La elusiva verdad de la autobiografía: En torno a Coto vedado
de Juan Goytisolo

Randolph D. Pope
Washington University at St. Louis


 


Este breve ensayo es un regreso a un texto que he analizado repetidas veces antes y pone de manifiesto ya sea mi infinita capacidad para renovar mi interés por una obra literaria o cierta empecinada resistencia que presenta el objeto de estudio, una autobiografía escrita por un escritor de transición entre la modernidad y la postmodernidad en el período de la consolidación del Imperio, por usar la terminología de Hardt y Negri. (1) Goytisolo, con sus conflictivas señas de identidad, tenazmente aferrado a una tradición y una tierra que en parte rechaza, viajero de mal asiento, cosmopolita parcial, incómodo consigo mismo, aleatorio y difícilmente clasificable, comienza a parecerme cada vez más un tipo de escritor heroico y ejemplar que va quedando históricamente obsoleto, pero a la vez una persona representativa de una importante transición. Pero es precisamente esta vertiginosa reevaluación con la que el tiempo baraja la literatura lo que permite arriesgar la afirmación que de toda su obra posiblemente la que resistirá más el tiempo es el primer volumen de su autobiografía, Coto vedado. Tuvo numerosas reediciones el año de su publicación, 1985, y 16 años más tarde está disponible en tres ediciones recientes. La bibliografía del MLA recoge 28 artículos dedicados a Coto vedado y son en gran medida discrepantes, una buena conversación crítica en la cual James Fernández, Robert Ellis, Jo Labanyi, Angel Loureiro, Gonzalo Navajas, Cristina Moreiras Menor, yo mismo, y otros críticos finalmente hemos ido delineando un objeto enigmático. Navajas la clasifica como ficción, Loureiro le reprocha al autor la ingenuidad de su empresa al pretender retratar su verdadero ser; yo he destacado la complejidad y cautelas de su construcción autobiográfica; Labanyi ve en este texto la descripción de una persona post-marxista; Robert Ellis afirma que el tema dominante es el auténtico ser homosexual, mientras que para Moreiras Menor se trata de una respuesta edípica a la muerte de su padre figurado, Franco. Etc.

No se trata, quisiera creer, de quién tiene razón; somos todos razonables, los argumentos están bien construidos, la erudición es exacta. Sin embargo, es posible que algo se nos haya escapado y que una nueva mirada consiga al menos vislumbrarlo en la brevedad de un ensayo. Para ello quisiera partir de un hecho reciente ocurrido en este país y que se ha discutido ampliamente en la prensa. Un profesor universitario de renombre, el historiador Joseph J. Ellis, ganador de premios importantes, el National Book Award por su biografía de Jefferson, American Sphynx, y el Pulitzer por Founding Brothers: The Revolutionary Generation, fue denunciado como falsario, pues le había dicho a sus alumnos en sus clases en Mount Holyoke y Amherst College que él había participado en los movimientos sociales de los sesenta y que había combatido en Vietnam, nada de lo cual era cierto. Ha sido defendido por algunos historiadores, criticado por otros. Su universidad ha decidido que el curso de historia de los Estados Unidos lo dé otra persona. El Boston Globe escribió en una editorial: "Public discovery of a big lie is virtually guaranteed, always excruciating, and would not seem to be worth the temporary ego gratification a person gains by telling it. Yet, the stretch for something better than what is simply good, or even great, proves irresistible" (20 de junio, 2001). El resultado final fue que Ellis fue suspendido por un año y depuesto al menos temporalmente de su cátedra. En una carta fechada el 17 de agosto del 2001 la presidenta de Mount Holyoke escribe:

First, as President of the College, I strongly rebuke Professor Ellis for his lie about his military experience in his course entitled "The Vietnam War and American Culture" as well as with colleagues and others. Perpetuated over many years, his lie about himself clearly violates the ethics of our profession and the integrity we expect of all members of our community. Even though his fabrication appears to have been an aside in an otherwise responsible, intellectually challenging course that immersed students in a crucial chapter of U.S. history, it was a particularly egregious failing in a teacher of history. Misleading students is wrong and nothing can excuse it. Professor Ellis illegitimately appropriated an authority that was not his and abused his students' trust. His misrepresentation damaged collegial relations within the College and hurt the Mount Holyoke community and others outside it. (2) Lo primero que esto puede recordarnos es que parte de la fascinación del género es que todos lo practicamos incesantemente: la autobiografía es la base de la memoria de la persona como persona y no como colección de datos. Cuando falla, como lo ha mostrado brillantemente Oliver Sacks y la reciente película Memento, el ser humano se desintegra y aparta de la sociedad corriente, la cual necesita y exige que cada individuo porte consigo y tenga a mano una autobiografía convincente y verificable. La autobiografía es una función, una presentación reiterable del ser (de ahí que sea representación), que funda las relaciones interpersonales creando una expectativa y un acuerdo, lo que Lejeune llamó famosamente el pacto autobiográfico. Como vemos en el caso de Ellis, diga lo que diga la teoría, a la gente le importa que estos acuerdos (estas maneras de recordarse mutuamente) se cumplan, en la misma forma en que se espera que la firma que uno pone al pie de un documento sea la verdadera. Con frecuencia se confunde la arbitrariedad de ciertos elementos, como por ejemplo las rúbricas de una firma, con la necesidad que adquieren una vez establecidos dentro de un contexto, como por ejemplo, la firma que el banco compara con la que lleva el cheque. Lo que establece estos contextos dentro de los cuales se da lo verdadero como parte de un juego con reglas específicas es múltiple y multifacético. No puedo menos que leer con escepticismo cuando en el número reciente del PMLA Doris Sommer, parafraseando a Mary Poovey, escribe: "Truth grounded in empirical facts turns out to be a metaleptic effect of the seventeenth-century fiction of precise accounting, a rhetorical compensation for numbers that could not add up in the precarious conditions of mercantilism" (380). ¡Qué importancia la de la literatura! ¡Qué vano el empeño de los números! Hubo una época cuando el arte era superestructura y la economía la base; aquí sólo se ha invertido el mismo modelo insuficiente. Más importante, se ha soslayado un anhelo profundo que nos caracteriza: el ansia de conocer y de alcanzar la verdad. (Recordemos, para evitar discusiones innecesarias, que aquí no se trata de verdades absolutas, sino de verdades contextuales, de lo que he llamado en otro lugar fundamentos transitorios. Las reglas del juego del ajedrez o el valor de una luz roja en un semáforo son perfectamente averiguables y deben seguirse a pie juntillas si uno no quiere ser expulsado del torneo o recibir un parte de la policía.) La autobiografía se potencia de estos deseos: un querer saber quién soy, un querer atestiguar públicamente esa verdad. Goytisolo sabe, por supuesto, que esta es una de las perplejidades del género: el autor tiene un cierto conocimiento privilegiado del asunto -ha vivido consigo mismo muchas décadas- pero a la vez se enfrenta a una maraña de obstáculos: fallas de la memoria, información equivocada, represiones concientes e inconscientes, falsos recuerdos, recuerdos elaborados, y tantas otras trampas de la memoria que Daniel Schacter expone brillantemente en The Seven Sins of Memory. Lo que nos importa, sin embargo, es que no nos da igual, que a una gran mayoría nos interesa averiguar y que podemos, en algunos casos, averiguar la verdad. La acerba discusión acerca de si la versión que da Juan Goytisolo sobre el acoso sexual a que lo sometió su abuelo materno es real o inventada no tendría la misma importancia si se tratara de un texto presentado como una novela. La agonía, la lucha, se da en este espacio de la tensión verídica, donde se re-conoce una situación como la única existente.

El autor de uno de los libros más importantes sobre la autobiografía en occidente, Georg Misch, afirmaba ya en 1907 en su Historia de la autobiografía en la antigüedad que "la historia de la autobiografía es la historia de la conciencia que los seres humanos tienen de sí mismos" y concluía que "el aspecto más universal del ser humano es su necesidad de entenderse a sí mismo", de comprenderse y mostrarse a los demás en una forma en la cual uno puede reconocerse.(3) ¿Que esta es siempre una imagen y que de ella a la realidad a la que refiere hay un abismo? Sin duda. El periplo de Goytisolo se da dentro de su propia imaginación, no ya en el tiempo, sino en el espacio entreverado de la memoria. Pero sin la ansiedad del intento no se entiende la gestión autobiográfica, gestión pública y compromiso con los lectores. En una entrevista reciente en ABC, se cita a Goytisolo afirmando: "Nadie puede autodefinirse. Es la mirada de los demás la que le configura a uno. No sé realmente quién soy". Incesantemente Goytisolo ha vuelto al intento, tanto en sus novelas como en sus textos autobiográficos, y constantemente ha ido descartando estas construcciones deconstructivas, cascarones literarios de los cuales siempre hasta ahora ha seguido de largo y hacia delante la vida misma, despojando al texto de su contemporaneidad, haciéndolo acaso vagamente profético y rutinariamente equivocado. Ocupado de su figura, por mucho que haya despreciado al genio y figura de las periclitadas historias de la literatura, ha descartado sin embargo erigirse una imagen monumental; más bien, ha ido dando casi línea a línea una visión pluri-mental, una dispersión de palabras que no se dejan encasillar en la pauta narrativa, vaciando al lenguaje de tal manera que de su oquedad surge la presencia sugerida de una persona real en continua transformación y que por lo tanto no puede saber de una vez para siempre quién es, no puede resumirse o sumirse en palabras. Los autobiógrafos de mayor interés persiguen la verdad con la pasión del capitán Ahab, pero cuando dan en el blanco de su presa lo encuentran precisamente blanco de toda escritura y acaba con ellos, pues, como el galeote cervantino Ginés de Pasamonte lo ponía, no está acabada la autobiografía hasta que no acabe la vida. La oración que viene a redondear el relato -murió en tal lugar y en tal fecha- será siempre de mano ajena y en el revés externo del texto.

Coto vedado comienza de una manera tradicional siguiendo los modelos de Rousseau y Goethe, siendo en parte la revelación de los conflictos emotivos de una persona particularmente sensible, y en parte la historia de una educación intelectual. Pero este modelo que hace de la vida un acceder a la autenticidad y al conocimiento, se ve complicado por una serie de dudas y versiones alternativas que amenazan con desautorizar al texto. Loureiro se concentra en esta parte de la autobiografía: "Goytisolo shows an absolute confidence in his capacity to unmask his false doubles in a process of self-examination and purification that would allow him to access his true self, without realizing that what he considers external enemies, his father and other authority figures, continue to operate in his mind" (86). Pero esto es sólo una parte de la verdad. Goytisolo interrumpe la narración tradicional de su vida justamente después que el narrador ha confesado que dondequiera que va busca gente con su propio y poco frecuente apellido. Recuerda haber visto un anuncio de Coñac Goitisolo en una vitrina del Gran Bazar en Estambul. Escribe: "Como no sufro alucinaciones ni había fumado kif, tuve que plantarme unos segundos con la nariz pegada al escaparate . . . hasta persuadirme de que era verdad" (24). Posiblemente es esta última palabra, verdad, la que ocasiona un brusco cambio de registro, marcado por un cambio de página y por el paso a la cursiva. La transición tipográfica (y topográfica) es notable y problemática. Indudablemente indican un cambio de tono, otra impostación de la voz. Frecuentemente se usa la cursiva en los prefacios o introducciones de los libros. En ese espacio visualmente separado la voz del autor se interpreta como más personal, menos meditada, más íntima. Suele ser una voz en la cual los lectores confían. De ello se burló magistralmente Unamuno en su prólogo a Niebla, pero pudo hacerlo precisamente porque la tradición existía para que él pudiera transgredirla al darle en ese espacio la voz a un personaje de ficción. La ingeniosa observación de que todos somos personajes de ficción de alguna manera no llega a convencerme. Acaso podría llegar a conceder que hay una ficción libre y otra que está limitada por un contexto que no es imaginario sino histórico, donde imperan las cortes, los certificados, la lealtad y otros vínculos de la confianza. En todo caso, en Coto vedado los lectores deben súbitamente y a la altura de la página 25 escuchar otra voz, distinta de la que había reclamado su confianza al inicio del texto, otra voz que reclama para sí mayor sabiduría y que ofrece una percepción más profunda. El narrador en cursivas les dice a los lectores que el narrador en la letra normal no se da cuenta de lo ingenuo que es al creer que uno puede narrar una vida sin imponerle al pasado un orden artificial y tendencioso, sin seleccionar y descartar de acuerdo a los valores del presente, sin afirmar una verdad general para la vida que es posiblemente de reciente factura.

El tópico de la verdad en la autobiografía, que sólo he esbozado aquí y que es en definitiva lo que me hace rondar este tópico, es intrincado y sin solución, ya que depende de la definición que se le dé a esta palabra, verdad. Igualmente inútil es tratar de finiquitar el debate entre quienes consideran que la narración de la propia vida revela una verdad profunda y quienes la ven sólo como un bálsamo que consuela al melancólico ser humano que se ve enfrentado a la pérdida constante y la disolución absoluta, dicotomía entre revelación y consuelo que ha sido examinada recientemente en gran detalle por Dieter Toma en Erzähle dich selbst: Lebensgeschichte als Philosophisches Problem (1998). Lo que es obvio, sin embargo, es que la desconfianza crítica ante el género le ha ido dando mayor importancia al Dichtung -la creatividad, selección, construcción, solapamiento, evasión y manipulación- que al Wahrheit-los detalles y situaciones que pueden ser confirmados y que parecen sinceros y exactos. Pero ya Dilthey, en un trabajo fundamental sobre la autobiografía mostró que al volver a poner los acontecimientos en una secuencia temporal, dándoles así al recuperarlos cierta importancia, se trata de restaurar la fragmentación y la incoherencia en que de otra manera caería la existencia. La autobiografía para Dilthey era "Gestalt und nicht Leben", forma y no vida. Pero a la vez Dilthey mantenía, y con ello establecía la fascinante paradoja del género, que cada instante podía y necesitaba producir una síntesis de pasado, presente y futuro que fuera convincente para quien la producía y que era esencial para la estructura de la personalidad. No conozco otra autobiografía que tan insistentemente y con tanta claridad como Coto vedado examine esta oposición entre la necesaria búsqueda de la verdad y el vertiginoso escepticismo de encontrarla, sin decantarse por una u otra posición, haciendo de esta tensión el modelo mismo de una vida que en la búsqueda encuentra su calificativo de verdadera.

Notas

(1). Sería otro ensayo tratar de explicar la importancia de Goytisolo como síntoma de la transición de una España ensimismada a otra abierta a, o penetrada por, las corrientes económicas y culturales que ya son más que internacionales pues, y esta es la intuición que me parece válida de Hardt y Negri, ya no pertenecen a país alguno, sino a una vaga institución que podría llamarse un nuevo Imperio, pero que acaso haya que describir de una manera menos tradicional y unificada.

(2). http://www.mtholyoke.edu/offices/comm/news/ellisdecision.html

(3). Traduzco de la página 9 de la traducción inglesa citada en la bibliografía. La edición original alemana, Geschichte der Autobiographie, fue publicada en 1907.
 

Obras Citadas

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