Apuntes para una crítica ‘invertida.’

Jorge Brioso
Oscar Montero

Lehman College & The Graduate Center, CUNY

 

Introducción

Este texto es un solo a muchas voces, a cuatro manos(o cuatro plumas). La conversación de café, las discusiones en clases, los comentarios de pasillo, la transcripción de cassetes, las correcciones intercambiadas por correo eléctronico constituyen las diferentes etapas de su producción. Cada una ha dejado su huella en la versión final. Más que entrevista diálogo, performance. Cita de (encuentro con) la palabra ajena (heterología, heterofonía, heterografía, heteroglosia) y búsqueda del propio cuerpo del otro, o del impropio cuerpo propio: homosocialidad, homosexualidad, homoerotismo, homocrítica. Hetero-homo: la otra, el mismo; el otro-la misma; la otra, el mismo, el otro...

"Déjame creer en tu impostura", Julián del Casal.

Si la biología define nuestro destino, para parafrasear el cliché, la noción de género, masculino o femenino, se sitúa en una posición compleja y contradictoria en relación a la diferencia sexual biológica y binaria que fue su apoyo original. Frente a la inocencia utópica de dos seres radicalmente diferenciados por la sexualidad, la noción de género ofrece una gama de construcciones culturales que definen, circumscriben, o liberan, según sea el caso, la inocencia ilusoria de la pareja edénica.

Es sabido que todas las culturas asignan roles y características peculiares a la mujer y al hombre. La diferencia biológica original se representa de las maneras más diversas y esas representaciones se entretejen en la red de correspondencias de toda cultura humana. La fórmula se complica notoriamente a partir de la obsesión clasificatoria cuyo origen se remonta a la ilustración dieciochesca, y que luego se impulsa con renovados bríos durante los últimos años del siglo xix.

A partir de dichos cambios, nada menos que una revolución epistemológica, la clasificación pseudo-científica de los seres humanos incluye la llamada orientación sexual: hetero u homosexual. La nueva categoría, rubricada por el neologismo macarrónico de "homosexual", presenta una relación aún más compleja con el aspecto biológico; a pesar de que reconozcamos el carácter cultural de lo genérico, conservamos una serie de marcas biológicas que diferencian a ambos géneros. En el caso de la inclinación sexual, no existe, o al menos no es evidente, el signo "natural" que diferencie a los individuos hetero y homosexuales. Desde su origen, la homosexualidad se consigna a la zona de una naturaleza contraria o perversa, la anti-natura postulada por los sistemas médico-jurídicos de la modernidad.

Por otra parte, uno de los polos, el heterosexual, es convertido en el polo natural; el otro, en un desvío patológico. Por eso la pose es un elemento esencial de esta nueva identidad. Recordemos la definición de "pose" del diccionario de la Real Academia: " (Del francés pose): "Postura poco natural, y por extensión afectación en la manera de hablar y comportarse". El carácter poco natural o anti(contra) natural de la homosexualidad ha sido uno de los lugares comunes en la conceptualización de esta categoría. Se presupone que toda persona es heterosexual hasta que haya una marca, un detalle que revele lo contrario.

La homosexualidad implica un exceso de visibilidad, un dejar(se) ver que marca una diferencia, un alejamiento del patrón establecido. Esta visibildad excesiva remite, Sylvia Molloy escribe en su ensayo "La política de la pose":

a lo no mentado, a algo cuya inscripción es constituida por la pose misma: la pose por ende representa, es una postura significante. Lo no mentado, una vez inscrito y vuelto visible, se descarta ahora como pose; la pose sigue representando (ahora en el sentido literal del término) pero como impostura significante. Dicho más simplemente: la pose dice que se es algo, pero decir que se es algo es posar, es decir, no serlo (Las culturas de fin de siglo en América Latina, 1994).

Este exceso de visibilidad remite a un transfondo velado, silenciado. Al posar el individuo despliega una serie significante que tiene una relación, controlada o aleatoria según sea el caso, con el silencio. La pose no es lo que se dice, pero tampoco es lo que se calla. El carácter adjetivo más que sustantivo de la pose revela su relación contingente con la identidad. La pose no designa a un sujeto determinado sino una actitud que este sujeto asume y que aparenta o más bien representa, en el sentido teatral. Se trata sin duda de un rol que se superpone (artificiosamente) al ser auténtico que subyace y sobrevive al poseur.

La relación más porosa que establece la pose entre lo auténtico y lo inauténtico, entre el ser y el parecer, entre lo natural y lo antinatural, lo velado y lo manifiesto, entre lo dicho y lo callado propone un reto al imaginario político: el desafío que representa la concepción de una comunidad más allá de las fronteras de la identidad.

Para considerar la inestabilidad dinámica de las identidades que se han formado en torno a las sexualidades heterodoxas, son útiles los comentarios de Giorgio Agamben en La comunidad que viene (La comunità che viene, 1990). Según Agamben, el "ser" por venir no definirá su singularidad con respecto a una propiedad común (ser musulmán, ser francés, o incluso, en nuestro caso, ser homosexual), sino sólo en su "ser tal cual es". Según Agamben, los falsificadores, las simuladoras, y los poseurs, podría añadirse, figuran de manera ejemplar en esa comunidad por venir. La pose, al igual que el "cual-sea" de Agamben, es umbral: experiencia del límite y límite de la experiencia. La pose, no es tuya ni mía, (no es algo asociable con la propiedad; es más bien lo impropio por excelencia), es algo que ésta entre lo tuyo y lo mío. Es algo que pasa entre nosotros y quizás es lo único que nos pasa. La pose es el entorno de las identidades y también su distorsión.

Es importante recordar el carácter fundacional que Foucault otorga a la relación entre la verdad y la sexualidad en la cultura occidental. Según Foucault la confesión tiene un papel esencial en el proceso de individuación del sujeto occidental. Para Foucault la confesión es el tipo de relación que subyace casi todas las relaciones en Occidente. En su conocida propuesta, la necesidad de descubrir, de develar y revelar, constituye un mecanismo de control fundacional en las culturas occidentales. El proceso de "salir del closet" está ligado a la confesión como estrategia disciplinaria. La sexualidad es a la vez el gran secreto y la confesion más preciada. Su desarrollo cultural implica ambos el mutismo absoluto ("eso no se dice") y la locuacidad obsesiva: del confesionario, la entrevista psicoanalítica, el escándalo, el proceso legal, el parloteo televisado.

La pose establece una relación oblicua con las identidades. El que posa no dice que es esto o lo otro sino que se coloca en cierta postura, para representar ciertos gestos que proponen lecturas nunca fácilmente asimilables a una identidad específica. ¿Cuál sería entonces la pose del crítico o la crítica homosexual? ¿Cómo incorporar la impertinencia, o la irrelevancia, de una declaración liminal de identidad al trabajo crítico? ¿Cómo aprovechar el sentido de esa incorporación? Esta charla ronda estas preguntas sin contestarlas satisfactoriamente. Lo importante es abrir un debate, invitar a los lectores y las lectoras de Ciberletras a participar en un foro sobre los temas en cuestión.

El trabajo teórico de Judith Butler ha definido la zona donde en los últimos años se han ventilado las categorías que a lo largo del siglo definieron y marcaron nuestras formas diversas de ser homosexuales. Entre la gente del gremio, hombres y mujeres homosexuales, la palabra degradante se recicla, "it is refunctioned" dice Butler en el sentido brechtiano, para sugerir un nuevo sentido, positivo y solidario. De ahí el deseo, por ejemplo, de reciclar el sentido del término "invertido/a", sinónimo añejo de "homosexual", para distanciarlo de su lastre patético y hacerlo funcionar en un sentido crítico. La crítica "invertida" no se afianza en una ontología de la homosexualidad: también "trastorna, altera [las cosas] colocándolas en dirección o en orden opuesto al que tenían" (Diccionario Vox).

En los pájaros de Lorca, de Sarduy, de Ramos Otero, ya encontramos el deseo de desvirtuar la tradición de la injuria homofóbica. El título del último libro de Jaime Manrique,Eminent Maricones, parodia el célebre Eminent Victorians (1918) de Lytton Strachey. La necesidad de apropiarse, para resemantizar, reciclar, "refuncionar", ciertos conceptos, que en su origen fueron utilizados como medios para separar y condenar, define el dilema que enfrenta todo grupo minoritario al constatar que las nociones que le sirven como elemento cohesivo están permeadas por un saber marcado por la exclusión y el desprecio. La ausencia de términos incontaminados de la red opresora del saber-poder conduce a la apropiación de algunas de estas nociones que se convierten en emblemas de lucha y reconocimiento. La apropiación de que habla Judith Butler no está exenta de peligros, pues estos conceptos forman parte de una articulación particular entre el saber y el poder que no entra fácilmente en los paréntesis de una zona utópica, es decir felizmente despolitizada, o "inocente", si se quiere. Estos términos acarrean una historia de exclusiones, silenciamientos y opresiones que no puede ser obviada. El término con el cual pretendemos politizar la identidad y el deseo propone un giro frente al saber que los ha definido. Esta resignificación discursiva muchas veces está ligada a lo paródico, a lo irónico, o a la inversión, concebidos como estrategias de resistencia.

El mayor reto que enfrentan los grupos minoritarios es la paradoja de la necesidad, por un lado, de encontrar conceptos con los cuales reconocerse e identificarse como grupo, y por otro, el reconocimiento del carácter opresivo que todo concepto de identidad conlleva. Toda identidad se define a través de la exclusión y el silenciamiento de ciertos grupos, sobre un ilusorio consensus poco sensible a la diferencia y a la multiplicidad. La pose es transitoria y arbitraria. La pose es el tropo de la identidad. A través de la pose, somos lo que fingimos ser. La pose es siempre excéntrica; constituye más bien un elemento identificatorio que no nos fija a una posición determinada. En la pose siempre somos lo otro, somos los otros.

La otra, el mismo

J.B.: En los estudios literarios contemporáneos el enfoque biográfico ocupa un lugar subsidiario, liminal, marginal, incluso abyecto: es el error que se debe rehuir, el enfoque de escuelas superadas. ¿No crees que los estudios lésbicos y gay vuelven a poner en circulación la problemática de la biografía autorial (en particular en su dimensión erotica-sexual)? ¿En qué medida se produce, en estos estudios, una nueva concepción de la biografía del autor?

O.M.: En los Estados Unidos, la anécdota autobiográfica ha sido inseparable del desarrollo de la llamada identidad gay. Cabría decir que los detalles de la pequeña historia son esa identidad. O dicho de otra manera, el espacio histórico y cultural abierto por esta noción peculiar de la identidad se completa y se cumple en las pequeñas historias individuales que allí se acogen. En cambio, en la crítica, sobre todo en la crítica hispanoamericana, la revelación de una identidad homosexual ni siquiera ha brillado por su ausencia; al contrario, es un silencio, o una impertinencia, o una irrelevancia. Revelar la homosexualidad del crítico o la critica es un desafío, un tirar el guante, que algunos calificarán de teatral e innecesario.

Pero ese gesto teatral también es político; quiero decir que ese gesto pide la entrada a una colectividad discursiva, a la cultura, nacional, académica, o cualquiera que sea, de donde ha quedado ausente. No hay que menospreciar, por impertinente y narcisa, la declaración liminal de la identidad. Es el melodrama de todo comienzo. En Estados Unidos, en los llamados estudios lésbicos y gays, se ha ventilado, de las más disímiles maneras, el conflicto entre el decir autobiográfico y un discurso más formal y teórico, centrado en el texto escrito, publicado y dotado del prestigio del volumen.

Importa señalar la tensión entre el saber institucional, en el mejor sentido de la palabra, es decir, expresado en una retórica a la vez histórica, maleable y generadora; y el decir callejero que ha transformado la aberración, la anormalidad, la marginación, la neurosis de la homosexualidad, según el saber médico legal que nos legó tan nefastas categorías, en la solidaridad fiestera del maricón, la tortillera, la loca, los gays y las lesbianas. Ya sabemos, o por lo menos lo intuimos, que las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo son prehistóricas, a pesar de la versión caricaturesca del macho troglodita y su hembra sumisa, muy querida de la antropología populachera que colma las páginas del suplemento dominical. En cambio, como decíamos antes, la homosexualidad fue la invención de un proto-psicólogo alemán. Nosotros y nosotras, los objetos de su estudio, no tuvimos ni voz ni voto en el asunto. Heredamos la marginación, la abyección; sufrimos las curas. Sin embargo, en la calle, en los bares, en la periferia de la plaza central, se forjaron, y felizmente se forjan, otras maneras de dar voz y cuerpo propios a las "inversiones" sexuales, así diagnosticadas y condenadas por el sistema médico-legal. La idea que tenemos de "ser" homosexual se funda contradictoriamente sobre esos recintos disímiles del saber, el consultorio, la celda y la calle. La relectura crítica debe hurgar en esos recintos y sugerir nuevas correspondencias.

J B: Creo que la problemática de la biografía se agudiza por la ambigua posición que ésta ocupa con respecto a la obra de un autor en la literatura moderna: a la vez anterior a (fuente de) y posterior a (producto de) la escritura. Los fragmentos biográficos, sean producidos por los propios autores en el caso de la autobiografía, o sean producicos por la tradición, ocupan un lugar marginal, en la mayoría de los casos, con respecto a lo que se considera la obra de un autor. A las cartas, los diarios, las entrevistas, textos desde los cuales los autores hacen circular fragmentos autobiográficos, se les otorga la mayoría de las veces, un valor secundario con respecto a otros textos considerados centrales dentro de la obra de un autor. En el caso de las autobiografías, son conocidos los debates que han cuestionado la propia existencia de este género, y casi siempre, son considerados como textos de segunda línea, incluso por los propios autores. Las biografías de autores hechas por terceros cada vez son menos tenidas en cuenta por el discurso crítico contemporáneo (aquí me refiero sobre todo al discurso crítico hispanoamericano aunque creo que la tendencia es generalizada); por no mencionar toda una tradición de carácter oral: leyendas, chismes, rumores, que circulan sobre la vida de muchos autores y que de algún modo ambientan su obra, de vital importancia en los escritores y escritoras homosexuales, y sin embargo frecuentemente obviada por la crítica heteronormativa.

O M: Se trata entonces de incluir ese material marginal, inédito, fuera incluso de lo literario, en la crítica. De hecho, su presencia deformaría los patrones críticos establecidos que casi siempre han apartado ese material o lo han situado tras ciertos deslindes. En un momento fundacional de la crítica hispanoamericana, Alfonso Reyes desarrolla precisamente esta noción de "deslinde" para privilegiar el texto literario y escamotear el llamado de esos otros rumores. Por ejemplo, algunos de los llamados "excesos" del modernismo sin duda aluden a la zona prohibida de las sexualidades heterodoxas, al "amor griego" del Darío de Prosas Profanas. A partir de Rodó, y en la obra de Reyes y su generación, se forja el backlash contra esos "excesos", supuestamente estilísticos pero también implícitamente morales.

Nos acercamos a la polarización entre la producción cultural y las transgresiones del cuerpo, cuyos reclamos comienzan a perturbar los malabarismos de la razón, por lo menos a partir de Kant. Pensemos entonces en una crítica equilibrada, coherente y razonable, es de esperar, pero abierta al traspiés, a la salida por la mano izquierda, a la mirada cómplice, para reciclar metáforas útiles, todas corporales dicho sea de paso. Por esta ruta, o en el escenario rodante de su representación, los fragmentos biográficos inéditos, los que no han pasado a, o pasado por, la literatura se integran al quehacer de la crítica.

J. B: El problema de la biografia autorial radica en la dificultad de establecer sus límites, la hibridez de los fragmentos textuales desde los cuales se produce, su dependencia y tensión con la obra del escritor/a ¿Qué límites se establecerían para trabajar con la biografía con las anécdotas autobiográficas, especie de hors-texte un tanto incómodo?

O. M: No se trata de marcar límites sino de reconocer las tensiones propias del territorio en cuestión. No me refiero al guiño al lector/a implícito, por ejemplo, en el nombre " Márquez" otorgado a un personaje del novelista colombiano. No habrá que repetir lo que es ya material de manuales, que la persona que firma un texto se convierte en persona, en el sentido de máscara, que su firma, al borde de lo escrito, entra en un territorio a la vez paralelo y ajeno a su experiencia vital. La versión más compacta y exquisita de ese concepto es el "Borges y yo", que todavía, felizmente, escandaliza a algunos de mis estudiantes.

Sin embargo, pienso más bien en una zona rica en estratos, en el sentido anatómico, es decir capas textuales que la lectura atenta e interesada excoria delicadamente en una revelación parcial y siempre condicionada por circunstancias específicas. La metáfora de las capas y la excoria es de Barthes, un escritor tan influyente, diría Wilde, que ya nadie lo lee. ¿Por qué no permitir que los signos de la homosexualidad marquen la lectura crítica? Caigo en la trampa, puesto que no hay que marcar la heterosexualidad, porque nació bautizada de natural y por lo tanto tiene acceso irrevocable al privilegeo del silencio, de la doxa, de lo que se da por sentado. Creo que un gesto clave en Barthes es señalar, no decir "yo soy" o "dejo de ser" sino señalar lo que fascina y en ese gesto, representado en la diestra alzada de la bailarina casaliana, se dejan residuos de identidad, sin esa estridencia heredera de la oratoria viril.

J. B: Para conceptualizar la relación entre el autor, o autora, y su obra me parece esencial la noción foucaultiana de "función autor": dispositivo institucional retórico y hermenéutico que produce y controla las imágenes del autor que la tradición hace circular, y regula los límites de la ficción y del texto, que produce contornos definidos para éstos y dispositivos que controlan su legibilidad.

De este modo, las obras completas se convierten en el lugar privilegiado desde el cual se enuncia esta función autor, pues allí se establecen los límites de una escritura, de una identidad, de un régimen de autoridad. Estos límites se construyen mediante la discriminación de textos considerados impertinentes, insignificantes, incluso peligrosos (donde ocuparía un lugar notorio la expulsión o el silenciamiento de un erotismo considerado anómalo, contaminante). Por otra parte, es importante señalar la ambigua relación que la biografía autorial tiene con respecto a esta función autor en la literatura moderna, pues si no deja de ser cierto que algunos fragmentos biográficos juegan un papel decisivo en la constitución de esta función autor, otros son considerados espúreos por la economía que regula su funcionamiento. Los fragmentos biográficos dejados fuera por esta función autor mantienen una relación tensiva con el corpus de la obra. Erosionan los límites instituidos por ésta y postulan de este modo fugas de esa economía ficcional y significativa. ¿Qué repercusión tendría, entonces, en la tradición literaria latinoamericana, esta tensión entre esta función autor y los fragmentos biográficos considerados no pertinentes, extraños, abyectos (sobre todo los relacionados a la biografía erótico-sexual), en la concepción que se tiene en la misma de lo que es un(a) escritor(a)?

O. M: Un concepto crítico prestigioso, y todavía vigente, es que la crítica también es una labor subjetiva. No me refiero a la crítica impresionista, sino a aquella que señala, según estrategias que constituyen un estilo propio, la posición subjetiva de la persona que hace la crítica. Una toma de posición histórica y política del crítico o la crítica que decide abordar los temas que hemos comentado implica la entrada en un territorio ambiguo, donde no siempre funcionan los patrones de la critica tradicional. Me refiero específicamente a una crítica regida por los famosos deslindes de Alfonso Reyes. Como decíamos ayer, los deslindes de Reyes se fundan precisamente para corregir las ambigüedades modernistas, cierta falta de rigor, cierta impureza: los términos, que circulan sobre todo a partir de la crítica de Rodó, son sintomáticos. En cambio, me parece que es importante insinuar, hasta la frontera de la impertinencia, un diálogo entre el texto literario y esa otra información, secreta, abyecta, imprecisa, que de algún modo lo acompaña, como acompaña la nodriza dicharachera a la esbelta y encosertada princesa. Me parece que la noción de identidad, que peca de esencialismo, según la crítica reciente, saca la cabeza de los pliegos que la embozan y se tira, como decíamos en mi pueblo, por la calle del medio, es decir, se revela escandalosamente.

J B: Se trataría en el caso del crítico de una sexualidad (enunciada o no) que también colabora con la lectura, que da patrones de valor, que juzga y simpatiza.

OM: Que colabora, o al menos que sugiere nexos de simpatía y complicidad. En mi trabajo sobre Julián del Casal me interesaba recuperar esta noción de simpatía, dificílmente enunciable en la tradición crítica que heredamos, o por lo menos en la tradición crítica que aprendí en la universidad. Es cuestión de insinuar y de sostener la tensión entre la subjetividad del que escribe y su crítica, tensión erótica que debe marcar cualquier tipo de crítica involucrada con identidades genéricas, sexuales o raciales.

J. B: Me parece que en tu caso particular se podría hablar de una red de correspondencias entre el texto y el anecdotario de la persona que escribe o de una porosidad incontrolabe entre el texto y la biografía del que lo escribe, para usar los mismos términos que empleaste para definir la relación entre la vida y la obra de Casal. En tu texto sobre Casal hay una especie de performance autobiográfico en el prólogo. Borges, antes que Derrida, habló de las ambigüedades del prólogo con respecto al libro. Creo que su fuente es Schopenhauer. Pero en tu libro no sólo el prólogo tiene detalles autobiográficos sino que a través de todo el texto estos fragmentos autobiográficos reaparecerán contaminando el discurso crítico convencional. Hay una especie de porosidad de esa sensibilidad, de esa simpatía, de esos fragmentos biográficos que contaminan el discurso más rígido, más compacto, más duro de la academia.

O. M: Señalé mi homosexualidad en el prólogo del libro sobre Casal para que por lo menos enmarcara y sugiriera una estrategia posible. En mi lectura de Casal quise mantenar esa especie de fascinación erótica que significó mi primer encuentro con el poeta del "museo ideal". Fue una lectura que se hizo desde el exilio y que figura en el proceso, a veces doloroso, otras carnavalesco, de reconocer los límites de una identidad nacional, que se deshacía para convertirse en memoria y nostalgia. A ese exilio se suma el reconocimiento de la homosexualidad, que en su origen, como es sabido, representa otro género de exilio, no menos doloroso y carnavalesco a su modo. Fue una lectura desde un lugar enajenante, por el hecho de estar yo en el exilio y de sentirme gay, y de pronto reconocer en este escritor cubano algo que se relacionaba con mi intimidad, es decir, a la vez con los restos de la identidad nacional y los comienzos de una identidad sexual. Hay una versión carnavalesca de estos entuertos en Memory Mambo de Achy Obejas.

En mis primeras lecturas de Casal, encontré algo que no sabía nombrar, como si se tratara de un sublime homosexual, lejos de todo saber, situado en la zona de la simpatía, o incluso de la catarsis. Dicho de otra forma, sabía que Casal era fabuloso, para usar la trajinada palabra de la jerga, y que algo me atraía en él: su leyenda, sus representaciones del cuerpo masculino, los cuerpos morbosos, "el joven titán de miembros acerados", la Salomé danzante del loto de pistilos de oro. Esas imágenes apelaban a una zona de mi subjetividad que hasta ese momento no había transitado, o había transitado en puntillas y a tientas, con la cabeza torcida sobre el hombro, como una lechuza temerosa.

El otro aspecto de la tensión a la que te refieres tiene que ver con el SIDA. A medida que trabajaba en el libro sobre Casal, mis amigos morían a diestra y siniestra. En Casal, encontré, no el gusto por la muerte, como dijo Darío en su conocida deslectura, sino el reconocimiento de la muerte, un reconocimiento que produce la visión característica de Casal, fundada en el cuerpo enfermo, sostenida por él más bien. Entonces reconocí un paralelo, que de alguna manera me ayudó a sobrellevar esa época angustiada, entre la enfermedad de Casal y el SIDA. Por eso dediqué el libro a Manuel Ramos Otero y a mis otros amigos. No fui más allá. Digo, no pude o no quise desarrollar ese paralelo. Me quedé en el museo casaliano, donde todo es eternamente bello y lo será mientras quede un ser humano que lea en el planeta.

J. B: Podría parecer que la crítica de tradición formal no involucra lo sexual en sus patrones de valor, pero creo que sí lo hace. Toda crítica, de algún modo, es sexuada. En el sentido de que siempre habría una tensión que estaría ligada al valor y al gusto, dos categorías presentes en toda crítica incluso en la más aséptica. El simple hecho de elegir un texto, de elegir ciertas zonas de ese texto para hacerlas legibles, ya implica una valoración. Y no sólo el acto de elegir sino también el de discriminar, ciertas zonas textuales, ciertos textos que se consideran poco significativos (en los dos sentidos de la palabra), activan toda una serie de mecanismos que nos hablan de los intereses, de las inclinaciones (asumiendo estas palabras también en su sentido erótico-sexual) de los lectores de estos textos. La diferencia es que esta crítica que estamos tratando de definir asume esto como un problema, lo tematiza de alguna manera.

O. M: Creo que sugieres un erotismo implícito en toda labor crítica, o al menos en las más interesantes. Ocurre, sin embargo, que en la crítica que no bregue directamente con la sexualidad, se da por sentada la heterosexualidad, como emblema de la normatividad, tan privilegiado que no necesita que se le enuncie o represente. Puesto que la homosexualidad ha sido el contrario "anormal" de la heterosexualidad, el simple hecho de mencionar la homosexualidad en la labor crítica, se convierte en un "problema", paralelo al "problema" de las llamadas minorías en las ortodoxias nacionales.

Recuerdo un encuentro, triste porque fue el último, con un escritor latinoamericano de primer rango. No le importaba, me confió en el café de un hotel del East Side de Manhattan, que se comentara la representación de la homosexualidad en su obra. De hecho, ya se habían hecho lecturas muy sugerentes sobre este tema. En cambio, le preocupaba mucho que su propia homosexualidad se divulgara o incluso se considerara en un estudio crítico de su obra. De esto hablamos y luego lo acompañé a comprarle un lindo echarpe a su esposa. Unos meses después alguien me contó que en la capital donde vivía este escritor, su homosexualidad era "un secreto a voces", nuestra versión del "secreto abierto" de Eve Sedgwick. Son notorios los reparos, muy previsibles, a la crítica que privilegie, o al menos incluya, rasgos de la llamada identidad sexual.

Los mismos reparos se han hecho a la crítica feminista, sobre todo en su momento más militante, cuando se marcaron las diferencias vitales entre el cuerpo de la mujer y el del hombre para desarrollar un enfoque crítico e incluso para justificarlo. La situación con la homocrítica, por así decir, es análoga, pero incluso más compleja, puesto que se carece del alibi de un cuerpo diferente.

Para volver a los reparos de que hablaba. En su versión más conocida, se afirma, con el índice el alto, que Fulano es primero escritor, luego homosexual. También se crean escalafones previsibles, y opresivos, sobre todo en la formación de curricula y en la docencia. En otras versiones, la tradición del reparo heteronormativo comenta, por ejemplo, que la sexualidad no es central a la obra de Miss Tal, que eso es un aspecto entre otros, que es una zona demasiado ambigua, en fin, que no dice lo suficiente, o que dice demasiado, que no sirve de apoyo a un comentario sólido y coherente. Chocolate por la noticia, como dicen en Buenos Aires, ¿verdad?, pero la entrada en la zona de las representaciones homosexuales, para huirle al esencialismo temido de "identidad homosexual", es central en la trayectoria de todo ser que tome esa ruta.

No me interesa el debate, a veces de una estridencia repugnante, que se ha desarrolado acá en el Norte, sobre las causas de la homosexualidad: destino u opción, condena o liberación. Prefiero la leyenda, divulgada nada menos que por Eve Sedgwick, que cuenta que la responsable fue el hada madrina, la que viene cuando se pierde el dientecito de leche: it was the tooth fairy. El hada madrina del diente de leche es causa suficiente. Buscar causas y soluciones a aquello que es ajeno a las soluciones, o a las curas, o al pecado y el perdón me parece un horror.

Si no hay opción en la selección del objeto de nuestros deseos, sí hay muchas opciones en cuanto a la formación social, antropológica, de un sujeto perverso. El origen de ese sujeto es la homosexualidad, pero su despliegue cultural es rico y plural, y orgulloso, para reciclar el conocido banderín del movimiento de liberación gay. Hacíamos un paralelo con la crítica feminista, pero hay otro paralelo útil en la cultura afroamericana. La ortodoxia (racista) contemporánea "racializa" todo lo que tenga que ver con la cultura afroamericana, y no se racializa una identidad euroamericana.

J. B: Yo diría mejor que se naturaliza un tipo racial y un tipo de inclinación sexual, que se les considera normales, que se piensa que no necesitan ser enunciadas porque se dan como sobreentendidas, se constituyen cómo norma , considerando las otras identidades, ya sean raciales o sexuales, como casos anómalos.

O. M: Cierto, por eso una crítica que tenga en cuenta la homosexualidad o la identidad homosexual debe indagar en todas estas zonas del saber. El proyecto no sólo abarca el reconocimiento y el estudio de la temática gay y lésbica, sino también el cuestionamiento del saber que ha funcionado en la construcción de estas identidades.

J. B: ¿Qué relación estableces, entonces, entre esta lectura entre líneas, esta lectura de los silencios, de los fragmentos, de las lagunas de un texto, con el rumor (fragmentos textuales, leyendas que circulan en los márgenes de la obras, del prestigio literario)?

O. M: Repertirlo me parece obvio, pero debe ser una relación dialógica. La misma noción de dialogismo, tan trajinada en la crítica de los últimos años, podría servir. Es decir, el lugar de la crítica abre el diálogo, una especie de conversación textual entre todas estas posibilidades, para articularlas de manera que sea útil o sugerente. No hay que proponer una noción antirracionalista de la crítica o reactivar el impresionismo crítico. Es cuestión de leer en los textos las lagunas o los espacios lacunarios, de señalar las correspondencias con los papeles inéditos, con los escándalos de la época en cuestión, de aprovechar los testimonios más marginales.

J. B: La crítica se convertiría, entonces, en un espacio excepcional donde se llevaría a cabo un diálogo especial, pues sería un diálogo entre silencios y rumores, dos categorías en los límites de lo discursivo y de la subjetividad.

O.M: Es sabido que el sujeto de la modernidad es fragmentario: "caleidoscópico" es la palabra de Baudelaire, donde la mirada del paseante sólo se fija fugazmente en el detalle callejero y en ese paseo deja señales, más bien borrosas, de sí mismo. Jamás se monta en tribuna ni se sube a la imperial del omnibus de Hugo, para poder "dominar" todo París. Una vez que se da por sentada esta noción de sujeto de la modernidad, se puede trabajar con esos fragmentos subjetivos. El reconocimiento de la subjetividad fragmentaria impone un tipo de crítica que integre lo alto y lo bajo, la calle y la academia. Es el deseo de armar una crítica con los recursos que se tienen a mano, y al mismo tiempo hacer dialogar la crítica con la calle, con un saber callejero, donde se han desarrollado políticas homosexuales, independientes de ese otro saber más prestigioso. Habría que subrayar el carácter artificioso de esa división para poder trabajar con términos de esa jerga al margen de lo institucionalizado y prestigioso. En la academia norteamericana, se ha señalado, casi siempre con argumentos teóricos sofisticados, el carácter esencialista de las identidades. Al mismo tiempo, se hace más fácil conseguir apoyo administrativo para los Estudios de Género, Gender Studies, que para programas o curricula específicamente gays o lésbicos. La asimilación de la jerga callejera a la crítica implica una resistencia al intento de borrar y hacer desaparecer las marcas más impertinentes de la identidad, que pueden perturbar el salón de clase, molestar a los padres de los estudiantes, o, lo peor, cerrar el acceso a fuentes importantes de apoyo financiero.

Es cierto que el concepto de identidad es histórico, y tal vez passé, pero es o fue mi historia y la de mucha gente. Esa historia personal por esencialista, limitada y abyecta que sea entraría también en el trabajo de la crítica. Es decir, no se trata solamente de una armazón crítica rigurosa que un crítico o crítica pueda hacer funcionar, sino también de este otro lado sentimental que se ha marginado, o que se ha consignado a la ficción. El sentimentalismo de las identidades entraría en la crítica de diversas maneras, según el punto de vista del crítico o la crítica.

J. B: En dos momentos diferentes de nuestra conversación has planteado a la crítica, la escritura, como un proceso que parece redimir, o sanar? la impertinencia o la abyección asociada con la identidad sexual heterodoxa del sujeto escribiente. Creo que hay un paralelo aclarador entre lo que decías y la sugerencia de Deleuze de invertir (pervertir) la relación del binomio salud/enfermedad. Deleuze plantea la posibilidad de un acercamiento literario al saber médico y legal (que constituye el momento fundacional del nuevo episteme desde, y contra, el cual pensamos nuestras identidades e inclinaciones sexuales) que heredamos del siglo pasado. El acercamiento literario, más que clasificar y ordenar, instauraría un movimiento en sentido contrario hacia lo informe, lo incompleto, el devenir. La escritura como nuevo modelo de salud. Los escritores no como pacientes sino como fisiólogos de sí mismos y del mundo. Lo que Deleuze propone, en el fondo, es un nuevo tipo de relación entre la literatura y la vida, entre la vida y la obra, la cual no sería posible conceptualizar más desde un modelo etiológico, que proponga la mímesis, la identificación, como el eslabón que uniría un tipo de experiencia vital a cierto regimen de escritura. Este modelo propone una zona de indiferenciación, de indecidibilidad, entre vida y obra.

Esta reflexión de Deleuze nos invita a cuestionar rubros como literatura gay o lesbiana, crítica queer etc., los cuales son herederos, en cierta medida, del saber médico/legal, del cual pretenden distanciarse crítica y políticamente, y sin embargo, con el cual comparten una afinidad clasificatoria, y una concepción semejante de la relación entre el bios y el logos.

O. M: Sin duda. Esos rubros siempre son cuestionables y siempre se relacionan a un performance o a una pose. Hay momentos en que se acepta la totalidad, siempre opresiva, del rubro, y se desfila por la calle con la bandera multicolor gay. Hay otros momentos (críticos) en que ese gesto se cuestiona y se descarta. Esa inconsistencia no tiene por que ser contradictoria o incoherente; al contrario, debe ser útil y generadora. Heredamos la prisión de las categorías, pero creo que los ángulos de ese encierro se pueden alterar, continuamene, si es necesario. Hay paredes que se pueden perforar, y si no, como recomiendan en los manuales de decoración, se cuelga un tapiz llamativo.

La charla sólo ronda el rigor crítico; más bien sugiere cierto vaivén, o un taraceo impreciso, pero, esperemos, sugerente. Las voces de las/los demás completarían la fiesta.