La ciudad criolla, La Habana según Marta Traba
 
 

Luis Correa-Díaz

University of Georgia





Este ensayo rescata del olvido el texto periodístico "El son se quedó en Cuba" (1966) de la escritora y crítica de arte argentino-colombiana Marta Traba (1930-1983), lo examina a la luz de su provocativa composición y de la controversia que suscitara al momento de ser publicado y, además, lo sitúa en el contexto de los testimonios de viaje a Cuba producidos por intelectuales a partir de los primeros momentos de la Revolución hasta la actualidad, corpus este último que no ha sido todavía examinado a cabalidad y que representa uno de los desafíos futuros para los estudios literarios y culturales latinoamericanos.

This essay recovers a forgotten newspaper article, "El son se quedó en Cuba" (1966) by Argentinean-Colombian writer and art critic Marta Traba (1930-1983). The main critical purpose is to analyze its provocative arguments and controversial reception at the time it was published, and also to place it within the context of travel testimonies about Cuba produced by intellectuals since the beginning of the Revolution up to date. This testimonial corpus has not been fully examined, which represents one of the future challenges for the Latin American literary and cultural studies.

La Habana se dibuja, crece, se define, sobre el cielo luminoso del atardecer. Y con esa visión que se precisa, extiende y profundiza, se afirman los valores eminentemente espectaculares de la ciudad. Alejo Carpentier
 
For the most part we see travel as escape, getting away, going somewhere "else" –often inhabitated by "others" whose dissimilarities will be exaggerated and exoticized, and whose similarities will be dismissed or hidden, although for them, "somewhere else" is home. Lucy R. Lippard
 
                   Dirán que pasó de moda la locura.
                                                                      Silvio Rodríguez (1)  
empeñada en persistir, en sobrevivirse: Este es un verso del poema "La vuelta a la ciudad" del libro de poesías Historia natural de la alegría (1952: 109) de Marta Traba. Ciertamente la ciudad que la autora tuvo en mente al redactar ese texto era muy otra que la capital cubana. Sin embargo, algunos de los versos de este poema, como el que aquí encabeza este párrafo y otros como el inicial de aquel poema: "Desahuciada de luz"; o como éstos que son, más que una exclamación, una sutil advertencia al viajero:
 
Ah, bienamada la ciudad que se camina con alas,
que se goza desde la primera puerta
con el corazón ardido,
llagado de amor,
dispuesto al bien y al mal,
omnipotente! (110),


sin embargo, digo, tales versos me recuerdan a La Habana de un viajero inmóvil como yo que no la ha visto nunca pero que la conoce de otras maneras; o me estoy inventando, al amparo de otros escritos, un modo de entrar en la materia de estas páginas que traen a la memoria unas que escribiera Marta Traba, en los sesenta, sobre la urbe cubana y que hoy, dado el estado de la cuestión, deben rescatarse y ponerse en relación con los actuales discursos descriptivos que narran (muchos a través del arte fotográfico [2]) la experiencia de un viajero a la isla.

Marta Traba, argentina de nacimiento y colombiana por adopción, fue una ciudadana peregrina –por vocación y exilio- a lo largo de su vida: Bogotá, San Juan, Caracas, Managua, entre tanta otras americanas, y europeas, por cierto, como la inevitable París. Y, como se sabe, ella llegó a ser "una de las mejores críticas de las artes plásticas, en América Latina," al decir de Juan Gustavo Cobo Borda, quien no deja de señalar esa otra faceta: "y una novelista que se había ido haciendo, a sí misma, con severo entusiasmo, hasta lograr esa concreción indudable que es Conversación al Sur, 1981." Es decir, tanto por haber sido crítica de artes plásticas como también novelista (y poeta de un libro juvenil), Marta Traba adquirió, en especial por su ojo escribiente y escripto, la libre cuidadanía que otorga la república de las letras. En una palabra, fue escritora, una intelectual de esa alegórica ciudad letrada diseccionada culturalmente por Angel Rama, esto aunque en la práctica el objeto privilegiado de su mirar haya sido otro, no los meandros de la escritura, sino ese hombre americano a todo color de quien la crítica trabara una extensa y cuidada iconología. (3)

Al recorrer, entonces, la extensa bibliografía de Marta Traba, me encontré con un libro olvidado y raro, en el sentido más provocador de este término. (4) Se trata de El son se quedó en Cuba (1966), calificado genéricamente por Eduardo Gómez, su prologuista, como perteneciente al "periodismo documental y sociológico." (El son8) En él se reúnen -"previa consulta con la autora" (El son36)- cuatro artículos publicados en los primeros meses de 1966 por Traba en la revista colombiana de la época llamada Cromos. Al final se añade una conferencia autobiográfica del desarrollo intelectual y político de la autora, "pronunciada en el II Festival de Vanguardia –Cali, 1966-" y titulada "Yo elegí la libertad." (El son53-65). Entre la conferencia y los artículos se incluye una sección bajo el lema "Polémica" (El son37-51) que recoge una serie de reacciones adversas de los lectores/as de la revista a las opiniones de la autora (aparecidas en mayo de 1966 en "El Tiempo" de Bogotá), incluso una "Respuesta de Marta Traba" a una de sus detractoras. (El son41-43) De acuerdo al prologuista, estas respuestas se incluyeron con el fin de que el lector efectuara "una confrontación superficial entre las ideas de Marta Traba a este respecto [la Revolución Cubana] y la de algunos de sus contradictores" (El son8), lo que le da al libro, pese a su carácter circunstancial en la obra de Traba, una vivacidad testimonial –tanto la del objeto como la de la materia discursiva de éste- poco común hoy en día, cuando la polémica, que no hay que olvidar que es un antiguo arte, se evita medrosamente en casi todas las situaciones públicas. Pero en su momento esta mujer fue, queriéndolo o no, una polemista consumada, debido a tener una de esas personalidades apasionadas que exponen sus ideas, aunque éstas sean a veces contradictorias, como ella misma lo defendiera al decir que se tenía por una intelectual con "una capacidad considerable de movimiento mental, de reflexión y contradicción." (El son9) (5) Su vida fue así una permanente polémica en todos los órdenes, tanto en su quehacer como crítica de arte, (poeta-)novelista-cuentista, promotora cultural y, por supuesto, como mujer letrada. (6) Por eso Traba, testigo activo de su tiempo, también participó con su voz en esa controversia de los intelectuales en relación a la demanda de aquella época: en general, la definición del compromiso político del intelectual; y en particular, la definición de éste respecto a la Revolución Cubana. Sobre ambas definiciones la autora se demora en todos los textos –una vez artículos periodísticos, respuesta y conferencia, como ya se indicó- que componen El son se quedó en Cuba, evidentemente para establecer las coordenadas de su perspectiva, lo cual no oculta un gesto defensivo típico del arte de la polémica. De la primera dice en "El son se quedó en Cuba": "Creo pertenecer a la clase de los intelectuales malditos que rehusan cualquier forma de militancia convencidos de que ésta recorta la visión, mientras que el anhelo de un hombre que piensa debe ser el de abrir sin cesar y cada vez más ese pensamiento." (El son9) Posición ésta que le sirve para distinguir las observaciones de su visita y testimonio sobre Cuba, para asegurarle al lector –con quien dialoga tratándolo de "usted"- que lo suyo no se sitúa dentro del discurso testimonial de la intelectualidad militante (marxista o comunista); y así se disculpa por extenderse en este punto apenas empezado su texto:

pero no podía hablar de Cuba sin presentar este pasaporte para pedirles a los lectores que estén tan desprevenidos como yo lo estuve, que tengan las mismas reservas de dudas que yo llevaba al desembarcar en La Habana, y que se sientan tan libres como yo me he sentido y me seguiré sintiendo frente a todos los procesos sociales que, de cualquier naturaleza que sean, conlleven la alienación o el sojuzgamiento de lo mejor del hombre: su derecho a pensar." (El son… 10) (7) De la segunda definición que enfrenta(ba) el intelectual en esos momentos, sus textos registran una aprobación jubilosa –aunque condicionada a su gran defensa, la libertad de pensamiento-, que le hace sumarse a la voz colectiva que se oye (lee) en algunos de los carteles de la ciudad: "«Vas bien, Fidel»" (El son13) – adhesión basada en lo que ve de positivo en el nuevo proceso social(ista) de la isla y en una crítica a la democracia acomodaticia de ciertos sectores y países que han falseado tal sistema, así en "Yo elegí la libertad" puntualiza: La irrisión que nuestros dirigentes han hecho de la democracia, ha terminado por disminuir a cero el valor de ese concepto. Ya no podemos, por consiguiente, alcanzar la democracia como una meta porque esa palabra ha sido falseada y pervertida, liquidado el concepto, tergiversada la significación. Abandonando los conceptos, he llegado a la conclusión de que debemos adherir a tal o cual régimen político por sus resultados, sin miedo alguno acerca del calificativo conque unos y otros lo designen. Ya no hay más que una verdad, y es el hecho objetivo, la revolución que produce el cambio y transforma la vida de la gente. Y nada hay tan inobjetable y preciso, en este terreno real de las realizaciones, como la revolución cubana." (El son… 60) (8) Marta Traba elabora en sus artículo muchos otros sutiles y apasionados argumentos que trata(ba)n de conciliar su decisión de adherir a "lo positivo" de la revolución cubana (por ejemplo: educación/alfabetización, promoción popular, igualdad social, mejoramiento económico para la mayoría olvidada, incluso el bienestar del artista) con su permanente demanda libertad de pensamiento como derecho/deber humano, y con lo negativo de los cambios revolucionarios (por ejemplo: "el castigo [y muerte] al contrarrevolucionario" y el exilio, frente al cual vacila en definirse, llegando a sostener la tesis de la necesidad de lo ‘supraindividual’, pero que termina por reconocerlo como un grave problema [9]) cosa que le enrostra(ba)n sus detra(le)ctores, "gente afectada en sus intereses, su ideología o sus convicciones personales por la revolución cubana." (El son… 43) Si la autora logró o no la conciliación de estos aspectos en sus testimonios, eso está por juzgarse con menos resentimiento que el que despertaron en aquel entonces y, por lo mismo, con más lucidez, para situarlos dentro de su trabajo y resposabilidades intelectuales.

Por lo tanto, este libro (circunstancial) -y cada uno de sus textos- tiene de por sí un sobrado interés, pero no sólo en relación a la bio/blio/grafía crítica de Marta Traba. Forma parte de ese corpus testimonial (todavía sin haber sido constituido como tal), de esos incontables relatos de viaje que produjeron intelectuales de variada procedencia a raíz de su experiencia en la Cuba revolucionaria durante los sesenta y los setenta. Estudio éste que indudablemente deberá trascender –aunque no dejar de observar- esa división que proponía Traba entre testigos militantes y no militantes, para no caer en la simpleza de otorgar a unos o a otros una cierta aura de veracidad u objetividad a priori, peligro del que, sin embargo, la autora fue consciente. Las preguntas que tal estudio deberá formularse e intentar responder son muchas. No obstante, todas ellas de una manera u otra descansan en el tema de la responsabilidad del intelectual –del escritor, en la mayoría de los casos- ante los procesos socio-políticos y en su rol como crítico cultural. Además, y esto lo digo aquí a título muy personal, guiado por esa fugaz audacia que se pone en proyectos que (algunos sabemos que) nunca realizaremos, por la razón que sea, aquel estudio debe completarse comparando los testimonios de aquella época con los producidos a partir de los noventa, que son de otra naturaleza y que ya no vienen, por lo general, de viajeros intelectuales, por lo menos no de intelectuales al antiguo uso –de aquel tipo de apenas hace dos décadas. Y, por supuesto, ya que hablar de Cuba desde la óptica de un extranjero ha sido un asunto históricamente constante, tal estudio ha de interesarse en todo ese rico y complejo material que se viene acumulando desde siempre, donde tendrá que comentarse, por ejemplo, To Cuba and Back de Richard Henry Dana, Jr., publicado por primera vez a mediados del siglo xix.

De ahí mi interés particular en este libro de Marta Traba, pues me parece que habrá de formar parte de ese corpus testimonial. Sin embargo, no es el propósito estas páginas dilucidar su lugar en él, tampoco hacer una crítica (cultural) exhaustiva de este documento en relación a la obra y al perfil ideológico de la autora. Por lo pronto quiero comentar la descripción de la ciudad, La Habana –que lo más bien puede verse, en muchos aspectos, como una metonimia del país y de su ‘esencia’ nacional-, que se lee en los artículos que componen El son se quedó en Cuba, especialmente en el primero de ellos y que da título y ritmo al libro.

Si se examina la obra y la vida de Marta Traba se verá con claridad que el espacio urbano, tanto en su aspecto físico como mental y cultural, aparece como un tema determinante y recurrente. Su preferencia por lo urbano, en contraste con otros tipos de paraísos, aunque aquél suene a infierno muchas veces, puede verse anecdóticamente en este comentario tomado de su nota "El fetiche entre los campos" que relata sus observaciones sobre la paradójica cultura estadounidense apartir de su experiencia en Middlebury College (Vermont): "no hay nada más quieto ni vacío que un pueblo de provincia." (Zea 283) Es así que (su declaración de amor a) la ciudad en plural –latinoamericanas, europeas y universales (10)- y, por cierto también, su condición de ciudadana natural, son uno de los virtuosos pecados capitales de su existecia, de su obra y de su labor magisterial –entremezcladas estas tres instancias, así: vividas, escritas y cultivadas en tránsito, con mucho de ese antiguo espíritu y tesón peripatéticos de quienes saben que su ciudadanía es un estado interior que busca y hace suyas, por una breve eternidad, ciertas posadas amables del camino.

Lo que queda claro al leer ese mirar de Marta Traba a la ciudad es la equivalencia de este acto con el de mirar la cultura. Así en este caso de la ciudad capital cubana, cuya "condición criolla" por excelencia describe en una especie de oda visual a sus maravillas arquitectónicas. (11) La equivalencia entre ciudad y carácter popular está a la vista:

pero lo criollo no está sólo en una manera de construir sino en una manera de vivir prolongándose, estirándose y gozando de patio a patio […]; de perderse en jardines selváticos, de sestear y soñar […]; de ser así, indolentes, anárquicos, surrealistas […]; arrastrando cosas, los pies, las caderas, la Virgen de Regla, los collares yoruba […], y una historia actual, al fin, sangrienta y heroica, pero que rechaza con pudor todo dramatismo; y que puede vertirse en cualquier forma verdadera de la idiosincracia cubana. Inclusive en son." (El son… 11-12) Y queda tan claro como lo anterior que la mirada suya persigue una esencia, lo cual no implica no reconocer los matices o, en su caso extremo, lo(s) excluido(s) de esa "idiosincracia" cultural de un pueblo. Por lo pronto, la ciudad (capital) y la cultura cubana.

El artículo "El son se quedó en Cuba" –así los demás, aunque menos evidentemente- se construye polémicamente como una respuesta-testimonio de un intelectual independiente que regresa, un relato de experiencia narrado en tiempo presente y como una invitación de la testigo al lector a acompañarla: "Ya llegó usted, ya la vio [La Habana y, por ende, Cuba aquí], ya se ha dado cuenta que el son se quedó en Cuba. Ahora recorrámosla juntos." (El son11) La referencia al "son" se estable en relación a la afirmación ("lugar común") de "los medios anticastristas" de ese entonces que propagaban en un gesto metafórico y furibundo, en cuanto resumía su condición de desplazados (exiliados), que "el son se fue de Cuba", como lo registra Traba al dar inicio al recuento de su estadía en la isla. (El son10) No obstante, en ambas posiciones lo común es ver –y, también, hacer confluir- en el son lo esencial/distintivo de la cultura cubana. En palabras de la autora esto se oye así:

el son, es decir la alegría, es decir el pregón de la comparsa, la rumba, es decir el congo, es decir aquella irreprimible exuberancia que condicionaba al ser cubano y coloreaba la noción elemental de lo antillano." (El son… 10) Pero, Marta Traba al llegar a La Habana con el temor de que las afirmaciones (vaticinios) contrarrevolucionarias sean ciertas –"Así llega usted a la ciudad, esperando que la ceniza caiga sobre su cabeza hundida entre los hombros." (El son10)-, descubre, de acuerdo a su mirar la cultura cubana in situs, al recorrer la ciudad, da testimonio de que tales proclamas "anticastristas" están equivocadas.(12) Por eso afirma que el "son [sí] se quedó en Cuba." Luego se hace una pregunta muy importante que revela su esfuerzo de ver las cosas con la mayor lucidez posible. Si el son –aquí la cifra primera y última de lo cubano, excesivo, desbordante, natural e inocentemente alegre- no salió, entonces qué ha pasado con esa idiosincracia: ¿Qué pasó con ese gran temperamento al quedar frenado y ajustado por el socialismo? ¿De qué manera, por qué brutales fórmulas coercitivas los cubanos han podido superponer a su imagen desenfadada y supersensual la imagen de los tardos, lentos, cuadrados rusos que define con causticidad el cubano Edmundo Desnoes en su libro Memorias del subdesarrollo?" […] "¿Cómo se pudo borrar esa ciudad, cómo se pudo escenificarla y amortajarla, cómo se pudo liquidar el sol-son para que apagada y callada, entrara en los férreos cuadros del pensamiento marxista-leninista?" (El son… 10) La solución a este enigma del visitante para Traba está en la alegría y en la dignidad recuperada que observa en el bullir cotidiano de la ciudad orientada ahora hacia las tareas que la revolución demanda. A testimoniar esto (en los aspectos de reurbanización, educación, defensa, etc.) consagra éste y sus otros artículos, "Los niños cubanos", "El revés de la trama" y "La invasión a Cuba." En "El son se quedó en Cuba" lo sintetiza así: Al fin, levanta usted la frente del polvo; y esta ciudad tan bella está ahí como siempre, dislocada y alegre, extendida en los fuerte españoles como una Cartagena mayor, […] imposibilitada de ser nada distinta de ella misma; balanceándose como un badajo poderoso entre lo puro español y lo criollo, La Habana perpetua de Carpentier, ya redimida de su triste papel de casa de jolgorio del Caribe y devuelta a su plena idiosincracia." (El son… 11) (13) Razón podrá tener en esto Marta Traba, en haber visto en el proceso revolucionario –aunque éste tuviera "un período represivo y brutal" (14) - una renacimiento que recuperaba "la infinita poesía y dignidad de La Habana criolla" y de la gente cubana. (El son12) Y esta conmovida observación no queda invalidada si se argumenta en su contra, aparte de las críticas que como se ha dicho aparecen en este mismo libro, las supuestas desviaciones a la ciencia de la realidad de quien sustenta un socialismo de corte utópico.(15) Tampoco pierde validez ese mirar suyo cuando en 1971 la autora se separa públicamente de la Revolución Cubana, cosa que recuerda al hablar de sus "increíbles peleas": "De la misma manera pasional me entregué en cuerpo y alma a la revolución cubana, viéndola como un proyecto original y autónomo del socialismo que todos soñábamos. Cuando tuve la desgraciada certidumbre, de que se alineaba en la órbita soviética, me separé públicamente, con las consecuencias imaginables." (Sección "Entrevista Atemporal", Zea 341-342) (16) Sin embargo, como digo, la posición de Traba la analizarán o juzgarán otros, probablemente y es de esperar que sea en el contexto de ese estudio de los testimonios sobre Cuba de los intelectuales de aquel entonces. Lo que me interesa señalar por el momento a mí y para terminar, tiene que ver con el cómo se articula la visión que Traba tuvo de La Habana con la que ahora se está viendo aparecer en diferentes medios, y cómo aquélla la anticipa y, por lo mismo, se traiciona involuntariamente.

En esa misma respuesta con que Traba responde a su pregunta de qué pasó con la idiosincracia cubana al producirse los cambios políticos y culturales a partir de 1959, en ese argumento suyo de una poética de la dignidad recobrada (ciudad y pueblo) hay -en el revés de su trama y cotejado con la exaltación de lo criollo que hace la autora, criollicidad que evidentemente antecede a la Revolución y que en construcción, por ejemplo, es producto colonial(izado/r)- una constatación inconsciente: el ritmo social y la estética arquitectónica revolucionarias no son la esencia de lo cubano, por más dignidad que hayan traído. En el fondo, se podría decir que aparecen como incompatibles la admiración estética que siente/expresa Marta Traba por La Habana criolla y su celebración del nuevo sistema político-social(ista). Podría incluso decirse que Traba se olvida, impensadamente, que el espectacular museo urbano (vivo) que es La Habana, es el resultado de una historia determinada y de un ordenamiento social igualmente determinado, y que el nuevo orden supone (ideológicamente) su desmantelamiento como tal, aunque se haga bajo el noble y just(icier)o prurito de la redistribución (económica, espacial, etc.) popular –y se haya visto impelido además por el (progresivo) aislamiento internacional de Cuba y su consecuente deterioro y empobrecimiento. (17) También hay en este testimonio de Traba una pasión divergente entre lo criollo señorial –del cual es, principalmente, producto La Habana de los "pórticos", "corredores", "la excelencia en las fachadas de las casas particulares", "la maravillosa fachada de la Catedral", entre otras cosas- y lo criollo de índole popular, del cual es producto, por ejemplo, el son. Por lo tanto, si la esencia es ésa, la etapa revolucionaria no puede ser sino el paréntesis de un sueño igualitario (heroico, por cierto) impuesto a un criollismo que queda en esas circunstancias resignado, latente, motivo de toda suerte de añoranzas confesas y secretas.

Esto, y en lo tocante al son como signo por excelencia de lo cubano de acuerdo a la polémica Traba-detra(le)ctores, ha venido a consolidarse con el suceso de alcance internacional llamado Buena Vista Social Club -compact disc (1998), película-documental musical (1999), libro (2000), giras del grupo a Europa y los Estados Unidos (1998 hasta el presente) y todo el fenómeno cultural de finales de los noventa del que, en general, resulta ser un epítome-, donde se ve (el triunfo de) esta nostalgia (de clara filiación neocolonialista [18]) por el pasado criollo de Cuba, más allá de los sentimientos solidarios que los espectadores hayan podido llegar a experimentar por la situación actual del pueblo cubano. Buena Vista Social Club, sin caer en la trampa de su enternecedora belleza y pretendida inocencia como film –aunque el ojo de la cámara dirigida por Wim Winders sea por momentos crítico del lugar desde donde mira- es un viaje (y una canción de amor) por la recuperación de esa esencia, del son (bolero, danzón, guajira y otros ritmos) prerrevolucionario, declarándose con ello, implícitamente, que la Revolución ha(bría) sido un paréntesis, una nueva forma de trovar que tuvo su poesía, pero que es/sería hora de volver al camino que conduce a la verdadera idiosincracia de ese pueblo.

Hoy se viaja a La Habana (a Cuba) no para presenciar, y eventualmente, dar testimonio de una poética en acción de la dignidad recuperada, como lo hizo Marta Traba, sino que se llega a ella por otros motivos: para ser testigo de una "poetic decay"; y para hacer un tipo, cuasi morboso, de turismo político-cultural, (19) porque se dice -y ya va siendo un lugar común- que "communism right now might be the country’s most compelling tourist attraction."(20) Lo mismo, aunque de una manera algo más sofisticada y de un interés sociológico comparativo, observa Andrei Codrescu en su testimonio de viaje Ay, Cuba! (1999) –desenfadadamente subtitulado A Socio-Erotic Journey- al decir en el prólogo: "Cuba is a laboratory of pre-post-communism and an ideal enviroment to study the dying beast while it is still (barely) breathing. Perhaps the nasty decomposition now taking place in Eastern Europe can be studied in Cuba because it is not yet total." (2) Esta observación de Codrescu, aparte de su tono lapidario (o quizás por él), podría ser el mínimo común denominador del corpus testimonial de textos –y ahora, fotografías, videos (21) y otros tipos de registros-, cualquiera sea la particular postura ideológica del testigo, sobre Cuba a finales de los noventa y principios del siglo xxi. Y el otro denominador compartido, que no es más que la conversión reaccionariamente utópica del primero (de la elegía –a veces ésta se confunde con el tono celebratorio de una oda- a la revolución por parte de una mentalidad post-revolucionaria como la que hoy prevalece), pudiera ser, sin duda, una especie de (turística) aventura arqueológica, cuyo objeto del deseo está siendo y será, metonímicamente, La Habana criolla, ésa misma que a mediados de los sesenta, y pese a su sincera simpatía –y crítica posterior- con lo que pasaba en Cuba en aquel entonces, Marta Traba elogiara a la manera del propio Carpentier. Sin embargo, esta contradicción inconsciente, presente en los textos de El son se quedó en Cuba, entre la admiración (estética) por lo señorial (de La Habana) y su defensa (intelectual) de la esencia y permanencia/persistencia/resistencia de lo popular (simbolizada en el son) -definida esta esencia en relación de subordinación al orden (arquitectónico y, en suma, cultural) preeminente de aquélla-; este resultado contradictorio de aquellos textos, al contrario (y valga la redundancia aquí) de lo que podría pensarse, constituye, precisamente, lo valioso de ellos desde una lectura que busca entender más que alabar o acusar; esa ambivalencia interna representa, por lo tanto, la actualidad que debieran tener, en especial cuando en los testimonios actuales ya se ha perdido el necesario rigor ético –aun en conflicto- del autocuestionamiento, en favor de la autosuficiencia del testigo –del turista a secas.(22)

Notas

(1). De "El necio", una de sus últimas canciones, cuya voz entona una especie de testamento personal y colectivo. En otros de sus versos que defienden su fidelidad a la "locura" (revolucionaria) afirma en tono de martirologio: "Dicen que me arrastrarán por sobre rocas / cuando la revolución se venga abajo, / que machacarán mis manos y mi boca, / que me arrancarán los ojos y el badajo."

(2). Entre los que habría que destacar -y por poner las cosas sólo en lo tocante a la ciudad que aquí preocupa- un par de libros de Pepe Navarro: es La Habana (Barcelona: Blume Ediciones, 1996) y La Habana: arquitectura del siglo xx (Barcelona: Blume Ediciones, 1998), este último co-publicado con Eduardo Luis Rodríguez.

(3). Título de uno de sus trabajos: Hombre americano a todo color (Caracas: Editorial Arte, 1975).

(4). Incluso no figura como tal en la "Bibliografía" de Marta Traba (1984), editado por Gloria Zea.

(5). Agregando a punto seguido: "Tal contradicción, que indigna a mis incansables expurgadores de frases, me asegura como nada, la sensación de que vivo y estoy alerta, tanto contra los demás como contra mí misma." (El son… 9-10)

(6). Rama, en su artículo de Marcha (1968) titulado "Una personalidad: Marta Traba", al comentar y situar, en la trayectoria de Traba, el Premio de Novela 1968 de Casa de las Américas que recayó en su Ceremonias del verano, destacaba ese rasgo al incluir como propio de su perfil crítico y literario y casi como un designio irrevocable "las bravas polémicas que parecen acompañar su paso por el mundo." (Zea 8)

(7). Véase también el artículo de El son… "El revés de la trama", donde, entre otras cosas, señala: "Los intelectuales siempre estamos en el revés de la trama: donde están los nudos, las irregularidades, los defectos, los vicios de un tejido que por el derecho aparece nítido y sin alteración alguna." (23)

(8). Luego agrega que un "escritor libre" (sinécdoque del intelectual ideal) -que piensa "libremente", que incluso puede/debe llegar al desacato dada la ocasión-, ha de superar, cuando los hechos se lo muestran de manera patente, ese movimiento dialéctico propio de su actividad, donde hay, "debe haber márgenes de reprobación y márgenes de adhesión", ha de participar sin comprometer su libertad de pensamiento: "Y es [desde] ahí donde adhiero a los hechos positivos de la revolución cubana como la creación política, social y económica más importante ocurrida en nuestro continente en este siglo." (El son… 64)

(9). Del que le dice a una de sus detractoras en "Respuesta de Marta Traba": "Deseo afirmarle en primer término, y solicito que crea usted en mi sinceridad como yo creo en la suya, que el drama de los exiliados cubanos me conmueve profundamente." (El son… 41)

(10). Esto pese a ser consciente respecto a las primeras, como lo anota en el artículo "Los niños cubanos", de que "[n]o hay nada más clasista que las ciudades latinoamericanas; ‘dime en qué barrio vives y te diré quién eres,’ es la consigna clasificadora. La Habana, con la insolente riqueza de la nueva clase batista, no tenía por qué ser una excepción." (El son… 15)

(11). "Hay que hacer la distinción entre una ciudad como Quito o Lima, por ejemplo, que puede tipificar la ciudad colonial, y la condición criolla de La Habana." (El son… 11) Por supuesto que esto recuerda al mirar de Alejo Carpentier (entre otros textos: "La Habana vista por un turista cubano."), a quien Marta Traba rinde indirecto –aunque explícito- tributo en sus textos de El son

(12). Una de las críticas que se le hace a la autora por parte de sus detra(le)ctores es que su recorrido por La Habana habría sido sesgado. Así lo expresaba Cira Madruga Otero el 23 de mayo de 1966 en su nota "El son sí salió de Cuba": "Usted señora Traba, pasó por mi tierra viendo tan sólo lo que ellos le quisieron enseñar; pero le dio la espalda a la realidad haciendo verdad el viejo refrán: ‘No hay peor ciego que aquél que no quiere ver!’ La deslumbró el sol de mi Habana, la encegueció a tal punto que sus ojos ignoraron las sobras que la rodeaban, las sombras de los que no tienen regreso, las sombras de los que se inmolaron por defender el ideal martiano: ‘Pan, Justicia y Libertad.’" (El son… 39)

(13). Más adelante, refiriéndose a la época batista, su mirada le hace decir: "No es nada difícil reconstruír el papel de vida alegre que le tocó representar a La Habana en otros tiempos". (El son… 12)

(14). …"cuando el antiguo partido comunista se apoderó hábilmente de todos los puestos claves y cuando la contrarrevolución alcanzó su intensidad mayor. Fue la época oscura de matar o morir, inevitable a toda revolución, que ha desaparecido ya del todo, sustituida por esta época que es la de aceptar o irse." ("La invasión a Cuba", El son… 31)

(15). La misma Traba reconoce, en algunas entrevistas, creer en un "socialismo ideal"[izado]: "Aún sigo creyendo en la posibilidad de un socialismo ideal, pervertido ahora en los países comunistas." (Sección "Entrevista Atemporal", Zea 340) Para una reflexión sobre "the involuntary or inconscious element of utopianism" (profecía y/o mesianismo), véase el ensayo "Utopia and Socialism" de Emmanuel Levinas, donde expresa que, pese a ese carácter idealista generalmente estigmatizado, el socialismo utópico "by its very utopianism, is capable, in its ‘nostalgia for justice,’ of a certain audacity of Hope, and that supplies realist action with norms necessary for critique." (Alterity and Transcendence 112)

(16). En otra entrevista, hablando con Magdalena García-Pinto, detalla más este recuerdo y su posición: "Por lo único que hice realmente proselitismo [a lo largo de su vida] fue por la revolución cubana, de la cual me separé en 1971, cuando ya no cabía duda de la alineación –inevitable o no- con Rusia, donde en mi opinión, se ha perpetrado la peor traición a las ideas socialistas. Nada que esté al lado de Rusia; como nada que esté controlado y dirigido por los mecanismos represivos del sistema norteamericano, Pentágono, CIA y Departamento de Estado." (Zea 348)

(17). Aislamiento frente al cual Marta Traba reacciona duramente en el artículo "La invasión a Cuba", donde exclama: "En Cuba no hay política, sino mística, la mística de estar juntos contra todos, de ser uno como nadie lo ha sido, rabiosa, alegremente uno." (El son… 33) Allí también sostiene la tesis de que "[l]as ideas de sacrificio, de disciplina, de orden, han sido impuestas por esa obligación de la defensa, y digo impuestas, porque lo natural es el carnaval, el bongó y la comparsa, […] El cubano es un pueblo en tecnicolor, que debió convertirse, después que lo amenazaron, aislaron y acorralaron, en un pueblo verde-oliva, de pie, uniformado al menor indicio de peligro." (34)

(18). Véase el artículo "Canibalismo cultural y nostalgia imperialista en Club Social Buena Vista, de Win Wenders" de Fernando Valerio-Holguín, quien, siguiendo los postulados de Bell Hooks y Slavoj Zizek, sitúa el film y todo el fenómeno dentro de una suerte de antropofagia cultural, donde el agente dominante, hegemónico, se nutre del sabor exótico –y, claro, erótico, el antídoto esencial contra lo insípido de la vida del imperio- del otro, "despojándole de su ‘humanidad’, despolitizándole y convirtiéndolo en una mercancía cultural." (2)

(19). Esto sin mencionar otras formas menores de aventuras turísticas, como por ejemplo las ciclísticas, las del comercio sexual, las de moda (véase la sección "Cuba Libre" de la revista W [March 2000: s/p.], con fotografías de Philip-Lorca Di Corcia, donde se convierte a La Habana en el escenario para lucir las confecciones de modistos –o compañías- como Giorgio Armandi, Nina Ricci o Calvin Klein, entre muchos/as otros/as, bajo el lema "Havana was once a nightclub hotspot. These days, it’s the perfect backdrop for sober day clothes or racy little evening looks. Think brief, briefer, briefest.") u otras que tienen a la isla como trasfondo exótico tanto por lo político como por lo geográfico-cultural. Paradójicamente, el turismo juega ya y jugará, incluso reconocido esto por el propio Fidel Castro, un gran rol en el futuro económico de Cuba. (Véase "Revolution and Tourism" en Conversations With Cuba de C. Peter Ripley [1-66]). [Seguramente éstos no fueron, no son ni serán los mismos "valores espectaculares" que Carpentier decía que tenía La Habana.]

(20). Expresiones tomadas del artículo "The Cuban Evolution: Still Castro After All These Years", aparecido, sin referencia autorial, en la revista Blue, cuyo "Cuba Focus" viene signado por el subtítulo "Forbidden Journeys."

(21). Dentro de los que habría que destacar Our House in Havana, dirigido y producido por Stephen Olsson (Sausalito, CA: CEM, 2000), donde se presenta la historia de Silvia Morini Heath, cubana autoexiliada, residente desde hace más de tres décadas en los Estados Unidos, quien vuelve a La Habana por primera vez en todos estos años, haciendo un viaje de regreso a la Cuba de hoy e interiormente a la de sus recuerdos, donde la visita la casa señorial en la que nació y vivió durante su juventud y que fue expropiada a su familia poco después de la llegada del gobierno revolucionario al poder, casa que en el documental-testimonio juega un rol simbólico personal y colectivo en relación al estado de la cuestión cubana según se vea por los que se quedaron y los que se fueron (o fueron exiliados). [Hay que decir que para Silvia Morini este viaje se convierte en un verdadero (re)descubrimiento de sí misma, en una oportunidad que le permite explorar la realidad desde un punto de vista diferente respecto a su posición previa, una compasión con lo sufrido de la situación interna en Cuba, lo que la hace pronunciarse al final en contra del embargo estadounidense hacia la isla todavía vigente.]

(22). Levinas establece en su disquisición sobre la cuestión del uno mismo y del otro el sine qua non del aproximarse de aquél a éste: "The proximity of the other, origin of all putting into question of self." (99)
 
 

Obras citadas

Cardenal, Ernesto. In Cuba. Translated by Donald D. Walsh. New York: New Directions Book, 1974.

Carpentier, Alejo. "La Habana vista por un turista cubano." Carteles (desde el 8 de octubre hasta el 17 de diciembre de 1939).

Codrescu, Andrei. Ay, Cuba! A Socio-Erotic Journey. Photographs by David Graham. New York: St. Matin’s Press, 1999.

"The Cuban Evolution: Still Castro After All These Years." [Cuba Focus] Blue Vol.2, No.1 (1999): 30-35.

Dana, Jr., Richard Henry. To Cuba and Back. Edited and with an Introduction by C. Harvey Gardiner. Carbondale and Edwardsville: Southern Illinois University Press, 1966.

Levinas, Emmanuel. "Utopia and Socialism" y "The Proximity of the Other." Alterity and Transcendence. Translated by Michael B. Smith. New York: Columbia University Press, 1999. 111-117 y 97-109, respectivamente.

Lippard, Lucy R. On the Beaten Track. Tourism, Art, and Place. New York: The New York Press, 1999.

Mendoza, Tony. Cuba –Going Back. Austin, TX: University of Texas Press, 1999.

Rama, Angel. La ciudad letrada. Hanover, NH: Ediciones del Norte, 1984.

Ripley, C. Peter. Conversations with Cuba. Athens, GA: University of Georgia, 1999.

Traba, Marta. El son se quedó en Cuba: cuatro artículos y una conferencia. Bogotá: Ediciones Reflexión, 1966.

- - -. Historia natural de la alegría. Buenos Aires: Editorial Losada, 1952.

Valerio-Holguín, Fernando. "Canibalismo cultural y nostalgia imperialista en Club Social Buena Vista de Wim Wenders." Retrieved 3/25/00 from http://www.elsiglord.com/ cultura/25a/13.htm

Wenders, Win, Director. Buena Vista Social Club. Berlín: Road Movies Filmoproduktion, 1999.

Zea, Gloria, ed. Marta Traba. Bogotá: Planeta/Museo de Arte Moderno de Bogotá, 1984.