Victimismo y violencia en la ficción de la Generación X:

Matando dinosaurios con tirachinas de Pedro Maestre
 
 

Isabel Estrada

Middlebury College




En los últimos veinte años prolifera en la ficción y en el cine españoles la representación del personaje masculino incapaz, débil e inadaptado.(1) Encontramos idiotas impotentes (Tonto, muerto, bastardo e invisible, de Millás), borrachos humillados (Diario de un hombre humillado, de Azúa), jubilados afeminados (Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso, de Delibes), jóvenes sin norte ("Nunca llegarás a nada", de Benet), terroristas sin ideología (A ciegas, de Calparsoro), y padres incompetentes (Carreteras secundarias, de Martínez de Pisón). Esta concepción antiheroica del sujeto masculino se hace más evidente en los personajes de la llamada Generación X, plagada de "whiners" (David Martin 1994:235), "slackers" (Richard Linklater 1994:40), y hombres "desamparados" (Ignacio Echevarría 1996:11). En mi opinión, la incertidumbre que embarga a estos personajes se manifiesta por medio de dos polos opuestos de conducta, el victimismo y la violencia. En lo que sigue me propongo, en primer lugar, contextualizar y analizar brevemente estos modos de conducta en novelas representativas de la última década en España; en segundo lugar, aludir a los estudios teóricos que se ocupan de los cambios en la identidad masculina tras los cambios sociales conseguidos por el movimiento feminista. Debido a que la narrativa de la generación X es eminentemente realista (Dorca 309-310), interesa estudiar las representaciones literarias de estos nuevos hábitos sociales. Por último, este trabajo se centrará en la novela Matando dinosaurios con tirachinas, publicada por Pedro Maestre en 1996, porque epitomiza ambos polos en el modo de ser del hombre de finales del siglo XX.

El personaje masculino, en la ficción de los 90 más que nunca, carece de pudor a la hora de confesar su impotencia, debilidad, o frustración. Así se desprende de las obras de algunos novelistas de estos años como Ray Loriga, David Trueba y José Ángel Mañas. Sirva de ejemplo el protagonista de Tokio ya no nos quiere, de Loriga, quien con lenguaje bien gráfico se refiere al tamaño de sus genitales y no para presumir precisamente: "Mi polla, que no es demasiado grande o al menos no es tan grande como haría falta, entra y sale, se escurre y se cae, baila dentro de [mi amante] como un bebé dentro de una piscina hinchable" (126). El personaje se recrea en el pequeño tamaño de su falo, al compararlo con la imagen de un bebé. Esta comparación me parece significativa por dos razones. Por un lado, muestra la falta de pudor del personaje. A su vez, la elección del comparante tiene como efecto la infantilización del sujeto masculino, una percepción común en los personajes de la ficción de los 90.

Otro buen ejemplo que ilustra la debilidad masculina se encuentra en la novela de David Trueba Abierto toda la noche, cuya trama gira en torno a los avatares de una disparatada familia encabezada por un padre incapaz de educar a sus hijos y una madre protectora hasta tal punto que permite que su hijo menor desplace al padre en el lecho matrimonial y duerma con ella. Este adolescente, apocado e inadaptado, se encuentra en tratamiento médico para superar sus dificultades para relacionarse con el sexo femenino. Cuando el psiquiatra aconseja que tome lecciones de una prostituta, el padre espeta: "¿Dónde se ha visto un padre que le pague las putas a su hijo?" (103). Se acabaron los tiempos en los que los hombres presumen de su poder de seducción: ahora los progenitores deben forzarlos a adentrarse en el mundo de la sexualidad. Los jóvenes viven eternamente en el seno familiar incapaces de labrarse un futuro. La viñeta a la que me acabo de referir ilustra esta impotencia, que debe entenderse tanto literal como metafóricamente.

Uno de los personajes más desinhibidos de los últimos años es el protagonista de Soy un escritor frustrado, de José Angel Mañas. Además de confesar su fracaso profesional, reconoce que "esta circunstancia ha determinado en gran medida [sus] relaciones con el mundo exterior" (9). Profesor de universidad y aspirante a escritor, ante su impotencia creativa decide plagiar el manuscrito de la novela de una de sus alumnas. Cuando ésta lo descubre, J. la secuestra, maltrata, viola y finalmente la mata. Todo por evitar que se descubra el engaño. Así pues, la impotencia creativa que sufre este personaje tiene como consecuencia la muerte violenta de una mujer de prometedor futuro en el mundo literario. En la literatura de Mañas, todo vale y todo cabe: la violencia, la injusticia, la misoginia.

De los ejemplos anteriores, se debe concluir, por un lado, que la confesión de la propia fragilidad constituye una constante en la ficción de los noventa. Esta actitud supone una novedad con respecto al hermetismo emocional que se ha considerado característico de la condición masculina (Bonino 2000:59). El joven protagonista de Tokio ya no nos quiere se ríe de sus genitales porque no cree en el simbolismo fálico asociado con valores patriarcales. La referencia a su propia anatomía debe interpretarse como un modo de alejarse de modelos de masculinidad obsoletos. Esto podría indicar que el hombre se ha adaptado a nuevos tiempos en los que la igualdad sexual es un hecho. Sin embargo, la adaptación es harto incompleta porque en algunos casos la desinhibición viene acompañada de una reacción agresiva. El descontento del sujeto masculino consigo mismo se canaliza por medio de la violencia, hecho constatado por la crítica (Dorca 321). Se observa, así pues, tanto un incipiente cambio en el plano emocional como la persistencia de patrones de conducta agresiva tradicionalmente asociados con el género masculino. Este modelo dual incluye a la vez cambio y estatismo.

Estas conclusiones aparecen corroboradas por los estudios sobre el sujeto masculino en España. Es decir, la representación literaria del hombre joven por parte de novelistas igualmente jóvenes refleja la realidad de la España contemporánea. En 1988 el Instituto de la Mujer llevó a cabo una encuesta para determinar la transcencencia de la emancipación de la mujer y detectar los cambios que este fenómeno ha causado en la psicología masculina. El estudio parte de la premisa de que "la dominación del sexo masculino se comienza a percibir –débilmente aún-- con connotaciones negativas, a ser rechazada socialmente" (7). A pesar de esta débil modificación en el perfil masculino y las exigencias sociales de igualdad, las conclusiones de la encuesta indican que, en términos generales, el hombre español de hoy sigue siendo "tradicional". Son tres las razones principales por las que se obtienen estos resultados. En primer lugar, el hombre sigue canalizando a través del matrimonio las relaciones intersexuales. En segundo lugar, desempeña en la familia el habitual papel de proveedor económico y, por último, el rol reproductor mantiene alta vigencia en la vida conyugal (101-2).

Los tímidos cambios que incitan al Instituto de la Mujer a llevar a cabo el estudio citado provocan la curiosidad de escritores y sociólogos. Enrique Gil Calvo es quien de modo más profundo y lúcido reflexiona sobre este asunto en su ensayo titulado El nuevo sexo débil. Gil Calvo reconoce la crisis de identidad por la que atraviesa el hombre actual pero, al contrario de otros estudiosos, no considera el movimiento feminista como causa única. En opinión de este sociólogo, la búsqueda de un nuevo lugar más acorde con los tiempos que corren se impulsa desde el interior del propio sujeto masculino, consciente de la necesidad de adaptarse a los cambios de la posmodernidad. En la actualidad la sociedad no exige que el sujeto masculino se ajuste a modelos impuestos por el modelo patriarcal. Ya no existen patrones de conducta rígidos, lo cual obliga al hombre a iniciar un periplo hacia su propio destino (9-32). Los valores patriarcales del franquismo, por ejemplo, desaparecieron legalmente con la instauración del régimen democrático. Por lo tanto, a partir de este momento, la masculinidad no es un modelo impuesto por el estado.

De menos rigor estadístico pero interesante contenido son las opiniones recogidas por Pepa Roma en su reciente libro titulado Hablan ellos. En el capítulo "Los hombres también lloran", recoge las opiniones de sociólogos como José Antonio Marina y psiquiatras como Luis Rojas Marcos y Carlos Castilla del Pino, quienes afirman que la apertura sentimental del hombre español se empieza a percibir, aunque solamente en una minoría (96). Con frecuencia los sentimientos de apatía, desesperanza y autodesprecio, síntomas de la depresión del hombre abrumado por el paro o la competitividad, desembocan en la violencia (99). El reconocimiento de la propia impotencia tiene como resultado la agresividad, sobre todo si el individuo tiene dificultad para aceptar la pérdida de su tradicional autoridad. "Machismo residual", afirma Pepa Roma, "la violencia es vista cada vez más como una patología propia de individuos inseguros, insatisfechos" (106). En efecto, la agresividad es considerada por los psiquiatras como síntoma de la depresión en el hombre que, incapaz de comprender sus propias emociones, exterioriza su frustración de forma violenta (Wartik 2000:4).

Si bien el interés por penetrar en el alma masculina por parte de sociólogos y psiquiatras supone un gran paso, es preocupante que autores como David Horrocks perciban la violencia no como mero resultado, sino como justificación de la debilidad, de la depresión, de sentimientos de autodesprecio. Se perpetúa, con esta justificación, la conducta machista impune históricamente. Otros críticos, sin embargo, condenan esta tendencia justificadora en la que ven un reducto machista impropio del siglo XXI. Especialmente iluminadora me parece la postura de David Savran en su estudio Taking It Like a Man, quien indica que el victimismo, el recurso a la impotencia y el masoquismo no son sino estrategias por medio de las cuales el hombre perpetúa su tradicional protagonismo. El autor mantiene que "masochism functions precisely as a kind of decoy and … the cultural texts constructing masochistic masculinities characteristically conclude with an almost magical restitution of phallic power" (37). Savran, de forma clara, rechaza el victimismo como exculpación de la violencia en la que esta actitud desemboca. Aducir la debilidad masculina como defensa de conductas agresivas significa un retroceso en la búsqueda de la igualdad entre los sexos. (2) Por esta razón, la tesis de Savran se presenta útil para analizar muchos de los personajes masculinos de la ficción y el cine de los 90 en España.

La relación entre victimismo y agresión aparece abiertamente en Matando dinosaurios con tirachinas, segunda novela del alicantino Pedro Maestre que, además, le valió el premio Nadal en 1996. El título elegido por el autor contiene tanto la idea de agresión como la de la impotencia del agresor, que se percibe a sí mismo como víctima ante un descomunal objetivo. Curiosamente, si en la novela buscamos al agresor impotente y al descomunal objetivo encontraremos que ambos son el mismo personaje. En efecto, el Pedro narrador y protagonista de la novela se ve a sí mismo como víctima de un sistema que no le supera ni le oprime porque, en realidad, no existe enfrentamiento entre el mundo exterior y el mundo interior del protagonista. Pedro oscila entre la agresividad y el resentimiento contra la sociedad y la conciencia de que es acomodaticio, que le encanta recrearse en su "gandulería" y que vive a gusto con su "blandenguería de carácter" (133, 134). Así lo expresa en otro momento:

Soy un burgués de mierda que confunde la picadura de un mosquito con la mordedura de una pitón, y ¿qué más?, también un mantenido con más cara que espalda que sabe que tiene unos papás de su hijo que no van a cerrar el grifo si algo va peor, ¡joder!, si parece hasta que yo no sea yo, ¿tendré un hermano gemelo dentro de mí? (41) Se sabe débil en muchos sentidos. No quiere hacer el servicio militar por razones ideológicas, pero tampoco tiene fuerza para enfrentarse al sistema: "no tengo huevos para ser insumiso" (118). Curiosamente, Pedro se refiere a ambas posturas ideológicas con el mismo tipo de imágenes que asocian la fuerza masculina con los órganos genitales, como cuando con ironía alude a la extendida creencia en los beneficios del servicio en el ejército: "en la mili te haces un hombre con dos cojones y cuando sales te comes el mundo" (16). Es significativo que Pedro represente a una generación que rechaza instituciones patriarcales como el ejército pero al mismo tiempo continúe utilizando estructuras lingüísticas íntimamente ligadas al machismo más recalcitrante. Coexisten, por lo tanto, actitudes contradictorias dentro de los propios individuos que rechazan estructuras anacrónicas pero son incapaces de liberarse de ellas completamente.

Pedro, igual que el propio autor de la novela, es un licenciado en Filología Hispánica en paro. Como otros jóvenes de su generación, vive con su novia Elia en un minúsculo piso de alquiler. Pero, al contrario que en la mayoría de los hogares españoles, es Elia quien, con su sueldo de administrativa, mantiene a Pedro. Y es él quien se ocupa de los quehaceres domésticos. Se siente cómodo en el lugar ocupado tradicionalmente por la mujer. Este personaje creado por Maestre se encuentra entre una minoría de hombres españoles que desempeña tareas domésticas. En este sentido, encuestas recientes indican que las mujeres siguen realizando la mayoría de las labores domésticas incluso en los casos en que ambos trabajan y la participación masculina se centra en tareas esporádicas (Los hombres españoles 21). En este sentido, la actitud de este personaje ficticio representaría un gran paso adelante hacia la igualdad de los sexos en el ámbito doméstico español.

Los personajes de Maestre están tomados de la realidad inmediata de la España de los 90. Cuando leemos esta novela los miembros de la generación del autor y el protagonista podemos tener la sensación de conocerlos. Me interesa la narración de Maestre precisamente por su valor documental. Esta misma postura la mantienen especialistas como Germán Gullón, quien valora la ficción de la llamada generación X por presentar la sociedad contemporánea como "materia novelable para que podamos conocernos mejor" (1997:15). Críticos como Ignacio Echevarría, por otro lado, han criticado este "costumbrismo veinteañero" por ser el estilo comercial que buscan las editoriales hoy día y por representar a la colectividad sin dejar sitio para el individualismo del personaje (1996:11). Sin embargo, a mi modo de ver, el Pedro de Maestre presenta una problemática de gran relevancia entre los jóvenes de la España contemporánea.

Interesa reflexionar sobre la juventud de Pedro. Como han indicado diversos estudios sociológicos, los jóvenes ocupan una posición liminal, están en transición entre dos fases, se sienten atrapados y atosigados por lo que no deben hacer y lo que la sociedad espera de ellos (Valentine, Skelton y Chambers 1998:5).(3) Este personaje se encuentra en un momento de transición en su vida: le ha llegado la hora de hacerse independiente, de adentrarse en el mundo laboral para convertirse así en adulto. El Pedro creado por Maestre, como muchos otros miembros de la generación de ambos, carece de determinación para dar este paso.(4) Retrasar la entrada en el mundo adulto resulta ser un rasgo común de la juventud en España según indica un informe elaborado por el Instituto de la Juventud en el año 2000. Las nuevas generaciones tienden a prolongar la infancia de modo que no se deja de ser joven hasta los 34. Me parece asimismo interesante que para casi la mitad de los encuestados la infancia sea la etapa que recuerdan como más feliz. La razón de esta percepción favorable de la infancia es la ausencia de responsabilidades durante esa época (Escárraga 2000:2). Con respecto al mercado laboral, es notable que el estudio indique que entre la juventud exista "la sensación" de que no se va a contar con recursos económicos suficientes para mantener una familia.(5) Quiero enfatizar la palabra "sensación" porque es justamente esta actitud la que paraliza y con la que se justifica la pasividad y el victimismo. Pero esta actitud, puesta en contexto histórico, es injustificable. El propio Pedro reconoce que la situación económica de su generación no se puede comparar con el hambre de la generación de su abuelo. Y en otras ocasiones entiende que Elia le reproche su abulia y su inmadurez: "su nene es mayorcito" y debe "dejarse de esperar que se lo den todo mascado y triturado" (69). En lugar de intentar buscar otra dirección profesional, busca trabajillos allí y acá: de repartidor de comida de un restaurante chino, de profesor de clases particulares, de canguro.(6)

La preocupante situación laboral de Pedro no crea para él conflicto con su identidad masculina. Tradicionalmente se ha considerado que la ocupación del hombre define su identidad (Cohen 2000:276). El éxito laboral va ligado a la solidez de la identidad masculina. Y el fracaso en el trabajo se interpreta como un fracaso como hombre, pues es el hombre quien tradicionalmente mantiene la economía doméstica. Con la incorporación de la mujer al mercado laboral, el hombre no es el único que aporta un sueldo. Este cambio, sin embargo, no ha modificado el hecho de que todavía el sueldo medio de los hombres siga siendo más alto que el de las mujeres y que la sociedad siga percibiendo el éxito profesional como responsabilidad masculina. Los hombres que voluntariamente deciden quedarse en casa a cuidar los hijos son vistos, con frecuencia, como pusilánimes, dependientes económicamente de la figura femenina (Cohen 279). El hecho de que Pedro no cuestione la inversión de papeles en su espacio doméstico parece un gran paso hacia la igualdad. No supone afrenta para él que sea Elia quien mantenga el hogar que comparten. No ve minada su masculinidad por carecer de reconocimiento profesional ni ve en este fracaso profesional su fracaso como hombre. En este aspecto concreto, el personaje de Maestre representa a una nueva generación liberada de obsoletas estructuras patriarcales.

No es casualidad que sea cuidando a niños como acabe ganando algún dinero. Los canguros no solamente han sido tradicionalmente las mujeres jóvenes sino que también para realizar esta labor es necesario sintonizar emocionalmente con los niños. Y es que Pedro, en este momento de transición vital en el que se encuentra, se sitúa más cerca del mundo infantil que del de los adultos. Este hecho queda patente en su pasividad, en su elección laboral, y en la percepción infantil que el propio personaje tiene de sí mismo cuando, por ejemplo, al observar a los críos en la guardería se dice a sí mismo: "yo también soy uno de ellos" (119). La jerga del lenguaje infantil, que aparece a lo largo de la novela ("la vida hace pupa", 42), abunda hacia el final cuando Elia abandona a Pedro y se va a Barcelona por una temporada. La ruptura destroza a Pedro, quien llora desconsolado: "no puedo dejar de llorar y llamarte por toda la casa, Elia, Elia, Elia, Elia…," (215). Para expresar su sumisión y devoción por ella, cuando regresa de su estancia en la capital condal, Pedro se construye a sí mismo en términos infantiles: "Elia, me estoy haciendo pequeño para recibirte mañana en la estación de tren, he vuelto a comer gominolas y a comprar cromos de futbolistas, pero tengo miedo de tenerlos todos repetidos y entonces no quieras saber nada de fútbol o de mí" (215-6).(7) Una vez más, el personaje expresa su desesperanza, su debilidad, su victimismo carente de propósito de enmienda. No alude en su desconsuelo a las razones por las que Elia decide dejarlo. No expresa intención de tomar las riendas de su existencia. Se representa como sujeto desvalido a merced de una amante cruel.

Hasta aquí se ha analizado la figura de Pedro como víctima. Se presenta a él mismo como inferior a Elia. Depende de ella tanto económica como emocionalmente. Tanto en el plano personal como en el profesional Pedro se construye como un sujeto masculino poco convencional. Se encuentra a gusto en este papel de víctima pusilánime como él mismo reconoce. Sin embargo, esta actitud sumisa alterna con brotes de agresividad indiscriminada contra Elia, contra sus amigos, contra su familia, contra desconocidos, contra los niños en la guardería.

Cuando juega durante los recreos en la guardería actúa como uno más de los niños de entre 4 y 5 años que allí se encuentran. "Yo soy el lobo", afirma, papel que se toma muy en serio cuando, por ejemplo, agrede a Esteban, uno de los chicos con los que juega al fútbol: "comprobando que los profesores no están mirando, le doy una patada con todas mis fuerzas" (182, 198). Actúa, pues, de forma infantil tanto cuando llora desconsoladamente como cuando agrede cual niño enrabietado.

En otra ocasión, la violencia va dirigida contra el dueño de un restaurante chino donde solicita trabajo de repartidor. Al serle negado el puesto, Pedro se mofa e imita el acento del dueño de origen oriental: "ya no habel, ayel sí todavía, hoy ya no, ya tenel, eso me ha dicho el chino, abuelo" (35). Tras estas palabras, muestra su rechazo por la actitud racista de algunos de sus amigos, como es el caso de Mesca. Pedro se sorprende de que individuos cultos con estudios universitarios caigan en esta inaceptable conducta discriminatoria.(8) Sin embargo, hay un momento en el que cae en esta misma actitud racista que critica: "lo fácil hubiera sido dejarme llevar por mis ganas de rajarle las ruedas al BMW [del chino] y así descargarme de toda la tensión que llevaba dentro" (36-7). La violencia queda así limitada a intenciones no realizadas, pero esta actitud discriminatoria, que se extiende cada vez más entre la juventud, no deja de ser preocupante. Otras novelas coetáneas a la de Maestre, como Tokio ya no nos quiere, Soy un escritor frustrado y Abierto toda la noche, por ejemplo, reflejan la presencia de inmigrantes ilegales explotadas en prostitución.(9) Si bien esta presencia puede entenderse como mero elemento costumbrista, sorprende la ausencia de denuncia entre estos escritores jóvenes, que no ven en la literatura un medio para cuestionar las injusticias sociales. Este fenómeno literario refleja el nivel de racismo que muestran las encuestas. El estudio del Instituto de la Juventud anteriormente citado revela que el 30% de los jóvenes considera que el fenómeno de la inmigración tendrá efectos perjudiciales para la raza. Otro 24% cree que tendrá efectos negativos en la moral y las costumbres españolas. A pesar de que estas cifras son menores que las de la misma encuesta elaborada hace cinco años, los datos no dejan de ser preocupantes.

Otro de los espacios donde la agresividad encuentra salida es en el bar donde Pedro se reúne con sus amigos. El bar es la burbuja donde se sienten cómodos los jóvenes de esta generación, el espacio donde no entran los adultos y donde se relacionan exclusivamente con otros individuos con los que se identifican. A pesar de hacer vida en pareja, su situación laboral deja al personaje más que suficiente tiempo libre para reunirse con sus colegas y emborracharse. La agresividad en este caso es también una forma de expresar frustración: "tío, nos vamos a ese solar a pelearnos, nos quitamos el mal rollo y después entramos a emborracharnos o ¿qué hacemos?" (187). En el bar los jóvenes pasan la mayor parte de su tiempo. Es el espacio en el cual los adultos no entran, el microcosmos del que, desafortunadamente, no salen. En cierto sentido, el bar es el locus equivalente al club en la cultura de la juventud anglosajona contemporánea, que representa el espacio de resistencia donde, al contrario que otros espacios sociales, los jóvenes pueden ser ellos mismos porque, además, favorece la creación de un sentido de comunidad e identidad (Malbon 1998:269).

En el bar se da rienda suelta a lenguaje y actitudes típicamente masculinas. Cual si de anacrónico bar de pueblo saturado de hombres se tratara, el lenguaje de estos jóvenes aparece poblado de los típicos comodines: "joder", "macho", "mamón", "cabrón", "coño". Se recrean también en chistes de prostitutas que presentan la abyección del cuerpo femenino (145). Es más, el lenguaje de estos jóvenes perpetúa la tradicional objetivación del cuerpo femenino. Aunque los tiempos hayan cambiado en muchos sentidos, esta actitud machista permanece. Así se desprende de las palabras del propio Pedro:

mira, el cabrón del Mesca, ya ha pasado a la acción con aquella pelirroja, ¡menudas tetas tiene!, y cómo se las ordeña con la mirada, sí, como yo, es que desde que ha llegado la primavera estoy más salido que una esquina, sí, que va en serio, voy por la calle y se me van los ojos detrás de todos los culos y tetas que se me cruzan, el otro día me excité tanto con una tía en el autobús que nada más llegar a casa me di una paja, ¡no te he dicho que estoy salido, hostia!, y no te digo nada de las treintañeras que van a recoger a sus hijos a la guardería, me pongo negro, me da un morbo… (145-6; el subrayado es mío) Este lenguaje y esta actitud con respecto a la sexualidad tan típica de quinceañeros sorprenden negativamente. Si, por un lado, en el protagonista de la novela de Maestre se observa una adaptación a ciertos cambios sociales, como puede ser la incorporación de la mujer al ámbito laboral, por otro, su actitud misógina no deja de ser anacrónica, impropia de una generación que ha crecido con la lucha por la igualdad de los sexos. No tiene inconvenientes a la hora de confesar su dependencia emocional de su pareja, y de este modo, construirse como inferior. Pero, a la vez, al cosificar el cuerpo femenino, reproduce los patrones patriarcales de la sexualidad masculina.

La cosificación no la lleva a cabo solamente con mujeres a las que no conoce, sino que también se produce con el cuerpo de Elia, lo cual indica incapacidad por parte de Pedro para tratar a la mujer con la que convive como igual. Tampoco ella se salva de los impulsos agresivos de Pedro, los cuales tiene que reprimir para no herirla:

no soportaré que como todas las noches [Elia] se duerma en mi hombro viendo la tele y la odie al preguntarme cómo acaba la película y la confunda con la de ayer, entonces no tendré más remedio que cortarle las manos para que no me ponga más nervioso con sus tamborileos y extirparle la campanilla para no oír su risa chillona… bastaría para sacarme de mis casillas y agobiarla de un solo disparo, me empezaría a salir toda la mierda por la boca y ya no podría parar, que no ocurra esto… (55; el subrayado es mío) La diferencia más significativa entre la agresividad del personaje de Maestre y otros personajes de la ficción y el cine contemporáneos es que en Pedro los impulsos violentos no llegan a expresarse. Quedan latentes solamente.(10) Logra reprimir sus instintos destructores, lo cual es resultado de su extrema cobardía. El impulso destructor es tan fuerte e irracional que el propio individuo es incapaz de exteriorizar ni una mínima parte.

La agresividad, sin embargo, no es lo único que Pedro esconde. Al concluir la novela los lectores nos damos cuenta de que lo leído es una novela escrita, precisamente, por el personaje. Esta referencia metaficticia, característica de la generación X, nos obliga a retroceder para buscar otras referencias a la composición de la obra (Dorca 311). En efecto, las alusiones están diseminadas a lo largo de la novela. Concluimos, pues, que el personaje tiene vocación de escritor y que la publicación de esta novela supone su éxito en el mundo literario. Sin embargo, en ningún momento hace alusión explícita a esta vocación. Su frustración se centra exclusivamente en su fracaso en superar las oposiciones de enseñanza media. Pero si la escritura es su pasión, entonces estamos ante un escritor frustrado similar al de Mañas. El paro y la desilusión entre los licenciados puede ser responsabilidad del sistema, pero del fracaso de un escritor en raras circunstancias puede culparse a la situación económica del país. Por esta razón Pedro el personaje elije la queja y el pataleo frente al sistema, opción más fácil que dudar del talento propio.

La apertura emocional y el tono confesional de la narración de Pedro desenmascaran un aspecto limitado de su personalidad. La narración autobiográfica, común en la ficción de los 90, constituye un recurso estilístico que tiene efecto redentor, ya que establece complicidad entre la voz narrativa y los lectores. Coincido plenamente con el juicio de Naharro Calderón cuando afirma, refiriéndose a la novela Soy un escritor frustrado, que la "escritura autobiográfica de [la] abyección representa la absolución literaria e individual a la que aspira todo criminal espectacular" (15). Estamos ante el mismo fenómeno que constituye la tesis de Savran en su estudio sobre el masoquismo masculino: el sujeto se construye a sí mismo como víctima con el propósito de mantener el protagonismo del individuo exonerado. En la ficción de la joven generación de los 90, el universo masculino se encuentra en permanente conflicto consigo mismo. La violencia es su único recurso posible a la impotencia social. Para los Maestre, Mañas, Loriga y Trueba, la construcción del sujeto masculino como víctima, como ser vulnerable que reconoce sus deficiencias, no es más que una máscara de la que se sirve el antihéroe que conservar su posición privilegiada.
 
 

Notas

(1). En otro lugar he analizado los personajes masculinos en los relatos de Juan Benet.

(2). Abigail Solomon-Godeau mantiene una postura similar a la de Savran cuando afirma que las representaciones de lo que ella llama "soft masculinities" no son sino una forma de mantener el tradicional protagonismo por parte del sujeto masculino. En su estudio titulado Male Trouble argumenta que el recurso al victimismo y la marginalidad esconde la ausencia de cambios significativos en la psique masculina.

(3). Agradezco a Isolina Ballesteros esta referencia bibliográfica.

(4). En Abierto toda la noche, por ejemplo, el joven escritor David Trueba crea un padre que se queja de que, a pesar del paso del tiempo, sus hijos no se hacen mayores, no maduran, carecen de sentido de la responsabilidad (41).

(5). La problemática del paro juvenil aparece como constante no solamente en la ficción contemporánea sino también en el cine. En la película Éxtasis, de Mariano Barroso (1995), por ejemplo, que gira en torno a la delincuencia juvenil, Rober, el protagonista, cuando le preguntan por qué no tiene estudios responde que no sirven para nada, ya que no hay trabajo ni para los que tienen estudios.
En este sentido es preciso subrayar una diferencia significativa entre la problemática de la generación X en España y en Estados Unidos. Los protagonistas de la novela de Douglas Couplan que dio nombre a esta generación de jóvenes a nivel global eligen desviarse del camino que les llevaría al éxito profesional. Al contrario de lo que ocurre en Europa, la vida bohemia es una opción como cualquier otra y decidirse por ocupar un "Mcjob" no responde a motivos económicos. Así se desprende de la definición de "Mcjob" ofrecida en la novela de Coupland: "A low-pay, low-prestige, low-dignity, low-benefit, no-future job in the service sector. Frequently considered a satisfying career choice by people who have never held one" (5).

(6). Un estudio entre licenciados europeos revela que España tiene la tasa más alta de paro, el 15%, dos puntos por encima de la tasa de paro del país. Las razones que se aducen para explicar estas cifras son dos principalmente. En primer lugar, el mercado no puede absorber la cantidad de licenciados que salen de las universidades. En segundo lugar, en la universidad reciben conocimiento en el plano teórico exclusivamente pero no se les ayuda a comprender las exigencias del mercado. El problema parece radicar en la falta de compenetración entre la institución universitaria y la demanda laboral (Juan J. Gómez, "El paro entre los licenciados españoles es tres veces superior al de los europeos")

(7). La infantilización y la inmadurez de la literatura de la llamada generación X han sido objeto de crítica por parte de estudiosos como se desprende, por ejemplo, de uno de los seminarios incluidos en los cursos de verano de la Universidad Complutense en 1996 titulado "La literatura en pañales". Entre los más apasionados detractores se encuentra Ignacio Echevarría, quien, en su ponencia de ingenioso título "Los narradores del yo-yo", arremete con la inmadurez tanto de personajes como de narradores. También la portada del volumen The Gen X Reader muestra a un bebé llorando desconsoladamente.

(8). Es notable que cineastas contemporáneos como Carlos Saura o Imanol Uribe en Taxiy Bwana respectivamente culpen del racismo cada vez más extendido a la clase media baja. Ambas películas presentan la figura del taxista como prototipo del individuo racista. Esta coincidencia, sin embargo, me parece que responde a una postura demasiado simplista, pues en ninguno de los casos se trata el contexto socioeconómico en el que se desarrolla el racismo.

(9). También en la novela de Millás Tonto, muerto, bastardo e invisible, que comparte la presencia de un personaje masculino débil y fracasado en el mundo laboral, encontramos la figura de la prostituta oriental que se convierte en obsesión de Olegario, el protagonista.

(10). Ejemplos de la violencia juvenil en el cine de los 90 son Salto al vacío, de Daniel Calparsoro, Historias del Kronen, de Montxo Armendáriz, La pistola de mi hermano, de Ray Loriga, y Éxtasis de Mariano Barroso.
 
 

Obras citadas

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