Las aubiografías de Eva Perón y Victoria Ocampo:

dos voces que se desdicen
 
 

Nina Gerassi-Navarro
Mount Holyoke College



 
 

Escribo para edificarme palabra a palabra;
para disipar mi terror a la inexistencia,
como rostro humano que habla.

Rosario Ferré

En 1951, un año antes de su muerte, Eva Perón, desde el pedestal del poder, publicó su autobiografía titulada La razón de mi vida. (1) Al año siguiente, Victoria Ocampo, fundadora y directora de Sur, una revista clave en la tradición literaria argentina, empezaba a escribir su Autobiografía(2) , cuyos seis volúmenes serían publicados póstumamente a partir de 1979. Estos dos hechos marcan un hito en la historia de la autobiografía argentina por ser la primera vez que dos mujeres, una perteneciente a la vida política y la otra al ámbito cultural, elevaron sus voces por encima de un campo hasta entonces dominado por los hombres.

Escribirse uno/una misma implica transformarse en documento: el "yo" (autos) toma entre manos su propia vida (bios), dándole cuerpo a través de la escritura (grafía). La autobiografía es un testimonio que fija el valor del propio "yo". Para la mujer este proceso de auto-afirmación ha sido dificultado por las categorizaciones patriarcales que se han entretejido a su alrededor. Vedada la palabra y relegada tradicionalmente al plano doméstico, ha sido el hombre, desde su perspectiva quien ha inscrito la identidad de la mujer en imágenes fijas. Y ése ha sido el modelo con que la mujer en gran parte ha tenido que elaborar su propia imagen, inclusive su imagen pública. En su ensayo sobre la autobiografía, Patricia Meyer Spacks nota que aún las mujeres de renombre internacional en la esfera pública, como Emma Goldman, Eleanor Roosevelt y Golda Meir entre otras, cuando narran sus vidas pocas veces permiten que el tema de sus logros domine su relato. En general tienden a negar su ambición y antes de agrandar su "yo" prefieren empequeñecerlo, como si su verdadero triunfo fuera poder mantener su lugar doméstico a pesar de sus logros políticos. En resumen, estas figuras públicas, concluye Spacks: "Utilizan la autobiografía, paradójicamente, en parte como forma de auto negación." (3) (Spacks 132)

El lugar de la mujer en la historia del género autobiográfico está implicitamente subordinado a la conceptualización el sujeto. Uno de los supuestos más discutidos del género es el "pacto autobiogriáfico" (4), que ese "yo" que narra su vida tenga un referente real o que por lo menos lo que se narre sea acerca de la realidad exterior y, por ende, en cierta medida verificable. Esta supuesta correspondencia con la realidad parecería ser uno de los atractivos más distinctivos del género, evocando el placer del voyeur al permitirle al lector la infiltración por entre páginas/vida de un sujeto de carne y hueso. Para algunos críticos como Barthes, sin embargo, el "yo" no puede corroborar su presencia en el mundo más que a través del imaginario que es justamente la escritura. Un sujeto existe—según Barthes—en la medida en que se pueda decir algo sobre él, en la medida que tenga un predicado. El sujeto entonces existe a partir del lenguaje y está supeditado a la referencialidad del mismo. (5)

El punto que quizás una las diferentes conceptualizaciones de la autobiografía es el orden de la narración. Según la imagen o aspecto que se quiera presentar, el sujeto deberá ordenar su vida de determinada manera para crear y fijar un sentido a sus actos. De allí que, más allá de como se defina la autobiografía, la intención se transforme en el eje estructural clave de la narración autobiográfica.

En su estudio "Condiciones y límites de la autobigrafía" uno de los primeros textos críticos que rastrea el origen del género, Georges Gusdorf define la autobiografía como un fenómeno propio de la cultural occidental, específicamente del Cristianismo. (6) Es el momento en que el ser humano toma conciencia de "la singularidad de la vida individual", y ésto lo impulsa a la reflexión intrsopectiva—la confesión. El examen de conciencia obliga al individuo a re-evaluar sus actos. Esta focalización hacia lo individual marca el origen de la autobiografía donde el sujeto se posiciona como centro e intenta fijar su propia imagen.

Robert Sayre, en un sugestivo artículo, traza un paralelo entre el origen de la autobiografía en América y la "construcción" de una civilización. (7) Desde la época de Colón, Cortés y John Smith, América ha sido una idea o muchas ideas según Sayre. En este sentido, afirma el autor, América no tendrá un fundador como Rousseau, porque la identidad del "yo" está vinculada a la identidad nacional o a las ideas nacionales, no al desarrollo del individuo únicamente. La creación del "yo" surge, en otras palabras, con la creación de la nación.

Si bien Sayre se refiere principalmente a los Estados Unidos, la idea también es válida para Hispanoamérica. En los primeros textos autobiográficos hispanoamericanos, los cuales se presentan bajo una diversidad de formas (crónicas de la conquista, diarios de viaje, cartas personales), se puede observar como el "yo" narrador se construye—crece—conjuntamente con el espacio físico que va ocupando. Este proceso se extenderá en el tiempo y en el momento en que comience la consolidación nacional los grandes terratenientes, detentadores del poder, se convertirán en los principales fundadores de los estados nacionales latinoamericanos.

Este fue el proceso en la Argentina. Para Adolfo Prieto, la literatura autobiográfica argentina "condensa, en un plano insospechado, la historia de la élite del poder," y agrega que "no podrá, aconsejablemente, prescindir del conocimiento de aquella, quien pretenda acometer un estudio de conjunto sobre la clase dirigente nacional." (8) Al igual que en otros países, en la Argentina el discurso autobiográfico ha sido monopolizado por una élite masculina. Prieto limita su estudio a aquellos autores nacidos antes de 1900. Salvo la mención de Mariquita Sánchez, todos son hombres. Domingo Faustino Sarmiento, Lucio V. Mansilla, Miguel Cané, Manuel Belgrano son sólo algunos de los que figuran como fundadores de la nación. Diplomáticos, militares, políticos o presidentes, todos son protagonistas de la historia de su país, quienes testimonian a través del relato de sus vidas la formación y los avatares del estado nacional dentro del cual se posicionan con prominencia.

Sin duda, el modelo autobiográfico en Argentina fue cristalizado por Sarmiento, primero en su opúsculo Mi defensa (1843) y luego en Recuerdos de provincia (1850). Allí, decidido y firme, Sarmiento se justifica de todas las acusaciones recibidas para sentar su lugar en la historia y construirse como modelo de hombre digno, dedicado y exitoso. Su relato de vida ofrece un exhaustivo y abrumador recuento de sus antepasados que incluye hasta un cuadro genealógico de su familia. Para Sarmiento la historia de la Argentina es la propia, desde su fundación, hasta el presente en el que escribe:

Aqui termina la historia colonial, llamaré así, de mi familia. Lo quesigue es la transición lenta y penosa de un modo de ser a otro; la vida de la República naciente, la lucha de los partidos, la guerra civil, la proscripción y el destierro. A la historia de la familia se sucede, como teatro de acción y atmósfera, la historia de la patria. A mi progenie me sucedo yo; (. . .) y mis apuntes biográficos sin valor por sí  mismos, servirán de pretexto y de vínculo, pues que en mi vida
tan destituida, tan contrariada, y, sin embargo, tan perseverante en la aspiración de un no sé qué elevado y noble, me parece ver retratarse esta pobre América del Sur. (9)
Sarmiento no solo se posiciona dentro de la historia, sino que explica a su público como leer la historia del país y como se inserta él en ella. Recién después de describir la historia de su patria, puede empezar con su nacimiento, cien páginas entrada en su autobiografía.

Si la autobiografía de Sarmiento, fervorosa y vociferante, constituye el modelo de una tradición, las mujeres, cuyo lugar había sido marcado por el hogar y su voz por el silencio, quedaban excluídas. Por ello, las autobiografías de Eva Perón y de Victoria Ocampo marcan un hito en la historia del país, ya que ellas no sólo ocuparon un lugar público en el imaginario nacional sino que además reflexionaron acerca de ese lugar. Sus autobiografías, sin embargo, distan mucho de ser semejantes, son más bien paralelamente opuestas. Victoria Ocampo (1890-1970), miembro de la oligarquía dirigente, además de ensayista, editora y traductora, fundó y dirigió Sur, una de las revistas literarias más prestigiosas y de mayor influencia en el país. Considerada una verdadera propulsora de la literatura nacional e internacional, fue la primera mujer nombrada miembro de la Academia Argentina de Letras. En 1952, a los sesenta y dos años, comenzó a escribir su autobiografía. Desde otro espacio público, sin educación ni preparación política, Eva Perón surge como ferviente dirigente y militante del peronismo. Frustrada candidata a la vicepresidencia de la nación, fue la primera mujer en adquirir verdadero poder político en la Argentina. Cada una elige un modo distinto para definir su sujeto-objecto, según el espacio que ocupa en vida y según el público al que se dirige. A pesar de sus diferencias políticas, culturales y de clase, sus textos reflejan ciertas características o dificultades que las mujeres comparten al articular su propio retrato desde dos lugares muy diferentes.

La razón de mi vida no es un recuento retrospectivo ni introspectivo del "yo". Frente a los seis volúmenes de Ocampo, Evita solamente ofrece uno que divide en tres breves partes: las causas de mi misión, los obreros, y mi misión. Narrada en presente, la autobiografía de Eva Perón se centra en su figura política. El libro mismo juega con los pactos textuales en la medida en que es el resultado de un trabajo en equipo. El periodista Manuela Penella da Silva escribió una primera versión en base a sus conversaciones con Evita, y la versión final estuvo a cargo de otros dos funcionarios peronistas. Este proceso de escritura fue totalmente desconocido por el público en su momento. (10) El libro, que Evita definió como sus "apuntes", apareció con su firma y fue difundido como su autobiografía, como si lo hubiera escrito ella misma.

A pesar de las intermediaciones, no hay duda alguna que en La razón de mi vida se oye claramente la voz de Evita. El texto tiene el mismo estilo que sus discursos, de hecho simplemente parece un discurso mucho más largo de los que acostumbraba a hacer. A Evita no le interesa la escritura, le interesa articular su propia voz. En su prólogo, donde le dedica al General Perón su "canto", "hablar" y "escribir" son intercambiables. En cierto modo, Evita puede permitir que otro le inscriba su voz porque ella le ha dado su propia resonancia, y sabe que su voz a esa altura es inconfundible. Este hecho a la vez, recordando a Barthes, refleja la artificialidad de la construcción autobiográfica. Si otro puede escribir "como si" fuera el sujeto mismo, dónde está el "verdadero" sujeto?

La figura política de Evita nace a partir de su encuentro con Perón. Y como todo principio, éste es el primer paso intencional de significado. (11) Previo a este encuentro sólo rescata de su pasado su "indignación ante la injusticia", como si ese fuera su único eje conductor. El resto de su vida: su familia, su hogar, su infancia, su partida a Buenos Aires e intento de ser actriz--momentos de su vida que se han vuelto lugares comunes, que todas las historias y el corpus cinematográfico reconstruyen con detalle, como si allí estuviera la clave para entenderla, todo ese pasado está ausente, inclusive su nombre. (12) El nombre de Eva Duarte no existe y el de Eva Perón, sólo aparece para marcar la diferencia con Evita. El "yo" autobiográfico de Evita nace cuando Perón la nombra. Utilizando la metáfora de la familia y un lenguaje simple, Evita presenta a Perón, como la autoridad, el pater familias que la bautiza y la rescata desde el anonimato para otorgarle su identidad. Evita lo explicita claramente: "ni mi vida ni mi corazón me pertenecen y nada de todo lo que soy o tengo es mío. Todo lo que soy, todo lo que tengo, todo lo que pienso y todo lo que siento es de Perón."(7)

Así como Evita se define por su identidad compartida borrando su pasado, Victoria Ocampo insiste en escribirse como diferente una vez que ha establecido la autoridad que la legitima. Siguiendo a Sarmiento, Ocampo se extiende en una detallada descripción genealógica que se remonta a los primeros años de la colonización. Su historia comienza en Buenos Aires con el surgimiento mismo de la nación,

Las familias de origen colonial, las que lucharon y se enardecieron por la emancipación de la Argentina, tenían la sartén por el mango, justificadamente. Yo pertenecía a una de ellas; es decir a varias porque todas estaban emparentadas o en vías de estarlo. (1:10) Como miembro de la oligarquía Ocampo se siente autorizada, al tener voz y nombre antes de nacer. Por eso no necesita un momento bautismal como Evita. Es más, su propio apellido lleva tanta carga histórica que rehusa entregar su apellido––paterno—al casarse, hecho significativo y poco común para una mujer en la década del 20. Ocampo primero legitima su voz dentro del espacio de la élite cultural a la que pertenece, y lo reafirma constantemente. Por eso recurre a la historia de su familia e incorpora fragmentos de cartas y citas de figuras consagradas que la legitiman. Pero una vez inserta en su clase, quiebra la hegemonía del discurso autobiográfico al escribirse como mujer, al presentar una perspectiva de mujer en tanto género y sexualidad que, para la sociedad de aquel entonces, no era particularmente bien visto.

Este vaiven entre lo permitido y lo prohibido, entre el querer y el no poder, lo propio y lo impuesto, será uno de los rasgos más caracterísiticos tanto de su escritura como de su vida. Por un lado Ocampo afirmará su pertenencia a su clase, invocando su historia y convalidando sus valores; por otro se rebelará contra las imposiciones de su clase y buscará romper los límites siendo independiente a través de su trabajo.

A pesar de sus diferencias tanto Ocampo como Evita deben recurrir al "otro", una autoridad paternal para justificar su propio yo. Este vínculo coloca a la mujer en una posición de dependencia, obligándola siempre a definirse en función del "otro" y exigiendo una especie de enmascaramiento del "yo" femenino. Dice Ocampo: "Lo que decía Jane Austen a mediados del siglos XIX seguía en vigencia: una mujer, si tiene la desventura de saber algo, deberá ocultarlo tan cuidadosamente como pueda." (3: 105)

Por diferentes circunstancias de vida, Evita y Ocampo se encontraron ocupando simultáneamente un espacio público. Sus textos representan dos momentos claves en la historia política y cultural de la Argentina en que la mujer articula su propia voz fuera del ámbito doméstico desde lugares casi antitéticos. Si dejar que hable quien debe callar es una transgresión, la Autobiografía y La razón de mi vida representan un acto transgresor. Y en ambos textos se evidencia la tensión que surge a partir de esa transgresión entre la afirmación del yo en relación con los modelos pre-existentes, y un enmascaramiento de ese yo.

Mientras que Ocampo primero busca afirmar su vínculo colectivo para luego separase y presentarse como independiente, Evita en ningún momento se articula como extra-ordinaria, ni niega el postulado de la mujer como madre servidora. Al contrario, ella se presenta como un sujeto común, y estructura su discurso alrededor de ese mismo eje: "y lo natural en la mujer es darse, entregarse por amor, que en esa entrega está su gloria, su salvación, su eternidad"(61) En su relato, Perón está por encima de todo. Aparece estereotipadamente como la máxima autoridad, la racionalización, la voz de la verdad, la causa última. Ella en cambio es pura intuición, nada sabe con certeza, simplemente lo "siente". Evita fielmente reconstruye la división entre el campo intelectual (al que pertenece el hombre ) y el mundo afectivo, donde elige insertarse. En su relato, ella solo busca cumplir su misión, aquella otorgada la semana de octubre de 1945, cuando Perón le encargó a sus trabajadores: "A mí, a una humilde y pequeña mujer, me encomendaba el cuidado de sus trabajadores, lo que él más quería" (46). Como un padre le encarga a su mujer los hijos, Perón le entrega a Evita sus descamisados. En este compromiso que ella asume se establece el pacto Perón-Evita, pacto que supedita la nación a la unión que forman Perón y Evita. Este pacto en el que ella jura fidelidad a cambio del lugar que Perón le otorga es una alianza política formulada en términos de una entrega por amor, y será la alianza más importante en la vida de Evita (al igual que para Perón) que la llevará a la inmortalidad.

Evita inscribe su vida en torno a Perón, porque es él quien la glorifica. Perón, "condor" deificado, desciende hasta ella para iluminarla y elevarla de la bandada de gorriones a la que pertenecía. Constantemente apela a imágenes sobredeterminadas para construir su lugar. Ella es sólo un gorrión, por eso podrá ocupar el espacio entre el pueblo y su general, convirtiéndose en "puente tendido las esperanzas del pueblo y las manos realizadoras de Perón." (88) Sin embargo, bajo esta retórica de madre sacrificada y sumisa, Evita se construye como una figura política independiente. Desede la Secretaría de Trabajo y Previsión y el Partido Peronista Femenino que ella organiza inicia una intensa labor administrativa. Su dedicación absoluta a la causa de Perón y su posicionamiento de intermediaria le permite reconfigurar su lugar en el campo político. Al ser quien transmite la palabra del pueblo a Perón, y ser a la vez quien le transmite al pueblo la palabra de Perón, Evita deja de ocupar el lugar pasivo y servicial que dice representar para redefinir su rol. Este juego de desplazamientos le permite construir su propio espacio y articular su propia voz.

Frente a los estereotipos con que la mujer tiene que enfrentarse, la posición de intermediaria o de traductora le da acceso a lo prohibido y a la vez disimula su autoridad. Como traductora, la mujer no crea sino que "reproduce", lo cual no se ve como desafío. Pero como con toda traducción que esconde un nivel de interpretación, el lugar del traductor es un lugar cargado porque desde allí surgen los significados de las palabras que otro ha dicho. La astucia e inteligencia de Ocampo y de Evita fue la de entender este doble discurso y usarlo para trazar su lugar entre los insterticios de las contradicciones.

Ocampo en cierto sentido también se construye en un espacio híbrido. Frente a la palabra oral y presente de Evita, ella se recluye en la intimidad catártica de la palabra escrita. Desgarrada entre las imposiciones de su clase a las que ella misma acata, y el deseo de forjarse su propio destino, Ocampo encuentra en la escritura un modo de constituir su propia identidad, de unir sus fragmentos. De allí que su proyecto intelectual se transforme en un espacio de comunicación e intercambio estableciendo contacto directo con las grandes figuras literarias—en gran parte extranejras—para luego traducir y publicar sus obras. La mayoría fueron amigos personales como Malraux, Drieu de la Rochelle, Tagore, Keyserling y Virginia Woolf. Estas grandes figuras le ayudan a unir su vida personal e íntima con algo que trascienda el espacio del hogar; transforman lo subjetivo en materia pública. De allí que escribiera sobre casi prácticamente todo con lo que entraba en contacto: escritores que admiraba, recuerdos de adolescencia, libros que había leído, arquitectura, música, arte, sus viajes a Europa, inclusive un objeto que le llamara la atención (13). El proyecto de Sur, fundado en 1931, fue justamente crear un puente entre dos culturas, la europea y la americana, a las que Ocampo pertenecia. Sur fue aquel "cuarto propio" que Ocampo necesitaba para definirse, aun cuando estuviera dirigido sólo a una elite literaria (por lo cual fue duramente criticado) (14). "Sur soy yo…. Es mi forma de ser argentina y es lo que necesito. De otro modo me ahogaría". (15)  Si Evita se borra en su texto como simple vehículo de comunicación, Ocampo se narra en sus ensayos, posicionándose como centro causal alderdedor del cual todo gira. Ella es el punto de encuentro. Con otra estrategia que la de Evita, la posición de intermediaria para Ocampo es lo que la da voz.

Si hay un lugar donde Ocampo decide articular el enfrentamiento con su medio sociocultural es a través su conciencia de género. Dentro de un discurso que impone lo masculino como norma, Ocampo traza una línea divisoria al verbalizar su sexualidad. Insiste en escribirse como mujer, desarticulando continuamente el lenguaje y espacio masculinos. Y esos límites pasan por la revelación de su cuerpo. Uno de los recuerdos más vivos de su adolescencia es el descubrimiento de su menstruación. En ese momento su vida y su cuerpo quedan brutalmente sellados. Lejos de poder exhibir su sexualidad, debe aprender a esconderla y callar:

Me sentí de pronto, como aprisionada por una fatalidad que rechazaba con todas mis fuerzas [. . .] me obligaban a sentir como verguenza por algo de que yo no tenía la culpa (sic) y que nada tenía que ver con mi
voluntad [. . .] Acurrucada sobre mi misma, como para ofrecer el menor blanco posible, me sentía presa. Presa de mi cuerpo (I, 147)
El despertar sexual está teñido de verguenza y humillación. Ocampo deberá olvidar sus corridas por el jardín y sus sueños de ser actriz (así como Evita lo borra de su texto, Ocampo renuncia a él). La escritura será su acto de resistencia contra ese silencio impuesto (16). Su transgresión radica en escribirse desde su perspectiva y con su propio idioma. Sin embargo, Ocampo no puede hacerlo sola, necesita anclar su autoridad, su desafío en otros, aquellas figuras extranjeras que citará continuamente resguardándose en su legitimidad. Evocando a Virginia Woolf, Ocampo reconoce la falta de una tradición literaria con que las mujeres se podían indentificar. Su propósito es justamente crear una tradición escribiendo con su propia voz, pues la mujer "no puede hablar con la voz de un hombre." (17)

Evita no intenta quebrar el discurso hegemónico, más bien lo lleva a su extremo. Sin hijos, asume el rol asignado por la sociedad de esposa y madre espiritual. Sin embargo, en su texto, bajo el lema de que "así lo exigía la causa de Perón", no deja de señalar sus propios actos. Nada de lo ocurrido después de su encuentro con Perón fue por azar, "Yo estoy al frente de mi pueblo no sólo por decreto del destino. Estoy porque, sin saberlo tal vez, me preparé para esto como si hubiese sabido que algún día iba a tocarme esta responsaiblidad." (54) La doble negación permite leer al texto subalterno que contradice al primero, "Yo estoy al frente de mi pueblo porque me preparé para esto". Evita reconoce en Perón su propia causa, lo cual transforma a Perón en su causa. Hablar de Perón entonces, es otra forma de hablar de sí. Ese es su pacto de unión y ella misma lo reconoce: "Nos casamos porque nos quisimos y nos quisimos porque queríamos la misma cosa." (63)

En el mundo de la política (por lo menos en Latinoamérica), la condición de madre y esposa pareciera permitir que la mujer se filtre por recovecos aún prohibidos para los hombres. Apelar al amor de madre es un derecho irreprochable, un acto de justicia. En la Argentina, las madres de Plaza de mayo también dejan su ejemplo. Otros, sin embargo llamarán ese amor-pasión, locura. Las madres serán "locas" y Evita "puta". Evita en cierta forma es la transgresora por excelencia: la mujer acto. Desecha el rol tradicional de la esposa del presidente, Eva Perón, para tener su propio nombre y ser "Evita, madre de todos los pibes y de todos los humildes de mi tierra." (91)

La autobiografía como justificación de vida, pasa, en el caso de Evita, por sus actos. Consciente de sus propios logros y satisfecha con ellos titulará el último capítulo de su autobiografía "No me arrepiento". Ella dejará que otros inscriban su vida política como un acto por amor, que ella misma afirma. Por amor pide justicia, justicia que disfraza su poder. El texto para Evita no es más que una ficción de su vida: otro la escribe porque ella la vive, y sus hecho quedan. Para Ocampo la ficción es justamente su vida en la que insiste resaltar cada uno de sus actos. La publicación póstuma quizás sea reflejo de no poder/querer comprometerse con su palabra en vida. Ocampo usa su autobiografía para justificar lo que no pudo hacer pero quiso:

Fui cobarde por ternura. . . Cada vez que he cedido, que he tomado por omisión (no por acción) una actitiud contraria a mis convicciones, es decir torcida de acuerdo con mi código, ha sido casi siempre a causa de
ese terror nervioso, irracional, paralizante de la pena que iba a infligir a terceros (mis padres). (II, 175)
A través de la palabra escrita. Ocampo estetiza su vida y puede llenar el vacío de las acciones omitidas: "Si hubiera vivido en París. . . si hubiera aprovechado al máximo mis dones naturales. . .hubiera logrado éxito en el campo de la literatura." (IV, 10) Haciendo marcha atrás sobre su pasado, Ocampo lamenta y recrea lo que no pudo. Evita en dirección opuesta, mirando hacia adelante se lamentará "de que la vida por más larga que sea, sea tan corta, porque hay demasiado que hacer para tan poco tiempo." (203) Ambas, sin embargo, harán lo que quieren bajo un velo de restricciones.

Victoria Ocampo y Eva Perón fueron dos emblemas antagónicos de clase e ideologías enfrentadas. Sin hijos en la vida, cada una forjó su propio destino según el espacio público que ocupó en la esctructura de poder. Lo alto contra lo bajo, lo culto contra lo popular. Partiendo del nombre que le asignó "otro" e insertadas como eslabón intermediario, tanto Evita como Ocampo lograron transgredir los límites impuestos por la hegemonía patriarcal. Sus textos son la realización concreta de que los espacios en sí no tienen un significado fijo e inalterable sino que es el modo en que se ocupa el espacio lo que determina su significado (18). En su entrega pasional, Ocampo y Evita—dos nombres ya con su propio alcance—se destacan por su legado político y cultural que sigue vigente. Su mayor acto de justicia fue otorgarse una voz en la historia argentina, una voz de mujer que aún hoy se escucha.
 
 

Notas

(1). Eva Perón, La razón de mi vida (Bs. As.: Volver, 1986)

(2). Victoria Ocampo, Autobiografía 6 vols. (Bs.As.: Sur, 1979-1984)

(3). Patricia Meyer Spacks, "Selves in Hiding," Women’s Autobiography ed. Estelle Jelinek (Bloomington: Indiana UP,
    1980):132. La traducción es mía.

(4). Philippe Lejeune, "Le Pacte autobiographique," Poétique 14 (1973): 137-162. Lejeune es el crítico que más
    claramente ha intentado sistematizar el estudio de la autobiografía. Considera que la relación pactada
    (autor-narrador-personaje) es fundamental para diferenciar los límites difusos entre la autobiografía propiamente dicha y
    otra formas narrativas que se entrecruzan con ella como puede ser la novela autobiográfica. En la novel autobiográfica, a
    diferencia de una autobiografía propiamente dicha, sólo se "sospecha" la identidad entre autor y narrador. En su
    sistematización Lejeune limita su corpus autobiográfico al privilegiar la prosa como forma de escritura. Véase tambien
    "Le Pacte autobiographique (bis)" Poétique 56 (1983): 416-434

(5). Roland Barthes, Le plaisir du texte (Paris: Seuil, 1973) 98. En su autobiografía, que no denominó como tal,
    Barthes escribe en la cnontra cara de dos fotos suyas que el yo es el único que sólo puede verse a través de imágenes,
    "Vous êtes le seul à ne pas pouvouir jamais vous voir qu’en images…" Este imaginarse como individuo revela para
    Barthes lo ficticio de la identidad. Roland Barthes par Roland Barthes (Paris: Seuil, 1975) 40.

(6). Georges Gusdorf, "Conditions and Limits of Autobiography," Autobiography ed. James Olney (Princeton:
    Princeton UP, 1980): 28-48.

(7). Robert Sayre, "Autobiography and the Making of America," Autobiography ed. J. Olney

(8). Adolfo Prieto, La literatura autobiográfica argentina (Bs.As.: Centro Editor, 1982) 22.

(9). Domingo Faustino Sarmiento, Recuerdos de provincia 7ed. (Bs. As.: Kapeluz, 1966):198.

(10). Marysa Navarro, "Of Sparrows and Condors: The Autobiography of Eva Perón," The Female Autograph ed.
    Donna Stanton (Chicago: The U of Chicago P., 1987) 181

(11). Edward Said, Beginnings: The Intention and Method (New York: Columbia UP, 1985)

(12). Evita meramente alude a su pasado de actriz al decir que "Mi vocación artística me hizo conocer otros
    paisajes…."21

(13). Muchos de esos ensayos fueron publicados en La Nación, La Prensa o en Sur, y posteriormente recopilados en
    diez volúmenes, bajo el título de Testimonios. Salvando las diferencias, su autobiografía es un testimonio más.

(14). Beatriz Sarlo ve Sur como aquella asignatura pendiente que Ocampo jamás pudo tener de joven en Una
    modernidad periférica: Buenos Aires 1920-1930 (Buenos Aires: Nueva Visión, 1988) 89.

(15). Citado en Doris Meyer, Victoria Ocampo: Against the Wind and the Tide (New York: Georges Brazilier,
    1979)114.

(16). Sylvia Molloy hace un interesante análisis contrándose en el modo en que ‘lo vivido’ y ‘lo leído’ forman un sistema
    de vasos comunicantes que se traducen unos a otros. Este entretejido entre la vida y la literatura es clave para la lectura
    de la autobiografía de Ocampo At Face Value: Autobiographical Writing in Spanish America (Cambridge:
    Cambridge University Press, 1991): 55-75.

(17). Citado en Meyer, 178

(18). Como dice Josefina Ludmer con respecto a Sor Juana Inés de la Cruz "Siempre es posible tomar un espacio
    desde donde se puede practicar lo vedado en otros" (53) "Las tretas del débil", La sartén por el mango: encuentro de
    escritoras latinoamericanas eds Patricia Elena González y eliana Ortega (Puerto Rico: ediciones huracán, 1984):47-54.