De hispanismos, los siglos XVI y XVII y el olvido de la historia
 
 

Lía Schwartz

Graduate Center, CUNY




Según la primera edición del diccionario de la Real Academia Española, publicado en 1726, el sustantivo hispanismo designaba una construcción lingüística típicamente española. (1) Esta es aún su primera acepción en los diccionarios actuales del español, aunque sea hoy más frecuente el uso de la palabra en su sentido traslaticio de 'dedicación al estudio de las culturas hispánicas.' (2) Como es bien sabido, en esta acepción se aplicó originariamente a la actividad de los extranjeros que habían hecho de la cultura hispánica su particular objeto de estudio, a los que podía, por tanto, designarse con el sustantivo hispanista, derivado del adjetivo hispano. (3) En 1962, Fernando Lázaro Carreter señalaba que el término iba abarcando ya las prácticas de investigación de los españoles dedicados al estudio de la lengua y literatura nacionales pero es bastante improbable que se lo usara en este sentido en España antes de 1960. (4)

Puede documentarse esta extensión semántica del vocablo hispanismo en los discursos inaugurales de los primeros dos presidentes de la Asociación Internacional de Hispanistas. En el I Congreso de Oxford de 1962, al alabar a los "maestros del hispanismo", Ramón Menéndez Pidal sólo había mencionado los nombres de investigadores extranjeros. En cambio, en 1965 y en Nijmegen, Dámaso Alonso declaraba que la palabra hispanismo se refería no sólo a la actividad de los especialistas extranjeros sino también a la de los investigadores hispanohablantes.(5) Sin embargo, aún hoy, muy pocos especialistas españoles que enseñan en la Península usarían espontáneamente la palabra para designar su campo de investigación, a pesar de su participación en congresos como los que realiza la Asociación Internacional de Hispanistas, en la que españoles y norteamericanos constituyen las dos minorías numéricamente más importantes. Desde un punto de vista político, cabría pensar que esta resistencia delata tal vez el oculto deseo de relegar a un segundo plano la producción crítica de los extranjeros, de modo de ejercer el control sobre los discursos interpretativos que circulan en el campo de los estudios hispánicos. Conviene recordar, por otra parte, que la tendencia a describir la tradición nacional en términos esencialistas no es privativa de los investigadores españoles. (6) Como es bien sabido, en la pasada década no pocos críticos latinoamericanos reaccionaron del mismo modo ante la praxis de los estudios culturales norteamericanos, cuya eficacia para examinar la cultura popular y otras manifestaciones artísticas de los países hispanohablantes de las Américas fue severamente cuestionada.(7)

En efecto, la tendencia a jerarquizar las interpretaciones de textos hispánicos y la disputa sobre la "autoridad" de las mismas es común a los especialistas de ambas áreas geográficas, y signo, generalmente de la voluntad de control de los espacios institucionales por parte de algunas facciones específicas. (8) En la trayectoria de nuestro campo de estudios, estos enfrentamientos ideológicos se agudizaron a partir de la década de los sesenta del siglo pasado, cuando la expansión de la teoría literaria produjo sucesivos enfoques y modelos de análisis que serían aplicados al estudio de los textos hispánicos. Ya entrado el siglo XXI, por tanto, debería escribirse una historia de la recepción de la literatura peninsular y latinoamericana a partir de las lecturas que esos textos generaron y de los presupuestos ideológicos subyacentes a los enfoques teóricos escogidos para su examen. Evidentemente, la historia del hispanismo puede contarse desde una perspectiva nacional, es decir, centrándose en la producción editorial de un solo país. Como sabemos, la trayectoria de los cambiantes paradigmas interpretativos que fueron influyentes en el ámbito del hispanismo norteamericano durante el siglo pasado, difiere de la que caracterizó al hispanismo francés, al italiano, al español, al hispanoamericano o al alemán. Pero el relato de los avatares de los modelos de análisis que se aplicaron al estudio de las culturas hispánicas puede también contarse desde una perspectiva internacional, es decir, comparando los desarrollos de los diversos hispanismos nacionales y de sus convergencias o divergencias interpretativas. Las ventajas que ofrece esta última me parecen evidentes. Una visión más abarcadora de lo que se ha hecho y se está haciendo en nuestro campo de estudios en varios países permitiría evitar las oposiciones simplistas entre las prácticas de dos hispanismos nacionales y delimitar con mayor precisión la presunta originalidad de algunas corrientes interpretativas que pueden basarse en argumentos teóricos ya periclitados en otros ámbitos geográficos. En el caso de nuestra comunidad académica norteamericana, una historia del hispanismo organizada en proyección internacional serviría, además, para combatir algunas tendencias aislacionistas que se han puesto de manifiesto esta última década y que parecen expresar una inesperada ansiedad ante la diversidad de las prácticas críticas que caracterizan y han caracterizado siempre a los hispanismos practicados en los diversos países en los que se enseñan las culturas de la península y de Hispanoamérica.

Las actas de los congresos de una asociación internacional como la AIH demuestran fehacientemente que los trabajos leídos en ellos respondieron y responden a una pluralidad de enfoques teóricos. Basta con revisar sumariamente la Bibliografía publicada en 1998 por la Asociación para recuperar las coordenadas teóricas sobre las que se fueron articulando los estudios sobre textos hispánicos al menos desde el año 1962. (9) Pero no hay que esperar hasta esa fecha para notar que, ya desde comienzos del siglo XX, el hispanismo ofreció siempre un espacio adecuado para que los investigadores analizaran los textos canónicos y no canónicos del corpus a partir de los enfoques teóricos más influyentes en una coyuntura histórica determinada. Si en el Centro de Estudios Históricos de Madrid, Menéndez Pidal y sus discípulos construyeron un modelo de la filología española que partía de preceptos positivistas, años más tarde, los estudios de Amado Alonso y Dámaso Alonso se articularían en torno a los conceptos teóricos de la estilística idealista, enfoque todavía productivo en la obra de Raimundo Lida, discípulo del primero. La crisis del positivismo en la tercera década del siglo XX había llevado también a Américo Castro a desarrollar sus teorías, basadas en las de la Geistesgeschichte alemana, para recontextualizar la obra de Cervantes en relación con el pensamiento renacentista italiano y con el de Erasmo, tendencia esta última que está presente en la obra de Marcel Bataillon y en la de José Fernández Montesinos. (10) Indudablemente, la producción crítica de Fernando Lázaro Carreter, que aprovecha los principios del primer estructuralismo y luego de la semiótica, no se asemeja en su marco teórico a la de sus predecesores; tampoco la de Augustin Redondo en Francia, basada en los modelos interdisciplinarios franceses que fueron influyentes a partir de la década de los setenta, funciona dentro de las mismas coordenadas teóricas que la de Bataillon. Lo mismo vale para la obra de los hispanistas norteamericanos que practicaron modelos filológicos diversos, de Hayward Keniston a Elias L. Rivers, de Selden Rose a James O. Crosby, frente a quienes escogieron otros enfoques teóricos, de Raimundo Lida a Stephen Gilman, ahora multiplicados en las publicaciones norteamericanas de los últimos treinta años que versan sobre las literaturas y culturas hispánicas. Pero conviene insistir, además, en que este fenómeno es paralelo al que se manifiesta en los restantes hispanismos nacionales. (11)

En lo que se me alcanza, el lexema hispanismo no había sido hasta ahora utilizado para nombrar una teoría específica, en la medida en que las prácticas hermenéuticas que lo caracterizan han sido siempre diversas. No puede sino sorprender, por tanto, que en el marco de nuestro hispanismo norteamericano, se haya puesto de moda el uso de la palabra en plural, así como el sintagma "nuevo(s) hispanismo(s)", como si se desconociera la trayectoria de este campo multidisciplinario que ha sido y es el hispanismo en su proyección internacional.

Los portavoces del nuevo hispanismo norteamericano buscan su identidad en el ataque a los estudios filológicos, tildados generalmente de positivistas. Ante este gesto de apropiación de una palabra que resulta así desgajada de su propia historia, convendría tal vez reconsiderar la cuestión misma del rechazo actual de los métodos historicistas que, desde mi perspectiva, no es válido circunscribir tout court a un sistema filosófico que ya había entrado en crisis a comienzos del siglo XX.

Las literaturas hispánicas en la universidad norteamericana

Los desarrollos políticos e intelectuales de los últimos treinta años han favorecido la difusión de las literaturas hispánicas en nuestro país y la expansión de su estudio en nuestras instituciones universitarias. El fenómeno refleja, por un lado, una nueva política de acercamiento a los países situados en el continente americano y, por el otro, la aceptación de la diversidad cultural de los Estados Unidos, en los que la presencia de una población hispánica, acrecentada por las migraciones de origen político o económico durante la segunda mitad del siglo XX, es una realidad innegable. El hispanismo norteamericano ha crecido a la par; un hispanismo heterogéneo en cuanto a sus prácticas críticas, en el que predominan númericamente los especialistas en literatura hispanoamericana en estos momentos. David T. Gies ha resumido en un artículo publicado en la revista Arbor en abril de 2001 este proceso de expansión por el que las letras hispánicas han desplazado no sólo a las francesas, que habían ocupado, hay que añadir, un lugar preponderante en el período de entreguerras y en las décadas posteriores a la segunda guerra mundial, sino también a las germánicas y rusas. Las estadísticas compiladas por la Modern Association of America han sido ya recogidas por Gies, a cuyo artículo remito. (12)

El número de universidades que ofrecen en estos momentos programas de estudios hispánicos explica la diversidad de enfoques teóricos a partir de los cuales se han estudiado y se estudian las literaturas peninsulares e hispanoamericanas en los Estados Unidos. Como ocurre en otros ámbitos nacionales, estos dependen de los programas intelectuales y teóricos en boga en los departamentos dedicados al estudio de las literaturas autóctonas: inglesa y norteamericana. El fenómeno no es exclusivo del hispanismo estadounidense, por cierto, ya que es evidente que los departamentos de literaturas extranjeras, en cualquier país, son siempre subsidiarios de los programas o "agendas" nacionales que una sociedad genera en las prácticas educativas, y que están, a su vez, dialécticamente relacionadas con la producción editorial.

Como señalé ya, el hispanismo norteamericano se caracteriza por la diversidad ideológica y teórica de sus representantes. Esta diversidad es ciertamente positiva, en tanto confirma la independencia intelectual de quienes se dedican a estos campos del saber. No poco contribuye a ello la heterogeneidad del profesorado universitario, que abarca a hispanistas formados disciplinariamente en Estados Unidos, en España o en América Latina, así como a no pocos especialistas de otras disciplinas que se han integrado a nuestra profesión en las últimas décadas. Sin embargo, esa diversidad puede resultar problemática cuando la adopción y defensa beligerante de algunas teorías entra en abierto conflicto con prácticas hermenéuticas representativas de otras. Como ocurre en todos los medios académicos, las disidencias teóricas entre los representantes de nuestro hispanismo se han traducido frecuentemente en desacuerdos políticos en el plano institucional. Desde esta perspectiva, creo que no es exagerado afirmar que el hispanismo norteamericano de comienzos del siglo XXI se manifiesta dividido no sólo en las especialidades que lo constituyen sino también en la defensa de perspectivas críticas que, aunque funcionales para el estudio de algunos períodos literarios, no siempre se adecuan a la producción artística de otros momentos históricos. No pocas veces esta fragmentación dificulta el diálogo entre los representantes de estas tendencias diferentes, y así lo he expresado en una conferencia leída en la universidad de Johns Hopkins en mayo de 1999. En ella había sometido a escrutinio algunas publicaciones meta-disciplinarias de la década del noventa, a las que Gies también se refiere. Desde mi perspectiva, la aceptación incontestada de las teorías post-estructuralistas, de los estudios culturales y del postmodernismo ha llevado a una polarización no siempre productiva entre quienes se dedican al estudio de la literatura y cultura contemporáneas, y quienes han escogido como objeto de estudio las culturas y literaturas de otros períodos históricos. (13)

En el contexto de los departamentos de hispánicas del país, como es sabido, se ha producido un significativo desplazamiento en la organización de los curricula universitarios, que ha llevado a restringir el número de plazas de literatura española, en particular de los períodos antiguos, mientras que los cursos y docentes especializados en literatura contemporánea, tanto española como hispanoamericana, predominan sobre los de otros períodos históricos. Por tanto, el "canon" universitario de la literatura medieval y el de las literaturas renacentista y barroca, española e hispanoamericana, ha quedado reducido a su mínima expresión, como lo demuestran las listas de lecturas obligatorias de numerosas universidades de nuestro país. Se racionaliza frecuentemente esta redistribución de los campos del saber en términos de una "realista" aceptación de los cambios de "gustos" e intereses del alumnado. Sin embargo, a mi modo de ver, el fenómeno es más complejo y exige atenta reconsideración si se desea entender cuáles pueden haber sido los motivos del paulatino alejamiento de las prácticas historicistas que se observa en el hispanismo norteamericano.

Muchos especialistas en literatura española moderna y contemporánea opinan que se trataría de un cambio imprescindible para renovar el viejo hispanismo de este país, hundido en la "desolación y en la miseria", al que habría que reemplazar por nuevos hispanismos. (14) El uso del sustantivo en plural, como ya había comentado, indicaría la voluntad de sustituir enfoques historicistas o filológicos, percibidos como obsoletos o retrógados, por métodos críticos más modernos. Los nuevos acercamientos que asegurarían la renovación del hispanismo americano en el área de los textos modernos y contemporáneos eran necesariamente, en la década de los noventa, los estudios culturales, los feministas y "gender studies". Así fueron presentados en un número monográfico de la revista Siglo XX/Twentieth Century, en el que se fue trazando el impacto de estas teorías y las posibilidades que ofrecían para modernizar la crítica sobre estos temas. En el número 27 de la Revista de Estudios Hispánicos se había ya analizado el "retraso teórico" de los estudios sobre la literatura peninsular moderna, que resaltaba así frente a las prácticas críticas de textos latinoamericanos, según las presentara Aníbal Gónzález. (15) Quien lee estos trabajos, que fueron influyentes en su momento, desde una perspectiva internacionalista, sin embargo, no puede sino experimentar sorpresa ante el aparente aislamiento de nuestros especialistas. En efecto, su crítica del atraso del hispanismo en lo que respecta a la literatura moderna y contemporánea está expresada en términos esencialistas y redunda, generalmente, en crítica del objeto de estudio, sin tomar en consideración la producción de otros hispanismos nacionales. (16)

Antiguos y modernos: entre los siglos XVI y XXI

Este "atraso" de nuestro hispanismo ha sido también denunciado en relación con la crítica de la literatura española de los siglos XVI y XVII. Varias son las razones esgrimidas en las publicaciones meta-disciplinarias más recientes para dar cuenta de las dificultades que experimenta el especialista a la hora de promover el estudio de la cultura áurea. Por un lado, se ha cuestionado el nombre mismo de la especialidad al que se intenta sustituir por el de "temprana edad moderna" para evitar las connotaciones "triunfalistas" del sintagma "siglo o edad de oro", acuñado, como sabemos, Francisco Martínez de la Rosa (1787-1862) en su Poética, y adoptado durante el siglo XX como metáfora apropiada para describir dos períodos literarios de la literatura española, Renacimiento y Barroco, de intensa producción artística. Por el otro, se promueve la relectura de la literatura de aquellos siglos a partir de enfoques teóricos contemporáneos para superar así el "conservadurismo" de la filología española, que habría motivado el creciente desprestigio de la especialidad. Otra solución propuesta es ampliar nuestro campo de estudios de modo que incluya, asimismo, la literatura hispanoamericana de la época colonial, ya que, según se argumenta, los alumnos de hispánicas parecen más interesados en las teorías postcoloniales que en la obra de los escritores clásicos, a los que percibirían como instrumentos de las ideologías de "la vieja España imperial". (17) Resumiendo, pues, las causas de la decadencia de la especialidad residirían, por un lado, en la naturaleza del objeto de estudio: la literatura española de los siglos XVI y XVII, directamente asimilada así al programa político de expansión de la monarquía española, cuyo rechazo involucraría también a la literatura de la época; por el otro, en las connotaciones imperialistas de un sintagma utilizado en la historia literaria para periodizar la literatura peninsular. No deja de ser sorprendente, sin embargo, que no se mencione otra causa, a mi modo de ver, aun más significativa para entender este presunto desinterés por la literatura de los siglos XVI y XVII: la prescindencia de la historia en la mayoría de los programas de estudio de escuela y universidad en este país. Sin esta asignatura fundamental en la formación del alumnado, difícil es esperar que los jóvenes universitarios se interesen por el pasado de su propia cultura ni, menos aún, por el de otras civilizaciones, europeas o americanas.

Esta tiranía del presente se hace notar aun en los discursos meta-disciplinarios de los especialistas que dan por sentado que la renovación de la crítica de la literatura de la temprana edad moderna debe apoyarse en la total exclusión de los enfoques teóricos historicistas, entre los cuales se cuentan los filológicos, olvidando, aparentemente, que sin textos a interpretar, cesaría la actividad misma de la crítica literaria, ya que ésta depende de las ediciones que hacen accesibles las obras del presente y del pasado. (18) Una de las paradojas a considerar, por tanto, es el hecho de que el desprecio por las prácticas filológicas, en las que no entrenamos ya a nuestros alumnos, nos ha convertido en usuarios obligados de los productos de la labor editorial de otros hispanismos nacionales. Cabe preguntarse, asimismo, si el ataque a la filología y, por carácter transitivo a otros métodos historicistas, constituye una rebelión contra su predominio, es decir, si refleja las tensiones que se producen inevitablemente entre los representantes de dos metodologías que compiten por el poder en nuestro ámbito universitario porque se hallan en franca colisión.

A mi modo de ver, sin embargo, este tardío ataque a los métodos historicistas o de cuño filológico no condice con el desarrollo diacrónico de los estudios sobre la literatura española en los Estados Unidos. En verdad, si el auto-denominado neo-hispanismo norteamericano pretende rebelarse contra sus predecesores y superarlos según la conocida dialéctica de The Anxiety of Influence, el blanco al que debería apuntar es al «New Criticism», y a los enfoques intrínsecos para el estudio de los textos literarios que popularizó el influyente manual de René Wellek y Austin Warren, Theory of Literature, de 1949. En efecto, el paulatino desinterés por la dimensión histórica de la poesía o de la prosa renacentista o barroca no procede necesariamente de la voluntad de superar los métodos filológicos que habrían “imperado”, por así decirlo, en los departamentos de hispánicas durante los años sesenta, ya que precisamente por esas décadas los enfoques historicistas ya habían perdido vigor en la mayoría de las universidades del país. Lo que "imperaba" entonces era el New Criticism, que en expansión después de la primera guerra mundial, se impuso en los años cincuenta gracias a la difusión de los estudios de T.S. Eliot, Ivor A. Richards, Cleanth Brooks, William Empson o Northrop Frye. El New Criticism ejerció una profunda influencia sobre la estructuración del curriculum universitario y aún hoy se deja sentir su presencia. (19) Creo, por tanto, que el desinterés por la historia se remonta probablemente a las tendencias inmanentistas de los New Critics anglosajones, quienes se propusieron desembarazar su análisis de toda referencia a los contextos de producción de la obra estudiada. Estos prejuicios antihistoricistas, derivados de la noción de autonomía de la obra artística, se pusieron también de manifiesto en las teorías del formalismo ruso y de la nouvelle critique francesa.

En el medio siglo que nos precedió muchos hispanistas norteamericanos fueron abandonando paulatinamente la filología stricto sensu, con excepciones notables, sin duda, si recordamos las ediciones de textos que nos brindaron, entre otros, Edwin Morby, Elias L. Rivers, Miguel Romera-Navarro o James O. Crosby, herederos de una tradición en la que se articulan muchas otras contribuciones como las de Rudolph Schevill o Joseph E. Gillet. Es verdad que las investigaciones sobre la historia literaria y cultural española y sobre la historia de las ideas siguieron siendo practicadas en los departamentos de hispánicas, como lo demuestra, por citar sólo un ejemplo, el justamente famoso estudio de Otis H. Green. (20) Con todo, gran parte de la crítica escrita por los hispanistas norteamericanos a partir de la década de los sesenta se iría desarrollando en torno a las teorías de René Wellek y Austin Warren, de Northrop Frye o de Wayne Booth. (21)

Cuando la Nouvelle critique francesa se hace influyente en las universidades élites de este país a partir de fines de los años sesenta, momentos en los que Roland Barthes, Tzvetan Todorov, Gérard Genette y Julia Kristeva comienzan a enseñar en algunos departamentos de francés del país y se inicia el proceso de traducción al inglés de sus estudios narratológicos, ya los métodos historicistas, aunque practicados por algunos hispanistas norteamericanos formados en otros países o de generaciones anteriores, habían perdido prestigio a ojos de los críticos "de avanzada". Así, el auge de otras teorías formalistas y semiológicas durante esas décadas acentuó el progresivo desinterés de los hispanistas más jóvenes por la crítica textual, por la anotación de textos y por la investigación histórica sobre autores y obras de los siglos XVI y XVII.

En los años ochenta fuimos testigos, por un lado, del éxito notable de las teorías de Michel Foucault; por el otro, del impacto de las ideas filosóficas de Jacques Derrida, que difundieron en los Estados Unidos los teóricos de la universidad de Yale. Con la deconstrucción pareció culminar no sólo el desprecio por la filología sino también por las teorías de la semiótica cultural de origen soviético, las de J. J. Lotman, o italiano, como las de Cesare Segre. La semiótica cultural había recuperado, desde renovadas perspectivas, la dimensión histórica de los textos, al postular la necesaria complementariedad de los análisis intratextuales con los de las relaciones entre textos y contextos históricos, culturales, filosóficos, económicos. Pero las teorías de la deconstrucción se oponían a toda metodología que pretendiera recuperar o reconstruir el sentido de un texto literario.

Avanzada la década del ochenta, se produjo en este país una particular síntesis de las ideas de Michel Foucault y de Jean-François Lyotard, que subyace a los "ismos" teóricos y críticos que habían asumido ya numerosos hispanistas pero que ahora se abrazan programáticamente en los ensayos a los que me referí, paradójicamente, habría que añadir, en momentos en que estos "ismos" parecen haber perdido ya vigor en otros contextos departamentales. La traducción al inglés en 1984 de la obra de Lyotard, La Condition postmoderne impulsó el desarrollo de la así llamada "politics of identity", a partir de la cual se impuso el modelo de estudios étnicos, feministas o de género (Gay and Lesbian), integrados frecuentemente en el contexto de la versión norteamericana de los "cultural studies". (22)

La crítica literaria postmoderna dialoga en Estados Unidos con la historiografía postmoderna, analizada recientemente por el historiador Richard J. Evans en un ensayo de 1997, In Defense of History que, no es arriesgado suponer, podría ya marcar el agotamiento de estas tendencias.(23) Ambos tipos de discursos, basados directa o indirectamente en los estudios de Foucault, desarrollan la conexión entre poder y conocimiento y la idea de que tanto los textos literarios como los historiográficos son productos ideológicos de los discursos dominantes, por tanto, sólo el compromiso explícitamente político del crítico literario o del historiador que los compone puede hacer justicia al objeto estudiado. La emergencia de numerosos "grupos de interés" en el contexto universitario y cultural norteamericano, entre los cuales se sitúan diversas corrientes feministas o el movimiento de reivindicación de "Gay and Lesbians" produjo, como sabemos, el desarrollo de las teorías de la "politics of identity", entendida la identidad como un otro excluido que los discursos oficiales habían suprimido de la historia y que debía hacerse visible. (24)

Es evidente que la condena de la historia o de la crítica literaria historicista se articula en esta noción de que sus discursos representan las perspectivas de la cultura dominante y que ésta, por definición, defiende el punto de vista masculino del hombre blanco, heterosexual y eurocéntrico. Si se relaciona esta postura con la desconfianza expresada por Lyotard por los "discursos teóricos de legitimación" ("grands récits" o "master narratives") construidos por el positivismo, por la hermenéutica gadameriana, por el marxismo o por "otras formas secularizadas de la teología cristiana", se entiende el porqué de la atomización de la historia y de la crítica literaria en años posteriores, entregada en vez a la reivindicación de los grupos sociales y étnicos minoritarios de la población estadounidense que no habían sido incluidos en las prácticas históricas y críticas del pasado. Era convicción de los críticos postmodernos que el efecto inmediato de este cambio de focalización de los discursos historiográficos y críticos facilitaría el acceso al poder de estos grupos postergados en el contexto universitario y social del país, y así ocurrió en efecto. Desde un punto de vista político, no cabe, no cabía, sino apoyar estos movimientos de reivindicación de las minorías preteridas, cuando no perseguidas. De hecho, y coincido en esto con Evans, el relativismo postmoderno coincidió con la aceptación del multiculturalismo en Estados Unidos, que confirió voz a los grupos sociales o étnicos marginados.

En el ámbito del hispanismo norteamericano, se trasladó el estudio del multiculturalismo a la cultura peninsular actual y a la latinoamericana, ésta última en relación con las culturas indígenas. El modelo de una España actual plurilingüe y multicultural es el que promueve, por ejemplo, Joan Ramón Resina desde una perspectiva catalana. (25) Otros investigadores están obteniendo la integración de la literatura vasca, y de la gallega al curriculum universitario, ambición, sin duda, loable, desde mi perspectiva ideológica, aunque lamentablemente esta ampliación de los estudios hispánicos no cuente todavía con el apoyo económico que requiere en la realidad institucional norteamericana. En cambio, a mi modo de ver, parece más cuestionable que la defensa del multiculturalismo peninsular actual abarque el ataque frontal a los escritores de la Generación del 98 y, por carácter transitivo, a Menéndez Pidal, de donde deriva, probablemente, la precipitada asimilación de la filología española actual al positivismo y los enfoques historicistas a la historiografía literaria de la primera mitad del siglo XX pues, como sabemos, tanto la primera como los segundos fueron cambiando en el proceso de adaptación a los cambiantes paradigmas científicos e historiográficos que se sucedieron en el siglo XX.

Esta aparente digresión me permitirá, sin embargo, retornar a la situación de los estudios sobre la literatura de los siglos de oro en Estados Unidos. Alejados de las prácticas filológicas desde la década de los setenta, nuevamente con las excepciones del caso, los especialistas continuaron examinando, por un lado, las obras de autores canónicos, sobre las que se han ido publicando monografías valiosas en torno a los géneros tradicionales. Por el otro, las corrientes feministas impulsaron la recuperación de obras ficcionales, dramáticas y poéticas escritas por mujeres, que sólo aparecían marginalmente tratadas en las historias de la literatura española de hasta hace algunas décadas. La ingente bibliografía generada por las Novelas ejemplares y amorosas y los Desengaños amorosos de María de Zayas, autora sobre la que se han publicado dos monografías independientes en el año 2000, además de numerosos trabajos aparecidos anteriormente en revistas o en volúmenes de conjunto, confirma que la recuperación de la literatura áurea a partir de estas nuevas teorías ha efectuado una auténtica ampliación del canon. Desde la perspectiva de los estudios de género también se han publicado colecciones de artículos en los que se intenta recuperar a los Otros silenciados de la historiografia literaria española. (26) En cambio, la influencia del New Historicism, promovido, entre otros investigadores, por Stephen Greenblatt y Adrian Montrose fue menor, probablemente porque los modelos de la sociedad isabelina y jacobea inglesa con los que trabajaban no podían ser transferidos a la España de los Felipes sin una revisión directa de los documentos de archivo. Por otra parte, los intentos de desarrollo de un nuevo tipo de "estudios transatlánticos", que abarquen textos de los siglos XVI y XVII, tanto peninsulares como hispanoamericanos, son aún incipientes y es difícil prever qué éxito tendrán a largo plazo. Algo semejante puede decirse de las investigaciones sobre la cultura material ("material culture"), inspirados en la obra de Roger Chartier. Las innovaciones introducidas con estos enfoques no han impedido que gran parte de los estudios sobre textos áureos siguieran funcionando al margen de la investigación histórica sobre las fuentes primarias de textos y contextos.

No es improbable que este rechazo de la historia se origine, por un lado, en la errónea asimilación de todos los métodos historicistas a un modelo de filología positivista, asociada a ideologías españolas reaccionarias que "transformarían la identidad española en castellana"; por el otro, en la voluntad de adhesión a una visión "políticamente correcta", es decir, adecuada a los principios de la crítica postmoderna, que postula la identificación del hermeneuta con el objeto de estudio. (27) Creo que, además, hay otro factor que no puede ser silenciado. Es innegable que la especialidad exige una preparación disciplinaria que muy pocos departamentos de hispánicas del país pueden ofrecer en estos momentos. Pero sin estas técnicas auxiliares -de la paleografía a la lingüística histórica y a la crítica textual -es imposible hacer investigación en los archivos y en las bibliotecas de raros, donde, parafraseando a Paul Ricoeur, los documentos sólo se abren a quienes saben leerlos. (28) Los cambios que se han producido en los últimos treinta años en el espacio universitario norteamericano han limitado, creo, el desarrollo de la investigación sobre problemas textuales y sobre muchos aspectos contextuales de la cultura del Renacimiento y del Barroco.

La dialéctica de otros hispanismos nacionales

En este sentido este alejamiento de la investigación histórica en las prácticas críticas del hispanismo norteamericano contrasta con el desarrollo del hispanismo francés. Resumía recientemente Paul Ricoeur en La mémoire, l'histoire, l'oubli, el recorrido de la historiografía en Francia, desde la primera generación de la escuela de los Annales en 1929 y sus fundadores, Lucien Febvre y Marc Bloch hasta el presente, centrándose en la obra de Fernand Braudel y en los estudios de Pierre Vernant y Marcel Détienne entre otros muchos historiadores, así como, por ejemplo, en los volúmenes coordinados por Jacques Le Goff y Pierre Nora, Faire de l'histoire. (29) Decía así que el elemento unificador de la obra de estos historiadores franceses del siglo XX, se hallaba en la seguridad compartida de que los hechos de la civilización se destacaban sobre el trasfondo de la historia social, y en la atención concedida a las relaciones de interdependencia que ligaban todas las esferas de la actividad de una sociedad (p. 243). La historia parece haber funcionado como una fuerza unificadora en relación con las ciencias sociales que la complementaban: la sociología, la etnología, la psicología y a los estudios literarios y la lingüística, según Ricoeur. El hispanismo francés se articuló en la adopción y desarrollo de estas prácticas interdisciplinarias, gracias a las cuales colaboró significativamente en la recuperación de muchas dimensiones de la cultura áurea.

Pienso, por tanto, que la renovación del campo de los estudios áureos en los Estados Unidos se vería favorecido si se propugnaran los contactos con otros hispanismos y si se trabajara auténticamente en un espacio internacional, organizando coloquios interdisciplinarios con universidades extranjeras o desarrollando convenios de intercambio que permitan a nuestros doctorandos familiarizarse con otras perspectivas críticas e ideológicas. El diálogo del hispanismo norteamericano con el francés puede enriquecer, por ejemplo, el tratamiento interdisciplinario de formas literarias y culturales de la temprana edad moderna y así evitar la transposición no pocas veces anacrónica de los modelos desarrollados en el ámbito de los estudios culturales para el análisis específico de la cultura contemporánea. Resulta paradójico que las teorías norteamericanas más exitosas de las últimas décadas, deriven, directa o indirectamente de la obra de no pocos pensadores franceses, a los que se ha tenido acceso, es verdad, a través de la mediación de traducciones y reelaboraciones locales, mientras que sólo un conjunto circunscripto de siglodeoristas norteamericanos aprovecha la producción crítica del hispanismo francés sobre cuestiones que nos atañen.

El diálogo del hispanismo norteamericano con el italiano, también poco conocido en Estados Unidos pero de fundamental importancia para renovar la crítica textual o la semio-filología, con el hispanoamericano, tal como se practica en México o en la Argentina, y un auténtico diálogo con la filología española «tradicional» ampliaría el marco de referencia de quienes trabajan en este campo. Aun los desacuerdos interpretativos que se registren pueden ser potencialmente instructivos, ya que permiten poner en perspectiva una interpretación o hacer visible distorsiones involuntarias, no pocas veces producto de presuposiciones ideológicas que han escapado al control del hermeneuta.

A pesar de lo expuesto, como otros hispanistas de mi generación, confío en que el estudio de la literatura clásica española en los Estados Unidos recupere en un futuro no muy lejano su visibilidad, que parecía haberse desdibujado desde mediados de los años ochenta ante el éxito de lo contemporáneo y las teorías postmodernas. Si bien parece extendida la idea de que la salida del impasse en que se encuentra reside en la adopción de la metodología de los estudios culturales, no hay que olvidar, sin embargo, que uno de sus efectos ha sido "elevar a nivel de absoluto" el presente histórico y que, como ha dicho Ricoeur, éste ha sido erigido en observatorio y tribunal de todas las formaciones históricas y culturales que lo precedieron. (30) Desde esta posición no será sencillo prestigiar la importancia del pasado para entender la cultura española en sus diversos aspectos y dimensiones. Asimismo, igualmente insatisfactorias parecen algunas tendencias narcisistas de la crítica postmoderna, que se manifiestan en la presencia impertinente de los pronombres de primera persona en el discurso crítico y en la legitimación de la circunstancia personal y de la subjetividad del analista. Por ello, quienes consideren que la aventura de la reconstrucción de los sentidos posibles de la literatura española de los siglos XVI y XVII sigue siendo una empresa valiosa, deberán defender la importancia de la historia en la formación de los futuros especialistas para salvaguardar la integridad de este campo de estudios.
 
 

Notas

(1). Cfr. Diccionario de Autoridades, s.v. hispanismo: "Modo de hablar particular y privativo de la Lengua Española: como Entendido, por hombre que entiende". Para ejemplificar su uso Autoridades cita una frase de la Eloquencia española de Bartolomé Ximénez Patón: "Como usó Helenismos del Griego, y del Hebreo, usa Hispanismos del Español".

(2). Cfr. Diccionario de la Real Academia Española, Vigésima primera edición (1992): hispanismo: 'Giro o modo de hablar propio y privativo de la lengua española. 2. Vocablo o giro de esta lengua empleado en otra. 3. Empleo de vocablos o giros españoles en distinto idioma. 4. Afición al estudio de las lenguas literaturas o cultura hispánicas. ' Compárese con María Moliner, Diccionario de uso del español, donde s.v. hispanismo, se invierte el orden de las acepciones: '1. Afición a España o sus cosas. 2. Giro propio de la lengua española. 3. Palabra o expresión del idioma español usadas en otro.'

(3). Cfr. DRAE (1992), s.v. hispanista: 'Persona que profesa el estudio de lenguas, literaturas o cultura hispánicas, o está versada en él. ' El Diccionario de uso del español apunta: hispanista: 'Persona que se dedica al estudio de la cultura o la filología españolas.'

(4). Cfr. Diccionario de términos filológicos, Madrid: Gredos, 1962, s.v. hispanismo: "1. Palabra o giro de origen español que ha pasado a otro idioma. Así, en italiano, sussiego, disinvoltura; en francés, pasacaille, etc. 2. Estudio de la cultura española por los extranjeros. Hoy se va extendiendo también la aplicación de este término a los estudios de los españoles, que tienen por objeto, sobre todo, la lengua y la literatura nacionales."

(5). Augustin Redondo menciona ya este cambio en su introducción a la Bibliografía de las Actas de los Congresos I-XI, 1962-1992 [de la Asociación Internacional de Hispanistas], Ed. de J. Fernandez, Soria, 1998, p. 9.

(6). Cfr. Edward W. Said, Orientalism, New York: Vintage Books, 1979, p. 345, para el ya tan manido concepto de "scholarly disinterest" y la crítica de las pretensiones esencialistas de algunos discursos críticos.

(7). Cfr. Carlos Alonso, "Cultural Studies and Hispanism: Been There, Done that", Siglo XX / 20th Century. Critique and Cultural Discourse, 14, 1996, p. 141.

(8). Se dio, asimismo, a comienzos de los noventa, en el ámbito de los departamentos de francés; recuérdese, por ejemplo, la polémica sobre los entonces nuevos enfoques teóricos aplicados al estudio de textos franceses y sus efectos sobre el canon, que aparecieron publicados en 1991 y 1992 en la Stanford French Review y las respuestas que generaron.

(9). Cfr. Bibliografía de las Actas de los Congresos de la AIH, coordinada por Jaime Fernández, Soria: Fundación Duques de Soria, 1998.

(10). José Portolés ha contado ya esta historia en su libro Medio siglo de filología española (1896-1952). Positivismo e idealismo, Madrid: Cátedra, 1986.

(11). He presentado ya un análisis somero de esta diversidad teórica en las páginas introductorias que escribí para la Bibliografía de las actas de la AIH, cit., y a ella remito al lector interesado.

(12). David T. Gies, "El hispanismo que viene: Estados Unidos y Canadá", Arbor, CLXVIII, 664, abril 2001, pp. 493-511.

(13). Cfr. Lía Schwartz, "Hispanisms at the Threshold of the Millennium", conferencia leída en la universidad de Johns Hopkins, en mayo de 1999.

(14). Cfr. Angel Loureiro, "Desolación y miseria del hispanismo", Quimera, 139, 1995, pp. 31-36 y, en el mismo número, Luis Fernández Cifuentes, "Discursos del método", así como "La filología hispánica en la encrucijada", de Luis Beltrán Almería.

(15). Cfr. Aníbal González, " The Lure of Theory in Contemporary Latin American Literary Criticism", James Mandrell, " Peninsular Literary Studies: Business as Usual", y la respuesta de John W. Kronick, "Contemporary Hispanism and the Impact of Literary Theory: A Response", en Revista de Estudios Hispánicos, 27, 1993 y Siglo XX/Twentieth Century, 14, 1996, en el que aparecen los trabajos de Danny J. Anderson, John Beverley, Jill Kuhnheim, Alberto Moreiras, Joan Ramon Resina, Carlos J. Alonso y Santiago Colás.

(16). Para el caso del hispanismo francés y su carácter pluri- e interdisciplinario, véase ahora el estado de la cuestión que presenta Jean-François Botrel en "Las miradas del hispanismo francés sobre la España contemporánea (desde 1868), AYER, 31, 1998 y , asimismo, Francisco J. Reija Melchor, "Hispanismo y cultura del pueblo. Entrevista a Jean-François Botrel", Moenia, 4, 1998, 99-111. Para un análisis de los cambios que tuvo que enfrentar el hispanismo norteamericano en contextos institucionales, que incluye la comparación con el británico, cfr. Malcolm K. Read, "Travelling South: Ideology and Hispanism", Journal of Hispanic Philology, 15, 1991, escrito en respuesta a Michael McGaha, "Whatever Happened to Hispanism", también en JHP, 14, 1990.

(17). Véase, por ejemplo, "The New Geography of Classic Spanish Literature", en The Chronicle of Higher Education, February 2, 2001.

(18). Insisto nuevamente en que los principios que rigen la edición de textos ha ido cambiando a la par que se modificaban los paradigmas que habían regido la filología de principios del siglo XX; para una revisión de las nuevas tendencias ecdóticas, véanse, por ejemplo, los trabajos incluidos en el volumen XIV, 1991, de la revista Romance Philology, entre los que figura el de Charles H. Faulhaber, "Textual Criticism in the 21st Century".

(19). Concluido ya este trabajo, leo el artículo de John Kronik escrito en homenaje a Andrew Debicki con cuya presentación de la evolución de la teoría literaria y su influencia en los departamentos de hispánicas coincido totalmente; cfr. "The Molting Academic: From New Criticism to Critical Renewal", Bulletin of the ADFL, 33,1, Fall 2001, pp. 15-16: "The acute critical self-consciousness that exploded in the sixties and from which, happily, we haven’t emerged, rests historically, as I see it, on three ponderous foundation stones: these are, in chronological order, Russian formalism in all its guises, American New Criticism, and Northrop Frye’s foundational book, Anatomy of Criticism."

(20). Cfr. Otis H. Green, Spain and the Western Tradition, Madison, Milwaukee and London: University of Wisconsin Press, 1968, vols. I to IV.

(21). Cfr. John Kronik, art. cit., pp. 16-18.

(22). Cfr. La Condition postmoderne, Paris: Minuit, 1979, traducida con el título The Postmodern Condition: A Report on Knowledge, Minnesota, 1984.

(23). In Defense of History, fue reimpreso en 1999 y en 2000.

(24). Cfr. In Defense of History, cit., p. 169 y ss.

(25). Joan Ramon Resina, "Hispanism and its Discontents", Siglo XX/20th Century, 14, 1996, 85-135.

(26). Cfr. Lesbianism and Homosexuality in Early Modern Spain, edited by María-José Delgado and Alain Saint-Saens.

(27). Sobre la asimilación de los métodos historicistas a la filología decimonónica, cfr. el art. cit. de Resina, en Siglo XX/20th Century, 14, 1996, 85-135.

(28). Paul Ricoeur, La mémoire, l'histoire, l'oubli, Paris: Seuil, 2000, p. 213. Cfr. También Evans, cit., p. 54, sobre la formación imprescindible de los historiadores: «... historians must learn theories and techniques... they must absorb not only the Rankean principles of source criticism and citation but also ancillary skills... languages, paleography, statistics, etc.»

(29). Cfr. Ricoeur, cit., p. 241 y ss.

(30). Ricoeur, ob. cit., p. 400-401, al hablar de "notre modernité": "elle consiste à élever à l'absolu le présent historique érigé en observatoire, voire en tribunal de toutes les formations, en particulier culturelles, qui l'ont précedée."