El temor a la escritura: la literatura y la crítica literaria iberoamericanas ante un nuevo siglo.

Aníbal González

The Pennsylvania State University

 

Quiero escribir, pero me sale espuma,
quiero decir muchísimo y me atollo;
no hay cifra hablada que no sea suma,
no hay pirámide escrita, sin cogollo.
---César Vallejo, "Intensidad y altura" (50)

Ha sido una rara experiencia creativa
que merece ser explicada, aunque sea
para que los niños que quieren ser
escritores cuando sean grandes sepan
desde ahora qué insaciable y abrasivo
es el vicio de escribir.
---Gabriel García Márquez, "Prólogo" a Doce cuentos peregrinos (13)

¿Quién le teme a la escritura? ¿Quién le puede tener miedo a esas marquitas que hacemos sobre un papel, o -lo que es más común hoy día- sobre la pantalla luminosa de una computadora?

De entrada debo aclarar que la frase "temor a la escritura" en mi título en realidad alude a un fenómeno mucho más complejo, para el cual he escogido, sin gran originalidad, el nombre de grafofobia. Por medio de este vocablo tan cacofónico aludo no tanto a un miedo de la escritura que nos llevara a evitarla del todo (lo cual obviamente no nos sucede a la mayoría de nosotros), sino a una actitud ante la palabra escrita en la que se mezclan el respeto, la precaución y el temor con la revulsión e incluso con el desprecio. Esta actitud la encontramos tanto en los críticos literarios (como cabría esperar) como en los autores mismos. Más patente en los textos autorreflexivos o metaliterarios, es también una postura profundamente conflictiva. No se trata, sin embargo, a pesar del nombre que he elegido darle, de una condición patológica, sino de un componente normal e incluso necesario de toda reflexión acerca de la escritura.

En ciertos sentidos la grafofobia es análoga a la mezcla de antipatía y fascinación desplegada por los orientalistas con respecto a su materia de estudio, como lo ha planteado Edward Said (Orientalism 150-51 y ss.). De manera semejante al orientalismo, la grafofobia está atravesada por una conciencia de las cualidades vertiginosas de la escritura y de su profunda otredad. Esta actitud ante la letra no proviene sólo de la exaltación ideológica del habla versus la escritura, como podría suponerse, sino también de otros dos factores: por un lado, nace de la propia experiencia de escribir, la cual está signada por la resistencia y la dificultad. Los testimonios de César Vallejo y de Gabriel García Márquez acerca de la agonía y el vicio de escribir que he citado como epígrafes, junto con las declaraciones más notorias de Flaubert y de Mallarmé, son solo algunos de los incontables que se pueden citar en la era moderna y que se remontan hasta la antigüedad clásica, como nos lo recuerda Ernst Robert Curtius en su monumental Literatura europea y Edad Media latina (468-69).

El otro factor, acaso más profundo, que da origen a la actitud grafofóbica es el del vínculo histórico y filosófico entre la escritura y la violencia. Vínculo histórico que es dable observar, por ejemplo, desde las inscripciones cuneiformes de los reyes guerreros de Mesopotamia, así como en los posteriores jeroglíficos de los faraones egipcios (Martin, 44, 102-03). La asociación establecida por estas antiguas culturas militaristas entre la escritura y la guerra evoca no sólo nociones de disciplina y regimentación sino también la relación de la escritura con el cuerpo, particularmente con el daño corporal y la muerte. Por otra parte, el enlace filosófico entre la escritura y la violencia arranca desde los diálogos de Platón, se renueva en las polémicas de Jean-Jacques Rousseau en contra de la cultura y en favor del estado de naturaleza, y se explora abiertamente en el célebre capítulo titulado "La violencia de la letra" en De la gramatología de Jacques Derrida.

La grafofobia es, pues, un fenómeno real que puede ser documentado a lo largo de la historia de la literatura en un gran número de autores y es además un aspecto significativo de la experiencia de escribir. Pese a todos los intentos de suprimirla, esa mezcla de respeto, temor y revulsión hacia la escritura siempre retorna, siguiendo un mecanismo similar al de la represión freudiana, particularmente cuando la escritura se somete al escrutinio de la ética.

Aunque a todo escritor o escritora le llega su momento grafofóbico de fatiga o repugnancia ante la letra, la sensación de que ya existen demasiados libros, pienso que somos nosotros mismos, los críticos, quienes más a menudo exhibimos la fobia de la escritura. Somos nosotros quienes, a pesar de vivir de la palabra escrita, también la rechazamos y la denigramos por motivos a veces ideológicos, llegando incluso al extremo de rehusarnos a leer con atención los textos que supuestamente deseamos comentar y esclarecer. Somos nosotros, los críticos, quienes nos rehusamos a explorar la categoría -sin lugar a dudas tan problemática- de "lo literario", aumentando así la brecha cada vez más honda que se abre entre la producción literaria iberoamericana y el trabajo de la crítica literaria. Mientras nuestros narradores y poetas continúan explorando los límites de su oficio con obras que desafían nuestra inteligencia y replantean los conceptos al uso de la literatura y su función, los críticos con demasiada frecuencia nos quedamos merodeando por las ramas del contenido, del referente de los textos, o de sus contextos socioculturales. Resulta de particular urgencia, pues, para la crítica literaria iberoamericana de hoy, tomar conciencia de la grafofobia y sus efectos.

Es cierto que la tradición crítica predominante en Iberoamérica lo ha sido la sociología de la literatura en alguna de sus múltiples versiones. A principios del siglo XIX, las exhortaciones patrióticas de Andrés Bello a los letrados americanos en su Alocución a la poesía y en su "Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile" se hacen eco de los planteamientos de Mme. De Staël en De la littérature considéré dans ses rapports avec les institutions sociales (1800). A fines de ese mismo siglo la crítica literaria de los modernistas, a pesar de su oposición al positivismo, a menudo repite los conceptos de "raza, medio ambiente y momento" de Hyppolite Taine. En la primera mitad del siglo XX, tanto la crítica de Reyes, Henríquez Ureña y Picón Salas, influída por la "historia de la cultura" alemana, como la de Mariátegui, orientada por un incipiente marxismo, insistirá en correlacionar las etapas de la historia literaria iberoamericana con las etapas de la historia social del continente. Después de la Segunda Guerra Mundial hasta el presente, aunque el panorama crítico se torna mucho más variado, se destaca en muchos sectores de la crítica iberoamericana el influjo de los enfoques neomarxistas de la Escuela de Frankfurt.

Este predominio de la dimensión social o culturalista de los estudios literarios en Iberoamérica ha conllevado la debilidad de la teoría literaria en nuestras tierras. Concuerdo plenamente con el diagnóstico de Carlos J. Alonso de que existe en la tradición crítica iberoamericana la misma ambivalencia con respecto a la modernidad que Alonso identifica en la propia literatura y cultura de Iberoamérica (149 y ss.) La conclusión ineludible del certero análisis de Alonso es que precisamente lo peculiar o particular de la tradición crítica iberoamericana consiste en esta eterna tirantez entre las pretensiones universalizantes y modernizadoras de la teoría y el ansia iberoamericana de reafirmar la autonomía del sujeto crítico. Yo añadiría también que, en los vaivenes de este constante recelo iberoamericano ante la modernidad, se ha manifestado con frecuencia una actitud grafofóbica que tiende a ningunear o a rechazar de plano la textualidad y la escritura.

Con demasiada frecuencia, tanto el punto de arranque como la meta de la crítica en nuestros países no lo son ni la escritura ni la literatura, sino la cultura y la sociedad. Es notorio cómo en las últimas décadas, nuestra crítica ha buscado emanciparse de su relación simbiótica con la escritura y los textos, procurando convertirse en un discurso independiente desde el cual se pueda comentar una amplia gama de fenómenos de la política, la cultura y la sociedad, hasta el punto que la propia frase "crítica literaria" ha llegado a tener un sabor anticuado. Esto ocurre todavía, sin embargo, en medio de la resistencia de la crítica iberoamericana a la teoría, entendida esta grosso modo como un discurso que se ocupa de lo general y lo abstracto más que de lo particular y lo concreto, pues el discurso crítico iberoamericano no se resigna a abandonar su particularidad regional o incluso nacional. ¿Cómo ha intentado "liberarse", pues, nuestra crítica, de la servidumbre al texto sin caer en las abstracciones de la teoría, a la vez que conserva su particularidad regional? A mi juicio, no ha ocurrido tal "liberación", sino que el vacío del texto tanto como de la teoría lo ha venido a llenar una mayor subordinación a los conceptos, el vocabulario y los proyectos de las ciencias sociales, reafirmando así el tradicional vínculo iberoamericano entre crítica y sociología.

¿Qué tiene de malo esto?, se me preguntará. ¿No deberíamos darnos por satisfechos de que nuestra tradición crítica es así, sociológica y culturalista, y que esto no la hace ni mejor ni peor que las tradiciones críticas de otros países, algunas de las cuales --como en la reciente boga angloamericana de los "estudios culturales"-- incluso se han vuelto igualmente antitextuales y antiteóricas (Alonso 139-40)? Lo "malo" que tiene esto es, por una parte, que la crítica, casi por definición, no es una actividad estática e inmutable, sino que cambia con el tiempo, buscando siempre superarse. No toda nuestra crítica hoy día es sociológica, ni tiene el resto de la crítica que seguirlo siendo.

Por otro lado, la crítica que aspira a ser "sociológica" tiene necesariamente que confrontarse con el hecho de que ya existen otras disciplinas dedicadas precisamente al análisis de la sociedad y la cultura: las llamadas "ciencias" sociales. A una gran parte de nuestra crítica literaria iberoamericana se le podría aplicar el famoso principio de Occam contra la redundancia: Si ya existen la sociología y la antropología, ¿por qué tienen los estudios literarios que parecerse a ellos o hacer lo mismo que hacen ellos? Y es irónico que esto suceda precisamente en tiempos cuando la antropología y la sociología han entrado en crisis, precisamente al tomar conciencia de lo mucho que se asemeja su labor a las formas y preocupaciones de la literatura, hecho que ha llevado a antropólogos y sociólogos a dividirse entre quienes practican un refinado ensayismo autoconsciente y teórico, y los que se han afiliado a las formas más cuantitativas y burdamente positivistas de su disciplina.

Parecería que los estudios literarios padecen -y no sólo en los campos del hispanismo y el latinoamericanismo-de un complejo de inferioridad vis à vis las ciencias sociales, complejo que también corre parejas con una aparente incapacidad o falta de disposición para definir qué es nuestra disciplina y cuál es su objeto de estudio. No negaré que esa definición es muy difícil de alcanzar, ni de que la indefinición de nuestros estudios literarios tiene algunas consecuencias liberadoras y de apertura, pero hay que decir también que ella le resta efectividad y solidez a lo que hacemos, y permite el cuestionamiento, por parte de otras disciplinas, de la existencia misma, la integridad y la validez de los estudios literarios.

En lo que respecta a su objeto de estudio, nuestra tradición crítica reciente, manifestando una profunda "fobia de la escritura", ha tendido a privilegiar la oralidad sobre la escritura, prefiriendo aquellos textos que imitan la inmediatez y la espontaneidad de la palabra hablada. Ha privilegiado entonces las ficciones narrativas realistas del siglo XIX y la narrativa testimonial del XX, y géneros tales como las cartas, los diarios, y las deposiciones legales y notariales, entre otros. A la vez, ha soslayado o rechazado la complejidad y la reflexividad de la palabra escrita y propuesto una visión bastante simplista de la literatura, viéndola como una práctica solipsista y enajenada, cuando no como un instrumento cooptado por los poderes que controlan a la sociedad. Para esta modalidad crítica, el aparente hermetismo y la intransitividad de gran parte de la ficción y la poesía producida por lo que Ángel Rama llamó, un tanto despectivamente, la ciudad letrada, son rasgos que resultan escandalosos, perturbadores, e incluso inmorales. Es cierto que la literatura no es del todo inocente de las acusaciones de elitismo y violencia que pesan en su contra. Pero la oralidad tampoco se libra de culpa, como nos lo recuerda la etimología del vocablo dictador. El sentido de culpa por ser letrados parece ser, de hecho, uno de los fenómenos que motivan a esta vertiente sociologizante o culturalista de la crítica iberoamericana.

Mi propuesta aquí es sencilla, y a la vez, complicada: propongo que, como críticos, intentemos superar ese sentido de culpa; que aprovechemos la entrada al siglo XXI para reconocer que el camino que lleva de la literatura a sus contextos pasa, ineludiblemente, por la escritura.

Reconozcamos que la crítica literaria nace del comentario, el análisis, la glosa, la intervención, llámesele como quiera, de una categoría peculiar de textos que muy kantianamente se resisten a tener una sola y exclusiva finalidad claramente definida y definible. Me refiero, claro está, a los textos que solemos llamar "literarios". Leer estos textos sin prestarle atención a los conflictos y la violencia inherentes a su modo de ser como escritura implica empobrecerlos, y empobrecer nuestra disciplina. La relevancia de la crítica literaria podrá ser más plenamente apreciada por nuestra sociedad, así como por el resto de las disciplinas humanísticas y científicas, si aceptamos que nuestro objeto de estudio y punto de partida es ese "ser salvaje e imperioso de las palabras" del que hablaba Michel Foucault al referirse al discurso de la literatura (Las palabras y las cosas 293). No tenemos por ello que renunciar a nuestro deber ciudadano de criticar lo que nos parece injusto de nuestras sociedades, o de abogar por lo que nos parece justo. Pero debemos hacerlo con rigor, reflexionando a conciencia sobre los enigmas y contradicciones de la escritura. Esa reflexión no puede menos que ayudarnos -tanto a escritores como a lectores-en la tarea de alcanzar una relación más sabia y menos temerosa con la palabra escrita.

 

Obras citadas

Alonso, Carlos J. "Cultural Studies and Hispanism: Been There, Done That". Siglo XX/20th Century (1996): 137-51.

Curtius, Ernst Robert. European Literature and the Latin Middle Ages. Princeton, NJ: Princeton UP, 1973.

Foucault, Michel. Las palabras y las cosas. México: Siglo XXI, 1978.

García Márquez, Gabriel. Doce cuentos peregrinos. México: Editorial Diana, 1992.

Martin, Henri Jean. The History and Power of Writing. Trad. Lydia G. Cochrane. Chicago: U of Chicago P, 1994.

Said, Edward. Orientalism. Nueva York: Vintage Books, 1979.

Vallejo, César. Obras completas: VIII. Poemas humanos. España, aparta de mí este cáliz. Barcelona: Editorial Laia, 1977.