación está enferma de resentimiento, un resentimiento triple: por un lado hacia las mujeres, porque en su mayoría no quieren ser feministas ni dejar de ser mujeres, por otro hacia los hombres, por ser los supuestos responsables de lo que las mujeres quieren y de lo que las mujeres son, pero ambos resentimientos se basan en uno anterior, dirigido hacia sí mismas: "el despecho de no haber nacido hombres". El diagnóstico de Evita es que esto es una perversión de lo femenino, una suerte de enfermedad, y su síntoma visible el pensar y el actuar "por despecho", otro nombre para el resentimiento, que se manifestaría políticamente en el intento por combatir contra la condición femenina de las mujeres. Para esta interpretación la operación feminista básica es un desplazamiento: el resentimiento personal constitutivo del feminismo se resuelve en elaboraciones intelectuales o teóricas de ese problema personal, que las feministas vuelven político cuando lo trasladan al plano del reclamo social. La teoría y la práctica feminista serían así máscaras de la impotencia originaria de sus adherentes por no haber sido hombres ni poder llegar a serlo.

Notablemente en La razón de mi vida Evita dice que ella también está resentida, pero, a diferencia de las feministas, lo está por amor. Se trata de un amor hacia la mujer y un deseo de que se realice como tal, que al no poder concretarse genera su resentimiento. Si ser mujer para Evita es una idea, un programa, más que una realidad, está resentida porque la mujer no puede completar ese programa, ser femenina. Hay dos diferencias entre el resentimiento feminista y el femenino, conforme a esta propuesta. El primero tiene raíces psíquicas individuales y a partir de esa posición se transforma en un movimiento hacia cambios generales, por el contrario el resentimiento de Evita tiene razones sociales, que desembocan en una situación individual. Respecto de las consecuencias, mientras el resentimiento de Evita se desvanecería no bien se consigan modificar las razones sociales que lo provocan, el resentimiento feminista no tiene fin en tanto está sostenido en un objetivo imposible: que la mujer llegue a ser hombre. Hay aquí una crítica cruzada posible: las feministas bien pueden reprochar a Evita que su pensamiento coincide con el ideal de mujer que la sociedad defiende, y Evita bien puede objetar que el pensamiento de sus feministas coincide con el ideal de hombre que la sociedad defiende.

El ideal de mujer sostenido por Evita estaba, como hoy, lejos de encaminarse a su realización, y por lo tanto requería de una lucha política. En el escenario que propone La razón de mi vida el combate asume una estrategia de dos frentes: una batalla por cambiar la condición de la mujer en la sociedad, que tiene a muchas mujeres por protagonistas, y luego, ya dentro del campo de las mujeres, una batalla por definir cuál es el mejor camino para lograrlo, con dos rumbos políticos en pugna: por un lado el movimiento femenino, que sería el camino correcto y que ella promueve; por otro el movimiento feminista, el camino erróneo que ella denuncia. El tono de la disputa está impreso en el título del capítulo XLVIII de su libro La razón de mi vida: "El paso de lo sublime a lo ridículo". Evita dice que la mujer, si es femenina, es algo sublime, y si es feminista es algo ridículo; el uso de los vocablos anticipa una búsqueda retórica de descrédito contra sus adversarias: conforme al orden "normal" se considera que la mujer es de por sí femenina, y que el ser femenina y el ser mujer son una misma cosa. Reivindicar que lo deseable para la mujer es lo femenino implica colocarse del lado de la naturaleza de las cosas, dentro del orden de la normalidad. Pero al mismo tiempo es realizar una operación contra la posición adversaria colocándola fuera de ese orden, en la anormalidad. Además, elegir la feminidad y no el feminismo tiene consecuencias políticas, porque la posición de normalidad incluye a la gran mayoría de las mujeres, y por lo tanto sus políticas están listas para ser aceptadas por ellas, mientras las feministas, al fundar su posición en la diferencia, en el enfrentamiento a las normas, ofrecen a las grandes mayorías un camino de cambio que genera resistencias, en muchos casos enormes. Por un lado se hace política para las mayorías desde lo normal, por el otro se hace política para las mayorías desde la excepción. Evita agrega como argumento fuerte en este terreno una idea de Perón: que el problema político de las feministas es que en vez de inventar políticas de lo femenino propias de las mujeres deciden imitar las de los hombres, actuar como ellos, mientras que las políticas a implementar sólo podrán arreglar el mundo en beneficio de las mujeres a condición de no imitar el movimiento de los hombres.

Es interesante repetir las palabras que Evita pone en boca del general Perón, pero también subrayar el sentido que les atribuye: considera que, por haber sido proferidas por quien las pronunció, necesariamente están cargadas de verdad. Así lo sostiene, por ejemplo, en el capítulo XX, "Una presencia superior", de La razón de mi vida: "Y esto es verdad, primero, porque lo ha dicho el General Perón y segundo, porque efectivamente es verdad." El segundo argumento de esta comprobación, además de redundante ("es verdad porque es verdad") finalmente es inútil, en tanto lo que asegura la verdad de lo que dijo su esposo es el hecho de que "lo ha dicho el General"; en otras palabras, el carácter verdadero de un juicio, para esta lógica aplicable a una sola persona, pasa a depender de la identidad de quien lo emite. En la práctica la verdad de las palabras del líder no se pueden revisar, hay que aceptarlas no conforme a lo que dicen sino a la fe que se deposita en quien las enuncia. Y en el capítulo XLVIII del mencionado libro se incluyen estas citas de Perón, referidas a las feministas, que Evita toma como verdad y basamento de su programa:

¿No ves que ellas han errado el camino? Quieren ser hombres. Es como si para salvar a los obreros yo los hubiese querido hacer oligarcas. Me hubiese quedado sin obreros. Y creo que no hubiese conseguido mejorar en nada a la oligarquía. ¿No ves que esa clase de "feminista" reniega de la mujer? Algunas ni siquiera se pintan… porque eso, según ellas, es propio de mujeres. ¿No ves que quieren ser hombres? Y si lo que necesita el mundo es movimiento político y social de mujeres… ¡qué poco va a ganar el mundo si las mujeres quieren salvarlo imitándonos a los hombres! Nosotros ya hemos hecho solos demasiadas cosas raras y hemos embrollado todo, de tal manera que no sé si se podrá arreglar de nuevo el mundo. Tal vez la mujer pueda salvarnos a condición de que no nos imite. Y agrega Evita con su propia voz: Yo recuerdo bien aquella lección del General. Nunca me pareció tan claro y luminoso su pensamiento. Eso era lo que yo sentía. Sentía que el movimiento femenino en mi país y en todo el mundo tenía que cumplir una misión sublime… y todo cuanto yo conocía del feminismo era ridículo. Es que, no conducido por mujeres sino por "eso" que aspirando a ser hombre, dejaba de ser mujer ¡y no era nada!, el feminismo había dado el paso que va de lo sublime a lo ridículo. ¡Y ése es el paso que trato de no dar jamás!. Entre las afirmaciones de Perón se cuela un doble símil peligroso, que compara a las mujeres con los obreros y a los hombres con los oligarcas, y que puede o no ser interpretado como una diferenciación jerárquica, índice de su pensamiento: según él, los hombres son a las mujeres lo que la oligarquía a la clase obrera. Evita no repite esta comparación tan complicada, aun si tiene que concederle un estatuto de verdad. O más bien la retoma pero a su vez la cambia en una operación de dos momentos: inicialmente borra el segundo símil y resuelve la complicación del primero mediante una interpretación política: si los obreros son similares a las mujeres, ambos deben ser los destinatarios de su actividad, los objetivos primarios de su política. Luego, en un momento ulterior, retoma el símil borrado para deducir un segundo principio que será uno de los fundamentos de su pensamiento: si es tan ridículo que los obreros se vuelvan oligarcas como las mujeres hombres, entonces los obreros deben seguir siendo obreros y las mujeres siendo mujeres; la política en todo caso está para mejorar sus condiciones de vida, no para cambiar su ser.

Esta idea de perseverar en el ser femenino (o, en sentido amplio, de que todo ser persevere en su ser) atraviesa su ideología y es una diferencia importante con algunas concepciones feministas, que proponen cambiar ese ser. Evita suma a ello una visión de la mujer con un lugar propio, el hogar, y una función propia, formar una familia; precisamente el lugar y la función que sus feministas recusan. Lejos de indignarse con el destino biológico Evita lo acepta con entusiasmo; sus ideas femeninas –piensa– le dan a la mujer el mejor papel posible dentro del orden social, entendiendo que lo mejor es que se ocupe de lo que está dotada por la naturaleza para hacer: ser esposa, ser madre, alimentar a sus hijos, consecuentemente formar un hogar. A su vez este papel naturalmente ideal coincide con el que la sociedad, siguiendo el destino anatómico, propone a la mujer: dedicarse a la familia, su constitución, organización y jefatura; a todo lo que las feministas combaten. Virginia Woolf reclamaba para las mujeres un cuarto propio a partir de la convicción o el sentimiento de que la casa en que vivían les era ajena. Evita reclamaba para las mujeres que sean jefas de su casa, y organicen su familia. Frente a la escena woolfiana de un cuarto propio para la mujer, Evita ofrece la idea de la casa entera para la mujer, la casa como el lugar más propio.

En el capítulo L de su libro, "El hogar o la fábrica", expone esta problemática con las siguientes palabras:

Todos los días millares de mujeres abandonan el campo femenino y empiezan a vivir como hombres.
Trabajan casi como ellos. Prefieren, como ellos, la calle a la casa. No se resignan a ser ni madres, ni esposas.
Sustituyen al hombre en todas partes.
¿Eso es "feminismo"? Yo pienso que debe ser más bien masculinización de nuestro sexo.
Y me pregunto si todo este cambio ha solucionado nuestro problema.
Pero no. Todos los males antiguos siguen en pie y aun aparecen otros nuevos. Cada día es mayor el número de jóvenes convencidas de que el peor negocio para ellas es formar un hogar.
Y sin embargo para eso nacimos.
[…]

Nacimos para constituir hogares. No para la calle. La solución nos la está indicando el sentido común. ¡Tenemos que tener en el hogar lo que salimos a buscar en la calle: nuestra pequeña independencia económica… que nos libere de llegar a ser pobres mujeres sin ningún horizonte, sin ningún derecho y sin ninguna esperanza!.

Mientras las feministas procuran la igualdad con los hombres, Evita procura evitar esa igualdad, porque la considera masculinizadora, negadora de la condición femenina. Quiere que las mujeres luchen para evitar la igualación, para instalar una diferencia, y la mejor posible es que realicen su destino de mujer, para lo cual es necesario introducir cambios en la sociedad, que por ahora no lo permite. Mientras las feministas recusan su ideal femenino, Evita recusa la sociedad que no permite realizarlo; por su parte muchas tendencias feministas, indiferentes o despreocupadas por el tipo de organización social en la que viven, sólo luchan porque dentro de ella la mujer sea equiparada con el hombre; con lo que indirectamente trabajan para reforzar las condiciones sociales vigentes extendiéndolas a la mujer.

La razón de mi vida enuncia en pos del cambio una medida concreta: propone, para que la mujer pueda formar un hogar y no tenga que salir a buscar trabajo afuera, un sueldo por ser madre, y arriesga cifras y modos de obtenerlo: que alcance el monto del 50% del promedio de lo que cobra un asalariado, y que se recaude tomando un porcentaje de lo que cobran los asalariados, tanto hombres como mujeres. Pero también dice que esta propuesta es un objetivo a cierto plazo, no viable en un futuro inmediato. En pos de acortar los tiempos y crear las condiciones para que este ideal femenino de la mujer en el hogar sea realizable, propone dos recursos inmediatos: conseguir los derechos políticos, entre ellos el derecho al voto, y organizar un partido femenino, propósitos que al momento de publicarse La razón de mi vida ya habían sido alcanzados, en parte por méritos de Evita, impulsora de la ley 13.010, de 1947, y responsable de la creación del Partido Peronista Femenino en 1949. A la primera tarea se incorporó tardíamente, la desarrolló desde el gobierno, y en oposición a más de un grupo de sufragistas que venían sosteniendo una tarea de muchos años, pero no adherían al peronismo.

Ahora bien, si el derecho conseguido al voto de las mujeres fue pleno, tanto para elegir como para ser elegidas, la organización del partido político de las mujeres fue bastante enrevesado, sobre todo teniendo en cuenta las bases conceptuales-estratégicas enunciadas por Evita para su construcción:

El partido femenino que yo dirijo en mi país está vinculado lógicamente al Movimiento Peronista pero es independiente como partido del que integran los hombres.
Esto lo he dispuesto precisamente para que las mujeres no se masculinicen en su afán político.
Así como los obreros sólo pudieron salvarse por sí mismos y así como siempre he dicho, repitiéndolo a Perón, que "solamente los humildes salvarán a los humildes", también pienso que únicamente las mujeres serán la salvación de las mujeres.
Allí está la causa de mi decisión de organizar el partido femenino fuera de la organización política de los hombres peronistas.
Nos une totalmente el Líder, único e indiscutido para todos.
Nos unen los grandes objetivos de la doctrina y del movimiento Peronista.
Pero nos separa una sola cosa: nosotras tenemos un objetivo nuestro que es redimir a la mujer. (Capítulo LIII).
En resumen: el Partido Peronista Femenino, integrado lógicamente (no políticamente) al Movimiento (no al partido) Peronista debe ser, según los principios de su presidenta: 1) un partido independiente, 2) integrado sólo por mujeres, 3) con políticas propias y femeninas, y 4) con el objetivo de redimir a la mujer. De los cuatro puntos hay uno, el tercero, difícil de interpretar; en principio no se ve con precisión qué puede significar eso de políticas "propias" de las mujeres o "femeninas", aunque evidentemente los tres primeros puntos están relacionados; la independencia es un requisito para tener políticas propias, así como la integración por mujeres asegura su carácter femenino. Evita agrega un poco de luz sobre el asunto en el capítulo LV de su libro, intitulado "Las mujeres y la acción": Si una mujer vive para sí misma, yo creo que no es mujer o no puede decirse que viva… Por eso le tengo miedo a la "masculinización" de las mujeres.
Cuando llegan a eso, entonces se hacen egoístas aún más que los hombres, porque las mujeres llevamos las cosas más a la tremenda que los hombres.
Un hombre de acción es el que triunfa sobre los demás. Una mujer de acción es la que triunfa para los demás… ¿no es ésta una gran diferencia?
La felicidad de una mujer no es su felicidad sino la de otros.
Por eso cuando yo pensé en mi movimiento femenino no quise sacar a la mujer de lo que es tan suyo. En política los hombres buscan su propio triunfo.
Las mujeres, si hiciesen eso, dejarían de ser mujeres.
Yo he querido que, en el partido femenino, las mujeres no se buscasen a sí mismas…, que allí mismo sirviesen a los demás en alguna forma fraternal y generosa.
El problema de la mujer es siempre en todas partes el hondo y fundamental problema del hogar.
Es su gran destino. Su irremediable destino.
Necesita tener un hogar, cuando no puede construirlo con su carne lo hará con su alma, ¡o no es mujer!.
En el hogar la mujer y el hombre comparten un mismo espacio, mientras en la política el diseño de Evita decide separarlos, a partir del temor a la posible masculinización de las mujeres, que daría por tierra con la necesidad de feminizar sus políticas. Mientras los hombres toman como modelo para su actividad en la política las relaciones propias del mercado o de la guerra, dos esquemas competitivos, la guerra de competencia extrema, Evita propone repetir en el ámbito de la sociedad las tendencias que la mujer idealmente manifiesta en el hogar: el altruismo, el trabajo generoso para los demás y la felicidad de todos como condición de la felicidad propia. Curiosamente estos también suelen ser los programas que transmiten los candidatos en sus campañas –trabajar para el bien común, para la grandeza del país–, pero si luego no los cumplen, si su actividad política suele ser egoísta y competitiva, ¿por qué las mujeres al hacer política serían distintas? Diría Evita: precisamente porque sus hogares las preparan para trasladar a la política las conductas y principios que guían su tarea cotidiana, mientras que la sociedad prepara a los hombres para trasladar a la política las conductas opuestas. Queda a los historiadores revisar si la experiencia sostiene estos razonamientos.

En cuanto a las actividades políticas de Evita, sufrieron las circunstancias que explican estas palabras extraídas de su libro (Cap. XVIII. "Pequeños detalles"), donde confiesa que:

Todo lo que yo debo hacer entre el pueblo y su líder exige una condición que he debido cumplir con un cuidado casi infinito; y esa condición es no meterme en las cosas del Gobierno.

No lo toleraría tampoco el Presidente que por su formación militar tiene sus conceptos de las responsabilidades y jurisdicciones.

Evita acata la prohibición, aunque usa la expresión "he debido cumplir" y no "he querido cumplir", reafirmando que hubo al respecto un forzamiento, no una actitud voluntaria. También se lee que "el líder exige" o que "el Presidente no tolera", verbos que deslizan elementos para comprender la actitud del esposo respecto de esta interdicción, y pueden ser claves para interpretar la relación política en la pareja. En cuanto a los alcances del no "meterse en las cosas del Gobierno", la prohibición de tomar decisiones y ejercer el poder significan prácticamente una expulsión de la política: no permiten intervenir en la cosa pública de manera gravitante, incidir en el rumbo de las cuestiones sociales, generar cambios sustantivos en la sociedad. Evita, una vez aceptada la exigencia restrictiva de su esposo, quedó reducida en su trabajo para el pueblo al asistencialismo, a través de su incansable actividad cotidiana de ayuda a los humildes, en parte instrumentada a través de la Fundación Eva Perón, y el Partido Femenino fue arrastrado a este destino recortado de su presidenta: reemplazar la política por el ejercicio de la caridad, actividad respetable, que puede solucionar problemas individuales, pero en tanto no cambia las condiciones que los provocan es políticamente cuestionable. Hay que agregar que Evita pudo ejercer el derecho a emitir su palabra política, pero el resto del Partido por ella dirigido quedó desde un principio sumido en el silencio, sin un discurso, un documento o una propuesta memorables, siquiera sobre el tema de la mujer. Tampoco el Partido Femenino pudo durante el gobierno de Perón presentarse a las elecciones, el signo más evidente de la limitación política que sufría, ni tener candidatos propios, salvo integrados en las listas del partido masculino. Luego está el episodio de la candidatura a la vicepresidencia de la Nación de Evita, quien quiso presentarse al cargo, lo hizo y se vio forzada a renunciar poco antes de las elecciones; aunque las presiones hayan sido extrañas a su esposo, la renuncia coincidía con la estrategia del líder de recortarle el ejercicio del poder. Hay que hacer notar que si la proscripción a Perón y al Partido Peronista en 1955 fue una decisión repudiable, ya antes, en vida de Evita, el mismo Perón y su Partido habían proscripto de hecho al Partido Peronista Femenino, reduciéndolo políticamente a la impotencia, a una mera fachada de partido, lo que se acentuó tras la muerte de Evita. En las entrevistas que concede Perón, significativamente suele omitir la mención del Partido Femenino Peronista refiriéndose a él como una "rama" femenina de su partido. Finalmente cuando se autorizó nuevamente la actividad política del peronismo a través del Partido Justicialista, en la década de 1970, este volvió a someter al Partido Femenino y ni siquiera conservó las fachadas: siguiendo el pensamiento íntimo del líder lo incorporó como una sección o "rama" en su estructura, y así funciona desde entonces, contra los principios escritos de Evita.

De las cuatro condiciones sine qua non propuestas por Evita para su Partido, se le permitió realizar sólo una, la segunda: integrarlo exclusivamente con mujeres. Al faltar las otras tres, hubo un Partido Peronista Femenino histórico totalmente distinto del trazado en la teoría. La primera condición necesaria según Evita para su existencia, la autonomía respecto de un partido masculino, no existió por el sometimiento impuesto por el peronismo masculino. Esto volvió imposible la exigencia de trabajar con políticas y objetivos femeninos, más aun porque al ser el partido peronista una organización marcadamente verticalista, sumida a un líder carismático. Trabajar como rama femenina de un partido semejante pasó a ser trabajar para los objetivos prioritarios dictados por las autoridades del partido, hombres. En cuanto al apotegma base de Evita, que sólo las mujeres pueden salvar a las mujeres, dentro de este partido gobernado por hombres era irrealizable. O lo que es peor, en caso de conseguirse cualquier objetivo femenino, sería por gracia de una acción masculina, lo que derrumba los principios y razones expuestos por Evita.

La afirmación de que "sólo las mujeres salvarán a las mujeres", variante, explica su autora, de la máxima de Perón acerca de que "solamente los humildes salvarán a los humildes", a su vez –se puede anotar– es una adaptación bastante literal de la vieja máxima anarquista, constituida en lema de la Primera Internacional de Trabajadores, según la cual "la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos". Ahora bien, como si se quisiera probar que el símil peronista entre las mujeres y los humildes funciona, lo que pasa en el partido con las mujeres se repite con los humildes: también respecto de ellos la máxima peronista es contradictoria con la realidad: quienes conducen el partido, empezando por Perón, no son humildes; en muchos casos se trata de políticos provenientes de las clases altas o medias, o a veces de personas de origen humilde que dejaron de serlo, enriquecidas en el desempeño de sus funciones, personas que en cualquiera de los casos, según lo que predica la máxima misma, no podrían "salvarlos".

Evita renuncia a implementar un partido femenino verdadero –o acepta postergar su implementación– y adapta sus ideas al plan de su marido: reunir a las mujeres, pero dentro del peronismo y bajo su liderazgo. Esto propone un modelo político que no es el de la mujer autónoma, sino bajo el mandato de los hombres, pese a que teóricamente este era un peligro que había que evitar. En la historia política del peronismo la mujer no tiene una casa propia, a lo sumo tiene un cuarto propio, pero más usualmente un cuarto aparte, y en algunos casos, porque dentro de un movimiento tan heterogéneo no es pensable la unanimidad, esto fue un designio de segregación. En cuanto a la denominación "Partido Peronista Femenino" introduce en la letra un orden por el cual ese partido es antes peronista que femenino, lo que según la teoría política de Evita podría evitar que fuera femenino, como se vio confirmado y aun acentuado en la práctica.

Lo interesante es que estas evidentes incoherencias o contradicciones entre las afirmaciones teóricas de Evita y las políticas peronistas se disuelven en términos subjetivos, en tanto para las mujeres peronistas el problema no es tal; la presencia de Evita, voz y representación de Perón, lo evita. Sus gestos políticos personales no copian los tradicionales, se apartan de lo que la historia política de los hombres dicta como lo usual, no son los "políticamente correctos", y aunque sólo son gestos y no quieren alterar la estrategia política de su esposo, son fuertemente femeninos. Filtrada por la presencia de Evita, la conducción masculina de Perón se vuelve a través de ella en apariencia femenina. De lo que resulta, en la serie de las evitaciones de Evita, un juego doble, tendiente por un lado a evitar la masculinización del peronismo a partir de su presencia, pero por otro a evitar que la feminización política sea real, que se encarne en todas las mujeres de su partido, que trascienda los límites asistencialistas impuestos a su persona. A su vez el partido peronista –Perón en definitiva, su conductor– evita que el proyecto teórico de Evita se realice impidiendo sus tres objetivos principales: que haya un partido femenino independiente, que sus partidarias adopten políticas novedosas y femeninas, y que la redención de la mujer sea concreta y razonablemente inmediata. Claro que Evita es parte fundamental de ese partido y por lo tanto co-responsable de evitar que su propio proyecto de redención de la mujer se realice; un modo complejo, enrevesado, contradictorio, de cumplir la orden inscripta en su propio nombre, evitar.
 
 

* * *

Bien al comienzo de La razón de mi vida hay una parábola ornitológica, que puede ser considerada el momento más literario del libro: un cóndor vuela alto y seguro entre las cumbres, cerca de Dios, y decide bajar y enseñarle a un gorrión de la bandada a volar alto, a volar como un cóndor. La historia no es original, más bien resuena como una versión de la parábola del salvador usada por las religiones, en la que también un ser de naturaleza distinta, superior, decide bajar y ayudar a los seres de inferiores. Así la enuncia Evita:

en todo lo que he escrito el menos advertido de mis lectores no encontrará otra cosa que la figura, el alma y la vida del General Perón y mi entrañable amor por su persona y por su causa.

Muchos me reprocharán que haya escrito todo esto pensando solamente en él; yo me adelanto a confesar que es cierto, totalmente cierto.

Y yo tengo mis razones, mis poderosas razones que nadie podrá discutir ni poner en duda: yo no era ni soy nada más que una humilde mujer... un gorrión en una inmensa bandada de gorriones... Y él era y es el cóndor gigante que vuela alto y seguro entre las cumbres y cerca de dios.

Si no fuese por él que descendió hasta mí y me enseñó a volar de otra manera, yo no hubiese sabido nunca lo que es un cóndor ni hubiese podido contemplar jamás la maravillosa y magnífica inmensidad de mi pueblo.

[...]

Pero yo no me olvido ni me olvidaré nunca de que fui gorrión ni de que sigo siéndolo. Si vuelo más alto, es por él. Si ando entre las cumbres, es por él. Si a veces toco casi el cielo con mis alas, es por él. Si veo claramente lo que es mi pueblo, y lo quiero, y siento su cariño acariciando mi nombre, es solamente por él.

En la versión religiosa dominante en occidente el salvador suele ser uno y célibe; en ésta la primera novedad o rareza es que forma con su elegida una pareja salvadora. A ello se suma, como segunda novedad, que la parábola está contada desde ella, lo que permitiría afirmar que es una narración femenina, aunque el feminismo bien pueda calificarla de masculina por el tipo de relación que propone entre el varón y la mujer. Ahora bien: la parábola describe algo que la ciencia no considera posible: que la hembra del cóndor sea un gorrión o el macho del gorrión un cóndor. No hay dos cóndores (o eventualmente dos gorriones), se podría deducir, porque la fábula necesita proponer una asimetría, quiere que la pareja se forme con miembros de dos especies distintas. Colocar a ambos en un pie de igualdad iría contra los propósitos de esta parábola, difundir entre los seguidores de Perón que él encarna la figura de intermediario entre la salvación y los hombres, por lo cual o para lo cual debe ser alguien de otro orden, superior a su pareja, y por lo tanto al resto de los humanos, tal como se propone para los salvadores religiosos.

Las siguientes palabras de Perón, declaradas en una entrevista de 1970 con la revista "Panorama" y publicadas dos años más tarde, evidencian que la imagen de un Perón superior, cercano a Dios, era sostenida o refrendada por su mismo protagonista:

Eva Perón es un producto mío. Yo la preparé para que hiciera lo que hizo. […] Lo que logré con ella no hubiera podido hacerlo con cualquier persona. Mi vida a su lado forma parte, también, del arte de la conducción. Porque como político yo soy apenas un aficionado. En lo que soy un profesional es en la conducción. Un conductor debe imitar a la naturaleza, o a Dios. Si Dios bajara todos los días a resolver los problemas de los hombres, ya le habríamos perdido el respeto y no faltaría algún tonto que quisiera reemplazarlo. Por eso Dios actúa a través de la providencia. Ese fue el papel que cumplió Eva: el de la providencia. Primero el conductor se hace ver: esa es la base para que lo conozcan; luego se hace conocer: es la base para que lo obedezcan; finalmente se hace obedecer: es la base para que llegue a ser hasta infalible. […] La acción de Eva fue, ante todo, social: ésa era la misión de la mujer. En lo político, se redujo a organizar la rama femenina del partido peronista. Esta imagen de Evita como una criatura obediente modelada por su esposo, aun si está hecha con el propósito de construir para Perón la figura de un liderazgo sobrehumano, no se aleja mucho de lo que Evita en su libro refrenda reiteradamente: la posición de inferioridad y obediencia plena a su marido en que ella se ubica. Esto integra por ambos lados un modelo en el que una vez más la mujer está subordinada al hombre, y que es contrario a la imagen de igualdad y armonía en las diferencias que La razón de mi vida dibuja para la pareja. Sus páginas presentan, en definitiva, dos modelos de pareja opuestos, una con una imagen de jerarquía y subordinación internas –la que construyen Perón y Evita para los demás, aunque no para ser repetida, dada su excepcionalidad–, y otro modelo de armonía y respeto mutuo, propuesto para todo el mundo y coherente con el proyecto femenino de su libro. Evita no cuestiona ni siente contradicciones en el modelo del cóndor y el gorrión que protagoniza; por el contrario, lo elogia, de manera que muchos otros podrían preferirlo también, además de que los modelos tienden a ser imitados, sobre todo cuando se los presenta como ajenos o como excepcionales.

En las citadas palabras de Perón hay una preferencia por la distancia en el arte de conducir y por la intervención de mediadores –él, como Dios, prefiere la mediación de la providencia, y Eva es su providencia– que se repite en la parábola del cóndor y el gorrión. En esta última se afirma que el salvador, en su manifiesta superioridad, termina posicionándose demasiado lejos de los hombres. Perón vuela entre las cumbres –dice Evita–, su lugar son las alturas a las que el común de los mortales no llega sino en sueños, "cerca de dios", es el que puede portar las verdades y mostrar los caminos, pero esta distancia del resto de los mortales es inconveniente sin un mediador; desde las alturas donde el cóndor habita hasta los cielos bajos que surcan los gorriones hay un espacio enorme que necesita ser cubierto; en otras palabras, el intermediario requiere de otro intermediario, o si se quiere el salvador de alguien que lo salve del máximo problema en su tarea de salvación, su distancia con el pueblo, especialmente con los humildes y las mujeres, y esa es la tarea de su compañera: el papel de Evita es el de anular esa brecha.

Al ser Perón cóndor y ella gorrión, y al integrar los seguidores de Perón la bandada de gorriones de donde ella emergió, Evita estaría en inmejorable condición para ejercer como mediadora. Sabe lo que dicen, piensan y viven los gorriones por ser gorrión, y puede decir a los gorriones lo que piensa, proyecta y quiere hacer el cóndor líder por ser su compañera. Ahora bien, si el salvador es la figura que viene a mediar entre los principios abstractos de justicia, independencia y soberanía y el pueblo, el que se pone a la cabeza de los desposeídos para liderarlos hacia otra sociedad, en la que esos principios se realicen, la figura de una mediadora entre el líder y sus seguidores puede sugerir la hipótesis de un problema en la relación con sus seguidores que el líder no podría subsanar por sí mismo, sin ayuda, tal como permite interpretar el texto de Evita. Sin el mediador, el efecto buscado de distancia se transformaría en un defecto, que radicaría, se desprende de los enunciados de Evita, tanto en una dificultad del líder para recibir en su totalidad lo que el pueblo quiere, como para hacer llegar su mensaje con eficiencia:

…muchas veces, sin embargo, tengo que decir al pueblo cara a cara lo que le diría su Líder, y, como consecuencia de eso, tengo también que hablar al Líder de lo que el pueblo quiere hacer llegar a sus oídos. (Cap. XVIII. "Pequeños detalles") Sea la distancia una virtud de conducción, como afirma Perón, o un problema de incomunicación, como parece sugerir Evita, su existencia haría necesaria una presencia que, a modo de lenguaraz de ideas y sentimientos, transmita entre las partes, de abajo arriba y de arriba abajo, lo que por sí solas no pueden dar ni recibir de manera acabada. El líder acepta esta mediación y su necesariedad, esto es, reconoce los problemas que ocasionaría la ausencia de Evita y los beneficios que trae su presencia, y por todo ello la incorpora como instancia de su régimen, con la única condición de que esta mediadora "no se meta en las cosas de gobierno", lo que para él resultaría intolerable. La función positiva de la intermediación se vuelve negativa con la subordinación de la intermediaria, sometida a tres prohibiciones que ya se mencionaron: la de invadir las esferas del gobierno en su actividad, la de revisar la verdad de los enunciados o las políticas de su líder, y la de realizar de inmediato sus objetivos para las mujeres, prohibiciones que ella acata. Para esta parábola, se deduce, la mujer que llega a ser heroína es aquella que ha conseguido un héroe superior a quien subordinársele. Como se puede leer expresamente en el prólogo a La razón de mi vida, si la razón de su tarea es el trabajo para los humildes y las mujeres, la razón de esta razón tiene un nombre, Juan Domingo Perón. Así, en este caso, la razón de la vida de una gran mujer es un gran hombre. "Si no fuese por él que descendió hasta mí y me enseñó a volar de otra manera, yo no hubiese sabido nunca lo que es un cóndor ni hubiese podido contemplar jamás la maravillosa y magnífica inmensidad de mi pueblo. Por eso ni mi vida ni mi corazón me pertenecen y nada de todo lo que soy o tengo es mío. Todo lo que soy, todo lo que tengo, todo lo que pienso y todo lo que siento es de Perón." Subrayando el "no hubiese sabido"y el "no hubiese podido", si se traslada esta declaración de incondicionalidad a los seguidores de Perón, la razón de la vida de un pueblo pasa por un gran hombre, o si se quiere, la razón de un pueblo pasa por la razón de su líder, sin el cual no se sabe ni se puede. Esto permite entender, más que lo que Evita pensó para sí misma, el pensamiento que inscribió para los demás: ustedes no saben ni pueden sin él; esto es, permite entender una manera política impuesta por el peronismo, que no nació con el peronismo ni morirá con él: la dependencia y subordinación de los muchos al único, que en algún caso puede ser un héroe, pero las más de las veces es una mezcla inestable de héroe con pícaro.