En la casa de la poesía: encuentro con la escritora cubana

Reina María Rodríguez
 

Sylvia Figueroa
Emory University

Néstor E. Rodríguez
Dickinson College


Reina María Rodríguez (La Habana, 1952) es sin lugar a dudas una de las figuras más importantes de la poesía cubana actual. Ha sido galardonada con el Premio de Poesía Julián del Casal de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en los años 1980 y 1993, con el de la revista Plural de México en 1992, y con el de Casa de las Américas en 1984 y 1998. Además, en 1999 recibió la Orden de Artes y Letras de Francia. Su obra publicada la integran: Cuando una mujer no duerme (1980), Para un cordero blanco (1984), En la arena de Padua (1991), Páramos (1993), Travelling (1995), La foto del invernadero (1998) y Te daré de comer como a los pájaros… (2000). Dirige en La Habana el proyecto cultural Casa de Letras y es editora de la revista Azoteas. Vive rodeada de gatos en su casa de la calle Ánimas.

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Néstor Rodríguez: Tu poética literaria parecería describir una trayectoria elíptica. En tus primeros libros, Para un cordero blanco y Cuando una mujer no duerme, por ejemplo, prima el coloquialismo como forma de articular el proceso de conocimiento interior del sujeto poético. Ya En la arena de Padua ese anhelo de concretización se va difuminando hasta casi desaparecer en los textos de Páramos, sólo para resurgir en la hibridez genérica de Travelling. En La foto del invernadero se da una vuelta al coloquialismo de tu primera poesía, pero esta vez para auscultar la realidad desde el afuera con un dejo de antisepsia. Finalmente, en Te daré de comer como a los pájaros… retomas la escritura de la interioridad femenina —ahora tamizada por lo autobiográfico— para desarrollar una especie de metafísica de la vivencia.

Reina María Rodríguez: Sí, el coloquialismo fue mi manera de aceptar lo real, saber que estaba ahí, lo que venía desde afuera, saber que tenía que contar con eso por complejo de culpa. De ahí que en los textos de Cuando una mujer no duerme, la sinceridad pretenda ser una virtud literaria. Me preocupaba mucho el orden de los versos, lo cual me hacía trabajar en la edición de los poemas como si fueran cortes musicales (aunque no tengo música). El contexto entraba por la ventana y hacía abortar lo que consideraba el "otro discurso", el discurso reflexivo interior, el que venía envuelto en un lenguaje más simbólico. Esta es la razón por la cual en esos libros, sobre todo en Para un cordero blanco, se mezclan los dos niveles (libros bicéfalos); no podía unirlos, tampoco prescindir de ninguno de ellos, pero te repito, por complejo de culpa, por error. Por otro lado, estaba mi deseo frustrado de buscar un centro en el lenguaje que lo concentrara todo como un caleidoscopio, un nudo de lenguajes, de telas, a falta de un amor, una religión u otra creencia. Travelling siempre pretendió ser un libro en prosa, una especie de relatos "no novelados", como dice la portada por asuntos editoriales, pero el cuestionamiento es el mismo: la artista que va hacia lugares, gentes, espacios, llega al set, nunca a la realidad y si es que ve algún paisaje, está en el cuadro de una exposición, inalcanzable, porque pertenece al lenguaje de lo imposible que es el lenguaje de la poesía, aquella palabra perdida que hay que rescatar. Travelling lo escribí junto con En la arena de Padua. Lo que ocurrió con Travelling es que estuvo siete años en la imprenta y salió mucho después. En la arena de Padua hay cinco textos en prosa que son los primeros que escribí; en el caso de Travelling hay unos cinco poemas. Quería subvertir los géneros. Pero ya en Páramos están envueltas otras jerarquías del lenguaje; hablo de un palimpsesto cuyas voces pueden aparecer en la mente sin gradaciones, es decir, dentro de muchos niveles atropellados de la conciencia. Lo coloquial siempre es un hueso, una viga que termina debajo de esa amalgama, pero que se puede quebrar y fundir. Páramos es un libro que hice con todo, con la sobreabundancia de textos, intertextos, situaciones. La foto de invernadero es un libro seco por contrapartida, con una pátina de aparente reflexión, pero frío, en el desierto de quien pasa las páginas de la revista Correo de la Unesco (que ya creo no existe para pena de la humanidad) y ve esas fotos congeladas como si fueran el mundo. En cuanto a Te daré de comer como a los pájaros te diré que es un libro escrito durante los 90; es anterior a Páramos, pero en ese momento no había cómo publicarlo. Lo mandé a Venezuela y se perdió; lo recuperé. Después estuvo tres años en la imprenta y por fin salió publicado nueve años después. En este libro quería dejar, por un lado, un testimonio de esos años, los diarios con recortes de la vida vivida (cazuelas sin alimentos, tornillos, goteras, gatos, amigos, lecturas, ruido); la escritora está en la otra columna con diferente tipografía hilvanando un discurso (seudo) que se deconstruye con la realidad de la otra banda, del día, de la miseria. Completan el triángulo los remedos de cartas que alguien que no me quiso me devolvió; de manera que es un libro con muchos lenguajes (no quiero decir que sean buenos, pero sí útiles) son los lenguajes que pude alcanzar en medio de la desesperación por decir ¡estoy aquí! Como Katherine Mansfield muriéndose entre las vacas en el castillo de Avon. Es el cuaderno de una niña que grita, por eso tal vez es más femenino y recurre al sentimiento, al desamparo. Pero fíjate, nunca me han importado las palabras en sí, me gusta el lenguaje, la recuperación a través del uso de muchas zonas de las que me apropio al final; no importa de qué orden provengan porque "todas las cosas son la misma cosa", como alguien dijo, y se convierten en una sustancia.

NR: Desde la década del 90 tu casa de la calle Ánimas en La Habana ha sido punto de encuentro para varias generaciones de poetas cubanos, incluso algunos que hoy residen en el extranjero. Háblame de esa dinámica aglutinadora que comenzó a darse en tu ya mítica azotea en la pasada década y cómo ésta evoluciona en un proyecto cultural más amplio con la fundación de La Casa de Letras o "La Torre", como le llamas a veces.

RMR: Eso venía de abajo, desde que vivía en la casa de mi madre en el segundo piso del mismo edificio de Ánimas. Cada sábado se congregraban allí cerca de 5O personas, entre ellas Juan Gelman, Eliseo Diego y otros muchos amigos; era una verdadera tertulia. Después, ya en la azotea, siguió la reunión de grupos con diferentes tendencias estéticas (como Diásporas, por ejemplo), pintores, escritores... En ese momento no había lugares con luz por la zona (éramos los iluminados) y como aquí no había apagones por ser la planta muy vieja, se empezó a hacer sistemática la reunión cada jueves, a veces dos por semana. En esas tertulias, por ejemplo, se leyó la primera novela completa de Antonio José Ponte. A veces llovía y entrábamos a la casa, pero adentro llovía más que afuera. En ese espacio se dieron conferencias, lecturas y exposiciones durante más de siete años consecutivos. Es mi vicio, mi complejo de culpa. Antes había sido Paideia, un proyecto donde estaban representadas diferentes disciplinas (filósofos, músicos, pintores, escritores) y nos reuníamos aquí o en los parques para hacer del "intelectual orgánico", etc., pero la casa se fue quedando vacía y llegó un momento en que empecé a poner marcos en la pared con las fotos de aquellas reuniones. No puedo sustituir personas, no sé... Entonces vino desde enero del 2001 esa torre (ese vicio), y allí estamos dos veces por semana algunos poetas, traductores y editores discutiendo sobre poesía. Se han dado cursos excelentes (los escritores los han impartido) de poesía brasileña, alemana, inglesa y norteamericana bilingües porque hemos tenido acceso a muy malas traducciones. Nunca hemos podido escoger las traducciones a pesar de contar con poetas traductores muy buenos en la isla. Así que pensé en en la relación de la traducción y la poesía para ese lugar que se va llamando por el uso, La Torre, y que está ubicado en el punto más elevado de la Habana Vieja, frente al Castillo de la Real Fuerza.

Sylvia Figueroa: Sé que desde hace alrededor de dos años vienes trabajando en un proyecto de novela.

RMR: Cierto. Terminé catorce versiones de mi primera novela: La orden de los elefantes (tal vez le ponga La orden de Trinidad, no se aún), pero la guardé porque no es una novela para el mercado y porque creo que todavía soporta una o dos versiones más. Esas versiones son ocho años de trabajo, poco. Cambiar todos los vicios de la poesía, sus estructuras, lograr un espacio y un tiempo, un trabajo sistemático con historias, personajes, etc, es como nacer, pero me provoca, me reta; por eso me siento cada día, entre las 2 de la tarde y las 8 ó 9 de la noche, a trabajar en la segunda novela que ya tiene una historia completa en su primera versión. Por las mañanas, desde las 5 am hasta las 9 (cuando me pongo a hacer los mandados) respondo los correos y trabajo los poemas de dos libros inéditos: Catch and release, ya terminado, y El libro de las clientas. Creo que este último se llamará así porque contiene las historias de las clientas de mi madre, la modista, con las telas, los retazos, los alfileres entallando los cuerpos deformes... Pero la novela me apasiona porque es un trabajo, el único, que sustituye por entero a la realidad.

SF: ¿Cuál es la historia detrás de Azoteas, la revista que editas junto a Antón Arrufat y Jorge "El Topo" Miralles?

RMR: De Azoteas han salido sólo dos números, uno el año pasado y otro éste porque la hacemos según podemos. Es una revista cosida con hilo negro por Michel R. Ripoll y cada número es un monográfico de algún artista. La primera estuvo diseñada e ilustrada por el fotógrafo Adalberto Roque. Esta Azoteas número II está a cargo del pintor cubano Ramón Alejandro, residente en Miami. Azoteas es una publicación con el formato de las revistas manufacturadas en el siglo XIX; quiere ser marginal, con textos bilingües (sobre todo con traducciones de traductores cubanos), pero de literatura de cualquier parte, además de que cuenta con los cubanos artistas de la letra o de la plástica que conforman un territorio creativo que no tiene adentro ni afuera. En este segundo número aparece un poema de Lorenzo García Vega que trata del recorrido de un tren sobre una tela, es un poema que me encanta; también de José Kózer, sus Ánimas; de Eugenio Rodríguez, que vive ahora en México, unos poemas inéditos que son como disecciones de cadáveres. Pero Azoteas no es sólo una revista de poesía; han aparecido fragmentos de la novela El paseante cándido, de Jorge Ángel Pérez, ensayos, entrevistas. Bueno, pensamos terminar otro número para el verano con poetas de Austria, después de un curso de un mes en La Torre, impartido por el poeta austriaco Udo Kawasser sobre poesía contemporánea en lengua alemana que no conocíamos. Tenemos ya dos libros de un conjunto de seis que irán saliendo de la misma forma, cosidos, con ejemplares que rifamos (no se venden, como la revista); uno de poesía brasileña, con diez poetas seleccionados y traducidos por Ricardo A. Pérez, poeta cubano que también impartió un curso en La Torre. Otro libro es el del alemán Henrich Heine en versión del poeta y traductor Francisco Díaz Solar. Un tercero será la traducción de toda la poesía de Novalis, a cargo de Rodolfo Hásler, poeta cubano residente en Barcelona. También habrá uno sobre la poesía norteamericana desde los 50, que ha llevado un trabajo conjunto de los poetas Omar Pérez, cubano, y Jonathan Skinner, de Buffalo, New York. De hecho, está casi terminada una antología de poetas de Buffalo, en la que ha trabajado en la selección mi traductora al inglés Kristen Dykstra. También tenemos la idea de hacer para el año próximo una antología de poesía experimental con la ayuda del poeta argentino que enseña en Boston College, Ernesto Livón-Grosman.

SF: ¿Cuál es tu proyecto más inmediato?
 

RMR: La segunda novela (la primera versión antes del 4 de julio, día de mi cumpleaños número!!!). También limpiar El libro de las clientas, que ya está terminado en extensión, ahora es cosa de "tumbe y pañito", como dice Ponte. Desde hace un mes está en imprenta Otras cartas a Milena, un libro que es una longaniza de formas breves, con once cartas escritas en el 91 para Elis Milena, mi hija, nacida el día del cumpleaños de Kafka, y la otra, la Milena suya, muerta en un campo de concentración. Es un libro con muchas prosas, algunas impresiones, textos del mar, del éxodo, un libro circular que termina con un texto sobre la muerte del poeta, la muerte de Marina, Ajamatova, Blok y Heberto Padilla. Quedan dos semanas de charlas de crítica cubana en La Torre y quisiera ir un día a zambullirme en el mar.