Sarmiento y su reforma ortográfica
 
 

Jorge Santiago Perednik

Escritor


 
 

Kafka escribió en sus Diarios que en el fondo todos somos chinos. Los chinos para decir algo equivalente escribirían (por ejemplo) que en el fondo todos somos egipcios. Chinos y egipcios son, en este caso, figuras más o menos afortunadas para decir que en algún punto cada uno es respecto de sí un extranjero de total extranjeridad, y esto en buena parte se debe a esa ley impenetrable y al mismo tiempo irrenunciable que es la lengua. La lengua hace del mundo algo incomprensible y de cada persona un mundo. Además sujeta a las personas y al mundo a un proceso del que también tratan las novelas de Kafka, con un conflicto entre la Ley y las leyes. Aquí interesa más el conflicto, que se cruza con el anterior, entre la Lengua y las lenguas, en el cual se puede abandonar, aunque sea parcialmente, la Lengua con mayúsculas, porque es una Ley mayúscula, un decorado o instrumento, una distracción, pero no se puede abandonar la lengua con minúsculas porque ésa es nuestra ley íntima, el orden de nuestro proceso. En otras palabras, somos también una lengua que no deberíamos abandonar.

La Lengua, esa abstracción que es obra de las Academias, puede hacer olvidar la lengua que uno es, el proceso que uno es. Cuando lo consigue –casi siempre– la persona pasa a portar una máscara que no contribuyó a construir y a hablar con una voz que cree propia pero le hace pronunciar palabras impropias. Esto bien podría ser una definición de la alienación o un buen ejemplo de cómo la alienación funciona: la pretensión de la Lengua es aparecer como el Modelo que todos copian, aun imperfectamente, en sus lenguas, las habladas y las escritas; se arroga una condición originaria; si la gente la imita en vez de forjar una lengua propia, la alineación tuvo éxito. Precisamente lo que ayuda al éxito del producto académico es esta apariencia de Modelo, la posibilidad de funcionar como una Ley, y por lo tanto ser acatada, pero la Lengua, exactamente al contrario de lo que imposta, es algo derivado y secundario, construido a partir de las lenguas individuales, con sus materiales, y frecuentemente resultado de la extensión de sus caprichos; lo que hacen las Academias de la Lengua es armar un "promedio virtuoso" de las lenguas para luego someterlas a su orden. De esto nace el misterio de por qué la Lengua va cambiando a través del tiempo si en tanto Modelo debería ser el non plus ultra de la estabilidad; el misterio se disuelve apenas se advierte esto, que lo que pretende ser modelo es copia, algo posterior a las lenguas, que va detrás de ellas adaptándose a los cambios que experimentan.

Sarmiento no tiene dudas de que la Lengua es un derivado, el resultado de un proceso de cambios cotidiano, porque tanto la experiencia histórica –cita la muerte del latín que dio vida a las lenguas romances– como su experiencia personal, las peripecias que él conoce del castellano en América, se lo han demostrado. Consecuentemente en su reforma defiende para los nuevos países de América, cuyos idiomas se habían diferenciado del español, una ortografía castellana diferente, que adapte la escritura a las peculiaridades de pronunciación en los nuevos países. Seguramente es una propuesta que sólo podía ser hecha por un hombre de letras, alguien impulsado por una genuina inquietud lingüística, pero también hay allí una estrategia mayor, de múltiples dimensiones, dos de las cuales el mismo autor se encarga de enfatizar, y por las que asoman sus figuras de estadista y educador.

La primera es la política: el proyecto está próximo a uno de los sucesos más importantes en la historia de las naciones americanas, su ruptura con la metrópolis, y quiere sumársele como un nuevo jalón en el proceso de la independencia: se trata de abandonar una forma de castellano no autóctono, que una potencia extranjera quiere imponer de manera colonial, y adoptar en cambio la forma castellana aborigen, que consolidaría y convalidaría jurídicamente una autonomía lingüística argentina ya validada por el uso. Cuando Sarmiento afirma su voluntad de "emanciparse de un yugo impuesto por nuestros antiguos amos" dice varias cosas importantes. Primero advierte que la Lengua es un instrumento para someter y que en este caso salirse de cierta Lengua, de cierto castellano, es salirse de cierto sometimiento. Luego que para él la emancipación argentina es un proceso que en 1843 aún no ha terminado: del complejo de relaciones que hacen de un país una colonia algunas seguían por entonces vigentes, a pesar de los más de veinticinco años transcurridos desde la declaración formal de independencia; la reforma ortográfica cortaría una dependencia más. La lucha por la independencia había ganado sobre todo batallas militares y jurídicas, pero todavía restaban otras, entre ellas la batalla principal, la última, la batalla por la independencia mental. En esta última posición sarmientina está implícita la afirmación de que la lengua es la argamasa para la construcción de la independencia, lo que de alguna manera anticipa o participa de la idea que otros teóricos reservarían para la ideología; y ciertamente la lengua es el ámbito donde la ideología juega su definición. Si se quiere el de la lengua es, si no el combate supremo, sí el combate maestro, porque atraviesa a todos los otros, les habla. Les dice que más allá de lo que las palabras quieran definir al decir, esas palabras definen por el cómo, por la manera en que dicen; de ahí la necesidad de encontrar una manera propia y apoyar su uso.

Sarmiento propone una reforma, esto es, algo positivo; pero a la vez, contra las resistencias que se le oponen, y también como estrategia argumentativa, incluye un momento negativo o reactivo, de enfrentamiento a la ortografía existente y a sus defensores, que de alguna manera es coherente con su combate emancipatorio. El ataque contra la Lengua castellana de España que dirige es triple: invoca el antecedente histórico de "la emancipación de los idiomas romances" que "levantaron el estandarte de la rebelión contra el impotente y estéril latín, elevando a la categoría de idiomas cultos a sus dignos pero mal educados hijos"; pone en duda la "autoridad" de la Academia de Lengua española desnudando la pobreza de los miembros que la componen, y el hecho de que si no tienen autoridad en la materia no hay por qué seguir sus órdenes; y finalmente respecto de la autoridad más verdadera y razonable de los grandes escritores ibéricos, que impondrían a través de sus obras el uso correcto, hace notar que España, por entonces, carecía de ellos.

Luego está el problema educativo, las dificultades que provoca enseñar una ortografía caprichosa, que no responde a lo que los estudiantes pronuncian. Para escribir "correctamente" el castellano en América con la actual ortografía sólo queda adquirir un conocimiento del latín y su evolución histórica que permita aplicar el criterio correcto en cada caso, o bien aprender de memoria las letras de todas las palabras. La reforma propuesta por Sarmiento simplifica este problema en grado superlativo: tras ella bastaría escuchar cómo se pronuncia una palabra para saber sin duda con qué letras escribirla. Se facilitaría la alfabetización masiva y la instrucción pública; esto posibilitaría mejorar toda la educación; y a su vez esto cambiaría la condición política del país. Reforma ortográfica, educación, lengua autónoma, independencia, se alimentan unas a otras, se potencian, son partes funcionales de un mismo proyecto de país.

La idea política y la reforma ortográfica sarmientinas comparten dos características sobre las que vale la pena demorarse: la practicidad y la racionalidad. La practicidad se plantea en términos estratégicos, como parte de una guerra extendida a diversos ámbitos y que hay que ganar: ¿qué corte más tajante, en pos de esa emancipación política, que cambiar la escritura, aquello que pasa por ser la marca de la lengua?; ¿qué mejor, lingüísticamente hablando, contra la ficción de un castellano unitario, que proclamar la existencia de múltiples castellanos, y optar por uno nuestro?; ¿qué más adecuado, para facilitar primero el aprendizaje de la escritura y luego su práctica generalizada y libre de errores, que una ortografía cuyos signos representan las palabras tal como se pronuncian aquí, y no en algunas regiones de un país extranjero y remoto? En cuanto a la racionalidad del proyecto ortográfico, acentúa una tendencia que la lengua castellana ostenta respecto de otros idiomas desde siempre. Cuando Sarmiento afirma: "podemos pintar nuestras palabras como las pronunciamos", es un racionalista extremo, pero no se sale un ápice del apotegma fundador de Antonio de Nebrija, que en su "Gramática" de 1492 reclamaba que cada letra tenga su distinto sonido, y cada sonido su distinta letra, esto es, proponía una exigencia racional de equivalencia plena entre lo que se dice y lo que se escribe. En América la c, la s y la z, tres letras distintas, tienen un mismo sonido, lo que desde el punto de vista de la equivalencia es una aberración, y lo mismo ocurre con la b y la v; la conclusión es que dentro de la amplia geografía americana los principios fundadores han sido dejados de lado y es necesario retomarlos. Obsérvese que allí donde Nebrija ubica su propuesta en el nivel de la letra, Sarmiento pasa al nivel de la palabra y el idioma, de la política y la educación; y que allí donde uno prefiere hacer planear la razón por la gramática, el otro está urgido por hacerla aterrizar en la práctica.

La propuesta de Sarmiento no tiene éxito. El sanjuanino la presenta por escrito bajo el título de "Memoria" a la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile el 17 de octubre de 1843, y luego la publica para extender la idea a todos los países americanos. El 25 de abril de 1844 la Facultad contesta con la firma de su decano: "[...] La Facultad ha reconocido en aquella obra [de Sarmiento] una teoría que se acerca a la perfección del arte de escribir, por cuanto el objeto de la escritura no puede ser otro que representar por signos escritos los sonidos articulados. [...] la Facultad se complace en esperar que los esfuerzos de los gramáticos, escritores y corporaciones literarias conspirarán en lo sucesivo a ese resultado. Pero por más deseable que sea el arreglo lógico de la ortografía basado sobre la pronunciación, cree que no puede adoptarse, sin graves inconvenientes, de la manera repentina y absoluta que el señor Sarmiento propone. [...] dejaría precisamente en aislamiento al pueblo innovador y entorpecería sus relaciones con los otros que se conservasen adictos al antiguo sistema." En resumen, la Facultad está de acuerdo con la propuesta sarmientina, pero teme su aplicación inmediata y propone una reforma "por mejoras sucesivas", que incluye en un primer paso la supresión de la h y la u mudas, el reemplazo de la y vocálica por la i, y alguna otra pequeña modificación. Por no atreverse a hacer el cambio ideal, ni siquiera realiza un cambio mínimo: esta tímida reforma, tras contar incluso en Chile con escasos seguidores, es prontamente abandonada por todos.

Al situar el proyecto de Sarmiento en su circunstancia hay que subrayar que no es la idea de un solitario, sino parte de una preocupación de la época, a la que se abocaron muchos escritores de la América hispana –en Argentina hay que recordar al Juan Bautista Alberdi de sus primeros escritos–, y de la que surgieron varios proyectos de reforma, algunos de los cuales están descriptos y discutidos en la "Memoria". Por otro lado la publicación de sus páginas provocó una larga polémica; Sarmiento dio importancia a las réplicas recibidas y las contestó en múltiples artículos que triplican o cuadruplican la extensión de la "Memoria" y fueron parcialmente recopilados en sus "Obras Completas".

También hay que situar esta voluntad de reforma dentro de una tradición. De Sarmiento a los escritores del naciente siglo XXI hay en Argentina una historia de la literatura posible, en mi opinión la historia de su mejor literatura, que está escrita contra la Lengua, y que espera a ser descripta. Por motivos diversos, que no cabe enumerar aquí, los mejores escritores argentinos necesitaron por lo menos en algún momento, y cada uno a su manera, rebelarse en su lengua contra la Lengua para ser escritores. Hablo de Lugones, Macedonio Fernández, Xul Solar, Borges, Girondo, Murena, Wilcock, Cortazar, y aquí arbitrariamente me detengo. El Martín Fierro, instituido como el máximo representante de la literatura argentina, abandona decididamente las prescripciones de la Lengua castellana. Lo mismo ocurre con los demás poemas gauchescos, con los sainetes y su cocoliche, con tantas piezas literarias, además de los tangos, y su lunfardo... Quien quiera leer el "Método de lectura gradual" de Sarmiento encontrará que el educador propone una vía de aprendizaje que incluye la reforma ortográfica; por ejemplo escribe: "¿Qe gusto tendrá el pan echo con esta arina?". Siguiéndolo uno puede estar seguro de escribir sin errores, pero además podría preguntarse: ¿qué gusto tendrá la literatura tras una reforma ortográfica? ¿El mismo de siempre, porque la reforma es un gesto intrascendentemente cosmético? Algunos escritos de los autores arriba mencionados anticipan la degustación: la audacia y la buena literatura frecuentemente van de la mano. Sin embargo también hay que decir que ninguna reforma ortográfica logrará hacer de un mono con pluma un poeta perdurable, así como ningún conservadurismo académico asegurará que sus escritos sean a veces menos interesantes que los de un mono.

Sarmiento, pensando en su propuesta de reforma, hace constar en las páginas de "Ortografía americana" los obstáculos que las tendencias conservadoras oponen a todo cambio; cabe agregar que esos obstáculos pueden ser exitosos en diversos ámbitos de la realidad, pero en materia de lenguas cualquier política que pretenda detener el cambio en última instancia es utópica. Lo más que puede hacer es demorarlo, como por ejemplo se viene demorando la separación entre las distintas lenguas hispanoamericanas; impedirlo es imposible: si obstaculizar los cambios es la Ley que rige el Proceso, la ley que rige el proceso es el cambio.