Santa Evita: ¿Cartesianismo o apuesta por lo Real Maravilloso?

Las buenas intenciones de Tomás Eloy Martínez
 

Oscar R. López
 Saint Louis University


¿Puede afirmarse que Santa Evita es un regreso de fin de siglo XX a la fórmula del Realismo Maravilloso consumada por escritores tales como García Márquez y Alejo Carpentier? Por lo menos, recurriendo a algunas de las estrategias retóricas usadas para explicar lo real maravilloso, Tomás Eloy Martínez intenta desmontar la idea de una Argentina cartesiana e instaurar la de una Argentina sensible a la "americanidad." (1) El presente escrito problematiza la pertinencia de dicha idea en la manera como el autor percibe las actuaciones de sus personajes y en la forma de aproximarse a eventos que si bien resultan salidos del orden cotidiano, corresponden a una lógica que no es la del mundo de lo real maravilloso tal como la concibieron sus cultivadores más eximios.

La idea de la Argentina caribeña no data de fecha reciente en la obra narrativa de Tomás Eloy Martínez. Con ocasión de la escritura de La novela de Perón el autor llegó a sentir tal agobio desbordado por el cúmulo de eventos inverosímiles sobre la vida del caudillo y su entorno, que levantó la premisa de que el imaginario nacional gaucho no es ajeno a la desmesura asociada al mundo caribeño. (2) Su postura de entonces la mantuvo en Santa Evita. Lo anterior ocurre cuando el narrador infiere dos conclusiones del cuento-reportaje "Esa mujer," de Rodolfo Walsh: que el cadáver de Evita fue enterrado de pie en algún lugar fuera de Argentina y que el Coronel Moori Koenig, primer oficial encargado de enterrar el cadáver, había vivido una pasión necrofílica con Eva Duarte:

Todo lo que el cuento decía era verdadero, pero había sido publicado como ficción y los lectores queríamos creer también que era ficción. Pensábamos que ningún desvarío de la realidad podía tener cabida en la Argentina, que se vanagloriaba de ser cartesiana y europea (Martínez 304). Postura que es, asimismo, la crítica de un autor de provincia argentino que quiere enfrentarse con la ciudad letrada, esa ciudad que como lo hizo ver Angel Rama impone su imaginario sobre la periferia.(3) En este contexto discursivo, el intento de Tomás Eloy Martínez corresponde a un trazado ideológico con el que enfrenta el imaginario literario que escritores del corte de Borges y Bioy Casares difundieron desde el espacio letrado bonaerense. (4)
Más allá del acierto del autor para concebir y plasmar una premisa en contravía del canon literario, lo que su esfuerzo narrativo provoca es una reflexión sobre las vicisitudes políticas y sociales argentinas ligadas al peronismo y, en sentido estricto, al mito letrado de Eva Perón. Este mito, distinto al de corte oral, no es creado por virtud de un largo proceso de negociaciones culturales y sociales operadas en el imaginario popular de áreas rurales -tal como acontece con los que narran las obras del RM interesadas en la "americanidad-," sino por un trabajo ideológico populista logrado a través de la propaganda mediática ejercida por el peronismo en el poder. (5) El propio texto lo confirma mediante el permanente juego de dislocamiento temporal.(6) El relato comienza con la agonía del personaje para luego remontarse a su pasado: No parecía la misma persona que había llegado a Buenos Aires en 1935 con una mano atrás y otra adelante, y que actuaba en teatros desahuciados por una paga de café con leche. Era entonces nada o menos que nada: un gorrión lavandero, un caramelo mordido, tan delgadita que daba lástima. Se fue volviendo hermosa con la pasión, con la memoria y con la muerte. Se tejió a sí misma una crisálida de belleza, fue empollándose reina, quien lo hubiera creído (11-2 énfasis mío). En el mismo sentido mediático, una de las biógrafas de Eva Duarte, Dujovne Ortiz, devela cómo se teje la imagen física de este mito escriturario. Su cabellera rubia devino de su actuación en el filme La cabalgata del circo. Esta imagen que llegó para quedarse, aparece luego en la revista Antena en 1945: "El oro transfiguraba a esa morena de piel mate, dándole una extraña palidez que su futura enfermedad tornaría en sobrenatural"(85). (7) Más que la imaginería popular, los medios masivos de comunicación cumplen una tarea importante en la construcción del mito de Eva Perón. (8) Es a través de éstos como "Evita fue convirtiéndose en un relato que, antes de terminar, encendía otro. Dejó de ser lo que dijo y lo que hizo para ser lo que dicen que dijo y lo que dicen que hizo" (Santa Evita 21). En suma, y para usar palabras de Dujovne Ortiz, Evita se convierte en un mito en blanco y negro: "Para el primero, Eva era la virgen en persona, con todas sus virtudes: dulzura maternal y sentido del sacrificio. Para el segundo, era una prostituta, una trepadora sedienta de poder." (308)

A contrapelo de la propuesta del autor tucumano, las realidades de América Latina asociadas a lo real maravilloso distan bastante de las argentinas. Estas últimas se encuentran más atadas a vertientes culturales europeas en las que lo africano -sobre todo esta vertiente- constituye un ingrediente débil. Aquéllas más atadas a la superstición, a la fe en la naturaleza, al sincretismo religioso, a formas de convivencia comunitaria, a una singular riqueza musical, y a ambientes geográficos bien diferenciados, entre otros componentes de su complejidad. La presencia de lo indígena en la región andina, México, Guatemala y El Salvador, unidos a la cultura judeo-cristiana española, al tiempo que los flujos de inmigrantes negros provenientes de Africa, han constituído un mestizaje que en sí mismo resulta bastante complejo. (9) Por su parte los componentes raciales y culturales de la mayoría de los argentinos actuales, aún los del interior, fueron constituídos por herencias indígenas, españolas y europeas de inmigrantes, provenientes estos últimos de diferentes oleajes de gallegos e italianos desde mediados del siglo XIX que crearon por lo menos dos grandes identidades nacionales: la europeizante y la gaucha. (10) Es claro que el predominio cultural europeo, consolidado a partir de 1861 (Ferradás 37), dificulta soslayar un imaginario argentino desligado de la ciudad letrada como eje ideológico dominante. (11) La presencia del componente negro, destacada en textos del corte de "El matadero," Martín Fierro y "El fin" (Borges) por lo visto perdió prestancia con la caída del rosismo. Al respecto valga una síntesis de la composición identitaria argentina descrita por García Canclini:

Si en Argentina no se acostumbra a pensar las identidades compuestas, con guiones, es porque un compacto sistema económico, político y militar formó una nación en la que los indios fueron casi exterminados y millones de españoles, italianos, rusos, judíos, sirios y libaneses fueron "remodelados" étnicamente mediante la educación masiva. Se sustituyó a la población nativa por migrantes europeos y se homogeneizó una "nación blanca" mediante la enérgica descaracterización de las diferencias. (115) De regreso a Santa Evita opino que las peripecias del itinerario del cadáver de Evita, errante y rebelde a encontrar sepultura por casi veinte años, parecieran corroborar que, en efecto, lo real maravilloso no sólo no es exclusivo del citado mundo cultural de América Latina, sino que esta veta narrativa, tan trajinada como fórmula después del éxito comercial de sus más afortunados cultores, es todavía susceptible de explotación en horizontes geográficos y culturales asociados a la razón cartesiana. No en vano el autor afirma que "Respecto a Santa Evita, lo central es la reconstrucción de un mito en la imaginación nacional" (42).

La premisa del autor, interesante como propuesta de acercamiento cultural entre contextos disímiles es, como puede verse, vulnerable en el plano de la convalidación histórica. (12) Entre la novela de Martínez y el corpus de la escritura de lo real maravilloso, los puntos de distanciamiento son varios. Para empezar con lo cultural, hay que resaltar que la sustancia narrada por la novela testimonial del autor argentino corresponde a hechos históricos plausibles y documentables en la realidad de la Argentina peronista y postperonista. Su sustento no deviene de un periplo oral en el que el campesino sedentario o el viajero narran su experiencia mundanal ante oyentes comunales que perpetúan lo escuchado, (13) ni el texto se propone la reescritura de un mito enmarañado en la tradición oral ni construir uno en el que el personaje recreado se constituye en producto ficcional.(14) La difusión del mito de Eva Perón es catapultado a través de un persuasivo juego de intereses en los que la propaganda es ejercida desde el poder por Eva Duarte, interesada en hacer perenne su imagen a través de los tiempos ("Lo que no quiero es que la gente me olvide. Juan. No dejes que me olviden" Santa Evita 15) y también por Perón quien satisface la voluntad de la moribunda al ordenar el embalsamamiento del cadáver. Eva misma había empezado a moldear su imagen a través de la celebridad de un modisto, Paco Jamandreu, de quien requirió que "la ayudara a forjarse una doble imagen que correspondería a su doble identidad: la de actriz y la de mujer política" (Dujovne 90). Sumado a lo anterior, se da la fortuna de una junta militar sucesora de Perón. Esta, comandada por un Aramburu, dominado por el temor religioso y el miedo a la capacidad de movilización de los descamisados, obliga a sus subordinados a darle cristiana sepultura al cadáver. En síntesis, el mito de Eva Perón pertenece a la cultura de masas, no a la cultura popular folclórica ligada al mundo rural usado por los autores de lo real maravilloso para expresar su idea de "americanidad." (15)

El narrador, atento a la reacción que produce el cuerpo embalsamado en el ánimo de los deudos visitantes, registra el prodigio. Estos "que llegaban preparados a observar una maravilla científica, se retiraban convencidos de que en verdad les habían mostrado un acto de magia" (27). Aunque resultan innegables los comportamientos de feria de la gran masa seducida y el carisma de Eva Perón, en el orden discursivo el texto novelesco se ve obligado a acudir al esfuerzo narratorial para persuadir sobre la existencia de hechos asombrosos o sobrenaturales, e incluso al recurso del juego hiperbólico, el cual pierde el valor inspirado en la mentalidad popular al dar lugar al documento sustentado con cifras plausibles: "Entre mayo de 1952 -dos meses antes de que muriera- y Julio de 1954, el Vaticano recibió casi cuarenta mil cartas de laicos atribuyendo a Evita varios milagros y exigiendo que el Papa la canonizara" (Martínez 66). Dichos acontecimientos no suceden en cuanto a que el cadáver en sí mismo oficie de prodigio, sino por actuaciones ligadas a individuos en desequilibrio sicológico a causa de la tarea encomendada de sepultar el cadáver o evitar su sepultura. El enrarecido aire en el que se ambienta lo sobrenatural no corresponde a una experiencia colectiva como ocurriría en un texto real maravilloso. Por otra parte, el embalsamamiento del cadáver desatará acontecimientos macabros que durarán hasta cuando el cuerpo de Evita termina enterrado en la bóveda de la familia Arrieta, el esposo de Elisa Duarte, una de sus hermanas. Esta tumba, localizada en la Recoleta, es el destino final luego de que Videla expulsa el cadáver de la Residencia de Olivos (Martínez 315-316). Contra el proceso de mitificación se trenza la propaganda entablada por los detractores que trataban de desvirtuar las acciones de Evita y deteriorar su imagen de benefactora. El cruce de fuerzas genera tensiones sociales que no hacen más que reafirmar el mito como un producto de intereses ideológicos y políticos determinados en un preciso período histórico. (16) En medio de la pugna está la gran masa o los descamisados, seres vulnerables a la deificación de su ídolo. Resulta obvio que no puede sustraerse este forcejeo del juego mediático que es el que hace de Eva Duarte un mito escriturario, un mito de la ciudad.

El Realismo Maravilloso, en sentido estricto, se nutre de otra vía, la oral, la que surge de las entrañas de la voluntad colectiva que defiende de boca en boca la memoria de las generaciones precedentes. Es por ello por lo que su riqueza presente y su complejidad obedecen a la ambigüedad de lo que no existe más que en el imaginario social, no en la documentación plausible determinada por el signo estatuído por el poder citadino. (17) Esta falta de una posible naturalización del mito que se trasmite de boca en boca sin provocar en los usuarios ningún asomo de duda o de tensión entre la realidad y lo sobrenatural, conlleva una de las pugnas discursivas en las que se debate el narrador de Eva Perón: la necesidad de dramatizar el azar resultante de los intereses oscuros enfrentados ––unos para desaparecer el cadáver, otros para evitarlo— hace que en el presente caso a veces funcione de enigma inexplicado. Y es a través de su aparición súbita como se expresa la vacilación individual entre lo real y lo sobrenatural, lo que, a su vez, conduce a los personajes de la novela a padecer la zozobra de la tarea incómoda de velar por el cadáver de Evita. Ello explica por qué, mientras en los relatos del Realismo Maravilloso el autor no hace esfuerzos por persuadir que lo que ocurre es verídico, en Santa Evita corresponde a un esfuerzo de enunciación permanente que lo acerca a lo fantástico. (18) Por lo mismo el narrador se muestra afanado en acentuar el texto como melodrama mediante sus intervenciones autorreferenciales.

Este esfuerzo narratorial, que es también el éxito de una novela apasionante, tal como bien lo señala Vargas Llosa, reside en la destreza para manejar el lenguaje de la cursilería. (19) Pero es en el virtuosismo melodramático de la narración donde el autor se aparta de los creadores de lo real maravilloso ajenos al esfuerzo persuasivo de presentar asuntos comunales de borde difuso entre lo real y lo sobrenatural. (20) Las afecciones sicológicas provocadas por la aventura de enterrar el cadáver entre los personajes expresa un gradual deterioro de la condición síquica de éstos, en especial de los dos más implicados en el relato, el coronel Mooric Koenig, sindicado de incurrir en prácticas necrofílicas con el cadáver, y el narrador quien, pese a las premoniciones de la esposa del Coronel, termina atrapado en el misterio de un cadáver que transtorna su vida de escritor tornándola en pesadilla. Por ello, luego de registrar premoniciones del corte de "Cada vez que intentaba salir de viaje a cualquier parte caían nevadas feroces que obligaban a cerrar los aeropuertos y las rutas principales" (77) se dice asimismo que "No iba a dejar que las supersticiones me arredraran" (78), en lo cual fracasa si se observan las palabras finales de la novela. Ciertas o no ciertas las contingencias vividas por ambos, Mooric Koenig y el narrador, no sirven como evidencias para probar que lo real maravilloso forma parte de la cultura tradicional argentina. Máxime cuando se tiene en cuenta que el Realismo Maravilloso corresponde a experiencias sobrenaturales vivenciadas por comunidades humanas, y no a experiencias padecidas por individuos con afecciones gestadas por temores sociales, desequilibrios nerviosos o exceso de amor por los muertos, consecuencias de las fatigas y tensiones propias de una tarea de indudable riesgo. Los hechos azarosos de Evita ni siquiera provocan en la conciencia sensible del lector ese asombro que suele producir lo maravilloso. Lo anterior por cuanto el discurso del narrador acomete acucioso la tarea de imponer su comprensión de la realidad observada.

Con Mery Erdal Jordan habría que decir que "la captación de lo maravilloso tiene lugar en el plano extratextual, según los criterios de realidad del lector" (14) y, al menos en el caso particular de quien esto escribe, más que asombro lo que percibo es un inteligente juego con el misterio obtenido a través del proceso de enunciación. Mediante éste se intenta doblegar las certezas del lector. (21) Por lo demás, en lo real maravilloso los personajes experimentan lo sobrenatural como un componente más de la realidad, hecho que en Santa Evita perturba a los personajes implicados en el melodrama. En su afán de hacer creíble una historia de pesadilla, la documentación histórica de la novela queda enmarañada en el tono melodramático in crescendo del despliegue narrativo.

El autor echa mano del hecho de que enterrar el cadáver de Eva Duarte está acompañado por obstáculos, tragedias, y complicaciones que permiten declarar el contexto argentino nada cartesiano y sí, por el contrario, propenso a lo maravilloso tal como aquellos de ordinario ligados a culturas fundadas en la creencia y en la superstición. Para dar cuenta de ello, se introduce como personaje, se ficcionaliza y padece los desequilibrios, encantamientos y perturbaciones que padecen los seres que en el plano histórico motivan su texto narrativo. El recurso a la autorreferencialidad (también usado por el Realismo Maravilloso) usado desde el segundo capítulo, "Seré millares," revela una de las armas retóricas de la novela. Allí, T.E. Martínez ficcionalizado como personaje, es advertido por la viuda del coronel Moore Koenig del peligro de sucumbir en el maleficio de ocuparse con el cadáver de Eva Perón: "Que Dios lo ampare, entonces. Si va a contar esa historia, debe tener cuidado. Apenas empiece a contarla, usted tampoco tendrá salvación" (59). El augurio prestidigitador de la viuda halla confirmación en el último párrafo del libro, cuando el narrador confiesa lo penosa que ha resultado ser la escritura de la novela: "Desde entonces, he remado con las palabras, llevando a Santa Evita en mi barco, de una playa a otra del ciego mundo. No sé en qué punto del relato estoy. Creo que en el medio. Sigo, desde hace mucho, en el medio. Ahora tengo que escribir otra vez" (391). A pesar de que tal declaración autoral podría tratarse de una confirmación universal de los gajes del oficio de escribir, la novela ha dado cuenta de padecimientos y pérdidas personales del autor que la inscriben en lo fantástico. En especial por el peso que cobra el objeto narrado en el insconsciente del narrador.

Lo que en último término logra TEM no es aproximarse a lo Real Maravilloso latinoamericano, sino a hacer historia según su propia manera. La del autor que descree de la verdad oficial y que sólo pretende agregar la suya al coro de las demás de la investigación realizada durante cerca de diez años. (22) Por lo demás, no puede pasarse desapercibido el gesto ideológico del autor de enfrentar el canon determinado por intelectuales de ciudad como Borges que proyectaron un tipo de literatura que excluía aquéllo que no correspondía a sus laberintos racionales, a sus elucubraciones fantásticas o a los tipos sociales que le interesa enaltecer.

La trama novelesca, para conseguir evaporar los distingos entre lo real y lo ficticio, se apoya en dos cabezas de hidra; por un lado, la memoria o retrospectiva del ascenso de Eva Duarte hacia el poder gracias a su arribismo y a la propaganda que fortalece su imagen entre los cabecitas negras; por el otro, la tonalización como uso retórico para obtener la credibilidad. El esfuerzo tonalizador lo obliga el conocimiento que ostenta el autor de que la fusión real-sobrenatural no está cimentada en una inveterada yuxtaposición de planos aceptados como forma de vida, sino en una manera de hacer política sobre grandes masas de individuos marginados, los descamisados, quienes terminan en erigir por realidad la ficción mitificada que la propaganda ha logrado calar en sus mentes. En este punto exacto reside la implausiblidad de asemejar el mito escriturario a los que narra el mestizaje.
 

Notas
(1). Walter Mignolo, quien no es partidario de distinguir el Realismo Mágico del Maravilloso, define este momento de preocupación estética común, iniciado a finales de los años cuarenta, como "la búsqueda de la ‘americanidad’" (153).

(2). No es desdeñable para el caso la siguiente respuesta del autor (nov/ 96) a propósito de la investigación que Eligio García Márquez adelantó sobre el éxito editorial de Cien años de soledad: "Fue por una identificación  profunda e inmediata del lector argentino con los personajes de la obra." (42) No se olvide del servicio cumplido por el semanario Primera plana y por TEM en la difusión del Boom. Fué él autor de la primera "crítica en profundidad del libro." Téngase en cuenta también que Cien Años de soledad es la obra cumbre de lo real maravilloso.

(3).  Más allá del escenario físico que son las ciudades con su concentración de poder político-administrativo, en América Latina han sido también los centros ordenadores  y sacralizadores de los signos. Dice Rama: "Pero dentro de ellas siempre hubo otra ciudad, no menos amurallada ni menos sino más agresiva y redentorista, que la rigió y condujo. Es la que creo debemos llamar la ciudad letrada, porque su acción se cumplió en el prioritario orden de los signos y porque su implícita calidad sacerdotal, contribuyó a dotarlos de un aspecto sagrado, liberándolos de cualquier servidumbre con las circunstancias" (32).

(4). Aunque el autor hace hincapié en La novela de Perón, los sucesos reales o imaginarios de Santa Evita se aproximan todavía más al corpus de novelas de lo RM: "La novela de Perón, aunque con un registro casi opuesto, intenta sublevarse
contra la idea (tan predicada por Borges, tan enarbolada ahora por Bioy Casares) de que la imaginación argentina nada tiene que ver con la imaginación latinoamericana. Yo postulo que, por lo contrario,  la realidad argentina no difiere
demasiado de la dominicana, la salvadoreña, la chilena y que la imaginación engendrada por esa realidad sólo es otra cuando elige la impostación o el artificio (Zuffi 49).

(5). Entre algunas de las prácticas populistas con los descamisados, valga el siguiente ejemplo: "Dientes nuevos y máquinas de coser eran los regalos más frecuentes de Evita" (Marínez 163).

(6).  La fragmentariedad y la problematización del acto de contar son dos recursos comunes del Realismo Maravilloso que Santa Evita usa pero no por lo mismo lo hacen  uno más de este tipo de textos.

(7) La propia biógrafa precisa punzante que "Las actrices y las burguesas soñaban con ser rubias y adoptaban el color impuesto por la civilización del Norte: ser rubia significaba, y aún significa, salvarse de la malidición del Sur" (85).

(8) En Santa Evita el nombre del peluquero es Julio Alcaraz a quien el narrador visita en su peluquería. Allí encuentra imágenes de Evita según diferentes tipos de peinados: "Desplegadas en semicírculo, vi doce cabezas de vidrio expuestas sobre pedestales de yeso pintado, que reproducían otros tantos peinados de Evita" (83).

(9). Un ejemplo diferenciador es el del fetichismo. Para el etnógafo criminalista cubano, Fernando Ortiz, un elemento cultural tan importante como éste deviene del Africa: "El fetichismo africano entró a Cuba con el primer negro. Pero fetichismo no significa para las sociedades africanas la expresión de una pura idealidad religiosa. Aquél es la forma más primitiva de religión" (24). Elementos como estos no poseen idéntico raigambre en la Argentina.

(10). Al respecto, es valioso el aporte antropológico de Carmen Ferradás, en Power in the Southern Cone Borderlands.  La autora observa la identidad actual argentina como un proceso histórico originado en el siglo XIX y en el que se destacan dos tendencias: una es la secular e inspirada en el progreso europeo, la dominante. Esta tendencia es "cosmopolitan and depicts nationals as European peoples committed to progress. It is generally anti-Spanish and secular and praises the power of reason and science. " (38) La otra tendencia es la gaucha: "it often emphasizes the Spanish and Catholic heritage, and although it might praise the popular, it is often conservative and hierarchical" (38).

(11) Ferradás afirma que el dominio del Puerto sobre el resto del país se determina en la batalla de Pavón en 1861.

(12).  Una de las teóricas más solventes del Realismo Maravilloso, Irlemar Chiampi, sostiene, no sin razón, que el mestizaje es un ideologema, el de la no disyunción entre lo real y lo maravilloso (178-179), lo cual le permite decir que la escritura que lo representa parte de la forma de un tema avalado en una cultura para su representación. Interpreto que tal ideologema no es asociable a una cultura no mestiza tal como la Argentina.

(13). Walter Benjamin en "El narrador" señala la novela y la información como los enemigos de la narración en el universo moderno. Destaca la prestancia de la narración en el hombre con experiencia. Y es el moribundo quien posee la mayor autoridad para narrar.  Las dos estirpes de narradores, el campesino sedentario y el marino mercante, narran; sus oyentes habrán de perpetuar la narración oral.

(14). Como bien lo afirma Jean Franco en "Si me permiten hablar: la lucha por el poder interpretativo," el discurso oral ha sido el discurso de los subalternos, en cambio el discurso escrito es el manejado por el poder. En este caso, a despecho de su origen humilde, Eva Duarte alcanza su aura mítica desde el poder. Los descamisados, subalternos desde luego, multiplican el mito engendrado por los Perón.

(15).  Josefina Ludmer en El género gauchesco:  un tratado sobre la patria (1988) establece muy bien la diferencia entre lo popular ligado a la creencia, a las costumbres, al folclor y a sectores campesinos y marginados, y la cultura popular de masas usada por las clases hegemónicas.

(16). Coincido con la conclusión a la que arriba Graciela Mitchelotti en su artículo "Eva Perón: Mujer, personajes, mito" después de comparar tres trabajos sobre la vida de Eva Perón: La pasión según Eva (Posse), Santa Evita y Eva Perón. La madone de sans-chemise. Une biographie (Dujovne Ortiz). La articulista afirma que los tres intentan recuperar la Eva real y lo que hacen es terminar por crear un icono cerrado, objeto pasivo, en que Evita habla, pero no con su voz sino con la de los autores (140-1).

(17). Rama dice sobre el tema: La literatura, al imponer la escritura y negar la oralidad, cancela el proceso productivo de ésta y lo fija bajo las formas de producción urbana. Introduce los interruptores del flujo que recortan la materia. Obviamente no hace desaparecer a la oralidad, ni siquiera dentro de las culturas rurales, pues la desculturación que la modernización introduce da paso a nuevas neoculturaciones, más fuertemente marcadas por circunstancias históricas (74).

(18). En el texto se cumplen dos de las redes de lo fantástico: el yo y el tú. Los temas del yo, que corresponden a la mirada del narrador que observa una realidad-objeto muestran en Santa Evita a un narrador que pierde la distancia entre lo que es real y lo que no lo es, ello dominado por la narración de una historia que se torna pesadillesca. Sin embargo, es en el orden del inconsciente donde los personajes  Moori Koenig y Pedro Ara, al convertir a Eva en objeto de deseo, en lo que el texto se hace asimilable a la categoría de lo fantástico inscrito en  las redes del tú (Todorov 112).

(19). Tengo la certeza de que, narrada con una lengua más sobria, menos pirotécnica, sin los excesos sensibleros, las insolencias melodramáticas, las metáforas modernistas y los chantajes sentimentales al lector, esta historia truculenta y terrible sería imposible de creer, quedaría aniquilada a cada página por las defensas críticas del lector. Ella resulta creíble  --en verdad, conmovedora e inquietante –por la soberbia adecuación del continente al contenido, pues su autor ha encontrado el preciso matiz de distorsión verbal estético y necesario para referir una peripecia que, aunque congrega a todos los excesos del disparate, el absurdo, la extravagancia y la estupidez, resuella por todos sus poros una profunda humanidad (182).

(20). Rosalba Campra explica el corpus de lo real maravilloso como aquél en que se da "la abolición de las fronteras entre el mundo visible y el invisible, entre la vigilia y el sueño, la vida y la muerte, el deseo y su objeto, la realidad y la palabra que la nombra; y todo esto como una gozosa recuperación de la totalidad" (66). El texto de TEM, más que como una "gozosa recuperación de la totalidad" expresa la agonía de una pérdida, la del autor, y la descomunal tarea de reconstruir un mito esquivo y de malos augurios. El miedo y la angustia son manifestaciones propias de la mente individual características de lo fantástico.

(21). Valga aclarar, el artículo "Una interrogante conceptual: el realismo mágico ¿o/y? lo real maravilloso," de la citada autora, aunque en esencia  conceptúa sin reparos las diferencias entre lo real maravilloso y lo mágico,  omite la relación estrecha, natural, que existe entre lo mágico y el signo lingüístico autóctono que lo designa. Tal omisión elude observar que la lengua española no puede estar asociada a lo mágico en América Latina porque es una lengua no autóctona, sino impuesta y enraizada al contexto europeo que la origina (Chiampi 53). Su oposición básica entre entre lo maravilloso real en cuanto " lleva a cabo una integración de la idiosincracia latinoamericana a la tradición cultural occidental" y lo mágico es convincente. (12) Destaca que entre los medios de que que se vale lo maravilloso está el uso de mitos universales que parodia y convierte en meros productos linguísticos. Lo real mágico mantiene el respeto por los mitos y señala su anclaje en las realidades latinoamericanas. El ethos, la actitud que asumen unos y otros es lo que distingue a los cultores de lo real maravilloso de aquéllos de lo real mágico. En conclusión, la autora sostiene que "A diferencia del realismo mágico, que configura mitos ya existentes, lo propio de lo real maravilloso es la desacralización de mitos imperantes para sustituirlos por mitos que son mero producto de la ficción literaria (14). Santa Evita más que desacralizar, mitifica y usa todos los recursos propios del melodrama para hacer verosímil el mito de Evita.

(22). Dice el autor en "La batalla de las versions narrativas:"  "La apuesta reside en cambiar la memoria de los hombres: en demostrar que todo lo que recordamos, y aun todo lo que somos, nunca es de una sola manera. Que la verdad no es una ni mucho menos absoluta, sino frágil y con innumerables facetas, como los ojos de la mosca" (22).
 
 

Bibliografía

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