Los vientos y los vinos de María la Parda
Adolfo Castañón ha preparado una excelente versión del Lamento de María la Parda, un poema bufo del gran escritor portugués Gil Vicente, que circuló en las primeras décadas del siglo XVI. Gil Vicente, además de dramaturgo (escribió piezas tanto en portugués como en castellano) fue un poeta que con gracia extraordinaria recuperó la música y los gustos populares en una admirable combinación de lirismo y espíritu cómico. El Lamento que nos presenta Adolfo Castañón –en una hermosa edición bilingüe con ilustraciones de Roberto Rébora, publicada por la editorial Aldus, México, 2000– es la historia desgraciada y el testamento de una vieja borracha que deambula por las calles de Lisboa en busca de vino. La lectura de este poema y del estimulante ensayo con que Castañón lo acompaña, me han impulsado a escribir un pequeño juego bufo-hermenéutico en honor de los vinos y los vientos de María la Parda.
Durante la Edad Media y el Renacimiento se solía establecer una relación entre el vino y las funciones pneumáticas del cuerpo humano. Esta idea tiene su origen en las famosas interpretaciones aristotélicas, establecidas en los Problemata, según las cuales el vino ocasiona diversas transformaciones en los individuos: a unos los vuelve conversadores, a otros los entristece, otros más se vuelven locos y violentos, a algunos los debilita y los embrutece. Se trata, según el texto aristotélico, de estados excepcionales y transitorios, provocados por el hecho de que el jugo de la uva (lo mismo que el humor negro) contiene viento. "El vino es ventoso –se dice en los Problemata– por su acción... La espuma del vino prueba su naturaleza ventosa: el aceite, aún cuando está caliente, no produce espuma, en tanto que el vino produce mucha –el vino tinto más que el vino blanco, porque tiene más calor y más cuerpo".
Esta tradición sin duda se refleja en los versos de Gil Vicente, cuando dice por boca de María la Parda, que halla cerradas las tabernas:
¿cuándo te nació esta
pasión por las cerraduras?
Cuando voy por ti, calle mía,
todos los pedos que dejo
son suspiros de saudade
y esa ventosidad
sopló en mi nacimiento
Quiero señalar también que la tradición sobre el carácter ventoso del vino se aúna, en este poema, a dos expresiones culturales muy importantes durante la Edad Media. Me refiero a la cultura de la queja y a la cultura tabernaria. Gil Vicente cruza aquí ambas culturas, para darnos una versión picaresca. Son conocidos los poemas y las canciones que se lamentaban de las malas condiciones en que vivía la gente y de las miserias de la vida. El Klag germánico y la Complainte francesa tienen muchas expresiones a lo largo de los siglos, para expresar lamentos de toda índole: los pobres que eran despojados, los amantes traicionados, la corrupción del mundo, la brevedad de la vida, la injusticia rampante o las malas costumbres. Con frecuencia las lamentaciones tomaban como sujeto, paradójicamente, a un ser del que no se suponía que podía emanar una crítica moral o social. Es el caso en que el quejoso era un lobo, un hombre salvaje o un villano. Es el caso del poema de Gil Vicente, donde una borracha miserable encarna la crítica contra los especuladores, los mercaderes y los usureros, y en general contra la corrupción reinante en Lisboa. Al mismo tiempo, María la Parda representa la celebración de la taberna, la ebriedad colectiva, la fiesta callejera y el amor libertino. Por eso exclama:
En el barrio del Espíritu Santo
estaba el nido al que yo volaba:
un claro vino rosado
¡Oh mi bien rosado amor
quién pudiera dar un grito!
¿de qué nos sirve ser cristianos
cuando Dios se lleva el vino?
Año triste tan mezquino
¿por qué nos quieres paganos?
Es interesante aquí señalar que los vientos generados por el vino eran considerados, por los teólogos y los filósofos naturales del Renacimiento, como un elemento fundamental para comprender el misterio de la relación entre el alma y el cuerpo. Esas ventosidades eran nada menos que el famoso pneuma, esa sustancia sutilísima que recorría el cuerpo y era capaz de traducir las sensaciones corporales a un lenguaje comprensible para el alma. El problema radicaba en entender cómo el cuerpo, que es materia corruptible, podía enviar señales al alma. Sólo una sustancia tan sutil como el pneuma, ese viento interior del cuerpo, podía generar un lenguaje capaz de ser comprendido por el alma: ese lenguaje era la fantasía. Así que los efectos del vino tenían consecuencias enormes, incluso cósmicas, pues afectaban precisamente los mecanismos de traducción y el lenguaje con que el cuerpo y el alma se comunicaban.
Terminaré este juego dando un salto a otra época. El problema de los vientos corporales y de la actividad pneumática que permite que materia y espíritu entren en comunicación, como sabemos, atormentó durante siglos a los pensadores. Todavía en el siglo XVIII Kant se rompía la cabeza tratando de resolver el problema que tanto había ocupado a Descartes, y que María la Parda resolvió con tanta sencillez. María establece en su testamento que el día de su entierro los sacerdotes que asistan deberán "tener tanto aliento / como yo para beber", pues sólo estando borrachos, se infiere, podrán insuflar sus almas de fuerza suficiente para vivir. El vino auspiciaba una intensa acción pneumática en el organismo, lo que permitía que la fantasía fuese impulsada por los vientos somáticos y llegase a la sede del alma. ¿Qué más podía esperar un poeta?
Por supuesto que estas secreciones ventosas y pneumáticas podían tener efectos terriblemente negativos. Swift se aprovechó de la antigua metáfora aristotélica y teológica para burlarse de los poetas que aspiraban a expresiones sublimes. Dice Swift que sería injusto y cruel prohibir las formas no sublimes de escribir, ya que en realidad la poesía es una secreción, natural o mórbida, del cerebro, cuyo flujo no es conveniente detener. Toda criatura adulta ha tenido alguna evacuación poética que ha contribuido a su salud. "He conocido a un hombre –dice Swift– que pasó varios días pensativo, melancólico y delirante, y que de golpe se volvió maravillosamente tranquilo, ligero y alegre, después de una descarga del humor corrupto bajo forma de metros excedentes y purulentos". ¿Habrá sentido lo mismo Gil Vicente cuando descargó el Lamento de María la Parda? En todo caso, se burla de una tacaña, Falula, que no quiere fiarle a María un par de jarritas de vino, diciendo:
en el Sadrac y el Misrac
"Quien se vaya echar un pedo
que lo pare en el trasero"
Y dice más "El que mucho pide
hermanita mucho hiede"
Así, el gran problema de los soplos divinos y de la inspiración poética podían resolverse en el ámbito de la anatomía de las rutas internas y, sobre todo, con la ayuda de las leyes mecánicas que determinan la trayectoria y la posición de los órganos y los ductos que orientan los soplos alcohólicos. Bien lo sabía María la Parda, como todos los desheredados, que con sus posturas retadoras quieren que los vientos soplen en otras direcciones. Pero esta actitud corporal se la prohíbe la roñosa señora Vizcaína, cuando la rechaza:
Ve con Dios mi buena amiga
¿Quieres que te lo diga?
Ni una camisa tienes
Dizque ésta no es hora
de poner el culo al aire
Desángrate: Parda María
hora es esta del ayuno
Roger Bartra
Universidad Nacional Autónoma de México