Travesía por la biblioteca de una nación "naciente"
 
 

Lelia Area

Universidad Nacional de Rosario (Argentina)



1. Societas cum universitas

Nationalism is rarely the nationalism of the nation, but rather represents the site where very different views of the nation contest and negotiate with each other. (Duara: 2) Según Michel de Certeau (1993) la impostación de "hacer historia" en Occidente (y desde hace cuatro siglos) ha llevado siempre a la escritura. En este marco, todos los mitos antiguos, lentamente, han sido reemplazados por una práctica significativa. En cuanto práctica (y no como discurso, que es su resultado), la escritura aparece como el símbolo de una sociedad capaz de controlar el espacio que ella misma se ha dado, de sustituir la oscuridad del cuerpo vivido con el enunciado de un "querer saber" o de un "querer dominar" al cuerpo, de transformar la tradición recibida en un texto producido; en resumen, de convertirse en página en blanco, que ella misma pueda llenar. Práctica ambiciosa, activa, incluso utópica, ligada al establecimiento continuo de campos "propios", donde se inscribe una voluntad en términos de razón. Esta práctica tiene el valor de un modelo científico, no le interesa una "verdad" oculta que sea preciso encontrar, se constituye en un símbolo por la relación que existe entre un nuevo espacio entresacado del tiempo y un modus operandi que fabrica "guiones" capaces de organizar prácticamente un discurso que sea comprensible -a todo esto se le llamaría "hacer historia". Hasta ahora inseparable del destino de la escritura en el Occidente moderno y contemporáneo, la historiografía conserva, sin embargo, la particularidad de captar la creación escrituraria en su relación con los elementos que recibe, de operar en el sitio donde lo dado debe ser transformado en construido; de construir representaciones con material del pasado, de situarse finalmente en la frontera del presente donde es necesario convertir simultáneamente la tradición en un pasado (excluirla), y no perder nada de ella (explotarla con métodos nuevos).

El "hacer historia" se apoya, así, en un poder político que crea un lugar propio (ciudad, nación, etcétera) donde un querer puede y debe escribir (construir) un sistema (una razón que organiza prácticas). En este marco, los archivos (y las bibliotecas) forman el "mundo" de este juego técnico, un mundo donde se encuentra la complejidad, pero clasificada y miniaturizada, y por lo tanto, capaz de ser formalizada. Espacio precioso, en todos los sentidos del término; en él es posible observar el equivalente profesionalizado y escriturario de lo que representan los juegos en la experiencia común de todos los pueblos; es decir, prácticas por medio de las cuales cada sociedad explicita, miniaturiza, formaliza sus estrategias más fundamentales, y se juega ella misma sin los riesgos ni las responsabilidades que trae consigo la composición de una historia.

Si bien ubicadas en una perspectiva teórica menos formalizable, las reflexiones de Michel Foucault acerca de la metáfora-archivo habilitaban para considerar cómo las reglas de formación discursiva trabajan en un horizonte constituido como intersección entre la memoria y el olvido en razón de que en el archivo foucaultiano operaba una dispersión de esa positividad. Entre lo que ya no puede decirse y lo que aún no puede pensarse se abre un campo determinado por una práctica efectiva. Este campo es el archivo de una época, que podría ser tratado en términos de memoria; memoria que para Foucault era el margen que se abría entre dos zonas de negatividad, de sustracción.

Así, para Foucault archivo sólo podía ser definido como una ley: la ley de lo que puede ser dicho aún cuando como toda ley presentara su costado impositivo; lo que desde Roland Barthes podíamos leer como la ley de lo que estamos obligados a decir, correspondiéndole a la lengua el lugar del cerco, del límite entre lo decible y lo indecible. En este contexto, para Foucault, la emergencia del sentido como acontecimiento hacía ley para la aparición de nuevos sentidos en una época determinada; en esto consiste el archivo: coexistencia de sentidos posibles pero no fijables lo que hace que un archivo no pueda ser descriptible como totalidad definitiva.

En el marco de lo hasta aquí expuesto me interesa dejar sentado lo siguiente: desde mi perspectiva toda biblioteca sería, entonces, ese espacio cultural donde se da 'asiento' a los referentes figurados desde la letra escrita aunque su objetivo sea volverla letra leída; es decir, la biblioteca 'asienta' la escritura a fin de garantizar la permanencia patrimonial de sus lecturas. Y es, entonces, desde este punto de vista que historia y ficción se presentan como dos grandes modalidades narrativas mediante las cuales el sujeto atraviesa sus experiencias, vividas o imaginadas, y se relaciona con su mundo, tanto del presente como del pasado. Así podríamos afirmar que las relaciones entre historia y ficción son históricas en sí: cambian con el tiempo y con los distintos paradigmas, géneros y/o modalidades discursivas dominantes; y es en y desde la biblioteca donde se exponen y guardan estos cambios.

Avancemos un poco más y digamos que es en el siglo XIX americano cuando la formación de identidades nacionales se convierte en el foco de las más diversas prácticas culturales, y la configuración discursiva de las naciones del continente se articula mediante la representación textual de otras épocas, la producción imaginativa y la circulación de las memorias compartidas por una comunidad. Los discursos de la nación, la literatura y la historia -afirma Fernando Unzueta (1996)- están entrelazados por medio de múltiples conexiones que adquieren características específicas y temporalmente determinadas: la historia usa modelos literarios y una de las principales preocupaciones de la historiografía es la formación de la nación; la nación se concibe en los términos ideológicos e históricos del proyecto liberal y se imagina, sobre todo, a través de la literatura; y la literatura, a su vez, se vuelve tanto histórica (e historicista) como nacional o americanista.

En efecto, podríamos sostener que, al misterio general de lo histórico, el siglo XIX latinoamericano agregó una cualidad primordial dado que en él se fundieron numerosos comienzos: el de América como espacio de vida independiente, el de la emergencia y consolidación de los nacionalismos, el de la implantación de la matriz burguesa y liberal que constituyó la columna vertebral de nuestras sociedades, el de la aparición de la novela como género de exploración y de invención de los imaginarios, el de fijación de los mitos de modernidad y del progreso como utopía de recambio que mantuvo viva la fe popular y la codicia de la nueva dirigencia política y los nuevos imperios.

La conjugación de estos orígenes adquirió, con la distancia temporal, una cualidad legendaria, sugerida y a la vez escamoteada por el constructo historiográfico, que consagra y monumentaliza instancias, actores y discursos a través de relatos excluyentes y jerárquicos para así poder construirse y ubicarse como Biblioteca.

A partir de todas y cada una de las marcas componentes de este paradigma es que considero que sólo una lectura alternativa del devenir cultural y social de las etapas fundacionales de nuestra historia independiente puede colaborar en completar el mapa de un pasado que, como todo mito de origen, parece esconder el secreto de nuestra identidad nacional y de nuestro presente. En este sentido ha resultado particularmente esclarecedora para mi trabajo de investigación la propuesta de Homi Bhabha con respecto a considerar la figura de la nación desde su ambivalencia e indeterminación conceptual, es decir, desde la posibilidad de visualizarla a partir de su vacilación entre el vocabulario y el efecto que esto tuvo en las narrativas y en los discursos que fundaban el sentido de "nacionalidad":

the heimlich pleasures of the hearth, the unheimlich terror of the space or race of the Other; the comfort of social belonging, the hidden injuries of class; the customs of taste, the powers of political affiliation; the sense of social order, the sensibility of sexuality; the blindness of bureaucracy, the strait insight of institutions; the quality of justice, the common sense of injustice, the langue of the law and the parole of the people (Bhabha, 1990: 2) Las posibilidades críticas que abre el paradigma diseñado por Bhabha -al que me siento tentada de calificar de "bibliotecológico"- me habilita para pensar la historia de la escritura de la nación argentina como una historia de inscripciones; inscripciones que fueran traducidas a consignas cuya particularidad estaba en aparecer como marcas de lectura proyectivas y progresivas. En la necesidad de delimitar un espacio de nación problemático, violento, desordenado, el letrado planta su escritura con las modalidades de anatemas, con tonos estertóreos, con señalamientos que pretendían presentarse como inobjetables,

Un letrado emergiendo como el "único ejercitante de la letra en un medio desguarnecido de letras, dueño de la escritura en una sociedad analfabeta [el] que coherentemente procedió a sacralizarla dentro de la tendencia gramatológica constituyente de la cultura europea. En territorios americanos, dice Angel Rama, la escritura se constituiría en una suerte de religión secundaria, por tanto pertrechada para ocupar el lugar de las religiones cuando éstas comenzaran su declinación en el XIX" (Rama: 33). De este modo, la violencia del letrado construye un monumento, escribe e inscribe el imaginario poético de la nación y se dirige tanto a sus compatriotas como al mundo (entendiéndose por "mundo", Europa). Estos letrados impusieron su violencia letrada en el imaginario social en la medida en que todo acto de fundación implica violencia. En síntesis: nos vemos enfrentados a la emergencia de una escritura que se diseña a partir de la construcción de modos de leer los actos de la nación naciente desde y con literatura.

Precisemos un tanto más lo arriba expuesto: la historia del período rosista expone la inscripción de escenarios beligerantes desplegados en torno a la lucha dada entre concepciones político-ideológicas dicotómicas y antitéticas; una emblemática manzana de la discordia -como dirá Sarmiento- donde "[sus protagonistas] después de haberse llamado realistas y patriotas, congresistas y ejecutivistas, pelucones y liberales, concluyeron con llamarse federales y unitarios" (Sarmiento,1845-1986:114). Pares dicotómicos que siempre representaron distintos modelos para el ordenamiento de la sociedad, lo que hizo percibir el espacio relacional de manera específicamente 'agónica'. Porque, como sugiere Bhabha, todo espacio nacional está constituido por disposiciones que competen a la asociación humana como societas (el reconocimiento de reglas morales y convenciones de conducta) y como universitas (el reconocimiento de un propósito común y un fin substantivo). En ausencia de su emergencia en una nueva identidad ellos sobreviven en dogmas competitivos –societas cum universitas- ‘imponiendo una particular ambivalencia entre todas las instituciones de un estado moderno y una ambigüedad específica sobre su discurso.

Podríamos afirmar entonces que, desde el imaginario político de la época, Juan Manuel de Rosas surge como una instancia necesaria de la conformación de la nación además de haberse instituido como el elemento que permitió aglutinar 'partes diversas' más allá de las diferencias con la oposición política.

En este sentido, desde 1830, y con una base fuertemente popular, había restituido una autoridad civil unificada, a pesar de su federalismo; dicho en otros términos, y aunque parezca contradictorio, fue Rosas el que convirtió en acto el ideal unitario, aunque en clave anti-liberal. Como el mismo Alberdi alguna vez sostuvo, Rosas había impuesto "las bases indispensables para cualquier institucionalización del orden político." (Halperín Donghi, 1982:20)

Desde esta perspectiva el Restaurador se presentaba como una figura particularmente contradictoria: negaba la inserción del territorio argentino a la marcha del progreso capitalista, aunque al mismo tiempo daba forma a los requisitos previos que eran necesarios para llegar a aquél. Si bien se reivindicaba como federal y partidario, por ello, de las autonomías provinciales, en los hechos organizó políticamente el territorio, favoreciendo de este modo una cierta unificación del mercado. Fuertemente católico, al punto tal de erigir al Estado de Buenos Aires en defensor de la fe, una de las causas por las cuales persiguiera la difusión de las ideas liberales, su período de gobierno fue la razón directa para que se produjera uno de los momentos de mayor expansión intelectual de la historia argentina.

En este contexto guerreante, Rosas aparece como el horizonte posible a partir del cual el país puede pensarse, ya fuere desde la adscripción a su figura o desde su rechazo. Será, en verdad, un país que se perciba desde la exacerbación de una teatralidad ex-puesta a la mirada y fundada sobre la materialidad del cuerpo político considerado a partir de una doble perspectiva: carga (im)pulsiva y carga textual. Así, las condiciones de proscripción en las que la intelectualidad argentina diera forma al proyecto de país hicieron que el discurso durante este período llegara a independizarse, cobrando cuerpo y contraponiéndose incluso a la realidad misma. Porque desde ese lugar-otro que fuera la proscripción, el grupo de jóvenes autodenominados como la Joven Generación (1)pretendió instalar un proyecto de nación que llevara la marca de su letra y borrara la de Rosas.

De esta suerte, imaginan la nación a partir de un horizonte eminentemente intelectual mientras se otorgan una identidad ficcional: la del letrado político o para ser más precisos el político de las letras. En este contexto, el proyecto liberal tenía como presupuesto organizativo el de "la eficacia excepcional de "las letras" -según lo analizara David Viñas. Se habla en esa época de "apostolado de las letras", del "espíritu de las letras", del "espíritu doblegando la materia", del "alma de la literatura". Todo ese ciclo se inscribe en el "horizonte ideológico sustentado en una etapa de apogeo de la literatura y de especial convicción en el privilegiado poder del escritor /.../ La burguesía romántica era espiritualista y edificante y el material didáctico en el que demostraba mayor convicción era el libro". (Viñas, 1974: 14-15)

Así, el territorio patrio sería visto (y sentido) como un libro en el que habría de inscribirse con letra agónica la narración imaginaria de un proyecto de nación, una tábula rasa que, una vez cincelada, portaría todas las marcas necesarias para lograr el mitificado progreso; y en ese sentido, América, en general y la Argentina, en particular, tenían la misión de erigirse como lo otro de España.

Nos enfrentamos de este modo a la construcción de una imagen de sociedad secreta enfrentada conspirativamente a su otro paradigmático: España, la Colonia, Rosas, los indios, el gaucho, los caudillos; elementos que veremos condensar en torno al archivo oriental, en explícita oposición a los que dieran sentido al archivo europeo. Efectivamente, para Julio Ramos: "[s]obre la particularidad americana se impone la figura (europea) del 'oriental'. Obsérvese sin embargo que el 'conocimiento' que busca producir la analogía es imaginado. El discurso se desliza del mundo referido al archivo orientalista que, como señala E. W. Said, más que una red de conocimientos de la realidad 'oriental', comprueba ser un discurso históricamente ligado al expansionismo decimonónico y a la propia constitución de identidad europeo, mediante la exclusión de los 'otros' y la consecuente delimitación del campo 'civilizado'" (Ramos, 1989: 22).

En este contexto, América es un otro que hay que modificar; una modificación basada, no obstante, en la imposibilidad de producir una síntesis superadora de las antinomias del pasado y las exclusiones del presente. Frente a esta pretensión de neto corte mesiánico, Rosas se les aparece como el Gran Obstáculo para lograr el progreso proyectado en la medida en que presupone, además, una visión paternalista del pueblo. Como Pater Patrias ha fundado su identidad política en la imagen del ciudadano modelo, imbuido de virtud cívica, que respeta escrupulosamente el orden legal y gobierna su ciudad con la prudencia de los antiguos.

Maestro de la manipulación de los lenguajes y de los símbolos políticos, Rosas buscaría presentar su régimen simultáneamente como el representante de los intereses y de la voluntad general de todos los ciudadanos y como aquel más específico de intereses parciales, sectoriales. En el caso, por ejemplo, de su base más firme de poder -la campaña- Rosas lograría diseñar con éxito una estrategia propagandística por la cual los intereses de esa región tendían a deslizarse hasta ocupar el lugar de los más generales de la provincia, identificación que se resumía en la representación republicana de la virtud agraria. El propósito que perseguía era cerrar las grietas abiertas por la revolución en el cuerpo social de la provincia, alcanzar la estabilidad institucional y reimplantar -desde el Estado y por la fuerza, si fuera necesario- el consenso de los años rivadavianos, para cuyo fin los lenguajes de la república, los emblemas que ellos articulaban y las figuras retóricas que provenían parecieron ser los más adecuados" (Myers, 1999: 297) Analicemos el escenario recientemente expuesto: por un lado Rosas, propietario -en sentido literal y metafórico- de las marcas constitutivas de la lengua republicana, es decir, de las tramas narrativas que hacían y decían el espacio político a partir de exclusiones e inclusiones precisas, carentes de toda ambigüedad; por otro lado, las herencias retóricas -y no sólo retóricas- de los lenguajes de la Madre Patria; una España colonial, a la que es necesario -asimismo- satanizar a fin de que la Nueva Generación pueda instalar (y, por ende instalarse en) la pretensión de 'crear' un lenguaje-otro(sic) que les otorgara la propiedad imaginaria de la letra americana. Desde esta perspectiva se producen las manifestaciones de hispanofobia, la acentuación de escenografías propias y el manejo del idioma con libertad, comodidad, desenfado y hasta arbitrariedad: en una proporción cuatitativamente significante recién con los hombres del 37 las palabras coaguladas en la inmovilidad de la colonia empiezan a vibrar, crujen, giran sobre sí mismas impregnándose de un humus renovado y adquiriendo otra transparencia, peso y densidad, o se resquebrajan y parecen licuarse desplazándose ágiles, con nuevas aristas, en insólitas alianzas o a través de prolongadas y maduras cariocinesis. (Viñas, 1964: 8-9) A partir de las posibilidades escenográficas que nos abre la cita delimitada, nos enfrentamos a la exposición de una concepción de un letrado que, abandonando el imaginario dieciochesco que concebía a la práctica literaria desde una perspectiva belle letrística, plantea subordinarse como práctica a la acción política concreta adoptando de Victor Hugo la consigna de militar como 'liberales' tanto en la política como en la literatura. Sus protagonistas serán exiliados de una nación inexistente a la que intentarán dar existencia objetiva pero ideal a través del gesto político y cultural que conlleva el armado de una biblioteca facciosa. Porque, [l]a literatura -modelo, incluso, del ideal de una lengua nacional, racionalmente homogeneizada- había sido el lugar -ficticio, acaso- donde se proyectaban los modelos de comportamiento, las normas necesarias para la invención de la ciudadanía, los límites y las fronteras simbólicas, el mapa imaginario, en fin, de los estados en vías de consolidación. (Ramos: 8) Integrada por un grupo de jóvenes provenientes de las élites letradas de Buenos Aires y el interior del país, esta Nueva Generación se piensa como la única heredera de la clase política que llevara adelante la Independencia (y sus ideales) -la que fuera precedida por una serie de fracasos organizativos cuya responsabilidad era atribuible a los grupos unitarios. Esto desencadenó los acontecimientos que llevarían a Rosas al poder.

Al nominarse como 'Nueva Generación", exponen su explícito intención de separarse de sus antecesores, al tiempo que se señalan como los integrantes de una clase letrada cuyo objetivo es hacer del principio de la soberanía de la razón su carta de presentación política. Surgidos como un círculo de pensamiento (2) alrededor de las ideas literarias y la práctica política de Esteban Echeverría, esta Generación intenta datar y fijar el momento fundacional de la nación. Es precisamente en este proyecto que Esteban Echeverría ubica su programa con el objeto de:

Examinar todas nuestras instituciones del punto de vista democrático, ver todo lo que se ha hecho en el transcurso de la revolución para organizar el poder social, y deducir de ese examen crítico vistas dogmáticas y complementarias para el porvenir..." (Echeverría: 209-210) Esteban Echeverría había organizado una propuesta social poniendo en funcionamiento las marcas más sobresalientes del romanticismo y la crítica de la revolución. La Nueva Generación no puede ser ubicada en el romanticismo de escuela aunque, sin embargo, comparte con éste su imaginario: aquél donde el paisaje convoca sus miradas, y se vuelve literatura. Una literatura que es práctica no sólo literaria sino política y que sirve para luchar con tanta dureza como con las armas.

2. Sarmiento, lector

Cada vida es una enciclopedia, una biblioteca, un muestrario de estilos donde todo se puede mezclar continuamente y reordenar de todas las formas posibles. (Calvino: 2)

Nacido en esta provincia remota de ese foco de la civilización americana no he podido formarme un género de estudios a este respecto, y si no fueran algunas pequeñas observaciones sin regularidad, hechas en la lectura de algunos poetas franceses que han llegado a mis manos, como igualmente ingleses y a la luz que puede suministrar las observaciones de La Harpe en su curso de literatura, cuando no hay suficiente caudal de instrucción para aprovecharla, diría que las reglas del arte me eran absolutamente desconocidas". Carta de Domingo Faustino Sarmiento a Juan Bautista Alberdi del 6 de julio de 1838. (Segretti: 4)

Estuve con el Emperador quien me recibió con suma distinción haciéndome mil preguntas sobre nuestras cosas. /.../ Preguntóme si yo había estudiado en la universidad de Buenos Aires y respondíle que era doctor montonero como tantos de nuestros generales, lo que le hizo reír mucho". Carta de Domingo Faustino Sarmiento a Bartolomé Mitre del 22 de mayo de 1852. (Segretti: 191)

Pese a que esta militancia fuera ejercida por toda una generación de jóvenes que harían de y con la letra literaria una escena de política nacional, será un no-participante (en lo real, aunque sí imaginario) de esa secta libresca el que le arme, escriba, inscriba, ocupe -y hasta agote- el paradigma figurativo a través del cual se podrá leer el emblema-Rosas; y ese no-participante (3) se llama Domingo Faustino Sarmiento, "un joven decente, pero sin fortuna, que aspiraba a hacerse un lugar sobresaliente en la azarosa vida pública de la Argentina que emergió, a fines de los años veinte, del fracaso de Rivadavia y del ascenso federal" (4).

Si para Ricardo Piglia (1994) Sarmiento es el fundador de la literatura argentina debido a que encuentra una solución para tratar tanto la libertad de la escritura como las necesidades de la eficacia política; para mí, crea un modo de leer la escena nacional que contaminará y contagiará a la Argentina-país de y con su gestualidad libresca.

En este contexto, me interesó ver cómo Sarmiento abre una instancia de ficción donde la categoría de literatura se ve tensionada hasta estallar y dar paso a una polaridad antitética a través de la cual se expone y publicita la escritura ficcional de un Juan Manuel de Rosas como emblema de nación en negativo. Me refiero, concretamente, a la tesión que se establece, a partir de su escritura, en los polos de la ficción y de la historia y la puesta en escena de un modo de leer lo político que hará de lo literario un modo de asentamiento teratológico en el canon nacional.

Ubicar a Domingo Faustino Sarmiento en este marco de análisis resulta por un lado obvio y por otro incómodo, o digámoslo explícitamente: obviamente incómodo ya que su estatura de escritor pareciera haber opacado su gestualidad lectora. Sin embargo, son infinitas las imágenes, las anécdotas, los micro-relatos propios y ajenos que lo muestran leyendo, es decir, tratando de aprehender desde la letra escrita, desde la forma-libro los modos de acceso a una cultura letrada percibida y sentida siempre desde con una salvaje alteridad.

En su brillante estudio sobre Recuerdos de provincia, Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo ubicaban la gestualidad (5) lectora de Sarmiento como la condición de su independencia intelectual:

rodeado de curas, alumno de algunos de ellos, Sarmiento al adquirir la capacidad de "leer muy bien" alcanza al mismo tiempo el acceso a la cultura sin la mediación de los letrados típicos de esa sociedad tradicional, los sacerdotes. Capacidad de lectura, adquisición de los instrumentos culturales y emancipación intelectual están en la experiencia personal de Sarmiento, fundidos. /.../ Sarmiento valora la lectura como la capacidad que lo colocó por encima de una sociedad iletrada, sin verse en la necesidad de recurrir a la carrera sacerdotal. De esta forma, en su experiencia, 'leer bien" /.../ es ya separarse del mundo del trabajo manual e ingresar en la sociedad de los espíritus cultivados (Altamirano-Sarlo, 1983: 29). Así, tendremos noticias acerca de un Sarmiento que asalta las bibliotecas truncas (6) de ese San Juan colonial para instruirse eclécticamente en ellas con la voracidad, con la desesperada glotonería, con la agónica desorganización de aquél que tiene y debe tapar los vacíos que la falta de una formación orgánica -Sarmiento es y será siempre un autodidacta (7) - le dejara como marcas indelebles; marcas que abrirán paso -y le abrirán paso- a esa gestualidad megalómana tan característica de su firma y sello de autor: Cuando como yo, no ha podido un joven recibir una educación regular y sistemada, cuando no se han bebido ciertas doctrinas a que uno se adhiere por creerlas incontestables, cuando se ha tenido desde muy temprano el penoso trabajo de discernir, de escoger por decirlo así, los principios que debían formar su educación, se adquiere una especie de independencia, de insubordinación que hace que no respetemos mucho lo que la preocupación y el tiempo han sancionado, y este libertinaje literario que en mí existe, me han hecho abrazar con ardor las ideas que se apuntaron en algunos discursos del Salón Literario de esa capital". (Segretti: 5) (s/m) Estamos en 1838, Sarmiento se dirige -y responde- a Juan Bautista Alberdi, un nombre literario brillante para la época, una "poética pluma [que ya] honra a la república'. En la carta que ha precedido a la recientemente citada, Sarmiento ni siquiera era Sarmiento; asistimos a la presentación de un tímido (sic) García Román, "un joven, que quiere ocultar su nombre [para] someter a la indulgente e ilustrada crítica de usted, la adjunta composición /.../ [y e]n su escasez de luces, y de maestros a quien consultarse el incógnito ignora aún, si lo que ha hecho son realmente versos. ¿Qué extraño es, pues, que acuda a quien pueda prestarle sano consejo? / Es pues por esto, que se atreve a esperar, que consagrándole algunos de sus ocios le instruya y note los defectos de su débil ensayo. Su silencio instructivo le enseñaría a respetar el Parnaso en lo sucesivo. / En tanto el desconocido espera que si sus versos merecen ser criticados, los devuelva anotados, dirigiéndolos a su obsecuente admirador, que quiere apellidarse por ahora / García Roman". ("1838, enero 1, San Juan. Carta de García Roman (Domingo F. Sarmiento) a Juan Bautista Alberdi" Segretti: 5) (s/m)

Retomo en este punto la figura del no-participante enunciada más arriba y que la carta confirma: Sarmiento no se apellida por ahora sino García Roman, hecho que lo muestra significativamente en la periferia de los acontecimientos que estaban protagonizando -y publicitando- los políticos de la letra de la nación naciente. Digamos aún más, su formación intelectual pareciera ser un tardío eco, en el San Juan de 1838-1840, de la experiencia cultural atravesada por la juventud ilustrada de Buenos Aires a partir de 1830: la súbita revelación del romanticismo.

Aclaremos la cuestión: los miembros de la Generación del 37 no fueron románticos de escuela, es decir, no pertenecieron al mundo contrarrevolucionario que, a fines del siglo XVIII, vuelve sus ojos hacia una remota república católica medieval con el objeto de que repare los horrores de la revolución burguesa, sino que estaban en la órbita de la sensibilidad romántica o, para mejor decir, de la retórica romántica de la sensibilidad, hecho que significó que, desde el punto de vista intelectual, realizaran una simbiosis entre romanticismo e iluminismo. Es precisamente en este contexto que David Viñas sostiene que:

[p]or eso puede decirse que si el liberalismo argentino en sus formulaciones iniciales es eminentemente libresco por tradición iluminista, sobre la figura del escritor del 37 se van condensando los signos que como grupo proyecta en ideales de vida: no sólo internaliza un modelo de universalidad elaborado por otros (imposible para él -además- por el desajuste entre los países centrales que admira y el país dependiente en que vive), sino que sus carencias se invierten en programa. Las faltas se tornan apetencias. El libro, idealizado, se hace Biblia y el escritor se propone como "elegido" en reemplazo del sacerdote en una sociedad que se quiere laica. (Viñas, 1974: 15) Así, las 'noticias' de esta revelación habían llegado a San Juan de la mano de José Quiroga Rosas, otro sanjuanino, quien al regreso a su provincia -tras una larga permanencia en Buenos Aires- informa no solo de las novedades literarias y culturales sino que provee un mensaje más preciso: la solución que la generación romántica había propuesto para superar la crisis política e ideológica que atormentaba a la Argentina. "De esa solución, punto de partida de las que a su vez va a elaborar Sarmiento, nos queda una imagen a la vez seca y ampulosa en el hoy llamado Dogma socialista (8), breve texto redactado en 1838 por Esteban Echeverría con la colaboración para algunos pasajes de Juan Bautista Alberdi" (Halperín-Donghi, 1958: xi)

Seguimos, entonces, en 1838: Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, José María Gutiérrez, entre otros muchos, hacen circular sus nombres letrados desde sus escritos literarios y publicaciones periódicas, es decir que sus voces ya tienen peso beligerante en el espacio de la república rosista; mientras tanto, Domingo Faustino Sarmiento, quien todavía se apellida García Román, lee y ensaya -desde su libertinaje literario- los modos de (re)presentarse un nombre autorizado en la letra patria. Su asalto a ese espacio público se dará, siempre, en forma transversal; siempre agónicamente desaforado; siempre estertóreamente descentrado, circunstancia ésta que hace posible percibir las estrategias retóricas, los gestos escénicos, la pretensión protagónica, en fin, a partir de la cual Sarmiento arma su personaje-Sarmiento.

Y para ello cuenta -en el doble sentido del término- con las posibilidades de ficcionalización que le ha brindado su trayectoria de lector anárquico y ecléctico. Cabe señalar, asimismo, que considero los rasgos de ficcionalidad que operan en los discursos -y se potencian en el literario- como modalizaciones no reductibles al eje verdadero-falso en el mundo de la experiencia, es decir, modalizaciones que se arman "sin pretensión de referencialidad"; ya que si bien ello no excluye la posibilidad de que la referencialidad exista para ciertos elementos del discurso o para discursos completos, es posible considerar al modo ficcional de los discursos como un caso particular de "polifonía". Allí el Enunciador no tiene otra existencia que la intra-discursiva, donde él se constituye en el interior mismo de los discursos, como un yo-originario fictivo que desvanece al Locutor, el yo-originario-real. Así veremos 'operar' al personaje-Sarmiento, atravesando y atravesado por las voces lectoras que le hablan desde su canon personal (9).

Este canon contemplaría el azaroso recorrido del siguiente catálogo: una primera capa que es legado de la cultura eclesiástica colonial con lecturas edificantes y obras histórico-eruditas (uno de los primeros libros que Sarmiento habría leído es la Historia de España del jesuita Masdeu). Seguidamente, Sarmiento habría descubierto los catecismos editados en Londres por Ackermann; catecismos que podrían ser pensados como una especie de manuales, que resumían tanto preguntas cuanto respuestas acerca de temas como "Leonidas y Bruto, Arístides y Camilo, Harmodio y Epaminondas".

Asimismo, la Biblia -en la época sanjuanina y puntana- convocó su interés desde dos puntos de vista: el de la ejemplariedad de la historia de vida narrada y el de la descripción del paisaje palestino como 'referencia' cercana y lejana, a la vez. También, a sugerencia de sus tíos, los clérigos Albarracín y Oro, Sarmiento leería la Autobiografía de Franklin; lecturas que irían diseñando en su imaginación lectora los modos de ficcionalizar tanto las historias de vida como las historias de mundo. De modo -afirma Halperín Donghi- que "cuando conoció a "Villemain y Schlegel en literatura; Jouffroy, Lerminier, Guizot, Cousin, en filosofía e historia; Tocqueville, Pedro Leroux en democracia...', pudo realizar una libre lectura de todos ellos, obtener de ellos lecciones algo distintas de las extraídas por Echeverría o Alberdi. Esas diferencias comienzan por ser más implícitas que expresas; de allí que Sarmiento y sus lejanos maestros de Buenos Aires parezcan hallarse siempre en délicatesse: Sarmiento les otorga el respeto sincero que el discípulo debe a sus inciadores, pero sigue su camino; los maestros contemplan ocultando tan cortesmente como pueden su desaprobación..." (Halperín-Donghi, 1958: xv)

Como enunciábamos más arriba: Sarmiento es un no-participante del círculo aúlico generacional y ese costo no sólo debe asumirlo sino que, en muchos sentidos, deberá pagarlo a lo largo de toda su vida. En el caso que nos ocupa, la paga resultaría desmesurada en la medida en que significó la fundación literaria de una biblioteca nacional, con un solo libro: el Facundo; un libro que -como afirma rencoroso Alberdi (Alberdi: 217) - "es a la vez El Benavides, el Rosas, El Chacho, es decir, una galería, una biblioteca". Un libro, que como confirma Piglia, es una proto-novela, una máquina de la novela, un museo de una novela futura porque está construido entre la novela y el estado: anticipando y anunciando a ambos. Un libro, digamos finalmente, que inscribe un modo de leer la historia política desde la ficcionalización de un personaje estallado en mil fragmentos metonímicos: Juan Manuel de Rosas, su otro paradigmático, tema y asunto de la Biblioteca armada con el objeto de sentar las bases que sacralizarían la letra facciosa de un canon nacional. Porque -como afirma Noé Jitrik- "[l]a obra de Sarmiento misma implica una canonicidad posible, en tanto se formula como un "deber ser" /.../. (Jitrik: 33)
 
 

Notas

(1). La Nueva Generación se vería como la única guía intelectual y política posible de la nación; Marcos Sastre, por ejemplo, explicaba así el rol protagónico que le cabía a la juventud letrada de esa época: "La nación tiene en su seno una juventud -afirma- adornada de las más bellas cualidades que puedan ennoblecer al hombre; una juventud dotada de los más puros, nobles y generosos sentimientos; llena de capacidad, animada del más grande amor a la sabiduría, y de los más ardientes deseos de consagrarse al bien público. Con tanta virtud y talento, con tan poderosos elementos, ¿qué cosa habrá, por ardua y grande que sea que no pueda alcanzarse?". (Weinberg, 1993: 124)

(2). Juan María Gutiérrez, él también integrante de ese círculo, lo hace crónica cuando compila las Obras Completas de Echeverría y dice: "Como Echeverría había permanecido fuera de su centro y educándose en Europa, no conocía de cerca cierto grupo social, que como una corriente pura circulaba por Buenos Aires y bajaba con ímpetu, curiosa de mayor saber, desde las alturas laicas de la Universidad y del "Colegio de Ciencias Morales". Sin embargo, una atracción secreta y recíproca aproximaba las dos entidades y comenzaron a ponerse en contacto en el "Salón Literario". Era éste una especie de institución o academia libre a donde concurrían a leer, a discurrir y conversar muchos amigos de las letras, y entre éstos el autor ya afamado de Los Consuelos y de La Cautiva... él se presentó allí y [mostró] propósitos innovadores que dejaría traslucir en sus conversaciones con los concurrentes al Salón. La mayor parte, y la más dedicada de entre éstos, componíase de discípulos aventajados de las escuelas mencionadas; de manera que Echeverría tuvo allí por auditorio una juventud apasionada por lo bello y por la libertad. Pero como muy pronto los celos del poder absoluto disolvieron aquella brillante asociación de inteligencias, fue indispensable recurrir al trabajo sigiloso de un pensamiento verdaderamente argentino por su atrevimiento y trascendencia, que pertenece exclusivamente a Echeverría y a la juventud que se le asoció para llevarle a término. Nos referimos a la "Asociación de Mayo" y al Dogma Socialista que nació en su seno". (Gutiérrez: 34)

(3). Esta imagen del no-participante me la sugiere el mismo Sarmiento en una carta dirigida a Alberdi fechada en San Juan el 6 de Julio de 1838 cuando afirma que [e]n cuanto a la gloriosa tarea que se proponen los jóvenes de ese país y que usted me indica, de dar una marcha peculiar y nacional a nuestra literatura, lo creo indispensable, necesario y posible. Si pudieran valer en ésta los pequeños esfuerzos de un número reducido de amigos, amantes de la civilización, contribuiríamos de todo nuestro corazón a tan plausible objeto; por ahora puede contar usted con mi decisión. Cuando como yo, no ha podido un joven recibir una educación regular y sistemada, cuando no se han bebido ciertas doctrinas a que uno se adhiere por creerlas incontestables, cuando se ha tenido desde muy temprano el penoso trabajo de discernir, de escoger por decirlo así, los principios que debían formar su educación, se adquiere una especie de independencia, de insubordinación que hace que no respetemos mucho lo que la preocupación y el tiempo han sancionado, y este libertinaje literario que en mi existe, me ha hecho abrazar con ardor las ideas que se apuntaron en algunos discursos del Salón Literario de esa capital". ( Segretti: 3)

(4). La cita pertenece a Carlos Altamirano en un trabajo introductorio a una edición del Facundo realizada para la editorial Espasa Calpe. Con referencia a la categoria decente -y en nota a pie de página- Altamirano efectúa una aclaración a la que considero de relevancia para el desarrollo que venimos realizando. En este contexto, la "condición de decente remite a las divisiones y jerarquías sociales propias de la estructura social vigente bajo la colonia, en que no era sólo la fortuna la que trazaba las fronteras entre las diferentes categorías, sino también la raza y el color. La gente decente se identificaba como blanca frente a la población de origen indio, africano o mestizo. Si bien quienes ocupaban la cumbre de la estructura social eran decentes, no todos los decentes pertenecían a esa cumbre. La distinción siguió obrando después de la independencia, y Sarmiento era uno de esos descendientes de las ramas pobres de la gente decente." (Altamirano, 1993: 8).

(5). Continuando con las posibilidades metafóricas que nos brinda la dramaturgia me propongo instalar en este marco la concepción de la gestualidad no definida a partir de sus efectos comunicativos, sino productivos. Así, la gestualidad podría llegara operar como un espacio de producción de signos. Dice Pavis: "Por ejemplo, GROTOWSKI se niega a separar el pensamiento de la actividad corporal, la intención de la realización, la idea de su ilustración. Para él, el gesto es el objeto de una búsqueda, de una producción-descifración de ideogramas: nuevos ideogramas deben ser buscados constantemente y su composición aparecerá inmediata y espontáneamente. El punto de partida de estas formas gestuales es la estimulación y el descubrimiento en sí mismo delas reacciones humanas primitivas. El resultado final es una forma viva que posee su propia lógica" (Pavis: 241-242.).

(6). En su Facundo dice: "Yo no he tenido otra instrucción hasta el año 36, que la que esas ricas, aunque truncas bibliotecas, pudieron proporcionarme". (Sarmiento: 72)

(7). "La existencia del espacio académico con su jerarquía y su sistema de promoción se convierte, para el autodidacta, en la prueba visible de su diferencia que no puede vivir sino como mortificación. A Sarmiento le faltan todos los títulos que se adquieren según los procedimientos formales: no tiene herencia material ni apellido, no ha hecho carrera militar ni pertenece al clero como sus parientes más ilustres, no es, ni siquiera, doctor." (Altamirano-Sarlo: 32)

(8). El Dogma Socialista (1838) texto fundador de los principios políticos sustentados por la Joven Generación, tuvo la pretensión de dar un programa de acción política a los sectores ilustrados argentinos, en un intento de corregir los desvíos del partido unitario rivadaviano. Recuperando los valores de la Revolución de Mayo, el Dogma buscaba ser una síntesis entre aquellos valores y la realidad de un país que aparecía en un primer análisis como refractario a los principios iluministas; de esta manera la incipiente intelectualidad argentina pretendía recuperar la hegemonía política que perdiera con la caída de Rivadavia. Esta recuperación de los ideales de Mayo es propuesta por Echeverría como un programa socialista saintsimoniano de reconstrucción nacional, y, por ello mismo, como la realización de una lucha de "la fuerza del bien" contra las fuerzas retrógradas del pasado español.

(9). Si bien resulta un tanto 'obsesivamente ingenua', la propuesta de Alastair Fowler acerca de las variadas funcionalidades del canon ha encontrado amplia aceptación. Mi interés en convocarla aquí radica en mostrar más sus limites que sus alcances, no obstante, creo que para el recorrido de argumentación que vengo imprimiendo a esta tesis, el paradigma funcional del canon operaría más en sentido metafórico que literal. Desde esta perspectiva, entonces, instalo la clasificatoria de Fowler en lo referente a que el canon potencial "comprende el corpus escrito en su totalidad, junto a la literatura oral que aún pervive". El canon accesible es la parte del canon potencial disponible en un momento dado. Las listas de autores y textos serían los cánones selectivos. Lo que Fowler llama canon oficial pareciera ser un entrecruzamiento de esas listas. Y lo que los lectores individuales "conocen y valoran" son los cánones personales. Finalmente, el canon crítico se construiría con aquellas obras, o partes de obras, que son tratadas por los artículos y libros de crítica de forma reiterada. (Fowler, 1982)
 
 

Bibliografía

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