Alberto Salas, El llamador. Granada: La Veleta, 2002. 118pp.   Esta reedición de El llamador (1950) de Alberto Salas pone en circulación un libro que merece una mayor divulgación de la que ha recibido hasta ahora. A cargo de José Muñoz Millanes, incluye un prólogo informativo sobre la historia del texto que aporta además, sugerentes pautas de lectura. El libro elabora con maestría y originalidad temas reiterados en la literatura hispanoamericana, particularmente en la argentina. La casa familiar, la vida infantil y la reconstrucción memoriosa del pasado, temas fundamentales en textos de Carpentier, Donoso, Allende, Victoria Ocampo, Manuel Mujica Lainez y Julio Cortázar, para mencionar sólo a algunos autores, adquieren aquí una modalidad diferente.

Alberto Salas, ampliamente reconocido por su labor de historiador, adopta en El llamador un estilo narrativo muy personal. Organizado en dieciséis viñetas cortas, y desde la distancia que otorga la memoria del adulto, el texto fija las experiencias, expectativas y emociones fugaces de la niñez, en torno a la casa de la infancia. El discurso narrativo se ciñe de manera rigurosa al punto de vista infantil, combinando dos poéticas: la de la memoria y la de la ciudad.

El lector guiado por la voz del narrador recorre espacios familiares a partir de detalles seleccionados según emociones, sentimientos y disgustos que perviven en su memoria. Las reminiscencias de carácter individual -personajes del barrio, visitas, fragmentos de conversaciones, el patio, el fondo o el parral - coexiten con otras, de carácter colectivo -juegos infantiles y rituales: la toma de mate, el juego de taba, los asados- para crear un ambiente cálido, desafiante de la alienación de la ciudad moderna. La memoria afectiva aparece ligada a escenas placenteras de la vida cotidiana, siendo apenas aludidas, las circunstancias políticas del mundo adulto que permearon la década del 20, tales como la Semana trágica. Se trata de un universo limitado a la percepción infantil. Como dice Muñoz-Millanes: "Es un mundo lleno de movimiento: familias numerosas con abuelos inmigrantes, vecinos, fiestas en patios y corrales, tiendas de barrio, juegos y escapadas infantiles por descampados y terraplenes al pie de las vías del tren, riachuelos suburbanos junto a fábricas…" (15)

Alberto Salas crea un caledoscopio de imágenes fracturadas desde un espectro narrativo opuesto al de Proust, lo que le permite evocar con gran destreza una multiplicidad de escenas instantáneas. El recuerdo del llamador, de una ventana o de las habitaciones de techo alto origina sucesos que transmiten de modo eficaz un estilo de vida perimido. La casa antigua de barrio, localizada con precisión en el texto -en la calle Godoy Cruz al 2980, entre Juncal y Cerviño- ha desaparecido ya en el momento de la escritura:

En el año veitiocho nos mudamos y allí quedó nuestra casa y la de al lado, con sus gentes, con sus cosas. He vuelto a pasar innumerables veces frente a ella -la nuestra ya no existe- pero ha sido una peregrinación inútil. El frente ennegrecido, la puerta, la misma vereda no han hecho más que evocar la tristeza de una muerte.(93) Para los lectores actuales los cambios en la urbanización -el emplazamiento de la casa ha sido ocupado por edificios en torre- marcan una gran distancia temporal que responde a cambios irrevocables en los modos de vida. El texto recrea fragmentariamente el testimonio nostálgico de una Buenos Aires de calles bordeadas de tiendas modestas, de veredas pobladas de niños en cuyo tráfico se cruzan carros tirados por caballos, el barquillero, al afilador, el pescador y que significó para varias generaciones el ingreso a todo un universo: "Allí conocimos y nos explicamos a nuestro modo la mayor parte de las cosas que ahora, vivas aún o ya derrotadas hacen la vida."(27)

El llamador desafía el olvido de un pasado doble: el del paraíso infantil y el de una ciudad todavía aldeana, en vías de grandes transformaciones.

Cristina Guiñazú
Lehman College and The Graduate Center, City University of New York